Bugati Le Mans 1930. Rob Roy (¿?).
Desde un punto de vista puramente
clásico, en cuestión de pruebas de automovilismo deportivo, hay que reconocer
que “el entorno francés” se lleva la palma. Al menos esa es mi opinión. Por
mucho que los americanos crearan las 500 millas de Indianápolis (e incluso
Daytona), sus carreras dando vueltas a un óvalo a toda velocidad se parecen más
a un espectáculo de consumo instantáneo y simple que a otra cosa. Inglaterra ha
sabido conservar parte de la esencia de sus inicios automovilísticos con
múltiples certámenes, reuniones de clásicos y un rally espectacular, pero
ninguno alcanza verdadera fama mundial, y aunque ha gozado de varios circuitos
importantes, la épica de antaño se reparte entre ellos y les “toca a menos” por
separado. Italia igualmente ha aportado circuitos míticos como el Monza y una
excepcional carrera como lo fue la Targa Florio, por las retorcidas carreteras
sicilianas (quizá junto a la Panamericana, la más alucinante que jamás se haya
organizado). Pero tampoco le ha hecho sombra, en cuestión de organización de
eventos, al “automovilismo francés”, pues en nuestro país vecino (o su entorno
de influencia), supieron reunir las pruebas más afamadas de las principales
disciplinas competitivas de las cuatro ruedas: el GP de Mónaco de Fórmula 1, el
Rally de Montecarlo y las 24 de Le Mans. Sí, ya sé que Mónaco es un país
independiente y que dos de las citadas pruebas son organizadas por su
Automobile Club, pero tanto en un caso como en el otro, el ambiente, el idioma,
la influencia organizativa y social (y hasta las carreteras en el caso del
rally) son galos (o casi). Como prueba de continuidad de esta tendencia
francesa al acierto, a la hora de poner en marcha eventos singulares del
deporte del volante, podemos recordar que si existe alguna carrera, que en
tiempos modernos, haya conseguido alcanzar la fama e impacto que en su día
generaran las ya citadas, esta no es otra que el París-Dakar, que aunque ya no
se celebra en África y su organización cada vez es menos francesa, la idea y su
consolidación sí que lo fueron. Polémicas monegascas a parte, la carrera de
resistencia por excelencia, las 24 horas de Le Mans (24 heures du Mans), sí que
es un evento absolutamente galo y uno de los principales iconos de la historia
del automovilismo. A lo largo de las décadas se han visto circular por su
trazado espectaculares bólidos como los Bugatti, Ferrari, Jagguar, Aston
Martin, Alfa Romeo, Ford GT 40, Alpine, Porsche, Matra, Audi… cada época con
sus más afamados representantes de marcas y pilotos. La carrera ha generado
duelos imborrables o dominios insultantes, pero además, siempre se ha
caracterizado por los atractivos complementarios de su singular organización y
vida interior, con la noche como invitada estelar en lo competitivo y en todo
el componente ocioso, social y lúdico que acompaña al evento.
Un Pegaso Z-102 (presigiosos deportivos españoles)
en Le Mans en 1953
El mismo coche tras atravesar el mítico arco de Dunlop.
Dentro del ámbito
automovilístico, la cita ha perdido parte de su encanto. Es esta una patología
frecuente en muchas manifestaciones deportivas en las que el marketing, la
reconfiguración reglamentaria y el desarrollismo competitivo o de negocio,
acaban diluyendo la esencia de muchos eventos históricos (el mismo Rally de
Montecarlo, la Copa América de vela… y un larguísimo etc. son ejemplos de ello).
De ser una carrera caracterizada por la presencia de vehículos de serie
preparados (magníficos deportivos que podían igualmente verse en las calles) pugnando
de tú a tú con los más avanzados ingenios de la competición, o con los modelos
de preparadores casi artesanos; a pasar a convertirse en una prueba más de
velocidad (y resistencia) para vehículos específicos de circuito, media un
abismo. Y en el proceso de reciente transformación se fueron perdiendo muchas
más cosas: un progresivo desinterés de grandes marcas históricas, más motivadas
con los rallyes o la fórmula 1; paulatina pérdida de glamur, y con ella menor
implicación de los pilotos más afamados; eliminación del singular formato de
salida, corriendo a pié, desde el otro lado de la pista, para tener que subirse
al coche y arrancarlo; etc.
Sin embargo, queda un resquicio
importante, pues aún se sigue utilizando el clásico circuito “semipermanente”
de la Sarthe. Aquel mítico trazado de 13,6 km de cuerda, cuya larguísima recta
de casi 5 km hacía que los coches alcanzaran velocidades de vértigo y alguno
que otro despegara del suelo en el bache final. El trazado ha ido sufriendo
remodelaciones e incorporando algunas chicanes por motivos de seguridad, pero
aún sigue siendo el escenario para la afamada prueba de resistencia en la
modalidad de coches. Una vez que Nürburgring dejó de utilizarse para competir,
la pista francesa se ha convertido en el trazado más largo existente y en uno
de los escasos supervivientes con atributos semiurbanos.
«Circuit de la Sarthe» de Willag - Trabajo propio.Disponible
bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Circuit_de_la_Sarthe.png#/media/File:Circuit_de_la_Sarthe.png
«Bugatti Circuit» de Will Pittenger - Trabajo propio.
Disponible bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bugatti_Circuit.svg#/media/File:Bugatti_Circuit.svg
Participar en una prueba
deportiva con tanto sabor y atmósfera legendarios es algo muy difícil de
alcanzar en cualquier modalidad deportiva. Tal es así que aquellas en las que
uno se lo puede permitir (porque la organización, de alguna forma, abre las
puertas para ello), se ven colapsadas de deportistas populares, como es el caso
del maratón de Nueva York, el Triatlón Ironman de Hawaii, etc. Con Le Mans hay una
posibilidad, distinta, pero también muy interesante, que no es otra que poder
tomar parte en alguna de las diferentes réplicas que el evento ofrece de sí
mismo para un puñado de modalidades rodadas: en especial sobre la bicicleta o
los patines. Así lo viví hace unos pocos años y así lo he vuelto a experimentar
una vez más. Lamentablemente, la carrera tan solo se desarrolla en el circuito
de Bugatti (sector permanente del de la Sarthe), pero conserva prácticamente
todo lo demás, e incluso recupera la salida corriendo a pié de pista.
Acudir al circuito Bugatti en Le
Mans, para volver a participar en las 24 horas patinando no es algo que entrara
en mis planes. Sin embargo, mis amigos del grupo de “Monday Sport” (mi hermano
y otras amistades que durante el año, cuando no llueve, quedan para patinar una
hora al mediodía todos los lunes), andaban muy calientes con el tema y
decidieron, hacía unos meses, formalizar una inscripción al evento. La verdad
es que entrenar los mediodías donde ellos lo hacían me venía fatal y apenas he
acudido un par de veces en todo el año, pero nuestra amistad proviene de mucho
antes y abarca muchas otras facetas, así que cuando me propusieron unirme al
viaje, pensé que era una buena oportunidad de repetir, y sobre todo, de iniciar
mi hijo Jacobo en una de estas aventuras locas para que pudiera vivir un
macro-evento de estas características desde dentro. Poco después de
comprometernos, casi tuvimos que darnos de baja por los compromisos deportivos del
chaval (pruebas clasificatorias de atletismo de velocidad), pero al final todo
encajó, y aunque acudió a Francia con patines prestados y sin entrenamiento
específico, al menos fuimos.
Por cuestiones laborales el
diseño del viaje fue de estilo “apurado”: salida el viernes sobre las tres y media de la tarde y
regreso el domingo a las dos de la mañana. Entremedio unos 800 km de ida, otros
tantos de vuelta, una pernocta rápida en un hotel “low-cost” y toda la
parafernalia del evento con la preparación logística previa, la carrera y la
recogida incluidas. Los viajes de ida y regreso fueron llevaderos pues los
hicimos en una única monovolumen, de forma que, además de disfrutar de amena
conversación, pudieron darse sucesivos relevos al volante. Íbamos cargados
hasta los topes y con comida de viaje. Mi hermano Guti se había encargado de
preparar toda la cobertura alimentaria para el fin de semana, así como de
conseguir el equipo de acampada y los enseres para instalarnos en el box
adjudicado por la organización. Estábamos de nuevo inscritos en la categoría
“endurance”, que es la reservada para equipos de hasta 6 personas. Como
siempre, había opciones de “solo”, “duo”, “endurance”, equipos de hasta diez
participantes y alguna otra categoría más que se me escapa. En esta ocasión
nuestra escuadra la formábamos Guti, Pablo, mi hijo Jacobo, Tonino (que ya
había participado conmigo en el 2012) y yo.
Tras el descanso hotelero muy
cerca del circuito, madrugamos, desayunamos abundantemente y nos trasladamos al
camping del evento. Hacía un tiempo excelente que pronto se iría confirmando
como caluroso. Instalamos una enorme tienda de campaña que nos habían prestado
y dejamos en ella la parte del equipaje que nos sobraba o que haría falta para
pernoctar allí. Mientras Guti cocinaba y los otros dos fueron en busca de
alguna compra de última hora, yo me acerqué caminando hasta los mostradores de
recogida de dorsales, testigo y chips. Luego me llevé a Jacobo y, gracias a una
nueva caminata, nos fuimos a visitar el Museo de las 24 horas de Le Mans.
Jacobo parecía estar disfrutando de todo, la camaradería con el grupo de
veteranos, el viaje, el ambientazo del camping y el aspecto de las
instalaciones del circuito. Pronto había quedado atrás su desliz de haberse
dejado la mochila de viaje en casa. Afortunadamente, los patines, el casco y
las protecciones habían viajado con nosotros y para lo demás teníamos recambio
extra. El museo nos gustó mucho. Aunque la entrada no es barata, hay una gran
colección de coches de todas las épocas y muchos detalles sobre la carrera. Es
un recorrido suficientemente grande como para que merezca la pena y no tanto
como para llegar a cansar. Aunque muchos de los vehículos de época son de calle
(y no únicamente de la carrera) los hay fantásticos y abarcan todas las épocas.
Un buen entretenimiento para quienes disfrutamos de la admiración por los
coches clásicos o de competición. También había algunas maquetas, unas pocas
motos y otro tipo de objetos. De regreso a la tienda, llegó la hora de
acercarse al “paddock”, y como el terreno de acampada era muy largo,
trasladamos el vehículo hasta la verja de acceso al circuito. Allí cargamos
todos nuestros bultos y caminamos hasta la zona de boxes. Como es habitual,
compartíamos box con varios equipos de diferentes tamaños y nivel de
sofisticación deportiva y logística. Nos hicimos nuestro sitio, instalamos una
carpa en la parte exterior y nos dedicamos a echar un vistazo por los
alrededores: pista, carril de acceso, zona de relevos… explicando los
procedimientos a los “nuevos” en el equipo.
Jacobo a la entrada del circuito.
Un Ferrari participante en tiempos pasados.
Mítico Jagguar en el museo, al fondo se ve un Ford GT 40.
Uno parece que ya se va haciendo
un hueco en el mundillo internacional… está claro que en realidad no es así,
pero lo digo porque deambulando por allí me encontré con algunas personas
conocidas de eventos anteriores: una mujer rusa con la que compartí grupo algunas
etapas en Finlandia, otra chica francesa que también estuvo en el Finline y que
a Le Mans había acudido para dar soporte a un equipo mixto con participación de
patinadores con minusvalías, y uno de los miembros de un competitivo equipo
vasco-navarro (que a la postre lograría conseguir el triunfo en su categoría de
grupo grande veterano), con quien había coincidido recientemente en la Travesía
de las Landas. Me hizo ilusión ver a esa gente y sentirme, en cierto modo,
parte de ese mundillo tan poco habitual. Para almorzar comimos una nutritiva
ensalada de pasta y esperamos tranquilamente a que llegara la hora de la salida,
dándonos tiempo para recorrer la zona “comercial”, en la que diferentes tiendas
o fabricantes habían instalado carpas con mucho y atractivo material. Ante la
visión de tantas ruedas enormes, guías, botines, patines completos, etc. Dan
muchas ganas de regalarse una actualización de material, pero afortunadamente,
parece que me voy “vacunando” cada vez más ante ese tipo de cosas. Aunque
aproveché para regalar unas flamantes gafas deportivas a Jacobo en víspera de
su cumpleaños.
¡Gafas de estreno!
Establecido el orden de relevos,
asistimos como espectadores al sprint clasificatorio de Guti en la recta de
meta. Esa maniobra de “entrenamiento cronometrado” es la que adjudica la posición
de salida “tipo Le Mans”. Guti quedó situado de la mitad hacia adelante. Jacobo
y yo nos subimos a la grada de meta para poder ver y filmar la espectacular
salida, que se animaba con gran refuerzo musical. Le pareció impresionante y lo
vi disfrutar muchísimo. Pocos minutos antes de la sirena de salida y la puesta
en marcha del reloj de carrera, los participantes del primer relevo estaban
descalzos, alineados a un lado de la pista, mirando hacia sus patines que
reposaban frente a ellos al otro lado. A la señal, todos corrieron hacia ellos
para calzárselos cuanto antes y empezar a patinar, en lo que se convertiría en
una larga sucesión de vueltas al circuito durante la tarde, noche, mañana y
mediodía siguientes. De cuatro de la tarde a cuatro de la tarde, con calor,
viento, algo de frío nocturno, amanecer y tórrido calor al día siguiente. Al
regresar de la grada, tan solo quedaba esperar turno e ir completando nuestras
respectivas vueltas. La dinámica durante el resto del día resultó muy
llevadera. Con cinco relevos podíamos descansar unos cuarenta y cinco minutos
entre esfuerzo y esfuerzo, y cada vuelta, dependiendo del rendimiento de cada
cual, nos llevaba entre nueve minutos y medio y unos catorce minutos. El tiempo
de espera lo “matábamos” comentando nuestras experiencias en la pista,
controlando la evolución del equipo en la pantalla de datos del box, bebiendo y
comiendo algo, sentados y con los patines quitados. Para el relevo aguardábamos
nuestro turno, que es cuando el corredor precedente se marchaba hacia la zona
de relevos para cambiarse por el que rodaba en pista. Cuando este regresaba al
box tras haber entregado el testigo, nos devolvía uno de los chips, nos
calzábamos y preparábamos, y calculábamos el tiempo para salir a la zona de
relevo en pista, allí atisbábamos la recta para ver venir a nuestro patinador
precedente y una vez localizado, salíamos a la recta para ir rodando lentamente
mientras nos alcanzaba. Justo antes del contacto, poníamos las manos atrás y
abiertas, para que el compañero posara el testigo sobre ellas y aprovechara su
inercia para frenar contra nosotros, sacando partido del gesto con un empujón,
de forma que la energía se trasladara de uno a otro. Desde ahí, el nuevo
relevista iniciaba su vuelta rodando bajo el arco de meta y el otro se dirigía
al box para pasar su chip al siguiente y disfrutar del reposo.
Nuestra equipación diseñada para la ocasión: "24h de Le Mans
Homenaje de 'Monday Sport' a Eric Heiden".
Guti en pleno esprint de calificación.
Guti y Pablo a punto de contactar en un relevo.
El circuito se aprende enseguida.
Tras cruzar la línea empieza una dura ascensión que se va empinando cada vez
más y alcanza su máxima pendiente en un par de curvas cortas en forma de
zig-zag. Allí la gente rodaba muy lenta y sufría mucho. Resultaba especialmente
dura si tenías que empalmar más de una vuelta seguida. Ese tramo se corona en
recta, circulando bajo el afamado arco de Dunlop (una especie de neumático
publicitario gigante), y da paso a un descenso muy rápido que finaliza con una
curva a derecha. Inmediatamente aparece una recta corta, “picando” un poco para
arriba seguida de una curva en moderado descenso a la izquierda. Nuevo descenso
empinado y otros 180º de giro hacia la derecha pero seccionados en dos ángulos
de 90º cada uno. Tras aquello queda un poco más de medio circuito, en forma de
sucesión de rectas llanas, en dirección de regreso, y enlazadas por curvas
sencillas y poco acusadas, hasta llegar al vértice opuesto del circuito, con
una “ese” fácil y agradable y otra horquilla dividida en dos curvas cerradas de
90º, para enfilar la recta de meta. Durante la primera jornada el viento sopló
en contra de meta, lo cual endurecía la recta final, apenas castigaba más en el
ascenso y hacía reducir algo la velocidad de los descensos. A cambio favorecía
patinar deprisa en los llanos. Al día siguiente roló y todo se hizo más duro
porque ayudaba en las bajadas pero castigaba, y mucho, en los tramos llanos.
Vida de box.
Poco a poco, a medida que nos
íbamos acostumbrando a la rutina en pista, cada cual intentaba aprovechar los
“trenes” que pasaban a su lado a velocidad asumible. El espectáculo de los
equipos más competitivos era envidiable, rodando a velocidades que les
permitían establecer los 45 km/h de media. Entre ellos y nuestros 20-25 km/h
había diferentes niveles de patinaje que nos iban adelantando. Pero también se
veían otros tantos desempeños inferiores a los que íbamos pasando nosotros.
Jacobo me sorprendió favorablemente, adaptándose enseguida al recorrido, sin
tener que usar el freno en los descensos y mejorando sus pasos vuelta a vuelta,
hasta afianzarse en unos parciales dignos, como para no trastocar demasiado el
ritmo del equipo. El resto como relojes, Guti y Tonino los más rápidos con
parciales muy parecidos, yo muy cerca de ellos y Pablo regulando con su GPS,
siguiendo responsablemente las pautas marcadas por su asesoramiento preventivo.
Y así fue transcurriendo la jornada, llegando la hora de cenar y finalmente la
noche. Los boxes se habían ido transformando en una especie de campos de
refugiados con colchonetas, hamacas, sacos de dormir, microondas, etc. Nuestro
particular “coequipier chef” nos preparó un puré de patatas con salchichas y
llegadas las doce comenzó nuestra
estrategia nocturna: Guti y Tonino se fueron a dormir a la tienda. Pablo se
quedó un rato con Jacobo y conmigo, dando él dos vueltas lentas seguidas por
cada relevo normal nuestro. Hecho esto, pasada la una de la mañana, se fue a
dormir todo el resto de la noche y nos quedamos padre e hijo a cargo del
asunto. Tal y como ya preveía, a esas alturas Jacobo estaba destrozado. Era
lógico: joven, inadaptado al patinaje y deportista de velocidad pura; así que
al darme el relevo le dije que se acostara en el box bien tapado y que se
olvidara de mí. Llegó el momento crucial para mí, ese que había previsto y que
ignoraba si sería capaz de soportar: un largo turno nocturno de patinaje de
resistencia de verdad. Dosificando un poco, tratando de establecer los ritmos a
los que me habituando en otras ocasiones de largos recorridos, empecé a dar
sucesivas vueltas sin paradas. La verdad es que la cosa iba muy bien, y hubiera
podido alargarse mucho más si no llega a ser porque la cuesta cada vez pasaba
más factura. Di siete vueltas seguidas de una tacada y pasé por el box para ver
si Jacobo me podía relevar una, pero le vi tan destrozado que le dejé allí
tumbado y arropado, me di un trago de bebida isotónica, me cogí dos barritas
para entretenerme durante las subidas y salí de nuevo a la pista para dar tres
giros más. A las cuatro de la mañana estaba ya demasiado cansado, habían sido
10 vueltas en total ¡un maratón casi exacto!, así que decidí esperar el “cambio
de guardia” en el box, previsto para esa hora, o si acaso, un cuarto de hora
más tarde. Pero el tiempo pasaba y allí no aparecía nadie, el viento hacía
corriente en el túnel del box y me iba quedando frío. Me debatía entre la
espera, volver a la pista o llamar por teléfono. Al final opté por la llamada y
me contestaron que ya llegaban, se habían dormido. A las 4,45 nos cruzamos y
padre e hijo nos fuimos a intentar dormir a la tienda. Dormí algo al principio,
luego sudé muchísimo, después empalmé sueños cortos, hasta que decidí
levantarme de nuevo para acudir al refuerzo pasadas las ocho de la mañana.
Pablo ya se había incorporado de nuevo y Guti y Tonino habían rodado con
eficacia en relevos de dos vueltas cada uno. A Jacobo le libramos de volver a
patinar porque seguía hecho polvo. Se quedo dormido bajo la carpa como una
momia y pasaría el resto de la carrera en labores de apoyo, cocina y compañía.
Así pues retomamos la rutina en cuatro relevos de una vuelta cada uno. Puedo
decir que me encontré muy bien y que pasé la mañana con la sensación de estar
haciendo muy buenas vueltas. Pudimos disfrutar de un café en alguno de nuestros
descansos personales, seguimos picando y bebiendo mucho. Ahora estábamos mucho
más pendientes de las pantallas porque era motivador comprobar cómo, poco a
poco, el ritmo del equipo empezaba a paliar y recuperar el duro paso de la
noche, y en especial los 45 minutos de hueco “con el coche parado”. Digo esto
porque viviendo una carrera de estas características, experimentando
situaciones así y pudiéndolas monitorizar en tiempo real, es cuando te puedes
dar cuenta de lo que significa una verdadera carrera de resistencia en circuito
y cómo lo más eficaz para el resultado comparado no es tanto la velocidad
desarrollada puntualmente, como la constancia y el conseguir que “la máquina”
nunca esté parada. Sin duda un proceso muy interesante.
Nuestro "junior" en estado de postración
total por la mañana.
El sol calentaba más y más, y las
horas iban cayendo una a una. A medio día nos despachamos un memorable arroz
blanco con albóndigas y recurrimos a unos tragos de coca-cola para afrontar el
final. Seguíamos mejorando posiciones y sumando kilómetros, pese al pertinaz
castigo del viento y el calor que en algunas partes del circuito llegó a ser
tórrido. El final de carrera lo organizamos de forma que fuera Guti quién lo
realizase (tal y como ocurre con el reglamento de salida, exige dos vueltas sin
relevo posible). Los demás nos encaramamos al borde de la pista para disfrutar
de la celebración y del improvisado festival de banderas, disfraces, abrazos,
etc. en el paso de meta final y en la vuelta de regreso. Aquello es un
espectáculo, la grada se anima de gente, el carril de boxes está a reventar y
cargado de colores y animación sonora internacional, y por la pista, los
patinadores saludan, se abrazan, enarbolan sus banderas, etc. Todo el
sacrificio se evapora, afloran las sonrisas, las palmadas y la alegría de haber
completado las 24 horas… ¿Rindiendo? ¿Obteniendo resultados? ¡No!, ¡Cumpliendo
con el cometido!
Pablo atento a las clasificaciones en la pantalla del box.
Como en todos los eventos sobre patines, una elevada
participación femenina.
Aspecto de la grada al finalizar la prueba.
La fase de recogida fue muy
eficaz, pues habíamos aprovechado el último relevo para desmontar la carpa y
preparar los bultos. Trasladamos todo hacia el coche y yo me fui a devolver los
chips y recoger las camisetas de “finishers”. Después un rápido plegado de la
tienda, ducha sin colas y en marcha. Por cierto, hay que mencionar que aparte
de la excelente organización que ya de por sí tiene este evento deportivo,
merece la pena resaltar el constante e infatigable mantenimiento que tienen de
los numerosos servicios (duchas, retretes e urinarios) durante todo el fin de
semana. Por el día y por la noche pasa gente para limpiarlos, reponer papel,
etc. Es este un detalle que pese a resultar clave, muchos organizadores de
eventos olvidan o simplemente no tienen en cuenta, pero que aquí resultó
ejemplar.
El viaje de regreso se me hizo
mucho más corto, lo planteamos relevándonos en la conducción, alternando
tertulia con cabezadas, y bebiendo muchísima agua. La experiencia global resultó
enormemente satisfactoria para todos. Jacobo la disfrutó muchísimo, tanto durante
(pese a sus fases de agotamiento agudo), como después, y aún anda contando
anécdotas y acordándose de la carrera y de la convivencia del grupo. Guti, como
era de esperar, gozó de una experiencia tan especial y emblemática, del
circuito, de poder rodar entremezclado con patinadores de altísimo nivel, de
comprobar “in situ” las tendencias en el material de patinaje de velocidad y
resistencia… Tonino, fiel a su estilo gruñón, también se apuntó otro fin de
semana liberado de sus ocupaciones familiares, y sumando otra experiencia
histórica de la que poder acordarse para siempre. Y en cuando a Pablo… no se me
puede olvidar su semblante sonriente cada vez que regresaba por la noche de dar
sus “dos vueltas lentas”. Aquella expresión podría fácilmente utilizarse como
el icono representativo de la felicidad plácida del hombre.
Tres años después, pasamos de
haber dado 115 vueltas a 119, de haber recorrido 481 km a 498 y de haber
alcanzado una velocidad media de 20 km/h a 20,75. Sin la parada nocturna “no
programada” hubiéramos superado las 120 vueltas con holgura, los 500 km y la
media de 21 km/h, pero las cosas fueron como fueron y estamos más que
satisfechos del resultado. Aparte de cifras o clasificaciones, las 24 de Le
Mans constituyen todo un proceso de convivencia y funcionamiento grupal, en el
que el equipo se ve sometido a una situación de larga duración que exige,
coordinación, resistencia a la fatiga física, mental, relacional y emocional.
Dicho proceso atraviesa fases muy diferentes que afectan de modos diversos a
los miembros del grupo y requieren una buena cohesión interna, organización y
responsabilidad compartida. Todo ello convierte la experiencia en una ocasión
única para vivir el deporte de resistencia de una forma muy disitinta a
cualquier otro tipo de reto personal, por mucho que lo acometas acompañado de
buenos amigos. Pese a no tenerlo programado, incluso a pensar que no volvería a
acudir a la cita por ya haberlo experimentado antes, está segunda ocasión me
resultó muy enriquecedora por muchos motivos, me aportó nuevas sensaciones y
situaciones diferentes de la anterior. No comparo una y otra, lo que digo es
que pese a ser una repetición, el impacto ha sido casi como si se hubiera
tratado de una primera vez, algo que me satisface especialmente.
La temporada sigue su curso,
acumulando citas en las que mi resistencia (polideportiva) se ha puesto a
prueba varias veces y en esfuerzos de muy larga duración. Más que el entrenamiento,
creo que cierta madurez o adaptación mental me han ayudado a superar retos
exigentes tanto en bicicleta como sobre los patines. Estoy muy contento de
haber podido ir alternando ambas disciplinas sin problemas de adaptación de una
a otra. Así ocurrió el año pasado, aunque en este caso las distancias se han
visto notablemente alargadas.
En cuanto a Le Mans, la dinámica
de la carrera, el ambiente, el trabajo en equipo y la observación de numerosos
equipos con disciplina de funcionamiento muy profesionalizada, hacen que
estando dentro, aún en patines, uno pueda hacerse una idea de algunas de las
claves que rigen el desarrollo de la prueba en la modalidad original, la
automovilística. Al cumplir con nuestras rutinas, en ocasiones me venían a la
mente los repostajes, los cambios de neumáticos, y las estrategias de relevos
de los coches. Hubo gente que aprovecho algún relevo para poner a sus patines alguna
rueda nocturna con luz. Afortunadamente no llovió, pero de haberlo hecho, hubiera
probado unas ruedas para piso mojado. En definitiva, el espíritu Le Mans está
ahí, resulta palpable y me parece muy recomendable para todo buen aficionado
deportivo. Nos sobró una plaza en el equipo y echamos de menos a cuatro
personas que la hubieran ocupado con ganas y eficacia, pero a quienes sus
ocupaciones personales mantenían muy atadas: mis anteriores compañeros Marcos o
Jesús, Goico (otro potencial “junior”) y por supuesto Sofía, que seguro que
hubiera dado toda una demostración de rendimiento. Otra vez será, en Le Mans o
donde haga falta
El equipo al completo tras la prueba: Tonino, José, Guti,
Jacobo y Pablo.
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