viernes, 8 de mayo de 2015

19. REGRESO AL FUTURO

"La estación del norte" (1918), Benjamín Palencia
(Museo de Albacete).


Estas aficiones personales que integro en mi proyecto “nómada 2015” cada vez me producen una más intensa sensación de estar viviendo en una hipotética novela de Julio Verne. Una dedicada principalmente a velocipedistas de su época, y que gracias a sus descabelladas propuestas y a sus singulares destinos, se pasan el día viviendo a caballo entre la modernidad y un nostálgico clasicismo ciclista. Las singladuras patinando quizás adquieren un aire más futurista. Con ese calzado tan moderno, las protecciones, la ropa técnica, casco, gafas, etc. y sobre todo la utilización de esas vías tan novedosas y aún extrañas al paisaje como resultan ser los carriles-bici que frecuentamos. Por su parte, la piragua ofrece el carácter de la exploración de nuevos parajes, un clásico en las aventuras de Verne, y aunque en ocasiones sean los mismos ya conocidos, se suceden desde otra óptica y se perciben como muy diferentes cuando se recorren en el casco de una embarcación. Pero con la bicicleta se expande este juego. Se goza igualmente de cierto matiz de exploración y descubrimiento paisajístico, pero además, en nuestro caso “retro”, nos permite viajar por el tiempo. La mayoría de las veces lo hacemos “trasladándonos” desde el presente hasta un pasado de glorias ciclistas, cuadros de acero y maillots de punto. Pero el pasado fin de semana la aventura se complicó, e inesperadamente entramos en una cuarta dimensión que, plegando el tiempo (y no el espacio, como sugiere Frank Herbert en su saga de Dune) nos mantuvo durante una larga jornada viviendo una escena ciclista, en el pasado y en el futuro, simultáneamente. Parece evidente que algo tan difícil de concebir, y que parece estar en contra de todas las leyes de la física, va a resultar complejo de explicar. Es por ello que en esta ocasión, la lectura vendrá marcada por apartados, pudiera perder un hilo narrativo convencional y requerirá algunos apéndices intercalados.

La Cofradía Velocipédica

“[…] una gavilla de amigos que, cuando van en pelotón, se hacen llamar Cofradía Velocipédica […]”.

Así es como Alejandro, un miembro de la aludida “asociación” define a este fenómeno social, modesto y clandestino, del que ya he hecho mención en alguna que otra ocasión en mi espacio de escritura. La Cofradía nació como “ecosistema” de interacción entre varios aficionados al ciclismo retro, algunos de ellos ya muy experimentados en la asistencia a los eventos actualmente existentes. Otros son aficionados, también motivados hacia tan particular asunto de interés común, aunque menos habituales a las citas colectivas. En cualquier caso, todos ellos gente de bien, personas de mentalidad y conducta saludable, pero de orígenes de lo más dispar. Tal es así, que en la mayoría de los casos nadie conocía a nadie previamente, y la casualidad, moldeada a través de los hilos del ciclismo retro, ha hecho que nos fuéramos juntando hasta crear este vínculo que denominamos Cofradía. La ligazón no es material, ni física, más bien emocional (mucho), relacional (bastante), virtual (recursos del futuro-presente) y sudada (en las afortunadas ocasiones en las que la bicicleta entra en uso). La Cofradía vive una activa dinámica cuya organización integra caos, iniciativa y una absoluta falta de liderazgo. Pese a ello, recientemente hemos dado cuenta de uno de los cometidos que a pocos días de su fundación, se erigió como función ineludible del grupo: la celebración anual de una ruta ciclista “Rememorativa”. Esto es, la recreación, en bicicleta retro, de una carrera, prueba o aventura ciclista del pasado, que por descubrimiento o planteamiento de alguno de los miembros, despierte el interés suficiente como para desear replicarla en el presente.

La cita: “Salamanca – Madrid en velocípedo”.

El mencionado Alejandro fue el primero en arrancarse con una propuesta. Lo hizo en el otoño del año anterior, cuando a sus manos llegó cierta documentación de prensa de finales del siglo XIX, la cual generosamente compartió con los demás. La crónica resultó tan suculenta y apetitosa que generó el germen de este cometido de la Cofradía, asumido por unanimidad desde el primer instante. Y fue precisamente él el encargado de poner en marcha la cita y organizar el asunto, aunque con la inestimable ayuda de Manu. Estamos pues hablando de que el fin de semana pasado nos reunimos en Salamanca para afrontar una ruta ciclista de unos 230 km, partiendo desde Salamanca hacia Madrid, repitiendo (por segunda vez en la historia), el trazado de una carrera, celebrada en 1895 (120 años antes), en similares fechas de mayo. Y haciendo honor a nuestra vocación, a lomos de nuestras bicicletas retro. Así pues, el presente y el pasado se darían la mano a través del itinerario, la documentación antigua, los participantes actuales, las bicicletas (cada una de su fecha) y el ilusionado espíritu atemporal de los protagonistas de antaño y de ahora.

Julian Lozano, ganador de la carrera Salamanca - Madrid
en 1895 (Foto: Compañy).

La encerrona.

Lo previsto, lo acordado, lo supuesto ya está explicado. Pero cuando a las 7 de la mañana, varios ciclistas retro aparecimos en la Plaza Mayor de Salamanca con nuestras bicicletas, cuando la iluminación eléctrica, pugnando ya con el amanecer, daba al lugar un aspecto magnífico, nos encontramos con una sorpresa inesperada. Al parecer un “pool” de entidades contemporáneas, seguramente maravillado ante lo ingenioso y atractivo del evento propuesto, había decidido… ¿cómo expresarlo?… como adoptarlo, y de esta forma integrarse en el mismo. El espíritu deportivo (el original espíritu deportivo) de los cofrades (además de un invitado retro singular que a ellos se había unido) se hizo patente una vez más, demostrando generosidad al aceptar las nuevas condiciones de realización de la hazaña y dando la bienvenida a toda una “troupe” de protagonistas que, por decirlo de una forma rápida y directa, no sólo no homenajeaban al pasado, sino que representaban el futuro. Así pues, aquello se convirtió en una especie de “encuentro en la tercera fase”, con la presencia, por un lado, de un grupo de “retro-grados” (personas que en esto del ciclismo retro ostentamos ya cierto grado) compuesto por: un servidor, Alejandro (principal artífice de tan singular experiencia), Javier (activo participante de alcance internacional) e Iñaki Gastón (¡Sí!, ganador del Gran Premio de la Montaña del Giro del 91, ex-compañero de Indurain, Perico, Kelly, Rominger, etc.). Todos nosotros ataviados con maillots antiguos y/o conmemorativos, bicicletas y equipamiento retro (homologado por los principales reglamentos vigentes al respecto en las marchas europeas) y acarreando más de cinco décadas de edad cada uno.

En frente, a nuestro lado, o incluso detrás, según los casos y momentos, el “Bicio Racing Team”, una lustrosa escuadra futurista, enfundada toda ella en uniforme corporativo, equipada con modernidades tales como pedales automáticos, cuadros de carbono o elaborados por las nuevas generaciones de artesanos, aparatos tecnológicos de monitorización de las constantes vitales y otros parámetros ergométricos y de posicionamiento global, etc. Formando parte de tan impresionante plantel: Hugo, Manu, María y Carlos. Es decir: un fichaje internacional, un tránsfuga, una engañosa joven de espectacular potencial ciclista y un “chával” de la cantera ante una nueva oportunidad para foguearse. En definitiva, el futuro, de cuerpo presente, todo él constituido por deportistas que aún gozarán de mucho tiempo de entrenamiento hasta que lleguen a cumplir los 50 años.

Rodando en grupo: futuro y pasado; en primer plano Manu
e Iñaki Gastón.

 Carlos (el canterano del futuro).

He de reconocer que aunque el panorama asustaba, uno ya está de vuelta de muchas andanzas y no se entrega el fracaso hasta que este se consolida. Y aquí fue un nuevo acierto el no amilanarse, porque si en algo comulgaron en perfecta armonía ambos grupos fue en respetar el talente que a todos nos caracteriza cuando participamos en actividades como esta: la camaradería y una absoluta falta de competitividad. Habíamos quedado para ir juntos, para disfrutar todos, para ayudarnos y para disfrutar en grupo. Y lo sucedido demostró que ese espíritu, aunque poco habitual en el ciclismo que se practica actualmente, fue posible en el pasado, es posible en el presente y parece que lo podrá seguir siendo en el futuro, al menos por nuestra parte. Y si no, que se lo pregunten a Iñaki, quien a lo largo de todo el trayecto dio explícitas muestras de encontrarse feliz y gratamente sorprendido de la nula beligerancia mostrada por todos los asistentes.

Entre las “novedades” provocadas por la “adopción” experimentada, destacó la curiosa circunstancia de que todos los participantes tuvimos que firmar un contrato oficial como “modelos”. Quién nos lo iba a decir a algunos a nuestras edades. El motivo fue la presencia de David ¡fotógrafo profesional! Que cubriría nuestra ruta, y que, todo hay que añadirlo, nos brindó una cobertura y acompañamiento de lo más agradable amable y servicial, junto con Naara. Un abrazo para los dos desde estas líneas.

Primera parte: Salamanca – Ávila.

Este tramo se hico muy pronto. Con breves aproximaciones diferentes hasta la Plaza Mayor, recorrido conjunto “neutralizado” por Salamanca hasta el “Puente Romano sobre el Tormes”, posado y salida oficial por la carretera nacional hacia Ávila. Aparte de reformas de trazado y circunvalaciones, estos 100 km iniciales coincidían con los de la carrera original. Pudimos salir poco abrigados porque la temperatura era agradable desde las primeras horas. Gozamos de viento de cola en algún punto, y lateral en otros tramos. Fue un sector muy reconfortante y agradable porque pudimos conversar mucho y rodar a medias decentes, y la carretera estaba enteramente a nuestra disposición, no solamente por la temprana hora en un sábado de puente, sino porque la calzada discurre paralela a una autovía. Paramos a mitad para tomar un café y después afrontamos algunos toboganes y una sucesión de subidas hasta llegar a Ávila, que nos recibió con calor, excelente vista panorámica y mucha gente en sus calles (demasiada gente). Para mí fue un tramo estupendo, tanto en lo relacional (pude ir hablando con mis viejos y nuevos amigos) como por las sensaciones ciclistas experimentadas.

 En Ávila.

Segunda parte: Ávila – El Escorial.

En Ávila paramos para comer algo tranquilamente, una vez cruzado el corazón de la ciudad. Fue un momento que muchos aprovechamos para quedarnos vestidos de corto, pues el calor apretaba mucho a esas alturas de la jornada. Desde allí, nuestro itinerario se diferenciaba del original, pues parecía la única manera sensata de eludir carreteras de altísima circulación, para superar la Sierra de Guadarrama y otras vías de imposible utilización para acceder a Madrid. Pese a ello, para mí fue la peor parte del viaje, porque sufrimos un tráfico muy amenazante, desagradable y hasta agresivo, el cual se mantuvo así hasta que iniciamos el ascenso al puerto de La Paradilla.

APÉNDICE 1: tráfico. Este mismo fin de semana (puente de mayo) ha habido 13 muertos en las carreteras españolas. Cuatro de ellos motoristas y dos ciclistas. El hombre civilizado no lo es tanto y, en nuestro caso nacional, lo de las cifras de accidentados en las carreteras es algo que parecemos asumir con naturalidad y automatismo y que, para demasiada gente, no altera su natural (irracional, irresponsable y en ocasiones criminal) forma de circular. He de admitir que la experiencia en aquel tramo me sorprendió muy negativamente porque experimenté situaciones que no vivo habitualmente por los lugares por los que suelo rodar en bicicleta: carreteras perdidas, algunas carreteras cantábricas y carreteras europeas. Nos pitaron y nos llamaron de todo. No todos por su puesto, pero si un porcentaje de vehículos motorizados demasiado elevado. Daba igual ir en fila (versión antigua del código de circulación), que en versión contemporánea (en paralelo), lo que trascendía era que molestábamos, que no deberíamos estar allí, aunque fuera un sábado en medio de un puente festivo y a medio día, circunstancias en las que no hay demasiado tráfico, ni tampoco debería de haber prisas. Nos adelantaron demasiado rápido y demasiado cerca en numerosas ocasiones, nos pitaron mucho, nos increparon bastante… fue desagradable e incluso atemorizador. Y en ello participaron también (y mucho), hasta las motos. Resulta que soy motero, que he viajado varios cientos de miles de kilómetros por Europa en motocicleta, y salvo que te dediques a dibujar temerarias trazadas de línea exterior a interior (y viceversa) en cada curva, no sé porqué les podían molestar tanto unos ciclistas a los moteros que por allí pasaron. Demasiada gente mostró allí una total ausencia de educación, conocimiento del código de circulación, respeto a la vida ajena y sobre todo: empatía. Quizá esta última capacidad humana sea la que más escasea entre la gente cuando circula. Una misma persona puede cambiar radical y repentinamente de actitud, opinión y conducta vial cuando se sube o se baja de un coche y se convierte en peatón, motero o ciclista. Pero la mayoría siempre opina que tiene razón en el momento presente en el que está circulando, sea en la modalidad que sea. Tengo pruebas de ello, tras muchos kilómetros de pedaleo amenazados e increpados por los “smokers motorizados”, algunos de nosotros no fueron capaces de bajarse de la bicicleta ni para caminar 100 metros con ella en la mano, cuando atravesamos algunos concurridos espacios peatonales de Madrid. Cuanto más alterno el uso del coche, la moto, la bici, los patines, los perros y los zapatos. Más me doy cuenta de lo difícil que resulta ser empático y por ello más me esfuerzo en tratar de conseguirlo. No sólo se trata de prevenir posibles daños a los demás (y por ende a ti mismo cuando asumes otro rol), también se trata de no atemorizar a los demás, y al igual que yo en ocasiones me siento amenazado por algún coche cuando circulo en bicicleta, mi madre o mis sobrinos más pequeños lo sufren si alguien (por mucho dominio que tenga) les pasa cerca pedaleando por las aceras.

El acceso al puerto surgía tras un espectacular viaducto, elevadísimo sobre el curso de un río. Este trayecto nos regaló algunas panorámicas muy bonitas, especialmente cuando cruzamos por encima de valles algo profundos. Además, a causa de las lluvias, el campo estaba excepcionalmente verde para estas latitudes. El puerto se hizo duro, el calor apretaba y la acumulación de kilómetros se estaba dejando sentir. Una vez superado, al otro lado, nos esperaba una placentera bajada con curvas bien trazadas, buen pavimento y una espectacular vista del Escorial como enmarcación. Nos emocionamos tanto que tres de nosotros nos pasamos de largo, y ya agotados, tuvimos que remontar desde la salida del pueblo hasta el monasterio, atravesando la estación de tren por debajo, en una especie de “ciclo-cross urbano indoor” y remontando después un duro ascenso. En El Escorial nos reagrupamos, continuamos con alguna pose para las fotos y disfrutamos de una segunda comida (o merienda) que para mí resultaba vital a esas alturas.

 Alejandro e Iñaki, coronando La Paradilla.

APÉNDICE 2: aliño belga. Mis experiencias belgas en esto del ciclismo me permiten afirmar que en nuestra Rememorativa de este año se incluyeron tres muros, dos de los cuales no estaban programados. El primero fue el acceso a Ávila a través de su muralla. Fue un muro ni empinado, ni muy largo, pero con auténtico adoquinado y de enorme belleza por su ubicación en pleno conjunto histórico. Lamentablemente el tráfico y el lío de gente nos mermaron bastante su disfrute. El segundo de ellos, sólo lo sufrimos Javier, Iñaki y yo cuando nos perdimos en El Escorial. Este fue largo, bastante empinado y con otro adoquinado en peor estado. Mucho más “auténtico” que el anterior, un  muro con verdadera categoría, en el que confieso que recurrí a los improperios verbales para espolearme y conseguir superarlo. Finalmente el tercero lo acometimos ya una vez terminada la etapa, cuando rodábamos hacia los coches para viajar de regreso y tuvimos que ascender la empinada cuesta (asfaltada) que va desde la residencia Blume inferior, hasta la fachada del CSD. Después de 225 km se hizo notar. Me recordó las imágenes de Valverde en la última Lieja-Bastogne-Lieja.

 Un descanso: enfundado en Teka, con Hugo y Carlos
(Foto: Naara).

Tercera parte: El Escorial – Madrid.

Al principio volvimos a sufrir de ese tráfico desagradable, insolente e incívico, aunque la fatiga nos tenía ya algo más narcotizados y ajenos al mismo. Rodamos a muy buena media gracias a la re-vitalidad de un repentinamente recuperado Iñaki, que junto con una incombustible y excepcional María, nos llevaron en volandas hasta Brunete y algo más allá. Las inmediaciones de la capital me resultaron muy agradables porque Alejandro había diseñado un trazado ideal, que utilizaba muchas calles de urbanizaciones, reguladas como zonas 30 o 40, así que volvió la tranquilidad y pudimos rodar mucho más sueltos. Todo el tercer tramo era con un casi permanente componente de descenso, lo cual fue algo digno de agradecer porque llevábamos encima muchos kilómetros, mucho cansancio y demasiadas horas de bicicleta. Pero en mi opinión personal, lo mejor llegó al final, cuando entramos en la Casa de Campo y recorrimos los últimos kilómetros de la aventura entre sus árboles, sin coches, con excelente temperatura y sabedores de que ya nada nos impediría consumar la hazaña. Rodando por aquel ambiente y acerándome a la ciudad que me acogió como estudiante durante cinco inolvidables años, me permití recrearme en estar batiendo mi particular récord personal de distancia: 225 km (entre pitos y flautas). Hasta entonces nunca había completado más de 180 km. Mi ciclismo suele ser un poco más desequilibrado hacia lo vertical que hacia lo horizontal… A través de Madrid-Río (fenomenal peatonalización), llegamos a Príncipe Pío y nos plantamos en nuestro destino, la Estación del Norte, mismo lugar donde se había situado la línea de meta de la carrera celebrada 120 años antes, por única vez (hasta ahora).

Destino completado, Estación del Norte (Madrid)
(Foto: Naara).

Regresos.

Desde la Estación del Norte madrileña hasta nuestros coches rodamos por el Paseo de la Florida y la Avenida de Valladolid hasta el Puente de los Franceses: precisamente el trayecto inverso que constituyó la recta final de la carrera de 1895, y el tramo en el que de haber “entrenadores” estos debían retirarse, dejando a los corredores solos. Desde Madrid a Salamanca volvimos repartidos en coches. Las cenas y noche del día de la prueba las disfrutamos algo dispersos en diferentes grupos porque finalmente la jornada llevó mucho más tiempo del previsto. Al día siguiente regresé a casa pero pasando por Toro, donde me pude despedir con más calma de Javier, Manu, Alejandro y su agradable familia.

El personaje y su libro.

Alejandro Luís Iglesias es un cofrade, un amigo, un ciclista (con todas las de la ley) y una auténtica caja de sorpresas. Da gusto hablar con él porque siempre te llevas mucho más de lo que eres capaz de aportar, y en definitiva, ese tipo de conversaciones resultan las más enriquecedoras. Su cultura no parece tener límite. Su conversar es pausado, sin prisas y con recreo en los detalles estéticos del asunto. En cuestiones de ciclismo es más bien “afrancesado”, especialmente en lo que respecta a su gusto por bicicletas de aquel país. Su sensibilidad musical, bibliófila y humanista quedan patentes cuando se pasa tiempo con él, así que se ha convertido en una compañía siempre deseable entre nosotros. En esta ocasión, además de haber levantado la liebre sobre la carrera Salamanca-Madrid, haber instaurado la tradición de la “Rememorativa” dentro de la Cofradía, y haberse encargado de su organización, ha ido mucho más allá ya, y ha escrito un delicioso libro sobre aquella carrera. Se trata de una obra de formato pequeño y ligero, diseñado con gusto clásico y unas dimensiones adecuadas para que pueda ser portado en un bolsillo de maillot. El libro sitúa los antecedentes de la carrera, contextualiza la misma dentro de la historia del ciclismo español. Describe los preparativos, su desenlace y algunas consecuencias de su celebración. Todo ello de forma amena, didáctica y atractiva, estableciendo un agradable y estiloso hilo conductor narrativo que nos lleva a través de numerosos extractos de prensa de la época. Para los aficionados al ciclismo retro y a la lectura es, desde luego, muy recomendable. Y más al tratarse de una edición muy corta y numerada ejemplar a ejemplar. Ha sido publicado por la editorial La Biciteca. Alejandro, mi más sincera enhorabuena y admiración por el trabajo, me ha encantado su lectura.

Alejando Luis Iglesias: “Historia de una carrera. Salamanca-Madrid en velocípedo (1895)”. La Biciteca. Salamanca, 2015.


El autor del libro durante el recorrido.

La carrera.

Para saber más (todo) sobre la carrera original, lo mejor es conseguir el libro y embarcarse en su lectura. A eso, añadir que la misma, remodelada en versión de marcha no competitiva y “clandestina”, ha tenido una segunda edición, que es de la que acabo de dar cuenta aquí. Que prueba de ello es una mención expresa que de tal hecho se hace al final del libro. Así pues, la que quizás haya sido la primera carrera ciclista en línea (no de ida y vuelta) celebrada en España, acaba de tener una segunda edición ¡120 años después! Lamentablemente, nuestro cofrade notario no pudo estar allí para levantar acta del hecho. Tampoco nuestro compañero registrador de la propiedad (en este caso más emocional o intelectual que inmobiliaria). El caso es que el reto se celebró y se consumó. Así pues podemos afirmar que la Salamanca-Madrid tuvo su edición pasada en 1895, tiene ya esta versión presente desde 2015, y tan sólo algún viajero en el tiempo podría confirmarnos de si también disfrutará de futuro.
Jesús Lozano (Foto de El Deporte Velocipédico)

Al comenzar la temporada actual me propuse incluir en la misma, tal y como ya hice a lo largo de la temporada anterior, una denominada “triple corona”. Es decir, tres citas ciclistas de 100 millas de longitud de recorrido o más. La Salamanca-Madrid ha sido la primera de ellas (225 km o 140 millas). La he logrado tras una preparación que ha flojeado mucho desde los primeros días de marzo, y con apenas 1100 km acumulados en bicicleta desde enero pasado, algo que me tiene realmente sorprendido. La segunda vendrá pronto con el recorrido largo de la Eroica Hispania y ya en verano abordaré un nuevo trazado de la Vaca Pasiega II.

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