Avisados estábamos todos de que septiembre iba a ser un mes
de gran actividad de ciclismo retro. De hecho, para algunos de nosotros,
aquellos que solemos encontrarnos en la mayoría de las citas, llevamos varias
semanas en las que el trajín de la puesta a punto de las bicicletas, la
selección de la vestimenta, la sucesión de lavadoras puestas y el deshacer y
hacer maletas, además de los traslados, se han convertido, durante un periodo
de tiempo, en una rutina casi habitual, que nos está haciendo vivir (con sus
lógicos matices) un ritmo de ciclistas “de verdad”.
El fin de semana de Cantabria, al igual que lo fuera el pasado,
seis días antes, a ambos lados de los Pirineos, nos dejó hermosos kilómetros de
paisajes y una intensa oportunidad para profundizar en nuestra amistad y
conocimiento mutuo. Y todo ello disfrutando de unas condiciones climáticas
ideales, lo cual nunca está garantizado en nuestra región. Los lectores que
buscan la crónica de La Retrovisor, deberán ser un poco pacientes en esta
lectura, pues para algunos, el fin de semana de ciclismo antiguo empezó un día
antes, en Reinosa, con la puesta en marcha de la II quedada retro La Montañesa.
La excursión dibujaba una especie de ocho con dos bucles unidos por un corto
tramo de ida y vuelta entre ellos, de forma que su inicio y final se ubicaban
en la capital campurriana. El espíritu de esta cita implica que, en cada
edición, el recorrido, aún manteniéndose siempre localizado en La Montaña
(Cantabria), sea siempre diferente a los anteriores. El año pasado nos juntamos
seis. Este año la previsión estuvo oscilando a lo largo de las fechas previas
entre seis y hasta dieciocho participantes. A la hora de la verdad nos reunimos
siete (buen número para una cita de estas características), aunque posteriormente
comprobamos que otra gente se hubiera unido con seguridad, de haber conocido la
existencia del plan. También hay que añadir que otras dos personas fallaron sin
querer, en el último momento, por causas repentinas y ajenas a su voluntad. Uno
de ellos víctima de una avería de RENFE a escasos 11 km de nuestro punto de
partida.
El caso es que Manu (La Biciteca), su amigo Edu (Gijón),
Roberto (con sus churros habituales), Javier (San Sebastián), Lucas (Alicante),
mi hermano Guti y yo, pasadas las diez, comenzamos nuestro pedaleo por las
calles de Reinosa, en una mañana fresquita en la que la niebla apenas acababa
de levantar. La primera parte del trayecto nos permitió rodar por la orilla
norte del Pantano del Ebro en dirección este. Fuimos manteniendo diferentes emparejamientos
alternando compañeros y temas de conversación. El ritmo era llevadero pero vivo
y tan sólo hicimos dos breves paradas colectivas, una para aligerar líquidos y
otra para despojarnos de alguna prenda de abrigo en los jardines del balneario
de Corconte. Desde allí, en precavida fila llaneamos por la carretera de Burgos
en dirección sur, pendientes de un tráfico realmente inexistente, para
enseguida poder relajarnos completamente en la apenas utilizada carretera que
recorre la orilla sur del embalse, entonces ya en dirección oeste. La mañana
nos iba premiando con sol, y bonitas estampas paisajísticas, casi todo el
tiempo con las aguas del pantano a la vista formando parte de los “encuadres”
de esas “postales” mentales que todos recolectamos cuando rodamos en bicicleta
por lugares hermosos y sin tener que estar pendiente de no perder alguna rueda
ajena. El otro acompañante fiel, a lo largo de esta parte de la ruta, era el
trazado ferruginoso del ferrocarril de La Robla, el “Transcantábrico” o el “Hullero”,
que une Valmaseda (Vizcaya) con La Robla (León) y que nuca me canso de
recomendar como viaje cicloturista, ferroviario y literario.
Guti, pedaleando alrrededor del Pantano del Ebro sobre su Alan.
Roberto, Lucas, Manu (escondido), Guti, Edu y Javier, girando
a la entrada de la presa.
Roberto, Lucas, Manu (escondido), Guti, Edu y Javier, girando
a la entrada de la presa.
Con buen cumplimiento del horario alcanzamos la presa y
Arroyo, y allí nos regalamos unos cafés, antes de continuar. Enseguida nos
plantamos en el desvío que cerraba el primer bucle, y allí nos despedimos de
Guti y de su Alan, quien por motivos laborales debía abandonar anticipada la
ruta. Lo de mi hermano es curioso, lo del ciclismo retro le parece una
actividad estupenda, pero por motivos familiares, laborales y de hiperactiva
agenda, apenas se ha prodigado, siendo precisamente las dos ediciones de esta
quedada, sus únicas participaciones. Aún así, estoy convencido de que lo veremos
más en el futuro.
El tramo de enlace entre los dos bucles a mí personalmente
me tiene enamorado, atraviesa un bosque de jóvenes robles, por una carretera
estrecha y entretenida, a la misma altura que el aún infantil río Ebro y establece
algunos cruces con las mencionadas vías de tren. Siempre está bonito, aunque en
otoño la variedad cromática de las hojas y su caída le dan un aspecto aún más
especial. Para ello aún faltaba bastante tiempo. Sin desviarnos de la sinuosa
carreterilla, iniciamos el segundo “circuito”, rodando junto a una vieja
ferrería, alcanzando Bustasur e iniciando una de las primeras subidas
anunciadas en la descripción de la ruta. Hay que reconocer que el anuncio se
hizo de memoria y no fue del todo preciso. Lo que se suponía serían 3
“micropuertos” acabarían siendo cuatro, y dos de ellos, el primero y sobre todo
el cuarto, quizá un poco más exigentes que el ambiguo calificativo de “micro”.
Daba igual, el día era fantástico, la compañía fabulosa y el paisaje
francamente bonito y variado. Nos reagrupábamos en cada alto y volvíamos a
descender. Pedaleábamos por la comarca de Valderredible, por los semidesiertos
poblados que se localizan al norte del Monte Hijedo. Malataja y Aldea de Ebro
fueron testigos de nuestro paso en bicicleta, y la superación de varias lomas,
nos fue aportando diferentes puntos de vista del paisaje, a medida que el
segundo “círculo” de la jornada se iba cerrando poco a poco. Aquello es tierra
de bosques alternados con páramos tapizados de vegetación de monte de cierta
altura, paraíso de cazadores y “exploradores” de grandes espacios abiertos, ya
sea a pié o sobre ruedas de tacos. Apenas paramos, salvo para reunirnos tras
cada ascensión. He de confesar que si bien el ritmo de pedaleo fue adaptado a
las preferencias y estado de cualquier miembro del grupo, el régimen de paradas
y reanudaciones fue dictatorial, discretamente absolutista, pero totalitario al
fin y al cabo. Teníamos una cita cerrada para la comida, y había que cumplir el
horario. De no haber dependido de tal circunstancia, en Aldea de Ebro habría
“caído” un blanco y una breve visita a su iglesia rupestre. La última ascensión
nos llevó al cruce de Carabeos y a enfilar las últimas rampas hacia el
santuario de Montesclaros. Es un atractivo conjunto de viejos edificios
encaramados en lo alto de una loma boscosa que corona una de las curvas que
hace el Ebro. Es un paraje aislado de cualquier otro foco de civilización y
resulta sugerente su visita en diferentes estaciones del año a causa del otoño,
de la nieve o de la floración primaveral.
Javier con el río Ebro al fondo en el primer ascenso.
Javier, Edu y Mano, en el segundo ascenso.
Edu, Roberto y Lucas (tercer ascenso...).
Allí llegamos en descenso, metimos las bicis en el pasillo de entrada a la hospedería y comimos a gusto y barato en un rústico comedor. Nada de sibaritismos, menú rural y vino con “casera”, haciendo honores a un patrocinador histórico del ciclismo español. Precisamente estando allí el tiempo cambió bruscamente. Ya el descenso previo nos había sorprendido con una repentina ventolera, que cuando estábamos bajo techó se transformó en aparatosa tormenta y en fuerte descarga de agua. Un rápido cambio de local nos sirvió para poder tomarnos unos cafés de sobremesa y esperar a que la lluvia amainara un poco. Después, nos pusimos el chubasquero, hicimos de tripas corazón y regresamos a nuestras monturas, para negociar un pendiente descenso mientras el agua de la calzada nos empapaba más, de abajo hacia arriba, que viceversa, a causa de la velocidad de las ruedas. Llegados al tramo de enlace y ya acostumbrados a la nueva situación (la cual para varios de nosotros no era nada comparado con la épica etapa del Canal de Castilla), un nuevo berrinche tormentoso comenzó a descargar una nueva tromba de agua. La casualidad, la suerte o lo que fuera hizo que eso ocurriera precisamente al paso por el único túnel de toda la ruta, situación que aprovechamos para guarecernos y esperar a que escampara. El resto fue rodar unos 15 kilómetros tranquilos hasta Reinosa, ya sin lluvia y muy contentos con la jornada. Allí esperaban Mari e Isabel, con quienes, tras cambiarnos de ropa y guardar el equipo, disfrutamos de unos “gintonics” y de la inquebrantable entereza de Contador en los Ancares, que le serviría para asegurarse el triunfo de la Vuelta a España.
Manu, hoemanje Puch posando en Montesclaros.
Reanudamos la marcha tras la comida.
El milagroso túnel protector.
Roberto, Manu, yo, Edu. Lucas y Javier (Guti ya se había marchado).
Entre las cuestiones materiales podríamos destacar unas cuantas cosas, aunque me limitaré a comentar que estrené una Peugeot de principios de los ochenta que aguantó bien el envite, y que Manu profundizó aún más en su enamoramiento hacia esa flamante Zeus roja que se ha agenciado y que además iba singularmente vestido con un maillot de punto del equipo Puch de la época en la que Agostinho era su estrella y tocado con una inmaculada chichonera a juego. Javier, en cuanto a la ropa, como siempre, de “estreno”, incalculable su “fondo de armario”. Lo pasamos bien, no cabe duda, de hecho nos dimos cita para cenar, ya en la costa, esa misma noche, víspera de La Retrovisor.
Y llegó el ansiado domingo. Fecha histórica para los
aficionados del ciclismo retro de Cantabria a nivel practicante, porque se
celebraba la primera marcha ciclista retro oficial. Semanas antes me preocupaba
el desenlace de tanto trabajo, ilusión y preparativos por parte de sus
organizadores, porque es gente a la que tengo mucho aprecio, y si algo hubiera
salido mal, aquello me pondría en la difícil posición de decidir entre ser fiel
a la vocación relatora que siempre me ha acompañado en el blog y que trata de
hacerme objetivo en mis comentarios, o desplegar una cortina de divagaciones
para eludir alguna crítica necesaria. Pero las dudas se disiparon pronto,
porque el evento, de todas todas, resultó un verdadero éxito.
Nosotros empezamos con desayuno matinal en el jardín. Manu y
Edu habían utilizado nuestro ático para dormir y junto a ellos desayunamos
aquellos miembros de la familia que tomaríamos parte en el evento: Myriam, mi
hijo Jacobo y yo. Menos mal que preparamos las bicicletas y equipaciones algo
apartados, porque la vorágine de relaciones sociales que supuso para mí este
evento, no me hubiera permitido ni enroscar pedales, ni hinchar ruedas, ni
cualquier otra tarea imprescindible para la puesta en marcha. Entre mis
conocidos locales, la gente a la que había “líado” para participar, amigos,
familiares, habituales de las citas retro nacionales, organizadores, invitados
no ciclistas fuertemente relacionados con el ciclismo cántabro o con los
libros, etc. durante las horas que duró la jornada no paré de saludar,
conversar, abrazar, posar, fotografiar, presentar... a gente. Aquello fue un
auténtico baño de relaciones amistosas que por una vez en dos temporadas dejó,
en mi caso particular, la propia actividad ciclista, en un segundo plano. Puedo
asegurar que viví La Retrovisor como una auténtica fiesta, como una celebración
en la que por fin, tras un par de años de viajes e inmersión retro ciclista,
podía compartir en vivo y localmente, una muestra de este mundillo, con mis
familiares, amigos, compañeros y ciclistas autóctonos.
El día era estupendo, soleado y sin viento, un regalo de esos que no siempre nos da nuestro rebelde clima. Una vez apoyado el tándem en una fachada de la finca del Marqués de Valdecilla, vino un periodo de hiperactividad excitada en el que colocamos dorsales y bultos, mientras saludábamos aquí y allá a decenas de caras conocidas y apreciadas. El tándem ya de por sí no te deja pasar desapercibido, pero si es que además el “speaker” te conoce desde hace varias décadas, estás vendido, la discreción resulta imposible. Allá estaba Fernando Ateca, el que fuera durante largos años activo presidente de la Federación Cántabra de Ciclismo, dando rienda suelta a sus comentarios y ganas de calentar el ambiente. No hay mal que por bien no venga y gracias a él Myriam y yo tuvimos el privilegio de disfrutar de una posición delantera en el corte de la cinta de salida, junto a todos los ciclistas ex-profesionales. La verdad es que allí mismo, delante nuestro, fuimos testigos de una anécdota de lo más cómica, pues resulta que la bicicleta que le habían prestado a Óscar Freire, tenía la potencia tan floja que el manillar se desplazaba a su antojo, y tuvo que ser Alfonso Gutiérrez, quién fiel a la tradición de portar la herramienta básica en el maillot, le reparó la avería “al juvenil”. La verdad es que el ambiente allí delante era de lo más simpático, y si algo nos demostró aquel brillante ramillete de figuras del ciclismo, es que saben pasárselo bien, reírse y divertirse rodando en una marcha cicloturista y que se amoldan al ritmo de cualquiera con el que quieran compartir carretera y conversación. ¡Unos fenómenos!
Alfonso Gutiérrez
Primera línea de salida (I. Gastón y G. Arenas en el centro),
nosotros a la derecha (Foto: La Retrovisor)
Momento intergeneracional: Alfonso ajustando
la potencia de Óscar Freire.
El recorrido, tenía un diseño “suave-llano-en-Cantabria”, en definitiva, bastante “rompepiernas”. Descender a Solares apenas sirvió para comprobar los frenos de las antiguas bicicletas, porque en los primeros kilómetros tuvimos que ascender a Somoarriba, y como su propio nombre sugiere, aquello ya nos hizo sudar de lo lindo. Cada cual iba a su ritmo, pero el espacioso pelotón de 53 ciclistas muy esparcidos, fue constantemente blindado por delante gracias a los agentes de tráfico y a algún vehículo de la organización, protegido en todos los cruces por voluntarios en motos modernas o del grupo de scooters clásicas y acompañado por detrás por una caravana de coches vintage entre los que abundaban los Seat 600. La conciliación familiar estaba asegurada gracias a un autobús de acompañantes con guía turístico incluido. Tras los esfuerzos iniciales nos reagruparon en una entrada del Parque de Cabárceno, concretamente junto a los elefantes. A partir de ese momento una exigente sucesión de toboganes nos permitió disfrutar de la visita al conocido lugar y de su fauna, recorriendo el trazado que pocos días antes había recibido a los corredores de la Vuelta a España y haciéndonos imaginar que aquello bien podía parecer la disputa de una carrera en el continente africano. Jirafas, rinocerontes, antílopes y cebras cruzaban sus curiosas miradas con las nuestras. Salvado el fuerte descenso final, el veredicto fue: un tramo inigualable ¡gracias Enrique!
Nos reagruparon para poder disfrutar de la máxima seguridad a la hora de aproximarnos, cruzar y alejarnos de Sarón, lo cual demostró un excelente conocimiento de las peculiaridades del tráfico de la comarca. En dirección a Selaya, rodamos con agilidad y continuamos cambiando de compañeros de ruta, cada cual según su apetencia. La anchura y calidad del firme nos permitieron cambiar impresiones con mi compañero laboral Ramón, ocasionalmente con nuestro hijo Jacobo, mi cuñado Melchor, Óscar Freire, el asturiano Edu, además de con otros conocidos y algunas caras nuevas. Antes de alcanzar Selaya la ruta giró hacia la izquierda y paso a utilizar carreteras locales estrechas que atravesaban barrios rurales típicos, bien nutridos de casonas montañesas cuidadas y bien conservadas. Era un tramo totalmente desconocido para mí y del que disfruté muchísimo con sus constantes curvas y el aliento del sorprendido vecindario que disfrutaba del aire libre en una jornada tan soleada y calurosa. Y así llegamos a una pequeña ascensión que, a lo largo de 1 o 2 km, nos exigió cierto esfuerzo (subir demanda más trabajo cuando se va en tándem). Lo entregamos con generosidad y mucha paciencia, antes de negociar con cautela el bacheado y virado descenso entre los prados para alcanzar el avituallamiento de Esles. Lo alcanzamos de los últimos y en seguida nos dimos cuenta del excelente ambiente que allí se respiraba. Los participantes hacían puesta en común, aprovechaban para descubrir otras bicicletas y para fotografiarse con sus ídolos de antaño o sus amigos. Hubo tiempo para todo. Para degustar a placer y sin cautelas del queso, jamón y demás productos sólidos y apetecibles entre los que destacó las ingentes cantidades de exquisita quesada (Roberto puede dar fe de ello). Para rehidratarse con agua, coca-colas o refrescantes porrones de “claras”. Y también para revolotear por todas partes y corrillos alternando atenciones con los amigos de diferentes partes de España, los familiares, los amigos locales y aquellas personas que no teníamos ubicadas dentro del mundo retro y que se estrenaban en esto por primera vez.
La reanudación nos regaló un agradable recorrido alejado de carreteras motorizadas. Circulamos entre prados y alguna que otra casa aislada. Ello nos permitió poder deshacer el pelotón y no depender de la protección de los vehículos auxiliares. Algunos toboganes nos retardaban al subir y nos procuraban sucesivos adelantamientos al descender o llanear con inercia. El tándem tiene estas cosas, cambia completamente mi ritmo relativo habitual con respecto al resto de ciclistas. Tras unas curvas en descenso alcanzamos la carretera principal entre Torrelavega y Solares. De nuevo protección fiable durante algunos kilómetros en los que Jacobo, según me contaron, dio rienda suelta a la experimentación de las, para él, novedosas sensaciones del ciclismo de carretera. En determinado momento conversamos con Alfonso Gutiérrez, ciclista al que estimo mucho y que lucía un maillot del Molteni y circulaba sobre una cuidada Battaglin que en su día él mismo había regalado a su padre. Al final de este tramo y tras el desvío hacia Liérganes, “jugamos” a los ataques con nuestros amigos Manu, Edu, Javier, Lucas y Roberto (el clan de los fieles de septiembre). Fue divertido (y moderado) y lo dejamos al pasar por esta última localidad, para disfrutar del pedaleo junto al río Miera y de la fresca y casi exuberante carretera hacia La Cavada. Más casonas y palacios montañeses. En la mencionada localidad, cruzamos el arco real y la organización tuvo el acierto de trazarnos un corto tramo que atravesaba un encantador barrio de casonas de indianos, se alejaba del caso urbano a través de más prados y regresaba finalmente por la carretera que proviene del puerto de Alisas. De nuevo en el centro del pueblo, una breve parada junto al monumento a Vicente Trueba, sirvió para celebrar un conciso, pero emotivo y merecido homenaje a Cundo, en el que todos participamos con sincero entusiasmo y el protagonista hizo extensivo a su familia, y en especial a su mujer.
Y en pocos minutos regresamos hacia Solares y accedimos de
nuevo al punto de partida ascendiendo por una carreterilla estrecha, jalonada
por gruesos plátanos. Los acompañantes, organizadores y curiosos, aplaudían
nuestras llegadas y, satisfechos, dejábamos las monturas y nos refrescábamos
con más porrones o generosos vasos de fresquísima cerveza de cañero. Entonces
se dio un lapso de tiempo en el que los más decidieron irse a duchar al
pabellón, pero muchos otros, nos dedicamos admirar las bicicletas y maillots expuestos,
felicitar a los organizadores y, sobre todo, recrearnos en los comentarios de
la jornada con nuestros amigos y conocidos. Personalmente recogí una larga
retahíla de comentarios positivos por parte de gente muy dispar de la que me
fío, personas ya iniciadas en este mundillo así como otras nuevas, y hasta algunos,
como Víctor, organizadores de eventos similares. Lo quiero expresar aquí porque
considero que es importante dar cuenta de ello para conocimiento de los
organizadores, y con la esperanza de que sirva de refuerzo positivo para ayudar
a mantener su motivación hacia la continuidad de esta aventura que tanto nos ha
hecho disfrutar.
Improvisado equipo KAS: Roberto, ¿?, Tomás, Carlos Cobo,
Miguel Ángel "Ardilla".
Reunidos para comer.
Algunos se fueron marchando, pero la mayoría nos quedamos a comer. Lo hicimos al aire libre en las mesas y sillas dispuestas para ello en el jardín, a la sombra de unos magníficos ejemplares de robles. Paella, fruta, quesada, bebida sin limitación, café y hasta licor para quién así lo deseara. Por nuestra parte empezamos a llenar una de las mesas alargadas y acabamos configurando una extraña forma de dos de esas mesas sucesivas. Ángel Neila (el autor de la biografía sobre Vicente Trueba) se animó a sentarse con nosotros y nos ilustró con detalles de su conocimiento histórico ciclista. También se sumaron a la mesa las acompañantes de Javier y Lucas, así como Jesús y Carlos Cobo, y por si fuera poco, en plena sobremesa, el propio Cundo se dejó caer por allí para intercambiar anécdotas y pareceres en nuestra pausada tertulia. Sin duda estaba disfrutando del día. Para finalizar la jornada llegaron los premios y el sorteo de regalos, que fue generoso porque alcanzó a un gran número de participantes. Trofeos, lotes de café, maillots y unos cuantos libros sobre ciclismo. Me alegré de ello porque dentro de los amantes del ciclismo retro se da la circunstancia de que abundan los aficionados a la lectura: un especialista en libros antiguos, un par de editores, algunos a quienes nos da por escribir, un profesor de literatura y muchos lectores son una muestra del recuento mental que yo puedo hacer entre los conocidos, si a eso sumamos lo que se me escapa… es normal, no en vano el ciclismo de competición nació al amparo de la prensa escrita y posteriormente encontró en el género de la crónica deportiva, el marco de exposición de sus hazañas más épicas, ya en el tercer cuarto del siglo XX. La jornada se cerró con sorpresa inesperada, cundo se arrancó con una montañesa. Para quienes como yo, nunca antes le habíamos conocido en su faceta cantora, resultó una auténtica revelación, las borda.
El fin de semana me dejó emocionalmente exhausto ante la
cantidad de momentos intensos, de disfrute pleno y de contacto con gente a la
que admito, estimo y quiero. Me encantó comprobar cómo el primer paso formal del
ciclismo reto en Cantabria se dio con una firmeza, calidad y estilo
incontestable. Y ello me hace pensar que dicho paso se podrá convertir en
caminata y que al echarse uno a andar, otros eventos puedan seguir sus huellas,
ya sea aquí cerca o en provincias limítrofes. El ciclismo histórico parece
estar despertándose en mi comarca, y es algo que me alegra mucho, en especial
porque su proliferación facilitará que algunos de mis amigos, esos que por fin
han encontrado la oportunidad de estrenarse aquí, en La Retrovisor, den
continuidad a esta nueva afición, y pueda disfrutar de su compañía con más
asiduidad. Confieso que hay una práctica que cada vez me hace más feliz en esta
vida, la de catalizar relaciones de amistad, la de ejercer de nexo entre
personas que aún sin conocerse pueden acabar estableciendo agradables lazos de
empatía, una vez los haces encontrarse mutuamente a tu costa y en el ambiente
apropiado. Esta temporada he podido hacerlo en numerosas ocasiones, y el sprint
final de La Retrovisor, no ha hecho más que aumentar ese proceso. Gracias a
todos por acudir, participar y traeros vuestro mejor talante, para mí ha
resultado una auténtica fiesta.
Estupenda crónica con la que hemos vivido cada uno de los kilómetros de la Retrovisor como si lo hubiéramos recorrido en persona. Este año, si nada me lo impide, espero estar en Santander el próximo septiembre y participar con mi vitus. Hasta el 13 de septiembre.
ResponderEliminar