“Ayer
te dije, lector, que trataría de vencer la nieve en Palombera para seguir la
ruta de los foramontanos que me ha sido marcada. En efecto. Ha habido lucha,
pero se ha vencido. En primer lugar hubo lucha contra la Administración: es lo
de siempre. La Administración no prevé la aventura y ha puesto tres letreros
sobre fondo azul con letras blancas, uno en Meca, otro en Fresneda, otro en el
mismo Saja: ‘Puerto de Palombera. Cerrado’. La Administración es lenta porque
sólo podee para su uso el telégrafo, el teléfono, la ‘radio’ y otros
instrumentos igualmente toscos. Yo me he valido para informarme de elementos
mucho más sutiles. Primeramente me dio el pálpito de que con unas ráfagas de
viento Sur y con un día de sol, a fines de abril, no debía de estar cerrado el
puerto. Luego, un ciclista me dijo que ‘uno de Abiada, con un caballo de
montura, había pasado y que decía que podían pasar los coches’. Fui en busca
del de Abiada. Le alcancé a dos kilómetros más allá de Saja echando un taco de
pan y queso en un descansadero del ganado, con su ‘caballo de montura’. Con una
seguridad de castellano de Campoo me afirmó tajantemente: ‘Pasará usted, y bien’.
Todavía, a mayor abundamiento, vino a mí el anuncio cierto de éxito, igual que
las gaviotas de Guanahaní le anunciaron a Colón la proximidad de la tierra. Y
es que me crucé con un hombrín muy abrigado de mantas que traía hacia el norte
una docena de sacos de patatas en un carro tirado por un caballejo. No necesité
preguntarle nada. Por allí, con patatas, sólo puede venir de Campoo y haber
cruzado el puerto. El puerto estaba efectivamente abierto, lo que comunico con
gusto a la Administración para que retire sus letreros pesimistas. Pero antes
de pasar el puerto, lector, es necesario que yo hable del pozo del Amo y de la
Venta de Tajahierro (ese nombre militar como de héroe carolingio). Y eso será,
Dios mediante, mañana”.
Víctor
de la Serna
(“Nuevo viaje de España: La Ruta de los Foramontanos”, 1953)
Los lectores más asiduos ya sabrán de sobra que a menudo,
cuando hablo de Cantabria (comunidad autónoma o territorio
geográfico-cultural), lo hago utilizando el término de La Montaña. Actúo así
porque me da la gana y porque así lo viví de pequeño en numerosas ocasiones y
ámbitos diferentes. Por otro lado no es una expresión mía ni mucho menos, es
una denominación con gran arraigo cultural y tradición, utilizada a lo largo de
diferentes periodos de la historia por diversos eruditos, y vinculada al
folclore regional (en la “baila de Ibio” sin ir más lejos), a la prensa local
(“El Diario Montañés”) y algunos otros entornos de nuestra sociedad. Me gusta
esta denominación, me gusta mucho más que la reduccionista de Santander (cuando
era empleada indistintamente para referirse a la capital y a la provincia
durante el mandato franquista) o que la denominación oficial actual de
Cantabria. La Montaña define muy bien nuestra orografía, y por tanto,
necesariamente, muchas otras características sociales, culturales o de carácter
que un paisaje tan protagonista provoca en sus habitantes. Es evidente que el
mar es el otro gran protagonista geográfico de la región, un hecho
indiscutible, pero ello no obliga a
renunciar a un apodo tan acertado como la de La Montaña, el cual, literalmente,
empieza o incluso se ubica en el propio océano.
Así
pues, escribir sobre puertos de montaña en un territorio al que se le conoce
como La Montaña, puede dar mucho de sí. Será difícil resumir o simplificar.
Cantabria es una abrupta e irregular línea de costa salpicada de arenales,
acantilados, recortes, bahías y desembocaduras de ríos. Es también un tobogán
que desciende vertiginosamente desde La Meseta hacia el mar. Desde el sur hacia
el norte. Antes de iniciar el descenso, el terreno aún se eleva más, formando
la Cordillera Cantábrica (no sólo en nuestra región, también en las
limítrofes), la cual pone techos de entre 1300 y 2600 metros aproximadamente en
las cumbres y algo menos en los correspondientes collados que las unen. Desde
tales cotas o algo inferiores, se van formando cortos y dinámicos ríos que
descienden más o menos paralelamente unos a otros, habiendo dado forma, a lo
largo de los siglos, a los valles principales de la comarca. De esta manera
encontramos al sur pasos que superar en la cordillera principal, y en dirección
digamos “perpendicular” o transversal, otros pasos menores que permitan conectar
unos valles con otros. Muchos de esos pasos, con los años, han ido dando lugar
a carreteras asfaltadas… a nuestros numerosísimos puertos de montaña.
Una mirada a parcial al relieve de la región desde Google Earth.
Tratar de componer una especie de catálogo comentado de los
puertos ciclistas de la región sería una tarea que excede el habitual tamaño de
las entradas de este blog. Así pues, voy a obviar directamente todo aquello de
“3ª categoría”, habitualmente “transversal” o costero. Tampoco haré mención
alguna a puertos que no haya ascendido nunca en bicicleta de carretera. Aún
así, es tanto lo que queda por contar que me saltaré bastante y me veré
obligado a entrar en poco detalle. Directamente voy a eludir altimetrías y
cifras ya que ambas pueden ser consultadas fácilmente a través de la red.
Respecto a la “categoría” de los que he dado en calificar
como de transversales, voy a seleccionar sólo cuatro: uno más bien occidental
(Alisas), otros dos un poco más centrales (El Caracol y La Braguía) y otro
oriental (El Collado de Carmona). La selección viene marcada por su belleza, su
más que suficiente entidad o dureza, y su significancia ciclista.
Alisas es el puerto-test para la mayor parte de los ciclistas
de Santander o la zona oriental. Sin contar sus estribaciones suaves, presenta
6,1 km de ascensión permanente a prácticamente un 6-7%. ¡Dime qué tiempo tardas
en subir Alisas y te diré cuánto “”andas”! lo que pasa que no te puedes fiar,
ya se sabe que los ciclistas por lo general, para algunas cuestiones, son muy
mentirosos. Su vertiente norte es muy entretenida y en toda su segunda mitad es
una continua sucesión de horquillas. Las vistas son muy sugerentes hacia el
mar, y una vez arriba también hacia la Cordillera occidental y el valle del
Asón. El firme es bueno, la pendiente tan uniforme que favorece el tomárselo como
una crono-escalada, y además está muy cerca de la costa. La vertiente hacia el
sur es un poco más corta y con trazado diferente, se sube bien, aunque a mí
casi siempre me toca descenderlo.
Al Caracol nunca le llamamos así, al menos en mi entorno
ciclista. Para nosotros siempre ha sido el Campillo. Es un puerto puramente
transversal que enlaza los valles del Miera y del Pisueña. Es un puerto más
bien corto (entre de 5 y 8 km según qué lado), pero con pendiente sostenida y
sin descansos, que discurriendo por una buena y ancha carretera te hace difícil
poder ir todo lo rápido que la percepción visual te sugiere. La vertiente occidental
está interrumpida por un repecho cerca de la base (te toca descenderlo o
ascenderlo en función de si subes o bajas por ahí; en ambos casos rompe mucho
el ritmo). Al igual que Alisas, casi no tiene sombra pero a cambio ofrece
buenos paisajes. Su importancia ciclista en este caso radica en que se
convierte en un puerto de enlace cuando se pretenden acometer recorridos largos
que unan varios puertos de gran categoría, y aunque él sólo no supone un
exceso, cuando engrosa una lista de dos, o tres, su exigencia se hace notar
mucho más.
Llegados Selaya (por ejemplo tras haber descendido el
anterior en dirección oriental), al poco de alcanzar la villa, empezaremos a
ascender La Braguía, puerto que permite el paso a la Vega de Pas. Es otro
puerto de similares dimensiones a los anteriores, con algo de bosque en la
parte inferior, pero que no dura mucho (siempre hubo bastante pirómano en los montes
pasiegos). Este puerto apenas lo he frecuentado por lo que su recuerdo se me
desvanece. Hubo una época en la que formaba parte importante del trazado de
rallyes automovilísticos puntuables para el Campeonato de Europa. Por sus
curvas pude ver trazar a Zanini, Bragation, Beguin… incluso a Bruno Saby, Ari
Vatanen y algún otro piloto de gran prestigio.
En la zona occidental hay otro “puertecillo” exigente y no
muy largo (unos 8 km) que se convierte en lugar frecuentado por los ciclistas
de la comarca del Saja para realizar sus series en cuesta y que al igual que
algunos de los anteriores, sirve de enlace en bucles de largo recorrido. Me
estoy refiriendo a la Collada de Carmona. Es un puerto muy bonito y también muy
constante en su pendiente. Tiene bastante tramo de bosque (sobre todo por la
falda oriental), buena carretera y entretenidas curvas que trazar.
Combinando cualquiera de los anteriores, en circuitos de
múltiples posibilidades de distancias diferentes y agregando infinidad de
puertos menores, el ciclista que se maneje por las cercanías de cualquier punto
de la costa de la región, tiene garantizados recorridos muy exigentes, variados
y preciosos. En ellos lo que realmente le resultará difícil será encontrar
kilómetros llanos. Los cuatro puertos aludidos (como todos a los que me voy a
referir hoy), gozan además del privilegio de (en condiciones normales)
presentar muy poco tráfico motorizado.
Así pues ya adelanto que
por su sensación de peligrosidad o desagradable atmósfera rodada, alejo de la
selección de grandes puertos de Cordillera, tanto al Escudo como a Los Tornos.
No merecen la pena, con todo lo que tenemos por aquí. El repaso de estos ya
“grandes puertos” lo voy a hacer de este a oeste. Empezamos por un auténtico
coloso, que en realidad es la sucesión de dos preciosos ascensos enlazados por
un breve descenso intermedio de poco más de un kilómetro. Es la subida a los
Collados del Asón y el puerto de la Sía. Juntos superan los 20 km de puerto,
sin pérdida de tiempo, ni pamplinas a la hora de de ir remontando altitud. Al
primero de ellos se asciende a través del costado de un precioso, estrecho y
vertical valle durante unos kilómetros hasta alcanzar unas “zetas” que nos
permiten contemplar la cascada en forma de cola aérea, que surge de las rocas
calizas que conforman el otro flanco del valle. Una preciosidad llevadera hasta
remontar el paso, descender e inicial la segunda parte. Inicialmente el bosque
nos da cobijo y sombra pero no hay descanso, los kilómetros se van acumulando
despacio y nos van mermando fuerzas que finalmente se hacen necesarias para
acometer un último kilómetro al 8,4% rondando los 1300 m de altitud. La
combinación se convierte en un auténtico coloso.
En la cumbre de La Sía hace ya muchos veranos con el grupo de Peñas Arriba.
Nada
que envidiar tiene el siguiente ascenso. El Portillo de Lunada es una de mis ascensiones
favoritas. Tal y como dice mi amigo (motero y ciclista) Fernando: te recorres
toda Europa en la moto, desde España hasta Cabo Norte, desde allí hasta la
costa granadina, y regresas a casa para asomarte a la costa cantábrica desde la
meseta burgalesa y darte cuenta de que el paisaje que ofrece Lunada es quizás
de lo más sublime y espectacular de todo el viaje. ¿Exagero? No lo creo, vengan
ustedes y pedaleen por allí un día despejado, y si no encuentran ocasión,
busquen la película “El prado de las estrellas” y alucinen con el ascenso
ciclista allí protagonizado. Lunada es largo, en realidad siempre lo subo desde
casa, es decir desde el mar. 50 km de ida hasta coronar. El puerto empieza a
unos 17-22 km de su cima, eso depende desde donde lo consideremos. Lo digo
porque las rampas de Linto, una sucesión boscosa de desniveles importantes, no
suelen ser consideradas como parte de la ascensión, pues tras ellas hay algo de
descenso. Después una larga marcha por pendientes con gradientes ligeramente
variables, nos transportan por algunas pequeñas aldeas, grandes curvas amplias,
laderas verdes y arroyos saltarines. Al final una espectacular sucesión de
pocas pero largas “zetas” de aspecto muy aéreo nos permiten coronar. El paisaje
de este puerto es impresionante, merece la pena su visita. El firme no es
bueno, subiendo apenas se nota, pero bajando se hace trabajoso y poco a poco
cada vez más incómodo y cansado.
La parte principal del trazado del ascenso al Portillo de Lunada
sobreimpresionada sobre plantilla de Google Earth
Otro año más reciente, Peñas Arriba en Lunada.
El tercero de este tridente de puertos pasiegos de acceso a
la meseta es Estacas de Trueba. Me queda más a desmano, por lo que sus
recuerdos me resultan borrosos, ya que hace mucho tiempo que lo ascendí por
última vez. Al igual que Lunada es un puerto de enorme belleza despejada, sin
apenas tramos de arbolado, todo praderías pendientes y casi verticales, que va
cosiendo zig-zags sobre las laderas hasta encaramarse en los altos cerros que
ejercen como cabecera del valle del Pas. En determinado punto intermedio un
desvío propone el acercamiento al Túnel de la Engaña, hoy en día impracticable
(si acaso alguno se aventura con la BTT y buenas luces, a pesar de un derrumbe
interior que dificulta completarlo), y que fuera el paso proyectado para el
abortado ferrocarril Santander-Mediterráneo. Descripción del puerto poca, ya he
explicado el porqué, es largo al estilo de los dos anteriores. Sin embargo si
puedo dar un consejo: al descenderlo, bien merecida estará una parada para
compartir una quesada o unos sobaos de mantequilla en la Vega de Pas.
Me salto la Matalena, el Escudo, las Hoces del Besaya y
algún otro puerto más y nos vamos al Saja, para disfrutar de otro de los
ascensos retratados en la citada película de Mario Camus: Palombera. Estamos
ante otro puerto largo, aunque tan bien dibujado contorneando la caprichosa
orografía de la Reserva Natural, que su porcentaje parece casi constante y en
ningún momento se pone agresivo. Es un puerto para elegir el desarrollo ideal
para cada cual y rodar, y rodar, y rodar con él de principio a fin. Resultará
imposible aburrirte ya que salvo escasos kilómetros finales, todo el recorrido
atraviesa los magníficos bosques frondosos de arbolado caducifolio (robles y
hayas preferentemente), con acebos perennes mezclados y algunas otras especies.
Aunque el verano (agradeciendo su fresca sombra) pueda resultar la época más
habitual para acometer el esfuerzo. No deben descartarse visitas primaverales
que conviertan el escenario en un vergel difícil de igualar en exuberancia
vegetal, y menos aún en otoño, cuando el espectáculo cromático nos puede llevar
al éxtasis. El asfalto está en muy buen estado, los “pozos” y cascadas del río
amenizan el ya de por sí entretenido espectáculo visual. Si una vez superado,
seguimos hacia el norte entraremos en el valle de Campoo (luego hablaremos de
él), si regresamos por donde ascendimos, buen premio será comer en Cabuérniga,
Los Tojos, Correpoco o Bárcena Mayor para zamparnos un cocido montañés, y ya
puestos, sin que sirva de precedente, un chuletón tudanco.
Piedrasluengas tiene dos ascensos posibles desde el norte.
El primero es por el valle del Nansa, un paraje estrecho y afortunadamente de
aspecto poco civilizado o muy rural. El trayecto pasa por numerosas aldeas
pequeñas y preservadas en su aspecto de antaño, casi como eran descritas por J.
Mª de Pereda en su novela “Peñas Arriba”. La estrecha carretera va alcanzando
varios pequeños pantanos encajonados. Es un puerto duro, con algunos
“escalones” o tramos en los que la pendiente se nota diferente. Remontando la
presa del embalse de la Cohilla se han de superar unas “eses” muy llamativas,
con cortos túneles excavados en roca incluidos. Superado ese escollo, nos
quedan kilómetros de ascenso elevado con curvas poco marcadas, pero sin
descanso hasta alcanzar uno de los miradores más privilegiados sobre el
panorama de los Picos de Europa. Bosque y sombra pocos, casi más al final (ya entrando
en la foresta lebaniega) que durante el resto del puerto. De todas formas,
demasiados días no se echarán en falta… la niebla y las nubes acostumbran a
abrazar la comarca en muchas ocasiones. Al mismo lugar podemos subir desde
Potes, creo que sólo lo he hecho una vez. Se trata de otro puerto importante,
con muchas curvas variadas, pero sin “zetas” y con bastante bosque autóctono.
Sin embargo, desde Potes,
aunque hay varias ascensiones posibles, incluso la subida a Fuente Dé (que
resultó absolutamente decisiva en una de las pasadas Vueltas a España), que
está casi siempre aquejada de un excesivo tráfico turístico de coches; el ascenso
por excelencia, el puerto más recomendable es San Glorio, uno de los puertos
más elevados (1571 m) y largos de nuestra región. Se trata de un ascenso de
desgaste, sin rampas excesivas pero sin descanso y de largo recorrido. Poca
sombra pero incomparable variedad de panorámicas paisajísticas. Recorre muchos
pequeños pueblos lebaniegos, se asoma a bosques, valles, laderas y cumbres.
Cambia constantemente de trazado, de forma que nunca se percibe como repetitivo
o monótono. Merece la pena su visita, no en vano siempre pueden verse moteros y
cicloturistas (con alforjas o sin ellas) allí, de esos verdaderamente
“enterados”, que aciertan con los destinos que merecen la pena.
Más recuerdos: San Glorio en una vuelta a los Picos de Europa.
Para
el final he dejado dos puertos singulares que no responden a la torpe
clasificación inicial de transversales (media montaña) o de acceso a la meseta
(alta montaña). El primero es el ascenso a la Fuente del Chivo, el “techo”
ciclista de Cantabria. Se acomete desde Reinosa (capital del valle de Campoo),
adonde ya es un mérito acceder en función de donde se provenga. Primero
llaneando por el lecho de abierto valle, de paisaje diferente al resto de la
provincia, más castellanizado en aspecto, aún siendo plenamente montañés. Una
vez empezada la subida encontramos algunas curvas entre pueblos de montaña, una
recta umbría que atraviesa un hermoso bosque, varias paellas, unos largos por
una salvaje vertiente, hogar eventual del oso pardo, y un cambio temporal de
lado para admirar las cumbres de Campoo (“dosmiles” en su mayoría) antes de
acometer una sucesión de amplias curvas en las que el viento, en ocasiones nos
puede complicar la vida. Todo ello es asequible, exige decisión y constancia
pero no un tremendo sufrimiento. Así alcanzamos Brañavieja (poblado urbanizado
de las estación invernal de Alto Campoo, y destino del segmento ciclista del
Triatlón Blanco). Desde allí unos tres kilómetros más nos obligan a mantener el
trabajo de pedaleo hasta alcanzar la base del telesilla del Chivo, donde de
repente, tras una curva muy pronunciada, todo se complica, la pendiente se
embrutece y se suceden otros dos kilómetros y pico más de dolor o dureza, en
sucesivas curvas de compás caprichoso y una larga “zeta” final, hasta alcanzar prácticamente
los 2000 metros de altitud cerquita de la cumbre del Pico Tres Mares. El puerto
completo es muy exigente, muy variado y muy bello. De todas formas no puedo ser
objetivo en su juicio porque me une a él una larga vinculación afectiva, ya que
durante unos 45 años ha sido escenario de mi vida como esquiador, de
innumerables experiencias familiares, excursionistas y también ciclistas, es
pues parte de mi historia personal, y en cierto modo mi hogar.
Forzando el factor de relieve de Google Earth nos podemos imaginar
muy bien el la perspectiva del ascenso a la Fuente del Chivo.
El colofón lo pone un ascenso salvaje y agresivo. Bien conocido por haber
sido habitual final de etapa en la Vuelta a España, y protagonista de algunos desenlaces
épicos de la misma. Me refiero a Peña Cabarga (“La Peña” para mis hijos al
haber sido alumnos del IES La Granja de Herás; ubicado al pié de esta montaña).
Se trata de una elevación repentina que domina el sur de la bahía de Santander
formando una pequeña sierra casi aislada del resto de colinas costeras. En su
cumbre hay un “pirulí” que la dota de más personalidad aún. Su ascenso es de
apenas 5 kilómetros, pero repentino y tremendamente duro. Primero unos
exigentes kilómetros de gran porcentaje, con una larga recta en sombra y unos
cambios de dirección posteriores ya despejados. A mitad de camino encontramos
un descanso con ligera cuesta abajo que nunca he sabido interpretar si viene
bien o mal, y tras ella una pendiente sucesión de horquillas de enorme
dificultad, en las que la casi obligación de tenerte que levantar sobre los
pedales te da la vida. Ahí es donde no te puedes confundir, y aunque parezca
imposible, reservar un resquicio de esfuerzo muscular ya que al salir de ellas
empieza el calvario, la puntilla final, con unos tramos rectos y despejados al
18% o algo más… en los que yo me tengo que retorcer, y año tras año (suelo ir
allí una vez cada 12 meses) muestro un mayor alarde de equilibrio casi estático
sobre la bicicleta, ya que creo que cada vez lo subo más despacio. El firme,
tal y como ocurre con Alto Campoo, es de buena calidad (reciente), y arriba
obtiene uno el premio de las vistas, el panorama sobre Santander y toda su
bahía es el mejor posible desde tierra.
Al fondo se me ve, sufriendo detrás de Ander Izaguirre (autor de "Plomo
en los bolsillos") en plena ascensión a Peña Cabarga. Estamos en lo malo,
aún queda lo peor.
Para
despedirme tan sólo quiero comentar que la brevedad del formato de blog no hace
justicia a la esencia, variedad e interés de los puertos enumerados, y que hay
infinidad de altos y pasos no incluidos aquí. De igual forma, las posibilidades
de combinaciones de estos y otros puertos por toda esta región son tan variadas
y diversas que invitan a pasarse media vida pedaleando por ella. Desde aquí
invito a todos los lectores a tomarse unos días y visitar nuestras carreteras.
Me comprometo a asesorar trazados, y ¿quién sabe? Según las circunstancias,
hasta a compartir algunos kilómetros. Sólo dos consejos son necesarios para
disfrutar de este territorio: venir con suficiente estado de forma o
entrenamiento como para poder disfrutar de las interminables sucesiones de
ascensos (no para correr o rodar rápido, sino para poder alcanzar las cimas,
aunque sea como lo hago yo: “en defensa propia”); y estar mentalmente preparado
para asumir que, muy a menudo, el cielo puede estar cubierto o incluso
lloviendo abundantemente, es el precio que tenemos que pagar por dos de
nuestros bienes más preciados; a saber: una temperatura templada (sin fríos ni
calores excesivos durante todo el año) y una enorme belleza verde alrededor.
La Montaña es una nombre genérico, vago e indeterminado, que además propiamente hablando,únicamente es una comarca de Cantabria. Es un nombre que ya nadie usa para identificarlo con toda Cantabria. Únicamente se emplea en los territorios altos de Cantabria, Campoo o Pas, por ejemplo, para referirse a las tierras bajas cántabras.
ResponderEliminarEl nombre correcto es Cantabria, sin ninguna duda. Eufónico, viril, propio y que no lleva a confusiones, cómo si lleva el de La Montaña.
Sobre Santander nada hay que decir. Una ciudad con 180000 habitantes que es la capital de Cantabria. Los dichos "Santander ciudad" o "Santander capital" son absurdos, pues geográfica y políticamente Santander es una ciudad, además de ser capital.
Respecto a ""El Diario Montañés" decir que también existieron "El Correo de Cantabria", "La Voz de Cantabria", "El Pueblo Cántabro", "La Región Cántabra", además de otros que llevaron en su cabecera el nombre de Cantabria o Cántabro.
Finalmente, cada cúal que use el nombre que le dé la gana aunque ya nadie lo use.