Como ya señalé alguna vez, el calendario de la Challenge Rodador 2014 es caprichoso, y así como me espera un mes de junio muy internacional y cargado de eventos ciclistas, el comienzo de la temporada ha resultado una sucesión de pruebas sobre patines, tan sólo “contaminada” por una concentración de bicis antiguas. Hoy me toca dar cuenta del último de esta inicial secuencia de eventos sobre patines. De Vitoria poco podía contar antes de acudir a esta última cita (tampoco una visita tan fugaz como esta daría para mucho más), tan sólo algunos recuerdos de una estancia que disfruté allí, hace ya más de diez años, como asistente a un Congreso Internacional de Gestión Deportiva. El Congreso fue de muy alto nivel y calidad de contenido y organización. Digamos que fue del tipo de los de antes. No de los que pudiéramos calificar como pioneros, pero sí del estilo de los que fueron prodigándose después hasta el cambio recientemente experimentado, en lo que en demasiados gremios o temáticas científicas los han acabado convirtiendo.
Creo que este desvío temático tan prematuro, tan “a
bote-pronto”, requiere una pequeña aclaración. Cuando uno lee algún ensayo, más
o menos novelado o narrado con cierta vocación dramática, al conocer la
biografía de grandes autores, descubridores, personajes de relevancia histórica
en algún campo, etc. En muchas ocasiones se encuentra con que tal o cual
congreso histórico fue el detonante de algo importante para la evolución de un
determinado campo científico. Y lo fue porque alguien acudió allí a presentar
en primicia su descubrimiento, o porque, más entretenido aún, la cita se
convertía en un verdadero encuentro, debate y hasta batalla dialéctica o
científica entre los principales investigadores y genios de asunto. La historia
de Freud y Jung, por ejemplo, ofrece episodios memorables de este tipo de
situaciones. Con el tiempo la cosa se fue estandarizando más, y al menos, en la
época y los campos científicos por los que profesionalmente me he visto tentado
de asistir a congresos, éstos se caracterizaban por aparatosas organizaciones, grandes
cantidades de contenido y la presencia de numerosos “primeros espadas” del tema
en cuestión. Había una amplia y rigurosa selección de ponencias y muy poco
poster o comunicación breve. Pero recientemente esto ha cambiado demasiado, se
ha mercantilizado aún mucho más, y la proliferación de citas ha desencadenado
una evolución que personalmente considero empobrecida. En demasiados casos, el
congreso se convierte en un mercadeo de personas o grupos de investigación (de
muy diferente nivel de calidad, rigor científico y relevancia de propuestas),
cuyo interés no es otro que pagar para poder presentar allí su aportación, de
forma que el programa se satura de micro-presentaciones a las que resulta
imposible asistir y de carteles a los que casi nadie hace ni caso. Los mismos
asistentes, en su mayoría lo son porque son presentadores de contenido. Su
motivación no es otra que poder presentar su estudio y que figure en acta, para
eso pagan y les suele importar bien poco lo que propongan los demás. Es como
una especie de convención de sordos (sin ánimo de ofender a las personas con
dificultades auditivas), o mejor expresado, de personas que no quieren
escuchar. El negocio (porque ya es un negocio) se genera (en parte) gracias a
la necesidad que los doctorandos o sus grupos de investigación tienen de que
aquellos requieren acumular un cierto número de presencias en congresos que
refuercen su futura tesis doctoral. El caso es que por todo eso y mucho más, ya
no voy a congresos.
Pero a Vitoria fui, y lo hice, entre otras cosas, porque la
propuesta de contenido era inmejorable y porque además allí acudía (y se le
sacaba bastante partido a su presencia) P. Chelladurai, un científico
norteamericano de raza y origen hindú, bajito, de edad avanzada y trato afable
y cercano, que casi sin ninguna duda es la personalidad más brillante del
planeta en relación a la sociología deportiva. Como detalle de la calidad del
evento, puedo decir que pese a reunir a más de 400 asistentes (creo que
bastantes más), no sólo tuve tiempo de asistir a muchas ponencias a lo largo de
tres días, sino que también pude tomarme un rioja charlando de tú a tú con
“Cheda”.
Volviendo a Vitoria, en aquella ocasión visitamos algunos
lugares de interés que no se fijaron bien en mi memoria, quizás porque ya de
por sí había demasiada información que asimilar en el propio congreso, pero sí
recuerdo haber cenado elegantemente dentro de un antiguo depósito de agua,
reconvertido y recuperado como enorme sala polivalente, llena de columnas y
arcos. También una amena y entretenida visita a un museo del vino en plena
Rioja Alavesa. Paseos por la ciudad, un par de salidas nocturnas por acogedores
bares cercanos al casco viejo, música en directo, etc.
En esta ocasión, también he querido aprovechar un poco la
visita y conocer algo más. Para ello, reservé con antelación entradas para una
visita guiada a los trabajos de restauración de la catedral de Santa María,
experiencia de la que desde hace años me habían hablado muy bien.
Lamentablemente “llegamos tarde”. No me refiero a la cita, sino al momento
presente. Durante años esta visita se ha hecho circulando por andamios y
estructuras temporales por las que caminar entre un cúmulo de espacios
completamente en obras, asistiendo con la vista a la transformación casi
temporalmente violenta entre el pasado y la modernidad en las entrañas de
cimientos y estructuras góticas. Pero de eso apenas queda poco. Los trabajos
están casi finalizados, al menos en lo relativo a lo estructural y a lo más
importante y palpable. Apenas se utilizan ya pocas pasarelas o escaleras
añadidas y dichos elementos son ya parte del contenido visitable del edificio,
están ahí para quedarse y por ello presentan un aspecto cuidado y con vocación
artística (desde el punto de vista de la arquitectura). En ese sentido nos
llevamos un poco de chasco, pero reconozco que los únicos culpables somos
nosotros, por haber dejado para tan tarde la visita. En cuanto a la catedral en
sí, pues que quieren que les diga, está bien si te gustan las iglesias góticas
(como me ocurre a mí), pero desde luego, no llama la atención ni es comparable
con respecto a las abundantes grandes joyas que podemos visitar en Segovia,
Santiago de Compostela, León, Burgos y tantos otros lugares de nuestra
geografía o las correspondientes posibilidades en Gran Bretaña, Francia, Italia,
Alemania, etc. Aquí estamos ante un edificio de menor empaque, dimensión y
categoría. Sin embargo, su visita ofrece una importante singularidad que merece
la pena ser percibida por las personas interesadas: esta catedral se ha
convertido en un ejemplo de una sucesión de despropósitos históricos humanos,
en relación a la arquitectura monumental. Una verdadera lección de historia,
aún en pié, visitable y explicable, de muchas cosas que deberíamos aprender, de
errores, de tendencias, de modas y de las consecuencias que todo ello puede
llegar a provocar. Desde la elección del lugar de su construcción hasta el
momento actual, se han ido dando, a lo largo del tiempo, muchos errores que han
castigado al edificio estructural y estéticamente. De todo ello han ido
quedando muestras visibles, y todo ello queda explicado en la visita, y es
precisamente eso lo que la hace especialmente interesante. Y creo que sus
responsables lo saben y lo explotan. Allí te enteras, sin ir más lejos, de que
algún “garrote” probablemente bebido durante alguna celebración, casi quema el
edificio con un cohete de fuegos de artificio que acabó con la parte alta de la
torre, reconstruida después en un estilo completamente diferente. Compruebas
como sucesivos remedios aplicados ante los problemas estructurales no hicieron
sino agravar los males, etc. Explicar explican los errores pasados, de lo
presente tan sólo las soluciones técnicas adoptadas y algunos componentes
estéticos, y es aquí (en algunos detalles estéticos) donde, desde nuestra más
modesta e ignorante opinión, encontramos que la continuidad de la rica y diversa
colección histórica de decisiones inadecuadas, queda asegurada, perpetuando así
un interesante proceso demostrativo del quehacer humano, para bien y para mal.
El viaje a Vitoria es cómodo y rápido desde casa. Allí
viajamos Myriam y yo para instalarnos confortablemente en casa de la familia de
su hermana Cristina. Un chalet muy amplio y agradable, situado en un barrio muy
bonito y en cierta medida lujoso de las afueras de la ciudad, constituido todo
él por casas individuales, calles tranquilas con sus carriles-bici, mucho
espacio verde y mucho arbolado. Nos recibieron estupendamente, nos acomodaron y
pudimos comer en familia, una familia amplia y llena de caras infantiles.
Además, en aquel momento hacía un tiempo estupendo y pudimos comer en el
jardín. Tras la sobremesa nos acercamos a buscar los dorsales a un centro
comercial, donde nos encontramos a Solana, pertinaz ultrafondista y maratoniano
de nuestro pueblo, y tras el saludo y una breve conversación dimos cuenta de la
mencionada visita a la catedral. Precisamente allí queda plasmada la relación
de la Catedral con el afamado escritor Ken Follet, tanto a través de folletos y
referencias editados, como especialmente mediante una estupenda estatua que el
autor tiene erigida a pié de paseante en el recinto de acceso a la iglesia.
Vitoria muestra bastantes casos de estatuas colocadas de “tu a tu” con los
ciudadanos: vascos ilustres, un torero sentado, un músico de jazz y hasta un
famoso caminante de enormes dimensiones, quedan todos ellos ubicados en la
calle, sentados, mirando detalles, en definitiva compartiendo la vida cotidiana
con la gente, algo que ya venimos observando que ocurre desde hace años en
algunas otras ciudades y que en mi opinión aporta mucha vida a los espacios,
los lugares, los ciudadanos y las propias esculturas. Todo un acierto
(¡cervicales sanas!). Al salir de la visita aprovechamos para pasear por el Casco
Viejo observando parte de su muralla, varios excelentes palacios y algunos
jardines ubicados entre los edificios, hasta reunirnos con nuestros familiares
para pasear por el centro de la ciudad, el cual presentaba una animación
envidiable, con cientos de personas (seguramente miles) paseando
despreocupadamente, disfrutando del día, de la amigable ciudad y de la
socialización en el espacio público. La tarde resultaba agradable, animada y
relajada, y esa misma atmósfera la aprovechamos para cenar a base de pinchos en
un bar del centro (podría haber sido casi cualquiera) deleitándonos ante una
amplia diversidad de propuestas todas deliciosas. Nuestra jornada acabó ya en
casa, tranquilos y sin apenas trasnochar.
En esta ocasión la cita deportiva había encontrado mucho más
eco entre mis amistades que en ninguna otra ocasión. Si bien Myriam solo
asistía como acompañante y fotógrafa, para la patinada habíamos quedado con mi
hermano Guti, Tonino, Jesús, Sofía, Pablo, Carlos, Manuela y Marcos. Algunos de
ellos aprovecharon también el sábado para viajar con su pareja o, como en
nuestro caso, incluir una visita a familiares o amigos en la ciudad, pero el
grueso principal viajaba el mismo domingo, madrugando y llenando una
monovolumen con padres y una madre, escapados en plan fugaz de sus obligaciones
familiares, para una participación tan cercana y rápida como esta. Mi cuñado
Alberto, tan servicial como siempre (no os podéis hacer una idea realmente) nos
acercó en su coche hasta el centro y desde allí caminamos un poco hasta la
Plaza de España, centro de operaciones de la prueba. El clima había cambiado,
tal y como habían anunciado todos los pronósticos, estaba nublado y con amenaza
de lluvia suave pero persistente. Además hacía frío, así que me puse el maillot
por fuera y una chaquetilla cortavientos muy fina debajo. En la plaza me calcé
los patines, me coloqué el chip y las protecciones y dejé la mochila en una
consigna. La organización era perfecta. Había ambiente y cada vez más gente. Encontré
a un amigo y colega profesional que aunque afincado en Cantabria, había
estudiado allí, es corredor popular y acudió aVitoria para hacer la media
maratón. Pronto aparecieron Manuela y Marcos, ella algo escéptica,
especialmente con respecto a la “comodidad” de sus patines, en cualquier caso,
teniendo en cuenta que fue patinadora, los demás no dudábamos de su sobrada
capacidad para superar el reto. Él tras la experiencia hace unos años en Le
Mans… cualquier cosa. Poco tiempo después apareció Jesús caminando. Había
tenido suerte pues Alberto lo vio al pasar por el aparcamiento de Mendizarroza
y lo había acercado hasta allí. Le entregué la bolsa del dorsal con todo y se
preparó enseguida. Y muy poco después llegaron el resto: Guti, Sofía, Tonino y
Pablo, ya sobre los patines. Todos menos Carlos, quien al parecer se había
caído al venir patinando, con tan mala suerte que se hizo una brecha en la
barbilla y necesitó tres puntos de sutura. No le vi hasta después de la prueba
y estaba dolido. No dolorido del golpe o la cura, sino tocado por no haber
podido tomar parte en este evento que tanta ilusión le hacía. Me aseguró que de
hecho, hasta ese momento, nunca se había caído patinando. Una pena, porque
patiné con él hace años por Las Landas, y me consta que lo hubiera hecho muy
bien, y disfrutando mucho. Confío en poder compartir con él, mano a mano
patinando, algún otro evento futuro.
Ya reunidos nos acercamos a la salida, situada en la calle
Olaguibel, saliendo de la plaza hacia el este. Poco a poco nos reuníamos allí
todos los patinadores, más de 400. Más ambiente que en mis anteriores pruebas
de esta temporada. Myriam nos hacía fotos y Guti organizaba la estrategia de
grupo. Cuando salimos el firme aún estaba seco, se patinaba bien aunque el
grupo no dejaba rodar suelto durante los primeros metros. Poco a poco, sin
forzar fui aprovechando huecos, intentando progresar hacia adelante, ya que
habíamos salido de los últimos para evitar entorpecer a los patinadores de más
nivel (imaginábamos que muchos). Mis amigos no me siguieron y mientras se
colocaban en su propia fila, me fui marchando poco a poco hacia adelante,
superando gente que iba con bastante calma. Enseguida encontré mi propio
espacio cómodo y pude patinar a un ritmo ideal para mí, aprovechando rebufos
temporalmente mientras continuaba adelantando gente. En un giro de 180 grados,
entre los kilómetros 5 y 6, pude comprobar que Tonino había abandonado a mis
amigos y me seguía a cierta distancia, mientras que ellos constituían su propio
tren, Manuela y Marcos rodaban en pareja más tranquilos aún y Jesús en
solitario, asegurando mucho. Así que mantuve un ritmo cómodo esperando que
Tonino me alcanzara. Calculo que lo hizo poco antes del kilómetro 7 y desde
entonces ya hicimos toda la prueba juntos, colaborando y pudiendo hacernos
compañía. De regreso al centro, el “sirimiri” se fue haciendo más denso y acabó
empapando el asfalto cada vez más. Se empezó a notar mucho al patinar. Se podía
patinar bien, aunque nada de intentar darse mucho impulso y teniendo mucho
cuidado en las curvas cerradas, las cuales por cierto eran muy abundantes. La
preocupación por el cambio de situación me duró muy poco, ya que kilómetro a
kilómetro iba siendo cada vez más consciente de que pese al agua, la capacidad
de patinaje y tracción era suficiente como para poder acabar la prueba y no
irse al suelo si se extremaban las precauciones lo bastante. Lo que daba rabia
era constatar que el circuito, en seco, se hubiera prestado para haber ido más
deprisa y gozar del paso de curvas con cruce de piernas. Aún así, estábamos
disfrutando mucho. Íbamos adelantando gente todo el tiempo, poco a poco, solitarios
y trenes de hasta 10 personas. El sector oeste del trayecto se convirtió en un
laberinto en el cual ya era imposible saber dónde estabas, tan sólo seguir
atendiendo a las perfectas señalizaciones en rotondas, giros o cruces.
Totalmente protegidos del tráfico y animados por los voluntarios de la
organización y algunos transeúntes. Llegaron ascensos y descensos, pero leves.
Hubo que pasar por módulos de retención (de esos de goma negros y amarillos),
pero fueron pocos y pequeños, aunque recuerdo dos algo peligrosos por
encontrarse al final de sendas bajadas en las que se rodaba rápido. Vimos
algunas caídas a lo largo de la prueba, afortunadamente sin consecuencias y
todas ellas relacionadas con lo deslizante del pavimento. Por mi parte sólo me
desequilibré ligeramente una vez en el paso de uno de aquellos “baches”, aunque
noté deslizamientos laterales por pérdida de agarre o tracción varias veces, en
especial había que evitar a toda costa la pintura blanca. Durante varios
kilómetros Tonino y yo fuimos alternando el puesto cabecero de la pareja,
aunque en la segunda mitad de la prueba he de decir que fue él quien más tiempo
se mantuvo delante. En la zona sur, cerca del campo de fútbol, dábamos cuenta
del kilómetro 25 y creo que fue por allí cuando vimos a Alberto observando la
carrera y animándonos. Era el momento de máxima lluvia, el suelo hacía tiempo
que ya estaba completamente mojado, aunque sin charcos y el agua te empapaba la
cara y las manos, pero no era un llover grueso de los que te calan toda la
ropa. Recuerdo que se me antojó una especie de imagen épica en plan de clásica
ciclista del norte (París – Roubaix o Tour de Flandes), pero sobre patines, dos
hombres solitarios, luchando contra el agua y la distancia, contentos y felices
de saberse seguros de llegar al destino. En torno al kilómetro 30 (no estoy muy
seguro de si antes o después) un tren nos dio problemas. Lo adelantamos con
soltura, como a algunos otros, pero en algunos casos, su guía trata de
aprovechar tu paso para seguirte a rebufo, lo cual es lógico y pertinente, pura
solidaridad patinadora. Pero en este caso, no duró mucho, sin embargo, llegados
a un descenso delicado, con algún obstáculo y giros, el tren nos alcanzó por
detrás, a nosotros y a más patinadores y realizó una desconsiderada trazada que
estuvo cerca de provocar alguna montonera, especialmente en su cola, en la que
trataban de no perder comba algunos patinadores, en particular una mujer de
cierto tamaño que no parecía ir demasiado sobrada en técnica depurada y control
de la situación. Pasado el susto, les seguimos un par de rotondas consecutivas
y en la primera recta larga aceleramos el ritmo para pasarlos y meter distancia
suficiente como para evitar otra situación similar. Lo logramos antes de
alcanzar un giro muy cerrado de 180 grados, que previamente advertían de su
peligrosidad. Ya superado, observamos como el tren se acercaba hacia dicho
viraje sin muchas intenciones de perder velocidad y claro, oímos lo que era de
esperar: una bofetada en mitad del grupo. Esto de la inercia está muy bien, y
en patines es algo que hay que tratar de aprovechar al máximo, pero siempre hay
algunos que tratan de recuperar cuesta abajo lo que no son capaces de mantener
en llano, y especialmente subiendo.
Hablando de subir, si que dimos, en cierto momento, con una
corta cuesta tan pendiente, que el apoyo necesario para su superación quedaba
muy comprometido por el agua. Rápidamente aprovechamos un carril bici lateral, ubicado
sobre la acera, cuyo rugoso lecho era ideal para la tracción y facilitaba la
progresión hasta superar la rampa. En gran parte del trayecto compartíamos la
calzada con el tráfico de coches, bien separados ambos a base conos. Todo
funcionó bien para nosotros y no vimos grandes atascos en ellos, pero aún así
sí que detectamos alguna individualidad poco civilizada castigando con la
estridencia de su claxon a todo el resto del planeta. Incluso en una ciudad
ejemplar en asuntos de movilidad como es esta, aún hay gente que considera que
el coche es una especia de ser vivo con derechos especiales por encima de las
personas, los eventos multitudinarios, el espacio, etc. Hacia el final de la
prueba ya había dejado de llover. Poco a poco el asfalto fue ganando adherencia
en las rectas, aunque seguía siendo delicado de negociar en las numerosas
curvas en forma de rotondas, giros de 180 grados o cambios de dirección. Tonino
marcó con buen ritmo un par de largos y después me hice cargo del resto, apenas
nos quedaban pocos kilómetros para meta. La verdad es que tras mis largas
experiencias de esta temporada, esta distancia se me hacía más que asequible.
No voy más rápido porque no sé, no porque me fatigue, se ve que me estoy
convirtiendo poco a poco en un patinador de muy larga distancia (que remedio…).
Iba tan fresco que si me descuido dejo atrás a mi compañero, después de todo el
trabajo con el que él había contribuido. Disfrutamos del acercamiento hacia el
Casco Viejo. En algún punto nos cruzamos con el propio Martín Fiz, el afamado
maratoniano que da nombre a la prueba. Por el centro cada vez había más público
y con él mayor animación. En determinado momento nos mezclamos durante un paso
callejero con los corredores de la media maratón, aquello coincidía con una
zona de conos de cierta estrechez, para evitar molestarles o incluso tropezar,
bajé la velocidad y pasé con cuidado, momento en el que Tonino se alejó un poco
de mí por delante. Una vez separados de los corredores, una cuesta en bajada
con “trampa” salvable al final, y entrada a meta prácticamente a la par,
felices y muy satisfechos. Habíamos bajado de las dos horas (1h 57’ 59”) y
sobre mojado. Y por si fuera poco, con excelentes sensaciones. Allí estaban
Myriam y Carlos, entre toda la gente que aplaudía y animaba, y allí nos
quedamos a esperar la llegada de nuestros amigos, mientras hacíamos alguna foto
y relatábamos el balance y las anécdotas de lo vivido durante esta hermosa
experiencia.
La carrera de Guti, Sofía y Pablo fue bien distinta. Por lo
que contaron, se constituyeron como grupo desde el principio, con un ritmo más conservador,
pensado especialmente para Pablo. Sofía detrás de Guti no tiene problemas en
alcanzar buenas velocidades, y la resistencia a la duración, en su caso, está
fuera de toda duda, es algo intrínseco en su persona. Pablo seguiría con ellos
todo el trayecto, aprovechando alternativamente el rebufo e incluso el remolque
manual de mi hermano. El trío debía de funcionar porque poco a poco se fueron
incorporando más y más “vagones” a su tren, de manera que en algunos tramos
debieron llegar a conformar una hilera de longitud considerable. De lo que si
pude ser testigo es del emocionado y manifiesto agradecimiento que una
exultante patinadora les dio nada más cruzar la línea de llegada. Pese a lo
compacto del equipo, según nos cuentan, Pablo hizo gala de su, al parecer
tendencia natural hacia el caos, perdiendo las gafas por el camino, las cuales
fueron recuperadas por un hacendoso Guti que claramente ejercía un auténtico
papel de gregario de lujo para el equipo. A su llegada, como hacía frío fuimos
a recuperar nuestras mochilas a la plaza para abrigarnos un poco y quitarnos
los patines.
Poco después llegó Jesús. Había decidido ser muy prudente
desde el principio, tanto que optó por dejar salir a todo el mundo y hacerlo el
último de todos los participantes. A partir de ahí, poco a poco fue avanzando a
un ritmo seguro que le permitió adelantar a cierto número de gente y alternar
posiciones de vez en cuando con al tándem MM (Manuela y Marcos) que por su
parte se lo tomaban con calma para asegurar la distancia ya que ella mostraba aquel
escepticismo previo respecto a sus propias capacidades ante un maratón. Todo
hay que decirlo, según nos comentó antes de salir y después a la llegada, los
patines la hacían daño (mal asunto). En cualquier caso completaron el recorrido
sin percances ni dificultades, encontrándose con Jesús en algunos tramos y
llegando a meta sin ninguna dificultad.
Una vez reunidos todos, hicimos la típica puesta en común en
la propia calle, pero como cada cual había llegado por diferentes medios y
caminos, no pudimos o supimos organizarnos todos para reunirnos una vez
abrigados y recogidos. Además Pablo tenía compromisos familiares (de hecho su
mujer e hija estaban también en meta esperándonos y felicitándonos) y Manuela y
Marcos prisa por dejar un apartamento. El resto salimos paseando por un parque
y atravesamos un barrio de casas de aspecto solariego y palaciego, por medio de
una especie de boulevard amplio y arbolado de lo más agradable y estiloso,
hasta llegar al aparcamiento del estadio, donde ya nos esperaba Alberto,
convencido de que le siguiéramos todos con el coche para irnos a duchar a su
casa. El empeño fue tan sólido que allí nos plantamos todos los que quedábamos
y la verdad es que entre la ducha caliente y la chimenea bien nutrida en el
salón, disfrutamos de un reconfortante momento de sosiego antes de que su
empeño se convirtiera en sana terquedad, casi secuestro, hasta logar que nos
quedáramos todos a comer. Nos puso la mesa en el ábside de su salón inglés,
mientras Cristina (una mujer experta en lidiar con una familia de seis hijos de
lo más activos…), solventaba el trance culinario con rapidez, eficacia,
imaginación, sabor y acierto. Me consta que el agradecimiento por parte de
todos nosotros es unánime, sincero y grande. La comida ¿cómo no? Se demostró
como un acierto, ya que fue un complemento, un momento añadido, en el que la carrera
celebrada salió de nuevo a la palestra, ahora de forma verbal, destilando todo
tipo de anécdotas, situaciones, sensaciones, etc. Teniendo en cuenta que
durante la misma se habla poco y te pierdes todo lo que no vives con otros, una
puesta en común parece imprescindible para un grupo medianamente nutrido como
el nuestro, y claro, hacerlo alrededor de una mesa mientras se come y se bebe,
facilita las pausas para repartir intervenciones así como la escucha activa,
mientras uno se ocupa del deleite de las viandas o del Rioja (en este caso).
Finalizada la comida, despedidas, viaje breve en coche y… limpieza de ruedas en
casa.
Me resulta muy difícil describir o hablar de vitoria como
conjunto urbano. Tal y como indicaba al principio lo conozco demasiado poco,
aunque gracias al maratón y al peculiar diseño de su trazado, compruebo que en
apenas dos horas escasas, he recorrido gran parte de toda ella, la he “escaneado”,
casi más que lo que pueda haber hecho en otras ciudades en las que haya pasado más
tiempo. En mi opinión no se trata de una urbe que destaque por mostrar cierta
personalidad urbanística. No parece ser rica en iconos fáciles de difundir por
el mundo, en ese sentido me parece una población más bien discreta y que pasa
completamente desapercibida, pero eso no lo comento como pega alguna, sino como
descripción. Disfruta de casco antiguo, pequeño pero valioso, y eso es un
componente interesante y patrimonial importante (por ejemplo mi ciudad de
origen, Santander, prácticamente no lo tiene, a causa de un nefasto gran
incendio que la abrasó en 1941). Las dimensiones de la ciudad son adecuadas, haciéndola
asequible para recorrer en bicicleta y casi andando. Es una población cómoda
con bastante zona estrictamente peatonal, lo cual, tal y como nos demostró por
la tarde, facilita el que la gente llene las calles del centro con la única
intención de relacionarse socialmente. Tiene por toda su extensión varios
edificios de uso público: instalaciones deportivas, pequeños pero numerosos
parques o zonas verdes (apostando más por el reparto que por la
centralización), área universitaria, centros culturales o de congresos, etc. El
conjunto urbano que rodea el centro es relativamente reciente, sugiriendo un
desarrollo o crecimiento rápido y contemporáneo, y está constituido tanto por
áreas de pisos de aspecto práctico y equilibrado como por otras de chalets o
viviendas unifamiliares, pero tanto unas como otras con avenidas
suficientemente anchas para permitir la creación de vías de movilidad
funcionales para todos (peatones, ciclistas y conductores), y el crecimiento de
mucha vegetación que da frescura, colorido y salud ambiental a toda la ciudad.
La combinación entre lo construido y lo verde salta a la vista por todas
partes. Vitoria tiene muchos reconocimientos y nominaciones institucionales en
referencia a la sostenibilidad urbana, la movilidad y la calidad de vida. Desde
mi ignorancia completa, al menos la primera impresión y el pálpito de un
contacto superficial, así me lo sugieren. Envidio especialmente la red de
carriles bici que presenta por todas partes, la cual, unida a un clima sin
exceso de precipitación severa y con una orografía más bien amable, facilita
que la población de muy diferente perfil de edad o condición, se vea seducida
hacia el uso de la bicicleta de forma cotidiana. Por lo menos eso es lo que
aseguran muchas publicaciones técnicas referidas a la movilidad urbana
sostenible, pues Vitoria suele aparecer siempre como ejemplo de buenas
prácticas sobre el tema. Como muestra un botón, mis sobrinos son seis, y rondan
entre los 16 y los 8 años de edad, y todos ellos van al colegio por su cuenta
en bicicleta. Siempre, haga frío, calor o llovizne. Sólo se abstienen en caso
de lluvia fuerte, la cual según parece se da en contadas ocasiones. Por lo demás supongo que en esta ciudad se viva tan bien como aseguran, el aspecto de ello da. En cualquier caso, si por mi fuera, no me importaría nada disfrutarla durante la celebración de su prestigioso festival de Jazz por el que a largo de los años han desfilado algunos de mis ídolos musicales.
Finalizo con un breve comentario sobre el evento. La
organización fue muy buena, prácticamente perfecta. Sin embargo, una vez más,
se produjo una situación que se repite en demasiadas ocasiones con esto de los
eventos masivos. Cuando recogimos los dorsales y nos dieron las camisetas, para
hombres ya sólo quedaban de talla XL. No lo comprendo, casi siempre llega un
momento a partir del cual sólo quedan XL, evidentemente el modelo de previsión
que utilizan los organizadores de eventos para el cálculo de tallas o es
erróneo o está exportado de Alemania o de los Países Bajos (que no país de
bajitos precisamente). Mido casi 1,80 y utilizo talla M, y creo que presento
una talla intermedia en la mayoría de los eventos en los que tomo parte (ni soy
de los grandes ni de los pequeños). ¿Por qué seguimos pues obligados a
llevarnos camisones deportivos para casa tantas y tantas veces? Sugiero que
reformulen su sistema de predicción (escribo para todos los organizadores en
general).
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