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viernes, 11 de septiembre de 2015

37. HAZAÑAS BÉLICAS




"Marchando al paso" Wolfgang Petrick


De pequeño he jugado mucho a las batallas y las guerras. Creo que era algo común en la infancia española de aquel tiempo. Algo que llegaba a preocupar a algunos pedagogos y sociólogos del momento, por el efecto que tanto belicismo lúdico pudiera tener en nuestro futuro comportamiento cívico. En mi caso, en el de mis hermanos y en el de infinidad de amigos, el resultado no pudo ser más positivo: de adultos hemos resultado todos pacifistas, antibelicistas y “alérgicos” a lo militar y paramilitar. Curioso. Quizá lo que pasó es que cogimos las cosas en su momento y nos educamos jugando con héroes, mitos, simbolismos y hazañas a la edad que corresponde hacerlo, sin dejar “recados” no satisfechos para la edad adulta. El caso es que entre las películas bélicas norteamericanas de los años cincuenta y sesenta, los soldaditos y artefactos de los sobres de “montaplex”, las armas de juguete, los “madelman” y los cómics de “Hazañas bélicas”, nos pasamos muchas horas de nuestra infancia jugando a ser soldados (quizá más bien héroes aventureros), más embarcados en aventuras de acción que en matar simbólicamente. De hecho, el concepto de la muerte en sí, no es algo que recuerde de aquel entonces. Lo que prevalece en mi memoria son los objetos, la simulación de roles, los escenarios de las aventuras y la acción motriz, ¡mucha acción motriz!.

Como acabo de afirmar, desde joven me posicioné de forma muy temprana en una postura ideológica absolutamente pacifista y antibelicista. Las guerras me producen auténtico espanto, aversión y las considero como la mayor manifestación humana de horror e injusticia. Explico esto para que nadie se equivoque conmigo pensando que el tema de hoy es un canto de admiración al mundo bélico. No, lo que ocurre es que la historia del mundo ha estado permanentemente aderezada por conflictos armados y, nos guste o no, ellos han ido conformando nuestro devenir. Hasta tal punto, que la confirmación de la valía de utilidad de determinados elementos de prestaciones deportivas, viajeras o exploradoras, pasa necesariamente por comprobar si tales materiales o complementos (tiendas de campaña, mochilas, caballos, perros, aviones, barcos, armas, GPS, etc.), han sido de utilidad, en algún momento, para la efectividad guerrera. Ese es el juego que he decidido iniciar aquí, testar, a través de algunas anécdotas militares si mis útiles deportivos principales (bicicleta, patines, kayak… e incluso esquís) fueron alguna vez protagonistas de alguna batalla singular o de alguna campaña bélica concreta.

El equipamiento bélico tiene en común con el equipamiento deportivo, que ambos suelen despertar en los aficionados, una gran pasión y admiración por su diseño, prestaciones, apariencia estética, tecnología, etc. Pasa con los aviones militares (un “stuka”, un “messerschmitt”…) como ocurre con los esquíes más innovadores de cada época; con las armas ligeras más estilizadas y elegantes (un “winchester”, una “luger”…) como con las bicicletas más acertadamente diseñadas; con la ropa de ambos ámbitos, con los vehículos, etc. Pero el paralelismo no queda ahí. Resulta que en ambos contextos hay vencedores y vencidos, y de paso, todo un universo léxico común que incluye típicas expresiones como estrategia, contraataque, defensa, ataque, ambición, miedo, planteamiento táctico, puntos débiles, flancos, victoria, escuadra y un larguísimo etcétera. Peor se pone la cosa si reflexionamos un poco más sobre algunos aspectos sociológicos de actualidad y valoramos comportamientos habituales de deportistas y aficiones cuando ganan o pierden. En ocasiones (mucho más habituales de lo que se suele reconocer), aparecen las conductas de prepotencia, humillación al contrincante vencido y demás. El escenario se completa también con uniformes, banderas, himnos y algunos otros detalles que hacen que el deporte contemporáneo, para algunos pensadores, se haya convertido en una especie de sustituto catártico de las guerras (en el mundo civilizado; que es bastante poco extenso hoy en día). Pero olvidémonos de tan lúgubre, trágico y serio asunto, y tratemos de evadirnos con las muestras que he seleccionado para ilustrar el tema de la utilización bélica de “mis” artefactos deportivos y viajeros. Al fin y al cabo, este espacio de escritura tiene vocación preferentemente lúdica y cultural, conscientemente alejada de otro tipo de asuntos de actualidad que tanto me aburren, entristecen y deprimen.

La bicicleta (con la estimada colaboración de mi amigo Carlos Cobo).

Luis Vives tiene una entrada en un blog en la que da unas breves pinceladas sobre la utilización de las bicicletas en las Guerras Mundiales (ambas). Para ello, fueron varios ejércitos nacionales los que crearon su propios batallones ciclistas, ya fuera desarrollando sus propios modelos de bicicletas militares mediante contratos con fabricantes de sus respectivos países, así como requisando bicicletas locales en los territorios ocupados durante los conflictos. Precisamente Alemania, durante la II Guerra Mundial, destacó por recurrir a los batallones ciclistas al encontrar en ellos varias ventajas derivadas de su sigilo, ligereza, amplitud de radio de acción en comparación con la marcha, independencia del combustible, etc. Alemania dio bastante importancia a un concepto táctico denominado “blitzkrieg” (guerra relámpago), consistente, básicamente, en movilizaciones muy ligeras, rápidas y temporales en determinadas zonas. La bicicleta, al igual que los paracaídas e incluso otros útiles ahora deportivos, como más tarde verenos, mostraban inigualables atributos para este tipo de acciones militares.

 Soldados alemanes con una bicicleta del ejército.
(Imagen: Pinteres, Fibica Store).

Batallón ciclista aleman durante la invasión de Polonia.
(gettyimages.co.uk)

 Portada de prensa alemana con ilustración
de un batallón ciclista.

 Lancarshire Fusiliers de 1900, en Sudáfrica (Louis Creswicke).
(Imagen: magnolia box)

Soldado ciclista de la División Azul española, en
la campaña de Stalingrado con el ejercito alemán.
(Imagen: four bees)

Dentro de un curiosísimo catálogo de propuestas militares de utilización de la bicicleta, voy a mencionar las tres que más me han llamado la atención. La primera fue una estrategia pre-bélica desarrollada con ingenio por la Alemania Hitleriana, a cargo de sus “juventudes”, a lo largo de los años anteriores al inicio de la II Guerra Mundial. Una serie de jóvenes alemanes (los “spyclist”), ejercieron de espías cartográficos en Gran Bretaña mientras interpretaban el papel de excursionistas (cicloturistas al fin y al cabo) visitando la gran isla, e incluso apoyándose en el inocente contacto de las organizaciones Boy Scout británicas. Todo un ejemplo de abuso de la inocencia y de la buena voluntad de un espíritu juvenil sano, que acogía con los brazos abiertos a quienes pensaba que eran unos iguales, en lo que a la afición por el excursionismo, la vida activa y la bicicleta se refería.

Recorte de prensa británico alusivo a la visita de los
"Spyclist" antes de la guerra.

El segundo caso fue todo un hito en la historia del binomio guerra-bicicleta. El general japonés Tomoyuki Yamashita fue un militar de excepcionales dotes de mando y dirección armada en Japón a lo largo del siglo XX. En un momento de su vida pasó tiempo de adiestramiento en Alemania, conociendo de primera mano las estrategias de la “guerra relámpago”. El mencionado general fue responsable de dirigir al ejército japonés en la campaña malaya y la conquista de Singapur contra el ejército británico en las complicadas condiciones selváticas de Malasia (especialmente en la zona de Malaca). Yamashita optó por constituir batallones y patrullas ciclistas que pudieran moverse por la selva con cierta agilidad y superior amplitud de distancias que la infantería convencional, además de poder alternar la progresión rodada y caminando, e incluso integrar cualidades de sigilo y ocultación. La utilización de los estrechos senderos del entorno era factible en bicicleta, evitaba las vigiladas carreteras y vías de comunicación convencionales y posibilitaba las acciones de guerra rápidas que el general japonés había conocido en Alemania en 1941. La campaña de Malaca fue uno de los variados éxitos armados que cosechó el general. Sin embargo, su posicionamiento político dentro de Japón, de claro apoyo hacia una recuperación de los valores tradicionales del imperio nipón, cuestionando las políticas de nuevos avances tecnológicos y la occidentalización de la sociedad le costaron caros pues finalmente, fue “apartado funcionalmente” por orden del también General, además de primer ministro, Hideki Tojo, enrolado en la corriente política opuesta. Tojo le consideraba una amenaza ideológica para el mandato de Hiro-Hito. Además de todo lo anterior, Yamashita proponía finalizar definitivamente los conflictos bélicos con China y mantener buenas relaciones con los EEUU y Gran Bretaña. A causa de todo esto, fue claramente infrautilizado durante la Segunda Guerra Mundial (un lujo que a los japoneses les costó ciertamente caro). Pero lo peor de todo es que una vez finalizada la contienda, Yamashita fue sometido a un rápido y más que dudoso juicio en el que se le condenó a la horca por parte de los aliados. Varios historiadores sostienen que el procedimiento fue una auténtica chapuza y manipulación, además de una venganza personal de MacArthur, que odiaba al nipón por haberse mostrado mucho más eficaz que él (militarmente) durante la guerra en Filipinas.

 Soldados ciclistas japoneses progresando por terrenos fangosos.

 Batallón ciclista japonés.
(Foto: historynet, National Archives)

General Tomoyuki Tamashita.
(Imagen: madmonarchist)

Que la bicicleta encontrara su sitio dentro de conflictos bélicos en los que el armamento pesado y la motorización de combustión marcaban la pauta de los combates, tenía que ver, como ya he señalado, con su ligereza y portabilidad. Un ejemplo de ello fue la combinación de la bicicleta con el paracaídas. Es bastante conocido el modelo desarrollado por la Birmingham Small Arms Company (BSA) para la Armada Británica en 1942. La bicicleta se lanzaba con su propio paracaídas y estaba reforzada en el manillar y tubo del sillín para resistir el impacto de la caída. Se fabricaron más de 60.000 unidades, algunas de las cuales tomaron parte en desembarcos incluidos dentro de las movilizaciones del “día D”. Sin embargo, la BSA no es ni el primer caso de gran contrato de fabricación para bicicletas militares, ni tampoco de la manofactura de bicis plegables. En Italia, a finales del siglo XIX, se crearon batallones ciclistas especiales denominados “bersaglieri” que llegaron a hacerse muy populares por todo el país, y se convirtieron en un auténtico orgullo para el ejército transalpino.  Inicialmente dotado con bicicletas civiles, en 1913 fueron sustituidas por unas específicas (desmontables) contratadas al fabricante Bianchi. La bicicleta en cuestión (modelo 1912) iba equipada con cubiertas macizas finas para evitar pinchazos y una horquilla con un sistema de absorción de impactos (incipiente suspensión) para compensar la ausencia de neumáticos con cámara de aire. En los años veinte (modelo 1925) experimentaron algunas mejoras como la incorporación de varias coronas en el piñón trasero. La razón de que fueran desmontables no obedecía a un uso paracaidista (pues todavía no existía tal modalidad), sino a que una vez plegadas, podían ser fácilmente transportables por los soldados de infantería, cuando tenían que avanzar por pasajes o terrenos en los que la circulación ciclista se veía imposibilitada.

 Mi amigo Martín conversando con el actual
propietario de una BSA para paracaidistas.

 Modelo Bianchi 1912 para el ejército italiano.
(Foto: BSA Museum)

 Mismo modelo en versión "tropa" (mejorada para oficiales)
en catálogo (Imgane: BSA Museum).

 Imagen de prensa británica haciendo
referencia a los "bersaglieri" italianos.
(Imagen: BSA Museum).

Para cerrar el apartado ciclista, menciono simplemente dos detalles ciclistas pacíficos en tiempo de guerra. El primero es la conocida y meritoria actividad de Gino Bartali, a quién durante la Segunda Guerra Mundial se le achaca parte del mérito en la salvación de 800 judíos. Al ciclista siempre se le había considerado (popularmente) como simpatizante del régimen de Mussolini. Entonces, tal y como ocurre ahora, los éxitos de los grandes campeones eran frívolamente adoptados o adjudicados, por la prensa y la misma masa popular, por o a diferentes tendencias políticas o movimientos de la sociedad, todo ello sin el concurso o manifestación declarada del interesado. Y a Bartali se le posicionaba en la derecha. Sin embargo, fuera ello cierto o no, el gran ciclista, en su fuero interno, atesoraba verdaderos valores de humanidad, quizá fundamentados en una educación familiar católica, no lo sé, pero desde luego dando importancia a lo que realmente lo es: los seres humanos y su dignidad. Sabedor de que su figura deportiva era todo un símbolo en la Italia de la época, aprovechaba sus salidas de entrenamiento, para esconder dentro del cuadro de su bicicleta, o bajo su sillín,  la documentación necesaria para que muchos judíos pudieran salir del país exiliándose hacia lugares seguros. Estos hechos nunca fueron explicados o “anunciados” por tan ejemplar personalidad, sino que fueron descubiertos con posterioridad a su muerte, a raíz del hallazgo del diario del principal responsable de la red clandestina de apoyo a los judíos. Aquellos papeles, fechas, viajes, kilometrajes, nombres y documentos, certificaban objetiva y cuantitativamente, la admirable labor desempeñada por tan inigualable deportista.

 Gino Bartali en plena ascensión.
(Foto: the red list)

Dentro de la ficción en ambiente bélico, hay un par de cuentos “ciclistas” en los que el vehículo de dos ruedas se convierte en agente dinamizador de varias aventuras “civiles” protagonizadas por sendos soldados. Uno durante su servicio militar y el otro con los recuerdos de juventud que rememora durante la guerra civil. Ambos relatos están incluidos en un libro titulado “Cuentos de ciclismo” (Editorial EDAF Narrativa, Madrid, 2000), que resulta muy recomendable para ese escaso y raro tipo de personas que además de combinar las aficiones por la lectura y la bicicleta, van incluso más allá y gustan de entretenerse de vez en cuando con el subgénero de la literatura ciclista. Los dos relatos a los que me refiero son: “Maniobras nocturnas” de José Mª Merino, y “El puente de Cantarriján” de Luís G. Martín. Temática bélica a parte, el volumen ofrece bastantes cuentos más, y algunos de ellos muy recomendables.

Patines

Cuando me puse a “trabajar” en este capítulo, pensaba que no me sería posible encontrar ninguna referencia seria sobre la utilización de patines con fines bélicos. Bien es verdad que no he hallado nada que demuestra tal uso en el caso de los patines sobre ruedas, sin embargo, sí que hay una relevante información de que los patines sobre hielo fueron utilizados por parte de algún ejercito en acciones de guerra concretas, fechadas y localizadas geográficamente. Prueba de ello es que con posterioridad a los hechos que voy a explicar, varios países, en especial el protagonista de esta historia (Holanda), incluyeron batallones de soldados sobre patines en su seno, de lo cual hay pruebas gráficas y documentales. Por otro lado, los hechos a los que me voy a referir los he consultado en varias fuentes de diferentes países, y con las lógicas variaciones e imprecisiones comparadas, la mayoría de ellas, dan cierto protagonismo a acciones desarrolladas sobre patines de hielo.

El asunto se sitúa en 1573, en plena “Guerra de los 80 años”. El mar interior de Zuiderzee (Ijseelmeer) era una zona marítima en la que operaban con habilidad varias dotaciones de “mendigos del mar” holandeses que, apoyados por la resistencia holandesa a la ocupación del férreo imperio español de Felipe II, se dedicaban a desbaratar el comercio y comunicaciones hispanas por aquella amplia bahía de bajo calado, generando enromes pérdidas económicas y humanas a la corona. Siendo el III Duque de Alba, gobernador de los Países Bajos, se encargó a Maximiliano de Henin la formación de un ejército naval para poner en orden la situación y acabar con los hostigamientos rebeldes. La estrategia local estaba basada en acciones rápidas e inesperadas, basadas en navegación ligera, evitando todo enfrentamiento frontal con un ejército mucho más dimensionado y equipado. La situación no se aclaraba demasiado hasta que diferentes condiciones climáticas permitieron que los holandeses pudieran aprovechar sus oportunidades abordando los grandes navíos españoles (en especial su buque insignia “Inquisición”). De estas informaciones se deduce que la batalla concreta del 11 de octubre fue naval. Sin embargo, refiriéndose a aquel periodo de tensión sostenida, aparecen más informaciones de detalle en las que los patines sobre hielo tienen su protagonismo. Unos relatos se mezclan con otros. Por ejemplo en un mes de diciembre del mismo año (¿o del anterior?) está fechada una batalla en la que varios barcos (holandeses y españoles) se vieron atrapados por el hielo, los primeros huyendo de los segundos (más poderosos). En tal circunstancia, los “mosqueteros” holandeses cargaron contra el ejército español desplazándose hábil y velozmente sobre patines, infringiéndoles una clara derrota y facilitando que con las primeras quiebras del hielo, la flota holandesa pudiera escapar airosa de la persecución naval. La fuente comenta que como consecuencia de aquello, el propio Duque de Alba, encargó siete mil pares de patines y el consiguiente entrenamiento preparatorio para numerosos soldados. Parte de aquellos episodios fue también el asedio de Haarlem por parte del ejército español, el sitio fue largo y penoso, las aguas congeladas fueron uno de los recursos utilizados por los patinadores holandeses para hacer llegar víveres y reservas a la ciudad durante la parte más cruda del invierno. El asedió finalmente logró su objetivo de rendición de la ciudad, pero el coste humano y financiero fue tan grande que apenas quince días más tarde provocó un motín de los tercios por falta de pagas.

 Soldados patinadores del ejército holandés.
(Foto: vintage everyday)

Grabado que muestra maniobras militares patinando
sobre el río Merwede cerca d ela ciudad de Dordrecht.
(Imagen: iceskatesmuseum)

Cambiando el hielo por la nieve, una de las escaramuzas bélicas más fascinantes de las protagonizadas por los aliados durante la II Guerra Mundial no se llevó a cabo sobre patines sino esquiando. No sé si ya he contado algo sobre ella en alguna otra entrada de la temporada o de años anteriores, es el riesgo de escribir semanalmente sin un guión preestablecido. Me estoy refiriendo a la “batalla del agua pesada”, librada en varias fases en Telemark (Noruega). El objetivo era destruir o inutilizar una factoría de agua pesada que, bajo control alemán, pretendía avanzar en la carrera armamentística para la creación de la Bomba Atómica. La operación comenzó con una larga esquiada de un comando noruego que, habiendo sido lanzado en paracaídas sobre territorio montañoso, contactó por radio con el alto mando británico tal y como estaba previsto. La siguiente fase resultó un desastre, en ella se pretendía hacer aterrizar dos planeadores remolcados, con comandos y equipos suficientes para intentar el asalto destructivo a la planta. Uno de ellos se estrelló, mientras que el otro se extravió y fue finalmente capturado por los alemanes, quienes lógicamente incrementaron algo las medidas de seguridad de la planta. Sin embargo, se procedió a un nuevo intento por medio de un comando paracaidista equipado que se unió a los miembros de la primera fase y a algunos efectivos de la resistencia noruega. En una intrincada progresión de esquí, escalada, espionaje previo y escaramuza militar, el equipo consiguió hacer volar las cámaras de electrólisis y huir con éxito (parte de ellos esquiando 400 km, y otros infiltrándose entre la resistencia noruega). La aventura tiene algunos excelentes documentales de video en internet así como una interesante versión comercial de cine bélico, dirigida por Anthony Mann (1965) y protagonizada por Kirk Douglas y Richard Harris, que responde al título de “Los héroes de Telemark”. La historia me atrae especialmente porque se fundamenta en una experiencia de desempeño motriz con mucho más talante deportivo o de esfuerzo, que de sangre y muerte. En cualquier caso se considera que aquellos hechos fueron absolutamente claves para el desenlace final de la Segunda Gran Guerra.

 Soldados noruegos sobre esquíes acarreando material.
(Foto: Ian Brodie).

 Los soldados noruegos en plena marcha.
(Foto: Sisit Rkujan)

 Fotograma de la película con K Douglas y R Harris.

Piraguas

Las embarcaciones ligeras a remo probablemente hayan sido utilizadas para guerrear desde sus mismos orígenes. Balsas, botes, barcas o canoas, siempre que el escenario de batallas tuvieran ríos, lagos o costas de por medio. Si rebuscamos en la historia destaca pronto la batalla de Mbororé, enfrentamiento ocurrido  en 1641, entre los indios guaraníes que habitaban las misiones jesuíticas y los “bandeirantes” portugueses (tratantes y cazadores de esclavos), en territorio selvático argentino. Quién quiera profundizar en el asunto comprobará que aquello fue auténtica batalla librada preferentemente sobre canoas (por ambos bandos), con un entorno selvático, tropical y fluvial como escenario. El desenlace se decantó a favor de la población local, probablemente más competente en la adaptación al medio, el manejo de las embarcaciones y la estrategia desplegada, pese a que su armamento y vocación beligerante fueran seguramente muy inferiores. El tema lo dejo ahí, porque prefiero atender con un poco más de detalle a otro caso bastante más cercano en el tiempo, ocurrido, como en tantos de los ejemplos aquí mostrados, durante la II Guerra Mundial. Me refiero a la operación Frankton, en las que unos pocos kayaks modernos tuvieron un papel fundamental.

En plena guerra, con Francia dividida en dos, con parte del territorio ocupado por Alemania y el resto libre, los germanos dispusieron que el puerto de Burdeos se convirtiese en la entrada marítima preferente para recibir materiales de todo tipo, paliando los efectos del bloqueo naval aliado. La elección no era causal, ya que se trataba de una localización bastante avanzada en el interior del continente, y por tanto, protegida y asegurada. La solución vino del rescate de una idea del comandante Herbert “Blondie” Hasler, que anteriormente había parecido descabellada para otros menesteres: internarse en el puerto, con nocturnidad y sigilo, utilizando para ello kayaks dobles. Tras un plan de entrenamiento de 6 meses, con 36 voluntarios de partida, aprendizaje de navegación silenciosa y nocturna, manejo de kayaks y explosivos, simulacros en puertos ingleses, etc. se constituyó un equipo definitivo de 10 especialistas y se puso en marcha el operativo. Cinco kayaks fueron botados en el mar, a 20 km de la desembocadura del Garona, desde un submarino británico. A la barrera de islotes y defensas de la misma llegaron tres de las piraguas, y dos de ellas la lograron traspasar. Aún quedaban 80 km de remada río arriba que se cubrieron navegando por las noches y ocultándose durante el día. Ambas tripulaciones consiguieron colocar explosivos de acción retardada (a nueve horas) en seis buques (una en cuatro y la otra en dos). Posteriormente hundieron sus embarcaciones e iniciaron un plan de huida hacia España en colaboración con la resistencia. A la mañana siguiente las explosiones tuvieron lugar y el objetivo resultó un éxito. Respecto a los integrantes de la misión, uno murió ahogado, siete fueron apresados y tan sólo dos lograron librarse y alcanzar Londres seis meses después, tras cruzar España hasta Gibraltar. Aún se conservan algunas embarcaciones de las utilizadas en el periodo de entrenamiento, las cuales fueron evolucionando ligeramente y responden a una nomenclatura seriada de MK1, 2… Los hechos, al igual que ocurriera con lo sucedido en Telemark, también fueron recreados en forma de película comercial, bajo el título de “Cockleshell Heroes” (“El infierno de los héroes”, 1955), dirigida por José Ferrer.

Fotografía de archivo de los preparativos. Puede verse que
diponían de una vela complementaria.
(Foto: Quentin Rees).

Uno de los modelos empleados en la misión, con
cobertura blanda sujeta con remaches metálicos.
(Imagen: burnel.ac.uk, de Maldom Military Museum).

 Otro de los modelos.
(Cornwall Maritime Museum).

 Modelos MK 2 (arriba) y MK 9 (abajo).
(Cornwall Maritime Museum).

El major "Blondie" Haslar y el capitan Steward remando en
una MK2 (Foto: Word War II today).

 Años después, William Sparks (uno de los supervivientes), a
bordo de un kayak idéntico a los utilizados.
(Foto: telegraph)

Tras este repaso, me queda la duda de si algún lector pueda pensar que me haya estado dedicando a hacer cierta apología de la guerra, o quizás a estimular las pasiones bélicas del público. Sinceramente creo que no. Al contarlo, al recabar la información, a mí lo que me han entrado son ganas de acometer travesías esforzadas por terrenos naturales, viajes con objetivos geográficos y misiones humanas que lograr. Las conquistas de cumbres, las carreras polares, etc. son ejemplos de ello. Y el mundo no deja de ofrecernos retos en este sentido. Para la mayoría no se trata de ser el primero en alcanzar el Everest, sino de logar ascender a una montaña concreta que tenga significado o interés personal para ti. Los objetos, pueden ser militares o deportivos en función del objetivo de su uso, pese a que la utilización (desde el punto de vista de la acción motriz) sea prácticamente la misma. Y si no se utilizan incluso decorativos. La historia bélica de los mismos nos ilustra sobre sus posibilidades, versatilidad y características, en nuestra mano está el aprovecharlas para fines mucho más placenteros y pacíficos. El problema no son los objetos, sino nuestras mentalidades y tendencias. El cine es un claro ejemplo de la temática que más se consume para el entretenimiento pasivo: guerra, violencia, asesinatos, grandes dramas… además de comedia o algo de romanticismo. Muchísima gente vive la acción a través de otros actores que la representan, en vez de buscarse y organizarse sus propias acciones prácticas. Consumimos como cocinan otros, como cantan otros, como discuten e intrigan otros, como practican deporte otros, etc. en vez de ponernos nosotros mismos a ello. Con el caso de la guerra en el cine esto es un auténtico alivio, de otra forma acabaríamos todos masacrados. Pero aún en ella, al igual que ocurre con los enfrentamientos deportivos, podemos fijarnos en dos aspectos muy diferenciados: el proceso o el resultado. Lamentablemente, en el deporte actual, tanto desde el punto de vista del deportista como del espectador, el resultado es lo que cuenta, lo que se consume, lo que se valora y lo que justifica todo. No es mi caso desde luego, pues prefiero ver un buen partido con merecida victoria de cualquiera de sus contendientes, que una victoria “propia” como consecuencia de la suerte, la falta de ética o una inoperancia mutua entre los contendientes. Practicando, disfruto tanto o más ejecutando una buena jugada o acción técnica no directamente relacionada con la puntuación del resultado, que marcando un tanto por casualidad. No quiero ni necesito contrincantes (o falsos compañeros contra los que medirme) para disfrutar de los deportes que más me gustan, me bastan las rutas, montañas, pendientes y trazados. Me va el proceso, no el resultado. Y eso mismo es lo que he tratado de mostrar aquí, procesos, el avance por las extensiones nevadas de Noruega, la velocidad sobre los hielos holandeses o el esfuerzo de paleo nocturno hacia Burdeos. Los disparos, la muerte, la victoria, están fuera de mi interés. Esto iba de ciclistas, esquiadores, patinadores o palistas.

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