viernes, 26 de junio de 2015

26. CERVEZAS DE CANTABRIA

"En el café-concierto", Edouard Manet
(Walters Art Museum)



Hoy cumplo una deuda contraída hace unos meses cuando dediqué un texto a cervezas relacionadas con el ciclismo. Entonces, creo recordar que me comprometí a dedicar un capítulo a las cervezas artesanas elaboradas actualmente en mi región. Y eso me dispongo a hacer ahora. Advierto de antemano que, en principio, no existe ninguna relación especial entre la cerveza de Cantabria y las modalidades deportivas que nutren mi escritura, pero nunca se sabe… quien me lea habitualmente ya me conocerá y sabrá, a estas alturas, que en ocasiones puedo encontrar conexiones insospechadas entre los asuntos de los que hablo.

Cantabria, en cuestión cervecera, no es más que otra muestra de la actual, afortunada y bienvenida, tendencia nacional en lo que respecta a la elaboración de cervezas de carácter artesano y de tirada corta. Tendencia sustentada en una vocación emprendedora, casi lúdica y modesta, de numerosos aficionados a tan popular brebaje. Son muchas las personas que se han puesto a ello por todo el territorio nacional, y lo mejor de todo es que, en la mayoría de los casos, están consiguiendo agradables resultados. Ignoro si estas aventuras estarán siendo rentables o no desde un punto de vista económico, pero si dan lo suficiente para crear algunos empleos, saciar ilusiones productoras y satisfacer sedientos paladares, a mi me parece un movimiento social al que cuidar y corresponder con nuestro consumo.

El binomio Santander-cerveza me trae vagos recuerdos de la infancia. De niño me pareció una bebida de lo más desagradable, creo que en sí misma reúne todos los condicionantes que hacen que algo resulte absolutamente repulsivo para los gustos infantiles. Debe ser sabiduría biológica porque a partir de cierta edad, el mismo líquido se transforma en algo deseable y casi imprescindible cuando el calor aprieta o los esfuerzos deportivos acaban de culminar. Así que recuerdo que cuando probé algún sorbo de pequeño, me pareció un auténtico horror y pospuse su consumo hasta la juventud. Sin embargo, como iba diciendo, me trae muchos recuerdos porque en la misma calle donde vivíamos, unos 200 metros más abajo, estaba ubicada la fábrica de la Cruz Blanca, en un solar que me parecía amplio, con un patio para camiones y con una elegante entrada a la finca, en forma de arco gótico coronado por una escultura de un gran barril de cerveza. Por allí delante pasábamos muy a menudo y no me olvido de aquel singular olor y del constante ajetreo de carga y descarga de barriles. Lástima de la desaparición de aquel inmueble.

Antigua fábrica de cerveza Cruz Blanca en la calle San
Fernando de Santander.


Actualmente, en nuestra capital parece haber varias espumosas erupciones difíciles de localizar y de seguirles la pista. No sé si obedecen más a actuaciones semi-clandestinas y experimentales, o a procesos de aprendizaje, que a verdaderas iniciativas productivas. El caso es que navegando por la red, que no por la bahía santanderina en mi kayak, he dado con referencias de las siguientes, aunque aún no he tenido la oportunidad de probar ninguna de ellas:


  • “Hopland” (sospecho que se trata de una propuesta ¡casera-casera!): ofrece variedades como “A Naughty Ale”, “YeIPA” o “Black Hope Derribado”. ¿Su localización?: “Who knows?”, pero tienen sitio en Internet (http://hoplandbeer.blogspot.com.es/).
  • “Sotileza” (Marca que se declara de Santander, aunque su ubicación productora y comercial parece ser itinerante, por el mundo y sin sede fija aún): “El ángel”, “Czerwone ale”, “La Inés”, “Bengala”, “1783 Brown Ale” y “1783 Pale ale”. Tiene pinta de ser una producción tan personal que se instala donde lo hace su responsable.
  • “Santa” (otra aparente micro-iniciativa, localizada en el centro de Santander). Su dirección no podría ser más castiza: la calle Río de la Pila, durante décadas uno de los centros neurálgicos del ocio nocturno de la ciudad, una empinada cuesta plagada de bares y garitos de todo tipo. En este caso parece ser que presentan una única versión denominada “Santa”.

Pero vamos a abandonar la ciudad porque la verdadera irrupción comercial de la cerveza en Cantabria, tal y como ha ocurrido históricamente con el ciclismo deportivo, se produce en la provincia y no en su capital. Va a ser complicado esto de ligar la cerveza con la bicicleta (o con mis otras modalidades), pero no hay nada que la escritura no permita y lo intentaré a través de un “método comarcal…”

En esta edición de 2015, la Vuelta ciclista a España tendrá un final de etapa en el collado de la Fuente del Chivo, en la estación de esquí de Alto Campoo. El puerto es exigente y se endurece especialmente en su culminación, alcanzando casi los 2000 metros de altitud (depende dónde coloquen la línea de llegada, podrá estar en torno a los 1996 metros). Lo he subido un par de veces y es un puerto que me gusta y al que me une una especial ligazón emocional por haberme criado esquiando por aquellas laderas y montañas. Reinosa es la capital del valle de Campoo, nacimiento del río Ebro y escenario de correrías ciclistas de algunos ex-corredores profesionales cántabros, como por ejemplo los “esprinters” Alfonso Gutiérrez, cuyos padres nacieron muy poquitos kilómetros al norte de allí, o Fran Ventoso, que al menos en su época de juvenil vivía cerca de la carretera que va desde la capital campurriana hacia el mencionado Chivo. Haber ha habido más, desde luego, y quiero recordar especialmente a la olímpica Belén Cuevas, simpática y pundonorosa muchacha a quién tuve el gusto de conocer hace muchos años. Da la casualidad de que el espacio más plano del valle, disfruta de un bucle de carril-bici que esporádicamente utilizo como alternativa de entrenamiento de patinaje, cuando ya estoy muy aburrido de repetir en los que están cerca de casa. Dándole un par de vueltas, me salen unos 50 km, que no está nada mal.

Pues al parecer, aunque aún la desconozco, en Reinosa elaboran una cerveza de tirada corta, la “Ibre Pilsen”. Seguramente se trata de otra “micro-cervecería”, quizá aún si razón comercial. Lo ignoro, indagaré algo más la próxima vez que me pase por allí, que espero que no sea a demasiado tardar.

Collado de la Fuente del Chivo en invierno. A la derecha de
la foto se aprecia el final de la carretera nevada, que llega
hasta una estrecha pista que sigue ascendiendo hacia el
pico Tres Mares.

Santoña es una villa marinera de singular personalidad y ubicada en un enclave muy especial entre las marismas de la desembocadura del río Asón, el agreste peñón del monte Buciero y el largo y estrecho puntal de arena de Laredo. Tal es así que Santoña parece casi una isla, rodeada como está de agua por casi todos sus costados, y teniendo que acceder a ella, en cualquier caso. Por alguna de las dos vías que, durante algunos kilómetros, surcan la marisma mostrando acuíferos a ambos lados de la calzada. Santoña tiene una playa de ría y otra abierta al salvaje mar Cantábrico, un monte muy interesante, vestigios bélicos napoleónicos, muchas empresas conserveras y gran movimiento pesquero. El paso por la villa es relativamente frecuente en algunas rutas de entrenamiento ciclista que realizo cada año, pero lo que no he conseguido nunca hacer, por culpa de un veto medioambiental, impuesto por la administración, que protege es espacio natural de las marismas, es recorrerlas con mi kayak, algo que me encantaría poder disfrutar con acampada incluida. Desconozco si la prohibición es o no acertada o justa, aunque recuerdo que inicialmente resultó polémica al limitar la navegación de ocio sin motor (básicamente piragüista) pero permitiendo la explotación parcial motorizada (marisqueo). Pero hablo de recuerdos borrosos e imprecisos así que no quiero criticar el asunto porque asumo mi total desconocimiento actual sobre el mismo.

En Santoña hay ambientazo de bares casi a cualquier hora del día. Y recientemente, un avispado ciclista retro que tengo la suerte de tener por amigo (Carlos Arozarena), me chivó el detalle de que en una taberna local, sirven (que no venden, para que te puedas llevar alguna) una cerveza artesana rica y algo dulzona, a la que denominan “Del Puerto Ale Abadía”. Hace poco, por motivos laborales, pasé por la villa y me reservé veinte minutos para acercarme a probarla. Y me gustaron las dos: la cerveza y la taberna.
Vista aérea de Santoña. Al norte la playa de Berria, al sur el
puntal de Laredo. La villa rodeada de marismas.

Por Pontejos si que paleo alguna vez con el kayak, aunque está lejos de Pedreña y acercarse hasta allí requiere un largo rato de remada a través de los “páramos” del sur de la Bahía de Santander, el paisaje habitual cambia, puedo navegar rozando un par de islotes y bordear la finca del antiguo sanatorio decadente de Pedrosa. Todo ese rumbo de navegación se hace casi a los pies de Peña Cabarga, esa violenta y agresiva ascensión que suelo tantear una vez al año como alarde agonístico personal. Ese escenario de espectaculares finales de etapa, habitualmente vinculantes para la Clasificación general final (como en aquella dramática lucha entre Juanjo Cobo y Froome en la Vuelta de 2011). Pontejos está debajo de “la Peña”, cerquita de Heras, haciendo esquina frente a El Astillero y a Santander. Precisamente en la parte más cercana a Heras (y por lo tanto a Peña Cabarga), tiene una recta llena de naves industriales en las que se ubica la sede y almacén de Cervezas La Grúa. Se trata de una cerveza artesana comercializada y fácilmente disponible en bastantes bares de mi zona de residencia: los pueblos costeros del arco sur de la Bahía de Santander. Es una cerveza rica y con personalidad. No sé si será cosa del destino, pero el caso es que el local de la empresa cervecera está pegado a otro, ahora vacío, en el que durante algún tiempo hubo una especia de rastro de artículos viejos, y allí, precisamente, es donde adquirí hace un par de años aproximadamente, mi bicicleta Eibarresa, una Super Cil de los años 60.
Fachada de la nave de cervezas La Grúa en Pontejos.

Ampuero, Ramales y toda la comarca del río Asón han estado siempre muy ligados a la historia del ciclismo de Cantabria. La saga de la familia Ateca (de Udalla) es un  buen ejemplo de ello. Mercedes Ateca fue la primera campeona de España de ciclismo de carretera en el año 1979 y repitió triunfo en los años 80 y 81. Pertenecía a la Peña Santiesteban, pero al residir posteriormente en Francia, corrió también para Peugeot, participando en numerosas competiciones por Centroeuropa. Su hermano Fernando, ha sido a lo largo de toda su vida gestor del ciclismo, presidente de la Federación Cántabra muchos años (creo que incluso de la Española por breve tiempo), organizador de carreras, etc. Su sobrino Fernando Olavarría fue campeón de España Cadete e incluso llegó a militar en el equipo de aficionados del Banesto, cuando este era una de las mejores escuadras del ciclismo profesional mundial. Vamos, que entre todo esto, bastante más no comentado, y la cantidad de puertos de montaña (los Tornos, la Sía, los collados del Asón, etc.) que rodean el precioso paraje, el espíritu ciclista de la comarca resulta indiscutible. El piragüismo no le anda a la zaga, pues por allí se celebra (y ya va por su 61ª edición) el descenso internacional del Asón, la prueba más importante de nuestra región y un distinguido referente de la disciplina en nuestro país.

Y porqué menciono la comarca del Asón en esta ocasión, pues porque de Ampuero es la cerveza “Cierva”, que se elabora en varias modalidades: “Coriandre Saison”, “American Blonde Ale” y “Juniper Abbey”. Puedo decir que las he probado las tres porque están comercializadas y se puede acceder a ellas de forma relativamente fácil por la región.
Mercedes Ateca (tricampeona de España
de ciclismo en carretera)


Sin quitar mérito a otras comarcas o áreas regionales. Torrelavega y sus alrededores podrían ser considerado como la “capital” del ciclismo cántabro, y creo no exagerar al ir un poco más lejos y añadir que tal “capital” podría estar incluida como una de las referencias geográficas singulares del ciclismo internacional. Méritos no le faltan, pues ha sido cuna de numerosos ciclistas y grandes campeones a lo largo de casi toda la historia del ciclismo. De Vicente Trueba ya escribí bastante hace tiempo. Lo de Óscar Freire no necesita ni justificación. Ciclistas de calidad los ha habido a montones por allí (José Iván Gutiérrez, los hermanos Díaz-Zabala, el mismo Alfonso Gutiérrez, etc.). El equipo de la ONCE, una de las escuadras más fuertes del mundo a lo largo de muchos años, tuvo allí su sede. Entre otras cosas porque la capital del Besaya era la tierruca de su director Manolo Sainz. El ciclismo allí se ha vivido siempre con pasión, competitividad y gran afición (en cantidad y calidad). Tuvo velódromo y actualmente tiene otro en forma de pista de entrenamiento muy concurrida. Por la zona han pasado y siguen pasando infinidad de carreras y se tiene acceso casi a cualquier tipo de orografía. Algunas de sus escuelas de ciclismo son de las más longevas y vitales de las que existen o han existido en Cantabria, y año tras año continúan forjando corredores. De hecho, me parece que Torrelavega se merecería disfrutar de un buen mueso de ciclismo. Pero no de una chapuza (que la hay) o de un garito con miras limitadas, sino de una buena y atractiva sede que incluyendo mucho contenido documental, gráfico, material, dinamizador… atrajera turismo nacional y extranjero, al que además de ofrecerle buena visita, se le pudiera agasajar con servicios complementarios de recorridos ciclistas guiados, aparcamiento accesible, actos culturales relevantes y una buena agenda de actividades relacionadas. Estoy seguro que la mayor parte de los protagonistas de la historia del ciclismo local estarían dispuestos a colaborar desinteresadamente en el proyecto, entre otras cosas porque la cuenca baja del Besaya necesita de actuaciones activadoras, generadoras de empleo, de visitas y de enriquecimiento social y económico. Ahí queda la idea, el “capital ciclista” existe.

Pues con la revolución cervecera artesana pasa algo parecido en la comarca de Torrelavega. Al menos yo ya me he topado con tres productores por la zona:

  • “Portus Blendium”[1] es una cervecera artesanal que se ubica en Hinojedo, cerca de Suances. A día de hoy presenta cinco versiones: “Cántabra Pale Ale”, “Imperial Stout”, “Brezo”, “Rubia” y “Blenda”.
  • En Reocín encontramos “Colegiata”[2], con sus “Reserva” y “Gold”, accesibles comercialmente y a través de la venta por Internet. La casualidad ha querido, en uno de sus sorprendentes antojos, que mientras escribía estas líneas, una asociación de hostelería de mi municipio presentara en sociedad una cerveza rubia que quieren promocionar como cerveza local. Se llama “Santa Marina”, tomando el nombre de una Isla situada al borde de nuestras playas y acantilados, destino de nados y remadas, recodo de entretenidas inmersiones, despensa de buenos peces que pescar y generador de una de las olas más aclamadas del Cantábrico. La promocionan como “la cerveza de Ribamontán al mar”, otorgándola atributos de “surfera”. La probaré, está claro, pero de ahí a que acepte sus connotaciones comerciales va un abismo. Lo de “surfera” lo considero una estrategia de mercadotecnia oportunista, que no pretende otra cosa más que tratar de, precisamente, subirse a la ola del éxito comercial que todo lo relacionado con ese deporte está teniendo por todas partes y en especial en mi comarca. Y lo de la cerveza de Ribamontán al Mar, no es más que un acuerdo comercial, porque insisto, la cerveza en sí está elaborada (y supongo que embotellada, etc.) en Colegiata. Así pues estamos ante un curioso fenómeno de “deslocalización localizada”, lo cual, me parece excelente como estrategia de establecimiento de sinergias locales próximas, pero preferiría que la frase promocional recitase: “Cerveza  de para Ribamontán al Mar”. Simplemente porque es mucho más cierto y menos engañoso.
  • Y por último tenemos “La Cervezuca”[3] (Torrelavega), de la que primero tuve noticia y de la que he probado en varias ocasiones dos de sus cuatro modalidades: “La Rubia” y “La Señorita Pale”, las cuales me han gustado mucho, cada una con su propio estilo, ambas de aspecto turbio y con posos. Más recientemente lanzaron las otras dos (que aún no he tenido ocasión de degustar): “La Señora Brown” y “El Doctor Porter”.
Pero toda esta efervescencia cervecera artesanal de dimensión modesta o como ahora lo denominan: micro-empresarial, no ha surgido por mera casualidad o como consecuencia de una moda (que la hay, a nivel nacional). ¡No!, definitivamente en Cantabria hubo también un agente originario, que además, por su natural talante colaborador, ha ejercido de maestro, ejemplo, consejero y animador para el resto de emprendedores de la bebida ámbar, o al menos, para todos aquellos que se acercaron para pedir consejo o informarse del asunto. El protagonista en cuestión no es de origen cántabro, sino procedente de Inglaterra y con parcial ascendencia escocesa. Ambas, tierras en las que la cerveza es casi una religión, o incluso para algunos, una forma de vida, y desde luego un pasatiempo cultural y social. Ignoró qué trajo al aludido personaje a nuestra tierra, pero el caso es que se afincó en Liérganes, junto a una carretera que resulta familiar para todo aficionado ciclista que se precie, porque es paso obligado en el ascenso a los puertos de Lunada, El Caracol o incluso al monumento a la Vaca Pasiega. La fábrica actualmente está pasado dicho pueblo, casi llegando a Rubalcaba. Así que he rodado por delante de su fachada decenas de veces en bicicleta. Subiendo o bajando de los puertos.

Una fábica rodeada de montañas.

Su emblema de fachada distorsionado.

Dougall’s[4] empezó elaborando cerveza en Cantabria en el año 2006, con un estilo “británico”, fuerte, contundente e “invernal”. Quizás no el más popular entre los gustos a los que aquí estábamos acostumbrados. Con el tiempo, además de mantenerse a su línea de producción, ha ido ampliando su oferta con mayor diversidad de acabados. He podido disfrutar de tres o cuatro de ellas y me atrevo a afirmar que estamos ante bebidas de gran calidad y personalidad. En la actualidad orecen las siguientes variedades: “Leyenda”, “942”, “Tres Mares”, “Raquera”, “942 IPA” y “Haití”; aunque en algunos otros momentos he sabido de otras versiones, quizás temporales, como: “DUB (edición limitada)”, “Kajun”, “Don Diego” (una colaboración) o “Invierno”. La fábrica se puede visitar con cita previa. Merece la pena, porque aunque la instalación se recorre en muy poco tiempo, la charla con Andrew resulta incompatible con las prisas, pues tiene mucho que contar y adereza la tertulia con constantes erupciones de auténtico humor inglés, con el que critica elegantemente a la producción industrial, al desarrollismo, la hipocresía política y las trabas administrativas. Con él se pasa un rato agradable, en el que la ironía y el buen talante generan una atmósfera cercana y cómica, la cual marida perfectamente con la degustación de sus amargas bebidas, en las que el lúpulo parece ser ingrediente esencial. Para Dougall lo primero es elaborar las cervezas que a ellos les gustan, y una vez conseguido, “vender toda la que les sobre”. Una perspectiva comercial aparentemente disparatada, pero la cual, tras varios años de esfuerzo, parece que empieza a ser rentable. Hace poco estuvimos de visita por allí, y acababan de recibir una nueva máquina con la que además, darán el salto hacia el envasado en lata, el cual, pese a lo que gran parte del consumidor piensa… resulta más adecuado y preservador de las propiedades originales para las cervezas artesanales.

 Andrew explicándonos sus teorías cerveceras.

Parte de la gama de cervezas Dougall's

No hay cosa que me guste más al terminar una larga jornada de ciclismo, una buena patinada con calor o una estimulante excursión en kayak, que poder sentarme con amigos o en familia disfrutando de una (o más) cervezas frías, comentando la actividad, quizás aún recreándonos con el paisaje, ya sea a la hora del aperitivo, antes de una buena comida, o al atardecer si la jornada ha sido larga y nos ha llevado la mayor parte del día. Me gustan casi todas, desde las negras (fuertes o dulzonas), a las rubias refrescantes, pasando por todas las tostadas llenas de aromas y matices. Me satisface enormemente ser actualmente testigo de toda una tendencia de iniciativas productoras en formato artesanal y de pequeño negocio. Espero que todas ellas resulten viables y sostenibles, para que puedan mantenerse como modo de vida para quien en ellas estén implicados. No creo que lleguen a hacerse ricos, ni falta que nos hace a las personas, de lo que se trata es de poder vivir bien, con dignidad y felicidad, y si es posible hacerlo trabajando en algo que nos guste o apasione, mejor que mejor. Y si además, como ocurre con estas cervezas, lo producido ayuda a alegrarle algunos momentos de la vida a los demás, sus autores deberían sentirse muy orgullosos. Mi más sincera enhorabuena y muchos ánimos para continuar con la labor.


[1] http://portusblendiumbeers.com/
[2] http://colegiatacantabria.com/
[3] http://www.lacervezuca.es/
[4] http://dougalls.es/