viernes, 8 de agosto de 2014

29. TRAS LAS PEDALADAS DE DELIBES



Siempre me he considerado muy afortunado por formar parte de una familia numerosa. Mis padres tuvieron seis hijos. Todos nosotros nos casamos y todos tenemos descendencia. Eso implica que, a falta de problemas relacionales de importancia, nos reunamos con cierta frecuencia para compartir experiencias, satisfacer nuestro cariño familiar e inculcar en nuestros hijos un apego sano y solidario con las diferentes generaciones de la familia nuclear que mis padres fundaron. Todo ello se mantiene con relativa asiduidad, pese a que la familia se encuentra bastante dispersa por la geografía peninsular. Pero tanto con ocasión de las celebraciones navideñas, como en señaladas fechas vacacionales del verano o la primavera, somos bastante fieles a las convocatorias y podemos disfrutar unos de otros en diversos encuentros totales o parciales. Por si esto fuera escaso, siempre hay miembros de la familia con imaginación y ganas suficientes como para gestar ideas “fuera de rutina”, que nos sorprenden a todos y a las que solemos responder con animosa comparecencia. Todo ello, hasta marzo pasado, giraba en torno a mis padres. Lamentablemente, desde entonces ya no contamos con la presencia física de él, pero mi madre continúa al pié del cañón, tan activa como siempre, tan sociable como en sus mejores épocas y sin haber perdido un ápice de su generosidad y de su deseo de rodearse de los seres queridos. Con mi familia política ocurre igual. Más desmesurado incluso en cuanto a cantidad de encuentros y de participantes en los mismos. En este caso la dispersión alcanza incluso el nivel internacional, el grado de generaciones tiene (por el momento) un escalón más, pero afortunadamente todos los miembros del extenso e intenso entramado, se muestran fuertemente apegados al mismo. Por tanto, lo quiera o no lo quiera, tanto por un lado como por el otro, mi vida está casi permanentemente vinculada a dos grandes “entes” humanos que parecen tener vida propia y un gran derroche de interacción entre personas de diferentes edades, condición, carácter, aficiones y manías. Probablemente esta sea la causa de que me sienta tan cómodo, tan a gusto y tan adaptado de forma natural e inconsciente en el seno de cualquier gran grupo familiar en el que la salud afectiva interna y el apego a ciertas tradiciones y valores propios, se mantengan relativamente estables generación tras generación.

Todo esto viene a cuento de que mi última “aventura” ciclista no ha tenido que ver con convocatoria oficial alguna. No se ha tratado de la participación en ningún reto, marcha o prueba. Ni siquiera ha sido un viaje organizado por mí o algún amigo allegado. Que va, nada de eso. La casualidad, la suerte o quizás la atracción entre vibraciones humanas positivas, hicieron que me viera integrado de lleno, sin pasos previos y con confortable y cariñosa facilidad, dentro de una amplia y maravillosa familia numerosa multi-generacional, para despachar con ellos un proyecto privado entrañable. Para aclarar tanta incógnita tengo que empezar por referirme a Manu. Él es un amigo de reciente encuentro, que la vida me ha puesto en el camino (afortunado que es uno) gracias a nuestro compartido amor por la cultura ciclista, y a mi actividad cronista y exploradora de estos últimos años. Ya he hablado de él en otras ocasiones y cualquiera podrá ubicarlo si explico que es el responsable directo del proyecto “La Biciteca”, librería virtual y editorial especializada en ciclismo. Mi relación con Manu ha sido estupenda desde que entramos en contacto, ambos la hemos mantenido de forma habitual por canales telemáticos, y los escasos encuentros físicos o rodados que hemos tenido la oportunidad de celebrar, no han hecho otra cosa que ratificar que nuestra amistad se ha convertido en todo un hallazgo de enriquecimiento mutuo. La cuestión es que el primer paso dado por Manu como editor fue sacando al mercado el rescate de una obra de Miguel Delibes: “Mi querida bicicleta”. No ahondaré más en la cuestión porque ya me referí a ello en alguna entrada de este mismo año. Sin embargo, aprovecho una vez más para recomendar su lectura (y su compra, porque la tirada ha sido reducida y una vez agotada, el libro volverá, espero que solo temporalmente, a engrosar esa triste especie, tan habitual en estos tiempos, que solemos denominar como libros descatalogados). Precisamente la mencionada reedición, permitió que Manu entrara en contacto con los hijos del escritor, y unas cosas llevaron a otras hasta que finalmente acabaron invitándole a tomar parte en una excursión ciclista que la mayor parte de la familia Delibes celebra cada verano desde hace cinco años. La propuesta consiste en una especie de homenaje práctico y vivencial que los descendientes del magnífico escritor hacen a un trayecto narrado en uno de los relatos autobiográficos que Miguel Delibes incluye en “Mi querida bicicleta”. Sin embargo, cuando tomas parte en esta especie de fiesta privada y desenfadada, si has leído el texto con atención y ganas, pronto te vas dando cuenta que en una simple jornada de pedaleo divertido, aparecen más conexiones relacionadas con algunos otros relatos de la obra. No los voy a exponer aquí porque prefiero invitar a la gente a que lea “Mi querida bicicleta” (y disfrute tanto como otros ya lo hemos hecho), que destripar torpemente parte de su contenido, vinculándolo a nuestra “etapa” reciente. Tan sólo insistir que gracias a Manu, la invitación se me hizo extensiva y desde su anuncio, la fecha quedó completamente blindada en mi calendario personal, para acudir a la cita “sí o sí”. Y os puedo asegurar que hice muy bien en asistir.

La ruta rememora viajes veraniegos que Don Miguel acometía (con su pesada bicicleta de varillas y probablemente sin cambios) desde Molledo (Cantabria) hasta Sedano (Burgos) para visitar a su entonces novia (posteriormente esposa) y poder compartir con ella y su familia algún que otro fin de semana, antes de restablecer el ritmo cotidiano de la relación en Valladolid tras la vuelta de las vacaciones. Evidentemente aquellos viajes incluían una etapa de ida y otra de vuelta. Y aprovechando que el regreso “pica” hacia abajo, porque supone viajar desde la Meseta hacia la costa, es el trayecto elegido por la familia actual para rememorar “la hazaña”. Total que una mañanita de agosto Manu y yo nos plantamos temprano en Sedano, dimos con la casona familiar de los Delibes y tuvimos la suerte de poder disfrutar de una singular jornada ciclista con ellos. La casona es acogedora. La familia, desde el primer instante… ¡mucho más! Tras dejar nuestras bicicletas en la fresca corralada, vistamos el cuarto de las bicicletas, presidido por los retratos ciclistas dedicados de Juan (su hijo), Indurain, Contador y Lejarreta, los tres últimos, corredores por los que Delibes sentía gran admiración (aunque no fueran los únicos), pues él siempre mantuvo una gran afición a la bicicleta, tanto desde un punto de vista practicante, como de espectador. La habitación en sí está plagada de bicicletas: de carretera, de montaña, de niño, de todas las épocas y con una característica común, en funcionamiento. Subiendo unas amplias escaleras de piedra nos hicieron pasar a una especie de comedor “de batalla” para que compartiéramos desayuno con los participantes más madrugadores y algunas componentes de la caravana de apoyo. Nos fueron presentando de uno a uno a sonrientes hijas e hijos del prestigioso escritor, nueras y yernos, y algunos miembros de la tercera generación que parecían haber apurado algo más el escaso sueño reparador (eran fiestas en Sedano). La estampa era de “familia numerosa preparada para el ataque” (sé de lo que hablo): unos en ropa ciclista, otros en pijama o bata, pero todos interactuando, y el colectivo funcionando con naturalidad y eficacia pese al aparente caos. Desde esos instantes su sabiduría familiar consiguió que nos relajáramos completamente ante tanto desconocido y nos sintiéramos como en casa de amigos de siempre ¡impresionante!

 Algunos de los madrugadores posando en la casa familiar de
Sedano antes de la salida.

La marcha la iniciamos 12 ciclistas. Una de ellas Julia, primera mujer en la historia del “evento” que intentaba completar el recorrido integral (“la larga”). El resto del grupo lo componían los cuatro hijos varones del escritor (Miguel, Germán, Juan y Adolfo; en orden aleatorio), cuatro nietos, un cicloturista de Sedano, Manu y yo. La mañana era soleada y luminosa pero fresca. El inicio nos permitió rodar con facilidad por los lechos de los espectaculares cañones del Ebro y disfrutar de constante conversación con unos y otros, dependiendo de cómo la dinámica del pedaleo nos iba colocando en cada momento. Llegados a la base del ascenso del puerto de Carrales algunos aprovechamos para despojarnos de la prenda de abrigo matinal. La subida resulta muy agradable porque la carretera es espectacular, el paisaje único y el porcentaje permite mover el desarrollo con cierta facilidad. Una vez en el territorio superior de los cañones, fuimos dando cuenta de diversos toboganes, algunas curvas y largas rectas, mientras nuestra cara mostraba una clara tendencia a girarse hacia la izquierda (el oeste) para disfrutar del espectáculo de las nubes bajas llenando las hendiduras de los cañones. Circulábamos sosegados y de forma plácida, aprovechando el escaso tráfico para poder conversar mucho y, al menos nosotros, irlos conociendo uno a uno, encontrando talantes abiertos, amigables y con numerosos puntos en común en cuanto a aficiones e intereses.

 Juan y Manu en animada conversación al frescor de la mañana.

La primera parada la hicimos en Bricia. Se trata de un minúsculo agrupamiento de “cuatro casas” (casi literal), a ambos lados de la carretera, acodando una curva cerrada que sorprende tras una larga recta y marca una repentina bajada. La parada es obligada porque precisamente en ese paraje es donde Delibes paraba para avituallarse a base de huevos fritos con patatas y chorizo. En esta ocasión nos limitamos a un café o alguna bebida, mientras la extensa comitiva de vehículos de “apoyo” se reunía con nosotros. Aquello sirvió para presentarnos al resto de la familia asistente (me confieso incapaz de enumerarla aquí, aunque recuerdo a todos ellos visualmente) y para que algunos más se incorporaran al pelotón. Tal fue el caso de Cayo, todo un ejemplo de pundonor y apego a los colores del Banesto, que luchando contra la falta de entrenamiento, la peculiar ergonomía de su bicicleta, el calor y quizás hasta la falta de confianza en él por parte de sus más allegados, fue capaz de completar la etapa desde aquel punto hasta el final. Puedo imaginarme perfectamente que la gesta va a dar mucho juego en las sobremesas familiares y en los prolegómenos de futuras ediciones.


Dos momentos del ascenso.

El sol era ideal, porque cuando rodábamos no castigaba con calor. El día resultaba perfecto y así lo fuimos disfrutando mientras terminábamos de coronar Carrales y negociábamos el sinuoso y frondoso descenso camino a Arija. Poco antes de Cabañas de Virtus Baldomero partió el mecanismo de la maneta del desviador del plato. Que su montura fuera una Pinarello con grupo Campagnolo, y se tratara de una de las “joyas” del pelotón, dio cuartelillo suficiente como para que cierto “run-run” de cachondeo entre hermanos se fuera fraguando, estoy convencido de que eso no se va a quedar ahí… Comprobada la falta de posibilidad de arreglo, la resignación y la deportividad (de la de antaño) del protagonista, fueron suficientes para que todo siguiera su curso sin mayores complicaciones. Y en pocos minutos, disfrutando de las vistas del embalse del Ebro, alcanzamos el balneario de Corconte, segunda parada técnica. De nuevo generamos una reunión algo tumultuosa en los jardines del añejo edificio, pues era el lugar elegido para que se incorporasen a la ruta todos aquellos participantes que, bien por su juventud, bien por su inexperiencia ciclista, no se habían atrevido con los casi 100 km del recorrido completo, pero estaban deseosos de unirse a la tradición, al goce del pedaleo, a la sensación del pelotón y al homenaje del ilustre personaje, y en su caso antepasado. Allí se juntó toda la comitiva motorizada, que a esas alturas era muy nutrida. Despachamos plátanos y melocotones. La cobertura de asistencia no tuvo fisuras en ningún momento, la familia, perdón, “la caravana ciclista”, se comportó con total y amable consideración en todo momento, dispensando ánimos, avituallamiento, etc. En Corconte el incremento de unidades al pelotón fue notable, de hecho me resulta imposible calcular la cifra. La mayoría chavalería de ambos sexos, que montando diferentes tipos de bicicletas, se mostraban deseosos de formar parte de algo grande a nivel familiar (y a cualquier nivel tal y como yo lo veo desde fuera). Aunque personalmente la incorporación que más me llamó la atención fue la de una joven nieta de Miguel Delibes, que como muestra del espíritu deportivo sano y sin complejos que caracterizaba al escritor, se desprendió (literalmente) de los brazos y llantos del más pequeño de sus hijos (bisnieto de nuestro homenajeado), para, sin experiencia declarada en aquello del pedaleo de carretera, montarse sobre una Razesa de los años 70 (que le quedaba un poco grande) y unirse a la marcha hasta su final. “¡Chapeau!”, auténtica “educación francesa”.

Aquella parada me sirvió para poder echar un vistazo al “parque móvil” no motorizado, y la observación fue interesante, pues la “fauna” (utilizando el omnipresente referente a la caza en esta familia) tenía ejemplares de verdadero interés. Como curiosidad mencionar a la “termita” (una Woodworm), un ejemplo de bicicleta “low cost” con aspecto de máquina de competición profesional, ruedas perfiladas y algunos detalles disimulados, cuando menos… anacrónicos. Al parecer la bicicleta provino de una repentina compra vía internet, motivada por la necesidad de  que en alguna edición anterior del evento, la cuenta de participantes y monturas disponibles no cuadrara (otra situación clásica en las familias muy numerosas). El caso es que la bicicleta llegó, ahí está y aún se mantiene operativa y con un aspecto impecable, y hasta ahora, que sepamos, tan sólo ha sufrido un pinchazo, que precisamente fue reparado en Corconte. Para los amantes de las bicicletas retro mencionar que por allí desfilaron varios ejemplares de interés. Recuerdo una Orbea de los años 80, “disfrazada” de Romani, de la cual cuentan algunas anécdotas relativas a cierto candado con combinación, que cuando la bicicleta aún era seminueva, acabó por sucumbir ante el feroz apetito ciclista de los nietos… parece mentira que un hijo de Don Miguel osara ponerle “puertas al campo”… También creo recordar una Zeus con cambios en sus pegatinas y una bonita Massi, también de los 80, en excelente estado y que fue utilizada a lo largo de todo el recorrido. Pero mi debilidad fue la anteriormente mencionada Razesa, la más veterana de todas, en pleno funcionamiento y aparentemente conservando todos sus componentes originales. Lo mejor del asunto es que nadie del grupo, al menos tras mis sutiles indagaciones, era en absoluto aficionado a las bicicletas retro y su conservación. Lo que ocurre es que son gente que siguiendo la estela de sus fundadores familiares, anteponen el placer de montar en bicicleta al interés por los objetos en sí mismos y, esto no hacía falta que me lo explicara nadie, están acostumbrados a exprimir los recursos existentes, para dar juego al colectivo, generación tras generación, evitando el característico comportamiento compulsivo de la actual sociedad de consumo, basado en usar y tirar. Por lo que allí vi, los Delibes no aniquilan bicicletas, las heredan. Otra muestra de “educación francesa”.

 El legado perdura: nieta, madre, valiente, sonriente
y a lomos de una Razesa genuina.

El pedaleo por la orilla norte del embalse del Ebro fue una delicia. El día seguía brillante, el nivel de las aguas estaba muy alto y al fondo quedaban nítidamente enmarcadas “mis” queridas cumbres de Alto Campoo. Ese tramo sirvió para comprobar que el que tuvo retuvo. Juan nos llevó a unos cuantos con el gancho puesto y el plato metido, demostrando (bastantes décadas después) que por algo fue capaz de ganar aquella mítica carrera en Sedano (leer “Mi querida bicicleta”). El grupo andaba disperso por esta zona y fue reagrupado en las inmediaciones de Requejo. Fue la única ocasión en la que perdimos gente, lo cual demuestra, una vez más, que la organización aparentemente caótica, abierta e informal que demuestran algunas familias numerosas (“las mías” son un clarísimo ejemplo) ¡funcionan! Los extraviados aparecieron y el grupo y caravana se reunieron antes de acometer el esperado y deseado tramo de de descenso de las Hoces del Besaya.

De poco sirvió la reunión, aparte de echar risas, alborotar, picar algo y sacar algunas fotos. Porque una vez iniciado el descenso la disgregación se “reinició” ella sola. Una bicicleta que no era ni la “termita” ni de las retro… sufrió una rotura de cadena. El arreglo sirvió para que un nuevo vocablo irrumpiera en el inventario de terminología ciclista de los jóvenes Delibes: tronchacadenas. El descenso fue muy agradable. El viento del norte se mostró moderado y compasivo, exigiendo pedalear tan sólo en algunos tramos y permitiéndonos disfrutar de cierta velocidad en la rítmica sucesión de virajes junto al río Besaya a lo largo de su tramo más encañonado. En la entrada a Bárcena de Pié de Concha nos reagrupamos para tomar la antigua carretera y en una auténtica atmósfera de fiesta final, alcanzar nuestro destino en Molledo, donde la familia Velarde, fiel a su propia tradición, nos recibió con aplausos, brazos abiertos y un generoso refresco en su agradable y envidiable jardín. Se sucedieron felicitaciones y más abrazos, fotos y una copiosa comida multitudinaria, en la que pudimos hacer balance y tertulia sobre la experiencia vivida. Después vinieron las emotivas despedidas, las promesas de futuros encuentros y los respectivos regresos. Como anécdota final destacar que para acceder al restaurante tuvimos que circular por una especie de curva “sacacorchos” que en formato de puente de diseño moderno, salva un paso a nivel que en “Mi querida bicicleta” cobra especial relevancia…

La experiencia “Delibes” en la Sedano-Molledo ha sido algo maravilloso. Desde un punto de vista puramente ciclista es una excursión asequible, con distancia de importancia y gran diversidad de paisaje. Un recorrido muy bonito. Si hacemos balance desde nuestro particular óptica retro, bicicletas o indumentarias clásicas se integran allí como pez en el agua, pues se encuentran con naturalidad con una buena colección de ellas propiedad de la familia organizadora. Pero lo mejor de todo es la dimensión humana, la etnografía familiar en la que te ves inmerso, cual antropólogo investigador-participante que convive con el grupo estudiado, el cual no sólo te da la bienvenida, sino que te adopta con naturalidad desde el primer momento y se responsabiliza (sin presión) de que estés a gusto con ellos y con sus costumbres. No me cabe la menor duda, aún a riesgo de ser cargante y reiterativo: creo que todo ello es producto de la “educación francesa”, la cual, si atendemos a los textos de Don Miguel, no fue una iniciativa suya sino de su propio padre, es decir, si las cuentas no me fallan, del tatarabuelo de alguno que aquel día ya vestía un maillot amarillo del Tour de Francia…

 Objetivo cumplido ¿alguien lo dudaba?.
(Faltan algunos ciclistas en la foto).

Como lector aficionado creo que no me he equivocado. Lo digo porque aunque siempre me ha gustado leer obras de Delibes, tengo mis preferencias. Unos días antes de esta excursión, para ambientarme un poquito, me leí “Diario de un cazador”. Con “El hereje” disfruté muchísimo hace años cuando acababa de ser publicado. Pero sobre todo tengo un especial recuerdo de “El camino”, quizás porque todo se ambienta en algún pueblo de la cuenca del Besaya, donde al igual que mi hermano Juan y yo, durante aquellos eternos veranos en casa de mi abuela, los niños del libro se divierten con aquellos recursos singulares que la naturaleza norteña y el paisanaje rural local prodigaban décadas atrás. Sospecho que la carga autobiográfica de esa novela es importante, así pues, no es de extrañar que en lo que a mí respecta disfruto aún más con los relatos que el propio escritor hacía a costa de sus vivencias personales. “Mi vida al aire libre” me pareció una joya exquisita que pasé a incorporar como lectura complementaria para mi alumnado hace años. En realidad esta jornada ciclista ha supuesto, por encima de cualquier otra cosa, el privilegio de poder haber entrado en la prolongación de la vida del autor, en el seno de su legado humano. He podido convivir con su familia y sudar al lado de algunos de los que lo han hecho en sus páginas. He recorrido los escenarios y me han hecho sentirme parte del asunto. No tengo más que agradecimientos y felicitaciones. Y un modesto consejo para todos ellos: seguid la senda marcada… es la buena.

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