martes, 31 de diciembre de 2019

SAN SILVESTRE


La despedida de cada año y la correspondiente nueva bienvenida, constituyen uno de los actos de celebración pagana más populares y globales que existen. Las maneras y actividades que elige la gente para homenajear este hito temporal son de lo más variopinto. En la mayoría de las culturas hay costumbres a las que una inmensa mayoría de personas se suman, y otras muchas de carácter más personal o minoritario. En todo caso, muchísima gente no se limita a una actividad en exclusiva (una cena, una fiesta, las campanadas, una reunión, un aperitivo, un concierto, etc.), sino que acumula varios ritos de distinta naturaleza en un lapso relativamente corto de horas, entre la mañana del día 31 de diciembre y la tarde del 1 de enero.

No soy lo suficientemente original como apartarme de tan marcada tendencia social, y yo mismo acumulo algunas costumbres que se vienen repitiendo en tales fechas desde hace años. Ceno en familia extendida el 31, participo de una fiesta privada esa misma noche, veo la retransmisión del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena al día siguiente y cocino y como en familia nuclear poco después de su finalización. Lo que no hago es tomar las uvas, aunque sigo el evento por la televisión. A todo eso, he de añadir, la realización de alguna actividad deportiva la mañana o la tarde del día 31.

Durante muchos años, creo que más de un par de décadas, dicha costumbre tomaba la forma de mi participación en la carrera popular de la San Silvestre santanderina. “San Silvestres” pedestres hay en abundancia. En España y en otros países, en múltiples ciudades y en poblaciones menores. No todas coinciden en el momento ni día concreto de celebración aunque, eso sí, rondan y están relacionadas con el fin de año. Y eso es porque toman su nombre del santo homenajeado el 31 de diciembre por la Iglesia católica: San Silvestre I.

Dicho personaje fue el trigésimo tercer Papa. El primero de la historia que no murió mártir. De hecho, le tocó en suerte vivir una época dulce para su credo religioso, un momento histórico de reconocimiento oficial en el Imperio Romano, lo cual facilitó que San Silvestre lograra ser el instaurador de muchas pautas organizativas del catolicismo oficial pionero, así como iniciador de algunas tradiciones culturales del mismo. Su fiesta coincide con el fin de año porque falleció el 31 de diciembre del año 335. Se le considera como un Papa de vida ascética, aunque creo que eso no tiene nada que ver con que a la gente le haya dado por salir a correr y a sudar un poco ese día. Lo que si tiene cierta gracia es que, en mitad de una celebración fundamentalmente pagana, haya millones de personas en el mundo que hagan de la carrera deportiva (una actividad igualmente pagana) uno de sus gestos festivos rituales y, sin embargo, lo denominen, masivamente, con una referencia del santoral católico. Cosas de la interacción histórico-cultural-religioso-social-etc. siempre tan compleja e indomable (desafortunadamente para tantos, como hay, aspirantes a gobernar y adoctrinar el pensamiento de las masas).

Resumiendo, a alguien le dio por organizar una carrera de fin de año, le puso el nombre del salto del día, hubo quienes se animaron a despedir con ello el año porque, seguramente, les gustaba correr, y el tiempo, poco a poco, se encargó de popularizar la idea, que fue replicándose por diferentes localidades del mundo.

Ese primer alguien tiene un nombre, aunque, como tantas veces ocurre, ni fue el primero, ni quizás de los primeros. Estando el brasileño Cásper Líbero en París, en plena década de los años 20 del siglo pasado, asistió complacido a la celebración de una carrera nocturna en la que los corredores portaban antorchas. De regreso a su país, decidió organizar su propio evento la noche de fin de año, y hacerlo de modo que se empezara a correr antes de las 12 del 31 y se finalizase ya entrado el día 1. Parece que desde el principio se la denominó como Corrida de São Silvestre. Aquello se produjo en la madrugada de 1925 a 1926. Entre sus intenciones estaba el usar la prueba para promocionar su periódico: Gazeta Esportiva, que fue fundado coincidiendo con la cuarta edición de la carrera (1928). Desde entonces el periódico se convirtió en el patrocinador, organizador oficial y propietario de la célebre carrera. Así pues, una vez más, la historia del deporte nos da otra muestra de un fenómeno muy común en lo que hace referencia a la fundación de eventos deportivos de gran tradición y abolengo: que fueron puestos en marcha y sostenidos por diarios de prensa escrita. Algo que fue muy habitual en el ciclismo y que también se dio en el esquí, el patinaje sobre hielo, el automovilismo, la aviación deportiva, etc.

En cuanto al territorio nacional, la primera en disputarse fue el Circuito de Nochevieja de Galdácano de 1961. Aquella carrera, sin embargo, no tuvo continuidad hasta 1973. Entre tanto, en 1964, un promotor deportivo gallego llamado Antonio Sabugueiro organizó en Madrid la San Silvestre Vallecana, la cual ha acabado convertida, sin lugar a duda, en la más multitudinaria de todas las carreras que se celebran en nuestro país en fechas próximas a la Nochevieja. Su participación ronda los 40.000 corredores. Dicha participación proviene de un proceso incremental que ha caracterizado a muchos grandes eventos deportivos populares, con las carreras a pie a la cabeza. Los maratones son un buen ejemplo de ello. La evolución de la participación en estos y otros tipos de eventos, en muchos casos, ha seguido un patrón de crecimiento exponencial. La original brasileña empezó con 60 participantes y en el año 2014 se plantó en 30.000. En cuanto a la vallecana, sobre ella han ido surgiendo diversas polémicas a lo largo de sus más de cinco décadas de existencia. Polémicas relacionadas con la masificación (se hizo oficialmente popular en los años ochenta), con las dietas solicitadas por algunas estrellas, con la privatización de la organización, con la deslocalización del recorrido con respecto al trazado original “de barrio”, etc. Muchas de ellas no han respondido a hechos aislados, sino que se han ido dando en otros eventos similares, en diferentes épocas. Recuerdo por ejemplo que, viviendo como estudiante en Madrid, en el año 1985, la carrera “popular” de Canillejas sufrió un descalabro organizativo importante, cuando, superada por una masiva participación popular, generó un conflicto en la salida de las grandes figuras contratadas para disputarla realmente. Hubo un boicot organizado por parte de muchos atletas participantes que lograron taponar y cerrar a algunas “vedettes”, teniendo que darse una salida falsa inicial, y otra posterior, corregida, más adelante. Además de las protestas, los gritos de “popular, popular”, los empujones y el caos organizativo, hubo agresiones físicas, como el derribo del británico Mike Mcleod, medallista olímpico en Los Ángeles. Todo aquello acabó siendo noticia en los medios televisivos e impresos. Los hechos, ocurridos a finales de noviembre, ejercieron de aviso para navegantes y quizás supusieron un antes y un después en la organización de pruebas callejeras populares que, a riesgo de hacerlo a golpes, iban pasando de ser eventos de dimensiones contenidas, a macro eventos populares.

Y es que durante la última década del siglo XX y la primera del XIX, se fue fraguando un fenómeno social que actualmente está totalmente consolidado: el que las masas de participantes (constituidas por cientos o miles de ciudadanos anónimos y no necesariamente atléticos) se hayan ido decidiendo (primero) y acostumbrando (actualmente) a tomar parte de todo tipo de eventos deportivos convocados sin requisitos previos clasificatorios o de nivel. Todo empezó, precisamente, con las carreras celebradas en las calles, las “populares”, aunque casi simultáneamente surgió en el “cicloturismo más o menos competitivo” de carretera, y, con el tiempo, replicándose como fenómeno en la natación, el novedoso BTT, el triatlón, etc. Ahora mismo ya se da casi en cualquier modalidad deportiva. Paralelamente, en cierto modo, en el lado de los organizadores, dicho proceso también parece haber ido sufriendo cierta metamorfosis mediante la cual más y más entidades o personas han ido deslizándose, con mayor o menor grado de desfachatez, desde una vocación pionera de popularización deportiva, hasta la oportunidad de negocio puntual lucrativo.

Y este fenómeno parece haberse dado en un caso concreto que he podido vivir de cerca, el de la San Silvestre santanderina. Tras mí ya mencionada larga fidelidad a dicha prueba deportivo-festiva, desde hace un par de años he decidido no volver a tomar parte en la misma, a menos que las cosas cambien y, en algunos aspectos concretos, se vuelva a lo que fue en su día: un evento popular y gratuito, al servicio de la ciudadanía.

La primera vez que asistí a este evento fue a principios de los años noventa. Lo hice como espectador, porque la corría (en la versión competitiva federada) un deportista al que entrenaba. Poco tiempo después empecé a tomar parte, siempre en plan festivo, como un acto deportivo con ánimo social y de encuentro, así como de entretenimiento previo a la cena de Nochevieja. En aquella primera ocasión que la vi desde la acera, no creo que la participación popular llegara a las 300 personas. Después, desde que empecé a “sudarla”, año tras año, la cosa fue creciendo. Los cientos aumentaron hasta superar el millar, y tan significativa cifra se fue doblando o triplicando, en función de las condiciones climáticas de la tarde en cuestión, aunque siempre dando muestras de crecimiento.

Tal incremento, lejos de achacarlo a mejoras organizativas, creo que se explica bien a través de varios factores ajenos a la entidad organizadora y que, igualmente, se han ido dando en otros eventos de similar naturaleza. Uno, la popularidad progresiva de las carreras “populares” (perdón por la redundancia, está expresada adrede). Dos, la tendencia del fenómeno San Silvestre en España (en los años sesenta se celebraban unas cuatro en todo el territorio nacional, y actualmente más de 1200). Tres, que, en el caso santanderino, los participantes hemos ido haciendo de auténticos embajadores (“influencers analógicos”) del evento, potenciando un boca a boca que fue haciendo crecer la participación hasta convertirla en un éxito en formato de quedada social ciudadana.

Y es en determinado momento de dicho proceso cuando, a la vista de los organizadores, pudiera, quizás, haberse dado el caso de que hubieran interpretado gozar de una cifra de masa crítica suficiente como para que la avaricia o el interés crematístico susurrasen a sus oídos y decidieran, de golpe y porrazo, empezar a cobrar (a convertirla en un negocio). Como la gente se mosqueó, las disculpas empezaron a correr por ahí. Primero la de tener que asegurar la prueba, justificación ridícula para quienes saben de cifras y costes al respecto. Más tarde otras de las que luego hablaré. El año fatídico del cambio de actitud, el del paso del interés cívico al, aparente, del negocio creo que fue el 2011. Y la cuota de inscripción se inició con 5 €. No está mal, para un evento que dura una media de 35 minutos, en el que el consistorio pone todas las facilidades (además del espacio público) y dinero, hay patrocinios varios y, para colmo, los regalos o avituallamientos de llegada empezaron a verse mermados de modo manifiesto. Lo de los regalos daba lo mismo, a nadie le hacían falta, y menos momentos antes de acometer una cena copiosa. Sin embargo, que su progresiva merma vaya coincidiendo con el inicio y aumento de tarifa de inscripción, hacía sospechar un significativo cambio de mentalidad operado en la mente del ente organizador.

Durante cuatro ediciones seguidas el precio se mantuvo, años en los que el “run-run” quejumbroso de parte de los participantes más asiduos fue en aumento. Entonces, creo recordar que en el 2016, la organización, apuntándose a una tendencia que ya empezaba a estar de moda, y que lamentablemente en algunos casos (afortunadamente no en todos) lo que provoca es un lavado de cara sentimental y poco efectivo, que aprovecha despertar la fibra sensible y la solidaridad de la buena gente, para captar clientes y disimular un buen negocio puntual, decidió “calificar” al evento como solidario. En realidad, lo que se hizo repentinamente solidario no fue el evento, sino el conjunto de participantes, quienes pasaron de pagar 5 euros a pagar 6, mientras que la organización pasaba de no dar nada a la Cocina Económica, a transferirle el montante de euros entonces añadidos.

Dos años más tarde, la inscripción volvió a verse incrementada hasta alcanzar los 8 euros, en la edición de 2017. Más tarde, los dos últimos años, nos han sorprendido con una errática oferta que ha ido siendo, sucesivamente, de un inmediato regreso a 6 (en 2018; quizás conscientes de que se les había ido la mano el año anterior) y un nuevo “re-incremento” a 7 para este fin de año. Esto es, a pesar del aumento de participación, de la crisis económica sufrida por los participantes, etc. El precio ha ido creciendo (de cero a 10, en el caso de los que lo dejen para última hora) en un periodo de diez años ¡Qué felices serían los pensionistas si vieran mejorado su poder adquisitivo un 100% en una década!. Y, entretanto, lo que sí se ha quedado congelado, es el donativo solidario, el cual, según declaran los carteles publicados por la propia organización, se ha mantenido en un pertinaz mísero euro (hasta 2017, porque la coletilla solidaria ha desaparecido de los carteles de las dos últimas ediciones).

Recapitulando, la evolución parece evidente: transformación de un evento popular gratuito en uno de pago, incremento de precios y aparición temporal de una causa solidaria cuantitativamente simbólica. Sin embargo, eso no ha sido todo. Creo que los atletas federados también tendrían algo que decir al respecto, porque han pasado, creo que desde 2017, de poder correr gratis en la “popular”, a tener que acoquinar como el resto de los mortales. Y es que aquel año se tocó el cielo en todo este asunto: además de batirse el récord de precio de la inscripción, también lo hizo el montante subvencionado por el ayuntamiento de Santander y es que sí, efectivamente, a pesar de tratarse de un evento popular-festivo que, desde que empezó a tomar verdadero arraigo participativo entre la ciudadanía empezó a costar dinero, y a pesar, también, del incremento del precio, el consistorio ha ido subvencionando la prueba año tras año (tengo datos desde 2011), llegando incluso a quintuplicar la cantidad, como fue el caso de 2017 (6000 €). ¡Qué tendría aquel año!.

Para quién tenga interés por las evoluciones y tendencias, muestro aquí un gráfico que refleja lo comentado hasta ahora. Las cifras de las subvenciones recibidas del ayuntamiento de Santander correspondientes a los años 2012, 2013 y 2014, no son exactas porque entonces las subvenciones recibidas no discriminaban entre lo concedido a otras pruebas organizadas por la misma entidad, cosa que si se hace a partir de 2015. Pero, tirando de porcentajes, un cálculo aproximado es muy sencillo de hacer, teniendo en cuenta la cantidad total y como han ido evolucionando las cantidades parciales concedidas a cada evento.

Eje vertical izquierdo: precio de la inscripción individual anticipada, precio de inscripción para federados y donativo publicitado en los carteles. Eje vertical derecho: subvención aportada por el Ayuntamiento de Santander (sin publicar aún lo concedido para el año 2019).

Se podrían añadir más datos, aunque no se ha hecho para no sobrecargar el gráfico. Por ejemplo, que desde 2016 surge otra fuente de ingresos mediante la aplicación de un recargo aplicado a todos aquellos participantes que se apunten más tarde del plazo fijado por la organización. Sí, dicho recargo también va en aumento, empezó siendo de dos euros y este año ya está fijado en tres. Este tipo de suplementos es habitual en muchos eventos deportivos, y tiene cierta lógica por dos motivos: estimular una inscripción anticipada para facilitar las labores de organización, y ayudar en las previsiones de masa de gente esperada para el día de la prueba. Lo que sin embargo choca es que, aun recargando la inscripción tardía, no se dan camisetas (ahora “kit de carrera”) para todos. No, la entidad cubre un número fijo de unidades, ya establecido bastante antes del cierre del periodo de inscripciones, y el resto, si se quedan sin ello, que arreen. Teóricamente esto ha de suponer que algún aproximado millar de personas se queden sin “kit”, pero, también es verdad que la cifra de “piratas” (personas que participan sin inscribirse) debe ser muy elevada, cosa que, con lo comentado hasta ahora, no es de extrañar que suceda, y menos en una sociedad como esta en la que la piratería alcanza una gran variedad de órdenes, ámbitos y clases sociales.

En todo este asunto hay dos colectivos que también se han visto afectados por la llegada de lo que aparenta ser una forma de feroz “capitalismo” mal entendido. Me refiero al de los estudiantes menores de edad y al de las familias. Vayamos con el asunto de los primeros. Como profesor de EF, durante varios años, ingenuo de mí, fomenté la participación de mi alumnado en esta carrera, pensando que el carácter festivo, animado y multitudinario de la misma pudiera tener algún efecto añadido, por pequeño que fuera, sobre la adherencia hacia el ejercicio físico. Aquello fue, lógicamente, cuando la prueba era gratuita. Con el paso de los años, he podido comprobar como otros docentes hacen lo mismo, aunque actualmente ya haya que pagar. Y, para colmo, algunos incluso dan puntos extra en la calificación de la materia por participar. Personalmente lo considero un disparate (nimio y leve, pero un disparate), y voy a explicar el porqué. Fomentar la participación en eventos deportivos está bien, siempre y cuando sean accesibles, gratuitos o ¡claramente! solidarios. Lo que, desde luego, no me parece nada bien es que parte de la calificación de una materia provenga de la inscripción (y pago) de una cuota, a una entidad privada, totalmente externa al sistema educativo, para participar en un evento ajeno a la programación del centro y a la de la materia en cuestión.

Todo este asunto se ve sobredimensionado en el caso de las familias. Más, cuanto más numerosas son. Sirva la mía como ejemplo, que realmente participó al completo en alguna edición. Si en 2010 lo pudo hacer gratis, pronto pasó a tener que pagar 25 euros y ahora la cuestión estaría en 35 (50 € si nos apuntásemos con retraso). No es la única, ni mucho menos, se ven varias el día de la carrera, yo mismo fomentaba la participación entre familiares y amigos hace años, incluida una de 8 miembros que acostumbra a tomar parte al completo (entre 56 y 100 €, “del ala”, según si espabilan o no a la hora de apuntarse). Apto para familias solventes, inaccesible para una familia de clase baja en plenas Navidades. ¡Si San Silvestre I levantara la cabeza!

Otro colectivo que ha tenido sus más y sus menos con la San Silvestre santanderina es el de las mujeres. Desde hace tres años, la misma entidad que la organiza, celebra otra marcha-carrera popular con el eslogan de la lucha contra la violencia de género. Se trata de una noticia excelente, no solo por lo que, en sí, en primer plano, declara el cartel anunciador, sino, especialmente, porque demuestra que las entidades pueden llegar a cambiar, en este caso concreto, a mejor. Lo digo porque la San Silvestre santanderina, durante bastantes años sostuvo una empecinada muestra de discriminación contra la mujer. No me refiero a la carrera competitiva-federada, sino a la expresión popular del evento. Recuerdo perfectamente, cómo, año tras año, cuando el recorrido discurría dando un par de vueltas por un circuito que llegaba hasta el extremo final del paseo marítimo en dirección al “Chiqui”, se establecían dos distancias diferenciadas por género: una vuelta para las mujeres y dos para los hombres. Lo peor no era eso, ocasionalmente habitual para la época, lo malo es que cuando una mujer pretendía completar las dos vueltas, porque le apeteciera o porque, sobre todo, corría en plan festivo en compañía de sus amigos o familiares, era vigilada, perseguida, abroncada desde la megafonía, e incluso agarrada para que no pudiera seguir. Es algo que vi con mis propios ojos y le ocurrió a algunas familiares. De hecho, algunas se saltaban las vallas del recorrido para poder dar las dos vueltas, otras giraban antes del paso por la recta principal, y las más se vestían con ropa “unisex” discreta, se recogían el pelo con gorra, gorro o buff, y se colocaban algo camufladas entre sus compañeros varones. Lo dicho, los tiempos evolucionan y, afortunadamente, la San Silvestre santanderina no ha sido una excepción en este asunto.

Pese a todo lo comentado hasta ahora, tengo que reconocer que, tal y como avancé al principio, he participado en la San Silvestre durante unas dos décadas aproximadamente. Una vez que empecé a hacerlo, no falté nunca, hiciera como hiciera. Hubo años de sorprendente calor, causado por la persistencia del viento sur en la ciudad, algunos de frío y otros, no muchos, de lluvia. Sin embargo, he dejado de hacerlo, desde la edición de 2017. Aquel año me di cuenta de cómo había ido evolucionando todo este asunto y decidí no tomar parte en él. Al principio pensé en participar de un modo reivindicativo, ideando para ello un dorsal alusivo a mi protesta. En un país en el que a la gente se le permite cortar vías de comunicación vitales, asaltar negocios privados y montar barricadas en las calles de las ciudades, de forma reiterada, para reivindicar todo tipo de asuntos, públicos o privados, legales o ilegales, constitucionales o no, por qué me iba a cortar al respecto. Sin embargo, como en el fondo, estoy en contra de la piratería, y cómo, además, lo que busco, el 31 de diciembre, es pasar un buen día cerrando el año deportivamente y sin crispaciones, lo que hago es, en función del día que haga, organizarme un buen plan de despedida. El año pasado fue subir al Moral en BTT para brindar con cava junto a un buen grupo de aficionados. Y este año ya veremos, algo haré.

Pero la causa principal de mi despedida de la San Silvestre santanderina, lo que realmente me hizo huir de ella, no fue la cuestión económica, ni todo este extraño talante que parece intuirse detrás de su organización. Lo que colmó el vaso de mi paciencia fue escuchar una agresiva voz por megafonía abroncándonos sin parar por estar corriendo sin inscripción o sin dorsal. No era la primera vez que nos caía una desagradable e insistente bronca a quienes habíamos cumplido con el pago, pero si la vez que, a lo largo de toda la recta de llegada a meta, más insistente e indiscriminado se hizo presente el chorreo propiciado por los altavoces. Nunca me ha sentado bien que a la gente nos riñan por lo que hacen los demás, que todos paguemos por culpa de otros. Es algo que, en ocasiones, hacen los gobernantes, demasiados colectivos reivindicativos, algunos directores, jefes y hasta madres y padres de familia, pero eso no lo justifica, y menos aun cuando quien te grita es el representante de una entidad a la cual has pagado. Aquel año, aquella actitud resultó tan desagradable, que decidí no volver a sufrirla. ¡Qué falta de modales, de empatía y de justicia!. Espíritu navideño brillando por su ausencia.

Cuestión de la megafonía aparte, considero que el ayuntamiento de Santander debería estudiar toda la deriva experimentada por este evento desde hace años, cotejar cómo es empleado el dinero que aporta, revisar las cuentas totales del mismo y reflexionar sobre lo que pretende conseguir a través de la prueba. Si lo que busca es celebrar una fiesta deportiva, realmente popular, creciente en participación y carente de dudosas sensaciones de lucro, debería exigir que la prueba sea gratuita. Durante todo el texto he empleado el término de entidad al referirme a la organización de la prueba. Lo he hecho porque ignoro si está constituida como asociación sin ánimo de lucro o como empresa. Son cosas muy diferentes, aunque en España, desde hace algún tiempo, son muchas de las primeras las que acaban funcionando como las segundas. Tal es el caso de algunas ONGs, entidades sindicales, federaciones o clubes deportivos, etc. Seguramente minorías, pero haber casos los hay y los ha habido. No se trata de meter a todos en el mismo saco (como ocurrió con el rapapolvo de la megafonía), pero si de comprobar a qué y para qué se da el dinero público.

En este sentido, han ido surgiendo ya algunas (pocas) voces críticas con algunos planteamientos que se están dando en el deporte en la actualidad. Aunque el deporte en España es un campo en el que los partidos políticos no parecen atreverse a entrar (por miedo, desconocimiento, falta de interés o vaya usted a saber qué), algún que otro “indignado” surge de vez en cuando, aunque rara vez se le haga caso por parte de los medios de comunicación. En el caso de la carrera está el ejemplo de Luis de la Cruz, que en su escueto libro “Contra el running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial” (Libros del Borde, nº 6), reflexiona sobre el cariz que, en su opinión, ha ido tomando el correr en la sociedad actual. Su posicionamiento político es bastante evidente hacia un lado concreto del espectro actual, es probable que exagere en algunos de sus contenidos, pero, su reflexión resulta interesante y no exenta de cierto fundamento. Aquí os dejo con unas declaraciones del mencionado autor.

“El interés primero es el propio personal y el que cada uno quiera, pero el discurso creado alrededor del 'running' sirve a los intereses de la clase dominante de extender la ideología del capitalismo contemporáneo, una ideología que incluye el individualismo extremo y la aversión al trabajo en equipo. Hay una visión moral del correr, no es solo una práctica deportiva ya que está bien visto y está relacionado con el culto al cuerpo. Se asocia ser una persona exitosa con practicar deportes bien vistos por el 'establishment'. Por esta razón es recurrente la imagen de políticos corriendo en campaña electoral”.

Al autor lo escuché hace tiempo, presentando su libro en la librería La Vorágine. Pese a que sus tesis no me convencen plenamente, sí que aporta algunas pistas muy interesantes que deberían tenerse en cuenta a la hora de analizar el consumo febril que gran parte de la sociedad actual muestra con respecto a la práctica deportiva, los enseres “necesarios” para la misma, la “titulitis” de resultados y el negocio de los eventos multitudinarios. Personalmente agradezco de que haya emprendedores que lo intenten con la organización de eventos de pago. Sin embargo, me preocupo cuando algunos de ellos se esconden detrás del formato o epígrafe normativo de entidades sin ánimo de lucro, para evitar pagar tributos, tasas, sueldos, contrataciones, etc. Y, además, cobrar subvenciones públicas. Yo mismo participo ocasionalmente en eventos deportivos de pago, pero procuro tratar de distinguir que es lo que hay detrás de ellos, aunque seguro que nunca acierto de todo con el diagnóstico. Y es que resulta muy difícil establecer límites a la hora de considerar cuando una asociación, club modesto, o cualquier otro tipo de organización, monta algo para sobrevivir, promocionar el deporte o financiarse “malamente”; o cuando lo organizado podría ser interpretado como todo un negocio encubierto. Tampoco nos corresponde hacerlo a lo usuarios, aunque eso sí, tenemos todo el derecho a poder decidir si participar o no. Y lo mismo que puede darnos por recomendarlo, igualmente tenemos derecho a desaconsejar la participación. En el caso aquí expuesto, habrá quienes lo consideren un auténtico evento de promoción deportiva, otros una especie de cotillón deportivo “sacaperras”, y, la mayoría, no se planteen nada en absoluto.

En cualquier caso, como no puede ser de otra manera, llegado cada fin de año, que cada cual lo celebre como quiera, se divierta y lo disfrute. Corriendo, bailando, brindando con cava o reuniéndose con quien le apetezca, sean muchos o pocos.

¡Feliz 2020!

sábado, 30 de noviembre de 2019

VITUS


Esta es una historia del siglo XX. Hasta cierto punto, incluso un relato explicativo simplificado de la evolución de la tecnología ciclista francesa durante dicho periodo. Una crónica incompleta, pero que ilustra algunas de las claves de dicha evolución. Una descripción sesgada del siglo. Sesgada porque está contada a través de una protagonista: la bicicleta Vitus 979. Aunque para ser más precisos, ese protagonismo “nominal” debería ser masculino, el cuadro Vitus 979. La historia cuenta tanto hechos que precedieron a su concepción, como otros sucedidos con posterioridad a su periodo de producción y venta.

El relato se inicia con el propio siglo XX, cuando la bicicleta ya se había convertido, en Francia y  en Europa, en un fenómeno social, ciudadano, industrial, deportivo y económico, de enorme relevancia. Debido a ello, especialmente en Francia, proliferaron los negocios e industrias relacionados con la fabricación de bicicletas o cualquiera de los múltiples componentes y accesorios relacionados con ellas. El ya tratado (en una entrada publicada hace ya tiempo) ejemplo de Peugeot, sirve como ilustración de dicho fenómeno, mostrando el nacimiento, crecimiento, consolidación, crisis y adaptación contemporánea de una marca longeva, que ya protagonizó aquellas primeras décadas del mencionado siglo. Sin entretenernos en las fases pioneras de principios de siglo, ni en los procesos de nacimiento de muchas de las empresas del ramo, vamos a situarnos en un punto geográfico concreto del hexágono galo para hacer alusión al fenómeno de la Industria Stéphanoise de la bicicleta. El apelativo hace referencia al gentilicio correspondiente a Saint-Étienne (capital del departamento de Loira, en la región Auvernia-Ródano-Alpes). Por cuestiones que no vienen al caso, allí se generó todo un proceso de concentración industrial enmarcado dentro del sector de la bicicleta. Un caso similar al de “la bicicleta eibarresa” pero algo anterior, de mayor dimensión y a la francesa. Los expertos describen aquel florecimiento y consolidación industrial como un nítido ejemplo de desarrollo local “marshaliano”, esto es, caracterizado por muchos de los atributos explicados por el economista Alfred Marshall. Entre ellos se encontraban: una interdependencia mutua entre actores (población, pequeñas, medianas y grandes empresas), progresivo asociacionismo, desarrollo experto a través de la formación profesional y/o el aprendizaje informal artesano o tecnificado, interconexión entre las líneas de producción, origen de las materias primas, recursos económicos y energéticos, etc. Todo ello en momentos en los que la localización garantizaba facilidades y ahorro de costes (casi lo contrario que ahora). Un auténtico sistema local (supra empresa) como unidad integral de producción que, además, acababa estableciendo potentes vínculos de identificación con la población local, la geografía, el territorio, su economía y, casi, hasta con algunas tradiciones. Para tratar de comprenderlo, pensemos un poco en las antiguas distribuciones localizadas españolas especializadas en bicicletas, juguetes, turrón, navajas, etc.

En los años treinta, el modelo de la industria stéphanoise ya estaba más que consolidado, y presentaba de forma, incluso tradicional, una verdadera concentración de especialistas con una profunda división del trabajo. Como acabo de explicar, constituía todo un ejemplo de industrialización de barrio, comarca o localización. Allí coexistían múltiples talleres especializados en piezas, tratamiento de materiales, montaje, etc. Y, por supuesto, también, fabricantes de bicicletas completas, como el caso de Ravat, Manufacture Française d'Armes et de Cycles de St Étienne (MAFAC), Automoto, etc.

“Finalmente se impone el juego de economía de aglomeraciones que promueven la circulación informal de información e innovaciones, cuando no la determinación de futuros individuales por el ejemplo cotidiano, que valoran la interpenetración de diversas formas de trabajo (trabajadores o artesanos "en ventana", es decir en casa; trabajadores ambulantes; trabajo asalariado; trabajo informal complementario; y la doble jornada), que activan la movilidad profesional y social”. (André Vant & Jaqueline Dupuis, 1993: L'industrie stéphanoise du cycle ou la fin d'un système industriel localisé / The bicycle industry of St-Etienne : the end of a local industrial system).

Vamos, que había mucho trabajo disponible y que el propio sistema permitía a la población integrarse en la vida laboral mediante un aprendizaje formal o informal, ofreciendo salidas laborales con diversas configuraciones posibles. Todo ello, a la vista, percibiéndolo como un proceso natural (cotidiano) de madurez, permitiendo a los más jóvenes ir incorporándose, como probablemente habrían hecho anteriormente sus padres, a la fuerza laboral de la comunidad. Algo que, por otro lado, en potenciales evoluciones futuras (reconversiones, deslocalizaciones, crisis de sector, etc.) solía acabar generando impactos especialmente devastadores sobre localizaciones tan especializadas. De todas formas, en St-Étienne, tal y como también ocurrió en Eibar, se produjo cierta alternancia estacional (me refiero a periodos de tiempo no climáticos) de producción, con fases de trabajo dedicadas a las armas, las máquinas de coser, las herramientas de jardinería, piezas de automóviles y, por supuesto, las diferentes tendencias de uso de bicicletas (deportivas, de movilidad, de cicloturismo viajero, infantiles, etc.).

Parece que durante los años treinta surgió un esfuerzo institucional por aglutinar todo el fenómeno industrial ciclista aprovechando la existencia de una triple identidad, asumida por el grueso de la población: una identidad cívica y moral localizada, con fuertes lazos de adhesión; otra, asumiendo la misión del desarrollo de la bicicleta (la cual ya había sido asimilada como algo propio, característico de la comarca y de lo que poder sentirse orgulloso);  y finalmente, el típico sentimiento de identidad territorial (tan frecuente en los múltiples casos de regionalismos y nacionalismos). Algunos autores especializados resaltan el declarado interés institucional por pretender que St-Étienne acabara convertido en el “Coventry francés” o el “Pittsburg de Francia”, en alusión directa a la competencia industrial ciclista internacional, identificada tanto en Gran Bretaña, como en los EEUU. Un ejemplo de esas tentativas de desarrollo institucional complementario lo encontramos en la creación de la Association des Fabricants de Cadres (Asociación de fabricantes de cuadros), creada en 1934, la cual contaba con 22 casas (marcas) “stéphanoises”. No está mal.

Toda esta introducción se hace necesaria porque Vitus, como marca responsable de la fabricación de la bicicleta (o cuadro) que protagoniza este capítulo, es (o era, en el momento de dicha creación) una empresa de Saint-Étienne. Sin embargo, seguirle la pista no resulta nada fácil. Hay un trabajo redactor realizado por “La vélo calme” (labicitranquila.blogspot.com) que facilita mucho las cosas y sirve, de sobra, para quedar bien informado del asunto. Mis felicitaciones. Aun así, antes de leerlo, quise llevar a cabo mis propias pesquisas para, únicamente una vez finalizadas, contrastar mis propios apuntes con el texto aludido. Lógicamente encontré muchas coincidencias, aunque también algunos datos más procedentes de mi propia búsqueda. Es por eso que, aun recomendando aquel artículo de blog, me he decantado por contar la historia a mi manera, quizás atendiendo de forma diferente a algunos de los detalles incluidos en la misma, ampliando otros e incluyendo cuestiones que dicho artículo no trata en absoluto. Una cuestión que los responsables de “la bici tranquila” resuelven bastante bien es el problema de deshacer el nudo gordiano que representa la aparición de nombres como Vitus, Durifort o Rubis en el catálogo de tuberías comercializadas por Vitus durante su época de esplendor (especialmente el último tercio del siglo XX). Por mi parte, voy a tratar de explicarlo bebiendo directamente de fuentes francesas.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, en nuestro país vecino existían muchas marcas dedicadas a la fabricación de tuberías y cuadros para bicicletas. En lo que aquí nos atañe debemos destacar las siguientes:

  • DURIFORT, fabricada por Ateliers de la Rive, localizada en Unieux, Loire 42. Esta empresa fue fundada en 1931, y producía cuadros bajo el nombre de Dur-Fort. La mutación de la denominación, paso de Dur-Fort a Durifort, se produjo en 1963, es decir, y esto es importante, con posterioridad a la Guerra. Durante mucho tiempo, las tuberías Durifort equiparon multitud de cuadros de fabricantes franceses, por lo que resulta relativamente fácil encontrar calcas con dicho nombre en los cuadros de muchas bicicletas “retro” galas. Incluso Zeus, “tiró” de ellos en algún momento de su producción.
  • RUBIS, perteneciente a la Société Métallurgique de Montbard-Aulnoye. Esta empresa, que nació en los años veinte, fabricó tuberías con fama de robustas, acabó alejándose de la industria de la bicicleta  para dedicarse a una metalurgia más pesada, integrándose finalmente en el grupo Vallourec. Si bien la marca no volvió a aparecer, sí fue recuperado su nombre (Rubis) para la denominación de alguna tubería posterior, tal y como pronto veremos.
  • VITUS, Le Petit Tube de Précision en Maison-Alfort Val-de-Marne 94, cerca de París, es decir, fuera del círculo o sistema local de Saint-Étienne. También fundada en los años veinte, se centró en la fabricación de tubos para cuadros de bicicleta, e incluso abordó algunas tentativas tempranas con el aluminio (aunque bastante más tarde que los pioneros pasos dados por Humber).

Después de la Guerra, en la segunda mitad del siglo XX, cambia la realidad en lo que respecta a las tres marcas anteriormente citadas. Rubis ya no ejercía como fabricante de tubos o cuadros de bicicleta, mientras que de Le Petit Tube de Précision continuó comercializando tuberías con la marca Vitus. He comprobado la existencia de alguno de sus catálogos correspondientes a la década de los años cincuenta. En 1972, Vitus fue adquirida por Ateliers de la Rive, lo cual tuvo algunas consecuencias. Una, que la marca Vitus vio trasladada su localización geográfica al entorno de Saint-Étienne. Y dos, que Ateliers de la Rive se encontró con la posibilidad de utilizar los nombres de varias marcas de cierto prestigio histórico para dar vistosidad a su catálogo de tuberías: Durifort (de origen propio), Vitus (recién adquirido) y Rubis (desconozco la razón). Desde entonces, Vitus se fue convirtiendo en el nombre preferente, principalmente a causa de la evolución de la calidad de las diferentes tuberías, algo que, enseguida, trataré de ordenar (un poco). Antes hay que poner nombre propio a quien parece que fue el principal responsable de la incorporación de Vitus a Ateliers de la Rive: Antoine Dumas.

Lejos del mundo de la bicicleta, en 1912, aunque también en Saint-Étienne, se vio la fundación, por Paul Bador, de una compañía centrada en la fabricación de materiales de embalaje y manipulación industrial, incluyendo bandas, correas, sistemas de sujeción, abrazaderas, sellos, carros de sacos y carretillas de mano. En 1970 la empresa Bador adquirió el 58% de las acciones de Ateliers de la Rive (el restó permaneció en propiedad de la  familia Rollin Dupret), bajo la nueva presidencia de Antoine Dumas. Aunque aquello fue principalmente motivado para hacer  crecer la producción de carretillas y carros construidos en tubos de metal, Dumas tomó un activo interés en el negocio de los tubos para bicicletas Vitus y capitalizó su buen nombre dentro del sector ciclista. Bajo sus auspicios, se desarrollaron los nuevos tubos Super Vitus 971 (introducidos en 1971) y 980 (1980), que eran comparables al Reynolds 753 y representaban la última palabra en tubos de acero, en términos de ligereza y resistencia". (Peter C. Kohler).

Su tubería Rubis se convirtió en una de las preferidas para los fabricantes que buscaban cierta calidad. Sin embargo, algún artesano, como el prestigioso Urago (Niza), empezó a utilizar Durifort con su modelo "Debutante" más básico, y "Vitus" (tipo double-butted, más ligero), para sus mejores series (además del prestigioso Reynolds 531DB). Metidos a fondo en el negocio de la tubería ciclista, “Ateliers” fue sacando al mercado el 171 (de aleación de acero Cromo-molibdeno, muy utilizado por Peugeot), el 172 y  el Super Vitus 971. Todos ellos con la intención de competir directamente con las series de Reynolds 531 y SP de Columbus. Como tubería “base” para complacer a un mayor abanico de fabricantes en serie, a partir de 1974, ofertó el Durifort-Rubis 888. La producción de tubos acero asociados al nombre Durifort finalizó en 1978, quedando Vitus como referente único, tanto para el acero, como, y esto fue lo que le catapultó a la fama, ¡el aluminio!.

“Los ciclos de URAGO se fundaron en la Costa Azul a principios de la década de 1930 por Dominique Urago, un inmigrante italiano que tomó la nacionalidad francesa, de la misma manera que las familias italianas de muchos otros ciclistas, como René Vietto, Barale, etc., se establecieron en la costa francesa. […]. La marca ha equipado a ciclistas desde 1935 hasta 1964. La empresa cesó su actividad en los años 80”. (velosvintage.over-blog.com)

El asunto del aluminio, que es lo que la gran mayoría de los aficionados asoció a la marca Vitus durante las décadas de los años ochenta y noventa del pasado siglo, surgió en la segunda mitad de los años setenta. Vaya por delante, y esto es un dato perfectamente contrastable y francamente importante, que Vitus no fue pionera en el esquema de fabricación de cuadros al que debió su fama y gran éxito comercial. El “invento”, por así decirlo, fue cosa de Alan, que llegó a presentarlo públicamente en 1973, ¡seis años antes que Vitus!. El modelo de diseño constructivo propuesto por Vitus replicaba (conceptualmente), casi al 100%, el lanzado por el fabricante italiano: tubos de aluminio anodizado, ajustados sobre racores de otro tipo de aleación de aluminio. El anodizado es un acabado del aluminio que se consigue a base de un proceso de electrolisis que permite que los tubos se conserven perfectamente sin necesidad de lacado o pintado posterior. Limita las posibilidades de coloración decorativa, pero permite obtener algunos tonos metalizados muy característicos. En cuanto a las piezas de ensamblaje del cuadro y los racores, también quedaban con su acabado metálico a la vista y sin ningún tipo de coloración. Todo esto, aplicable tanto al caso de Alan como al de Vitus. La  principal diferencia, prácticamente la única desde el punto de vista tecnológico, fue que, mientras que en Alan ajustaban los tubos mediante un procedimiento mixto de roscado y pegado, en Vitus optaron únicamente por el pegado con adhesivos aeroespaciales. Si bien todo aquello encontró gran resistencia inicial en la comunidad ciclista internacional (por parte de consumidores, prensa especializada, constructores, etc.; resistencia con la que tuvo que luchar más Alan que Vitus, por simple cuestión de anticipación), acabó imponiéndose y transformó completamente el mercado de las bicicletas de competición, obligando a replantear los diseños constructivos de un buen número de marcas punteras. Al principio hubo un insistente “run-run”, probablemente fomentado por algunos constructores con tecnología más tradicional, que extendía rumores sobre la fragilidad de aquel tipo de cuadros, denunciando que solían romperse o despegarse con facilidad. La realidad es que aquello se dio en proporciones bastante anecdóticas. Puestos a echar cuentas, si es que se pudiera hacer, quizás en similares porcentajes a los posibles fallos que pudieran surgir en cualquier otro tipo de modelo de fabricación de cuadros, con el de soldadura de acero incluido.  En dicha rumorología, en lo que pudo llegar a mis oídos, Alan resultaba peor parado que Vitus. Del segundo fabricante jamás tuve noticia alguna de fallo, y cuando me he documentado para escribir todo esto, apenas he encontrado referencias muy vagas y limitadas a ¡dos! casos concretos (ambos extranjeros), ni de lejos una muestra significativa. En cuanto a Alan, mis conversaciones al respecto con quien fuera el gerente del Grupo Deportivo que más utilizó Alan en competición (Santiago Revuelta, y el Teka), me aclararon las dudas. Ellos únicamente conocieron tales fallos en un momento dado, en algunos pocos cuadros, de una serie muy localizada en el tiempo. Es decir, una cuestión de un fallo de producción concreto. Por otro lado, los cuadros Alan se fueron convirtiendo en el paradigma ideal para las pruebas de ciclo-cross. Quizás para dejar las cosas claras ante aquella crítica (el tiempo ha demostrado que totalmente gratuita), en muchos catálogos antiguos de Vitus, se dejaban claramente explicadas las razones de su utilización de tecnologías de pegado: por seguridad, por estanqueidad del conjunto y, sobre todo, para garantizar que no se produjera ningún tipo de corrosión ni alteración de los metales implicados en el acabado de las bicicletas. Al criterio no le faltaba razón, ya que, por cuestiones de diferencias de polaridad, etc. pocos años más tarde, fueron muchos los cuadros de aluminio soldado que empezaron a sufrir deterioros por aluminosis y otros males. El aluminio se echaba a perder adquiriendo un aspecto blanquecino y soltando polvo; con el tiempo, en algunos casos, surgían sospechosos crujidos de las zonas de soldadura y, y esto justificó la excelencia de la solución de anodizado, se saltaba o hinchaba la pintura en algunos puntos. En realidad, cuando el tipo de cuadros de Alan y Vitus irrumpió en el mercado, el aluminio planteaba un par de serios problemas que ambas marcas supieron eludir. Primero, que las soldaduras de tubos de aluminio no eran factibles (llegaron muy poquito tiempo después). Y segundo, que el aluminio no se dejaba pintar tan bien como el acero. En cuanto al resultado de aquel nuevo concepto, estaba claro: cuadros más ligeros, más duraderos (ahora lo sabemos) y más confortables a causa de su mayor flexión. Además, su estética logró crear tendencia e implicaba una evidente distinción tecnológica. La única pega venía de la mano de aportar una menor rigidez, algo especialmente importante para los sprinters, la CRI o las tallas muy grandes de cuadro.

En el seno de Vitus, la puesta en marcha de todo el proyecto fue muy diferente a la de Alan. En el caso italiano había sido una cuestión de genio individual, de aventura soñadora, mientras que los franceses tiraron de modernidad empresarial, creando un equipo de trabajo colaborativo que implicaba a varias empresas de forma integrada. Un rasgo más de modernidad y de cambio en la forma de organizarse el mundo. Entre los principales nombres a los que se les adjudica el mérito de su primera creación (el cuadro 979), figuran Rene Lauzier, Antonie Dumas, Robert Roche y Paulen Defour. El proceso ocupó los años 1877 y 1978, culminando con la presentación del cuadro en septiembre de 1979 en el Salón Internacional de la bicicleta de París. El reparto aproximado de “responsabilidades” tecnológicas fue el siguiente. Bador ostentaba la “licencia” o propiedad del proyecto. La empresa había entrado en el ámbito aeroespacial y, al diversificar sus campos de negocio, había comprado Ateliers  de la Rive (Dumas), que era la que se encargaba de la fabricación de los tubos en un material que denominaron Duralinox. La fabricación de todos los juegos de racores o piezas de ensamblaje correspondía a  Angenieux CLB (Roche), conocido fabricante de componentes para bicicletas, muy vinculado al foco stéphanoise. El aluminio, como materia prima, también era de origen francés, procedía de Cegedur-Penichey, y era fundido por Lauzier SA. Mientras que las entidades CTAL y CETIM fueron las encargadas de los primeros ensayos. Al puzle únicamente le queda desvelar el protagonismo del proceso de pegado, que también fue francés, aunque sobre la responsabilidad he encontrado referencias dispares (Penichey, TVT…). Lo único que provenía de fuera del país fueron las colas (de un solo componente) utilizadas para pegar los tubos, que eran de la firma 3M, procedían de los EEUU y se aplicaban para luego ser cocido el conjunto a 120°, hasta la polimerización.

Aquí inserto un listado ampliado de protagonistas publicado por Peter C. Kohler en su magnífico blog On the Drops (aprovecho para subrayar que, aun estando escrito en inglés, considero que es el mejor artículo que he encontrado sobre Vitus):

  • Cegedur-Pechiney, Paris/Lyon (estudios y tecnología).
  • Lauzier S.A., Bourgoin (fundición de aluminio).
  • Bador S.A., Saint-Étienne (producción del cuadro).
  • Aviatube, Nantes (tubos de precisión Duralinox).
  • C.T.A.L. (Centre Technique de l'Aluminium) Paris (laboratorio de test de las uniones).
  • C.E.T.I.M (Centre d'Etudes Techniques des Industries Mecaniques), Saint-Étienne (asesoramiento técnico y pruebas).
  • A.R.I.S.T. (Agence Regionale Lyon d'Information Scientifique et Technique), Lyon (estudios sobre los cuadros de las bicilcetas).
  • U.T.A.C. (Union Technique Paris de l'Automobile, du Motocycle et du Cycle), Paris (pruebas de conformidad con los estándares).
  • 3M Minnesota, Paris (adhesivos estructurales).
  • Gabinete Charras, Saint-Étienne (investigación de patentes).
  • Roger Roche, Saint-Étienne (artesano constructor de cuadros, geometría y diseño del cuadro).
  • SOFOMEC, Saint-Étienne (herramientas y modelos).
  • Joël Bernard, Saint-Étienne (ciclista profesional, pruebas en ruta).
  • Marc Maleysson, Saint-Étienne (ciclista, pruebas en ruta).

 
Etiqueta pionera de la Vitus 979. (Imagen: on-the-drops.blogspot).

Al listado anterior apetece hacerle alguna ampliación, así como subrayar el trabajo de alguno de sus protagonistas. En 1972 un primer intento de pegado de tubos de duralinox fue llevado a cabo en colaboración con el reconocido artesano italiano Mario Miosotti. Entonces se planteó sobre racores tradicionales, pero como resultó ser un proceso excesivamente artesanal y lento, abandonaron la iniciativa. Tanto entonces, como más tarde, cuando el cuadro 797 vio exitosamente la luz, la representación gráfica de los cuadros y piezas corrió a cargo de Daniel Rebour. Rebour fue un dibujante de gran prestigio que se especializó en gráficos técnicos de bicicletas y componentes, a los cuales conseguía dar una excelente apariencia que lograba integrar las perspectivas técnica y artística.

 
Dibujos para la patente en los EEUU. (Imagen: vitus979.com)

Entre 1975 y 1976 surge un nuevo intento, que sería definitivo, para el cual se cuenta con los servicios de otro prestigioso artesano: Roger Roche. Afincado en Saint-Étienne, Roche había alcanzado mucha y buena fama como constructor de cuadros de alto nivel. Había comenzado como aprendiz en Automoto, para más tarde independizarse. Ante el proyecto planteado por Vitus, Roche apostó por una solución novedosa, la de configurar un sistema de ensamblaje basado en un diseño de uniones macho-hembra que, además de encajar fácilmente, aumentaban sobremanera la superficie de contacto de pegado.

 
Ejemplar único prototipo construido por Roger Roche, poco antes de la comercialización definitiva de la primer Vitus 979. Esta llevaba el cableado del freno trasero por el interior del tubo horizontal, pese a que las primeras en ser comercializadas no. (Imagen: tomotomvelo.com).

Con aquel cuadro (el 979), Vitus triunfó por sí misma y reforzó el impacto previo generado poco antes por Alan. Juntos cambiaron completamente el rumbo de la fabricación de bicicletas de alta gama. Los italianos, además, mostraban un comportamiento mucho más inquieto desde el punto de vista de la innovación. Mientras que los franceses se mantenían muy fieles a su cuadro, al que aplicaban cambios muy sutiles a lo largo de varias temporadas, los italianos introducían novedades cada año. Inicialmente, Vitus se mantuvo fiel al empleo de los tubos anodizados únicamente en los tres tubos principales de la geometría de la bicicleta, mientras que en Alan lo hacían en casi todos los tubos (nueve). Aunque con el tiempo, especialmente en el caso de la incorporación del carbono, el fabricante francés fue ofertando sendas posibilidades de tres o nueve tubos del mismo material. Pero, en lo de la incorporación del carbono, también los italianos fueron por delante. Lo hicieron manteniendo el esquema de construcción, pero sustituyendo los tubos de aluminio por otros de carbono, siendo capaces de comercializarlo en 1977. Dicho paso le llegó a Vitus en 1982. A raíz de aquello, de entre el resto de fabricantes (conscientes de que todos ellos se habían quedado con un claro retraso tecnológico), surgieron muchos proyectos que pasaron a imitar, directamente, el esquema aplicado con tubos de carbono. La mayoría de ellos convirtiéndose en clientes de TVT, tanto para la obtención de los tubos, como para su ensamble. Aquella respuesta se dio en fabricantes procedentes de muy diferentes países, EEUU (Specializzed, Trek…), Italia, Francia (Peugeot…), España (las Razesa del Banesto, por ejemplo), Giant, etc. En aquel momento,  Vitus se había convertido en el líder mundial de fabricación en aluminio y carbono, y el principal fabricante francés de tubos ligeros. Pero, además de eso, en mi opinión, Vitus representó un signo de su tiempo, en el sentido de que constituyó todo un ejemplo de modernidad. Tanto en el esquema corporativo utilizado para sacar el proyecto adelante: el establecimiento de alianzas corporativas y tecnológicas; como en los atributos de I + D que desprendían su producto y su imagen. Insisto, junto con Alan, ambas empresas fueron las que propiciaron y desencadenaron el gran cambio experimentado por el ciclismo en cuanto a la construcción de cuadros. Primero con el concepto de cuadro construido por piezas no soldadas, como si de un “mecano” se tratase, después con la evidencia de que se podía construir una bicicleta completa en aluminio y finalmente con la incorporación del carbono. Únicamente más tarde, llegaría Look, esprintando, para lograr un cuadro enteramente sintético y, a continuación, los primeros monocasco.

La nomenclatura de numeración empleada por Vitus para sus tipos de cuadros tiene su explicación. El primer número corresponde al nivel de gama (calidad) en la que el 9 representa a la superior. Los dos últimos dígitos hacen referencia al año de creación de cuadro (no construcción de cada unidad). Así tenemos que en el 979, la centena 9 avisa de que se trata de la gama más alta, y el 79 restante indica el año 1979. Aun así, no es fácil entender todo lo que fueron sacando al mercado, pues algunos cuadros no responden del todo a las reglas que acabo de exponer. A continuación se incluye una tabla orientativa que incorpora las tuberías más importantes ofertadas por la marca en el periodo comprendido desde su “fundación contemporánea” (años setenta) hasta el final del siglo XX. No se trata de una referencia exacta ni completa, sino de una aproximación basada en aportaciones parciales de bastantes fuentes diferentes. Principalmente aficionados franceses y anglosajones, además de alguna revista española de la época. Pudiera incluir algún error, aunque creo que he filtrado bastante la información. Lo que ocurre es que con Vitus pasa lo mismo que con otros muchos fabricantes de bicicletas: que, o bien muestran poco o pobre interés por estudiar y exponer su pasado, pese a que éste haya podido ser brillante; o, han acabado perteneciendo a grupos empresariales mayores que no dan muestras de sentir “los colores” o “el espíritu corporativo”, y dan la espalda a un pasado del que poder sentirse orgullosos. Una vez más, el signo de los tiempos.

CUADRO
AÑO
MATERIAL
CARACTERÍSTICAS / VERSIONES
971
¿1971?
Acero
Doble Butted.
979
1979
Aluminio (“Duralinox”)
El “gran protagonista histórico” de la marca. Al que va dedicado este capítulo. Durante su larga “vida” comercial, tubo ligeras evoluciones (MK I, MK II [1982, con cambio del tornillo de la tija del sillín a la parte de atrás]… más tarde se le añadieron otro par de roscas para un segundo portabidón, etc.).
Super Vitus 980
¿1980?
Acero
1507 gr. “Carrera profesional” Serie Extra Ligera. También en versiones “Profil Arcor” y “Cabra” en 1615 gr.
181
¿1981?
Acero
1790 gr. Para carreras.
Vitus plus Carbono
1982
Carbono 3 tubos
Era un 797 con los tres tubos principales en carbono.
Super Vitus 983
¿1983?
Cromo Molibdeno
1624 gr. “Carrera profesional”. En 1991 disponían de hasta 13 series de acero diferentes incluyendo BTT.
787 Futural
¿1987?
Aluminio
Versiones de carretera, cicloturismo, ciclo-cross e híbrido.
888
¿?
Acero
2030 gr. Varias versiones
309
1991
“Carbone Kevlar”
Formato habitual pero con tubos de carbono con nervaduras de kevlar para su mejora. Se ofertaba en 3 o 9 tubos y en versiones de carretera y “cabra”.
ZX 1
1990-91
Carbono monocasco
No fue el primer monocasco de pieza única porque constaba de más piezas ensambladas.
992
1992
Aluminio
Era una evolución del 979, incorporaba tubos de sección ovalada en algunas zonas concretas para aumentar la rigidez que se había echado de menos en su predecesor.
797
¿1997?
Aluminio
Continuidad actualizada del 979. Probables cambios geométricos para hacerlo más “turístico”.

Con el producto del 979 consolidado, Vitus recibió varias ofertas por parte de Peugeot para comprarle la exclusividad de su modo de fabricar, pero en Bador tuvieron claro que disfrutaban de un producto estrella que podrían comercializar de modo exitoso, y con un progresivo incremento de plantilla aceleraron la producción. La empresa vendía cuadros propios, bicicletas montadas y muchos otros sin referencias ni calcas, vendidos a otros fabricantes a quienes, en algunos casos, también vendían kits completos para montar bicicletas. Prácticamente, todo el material salía bajo la marca (muchas veces muy oculta) Vitus, aunque algunas piezas concretas, como juegos de dirección, llevaron la firma Bador-Stronglight. Entre las marcas que comercializaron bicicletas fabricadas por Vitus encontramos las siguientes:

  • Peugeot, del que más tarde hablaremos, en el apartado dedicado a la presencia de Vitus en la competición.
  • Motobecane (ídem).
  • Gitane. Únicamente un modelo muy concreto destinado al mercado estadounidense.
  • France-Loire. Algunos modelos.
  • Bertin (Francia).
  • Cilo (marca de prestigio Suiza).
  • Wilier Triestina (Italia). Únicamente en 1985 para utilizarlas en su equipo ciclista.
  • Jan Janssen. En este caso se trataba más de un gran negocio de venta y distribución de bicicletas, propiedad del afamado corredor holandés.
  • Konrad Kotter/Albuch Kotter (Alemania). Para sus modelos ligeros de alta gama. Esta pretendió ser una firma muy exclusiva pero no cuajó bien como negocio.
  • Brügelmann (distribuidor/tienda de cuadros por correo).
  • Paris Sport (importador de bicicletas de alta gama, con sello propio, para los EEUU).
  • Bertoni (otro vendedor norteamericano especializado en buenas bicicletas italianas artesanales, que se salía de su línea fundamental con el modelo “Ultra Leggera”, que llevaba un cuadro 979).
  • Liberia.
  • Mercier. Coincidiendo con la quiebra de la marca y la compra de la misma por un grupo de sus trabajadores, para intentar reflotarla.

 
Prueba ilustrativa: una Motobecane, que en realidad era un 979. (Imagen: francophile en bikeforums.net).

En realidad, el cuadro Vitus 979 se estuvo fabricado durante un larguísimo periodo. Desde 1979 hasta 1997. Un auténtico récord. Más si tenemos en cuenta que aquellos fueron años de gran actividad de innovación tecnológica. Es más, en realidad, aquel cuadro se mantuvo oficialmente comercializado hasta 2003. Al menos en los EEUU, a costa de algunos significativos stocks allí localizados. Los colores disponibles fueron progresivamente en aumento, a medida que los procesos de adonizado fueron siendo más controlados. Se llegaron a tener los siguientes: azul claro, azul oscuro, negro, rojo óxido, rosa, violeta, dorado, plata, gris y, solo para Peugeot, cobre-bronce.

 
Quizás uno de los colores más vistosos y deseados de las Vitus de aluminio, hay que recordar que los ochenta y parte de los noventa estuvieron "contaminados" por la moda deportiva de los colores vistosos y "fosforito". (Imagen: bikerecyclery).

 
Detalle de la Peugeot "Vitus de aluminio", en el color exclusivo reservado para la firma del León. (Imagen: catálogo Peugeot).

En la década de los años ochenta del siglo XX, la aerodinámica se convirtió en una moda. Un fenómeno que transcendió los campos científicos y tecnológicos y avanzó poderosamente entre los consumidores. Ocurrió en el campo de la automoción, el motociclismo, etc. y el ciclismo no se vio apartado de dicha tendencia. En realidad sus manifestaciones ciclistas pioneras surgieron entre fabricantes nipones. Aquella tendencia japonesa fue la que inspiró a Gitane (en especial en los proyectos liderados por el ingeniero Menard, sobre el que ya escribí en la entrada dedicada a la marca francesa) para el desarrollo de su bicicleta Gitane Profil RS (1982). Como empresa de vocación tecnológica e innovadora, Vitus no se quedó de brazos cruzados, y tal y como se desprende de la lectura del cuadro anterior, desarrollaron dos líneas de fabricación de cuadros con perfil aerodinámico. Los modelos Profil  Losange (de sección simétrica) y Profil Arcor (de sección en forma de gota de agua), los cuales convivieron durante algún tiempo con el clásico circular, entonces denominado Rond. Aquellas propuestas aerodinámicas fueron raras (minoritarias y en colores únicos) y duraron muy poco como parte de la oferta. Entre otras rarezas minoritarias, en Vitus comercializaron cuadros en forma de “cabra” para pruebas contrarreloj, así como cuadros para damas (con barra baja), ambos en tiradas cortas, por lo cual fue difícil conocer su existencia en España.

 
Una Vitus de aluminio en versión pista (cabra). (Imagen: benith en flickr).

 
Anuncio del cuadro Vitus 979 Profil Arcor, con sección aerodinámica estilo gota de agua. (Imagen: catálogo Vitus de 1983).

A medida que el siglo XX tocaba a su fin, la compañía también empezó a decaer. Algunas de las razones fueron comunes a las vividas por Alan: una cada vez más fuerte competencia tecnológica (encabezada por las grandes marcas norteamericanas) y la proliferación de competidores, algunos de ellos en progresivo crecimiento, aunque otros muchos como meras apuestas temporales que, si bien no consiguieron consolidarse en el mercado, si lo revolvieron durante aquella época. Además, y esto es lo que hizo sucumbir a muchos fabricantes europeos, o quedarse como estertores testimoniales de lo que habían llegado a ser en el pasado, despegó la competencia asiática y con ella, la deslocalización de los procesos de producción. Una prueba más de que el sino de Vitus era evolucionar con el propio siglo: nacer, crecer, “hacer amistades”, “maridarse”, evolucionar con el tiempo y acabar envejeciendo. En determinado momento (1991) fue adquirida por Sorofi. Entonces producía unas 3000 unidades al día. Más tarde por Look-Multidi, que estaba mucho más interesada en avanzar en su exitosa trayectoria recién lanzada. Actualmente Vitus pertenece a Chain Reaction Cycles y Wiggle, pero prácticamente funciona en un modo de “servicio cliente” por Internet. En 1990 Vitus empleaba a 190 trabajadores, cuando en 1999 Look le dio la puntilla final, solo quince.

Durante sus décadas de mayor esplendor (las de los ochenta y los noventa) las bicicletas Vitus, en especial las de aluminio, se convirtieron en un objeto de deseo para muchísimos ciclistas aficionados a la carretera. A pesar de que tenía precio y estatus de gama muy alta, proliferaron de tal modo que estaban presentes por todas las carreteras europeas y eran visibles en todo tipo de eventos ciclistas, cicloturistas, triatlones, etc. Aquellas bicicletas se hicieron con una merecida fama de ligeras, eternas y, muy especialmente, cómodas. Además de que, tal y como ya quedó comentado antes, su estética metálica no pintada encajó tan bien en el mercado que resultó ser, en determinados momentos, una ventaja añadida.

Pero la cosa no quedó únicamente ahí, Vitus también se hizo un importante hueco en el pelotón ciclista profesional. Tampoco en este recuento puedo evitar ausencias, simplemente daré cuenta de algunas referencias de utilización de Vitus por parte de algunos equipos e incluso corredores. Pero el repaso no responde a una búsqueda sistemática, sino a un sencillo ojeo de recortes, fotografías o comentarios después comprobados. El interés es meramente demostrativo y no de inventariado. De nuevo aquí, la aportación del blog de Peter C. Kohler ha resultado de gran ayuda.

Su estreno fue a través del equipo Safir-Ludo y Safir-Galli-Ludo en 1980. Año en el que Herman Van Springel ganó la Burdeos-París pedaleando sobre una Vitus, hazaña que repitió al año siguiente.

 
Herman Van Springel disputando la Burdeos-París de 1980. (Imagen: montour1959lasuite.blogspot)

En los años 1981-1983 Vitus equipó el grupo deportivo Sem-France (con varios nombres cambiantes detrás del apelativo). Joaquim Agostinho fue su principal figura.

 
El equipo Sem-France-Loire, con Agostinho al frente, disputando una CRE en 1981. (Iamgen: Erik Van Herck).

Otras escuadras de menor relevancia histórica fueron las siguientes:

  • Cilo-aufina (1982), que mostró una utilización anecdótica y parcial de algunas bicicletas Vitus.
  • Supermercati Brianzoli-wilier (1984).
  • La Redoute-Motobecane, un gran equipo, representante de una firma potente, que incluyó bicicletas Vitus entre su material, desde 1981 hasta 1984, coincidiendo con la comercialización de algunos de los modelos de la marca (realmente fabricados por Vitus). En este caso, únicamente las empleaban en etapas muy específicas (de montaña, CRI y CRE).
  • US National Team femenino (1984). Con ello se dio el caso de que se lograse la primera victoria norteamericana en la clasificación general del Tour de Francia. Fue mérito de Marianne Martin, consiguiéndolo antes que Greg Lemond. Un dato interesante de este equipo es que fue Vitus quien esponsorizó al equipo (cosa que no hacía en otros casos, en los que cobraba por servir sus bicicletas). Quizás deberíamos tomarlo como un cierto guiño, o un sincero interés por el fomento del ciclismo femenino, algo que concuerda con que fabricaran aquella serie específica de cuadros de barra baja, algo poco habitual en material de tan alta gama.
  • Entre 1982 y 1987 las bicicletas que Mavic utilizó para dar cobertura de asistencia neutral para los equipos ciclistas durante las principales carreras estaban montadas sobre cuadros Vitus.
  • Pecotex-Mavic.
  • Orbea.
  • Sporting de Lisboa.
  • Marketing-Motta (USA)
  • Además de los equipos nacionales de Colombia, Francia y el femenino de la URSS.

Repasadas estas, toca el turno de atender a otras vinculaciones importantes de Vitus con la competición profesional. Quizás el caso más genuino de la presencia de las bicicletas Vitus, y en especial de la 979, en el mundo del ciclismo internacional sea la aleación representada por el director deportivo Jean de Gribaldy, el ciclista irlandés Sean Kelly y Vitus. Dicha combinación se mantuvo unida desde 1982 hasta 1987, con gran éxito deportivo y bajo los colores de sucesivos equipos: el Sem-France Loire, el Skil y el Kas.

 
Sean Kelly en el prólogo de 1982 con los colores del Sem-France-Loire. (Imagen: bikeraceinfo.com)

 
Otro éxito del Sem-France, en este caso un joven Rooks ganando la Lieja-Bastogne-Lieja. (Imagen: cantinus.blogspot).

Poco después de que el Sem-France fichara a Kelly, pasó a incorporar a Skil como denominación principal de su grupo deportivo. El Skil-sem-(varias denominaciones complementarias cambiantes) fue, entre 1984 y 1985, el segundo capítulo del célebre dueto Kelly – de Gribaldy. En aquella época Kelly logró su mítico triunfo en la embarrada edición de la Paris Roubaix del 84.

 
Reydel aprovechando la victoria de Kelly en la París-Roubaix. (Imagen: Reydel).

 
 París-Roubaix de 1984, Kelly en acción. (Imagen: PhotoSportInternationalPic).

En 1984, los aficionados españoles más atentos vieron que el sorprendente ganador de la Vuelta a España, Eric Caritoux, escalaba sobre una Vitus. Como hemos indicado, su equipo, el Skil-Reidel-Sem-Mavic la utilizaba desde hacía algún tiempo. La temporada siguiente, la de 1985 fue especialmente fructífera en éxitos importantes para aquel equipo.

 
Poster de Eric Caritoux, vencedor de la Vuelta de 1984. (Imagen: Miroir du Cyclisme).

Pero, el ciclista talismán de Vitus fue Kelly, quien además de haber rodado con cuadros Vitus desde el momento en que estos debutaron en el panorama de las carreras profesionales, disfrutó de ellos durante otros dos periodos muy importantes de su carrera: el de 1986 – 1988 en el KAS (ganando, además de múltiples clásicas, la Vuelta del 88), y el de 1992-93 en el Festina-Vitus. Tiene gracia que uno de los últimos corredores profesionales que se mantuvieron aferrados a los pedales de calapiés, empleara una bicicleta que representaba la innovación tecnológica.

 
Kelly, del Skil, esforzándose en uno de los míticos muros de las clásicas belgas. (Imagen: 41a.net).

 
Otro día, otro muro, a Kelly, como a todo hijo de vecino, también le tocó alguna vez sufrir y tener que echar pié a tierra. (Imagen: cyclingnews).

Aunque Kelly y De Gribaldy llegaron juntos al Kas, el fallecimiento del segundo, en accidente, el 2 de enero de 1987, destruyó aquel legendario vínculo deportivo. Durante su estancia en el Kas, Kelly estuvo alternando la utilización de la Vitus (979 y la Carbone 3). Finalmente, la Vuelta de 1988 la gano a lomos de una Carbone 9.

 
Sean Kelly con el maillot amarillo de la Vuelta a España, en este caso con una Vitus Carbone 9. (Imagen: ciclismohistoria.blogspot).

Sean Kelly en plena ascensión, siguiendo a Robert Millar, probablemente en la Vuelta a España de 1988, detrás vienen Raymond Dietzen y  ¿Álvaro Pino?. (Imagen: ciclismohistoria.blogspot).

Para finalizar con la trayectoria de Kelly como “corredor-Vitus”, podemos tener en cuenta que, en 1985, las Vitus utilizadas, tanto por el Kas, como por el Café de Colombia, estaban presentadas bajo la marca Mercier. Aquel fue el periodo que coincidió con el proceso ya explicado de bancarrota y posterior intento de recuperación de la empresa. Años más tarde, en 1992, militando en el Festina, Kelly utilizó la Vitus 992. Y Otro afamado irlandés, Stephen Roche, igualmente aferrado a los rastrales, utilizaba Vitus, en 1990, al militar en el Histor-Sigma.

 
Sean Kelly, una vez más con Vitus, defendiendo los colores del Festina. (Imagen: thermionicscott en bike forums).

Otra alianza interesante, que vista desde una perspectiva actual puede ser interpretada como una combinación de aviso de que el ciclismo de carretera estaba transformándose a nivel global, fue la materializada por Vitus y sucesivas versiones de equipos colombianos. Todo empezó en 1984 con la aparición del Equipo Nacional de Colombia, escuadra algo improvisada y malamente organizada que empezó a competir en Europa vestida con maillots adquiridos en una tienda, y bicicletas no siempre ajustadas a las tallas de los corredores. Los primeros ciclistas fueron amateurs, y aparecieron en un intento que los organizadores del Tour pusieron en marcha tratando de incorporar talento colombiano y, sobre todo de corredores procedentes del otro lado del Telón de Acero, a la escena internacional. Por eso lo de admitir ciclistas amateur en determinadas condiciones. El caso es que aquellos colombianos dieron todo un susto revolucionando la Dauphiné Libéré. Posteriormente, el espectáculo continuó en el Tour de Francia con el Varta-Café de Colombia. Como ejemplo, la victoria de Lucho Herrera en el Alpe d’Huez.

 
Gran victoria de Lucho Herrera en Alpe d'Huez en 1984. (Imagen: puzlo.com).

Las diferentes denominaciones que, en aquellos tiempos, tubo la principal (o principales) escuadra colombiana, resultan un poco difíciles de interpretar. En todo caso, siempre resultó ser un potente y descarado desembarco iberoamericano en las carreras europeas. El equipo colombiano se mantuvo fiel a las Vitus hasta 1990.

 
Poster de promoción del equipo Café de Colombia de 1987, con una vitus delante. (Imagen: ari.london).

Y después… ¡Más colombianos! (y lituanos) fueron equipados con cuadros Vitus durante el periodo 1990-1992, enrolados en el Postobón Manzana – Ryalcao.

 
Interesante foto de algunos miembros del equipo Ryalcao. En ella posan, al menos cinco lituanos: Arturas Kasputis, Arunas Cepele, Remigius Lupeikis, Naglis Ciplijawskas, Vadim Kravcenko. Probablemente es de 1983 y fue tomada, sin lugar a dudas, en Castro Urdiales. (Imagen: alpsandes.com).

Como anécdota podemos comentar que, incluso un equipo español, el Puertas Mavisa de 1990, montaba tuberías Vitus. Lo que pasa es que, probablemente por sus limitaciones económicas, no disfrutaron de la ligereza del aluminio o el carbono, sino que se conformaron con unas bicicletas de acero (Cr-Mb), montadas por el artesano francés de origen español Ángel Soria, con tubería Vitus, y bajo la firma Vitus-Luís Ocaña.

 
Bicicleta del equipo Puertas Mavisa, Vitus de tubería de acero. (Imagen: bicisport).

Para dar fin a este repaso “competitivo”, he dejado un caso que me parece muy revelador con respecto a lo que supuso la irrupción del cuadro Vitus 979 (y sus sucesores) en el mundo del ciclismo profesional. Durante los años 1981 y 1982 la bicicleta fue adoptada como herramienta de competición para los corredores del ACBB. Aquella escuadra no era otra que el equipo amateur filial de Peugeot, el laboratorio de descubrimiento de canteranos en el que se ponía a prueba mucho potencial extranjero, como enseguida veremos a través de varios ejemplos. De igual modo, durante las temporadas 1981 y 1982, el equipo oficial Peugeot (Esso y Shell respectivamente), mientras intentaba repetidamente comprar la exclusiva de fabricación Vitus, también estuvo utilizando los cuadros de Vitus. En concreto, las llamadas PX-10DU (Vitus bajo marca Peugeot), alternándolas con las de acero  de Peugeot. Posteriormente continuaron fabricando la PY-10FC, similar versión pero de tubos de carbono.

 
El austraiano Phil Anderson, corriendo para Peugeot en 1981, con una "Vitus". (Imagen: Libro "Kings of the road" de Robin Magowan y Grahan Watson).

Hay dos importantes conclusiones que me gustaría destacar de todo este proceso de incorporación de la firma Vitus al panorama competitivo de la época. La primera que, especialmente a través de los equipos colombianos y de aquellos vinculados a la esfera de Peugeot, el ciclismo europeo clásico asistió a una importante “invasión” de talento de procedencia no habitual. En una rápida lista podemos incluir a los australianos Phil Anderson y Allan Peiper, los irlandeses Sean Kelly (que consiguió el 80% de sus victorias con cuadros Vitus) y Stephen Roche, los británicos Sean Yates y Robert Millar, además de numerosos y bravos colombianos. Y la segunda, que con aquellos cuadros se empezó a resquebrajar lo que venía siendo una tradición firmemente establecida en el pelotón internacional: el empleo de bicicletas de autor, la mayoría de ellas artesanales y, en cualquier caso, hechas a medida. Con las Vitus sucedió que la mayoría de ellas eran de serie. Los pocos casos en los que alguien intentaba conseguir una bicicleta a medida resultaban extraordinariamente caros y sin ventajas o diferencias muy apreciables. En todo caso, sí que hubo bastantes casos en los que se retocó (reduciéndola) la longitud de vainas traseras, buscando acortar la cadena y acercar la rueda trasera al tubo vertical.

De cara a coleccionistas, una Vitus, en especial, desde mi modesto punto de vista, si se trata de una 979, siempre es un ejemplar de gran interés para cualquier colección que se precie. Las posibilidades abundan y no salen caras en absoluto. Aunque puestos a elegir, para aquellos “caza recompensas” más afinados, a quienes no les importe el dinero ni las dificultades, se me ocurren tres opciones que podrían estar en el pódium de la excelencia:

A) Una 979 pionera, de esas escasísimas que han sobrevivido con la firma RR de Roger Roche. Aquí se muestran dos ejemplares impresionantes. Uno por su valor histórico (ser un prototipo precursor del inminente lanzamiento Vitus). Y otro, por su impresionante belleza.

 
Detalles del prototipo de Roche antes mostrado. Varias piezas llevan grabadas sus iniciales. (Imagen: forum.tontonvelo.com).

 
Espectacular Vitus 979 montada al máximo detalle y cuidado por Roger Roche, quién dejó su firma por toda la bicicleta. (Imagen: veloretrocurse.proboards.com).

B) Montar una 979, eligiendo el color que cada cual prefiera, siguiendo las siguientes instrucciones: “Este era el cuadro de competición más ligero de su época, pesando en torno a un 30% menos que un tope de gama Reynolds o Columbus de acero. Un cuadro Vitus 979 talla 59 cm con horquilla se quedaba en un escaso 1,8 kg, justo por debajo de las 4 libras. Más aún, esto era cuando se valoraba la ligereza en los componentes (en comparación con la locura "aero", durante la cual, al agregar masa y, por lo tanto, peso y "aerodinámica", se lo consideró una mejora) y en ningún otro lugar tanto como en Francia, cuyo desviador Huret Jubilee, frenos CLB, llantas Mavic Argent/Or 7, juego de dirección Stronglight Hinault y movimiento central Stronglight de titanio, eran los más ligeros del mundo”. (Peter C. Kolher).

 
Esto podría ser otro resultado, montado a capricho, aunque en este caso no respete del todo una coherencia cronológica. (Imagen: cycleexif.com en pinterest)

C) Conseguir, o ir montando lo que sería una Vitus 979 Duralinox «Tout Mavic» 1979-80. Con cable por fuera o por dentro (a partir de 1980) y tuerca de apriete de la tija del sillín clásica. Montada con todos sus componentes Mavic 1000 SSC, tal como la utilizó Kelly y el primer equipo colombiano.

 
Magnífica Vitus 979 "todo Mavic", propiedad de Peter C. Kohler. (Imagen: del mismo dueño).

Pero yo, en realidad, me conformo con mucho menos. La motivación principal para que me haya puesto a escribir una entrada dedicada a Vitus ha sido que, recientemente, me he hecho con una 979. No se ha tratado de una compra completa, sino de un proceso a medio plazo. Desde que soy usuario de una Alan “retro”, cada vez me he ido haciendo más fan de las bicicletas construidas bajo el concepto de tubos de aluminio anodizados, pegados sobre racores de aleación. Todo ello sin pintar. Me encanta su estética, me resulta muy cómoda su flexión de conjunto, agradezco su ligereza, me seduce su apariencia metálica (como de herramienta de calidad) y, sobre todo, me convence su incorruptibilidad. Esta última característica, para un usuario poco esmerado como yo, perezoso para las tareas de limpieza y cuidado de las bicicletas, las cuales van quedado aplazadas constantemente, resulta de vital importancia. Y más viviendo en un ambiente costero y húmedo, especialmente corrosivo para los metales. Y fue esta progresiva afición hacia este tipo de cuadros la que me hizo plantearme que, si en algún momento se me cruzaba en el camino un cuadro Vitus de aluminio, de mi talla y barato, lo compraría. Así sucedió tiempo después. Curioseando por un Trocathlon encontré un 979 “plata” en aparente buen estado, con su horquilla, potencia, tija y sillín San Marco Rolls, juego de platos y bielas Shimano, y hasta unos pedales Look. Total, que compré el cuadro y lo arrinconé por el garaje, pensando en que algún día podría llegar a utilizarlo.

 
Mi Vitus 979, puro metal y aspecto minimalista.

Entre tanto, yo seguía con un uso muy diversificado de mis bicicletas clásicas. Eligiendo una u otra en función del evento, ruta personal o plan que tuviera pensado acometer cada vez. Cómo bicicleta “moderna, actual o contemporánea” utilizaba la de BTT, otra específica para viajes por carretera o una Trek de carretera. Lo que pasaba es que mi Trek de carretera, la única de todas que disfrutaba de cambio de palancas integradas en las manetas de freno, sin poder ser considerada como “retro”, databa ya de 1994 (aproximadamente). Ello no hubiera supuesto ningún problema salvo por dos cuestiones. La primera es que cuando la compré era mucho más joven y me acoplaba perfectamente a su geometría, la cual se caracterizaba por resultar muy alargada, buscando una posición de pedaleo bastante aerodinámica. Sin embargo, desde hacía algunos años hasta ahora, mi cuerpo ya no toleraba bien una posición tan agresiva, produciéndome molestas contracturas en la zona cervical de la espalda, especialmente si una ruta incluía descensos prolongados. Así pues, la bicicleta se estaba quedando tan apartada que, últimamente, solamente la utilizaba para participar en algún esporádico evento de multideporte (triatlón o quadriatlón). Para colmo, finalmente, las manetas de cambio dejaron de funcionar bien y empezaron a dar problemas, así que decidí dar por finalizada la vida activa de la bicicleta. Lo curioso del caso es que se trataba de un cuadro de tres tubos de carbono, pegados a piezas de fundición de aluminio, triángulo trasero y horquilla igualmente de aluminio. En el fondo, una evolución del concepto sobre el que escribo aquí.

Así pues, una desocupada tarde de primavera me dije, ¿y si me pongo a ello y trato de trasplantar componentes de la Trek a la Vitus?. Metido en faena, aquel fue uno de esos procesos en los que todo fluye bien y nada se atora, estropea o complica. Así que, al cabo de pocas horas, tenía una Vitus 979 casi completamente montada. De la Trek trasplanté el movimiento central Shimano (con platos de 46 y 36), el manillar, el portabidón y las ruedas completas. Los frenos, pedales, desviadores, palancas y manetas (todo Shimano 105 o similar) procedían de despieces que me van llegando con los sucesivos cambios de bicicleta de algunos de mis hermanos. La cuestión es que, de un día para otro, me encontré con una Vitus 979 en orden de marcha. La primera prueba por circuito variado-exigente fue estupendamente y la máquina, ahora mismo, se ha convertido en mi bici habitual para salir a hacer kilómetros, de ahí que la haya montado con pedales automáticos (de su época, pero automáticos). Aunque tiene las palancas de cambio en el tubo diagonal del cuadro, esta bicicleta no estaría considerada como una pieza “retro” en la mayoría de los eventos de ese tipo. No lo estaría por dos razones: los mencionados pedales, y porque el cableado de los frenos discurre pegado al manillar, oculto bajo la cinta. No es algo que me importe porque el objetivo de la bicicleta no es asistir a tales eventos, sino darla uso habitual y disfrutarla siendo consciente de estar pedaleando sobre todo un icono de la historia de la fabricación de las bicicletas. Uno de los ejemplares que provocaron uno de los cambios más drásticos ocurridos en dicha historia. En este sentido me considero muy afortunado de que el cuadro sea un 979 (por varios detalles calculo que debe de ser de 1984 aproximadamente). La verdad es que cuando lo adquirí no me fijaba en esas cosas y no había estudiado prácticamente nada respecto a los cuadros de la marca. Otro detalle de interés es el hecho de que los organizadores más puristas del planeta en eso del ciclismo “retro”, los italianos, no permiten en sus eventos la participación de bicicletas de aluminio salvo dos excepciones claramente declaradas: las Alan y las Vitus de tubería anodizada y pegada. De ello se desprende un evidente reconocimiento por parte de los expertos italianos, a los que fueron los modelos pioneros del cambio generacional que se produjo en los cuadros de las bicicletas de carretera durante la década de los años ochenta del siglo XX. Y puestos a dar valor histórico a ello… en el caso de Vitus… ¡el 979 mejor que ningún otro!. En cuanto al color no tuve elección, se trataba de un ejemplar. De las opciones  disponibles a la venta, en su época, no me hubiera apetecido el negro porque es el que menos “me dice”. Los dos azules, y algo más el rojizo, se me antojan más expresivos, dentro de su sobriedad. Realmente el que más me hubiera apetecido era el de tono morado que apareció un poco más tarde. Sin embargo, el destino quiso que el mío fuera “plata”, lo más parecido al metal desnudo. La verdad es que me resulta una opción atractiva porque, ausente como estaba (casi completamente) de calcas, y combinado con componentes metálicos, confiere a la bicicleta cierto aspecto de aparato tecnológico minimalista que no hace concesiones a la decoración superflua. Cierta belleza basada en el arte de la tecnología eficaz. Me gusta.
Detalle de la pegatina original superviviente del tubo (e incluso de la horquilla).

 
La bicicleta completa. Admito que le vendría bien un repaso (pulido o casi de las bielas, pero para ello tendré que superar mi procrastinación selectiva crónica).

 
Disfrutando de mi Vitus 979 por carreteras perdidas. A la hora de vestirse el homenaje estaba cantado: Kelly y el KAS:

 
Vista lateral. El homenaje hubiera resultado más completo con rastrales, pero la bicicleta está tal y como la utilizo ahora mismo.

Fuentes consultadas:

Recomendación especial: https://on-the-drops.blogspot.com/2016/12/the-peugeot-px-10du-vitus-979.html
Revistas Bicisport.