viernes, 13 de junio de 2014

21. BÉLGICA

Nah Neh Nah by Vaya Con Dios on Grooveshark


La temporada pasada me dolió quedarme sin asistir a la principal prueba de ciclismo “vintage” de las que tengo noticias que se celebren en Bélgica (que yo sepa al menos hay otra más)[1]. Me apetecía un evento ciclista clásico en aquel país, ya que Bélgica, tal y como pretendo reseñar hoy, es una de las cunas y referencias permanentes del ciclismo de competición. Entonces la causa no fue otra que tener que elegir ante la coincidencia de fechas entre la Retro Ronde belga y La Histórica soriana. Un calendario cargado de eventos foráneos, la persuasión del organizador local Alberto Faricle y el ánimo de querer apoyar con mi participación a parte a los incipientes organizadores nacionales, me decantó entonces por asistir al evento castellano, cosa de la que no me arrepiento en absoluto. Sin embargo, un año más tarde, me encuentro ante la inminente posibilidad de tomar parte en la cita flamenca y de esa forma dar cuenta aquí, en cierta medida, del ciclismo deportivo belga.

Pero antes de nada empezaré por incluir algunas referencias generales sobre aquel país, que en mi conciencia juvenil, constituía una pieza clave de la alianza transnacional que algunos años antes se había denominado BENELUX y que entre otras cosas, constituyó el origen administrativo de lo que tiempo después fuera el Mercado Común Europeo y en la actualidad, la Unión Europea, a la que ya sí pertenecemos desde la década de los ochenta. Tras muchos años suspirando o incluso soñando con ello, en 1989 me embarqué en un viaje cicloturista de libre configuración por el mencionado BENELUX. A lo largo de un mes, tres amigos, recorrimos en bicicletas de carretera y con alforjas, un itinerario circular de unos 2000 km con inicio y final en Bruselas, pernoctando preferentemente en albergues juveniles y siguiendo (más o menos) el sentido de las agujas del reloj. La propia Bruselas, Lovaina, Gante, Amberes y Brujas fueron las etapas belgas previas al periplo holandés, seguido de otro recorrido por las Ardenas con un eventual paso por Luxemburgo. Aquello fue una experiencia fascinante. Por aquel entonces los españoles no viajábamos demasiado al extranjero, y menos aún en plan cicloturista. Esas semanas constituyeron una auténtica inmersión de experiencia viajera ciclista, internacional y cultural, y tengo la suerte de conservar de la misma, un diario escrito y una amplia colección de diapositivas (aún estábamos bastante lejos de la era digital). Con el tiempo, regresé a Bruselas, Gante y Brujas. Principalmente a la capital, con ocasión de unas breves vacaciones de Pascua, aprovechando la circunstancia de que un cuñado residía allí por cuestiones laborales. Si mi primera visita (la de la bici) tuvo una importante dedicación cultural y turística, con mucho deambular por el centro urbano, parques de referencia y pinacotecas; la segunda se caracterizó más por lo deportivo, pudiendo practicar equitación y tenis aprovechando las aficiones de mi anfitrión.


En Brujas en 1989.


Ambas experiencias datan ya de muchos años atrás, más de dos décadas por lo menos. Por eso, si se me pide un ejercicio repentino de evocación, un resumen improvisado de los posibles aspectos que más hayan calado de la cultura belga sobre mi persona, aún a riesgo de equivocarme, traicionado por la premura de la respuesta, me voy a decantar por tres: la cerveza, la pintura y Hergé.

De la cerveza no tengo mucho que decir. Es una bebida que me encanta y acostumbro a disfrutar. Bebo una diaria para cenar entre semana, me abstengo de ella en fines de semana si es que me da por cenar con vino, y ocasionalmente puedo regalarme algunas cañas en alguna situación especial, pero lejos de lo que puedan empezar a sospechar ahora mismo algunos de los lectores, cuando la disfruto, es de forma muy moderada, difícilmente pasaré de las dos o tres jarras en alguna de esas contadas ocasiones especiales. Es más, me adhiero al título de Delerme “El primer trago de cerveza y otros placeres de la vida”[2]. Ese es el mejor de todos con diferencia, especialmente si hace calor y uno viene de hacer esfuerzo físico. Hablar de Bélgica y de la cerveza es algo que no debe pasarse por alto. En su día, aquel país ostentaba el privilegio de ser la nación con mayor número de marcas o tipos de cervezas diferentes. Se conoce que la producción allí, tanto a gran escala como especialmente a nivel minorista y artesano, es toda una seña de identidad. De hecho, en mis visitas anteriores pude comprobar cómo, al menos por aquel entonces, la mayor parte de los bares ofertaban una gran variedad de posibilidades, pero siempre embotellada, no siendo fácil encontrar cañeros (esto es una excelente noticia para muchos aficionados a la cerveza, aunque en mi caso soy mucho más devoto del barril). Una de las escasas alegrías que, en este sentido, me está trayendo la actual crisis económica, es que dentro de la proliferación de aventurados intentos de emprendimiento local y artesano, la producción cervecera a pequeña escala, está cuajando poco a poco en mi región, en la cual, a día de hoy, ya podemos disfrutar de varias marcas locales, cada una de las cuales se atreve con la elaboración de varios tipos diferentes. Es más cara, lo sé, pero como muestra de apoyo, distingo y ayudo en mi  modesta medida: consumo una “lager” barata y de producción masiva para mi ración cotidiana y adquiero lotes locales variados para ocasiones especiales, o trato de pedirlas cuando me instalo en algún local a disfrutar de un buen rato social y placentero.

El segundo gran aspecto de la cultura belga que me quedó profundamente marcado desde mis pasadas visitas, fue de carácter artístico. Me empapé con placer de la admiración de la pintura belga. En Bruselas disfrutamos de la visita al Museo de Arte Antiguo, que presenta una amplia colección de obras muy interesantes. Aunque he de confesar que Rubens no es santo de mi devoción, si lo son las marinas rizadas o tempestuosas del Siglo XVII y las variopintas escenas de la vida cotidiana, de interior y exterior, con las que numerosos artistas ilustraron aquel periodo ubicándolas en los hogares, las calles, los mercados, el campo y hasta los almacenes de los marchantes de arte. La pintura costumbrista flamenca en general me encanta. También disfruto con sus colecciones de retratos y con los colores y texturas de los lienzos de los anteriores periodos renacentistas. Pero por encima de todo ello, lo que más me aportó de la visita a aquel museo fue el conjunto de obras de Pieter Brueghel (de los dos, el viejo y el joven). Sus paisajes llenos de gente, cada cual a lo suyo, en movimiento, consiguen transmitirme vida y actividad pública, ubicada toda ella en el calor del verano o los hielos y nieves del invierno… esos cuadros ya me gustaban cuando de pequeño los ojeaba en los libros de arte de mis padres. Disfrutar de ellos en la realidad, a tamaño natural y con la textura real de la pintura, fue un auténtico regalo para mis ojos.


Brueghel

Brueghel

Pintura puede uno encontrar casi por todo el país. En Gante, sin ir más lejos, se hace obligada una parada para cualquier aficionado. En su Museo de Bellas Artes, podemos encontrar trabajos muy interesantes y valiosos, sin darnos una gran paliza en la visita, ya que su tamaño lo recuerdo como apropiado por lo nutrido, pero no desmesurado en cantidad de contenido. En este caso la horquilla temporal es más amplia e integra arte antiguo y moderno. Entre lo último uno tiene sus predilecciones, como una bendición de mesa lúgubre a cargo de Léon Frederic, aunque hay unas cuantas más. Entre lo primero, volvemos a encontrar pintura paisajista flamenca, costumbrismo y afortunadamente: ¡más Brueghel!. Aunque en este caso, para mí, la palma se la lleva uno de los cuadros de El Bosco allí presentes: “Cristo llevando la cruz”, un auténtico adelanto para su época, verdadera pintura de retrato psicológico, novela gráfica prematura, etc.

El Bosco


Gante no debe abandonarse sin pasear agradablemente por su centro, su canal principal y sin disfrutar de sus elegantes fachadas características, propias de lo que podríamos considerar como una especie de muestrario de la arquitectura urbana antigua, consecuencia de las riquezas aportadas por el comercio en los momentos en los que la humanidad abandonaba definitivamente la Edad Media y se encaminaba progresivamente hacia otro tipo de concepciones de ordenación social. Las calles centrales son preciosas, los edificios elegantísimos y excelentemente conservados, y por lo general hay buen ambiente. En Bruselas pude disfrutar mucho del bullicio de las calles, de la amplitud de su centro urbano, de pasadizos, elegantes galerías cubiertas, la Grand Place, las cervezas del Le Roy d’Espagne, un paseo en bicicleta hasta el Atomium, del cous-cous y de muchas otras cosas. Brujas es muy recomendable por su belleza coqueta y concentrada, así como por su ambiente turístico, universitario y juvenil. Pero en cualquier caso, mis mejores recuerdos visuales de las ciudades belgas corresponden a una fantástica luz de atardecer, dorando el casco antiguo de Gante. La ciudad está vigilada por tres altas torres antiguas, a cual más afilada. Dos de ellas se corresponden con sendos templos religiosos, mientras que la tercera, el campanario, quizá la más notoria del trío, nació con la función civil de centro de avisos, alertas y referencias temporales. Pero en lo que se refiere a la pintura, la que debe guiar nuestros pasos es la de la iglesia de San Bavón, pues en su interior podemos admirar, nada más y nada menos que: “La Adoración del Cordero Místico”, un conjunto políptico compuesto por doce tablas al oleo, que suele considerarse como una de las obras maestras de referencia de la historia del arte universal. Fue pintada por los hermanos Hubert y Jan van Eyck en 1432, y sea uno aficionado o no a los temas religiosos y al arte antiguo (en este caso en plena transición entre el gótico y el renacimiento), puedo asegurar que observándolo con calma, tranquilidad y tiempo, la obra cautiva, entretiene e impresiona. Para más detalles, más que una mera reproducción, merece la pena un acercamiento algo más profundo[3] 

Obviando localidades, artistas, cultura, paisajes y demás. Abordo la referencia-homenaje al tercer gran asunto de la cultura belga de los que inicialmente presentaba. Quizá, no me da reparo admitirlo, el que más me apasiona de los tres: Hergé versusTintín. De pequeño me encantaban los “tebeos”, de jóven los “comics” y en plena madurez nada ha cambiado en este aspecto, me siguen gustando mucho, aunque ahora lo denominen novela gráfica y su producción se haya ido diversificando en múltiples tendencias diferentes, algunas de las cuales (como el Manga u otras) me resultan bastante desconocidas y tampoco especialmente atractivas de primera impresión. Si bien me crié con “Mortadelo y Filemón”, la “Rué del Percebe” y tantos otros productos nacionales del género cómico, al principio me cautivó más el de aventuras, con el “Capitán Trueno” como referente principal, seguido del “Corsario de Hierro”, “Sheriff King”, “Hazañas Bélicas” y “Héroes Marvel” en general. Incluso la mítica revista “Trinca”, con “Manos Kelly” y otros diversos personajes. Pero todo eso desapareció con la llegada de las dos potentes colecciones procedentes del otro lado de los Pirineos: “Ásterix y Óbelix” desde Francia (sin olvidar al “Teniente Blueberry”), y ¡sobre todo! “Las Aventuras de Tintín” desde Bruselas. Con el tiempo el apego a sendas sagas no sólo a ha permanecido en mi mente, sino que incluso se ha reforzado, más si cabe en el caso del reportero belga, del que además de mantener su colección completa (a excepción de los dos rara avis que son su primer y último (y póstumo) álbumes), atesoro un par de ensayos sobre su autor y la propia obra completa. No sé si mis lectores llegan a ser conscientes de que pese a no haberlo pretendido, incluso el contenido de todo este blog, así como su planteamiento y dinámica, podrían ser considerados como marcados por una forma “tintinesca” de plantearse las aventuras, los viajes y la vida. Tintín y Hergé (ficción y realidad), tan entrelazados, tan interrelacionados y tan inseparables, son en esencia personajes belgas en la generalidad de sus vidas y originarios de Bruselas de manera convencida. Eso precisamente les ha convertido en tan internacionales desde un punto de vista europeo. No sé distinguir lo que más me gusta del conjunto de la obra de Hergé, si el dibujo (la “línea clara”), los guiones, la personalidad de sus personajes, los escenarios, la aventura, el ritmo, la documentación... no creo que sea fácil proponer alguno de estos elementos por encima de los demás. A lo largo de los episodios, todo va evolucionando en el autor y sus producciones, estas cambian con el tiempo, van madurando y se adaptan a la propia historia y a un supuesto avance en la edad de los potenciales lectores. El conjunto de las “Aventuras de Tintín” se comprende mucho mejor con la lectura paralela de alguno de los textos especializados que lo estudian. Por si algún devoto anda suelto por aquí, me permito la osadía de recomendar un par de ellos: Castillo[4] (ensayo de texto muy ameno y completo) y Farr[5] (ensayo - “libro objeto”- lleno de ilustraciones a color).




Pero voy a dejarme ya de asuntos generales, pues aunque el tema da para mucho, se supone que aquí se escribe de ciclismo, o de patinaje, mientras que lo cultural, viajero, filosófico, etc. surge como temas accesorios (quién lo diría ¿verdad?). Así pues trataré de abordar la difícil cuestión del ciclismo belga. Y digo difícil por dos premisas que quiero anticipar. Primera, el ciclismo belga es un fenómeno tan amplio, grandioso y extenso que cualquier intento de explicación breve va a resultar raquítico, por lo que pido perdón de antemano por el reduccionismo al que me voy a ver obligado a ceñirme. Segunda, el ciclismo belga, como el inglés, como el español y tantos otros, es diferente a los demás. No diferente en todo, pero si dotado de algunas peculiaridades de cultura ciclista propia, y el problema, básicamente, es que para mí resulta bastante más desconocido que otros. Por lo que vuelvo a pedir perdón por ello.

Para empezar, en aquel país hay que referirse a la pista, al ciclocross y a los criteriums. La afición a la pista se justifica por su tendencia a admirar la máxima expresión de la velocidad en bicicleta, combinada aquella con la habilidad natural sobre la máquina y la sencillez minimalista del artefacto que se reduce al empleo del manillar y los pedales. Ni cambio, ni frenos, sólo piñón fijo, potencia, estrategia, equilibrio y zorrería. Eso es la pista en cualquiera de sus múltiples variedades de modalidades y distancias. Un auténtico espectáculo. Puedo dar fe de ello, porque hace ya más de 20 años asistí una tarde completa a las “6 horas de Anoeta”, y me quedé alucinado del espectáculo allí vivido. Algo casi completamente ajeno a nuestro ciclismo (con la excepción de Palma y poco más). En EEUU, Inglaterra, Holanda, Japón... y por supuesto Bélgica, la pista es parte fundamental de su ciclismo de competición, ni mucho menos una hermana pequeña. Resulta curioso, como precisamente, en pleno Siglo XXI, sean las bicicletas de pista, o sus adaptaciones urbanas (las “fixies”) las que estén revitalizando la utilización ciudadana de la bicicleta, a través de la génesis de una fuerte tendencia cultural, “indy” y estética. Repasando mi biblioteca, buscando algo de información para ilustrar el texto de hoy, me he topado con los dos únicos ejemplares que tengo de toda una colección que Juan Carlos Pérez[6] editó en Leganés, allá por el año 1983. Era una colección de libros de ciclismo compuesta por 7 volúmenes, todos ellos contenedores de mucha y valiosa información en forma de texto, gráficos y fotografías, a pesar de lo rústico de su papel y de que a día de hoy hayan pasado a ser unas joyas casi incunables, abandonando el rol de referencias técnicas actualizadas. Precisamente uno de los que dispongo se titula “La velocidad”[7] y en él, se hace referencia a un ciclista belga, llamado Patrik Sercu, a quien definen como el ciclista de pista más grande de todos los tiempos, pese a que su dedicación a tales disciplinas, se vio mermada por su decisión de ganarse la vida con el profesionalismo de la carretera. Aún así, su récord de victorias en pruebas de “6 días” es alucinante, siendo su legado olímpico y en los mundiales de pista lo que realmente se vio afectado por el comentado paso a la carretera (conviene recordar que por aquella época la participación en los Juegos estaba estrictamente vetada a los deportistas declarados profesionales). Lo curioso es que Sercu era amigo personal de Eddy Merckx, se habían iniciado juntos en el ciclismo y habían compartido muchos años de actividad. De hecho, el “Canibal” fue uno de sus habituales compañeros en las pruebas de los “6 días”. Hay que aclarar un poquito qué es eso de los “6 días”. Son eventos en los que a lo largo de seis jornadas celebradas en un mismo velódromo, un nutrido grupo de corredores disputan un montón de pruebas diferentes, con las que van sumando puntos en un cómputo general. Muchas de las carreras se disputan en colaboración con su pareja, con quién además comparten la responsabilidad de mantenerse siempre en pista (se alternan en dicho cometido), de forma que el “botín” final es otorgado a ambos por igual.

 Patrik Sercu

 Relevo en pista entre Sercu y Merckx.

Después hablaremos de Merckx, pero ahora toca no dejarnos en el tintero el ciclocross o los criteriums. Lo segundo se refiere al formato de competición típico en las pruebas de un día o de categorías inferiores en los Países Bajos y en Bélgica. Quizá para facilitar el seguimiento del público, el control de la seguridad, el cierre de carreteras o la organización en general, el caso es que por aquellos terruños es muy habitual que las carreras de ruta se celebren en formato de circuito cerrado al que se dan algunas o muchas vueltas, en función de la longitud de este (de hecho el mundial se suele celebrar así). Lo habitual es que el circuito sea más bien corto y por ello se le den muchas vueltas, aprovechando para hacer que bastantes de los pasos por meta sean puntuables para según qué trofeos menores (metas volantes, regularidad, etc.). En mi viaje de aquel entonces ya pude ver (por casualidad) alguna de estas carreras en un pueblo holandés muy cercano a la frontera belga. En ellas son imprescindibles la valentía, los codos, la velocidad y la habilidad dentro del pelotón. Resulta sorprendente comprobar como en la actualidad, tras más de cien años de historia ciclista en la que los criteriums apenas han existido en nuestro país, comienzan a proliferar tímidamente pruebas de este tipo, pero en régimen casi clandestino, urbano, nocturno, “fixie”... un extraño movimiento ciclista marginal al margen de federaciones u otros organismos más o menos estáticos.

Con el ciclocross más de lo mismo. Aunque esta modalidad sí que tiene su seguimiento y actividad, especialmente en el norte de España, ni mucho menos se acerca a los niveles de práctica de los países centroeuropeos, donde la tradición es enorme. Puedo presumir de haber vivido en directo y de forma presencial todo un Campeonato del Mundo de la especialidad. Aquel que se celebró en Fadura (Getxo) en el año 1990. Fue una prueba bonita y espectacular, en la que bastantes de nuestros ciclistas profesionales de la época, no pasaron de quedar ubicados en mitad de la tabla de clasificación, mientras los grandes especialistas mundiales se disputaban los puestos de cabeza. Recuerdo alucinar con un ciclista belga que apenas se desmontaba de su bicicleta, y acometía la mayor parte de los obstáculos sobre los pedales con una depurada técnica salto en dos tiempos. Al final no ganó, pero su exhibición fue lo que perduró en mi imaginario. También el ciclocross internacional vive momentos de renovación en la actualidad. Además de los campeonatos de máximo renombre, la empresa Rapha (caracterizada por toda una revolución de propuestas estéticas y ciclistas con marcado carácter “vintage”), patrocina y dinamiza un circuito de pruebas de ciclocross con sentido muy festivo abierto y dinámico, que vistas desde fueran, hasta casi hacen que uno mismo se lo plantee alguna vez...




Pero destacando ante el resto de expresiones ciclistas competitivas, si por algo es famoso el ciclismo belga, es por las clásicas. Por grandes clásicas entendemos pruebas de ciclismo en ruta largas y muy competidas, en lo que habitualmente se llama carrera en línea (sin circuito) y consistente en una única etapa o carrera. Además, por cuestiones de prestigio, hablamos de grandes cuando estamos ante citas con muchos años de antigüedad, alta cantidad y calidad de participación profesional y puede que hasta algún elemento característico que le dé singularidad a cada prueba, como por ejemplo los tramos de pavés o algunos muros famosos. Grandes clásicas hay varias por Europa, principalmente en Italia, Holanda, Francia y… por encima de cualquier otro lugar: Bélgica. Dentro de las más grandes, están las denominadas “monumentos” (unas pocas) y precisamente dos de ellas se disputan en territorio belga. Ganar un “monumento” supone convertirse en un corredor de prestigio internacional, y el palmarés de algunos campeones de las grandes vueltas por etapas, si no incluyen grandes clásicas en él, se ve algo devaluado a los ojos de los expertos y de la afición europea. Los ciclistas españoles no han sido muy dados a disputar (y triunfar) en las clásicas a lo largo de la historia, algo que recientemente ha empezado a cambiar gracias a los éxitos de Valverde, Purito y algún otro. Para triunfar en este tipo de carreras hay que ser muy polivalente (resistente, veloz, fuerte, potente, sufridor, estratega…) y además estar muy en forma en el preciso momento de su celebración. Es el perfil de lo que viene a denominarse como “clasicómano”. Las tres clásicas más prestigiosas de Bélgica (todas ellas de las más reconocidas en el mundo) son: La Flecha Valona, La Lieja-Bastogne-Lieja y el Tour de Flandes.

La primera y la segunda se enmarcan dentro de la denominada temporada de las Ardenas. Se sitúan al sur del país, donde el terreno queda configurado a base de constantes cambios orográficos en forma de cortas pero sucesivas colinas. La Flecha Valona data de 1936, mientras que la Lieja-Bastogne-Lieja es considerada como “la Decana” de todas las clásicas pues nació en 1892. Esta última cubre unos 260 km aproximadamente, aunque como en las otras, su recorrido puede presentar algunas ligeras variaciones de unos años a otros. Al recordar aquel viaje de alforjas realizado hace ya 25 años, sobre una bicicleta de hierro de corredor, consultando el diario, he podido rememorar que precisamente al trasladarnos desde Lieja a Bastogne, optamos por una carretera secundaria, estrecha y muy dura, que nos facilitó el hacernos una idea clara de lo que suponía pedalear por las Ardenas del sur. En cualquier caso, lo que endurece las clásicas, además de su trazado, es el característico clima aún invernal del norte y sobre todo, el afán de notoriedad y victoria de sus nutridos pelotones, plagados de ciclistas con ansia de protagonismo eventual o definitivo, peleando “a fuego” desde la salida.

En cualquier caso, en un país tan dividido como Bélgica, en el que la pugna separatista entre el norte y el sur, flamencos y valones, resulta de lo más chocante con respecto a la vocación integradora, internacional y europeísta de su capital; los singulares flamencos abanderan su propia clásica como la referencia principal de este tipo de pruebas en el continente. Y no les falta mucha razón ya que el “Tour de Flandes”, cuyo origen se remonta a 1913, es además de la prueba más afamada de la “temporada de Flandes”, una cita clave de la “temporada del pavés” y uno de los “monumentos” más prestigiosos del calendario mundial. Su recorrido, también algo cambiante cada año, transcurre cerca de Gante, supera ampliamente los 200 km (casi 280 km en cierta ocasión) y es famoso por sus muros adoquinados de gran pendiente, que se convierten en jueces implacables de cara al resultado de la carrera.

Una prueba más de la pasión belga por las carreras en línea de un día aliñadas con la máxima competitividad de los participantes, es que siempre se han tomado muy en serio el Campeonato del Mundo de Fondo Carretera. Este evento anual, no goza del mismo reconocimiento en todos los países ni entre todas las aficiones al ciclismo. Pero para los belgas, sí que es algo importante, quizá por la similitud que tiene con sus pruebas más representativas. Si tiramos de estadísticas, la evidencia es palpable, la belga es la nacionalidad del mayor número de corredores que han conseguido ser campeones del mundo de ruta en la categoría masculina profesional, 25. Por detrás está Italia con 19 y después el resto de escasos países que pueden presumir de haber conseguido algún campeonato, que ya están todos ellos con menos de 10 títulos. Como nos pasa con la cerveza, aquí seguimos un poco a los belgas, con retraso pero tratando de hacer las cosas bien: mientras que el torrelaveguense Óscar Freire (clasicómano con más éxito en el “monumento” transalpino de la Milán-San Remo que en sus estériles aventuras por el norte) consiguió la espectacular hazaña de proclamarse Campeón del Mundo por tres veces (1999, 2001 y 2004), “La Cervezuca” se consolida como una excelente representación de la producción cervecera artesanal, elaborada precisamente en la capital del Besaya, ciudad con una marcada historia industrial en la que, casualidades de la vida, la empresa química belga Solvay, ha tenido bastante protagonismo.

En cuanto a los ciclistas ¿qué podemos decir de este pequeño país que hoy nos ocupa teniendo en cuenta que el mejor ciclista de todos los tiempos nació en Brabante y se crió en Bruselas?. Por supuesto que nos estamos refiriendo a Eddy Merckx, cuyo palmarés no sólo es brutal, sino que además resulta completísimo y variado, ostentando récords de victorias en carreras de todo tipo, grandes vueltas (5 Tours, 5 Giros y 1 Vuelta), clásicas en general y “monumentos” en particular (19), campeonatos del mundo (3) y hasta récord de la hora. El Caníbal fue un auténtico tornado de victorias, un espectáculo demoledor, el ciclista de ciclistas. Tanto es así que muchos eluden hablar o escribir sobre él, porque hacerlo supone ensombrecer cualquier otra historia, resultado o gesta. Incluso hay quién trata de quitarle mérito o hacer de su desempeño como corredor una efemérides aburrida (olvidan sin ir más lejos la guerra que le dieron tanto Fuente como Ocaña, y seguramente algunos otros). Tampoco voy a ser yo quien le dedique algunas líneas especiales, pero más por mi gran desconocimiento de sus hazañas que por otra cosa. Eso sí, al repasar su colección de victorias, me he quedado alucinado, y en mi opinión, ni siquiera un hipotético Armstrong “limpio”, le llega a la suela de los zapatos. El Tour no lo es todo, el conjunto de las grandes vueltas no lo son todo tampoco, el Campeonato del Mundo no es complemento suficiente, etc. Eddy Merckx si que fue “todo”.


 Récord de la hora: 49,43 km

Tour de Francia, luchando contra Luís Ocaña.



Lo malo de su presencia es que ha resultado tan omnipotente en el panorama internacional y en la historia del ciclismo, que ha eclipsado casi completamente a una larguísima saga de ciclistas belgas de gran calidad y excelente rendimiento. Van Impe (a pesar de las corrosivas críticas que sobre él vierte Guimard en su autobiografía), Rik Van Looy (más de 400 victorias en los años 50-60, 2 veces campeón del mundo, todos los “monumentos”, varios más de una vez), Freddy Maertens (2 campeonatos del mundo, una Vuelta, champagne y algún cigarrillo para animar los 70), Rik Van Steenbergen (muchos títulos en pista, algunos monumentos y 3 campeonatos del mundo en los años 40 y 50), Criqueilion (gran animador de los años 80, 1 campeonato del mundo, 2 monumentos y mucha batalla en una Vuelta), Philippe Thys (3 Tours en los años 10-20), Sylvére Maes (2 Tours en años 30), Firmin Lambot (2 Tour en los años 20), Roger de Vlaeminck (clasicómano de los 70 con 8 “monumentos” (todos), además de 4 París-Roubaix, 1 campeonato del mundo de ciclocross), Eddy Planckaert (otro animador de los 80 con victorias de etapas y un par de “monumentos”), Pollentier (1 Giro y muchas participaciones en la Vuelta a caballo entre los 70 y 80) y un larguísimo listado de espectaculares ciclistas de todas las épocas, que aún continúa creciendo y creciendo (Johan Museeuw, Tom Boonen…). A muchos de ellos y a tantos otros, de casi todas las épocas, les debemos bastante en el ciclismo español, ya que entre otras cosas se caracterizaron por presentarse como animadores de la Vuelta, a lo largo de toda la errática historia de esta carrera tan nuestra, desde su primer año de celebración hasta la actualidad[8] [9]. Así pues no me parece nada mal desplazarme hasta allí para devolverles la visita. Lo hago con gusto. Porque finalmente Bélgica, sus organizadores, su cultura ciclista y sus aficionados al pedaleo retro, me están esperando, muy pronto nos encontraremos. Lo estoy deseando, he pasado demasiado tiempo mirando casi exclusivamente hacia las tres Grandes Vueltas, pese a que en realidad, sobre los pedales hay mucho más.


[1] Ride Retro Ardenes
[2] DELERME, PH.: “El primer trago de cerveza y otros placeres de la vida”. Tusquets. Barcelona, 1998.
[4] CASTILLO, FERNANDO.: “Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX”. Fórcola. Madrid, 2011.
[5] FARR, MICHAEL.: “Tintín. El sueño y la realidad”. Zendrera Zariquey. Barcelona, 2002.
[6] PÉREZ, JC.: “Nuevo ciclismo agonístico”. Augusto E. Pila Teleña. Madrid, 1981.
[7] PÉREZ, JC.: “La velocidad”. Leganés, 1983.
[8] FALLON, L; BELL, A.: “¡Viva la Vuelta! 1935-2012”. Cultura ciclista. Senan, 2013.
[9] SÁNCHEZ-SILVA, JM.: “VII Vuelta Ciclista a España (1947)”, en “Obras Selectas”. Plenitud, 1959.


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