viernes, 29 de mayo de 2015

22. NIÑOS


"Verano - 1904", Joaquín Sorolla (Museo Nacional de Bellas
Artes de La Habana).

Hoy voy a escribir sobre un tema escabroso. No debería de serlo, pero lo es. Nadie, en según qué foros de tertulia o cháchara, admitirá que es un asunto delicado, pero en el fondo sí que lo es para mucha gente. Me refiero a los niños, los hijos y su compatibilidad con estas aficiones de las que doy cuenta cada semana. Fíjense ustedes si el asunto trae cola que no descarto que por culpa del título o la declaración de intenciones temáticas de las primeras líneas, haya habido ya lectores que hayan decidido no continuar con el texto, porque sin duda existen bastantes adultos a los que la presencia infantil, les incomoda tanto, que consideran un pecado portal, un intolerable desatino, su mera presencia o acercamiento a sus sagrados momentos de expansión deportiva “para mayores” (esto en el caso del ciclismo de carretera es de lo más común). No seré yo quien les demonice por ello, quizás en cierta medida no les falte razón, todo ello depende de muchos factores, del civismo familiar, del respeto a los demás y de la concepción, infinitamente diversa, que cada cual tenemos de nuestras propias vidas. Lo que está claro es que los niños no son adultos, por mucho que haya algunas personas que se empeñen en tratarlos como tal. Pero tampoco son objetos, mascotas o aditamentos que hayan de tenerse en cuenta cuando están presentes… ¿exagero? Quizás. El asunto se complica porque lo que para algunos son niños (molestos, limitantes, alborotadores… o no), para algún otro (u otra) son sus hijos ¡nada menos!, el centro del universo. Y tal y como sentenciaba un venerable adulto al que a lo largo de mi vida tuve una gran admiración: “las ventosidades y los hijos tienen una cosa en común, que los únicos que se aguantan bien son los creados por uno mismo”. Groserías o crudeza de símil aparte, el sentido de la frase se hace de lo más comprensible. Sobre ello saben mucho los maestros y profesores, entrenadores deportivos, turistas de playa, etc. Y tiene mucho que ver con la educación familiar y con cómo se entiende e interpreta esta en cada hogar.

No voy a ahondar más en el asunto desde un punto de vista tan general. Intentaré centrarlo un poco más antes de acometer lo que realmente me propongo, que es ofrecer algunos consejos prácticos para la conciliación familiar a la hora de practicar las tres disciplinas que me ocupan esta temporada. Quizás algún padre (o madre) de familia me agradezca la intención, tome prestada alguna idea, e incluso se anime a ponerla en práctica, a mí no me quedó más remedio a lo largo de varios años.

Antes una cuestión de diagnóstico. Entre las diferentes maneras y concepciones que los padres tenemos de incorporar a nuestros hijos a nuestro mundo de ocio “de adultos”, existe todo un espectro de comportamientos, que se pueden ubicar en muy diferentes puntos de una especie de escala bipolar, situada entre dos extremos muy radicales. Uno de ellos se caracteriza por alejar y mantener completamente ajenos a los hijos de cualquier actividad de ocio y disfrute personal acometida por sus progenitores. Se trata de un estilo de educación familiar que incluso llegó a estar de moda, siglos atrás, entre los exponentes arquetípicos de ciertas clases sociales elevadas, y que se materializaba a través de una permanente cohorte de cuidadoras, “nanny”, institutrices, mentores, internados tempranos, etc. Sin tan costosa parafernalia, el extremo sigue estando vigente actualmente y hay gente que no hace jamás coincidir a sus hijos consigo en ninguna actividad social o deportiva, fundamentalmente para que no le molesten, para no tener que estar pendiente de ellos o para que no le estropeen el ritmo o el plan. En el otro polo estarían aquellos a los que podría adjudicárseles una adaptación de un eslogan publicitario de telefonía móvil de hace pocos años, “nunca sin mis amigos hijos”. Se caracterizan por llevarlos a todas partes: a una reunión de trabajo delicada, a una cena en la que todos salvo ellos son adultos y las conversaciones podrían ser incluso muy poco “educativas” según para qué edades, a un plan deportivo muy duro y sufrido, etc. Del primer caso se desprende cierta sensación de egoísmo, desnaturalización emocional y quizás, quién sabe, hasta falta de vocación paterna. Como consecuencia de ello, una actitud de criminalización hacia cualquier otro adulto que se persone donde sea acompañado de menores, ya que su mera presencia parece producirles algún tipo de alergia. Los afiliados al polo opuesto se caracterizan por no saber distinguir, ni tener medida a la hora de seleccionar a qué tipo de actividades y acontecimientos llevar a sus hijos y a cuáles no. Para finalmente aparecer con ellos en todos, transformando y desvirtuando algunos de ellos, por la necesidad de alterar el contenido, ritmo, filosofía, lenguaje… de los mismos. El primer bando se nutre de gente que odia a los niños, que no les soporta y que asume que sólo toma parte en actividades para adultos. El opuesto considera que no debería existir en la actual civilización nada de nada que no pudiera ser compartido con menores. Entre ambos extremos cada cual se ubica donde puede o donde considera oportuno, e incluso nuestra posición relativa puede variar según la naturaleza del hecho social que estemos considerando. Personalmente hay actividades a las que ni se me pasa por la cabeza llevar niños, otras a las que los llevaría según en qué condiciones y otras muchas de las que les he hecho partícipes. Equilibrio seguramente no lo haya, no hay una norma clara que establezca el ideal. Cada situación es cambiante y lo que haría falta es mucho sentido común e inteligencia social o emocional. Soy padre de familia numerosa, y aunque mis hijos están ya bastante creciditos, he prescindido de ellos en muchas de mis actividades de ocio y a la vez he intentado iniciarles y hacerles disfrutar de innumerables actividades deportivas, viajes y celebraciones sociales. Seguro que me he equivocado más de una vez, pero en cualquier caso, siempre he intentado valorar de antemano los pros y las contras, desde mi punto de vista, desde el de mis hijos y desde el de los demás asistentes.

Dicho esto, entremos en materia. Lo que pretendo es reflexionar en voz alta sobre la posibilidad de practicar ciclismo, patinaje y piragüismo con niños, tanto en su versión de jornada deportiva, como incluso de viaje itinerante. Y de antemano he de afirmar rotundamente que en los tres casos es posible, pues existen posibilidades de material que lo facilitan. Lo que hay que hacer es dosificar bien las dificultades, riesgos y exigencias de cada plan, adaptándolos a nuestros recursos personales, así como a la edad y capacidades de los niños. El objetivo no es generar un ocio para nosotros mismos (que también), si no para ellos, por lo que la motivación inicial y su mantenimiento son muy importantes. No debería intentarse por interés personal sino por generosidad hacia ellos, pero en cualquier caso, si la cosa funciona, se acaba convirtiendo en una inversión de futuro, pues con el paso de las décadas, no es descartable que acaben siendo los hijos los que organicen y propongan a sus padres, planazos deportivos del mismo tipo. La adolescencia tardía y la primera juventud son unas fases en las que los hijos tienden a volar libres y dejar de practicar con sus progenitores estos y otros tipos de actividades, pero si la iniciación infantil fue gratificante y causó suficiente impacto emocional, ésta acostumbra a regresar con la madurez y hace que los nuevos adultos tiendan a recuperar muchas de las actividades que vivieron con placer durante su infancia. Deportes “familiares” como es esquí, la montaña, etc. basan su permanencia, crecimiento y sostenibilidad de masa practicante en ello. Así pues, comencemos por un orden que me viene siendo habitual.

Ciclismo

La práctica de “montar en bicicleta” es compatible con los hijos desde casi cualquier edad. Gracias al fantástico invento del carrito para niños, los bebés pueden ser transportados sobre ruedas desde edades muy tempranas. El carrito permite además incluir los complementos imprescindibles como pañales, ropajes, termos con alimentos calientes, etc. Nuestro carrito era fantástico para ello, pues además de tener de un pequeño hueco-maletero, era biplaza y tenía la opción de ventanas-mosquitera para cuando hacía mucho calor o ventanas impermeables si llovía o hacía frío. Todo ello en un artefacto ligero, plegable y con un sistema de fijación a cualquier bicicleta que permitía una magnífica conducción, y trazar curvas inclinando la bicicleta de forma independiente a bastante velocidad en los descensos. Cuando lo adquirimos, en el año 1998 en el extranjero, en España era casi imposible hacerse con uno, pero desde entonces todo se ha facilitado enormemente, y ahora tan sólo se trata de elegir bien el modelo. Con un carrito se pueden acometer jornadas de bicicleta largas o viajes de varios días. Los niños disfrutan y cuando se cansan se duermen en marcha. Lógicamente hay que realizar paradas para que puedan bajarse, disfrutar de los lugares y mover su cuerpo, pero el ritmo del grupo es muy fácil de organizar. En cuanto a los trayectos elegidos, personalmente he subido algunos puertos, disponiendo para ello de tres platos y paciencia. Esto es como el chiste del yunque en el desierto, aunque te parezca que “andas poco” y que vas muy lento, si lo practicas mucho, cuando salgas a solas con tus amigos de las bicis carbonatadas, les vas a dar un buen susto cuesta arriba. El factor limitante (aunque es una cuestión muy personal) es que nosotros solamente diseñábamos trayectos por carriles-bici, pistas forestales o carreteras rurales de circulación casi anecdótica y firme irregular, para no poner en peligro vidas tan inocentes. Aún así, las posibilidades son enormes y se puede viajar muchísimo.
 Disposición familiar en un viaje en bicicleta. El carrito
resultó un elemento fundamental durante años.

Pedaleando en familia.

Las sillitas para niños en la bici son una opción poco recomendable para viajes o jornadas deportivas, porque en ellas los niños se cansan antes, porque van muy restringidos de movimientos. Si llevan algún peluche, este se cae cuando se duermen. Las oscilaciones de la bicicleta hacen que no podamos llevar a los más pequeños hasta que sean capaces de fijar su cuello con estabilidad suficiente. Aún superada esa fase, si el infante se duerme, se le cae la cabeza hacia delante o hacia los lados. Por otra parte, hay un momento muy peligroso que es cuando alguien deja la bicicleta posada, con el niño colocado, y se va a hacer un recadito, una necesidad rápida o a ayudar al de al lado. En tales situaciones la estabilidad de la bicicleta se ve muy comprometida, y ésta se puede caer de repente con el menor incorporado. Las sillas son una buena solución para paseos muy cortos, complementar a los carritos si la familia es muy numerosa o, sobre todo, transporte urbano cotidiano en tramos cortos (guardería, parque, compras, etc.).
La sillita fue nuestro recurso inicial.

El carrito se convierte en un escalón inicial que da paso a la bicicleta del niño. La didáctica de la bicicleta ha dado algunos tumbos a lo largo de la historia, pero el proceso de progresión ahora está más claro que nunca: erradicación total de los “ruedines”. Ahora los niños pueden aprender a montar en bicicleta prontísimo, además no tardan nada y encima no es necesario que sus padres de deslomen empujándoles. Cualquier niño que vaya en carrito o en sillita,  en seguida va a pedir bicicleta propia. Y en esto no hay que equivocarse, hay que darle una draisiana del Siglo XXI, es decir una de esas bicicletas de ruedas finas pero sin pedales, de esas que suelen ser de madera, con asiento regulable en altura y posibilidad de una posterior incorporación (o no) de pedales. Con una bici de estas características el niño es autónomo y comienza por caminar montado en el artefacto, pronto pasará a correr con ella, y los periodos con las piernas en el aire se van a ir prolongando progresivamente, generando el aprendizaje del equilibrio necesario. En poco tiempo se pone a bajar cuestas y a aprovechar la inercia en el llano. Frenará con los pies en el suelo y en las curvas aprenderá a inclinarse según la necesidad con naturalidad. Finalmente, al ver a otros niños pedaleando, acabará pidiendo unos pedales y en cuestión de minutos, él (o ella), montará en bicicleta sin problemas y sin ayuda de nadie.

Con ello habremos llegado a un momento delicado para nuestras excursiones. Cuando el niño ya sabe montar en su propia bicicleta, pero aún es demasiado pequeño para acometer distancias de una mínima envergadura. No es para tanto, serán apenas un par de años en los que el consejo es sacarlo mucho a pedalear, cada cual en nuestra bici, para que se vaya acostumbrando y ganando “distancia”. Si la propuesta de itinerario es razonable, atractiva y llevadera, nos sorprenderá muy pronto el kilometraje que podrán llegar a cubrir desde edades bastante pequeñas. Desde ahí ya solo es cuestión de ir dotándoles de las bicicletas de talla y funcionalidad adecuadas para su edad y estatura. Rotaciones familiares, “trocatlones” y demás, facilitan mucho este proceso. Así podrán acometer viajes cada vez más largos, excursiones más aventuradas de bicicleta de montaña, etc. Personalmente ya pasé por esa fase y los mayores ya participan conmigo en alguna que otra retro, o salimos a rodar en BTT o a disfrutar de algún fin de semana viajero (“de mayores”) de vez en cuando.
 Primeros recorridos de la menor en su bicicleta.

 Conquistando los bosques y montañas.

Viaje cicloturista familiar a su paso por una trinchera ferroviaria.

Antes de cambiar de modalidad, me gustaría añadir una cuestión de verdadera importancia para los que dentro del amor por la bicicleta, sentimos predilección por su versión retro. Algunos nos lamentamos de no atesorar alguna bicicleta heredada de nuestro padre u otros antepasados. Por lo menos, yo dispongo de mi primera bicicleta de corredor, y alguna otra a la que voy “haciendo mía” compartiendo con ella gestas deportivas o asistencia a eventos singulares. No sé qué será de ellas cuando me toque desparecer de este escenario terrenal, pero al menos mis hijos disfrutarán de la oportunidad de quedarse o deshacerse de ellas. Me sienta bien saber que al menos tendrán la opción de elegir, y sospecho que alguno de ellos va a decidir quedarse con alguna (al menos la primera de todas), la cual, con el paso de tiempo, poco a poco, sigue adquiriendo cada vez más valor histórico y sentimental.

Patinaje

El patinaje también es compatible con los niños casi a cualquier edad. De hecho recuerdo haber salido a entrenar hace muchos años con alguno de mis hijos de bebé a cuestas. Por favor, no piensen ustedes en una mochila deportiva, tal opción debería estar prohibida por la ley, porque por mucho que uno pueda ser un virtuoso de los patines, hasta los campeones del mundo se caen, y las consecuencias para el niño serían imprevisibles. No, la solución es bien sencilla, se trata de conseguir un carrito de transporte de tipo “todo-terreno”. Sí, son una especie de triángulos de lona con ruedas hinchables y chasis tubular, bastante alargados y con un asa posterior con freno de bicicleta incluido. Esos que inicialmente diseñados para correr, acabaron poniéndose de moda en las ciudades, casi a la vez que los vehículos “4x4” entre los padres de los niños. Modas aparte, el invento da muchísimo juego, no solamente para correr o pasear por pistas forestales, si no sobre todo para patinar. El carrito es muy estable, permite deslizarse muy bien tras él, apenas reduce la marcha, tiene capacidad de frenada suficiente como para detener al patinador y al propio “vehículo” y se conduce estupendamente. Tal es así que puede generar un riesgo que debería tenerse en cuenta, y es que facilita tanto el patinaje, que puede hacerlo asequible incluso a personas que no lo dominen mucho sin carro, y generen en ellos un exceso de falsa seguridad, por sentirse más estables agarrados y por disponer de un freno tan sencillo. Cuidado con ello, pues podrían ponerse en riesgo ambas personas: niño y patinador. Un buen detalle es una correa que llevan muchos de estos carritos, de forma que si te caes lo hagas de forma independiente, soltando inmediatamente el carro y aún así, se evite que este salga circulando cuesta abajo o hacia algún lugar por el que caerse o chocar. Una bandeja inferior o un espacio portabultos en el respaldo, nos permitirán igualmente llevar el termo, los potitos o la imprescindible manta de protección por si baja la temperatura. Es bueno que disponga de visera protectora para el sol (si llueve, el consejo es no salir, pero en ese caso los patines son el primer factor limitante y no el niño).
 Mega-mix por Las Landas: combinando bicicletas con patines.
El carrito de la derecha es el modelo referido para patinar.

Madre e hija por el Sena peatonalizado.


La familia sobre ruedas (pequeñas).

Lo mismo, niño que ve patinar, niño al que probablemente se le antoje patinar. La recomendación es dotarle de patines cuanto antes, protecciones y, sobre todo, muchas oportunidades cercanas y habituales en las que poder ponerse a probar, y si es con más niños con patines alrededor mucho mejor, porque así no desfallecerá. ¿Enseñarle nosotros? creo que no, pues se hacen dependientes y temerosos, es mejor que aprendan por experimentación e imitación. Durante este periodo no hay viajes posibles, aunque si ratos familiares patinando. Los primeros años hay que facilitarles simultáneamente dos cosas: patines de su talla y situaciones de diversión con patines. Para lo primero, además de los sistemas de rotación de material empleados con las bicicletas, el mercado nos ofrece algunos modelos interesantes de patines en línea que son de talla variable y sirven para varios años, además algunos son patines de bastante buen rendimiento y calidad. En cuanto a la diversión, variedad de recorridos, reunión con más niños, pequeñas excursiones, habilidades y obstáculos, hockey adaptado (“floorball”), son algunas de las posibilidades que podemos ofrecer, hasta que su capacidad nos permita, con el tiempo, alargar los recorridos y atrevernos a realizar algún viaje. Lo normal, si optamos por esta modalidad, es que a poca constancia de oportunidades que les ofrezcamos, enseguida los hijos superarán a los padres en habilidad y rendimiento, al ser esta una modalidad poco habitual en nuestro país.

Piragüismo.

Pues tampoco aquí vamos a tener dificultades, no si evitamos ser temerarios claro. La regla número uno es que estaremos en el agua, y conviene saber algo del universo acuático si vamos a desenvolvernos por él. Quiero decir que habrá que evitar riesgos por corrientes, olas, cambios repentinos del entorno o dificultades de embarque o desembarco. Aclarado esto, y una vez elegido en qué escenarios podemos practicar el piragüismo infantil y en cuáles no, la incorporación de niños a la actividad va a depender sobre todo de los recursos materiales. En concreto del tipo de embarcación para cada momento de edad. No debería ser necesario advertir que el uso de chaleco salvavidas será imprescindible, así como, en su momento, intentar hacerse con palas de tamaños infantiles, más cortas y más ligeras, pero insisto, los detalles definitivos se centrarán en el tipo de barco.

Si se quiere pasear o desplazarse navegando a remo en aguas tranquilas, llevando con nosotros algún niño muy pequeño, tendremos que optar por una canoa, que además de ser muy estable, pueda permitirnos acomodarlo bien y poder transportar los diferentes enseres necesarios. Pero además, es imprescindible llevar tripulación, es decir, al menos ser dos adultos en la embarcación, porque puede surgir cualquier necesidad de atender al niño (o niños), y entre tanto, la embarcación jamás debería quedarse sin gobierno, sea cual sea el paraje en el que estemos. La transición, a medida que avanza la edad de los niños es mucho más sencilla en este caso, porque la criatura puede ponerse a remar cuando quiera aprender, y da igual que se canse pronto o tarde porque el adulto siempre podrá seguir paleando él solo. De esta forma podemos calcular las distancias de viaje o recorrido teniendo en cuenta nuestra capacidad individual para la canoa o piragua concreta, aún cargando con otros. El cambio de embarcación puede que no nos interese nunca, pero si somos de los que preferimos un kayak, podremos optar por uno doble, estable y navegable, más adelante, cuando el menor ya sepa nadar con soltura y tenga talla suficiente como para que ya “sobre” en la canoa y deje sitio para los demás. El paso hacia un kayak doble nos lo podemos incluso saltar si preferimos que disfrute de su propio kayak individual, al final todo ello va a depender del material disponible (propio o alquilado), de la edad y pericia del menor o incluso de la organización familiar (cuantos seamos y como nos repartamos). Para facilitar todo esto es bueno que los chiquillos sepan remar, pero eso es algo bastante sencillo que se va cogiendo de forma natural con una práctica eventual. Si siempre optamos por entornos seguros y embarcaciones con estabilidad razonable, tal combinación no nos ofrecerá dificultades.

Preparado para su primer paseo en canoa.

 Aventura otoñal: explorando entre los juncos.

 Distribución familiar en piraguas dobles y sencilla.

 Madre e hija en las Hoces del Duratón.

 Navegando en solitario

En canoa viajan todo tipo de invitados: parada para baño
con Macallan.

En mi familia se da la circunstancia de que a cada uno de mis hijos le ha dado por aficionarse a la práctica de un deporte prioritario diferente. El baloncesto, la navegación a vela, la equitación o el atletismo, son practicados de forma independiente y autónoma, y me alegro por ello. Sin embargo, hay aficiones compartidas que nos unen y reúnen a todos, y el esquí es el principal referente. Pero además, cualquiera de ellos dispone de bicicleta y se anima de vez en cuando a compartir recorridos con los demás. Todos ellos saben patinar, e incluso algunos me han acompañando a algún evento sobre ruedas. Y de igual manera, remar en piragua es algo que aprendieron a hacer desde muy niños, nada exigente, lo suficiente como para poder disfrutar y dominar embarcaciones propias o ajenas, yendo de viaje o de excursión, en familia o con sus amigos. Por lo tanto podemos gozar practicando juntos de vez en cuando, aunque somos lo suficientemente independientes como para saber disfrutar (y respetarnos los unos a los otros), cuando decidimos apuntarnos a alguna actividad sin los demás. No se trata de dar lecciones a nadie ¡faltaría más! Únicamente cuento mi particular experiencia, mi modo de ver las cosas, el cual no se aleja demasiado del aprendido de mis padres. Me hizo feliz entonces, al igual que lo hace actualmente. Cada cual que se organice como desee o crea conveniente, pero una cosa he querido dejar clara: que no sea por falta de posibilidades el que dejemos a los niños sin una saludable y placentera iniciación deportiva no necesariamente competitiva.

Una de las bondades de practicar deporte saludable, de paseo o de viaje, es que facilita cierto mantenimiento de la forma física, aún a pesar de ir cumpliendo años. No sé si seré capaz de mantener un estado de forma medianamente aceptable durante muchos años, pero en tal caso, si el futuro se me presenta con nietos, quizá me toque desempolvar el carrito de la bicicleta o sacar la pala infantil para salir a pasear o acometer algún viaje temático con ellos. No es algo a lo que aspire o con lo que sueñe, la cuestión no depende de mí ni me incumbe. Si ha de ser será, y en tal caso, eso sí, procuraré estar preparado, por si la descendencia lo pide y lo desea. Eso le ocurrió precisamente a mi padre, quien aún entrado en los 80 años de edad, seguía siendo un acompañante deseado por sus nietos para las jornadas de esquí familiares.

2 comentarios:

  1. Jose, me ha gustado mucho tu escrito. El deporte, al igual que la educación (no la del cole sino la de casa) hay que que inculcarlo e ir madurandolo continuamente desde muy pequeñitos. Al final los niños nos copiarán y harán lo que nosotros hacemos. Yo también me compre un carrito para la bici que ahora se lo he pasado a mi hermano, ya que el pequeño Juan ya va sin ruedines derrapando por todas las curvas con 4 años.
    La verdad que el carrito me ha facilitado el poder salir a disfrutar de la bici muchos días, aunque tenia que volver con dos en el carro y una bici metida y atada con cuerdas en el pequeño maletero, pero lo positivo era que hacíamos piernas tirando de todo ese peso hasta llegar a muestra casa que esta en un alto.
    Me gustaría hacer un comentario constructivo para todos aquellos padres que deciden sacar a sus hijos por la ciudad a andar en bici o patines. Les aconsejo que se lean las normas de circulación y que les enseñen a sus hijos como se debe circular correctamente. Creo que es bastante evidente que la mayoría no lo hace, seguramente porque los padres ni la conocen, pero se empieza por eso, por saber educar bien a nuestros hijos desde el respeto de las normas, al medio ambiente y respeto a los demás.
    Muy buen articulo Jose. Un saludo.

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  2. Hola José:
    Que envidia. He practicado caso todos los deportes que comentas y he intentado inculcarlos en mi familia y ha sido imposible.
    ¿responsable? el que suscribe. No he sido capaz de conectar emocionalmente con mis hijas/ mujer. y soy de los que quitan la aficion.
    Comprá a mi hija una bici BH rosa que le quedaba grande y no llegaba a los pedales. ¿solucion? :tacos suplementarios lo que hizo que anduviese incomoda hasta que llego a la altura necesaria.
    Cuando tuvimos a la segunda compré una sillita en Dinamarca (en España no había) a principios de los 90 para llevarlas conmigo y esa era mi intencion pero...
    Coger la bici para dar un paseo urbano y meterle a mi hija mayor con 9 años una cuesta de muerte fué la causa de que odiara la bici hasta hace 5 o 6 años ( y tiene 29).
    Levarla remolcada con un pulpo por una pista y caerse por su falta de habilidad y la consciencia de quien suscribe hizo que la odiase aún más
    Iniciar el camino de Santiago con mi hija menor de 12 años y hacer una primera etapa de 60 km hizo que mi segunda hija odiase la bici hasta hoy ( y tiene 23 años).
    Intentar salir con mi mujer a dar un paseo en bici inicilmente llano por tierra de Campos meterle otra cuesta (que para mi es una tachuelilla) y pedir cita para el proceso de divorcio fue todo uno.
    He intentado de todo pero MAL
    Del monte... Ni hablar.
    Lo único que me salva con mujer son las caminatas por todas las vertientes del Camino de Santiago y con todas ellas, el esquí porque somos de alguna manera autónomos y ya las dejo a su ritmo.
    Pero desde luego como entrenador no hubiese tenido precio.
    Me ha gustado el articulo porque me ha permitido recordar y reflexionar sobre todos mis grandísimos fallos de consumidor deportivo sin mesura conmigo mismo y con mis familiares.
    En fin..
    Un saludo

    TCFCPP

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