lunes, 31 de julio de 2017

14. LÖWEN SKATE TOUR 2017.



Fue en Holanda un año antes, durante mi participación en el Skate Fresh, donde me enteré de la existencia del Tour Löwen Skate, el cual, al menos entre lo que yo he podido encontrar a lo largo de estos últimos años, era el viaje organizado sobre patines que me quedaba por añadir a mi lista de participaciones. Esta propuesta es un clásico europeo que ya viene celebrándose desde hace unos pocos años y que reúne a algunos aficionados de Alemania. En esta ocasión tuve la suerte de encontrar una inmediata respuesta de acompañamiento entre mis amigos. Jesús y mi hermano Guti, decidieron embarcarse en la aventura desde el momento en que se anunciaron las fechas y se abrió el periodo de inscripciones.

La jornada de ida fue estresante y apretada, ya que por la mañana dirigía y clausuraba un curso de verano sobre temática deportiva en Colindres, incluyendo el tener que impartir una ponencia en el mismo. Apenas tuve tiempo para comer, completar una maleta conjunta en la que poder facturar los tres pares de patines y algunos enseres más, y viajar en coche a Bilbao para tomar un avión hacia Frankfurt. El vuelo salió con retraso, aunque el piloto lo compensó bastante durante el viaje. En Alemania se sucedió un viaje en tren hasta Karlsruhe, un tranvía y un paseo hasta nuestro alojamiento. Una especie de habitación bungalow ubicada en el patio interior de una enorme manzana completamente ocupada por el complejo hostelero, incluido hotel, restaurante e incluso desordenada colección de vehículos antiguos y estrafalarios. Tanto trajín nos hizo cometer un par de errores: sacar un billete de tren de más y equivocar el sentido del tranvía en el primer intento. Total, que llegamos bastante tarde, acalorados y sedientos al echarnos a dormir.

Prólogo: Karlsruhe-Bühl (Baden) 78km.

La mañana la comenzamos desayunando fuerte y preparando el equipaje del viaje, dejando la maleta grande de facturación en el hotel y vistiéndonos de patinadores con una mochila ligera para el recorrido. Enseguida fuimos viendo gente vestida con el maillot de anteriores ediciones, colocando equipajes por el hall del hotel. En la primera jornada nos reunimos unos 50 patinadores, de los cuales aproximadamente 15 pertenecían a la organización. Todos, o alemanes o residentes en aquel país a excepción de nosotros tres. Cada vez hacía más calor. Mucho, en realidad. Una vez repartidas pulseras, maillots, documentos informativos, etc. A medio día, se celebró una breve reunión informativa para dar instrucciones. Aquella, y todas las demás que se sucederían a lo largo de los cuatro días de viaje, se desarrollaban en alemán, pero siempre tuvimos a mano amables compañeros de viaje que nos las resumían en inglés o incluso en castellano. El viaje comenzó callejeando por Karlsruhe (la ciudad en la que 200 años antes el Barón Karl Drais puso en funcionamiento su bicicleta) hasta llegar a su palacio, rodearlo completamente y continuar por un parque. Siempre a un ritmo tranquilo y con los patinadores colaboradores, que se identificaban fácilmente por ir provistos de chalecos reflectantes amarillos, blindando todos los cruces existentes a nuestro paso.

 
Momentos previos a la salida en la puerta del hotel. (Foto: Guti).

Abandonado el casco urbano, el recorrido discurría por carriles para bicicletas, carreteras o esas vías auxiliares tranquilas que también abundan en Holanda. En cualquier caso esta etapa prólogo ofrecía un aspecto demasiado urbanizado e industrial. Se rodaba en formato de gran grupo, aunque bastante estirado y sin una continuidad lineal entre sus miembros. Había pues, algunos cortes en su seno. Y cada vez hacía más calor. Excesivo la mayor parte de la jornada. Se hicieron bastantes paradas muy breves ante determinados cruces, y al cabo del tiempo llegó la primera parada de avituallamiento. Fue realmente bienvenida y en ella dispusimos de mucha bebida y algo de picoteo. A lo largo del trayecto se fueron sucediendo algunas más, pero yo iba cada vez peor. Las larguísimas rectas se me hacían costosísimas e interminables. Conseguí recuperarme bastante en un agradable tramo a la sombra y con varias curvas, así como en el paso por el interior de la terminal del aeropuerto de Baden, en el que se disfrutaba de aire acondicionado, pero varias paradas más tarde me vine abajo completamente. Al final, iba tan despacio que decidí retirarme a la furgoneta de apoyo a 6 km del punto de llegada. Lo peor no fue la retirada, sino la preocupación por mi capacidad para el resto del viaje, ya que habían sido 73km patinados y cada etapa de las sucesivas superaban los 100km ¿había llegado con insuficiente preparación? ¿arrastraba quizá algún estado de fatiga crónica o anemia? Aquellas eran mis dudas, las cuales, afortunadamente, quedaron despejadas favorablemente en los días siguientes. Analizada la cuestión, ahora mismo ya estoy seguro de qué fue lo que provocó aquel “pajarón”: una deshidratación que empezó a generarse a lo largo de todo el día de viaje y que nos hizo iniciar el prólogo en condiciones poco recomendables, si a eso añadimos el extraordinario calor reinante durante toda la jornada, las consecuencias son perfectamente naturales.

 
Con Jesús, a punto de reanudar la marcha. El primer día lo cubrí uniformado con la camiseta del que fue nuestro club de patinaje finlandés. (Foto: Guti).

El paisaje del primer día me resultó más bien anodino, con una calidad de firme cambiante, aceptable siempre e incluso muy buena a ratos. En cualquier caso una buena experiencia, ya que poder patinar tanto kilometraje sin dar vueltas a un mismo recorrido no es algo que podamos hacer habitualmente por nuestro lugar de residencia.

La jornada continuaba por la tarde con una estupenda “pasta party” en la terraza del restaurante italiano “Carlos”. Una chavalita de una belleza excesiva se encargó de servirnos las refrescantes cervezas y nos dimos un buen homenaje de espaguetis a la boloñesa. Fue un estupendo rato de recuperación, con muchas risas que facilitaron evadirnos del manifiesto agotamiento de los tres. Más tarde dimos un largo paseo hasta un convento (María) en el que nos alojábamos. Allí se sucedieron una ducha reparadora, y una última cerveza al aire libre en el claustro principal del edificio.

 
Una vista del convento María en el que nos hospedamos. (Foto: Guti).

1ª Etapa: Bühl (Baden) – Friburgo 113 km (alguno más).

En el Löwen Skate Tour se madruga, al menos desde una perspectiva española. Lo primero en esta ocasión fue depositar la bolsa de viaje en una de las furgonetas de la organización, antes de dar cuenta de un excelente y potente desayuno. Después, bajar patinando hasta el centro de la localidad, donde oficialmente daba comienzo el Tour (lo del prólogo era un suplemento que no acaba de ser del todo considerado como parte oficial del viaje). Esa mañana se doblaba la participación, aunque salvo nosotros, el resto continuaba siendo, completamente, representación germana (directa o indirecta). Los recursos organizativos se veían aumentados con más furgonetas de asistencia, una ambulancia, más patinadores con chaleco y hasta un par de patinadores de la cruz roja, formalmente equipados. En la espera previa a la presentación y salida, me di cuenta de que conocía a algunas personas con las que había coincidido en Holanda. También fui objeto de una breve entrevista filmada que se sucedería a lo largo de todo el resto del viaje, ya fuera al inicio o final de cada etapa. El día había amanecido nublado, gracias a lo cual gozábamos de una temperatura más llevadera. Se rodaba bastante rápido, aunque pudimos dosificarnos, tratando de evitar una situación final como la del día anterior. La ventaja es que ese día estábamos empezando a patinar muchísimo más pronto. El recorrido apenas presentaba cruces por lo que se avanzaba mucho más kilometraje en el transcurso del tiempo. Conscientemente aprovechamos todas las paradas para comer y beber. Provisiones para ello jamás faltaron por parte de la organización en la totalidad del viaje. De hecho, cada día, cada uno de nosotros, llegábamos a beber, por ejemplo, hasta casi cinco litros de una bebida isotónica gaseosa que se nos ofrecía sin límite. Los trayectos resultaron objetivamente mejores que los del prólogo. Daba la impresión que las etapas oficiales están más maduradas que el prólogo, que parece más experimental. También el paisaje empezaba a ser más bonito, en lo rural y en el paso por pequeñas poblaciones. A lo largo de la etapa fuimos entablando conversación con diferentes personas que se nos fueron acercando. El exotismo español iba, poco a poco, causando efecto. Los trazados fueron mejorando y el viaje se iba convirtiendo en una experiencia cada vez más atractiva y plena.

 
Los tres preparados para comenzar. Jesús y yo con el que fuera nuestro primer maillot de Le Mans hace años.

 
Típica parada durante la 1ª etapa oficial. Una vez más la media de edad de los participantes era elevada, y la presencia femenina cercana al 50%. (Foto: Guti).

A medio día paramos para saborear una fantástica comilona en la terraza de un restaurante. Aquello acabó con un cafetito de rigor y todo. Posteriormente, la tarde iba pasando a lo largo de un bonito recorrido, un río, etc. La gente, al menos parte de ella, iba “cayendo” físicamente y varios se subían a las furgonetas en algunos tramos. Afortunadamente, yo cada vez iba a mejor, nada que ver con el rendimiento de la víspera. Además, gocé de un generosamente largo y eficaz trabajo de Guti al que me acoplé de forma eficaz y con el que eventualmente colaboraba empujando a ratos. A media tarde se nos echó encima una tormenta que empapó todo el pavimento. Sin embargo, pudimos seguir patinando y, sorprendentemente, el asfalto no nos dio problemas de agarre. Más tarde, con el suelo seco de nuevo, Jesús se retiró en el km 103 tras una caída (afortunadamente sin consecuencias). Tuvo bastante mala suerte con este viaje ya que poco tiempo antes del mismo le surgió una tendinitis de talón de Aquiles que le estuvo molestando mucho mientras patinaba. Su capacidad de aguante y su sentido común hicieron que, a pesar de tan notorio hándicap, pudiera completar y disfrutar, de la casi totalidad del tour.

 
Saludando a la cámara en marcha. (Foto: Guti).

La entrada a Friburgo resultó excelente: ancha, con mucha vegetación, un firme ideal y un itinerario duro a causa de las sucesivas cuestas (ascendentes y descendentes). Como el hotel estaba a las afueras de la ciudad, paseamos un rato hasta un vecindario periférico cercano donde encontramos un restaurante griego. Cenamos en una pequeña terraza elevada con vistas a la calle principal. A lo largo de este viaje, todas las veladas resultaron de una atmósfera veraniega evidente, cálida y vacacional.

2ª Etapa: Friburgo – Estrasburgo 105 km.

Para el desayuno se formó bastante atasco por el peculiar sistema del hotel. Y después tuvimos una espera algo larga en el aparcamiento de fuera porque un problema logístico había tenido que ser solventado repartiendo a los participantes por tres establecimientos diferentes. La gente ya nos tenía fichados y se nos acercaba para comentar cosas o traducirnos las instrucciones. Como cada día, también vimos algunas caras nuevas o detectamos algunas ausencias (el tour puede ser contratado y disfrutado por partes).

Nada más empezar a patinar, un miembro de la organización se acercó para darme recuerdos de Vladimir. Era un participante del prólogo con el que había entablado bastante conversación, entre otras cosas porque hablaba algo de español. Además me había dado alguna pista sobre unos campos de entrenamiento de patinaje que celebran en Chipre todos los años. Se lo agradecí y le encargué que se los devolviera cordialmente.

El recorrido matinal resultó muy ameno y de gran calidad. El ritmo me pareció más moderado, y a la gente parecía que le iban pesando los kilómetros acumulados los días anteriores. Por nuestra parte teníamos ya completamente automatizado el protocolo de bebida y consumo de plátano en cada parada de avituallamiento, y rodábamos tranquilos por la mañana, disfrutando de canales, curvas y descensos “esquiados”. Esta etapa hubo algunas caídas moderadas. Jesús un par de ellas, aunque siempre con hierba a mano. Volvió a hacer muchísimo calor, pero conseguí gestionarlo bien colocándome a la sombra en cada parada, bajándome la cremallera del buzo y tumbándome sobre la hierba o el pavimento. Además, mucha hidratación y duchas improvisadas en mangueras o fuentes cada vez que el recorrido brindaba ocasión. Ese día cruzamos el Rhin. Y pronto pudimos disfrutar de un estrecho pero agradable carril de un canal. En él me encontré patinando solo, remontando y adelantando gente hasta alcanzar a Guti, y empecé a empujar a una chica que se le iba retrasando a su rebufo. Finalizado el largo tramo, se nos mostró agradecida.

 
Jesús en “modo” refrigeración y yo enfundado en un buzo de patinaje colombiano. (Foto: Guti).

La comida, en territorio francés, se celebró en un encantador corral de aspecto agrario tradicional. Además de los manjares, disfrutamos de cervezonas alsacianas, ducha de manguera y café. Una vez más, a partir de allí, Jesús optaba por retirarse para salvaguardar su lesión. En cualquier caso, ya el día anterior había logrado, por primera vez, completar un recorrido de más de 100km en única jornada patinando.

 
Guti, en un punto interesante del recorrido.
 
Vista de uno de los canales junto a los que patinamos. (Foto: Guti).

Tras la comida apareció un tramo completamente libre que transcurría por un carril de canal sin cruces. Fueron 25km sin paradas que despachamos Guti y yo en formato de tándem, conectados de forma que el rebufo provocado por él delante pudiera recuperarlo yo, transformándolo en empuje por detrás. Una posibilidad que ya quisiéramos poder disfrutar los ciclistas, y que evita tener que hacer relevos. Íbamos tan motivados que bebíamos sin detenernos, remontando patinadores habiendo salido desde atrás, y manteniendo en torno a los 23 km/h de media. Una gozada. Y todo ello por un canal ancho y precioso, frondoso por estar jalonado de arbolado en ambas riberas y con un firme especialmente agradable para patinar. Las ramitas que incordiaban al principio pronto desaparecieron y quedaron olvidadas. El tramo finalizó con una parada de reagrupamiento general, aunque después pudimos repetir la experiencia otros 10 km más, en los que seguíamos rindiendo igual, mientras cada vez había más gente a la que se le iba notando la fatiga acumulada.

Jesús patina entre otro participante y uno de los miembros de la Cruz Roja. (Foto: Guti).

 
Una exclusa en el trayecto. (Foto: Guti).

A Estrasburgo llegamos ya en gran grupo para dar cuenta de un breve callejeo que resultó cómodo y francamente bonito. Tanto por el aspecto de su calles, como por lo animado de su centro y, muy especialmente, por el paso ¡en patines! Por una galería monumental que albergaba estatuas, junto al canal.

El hotel era estupendo y muy céntrico, y tras la ducha de rigor, nos encaminamos paseando hacia la catedral, disfrutando del ambientazo de las calles peatonales. 26 años después de haber estado una tarde y noche con Myriam en aquella ciudad, en un periplo en moto que constituyó nuestro viaje de novios, me acordaba con bastante nitidez de la configuración del centro de la ciudad. A la gente se la veía elegante y arreglada pese a su actitud veraniega. El calor vespertino y nocturno animaba al callejeo, y la presencia de peatones se encontraba en ese difícil punto de equilibrio que aporta mucha animación pero no causa agobio o incomodidad. Cenamos en una terraza bajo la fachada de la imponente catedral. La luz del atardecer iba virando el tono de la piedra mientras nosotros despachábamos más cerveza alsaciana y, personalmente, celebraba el momento con el clásico codillo con chucrut. Fue una velada francamente agradable, risueña y feliz. La culminamos con un paseo nocturno junto a algunos recodos especialmente coquetos del canal iluminado, y unos apresurados pasos finales bajo las gotas de una tímida lluvia de verano, para acostarnos, una vez más, bastante pronto.

3ª Etapa: Estrasburgo – Karlsruhe 114 km.

Sin haber dormido demasiado bien, disfruté de un desayuno mucho más cómodo que la víspera y, una vez más, fuerte. Me sentía perezoso ante la última jornada, probablemente por la fatiga acumulada de los días anteriores así como por algunos dolores en los pies y tobillos, desencadenados por tantas horas de presión con los patines puestos. Pero esos momentos de inapetencia duran poco cuando uno está dispuesto en “modo” viaje itinerante como era nuestro caso.

La salida de la ciudad nos provocó algunas paradas por cuestiones de seguridad en el avance. Nosotros nos colocamos atrás porque preferimos evitar los acelerones iniciales que siempre provoca la gente que intentar rodar en cabeza, a pesar de que los organizadores mantenían un ritmo apropiado para todo el colectivo y no permitían superar a nadie. Aún así, a medida que el grupo avanzaba, siempre íbamos repescando o superando a gente que se iba quedando descolgada. El recorrido de esta etapa volvía a ser atractivo, con numerosos tramos a la sombra, riberas de canales y más abundancia de curvas entretenidas. El día se presentó cubierto, con un calor húmedo y pegajoso. De hecho, lloviznaba un poquito en el momento de salir. Gracias a ello, al patinar, el aire nos refrescaba al entrar en contacto con el sudor de la ropa. Pero al detenernos, rompíamos a sudar como surtidores, sintiéndonos pegajosos todo el día. Nosotros, las protecciones, las gafas, el casco, la mochila… todo.

 
El Parlamento Europeo de Estrasburgo. (Foto: Guti).

Teníamos algunos acompañantes que compartían con nosotros las posiciones de retaguardia. Gente que no quería complicaciones y se sentía cómoda con nuestro ritmo y modo de dosificar la marcha. La mañana se hizo dura porque tuvimos bastantes kilómetros con suelos rugosos que no dejaban deslizar del todo y, lo que era peor, castigaban los pies con las vibraciones. Continuamos con nuestro régimen de plátanos, galletitas saladas y una botella de bebida isotónica en cada parada. Y además, tras haber salido el sol, búsqueda de sombra para descansar.

 
Jesús, Guti y yo por la mañana. Los hermanos con el maillot oficial del evento.

En un pueblo nos duchamos con una manguera de un vecino generoso. Fueron varias las localidades que atravesamos seguidas en poco tiempo, hasta que finalmente alcanzamos un agradable club de tenis con cierto aire clásico y un agradable restaurante con terraza en el que comimos. La terraza era amplísima, ofrecía sombra y la típica vista a las pistas de tierra batida. Un recuerdo de los históricos clubs de nuestra ciudad. De nuevo encontramos muy buena comida, abundante y variada, además de cerveza sin alcohol (buena de verdad) y café final.

La puesta en marcha tras la sobremesa se me hizo especialmente cuesta arriba. Los tres nos pusimos a la cola y avanzamos charlando y haciendo risas con las personas que hacían de cierre de grupo con bicicletas. Pero enseguida el pelotón fue perdiendo fuelle y las furgonetas fueron ocupando gran parte de sus plazas disponibles para abandonos temporales o definitivos. En aquel momento más que en ninguna otra ocasión anterior. Se fueron sucediendo sectores más largos y bonitos junto a un canal umbrío y otros con curvas y descensos eventuales. Poco a poco nos fuimos calentando y empezamos a dedicarnos a superar grupos, a un ritmo suave pero continuo, hasta que Guti y yo, mano a mano, acabamos repitiendo nuestras cabalgadas intensas de la víspera. La última de ellas fue especialmente larga y dura, ya que además incluyó un tramo intermedio de firme bastante abrasivo. Íbamos alcanzando gente a la que pasábamos. Algunos se nos incorporaron, como fue el caso de dos de los guías de chaleco. Hay que decir que el trabajo de esa gente resultaba especialmente duro y encomiable, ya que rodaban por delante y se iban deteniendo a cerrar cruces, y cuando pasaba todo el grupo, tenían que remontar hasta la cabeza para volver a estar disponibles para nuevas ocasiones. Y así… durante cuatro días. Gracias a nuestras cabalgadas (la anterior tampoco había estado nada mal; tanto, que una patinadora de las habituales de delante, se nos pegó atrás al pasarla y se aferró a nuestro avance consciente de las ventajas que le supondría) los kilómetros se nos pasaban volando. Finalmente alcanzamos un punto del río, el cual habíamos cruzado varias veces a lo largo de aquella jornada, en el que se planteaba un final opcional de la etapa, y del viaje. La opción recomendada era patinar un poquito más hasta una estación de tranvía y, allí, quitarse los patines, tomarlo y llegar al hotel de partida de cuatro días antes. La segunda era ir patinando hasta el hotel, pero por una ruta callejera incómoda, cargada de paradas, cruces y aceras, debido a que la organización no había conseguido permiso especial para circular por las calles de la ciudad. Nosotros, como mucha otra gente, nos decantamos por la primera, algo que ya habíamos decidido cuando nos lo anunciaron previamente en uno de los últimos correos electrónicos informativos.

 
Paso urbano de Jesús. (Foto: Guti).

El tour finalizaba oficialmente en el restaurante del hotel con una breve pero animada ceremonia de agradecimientos y vítores, mientras cada cual se bebía su cerveza. Después, como estábamos alojados de nuevo allí mismo, nos fuimos a duchar y regresamos para cenar en un apartado elevado al aire libre, moderadamente rodeados por algunos otros participantes que también pernoctaban en el mismo establecimiento. Algunos se nos acercaban a la mesa para entablar conversación de balance o despedida. Les había sorprendido mucho nuestra presencia y se mostraban contentos por ella, manifestando su deseo de que se repita en el futuro. Un joven alemán con buen castellano, tras haber pasado un año de universidad (Erasmus) en Valladolid, se sentó de sobremesa con nosotros. Era majo y agradable, gracioso y con ganas de alargar la velada, pero como estábamos cansados y viajábamos pronto a la mañana siguiente, la reunión duró únicamente un par de rondas. Al día siguiente el regreso fue una nueva combinación de caminata, tranvía, tren, avión y coche.

 
Sonrientes a punto de finalizar nuestro viaje en patines.

Con esta experiencia completaba el grueso principal de propuestas de viajes en patines que se pueden encontrar en Europa. Al menos en oferta abierta y, digamos, permanente. Sé que algunas entidades organizan puntualmente viajes concretos, y que otros pueden estar escapándoseme en la vorágine informativa de la Red. También supe hace un par de años de una propuesta de unos 1200 km, pero la velocidad media requerida se me escapaba por mucho, dándome la impresión de que se trataba de algo dirigido a patinadores en activo y de bastante rendimiento específico. Hay algunas otras propuestas interesantes, pero centradas en una única jornada de actividad, algo que, por el momento no me parecido suficiente como para compensar la inversión de tiempo y dinero en el viaje.

El Löwen Skate Tour está perfectamente organizado. Se respira seguridad y cobertura de apoyo por todas partes. La relación servicio/coste es estupenda. Otra cosa es ya que los que vivimos lejos tangamos que abordar gastos de viajes, pero lo que es propiamente la inscripción y todo lo que la misma incluye, resulta, objetivamente, barato. Al ser algo más de un centenar de miembros de la caravana (patinadores, organizadores y personas que viajaban en vehículos), todos ellos alemanes o residentes en aquel país, creo que haber vivido esta experiencia en solitario, me hubiera resultado un poco aislante. Evidentemente, estoy seguro de ello, habría llegado a establecer algunas relaciones algo más profundas con algunos participantes, pero el idioma hubiera acabado siendo un problema, y el hecho de que la mayoría ya llegaban allí con sus grupos configurados. En Holanda, pese a tratarse de un encuentro mucho más internacional, ya pasó algo así con la mayoritaria participación alemana. En esta ocasión no me he visto afectado por nada de esto ya que viajaba muy bien acompañado. Con Guti y con Jesús ya tengnemos muchas aventuras compartidas a nuestras espaldas. Esta ocasión no ha hecho más que ratificar que son dos personas ideales con las que viajar en plan deportivo. Adaptables, generosas, con excelente talante, autónomas, alegres, sufridas… y así podría seguir llenando líneas y más líneas de calificativos. La comunión ha sido perfecta en todos los sentidos y me alegro mucho de haber tenido la suerte de haber podido contar con ellos en esta ocasión. Especialmente me hacía ilusión la participación de mi hermano, ya que aún siendo un auténtico entusiasta del patinaje, nunca hasta ahora había podido tomar parte en un viaje organizado de varios días y largas distancias. Tenía muchas ganas de que lo pudiera disfrutar personalmente, ya que por mucho que le hubiera contado experiencias propias, es muy difícil hacerse una verdadera idea de la vivencia y el proceso que implica una actividad así hasta que uno la vive completamente. Por sus comentarios, me consta que ha regresado entusiasmado.

El viaje es duro, no nos engañemos, son 400km patinando en cuatro jornadas. Siempre queda el “paracaídas” de las furgonetas de asistencia, pero completarlo requiere cierta forma física, experiencia en este tipo de situaciones y un dominio técnico solvente. Esta temporada he patinado bastante poco. Aún así, y aparte de la deshidratación del prólogo, he aguantado bastante bien el esfuerzo demandado. Se ve que mi organismo ya ha conseguido una buena adaptación a la modalidad y que los efectos del entrenamiento cruzado con otras disciplinas parecen funcionar. A la vista, de cara al futuro, no tengo identificada ninguna otra actividad de este tipo, pero nunca se sabe, en cualquier momento pudiera surgir algo apetecible. Por el momento, contarlo y entusiasmarme con el recuerdo, aún será parte importante de su disfrute. Viajar en patines ha vuelto a resultar especial, mágico, diferente… fantástico.

Me despido con un apéndice crítico a mi país. Recuerdo que cuando era pequeño, muchas de las aceras de mi ciudad y muchas otras, estaban terminadas en asfalto negro. Era algo barato y práctico. No resulta peligroso cuando llueve y permite poder patinar sobre él. Son muchos los países europeos (más ricos que el nuestro) que conservan ese tipo de acabado urbano. Sin embargo, en España, a lo largo de toda la transición y años siguientes, nuestros alcaldes se han empeñado en aquilatar las aceras de nuestras ciudades con todo tipo de baldosas, como si se tratara de gigantescos cuartos de baño colectivos. La mayoría de ellas no permiten patinar (son incómodas para carritos, maletas, etc.), han resultado mucho más costosas y no siempre quedan bien unidas, provocando tropiezos o chapuzones en el calzado y los pantalones cuando llueve y ellas oscilan. Algunas incluso son peligrosas si se mojan. El capricho ha sido un buen nicho de actividad para grandes y pequeños pelotazos, y desde luego, como patinador y peatón, una verdadera lástima.

Pero volviendo a mi participación en el Löwen Skate Tour, quiero agradecer sinceramente el trabajo desempeñado por todos los actores implicados en su organización. Es una experiencia muy recomendable para cualquier patinador de nivel suficiente. Una de esas escasas oportunidades de viajar sobre ruedas. Pese al calor y las distancias, en el fondo, a los tres nos ha dejado ganas de más.

sábado, 15 de julio de 2017

13. FLOTA (I)



Finalizada la temporada pasada, tras un largo verano generoso en actividades y con ganas de re-equilibrar mi balanza deportiva habitual, reduciendo algo el desempeño ciclista para repartirlo entre las otras modalidades que practico, decidí acometer el nuevo año otorgando un especial protagonismo al piragüismo. Tenía ganas de participar en alguna competición (por pura curiosidad) e incluso conocer, y si fuera posible aprender, una técnica decente de remada. Para ello contacté con un par de viejos conocidos que me abrieron las puertas del Club Cantabria Multisport. Se trata de una asociación modesta, algo desheredada del apoyo institucional, muy familiar y sencilla. Su estructura proviene de la fusión de dos entidades: el Cantabria Multisport, que 20 años antes fundara Fermín Rodríguez para dar cuerpo a su actividad cuadriatleta y a aquella aventura en Ibiza, de la que ya di cuenta en algún pasado capítulo; y el club de piragüismo en el que desempeñaba su labor de promoción la familia Calderón. Ahora el club mantiene las dos líneas, la multideportiva de forma mucho más individualista, sin demasiado contacto social entre sus deportistas, y la piragüista en un ambiente amigable con un nutrido grupo de niños y adultos, amplio calendario de competiciones y estabilidad en los entrenamientos semanales durante todo el año. A esta segunda “sección” es a la que me uní en noviembre, una vez tramitada mi licencia federativa.

Aunque llevo casi tres décadas remando en kayaks, jamás lo había hecho en actividad competitiva y tampoco supervisado por experto técnico alguno. Así pues, mi dominio entraba dentro de la técnica turística y exploradora, con embarcaciones de mucha estabilidad y un gesto tranquilo, de palada muy amplia, sin apenas trabajo de rotación de tronco y mucha utilización de paladas circulares para compensar la ausencia de timón y por la necesidad de esquivar obstáculos. Nada que ver con cómo se rema en competición de aguas tranquilas. Por tanto, la nueva temporada me deparó una inmersión radical en un mundo casi completamente nuevo para mí, francamente difícil, en ocasiones descorazonador y en el que me vi obligado a romper muchos de mis esquemas motrices previos. De alguna manera quiero relatar tal experiencia, aunque de forma resumida, y para ello utilizaré un par de capítulos planteados desde dos perspectivas diferentes. La primera, esta, a través de un repaso de los diferentes tipos de kayaks que he llegado a utilizar a lo largo de lo que llevo de temporada. La segunda, en otra ocasión, recopilando todas las regatas en las que he tomado parte. Así pues, vamos allá con el asunto de los barcos.

Struer es un nombre propio que todo practicante de piragüismo conoce. En realidad se trata de un fabricante, lo que pasa es que su modelo de iniciación competitiva tuvo tanto éxito hace décadas, y fue tan copiado por el resto de productores, que el modelo superó al creador, y la práctica totalidad de la comunidad del piragüismo llama “Struer” a un tipo concreto de embarcación, sea de la marca que sea. Se trata de un kayak con las especificaciones de longitud de los K1 de competición, es decir 5,20 m de eslora. Por lo general va provista de timón trasero oscilante. Lo que la hace tan popular es que es más ancha que las de competición y su casco es muy plano, gracias a lo cual ofrece mucha estabilidad. Hago aquí un paréntesis necesario: la sensación de estabilidad brilla por su ausencia para el novato, pero en poco tiempo la gente se hace con su manejo y, al cabo de pocas sesiones, hasta puede gobernarla con seguridad en corrientes, algo de oleaje, etc. Es pues un barco de iniciación, no de iniciación turística, sino competitiva. Ambos son dos mundos completamente diferenciados y el comportamiento de los barcos así lo demuestran. Esto es algo que debería quedarle claro al lector a partir de aquí, ya que en este capítulo, cuando me refiera a barcos estables, no lo serán tanto, ni mucho menos, para el piragüista ocasional o recreativo, mientras que si me refiero a embarcaciones algo inestables, tal calificación le parecerá una broma al deportista especializado y con años de experiencia competitiva. Ahí me quedo, en la mitad, supongo que sin posibilidad de contentar a nadie.

Mi primera piragua propia, hace casi 30 años, fue precisamente una “Struer” que aún conservo pero que no utilizo desde hace décadas. Al poco de adquirirla me di cuenta del error: no era lo que buscaba. Pretendía un kayak que me sirviera casi para cualquier condición de mar, segura, con capacidad de carga, insumergible gracias a sus compartimentos estancos, etc. Y aquel era un modelo demasiado inestable para un novato en la bahía, sin complementos para dar servicio de carga o turismo, etc. Tras algunos vuelcos eventuales, llegué a hacerme a su utilización, incluso a aventurarme cada vez más, pero siempre consciente de que aquello no era lo pretendido, y al cabo de unos años, me compré un estupendo kayak de mar, con el que estoy encantado. Sin timón, muy estable, muy equipado y… que navega prácticamente igual de rápido que la “Struer”. De todas formas la Struer cumplió con su función de “escuela” y años después he vuelto a utilizarla cuando tenía invitados para dar algún paseo en kayak.

 
Mi “Struer”, comprada nueva hace 29 años. Fabricada por Iberia en Zaragoza. Si le aplicásemos la “normativa” ciclista, sería un kayak “retro”.

 
Vista frontal de la Struer. En la bañera (que es ancha) se aprecia como hay varios centímetros de manga extra hacia el exterior, y cómo la cubierta posterior incluso amplía la manga un poco. No vemos el casco, pero es muy plano.

El caso es que ya en pleno invierno, mi primer día de entrenamiento con mi nuevo club, se desarrolló a bordo de una Struer. Al principio noté extrañeza y ese característico tembleque que la piragua sufre infringido por los nervios, la aprensión o el temor de quien la maneja. Pero al cabo de los minutos la inseguridad se evadió, los recuerdos afloraron y el paseo ¡nocturno! por la ría, se convirtió en una experiencia de lo más agradable. Mi paso por la Struer ha sido francamente breve esta temporada, ya que no volví a utilizarla para entrenar y tan sólo me embarqué en ella en una regata en la que el resto de embarcaciones aptas para mí a aquellas alturas del año, estaban ocupadas por otros.

 
A bordo de la “Struer” del club en una de las regatas invernales de la Liga regional. Embalse del río Nansa cerca de Puentenansa. (Imagen: fotoyos.blogspot).

Como mi “entrenador” me vio con soltura suficiente, las siguientes sesiones las realicé a bordo de un modelo llamado Wild River. Se trata de una “Struer” modificada, de forma que su manga se ve reducida a lo largo de todo el sector que ocupa la bañera. Es como si desde un poco antes de que empiece la bañera, hasta un poco más atrás de su final, las líneas laterales del casco fueran rectas, en vez de dibujar el arco correspondiente. El resultado es un barco de similares características, con un poco menos de margen de estabilidad, a cambio de algo más de velocidad al tener que “arrastrar” menos volumen de casco. Aunque las primeras sensaciones fueron de renovado nerviosismo e inseguridad, no tardé en adaptarme a un barco que acabó convertido en mi herramienta más habitual de trabajo a lo largo de todo el invierno. Con él he entrenado en los días más fríos, he competido en la mayoría de mis primeras regatas y en él he llegado a sentirme más que seguro. Puedo navegar con olas evidentes y fuerte viento sin problemas, pero a cambio, con una gama de velocidad bastante lenta.

 
Sobre la “Wild River” en Unquera. (Imagen: fotoyos.blogspot.com)

Los siguientes pasos dados en mi progresión hacia barcos más rápidos o competitivos, fueron sobre lo que se denominan Surf-ski, que son kayaks diseñados para regatas en mar abierto. Por lo general son barcos bastante más largos que los K1 (5,50 m aproximadamente) y con timón de orza, de esos que aparecen bajo el caso, casi medio metro por delante de la popa. Son además barcos diseñados para que no se hundan en caso de vuelco porque están total o parcialmente cerrados.

El primero que utilicé fue un modelo Denia de Polledo. En este caso tiene bañera, pero sendas cámaras estancas desde delante de los pies y desde detrás del asiento. Las primeras sensaciones es de encontrarte en un bote que no hace más que inclinarse de un lado a otro, anunciándote vuelco tras vuelco, aunque las amenazas no acaben de consumarse. Lleva pues bastante tiempo coger un nivel de confianza suficiente como para empezar a remar con él mínimamente, ocupado por tratar de mantener el equilibrio a costa de moverte lo mínimo (gran error, lo sé). Un par de entrenamientos continuos de larga duración me ayudaron a progresar con el barco, aunque un día me gané un vuelco por prematuro exceso de confianza. Es un barco que he utilizado demasiado poco como para acostumbrarme a él, creo que se presta a jugar con sus inclinaciones (“moverlo”) al palear, y a ratos he conseguido que navegue con cierta velocidad, pero eso no era lo habitual. Y tampoco ha dado tiempo a más, porque enseguida me pasaron a otro escalón ligeramente más avanzado. Mide 5,50 m de eslora por 45 cm de manga, dispone de un timón de tipo orza muy eficaz y preciso, accionado por varilla y su asiento no está mal y envuelve bastante porque termina en dos picos laterales.

 
Surf-Ski Denia Sprinter de Polledo según imagen del catálogo. La nuestra es prácticamente igual (salvo pequeños detalles de acabado) y del mismo color. (Imagen: parientepolledo.com).

El Cantábrico de Polledo es un modelo de especificaciones más cercanas a lo que es un verdadero Surf-Ski. Mayor longitud (6,15 m, para una manga de 42 cm) y mismo sistema de timón de orza, pero éste ya accionado a través de pedales. La bañera es abierta, porque todo el casco está completamente cerrado, de forma que el barco flota siempre. El agua que entra en la bañera desagua por el fondo de la misma, a través de un pequeño orificio que, cubierto por un capuchón, aprovecha el efecto venturi generado bajo el casco, para desaguar. Si te paras, el nivel de agua de la bañera sube poco a poco, mojándote el trasero y los pies; y al navegar, el agua se va vaciando, tanto más velozmente cuanto más rápido se desplace el barco. Con este barco volqué varias veces al principio: al embarcar y al desembarcar. Sin embargo, fui capaz de llevarlo durante un par de ocasiones de más de una hora de remo continuo. Nunca logré tener con él buenas sensaciones de manejo, y menos aún de remada intensa, hasta que casi tres meses después de haber dejado de utilizarlo regresé a él y, tras unos minutos de tembleque e inseguridad, lo fui encontrando rápido, cómodo, eficaz y agradable de postura. Se ve que pese a creer firmemente lo contrario, en el fondo, sí que estaba asimilando algo de aprendizaje. Disfruta de un magnifico timón, preciso y con altísima capacidad de giro. Me alegro, porque este barco me ha acabado agradando tanto, que ahora es uno de mis favoritos, y me gustaría ser capaz de poder competir en él con garantías en cuadriatlón y en alguna regata de surf-ski. Pero antes tengo que resolver un problema, aún no domino el subirme a él desde el agua. Lo consigo, pero en el momento de sentarme o meter los pies en la bañera, vuelco. En cualquier caso, dentro de la vertiente Surf-Ski (regatas de mar o cuadriatlones) el Cantábrico es mi escalón actual de progreso.

Dentro del apartado de los Surf-Ski, he dejado para el final un barco bastante modesto por el que no he pasado durante mi aprendizaje pero al que he recurrido recientemente para competir, por su estabilidad. Se trata de un modelo de Surf-Ski fabricado por Román, hace 20 años (el primero que hizo y probablemente el pionero en lo que a fabricación nacional se refiere) como encargo por parte de Fermín, cuando éste decidió iniciarse en el mundo del Cuadriatlón. Fue el que utilizó en Ibiza, así como en sus posteriores temporadas de tan atractiva modalidad de multideporte. El diseño está basado en los modelos de competición de Salvamento Deportivo franceses que se empezaban a construir en las Landas, a su vez inspirados en los barcos australianos de la época. Y de ahí proviene que su medida de eslora sea 5,50 m, el límite reglamentario para dicha modalidad. Es blanco, está lleno de adhesivos de dorsales y patrocinadores acumulados a lo largo de los años, y presenta muchos parches debidos a sucesivos arreglos de golpes. Es un barco muy estable y con enorme margen, pero se le nota que “arrastra” mucho agua y resulta lento, aunque a cambio me deja emplearme a fondo en la técnica y fuerza aplicadas. El timón es de orza y pedales, pero menos preciso y menos eficaz que los otros de mar que he probado. En cualquier caso, me ofrece sobradas garantías para cualquier condición, por lo que me lo he llevado a mi primer cuadriatlón y espero apuntarme con él a debutar en alguna regata de las Series Cantábricas de mar. Su proa está levantada y tiene ese característico diseño “pico-pato” pensado para dividir las aguas del oleaje. Es bastante ancho de manga y con el casco muy plano. Como la mayoría de los Surf-Ski es completamente cerrado, con la bañera “excavada” sobre la cubierta de forma que en realidad te acomodas “fuera” del barco.

 
Vista del tercio de proa del Surf-Ski. Coloquialmente “pico-pato”.

 
Vista inferior de la proa. La idea es que en el caso de surfear una ola, o bien encarar de frente alguna de gran tamaño, las aguas se desvíen lateralmente evitando que la embarcación se clave.

 
Atracando con el Surf-Ski de Fermín (otro kayak “clásico” además de pionero en nuestro país) al acabar el segmento de piragüismo de un cuadriatlón en el embalse de Aguilar de Campoo. (Foto: Myriam).

Una de las ventajas más gratificantes del haberme integrado en la disciplina de un club de piragüismo es la oportunidad de poder entrenar, e incluso competir, en embarcaciones biplaza (K2). Además, el estreno fue muy tempranero ya que en una de mis primeras sesiones de entrenamiento me propusieron remar con Aura en un antiguo K2 durante un remo continuo matinal y con bajamar en la ría de Solía. La experiencia me gustó mucho, y tiempo después he tenido la oportunidad de repetir con otra compañía. El barco es un modelo de los que utilizaban los que disputaban en serio el Descenso Internacional del Sella en la década de los años sesenta. Es decir, un barco de competición antiguo (aunque ya de fibra de vidrio) que ahora mismo ya podemos considerar como una buena piragua de iniciación, debido a la gran evolución que han ido experimentando las embarcaciones desde entonces hasta ahora. Está viejo y bastante parcheado y reforzado, pero funciona perfectamente. Se trata de un bote muy pesado, algo que se sufre especialmente a la hora de portearlo. A cambio, es muy estable y ofrece un amplísimo margen de error. Con Aura me tocó remar atrás, mientras que con mi compañero habitual Pedro, soy yo quién va delante mercando el ritmo de palada y manejando el timón. En tal disposición hemos entrenado y participado en alguna regata. El gobierno me costó mucho al principio ya que dispone de un timón de cola que junto con el diseño del bote, que enseguida explicaré, hace que el barco reaccione siempre con muchísimo retraso a las órdenes. Hasta que le fui cogiendo el punto, especialmente navegando despacio, en ocasiones íbamos zigzagueando a babor y estribor, tratando de corregir un rumbo cuya sincronía no acababa de comprender. Además del retraso en las reacciones, la inercia de cada rumbo, resultaba especialmente difícil de modificar. Pero a todo se hace uno y poco a poco, día a día, la cuestión del rumbo fue mejorando mucho. El barco tiene un claro diseño de quebranto, esto es, que hunde más sus zonas de proa y popa, que la parte central del casco. Si a eso añadimos que dispone de sendas verdaderas quillas bien marcadas delante y detrás, mientras mantiene muy plana el resto de la obra viva, ya podemos entender porqué es tan estable, y porque se muestra tan reacio a cambiar de rumbo. Otra pega que le he notado es que cuando hay algas en el agua, muestra tal tendencia a que se queden enganchadas en su proa, que casi parece cuestión “fitomagnetismo” o brujería. Pero en el lado opuesto de la balanza encontramos que el barco es tremendamente agradecido porque me permite navegar con notable oleaje, rápidos, etc. y no romper la coordinación entre la tripulación, pues no son necesarios apoyos repentinos o compensaciones que rompan el ciclo de palada. En algunas olas hemos llegado a hundir mucho la proa, comprobando que el bote ni se inmutaba.

 
En Colindres, con Pedro, en el veterano K2. (Imagen: Rosa).

Pero el asunto “K2” aún me ha reservado nuevas sorpresas. Las circunstancias de agrupamientos de cara a una regata concreta propiciaron que me viera compartiendo un Trovikayak con el mismísimo Keko Calderón (5º en los JJOO de Altanta). Sobre la indescriptible experiencia ya daré cuenta en alguna futura ocasión en la que resuma las vivencias deportivas del piragüismo competitivo de la temporada, pero aquí puedo adelantar que, evidentemente, si pude llegar a navegar en ese barco, fue porque él estaba a bordo, afanándose en evitar que volcáramos por mi culpa. Se trata de un kayak muy ligero, estrecho, con sección de casco de “K” (competición) y perfil con ligera forma de arrufo (curva “aplatanada” con los extremos más elevados que el centro del bote). A causa de ello, resulta rápido e inestable. De hecho, en el club hay otro, y he podido comprobar cómo algunas tripulaciones bastante más expertas que  yo tienen problemas para controlarlo, aunque quienes ya lo logran, cuando reman con intensidad, ofrecen un espectáculo de lo más atractivo, por la velocidad que la piragua alcanza. Tiene timón de cola. De mi experiencia personal no puedo explicar casi nada, porque metido en la vorágine de la populosa regata y la novedad, apenas me enteré de nada. Al parecer Trovik tiene una gran pericia a la hora de replicar diseños de barcos novedosos a medida que éstos van apareciendo y demostrando eficacia en la alta competición internacional. Así pues, muchos de sus modelos se basan en las tendencias del ARD.

 
Keko a proa y yo a popa, en el Trovik, en la salida de una regata en el Pisuerga. (Imagen. Rosa).

Continuando con los K2. En el momento de escribir estas líneas, mi compañero Pedro y yo nos encontramos, eventualmente, aprendiendo a dominar un barco bastante más competitivo que aquel antiguo anteriormente mencionado. Tiene alerones tras la bañera de popa, tipo “americano”. La cubierta es de fibra de vidrio pintada en amarillo y el casco de carbono. Tiene sección redonda de “K”, por lo que no para de moverse a los lados. Al principio me generó una sensación de inestabilidad total. Me parecía que no íbamos a durar encima más de un puñado de minutos. Pero poco a poco conseguimos cierta tranquilidad y fuimos remando mucho, hasta completar toda la sesión de entrenamiento, y tengo que decir que, a ratos, incluso bien. Pero aún nos encontramos en una fase en la que Pedro tiene que recurrir a bastantes apoyos cuando la cosa se pone fea. Va bien cuando acompasamos pesos durante las paladas, y todo hay que decirlo, da gusto, porque el barco se muestra mucho más rápido que el kayak pesado. Durante el, hasta ahora, único entrenamiento realizado sobre este bote, del desagrado y frustración inicial, conseguimos pasar al contento, e incluso más tarde a la velocidad. Es afilado y con esos característicos alerones picudos y evidentes en la segunda bañera, los cuales añaden algo de margen de seguridad cuando oscilamos lateralmente. Su timón resulta inmediato, aunque con un radio de giro muy amplio en ciaboga. Sumerge la proa casi con cualquier mínima ola que se nos presente, pero es algo que, por fortuna, ya ha dejado de impresionarme.

Entretanto, como el club está lleno de barcos, la asistencia a los entrenamientos nunca es idéntica, y el verano ha calentado el agua y el ambiente, hay días en que probamos variadas configuraciones de tripulaciones y nos arriesgamos a remar en embarcaciones que se sitúan al límite de nuestra competencia. Es el caso de otro K2 Román tipo “Americano” de keblar, diseñado para palistas ligeros. Fue Aura quien me propuso subirnos a él, y gracias a ella tardamos bastante rato en volcar, aunque al final… lo conseguimos. El barco se mueve mucho. De hecho, se ha de mover para avanzar bien, el problema reside en mi incapacidad para percibir el momento y el lado hacia el que corresponde cada inclinación, y mis compensaciones de cadera no se acoplan a las de mi tripulante (en este barco voy detrás). Aún así fue un intento algo prometedor y creo que la cuestión de los “americanos” se ha convertido en mi escalón de trabajo actual en lo que al K2 se refiere.

 
El K2 “Americano” blanco para ligeros reposa en la nave.

Volviendo a las piraguas individuales (a las K1), en mi estado de evolución actual, me encuentro en lo que a nivel de nuestro club denominamos “intermedias”. Tal nombre proviene del que las asigna el propio fabricante: Polledo. No soy capaz de señalar con precisión de qué modelos se tratan, pero en líneas generales puedo describir que son sendos kayaks de longitudes estándar de K1, con el perfil transversal del casco ya bastante redondeado y de manga estrecha. Por lo visto, un acercamiento bastante evidente a lo que sería un K1 de competición, aunque algo más asequible para el control del equilibrio. De hecho, su fabricante las recomienda para palistas veteranos (expertos pero mayores). Mi problema principal es que únicamente atesoro el segundo de esos dos atributos: la edad, pero de experto nada. Tenemos dos, ambas de color blanco, y en una de ellas el intercambio del asiento nos permite establecer un escalón más de progresión hacia su dominio. Las dos tienen timón de cola.

La primera (la que únicamente tiene una posibilidad de asiento) modelo “Intermedio”, se mantiene aparentemente quieta hasta que te mueves tu y… ¡zas! Al agua patos. La he utilizado varios días en los que la superficie del agua estaba como un espejo. Con resultados dispares. El primer día no me fue mal, pues tras la zambullida inicial, con más cuidado, estuve mucho tiempo remando (más de una hora), con apenas sendos vuelcos al subir y bajar la ría, en un mismo tramo en el que había una ligera dificultad. Entonces no me atreví a impulsar mucho o a rotar mi tronco al dar las paladas, pero noté como corta el agua de maravilla y que desliza mucho. Por cuestiones de calendario de eventos, no había vuelto a probarla hasta hace poco. En la segunda ocasión me di unos diez “baños” con ella. Me sirvió para perfeccionar mi técnica de achique y embarque, y para familiarizarme con sus límites. Aunque no lo parezca, remé mucho mejor, porque apliqué los gestos técnicos y conseguí que el barco avanzara más y mejor. Pero evidentemente, ante tan numerosos desequilibrios, se hace imprescindible invertir mucho más tiempo de práctica. Tal afirmación quedó demostrada al siguiente entrenamiento. Durante el mismo alterné largos periodos de paleo cómodo y tranquilo, con rachas de absurdos vuelcos sucesivos. Creo que el estado psicológico instantáneo realmente tiene mucho que ver con la eficacia del gobierno del barco. Considero que, junto con la siguiente, es el escalón de progreso en el que debo centrarme actualmente.

La segunda (“Intermedio New”) es algo más ligera y estrecha y me ofrece, en principio, similares sensaciones: estable de partida parado, y dejándome remar hasta que una oscilación excesiva me origina un vaivén de lado a lado y caigo. Me pasó dos veces en muy poco tiempo el día que la probé. Luego me enteré de que lo había hecho con un asiento no original, más elevado, y por tanto bastante más inestable. No el que suelen colocar como paso intermedio de aprendizaje. Según Keko, esta intermedia podría ser ligeramente más inestable que la otra (aunque en realidad son similares), pero con su asiento original ocurre un poco lo contrario. Mi segundo intento con ella fue bastante prometedor y me pareció claramente más estable que la otra. Tengo que probarla mucho más. En estos momentos se me plantean varios frentes en mi avance de dominio técnico. Hasta ahora competía siempre con barcos más estables, que ya controlo sobradamente, lo hacía así para asegurar las pruebas. Pero entreno con barcos que suponen una zona límite de dominio para mí. Actualmente son: el K2 amarillo antes nombrado en la modalidad doble, la Cantábrico como barco de mar o cuadriatlón y cualquiera de las dos intermedias dentro del “programa” de progresión en K1. Lo malo es que no práctico tantos días como abundancia de barcos tengo disponibles. Pero no tengo prisa.

 
Esta es la Intermedia (¿”New”?) de Polledo, la más ligera de las dos que tiene el club. Aquí está con su asiento bajo, lo cual la hace más estable que con los asientos elevados.

En esta perspectiva tomada desde popa se aprecia mejor la estrechez de su manga, menor en casco que en bañera.

Esto del piragüismo es un proceso peculiar. Tu progresión técnica y competitiva va muy ligada al tipo de barco que vas siendo capaz de dominar. En esto difiere mucho de otro tipo de modalidades. Por ejemplo el ciclismo, donde, en cuanto aprendes a montar en bicicleta, casi puedes conducir cualquier modelo de bicicleta de tu talla (con excepción de las de piñón fijo o algún otro artefacto muy particular). Cualquier ciclista popular, aún siendo inexperto, puede adquirir una de las mejores o más caras bicicletas del mercado y utilizarla para sus participaciones. Con los kayaks no ocurre igual. Avanzar en competitividad de barco a emplear, supone un proceso de aprendizaje bastante largo. Para algunos de bastantes años. En mi club, cada cual se mueve en una horquilla de niveles bastante definidos. Y tu competitividad finalmente depende de tu competencia técnica, de tu condición física y de la velocidad característica del barco que seas capaz de llevar en cada circunstancia de competición (gradación de viento, oleaje, corriente, etc.). Otro asunto interesante es que desde que accedes a poder mantenerte remando en un barco, hasta que eres capaz de poder ejecutar sobre él la técnica adecuada y la impulsión (potencia aplicada), pasa, necesariamente, bastante tiempo de práctica. Eso explica porqué, por ejemplo en mi caso, soy capaz de rendir más con barcos ligeramente más lentos (pero más estables) que con aquellos otros en los que ya estoy trabajando pero aún no tengo “dominados”. Todo esto es un asunto que está muy vinculado con el concepto de deportista “popular” en el mundo del piragüismo de competición, asunto cuyo tratamiento dejo aplazado para algún futuro capítulo. Y como si la cuestión de los barcos no fuera ya de por sí suficientemente complicada, además está el asunto de las palas hidrodinámicas. Las hay de tracción, de ataque, etc. y dentro de ello una gran diversidad de diseños. Y aunque pudiera parecer poco importante o, al menos, ajeno a la capacidad de dominio de las embarcaciones, pues resulta que para el aprendiz no lo es. Recientemente, entrenando con una de las piraguas que ya hace tiempo que no me da ningún tipo de problemas de estabilidad, probé dos tipos de palas diferentes a la que utilizo siempre. La primera era más corta, me ofrecía mayor eficacia propulsiva, pero menos posibilidad inmediata de hacer un apoyo más amplio o alejado en caso de necesidad. Nada grave, pero que seguramente me hubiera originado algún vuelco en algún kayak más avanzado. Después pasé a una de ataque y el cambio de sensaciones fue radical. La pala era escupida por el agua con un chocante pero evidente sonido. Al poco de introducirla por delante, era expulsada a medio camino hacia atrás. Ella sola me aceleraba la frecuencia de palada y eliminaba cualquier sensación de apoyo. Cuando torsionaba bien el cuerpo, adelantando el hombre del ataque al máximo, el avance del barco era evidente, pero ante cualquier error o desequilibrio, la sensación de precariedad se hacía manifiesta. Creo que con esta pala hubiera sido impensable (por ahora) haber intentado remar en las piraguas con las que ahora mismo me estoy fogueando. Todo un mundo esto del piragüismo de competición.