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sábado, 15 de octubre de 2016

19. ANÉCDOTAS DE LA TIERRUCA



El 13 de agosto de 1961 el Muro de Berlín comenzó a estar operativo. Lo que supuestamente iba a ser un modelo ideal de estado: igualitario, pacifista, deportivo y feliz, la República Democrática Alemana, no acababa de parecérselo tanto a sus habitantes, en especial a los más jóvenes. De ellos, 9.968 (de entre 15 y 18 años de edad) desertaron a lo largo del año 1960, además de otros 24.248 de entre 18 y 25 años. El descontento estaba muy generalizado, y en el caso de los más jóvenes, el hecho de “tener que” cumplir con el servicio militar espoleaba aún más las ganas de marcharse. La RDA se declaraba como una nación pacífica, algo que se había inculcado en las mentes de sus ciudadanos. Sin embargo tenía ejército, y éste se nutría inicialmente de un servicio militar “voluntario” que la mayoría de los jóvenes decidía cumplir por temor a todo tipo de represarías civiles relacionadas con las oportunidades profesionales, los sueldos asignados, las listas de espera para obtención de bienes, tipo de vivienda adjudicado, etc. Pero el 24 de enero de 1962 la cuestión empeoró en este sentido, puesto que el servicio militar pasó a convertirse oficialmente en reclutamiento obligatorio. Precisamente este detalle fue el que acabó desbordando las ganas de dos jóvenes concretos lo suficiente como para jugársela intentando escapar de allí. Probablemente ambos ya acumulaban unas cuantas razones previas para irse. Muchas de de ellas compartidas por una parte importante de la población. Una más que evidente falta de libertad, una importante carencia de información, un exceso de propaganda institucional y un denso ambiente de espionaje civil, vecino y amigo. El origen de esto último era que la “Stasi” se había afanado en tejer una tupida y extensa red de informantes colaboradores que inundaba completamente la sociedad civil, la cual se veía obligada a convivir con el chivatazo, siempre sujeto además a los posibles caprichos, envidias u ocultas motivaciones de los colaboradores.

Aquellos dos jóvenes eran ciclistas. Se llamaban Udo Ritcher y Peter Warzeschka. Y para cuando planearon fugarse, ya lo habían hecho de forma reciente otros deportistas del pedal, y aún lo conseguiría más tarde alguno más. Pero su plan era distinto, pues pretendían escapar por el mar Báltico. Años después, el 17 de agosto de 1969 Axel Mitbauer, un destacado nadador de 19 años, completamente embadurnado de grasa para protegerse del frío y equipado con un par de aletas, se agazapó en la costa de Boltenhagen Resort y esperó el momento propicio en el que la vigilancia cesaba (algo que había estado estudiando previamente durante semanas) para empezar a nadar los 25 km que hicieron que alcanzase la zona de la bahía de Luebeck. En algún punto se detuvo a descansar en una boya, con idea de pasar en ella el resto de la noche y seguir nadando algo después, cuando ya calentara el sol. Cuentan que la víspera se zampó un par de pollos de crianza familiar, tratando de acumular reservas energéticas. Afortunadamente fue localizado por un barco de Alemania Federal que lo recogió y lo condujo hasta su deseado asilo. Ese modelo de fuga no parece halagüeño para cualquiera por muy buen deportista que sea. Y aquellos dos jóvenes ciclistas, en cualquier caso, no eran nadadores de alto rendimiento. Se trataba de buenos corredores que, al igual que muchos otros deportistas no afiliados al Dynamo de Berlín o al DHfK, veían como sus carreras deportivas no gozaban de las mismas facilidades y oportunidades que los representantes de los clubes centrales del partido o incluso de la “Stasi”. Ambos, en enero, tomaron la decisión de fugarse juntos en un kayak desmontable de fabricación casera, remando a través del Báltico en dirección a Dinamarca. Para ello necesitaron unos cinco meses de preparación. Primero fueron construyendo la embarcación en un taller. Todo ello de forma clandestina y sin haber informado a nadie del asunto, ni siquiera a sus familiares más cercanos. De todas formas, Udo estaba seguro de que su padre, el infravalorado entrenador de ciclismo Gerhard Ritcher, tenía necesariamente que saberlo, aunque no daba muestra alguna de ello. El kayak lo pintaron de negro porque su idea era embarcarse de noche cerrada y navegar tratando de no ser avistados por los agentes que controlaban la costa desde tierra o mediante embarcaciones de patrulla. Con la piragua terminada, se sucedieron horas y jornadas de entrenamiento clandestino. Tenían que dominar suficientemente la remada efectiva, el rumbo, el gobierno del kayak con oleaje, etc. Llegada la fecha prevista se embarcaron en plena noche y empezaron a remar rumbo a Gedser, el punto costero más meridional de este de Dinamarca, a unos 45 km de distancia en línea recta. En un momento dado divisaron un ferry al que, tomando cierto riesgo, hicieron señales con luces. El barco se dirigía a Travemünde en la Alemania Federal y no tuvo inconveniente en subirlos a bordo y aproximarlos hasta su soñado destino.

 
El de la derecha, enfundado en un maillot contemporáneo de un museo de la Carrera de la Paz, es Udo Ritcher, uno de los ciclistas protagonistas de la huida en kayak. (Imagen: Jürgen A. Schultz para Wolksstimme.de).

Lo de los kayaks desmontables o caseros no es una idea nueva para mí. Tengo un especial interés por ambos conceptos desde hace años. Uno, el de los kayaks desmontables que permiten poderlos transportar fácilmente en el coche para viajar largas distancias o, incluso, en algunos casos, portarlos a través de territorio natural para afrontar alguna travesía mixta. Existen cada vez más modelos y con el tiempo espero poder probar alguno. Y dos, lo de caseros se refiere a embarcaciones construidas por uno mismo, asunto que me atrae mucho, especialmente en su vertiente “retro” y artesanal, pero en la que no me quiero embarcar hasta que me llegue la hora de la jubilación y pueda quizás disponer de un espacio de trabajo adecuado para ello.

En cuanto a lo de las deserciones deportivas, no es que yo esconda deseos de escaparme, y menos aún de tener que vivir una situación tan angustiosa que me haga tener que plantearme si exiliarme o no de mi tierra. Todo lo contrario, por el momento (y espero que esto siga así, aunque a uno a veces le entran dudas al ver desfilar a tanto profeta prometiendo paraísos terrenales – de todos los “colores” - diseñados desde la política más ambiciosa e hipócrita) vivo muy a gusto donde estoy, un territorio de clima caprichoso, de gente con la que por lo general resulta fácil convivir y con un diverso abanico de recursos naturales en los que disfrutar. Es lo que coloquialmente los autóctonos denominamos “la Tierruca” (apelativo que ya de por si sugiere poco o nada del afán expansionista o imperialista que exhiben algunos otros territorios peninsulares). Así que ante la ausencia de necesidad de la práctica deportiva “de traslado” para escapar de dramáticas situaciones personales, aquí solemos dedicarla al ocio, la diversión, el recreo y el bienestar propio. Y con ese ánimo, como siempre, un año más, y ya van cuatro (además seguidos), recientemente celebré una nueva edición de La Montañesa. Una modesta quedada de ciclismo retro que siempre se caracteriza por rondar los 100 km de recorrido “circular”, diferente para cada ocasión, con un perfil orográfico moderado (que en la “Tierruca” inevitablemente supone incluir pocos puertos medianos o múltiples pequeñas cotas) y con una participación que oscila entre muy pequeña y raquítica.

El primer año fuimos seis, el segundo siete, el tercero doce y en esta ocasión apenas tres. Aunque no sea un tema que me preocupe lo más mínimo, he hecho un breve ejercicio de reflexión para tratar de analizar las causas de tan escuálida participación y he llegado a varias conclusiones. Uno, octubre no parece un mes muy adecuado porque suele suponer un periodo de puesta en marcha de proyectos de toda índole y de recuperación de inercias rutinarias de carácter obligado. Dos, soy responsable de haber provocado un continuo baile de fechas para esta y otras quedadas que organizo, y ello habrá generado incertidumbre y hasta desinformación entre los habituales seguidores de mis propuestas. Tres, en esta ocasión avisé de la fecha definitiva con apenas cuatro o cinco días de antelación, lo cual parece bastante tardío para muchas agendas. Cuatro, el hecho de la propuesta alcanzase los 100 km e incluyese tres puertos, estoy seguro que fue un factor disuasorio para algunos practicantes del ciclismo retro. Es raro que lo reconozcan pero me consta que es verdad. Cinco, la previsión meteorológica garantizaba un día lluvioso. Seis, un cúmulo de factores relacionados con que no es una marcha oficial con inscripciones, significativo número de participantes, escenario ideal para lucir modelitos y material ante los demás, y con oportunidad para integrarse en un pelotón. Y siete, con la actividad desplegada a lo largo de los últimos cuatro años, igual hay gente ya un poco saturada por tanto llamamiento desde Cantabria. Seguramente haya más posibles causas y todas tengan algo que ver parcialmente. O alguna de estas u otras afecten específicamente a personas y casos concretos. Pero como el objetivo participativo lo valoro exclusivamente en función de la calidad humana de los asistentes y sin tener en cuenta en absoluto la cantidad, no es algo por lo que me tenga que preocupar.
En esta ocasión elegí un recorrido muy representativo del ciclismo de la Tierruca: la “Vuelta a los Puertos”, que muchos conocimos como aquella clásica marcha cicloturista llamada Pámanes-Pámanes. Se trata de un recorrido que cientos de ciclistas de la región (seguramente incluso miles) habremos completado alguna o infinidad de veces. Discurre por una zona plagada de puertos de media montaña y con muy poco tráfico. Un territorio ideal para entrenar y para disfrutar, con multitud de posibles combinaciones para dar variedad a las salidas habituales. Así pues, ya que me lanzaba a convocar una vez más un recorrido para “La Montañesa”, me pareció adecuado decantarme por este “clásico”, el cual además, situando mi lugar de residencia como punto de partida y final, ofrecía una etapa cercana a los 100 km siempre buscados. La ruta, independientemente de dónde se sitúe su partida, se basa en encadenar sucesivamente tres puertos muy habituales para los cicloturistas de La Montaña.

EL primero de ellos es Alisas. Para nosotros representa muchas cosas en lo que al ciclismo se refiere, pues su ascenso desde La Cavada (en el sentido en que lo hicimos nosotros) es una de las subidas pioneras en la historia del ciclismo regional, habiendo sido utilizada como escenario de competición desde las primeras décadas del siglo XX y habiendo formado parte del recorrido de numerosas carreras de día o incluso de las primeras Vueltas celebradas en Cantabria. Además, Alisas ha sido paso más que habitual en diferentes etapas de la Vuelta a España, tanto en sus primeras ediciones como en las más recientes, pasando por muchas de las intermedias. Y por si todo ello no fuera suficientemente “icónico”, este puerto, de forma extraoficial pero reconocida popularmente, ha sido mayoritariamente utilizado como test de estado de forma de numerosos ciclistas de toda condición y categoría. Desde profesionales hasta cicloturistas, pasando por aficionados, juveniles, cadetes, triatletas, etc. Con su umbría curva a derechas como referencia de salida… “dime cuanto tiempo haces en Alisas y te diré “quien” eres es cuanto a nivel ciclista”.

El segundo puerto, Cruz de Usaño, es una sencilla cota de unos tres kilómetros de longitud. No tiene especial carga emocional pero resulta paso obligado para completar la vuelta. Pero el tercero recupera parte del simbolismo e interés que atesora Alisas. Me refiero a Fuente las Varas. Su popularidad se forja más por su uso que por su fama o leyenda, pues de estas segundas no tiene. Sin embargo, si pusiéramos un contador de pasos de ciclistas en su cima, creo que nos quedaríamos pasmados ante las cifras y no dudo que lo posicionarían como uno de los puertos más utilizados dentro de un ranking nacional, y por ello, incluso mundial. Su cercanía a poblaciones bastante habitadas, su accesibilidad sazonada de la suficiente dureza como para que sirva de entrenamiento (cota de 446 m sobre el nivel del cercano mar) y su aspecto de puerto de montaña, le han convertido en lo que en terminología técnica de movilidad se denomina un “atractor” de tráfico ciclista. Además, este puerto tiene una peculiaridad que lo potencia, y es que, más que de un paso, estamos hablando de un nodo de conexión que integra en su collado un “conjunto” de 4+1 ascensiones para todos los públicos. La más clásica es la que lo corona desde el noroeste (por Riaño), que es la que nosotros utilizamos para bajar. Hasta ahora muy bacheada, desde final de verano disfruta de un asfaltado completamente nuevo. La opuesta suele ser el ascenso de la vertiente sur desde Matienzo (que fue el que acometimos nosotros en esta ocasión). Además, hacia el este, está la opción del Esquilo con sus innumerables curvas y horquillas, y hacia el norte la que conecta con Solórzano. Y por si todo esto fuera poco, si alguien quisiera acercarse allí arriba buscando un recorrido duro y exigente, no tiene más que ascender Secadura desde Bádames, tomar una estrecha y empinadísima carretera que sale en pleno collado hacia la izquierda y seguirla hasta superar una especie de balón de fútbol gigante, para acabar a mitad de subida por la vertiente norte, y allí, si aún le quedan ganas, alcanzar el alto de Fuente las Varas girando hacia la izquierda. Así pues, con tantas posibilidades, son muchas las ocasiones en las que los ciclistas de aquellas comarcas, lo quieran o no, lo piensen o no, acaban pasando por tan popular puerto.

La ocasión también me sirvió para poner en práctica un pequeño homenaje privado. Algo que hice mediante la elección de la bicicleta a emplear, que fue nuestra Peugeot PH11 del 83 u 84. Digo nuestra porque aunque la uso yo algo más que ella, su verdadera dueña es Myriam, a quién se la regalé tras recuperarla y restaurarla hace pocas temporadas. Tenía ganas de “re-estrenarla” de forma larga y “contundente”, tras apenas unas pruebas breves después de haberla transformado recientemente en lo que los franceses denominan una “randonneuse légère”. La transformación no parecía gran cosa inicialmente pero por diferentes causas acabó originándome muchos quebraderos de cabeza. El peor porque tratando de arreglar la maneta del cambio trasero se partió el tornillo de sujeción, y los infructuosos intentos de extracción acabaron inutilizando la rosca interna. Tras varias tentativas buscando una solución “recuperadora”, finalmente tuve que serrar los dos pivotes soldados y sustituirlos por unos de abrazadera, eso sí, originales Simplex. Por otro lado, el buje trasero Maillart Helicomatic había gripado en su día, finalizando aquella París-Roubaix” retro. Pero afortunadamente,  Alberto, un mecánico de la vieja escuela y buen conocedor del sistema, me lo reparó. Por mi parte, pensando en hacer la bicicleta más polivalente, útil y “randonneuse”, aproveché un viejo movimiento central de triple plato que tenía por casa, para instalarlo en vez del doble original. La bicicleta me la habían regalado en bastante mal estado y con dos bielas de diferente marca, así que este cambio no me parecía en absoluto un sacrilegio. Además, la nueva incorporación era un conjunto Stronglight de la misma edad que la bici, algo más que habitual en el fabricante francés y en los galos en general. Lo único, eso sí, es que tuve que incorporarle otro plato pequeño, pues el original había desparecido. Ninguna de estas últimas operaciones supusieron muchas complicaciones, aunque ello me exigiera instalar un eje más largo para que el plato pequeño no tocase la vaina trasera de su lado, además de haber tenido que buscar unos tornillos y separadores de plato que sirvieran, y que ya no fabrican. La transformación culminó con el montaje de sendos guardabarros metálicos de estilo “martelé”, además de una bolsa de manillar sobre un clásico soporte metálico de los de la época. El aspecto final me dejó más que satisfecho, lo cual era esperado pues la restauración anterior (la de partida) ya lo había hecho. Esta bicicleta, aparte de proporcionarme una utilización placentera, siempre ha mostrado una excelente acogida estética entre las mujeres de todas las edades. Lo digo porque han sido siempre ellas las que se han acercado en varias ocasiones a comentarme eso de “que bici tan bonita”. Y es que claro, ya se sabe, ellas miran (o ven, o perciben) otras cosas. Y que queréis que os diga, entre tanta pugna testosterónica para ver quién tiene la bicicleta más famosa, legendaria, valiosa, auténtica, original, bonita…  o lo que sea, en el mundillo retro, recibir cumplidos desde el lado femenino me parece más que reconfortante. El Currículum Vitae de la bicicleta me es parcialmente desconocido. Desde 1984 hasta 2010 ignoro cuales fueron sus andanzas. Entre 2010 y 2014 (seguramente desde bastante antes) estuvo colocada en un rodillo de entrenamiento, al servicio de varios remeros para calentamientos o complementos de sesiones de entrenamiento invernales. Aquella fase le supuso un gran deterioro a causa del esfuerzo, la exposición al ambiente corrosivo de una nave de ribera marítima, el constante reglaje de tallas y el desconocimiento de uso y mantenimiento adecuados por parte de los remeros. Desde entonces llegó su recuperación, restauración y “restiling”. Eso y un puñado de participaciones “retro”:


  • La Montañesa 2014 y 2016.
  • Quedada para la fundación de la Cofradía Velocipédica (circuito de Palombera-Hoces de Bárcena) 2014.
  • Quedada de presentación de la Enkarterri y homenaje a Samuel Sánchez (Güeñes 2014).
  • Ruta turística por muros de Tour de Flandes con el club La Vacamora 2015.
  • París-Roubaix Retro 2015.
  • La Retrovisor 2015.
  • L’Eroica Hispania 2015 (recorrido corto sin completar, empleada por Myriam).
  • Quedada “retro” de la Peña Ciclista El Rastral 2015.

 
La Peugeot PH11 del 83-84, reconvertida en “randonneuse légère”, vista de perfil.

 
La misma bicicleta en un plano más próximo y con detalle de su bolsa de manillar.

El caso es que con esa bicicleta y apenas un par de amigos se puso en marcha la cuarta edición de La Montañesa. Los habitantes de la Tierruca, al menos los suficientemente observadores, sabemos de sobra que las previsiones meteorológicas no siempre se cumplen. Es más, en este territorio suelen fallar con frecuencia. Y afortunadamente, así fue aquel sábado que resultó un día inicialmente nublado pero progresivamente más cálido y despejado. Y aunque no llegara a culminar con cielo azul y sol radiante, la verdad es que no nos llovió ni una gota de agua a lo largo de todo el trayecto, el cual prácticamente nos ocupó toda la mañana. Mis compañeros fueron Javier (que no se pierde una) y Pablo. El segundo es un amigo y vecino con el que comparto muchas aficiones, especialmente relacionadas con la montaña. Ese día nos apareció en versión contemporánea (con una bicicleta “Gravel”) porque no tuvo el tiempo (ni la osadía) suficiente como para poner a punto una Peugeot de cicloturismo de allá por los años setenta. Una que un viajero alemán le regaló tras culminar un largo viaje desde su tierra hasta aquí. La bicicleta tiene posibilidades gracias a sus roscas, trasportines ligeros, desarrollos muy generosos, etc. Pero lamentablemente Pablo no se acaba de arrancar para dejarla del todo lista. De hecho, Pablo ha estado muchas veces muy cerca de participar conmigo en algunos eventos retro, pero la verdad es que hasta ahora nunca lo había hecho y en esta ocasión… a medias. Pero la compañía de los amigos es siempre bienvenida y más aún ante una actividad tan minoritaria como la de esa mañana. Javier por su lado montaba la que quizás se haya convertido en su bicicleta retro más habitual (y mira que tiene muchas), esa Royar Condor de triple plato que tanto me gusta y que ahora se pasea muy limpia y elegante. Yendo tres, la excursión resultó muy parlanchina, aunque en los ascensos nos distanciáramos algo unos de otros por eso de los ritmos y estados de forma individuales. En lo que a mí respecta tengo que decir que me encontré muy cómodo durante todo el recorrido, subiendo a ritmo fácil y con una postura de descenso nada agresiva, pues parece que esta bicicleta realmente me va como un guante. Durante casi la mitad del recorrido el ambiente retro se vio inesperadamente reforzado porque la casualidad quiso que compartiéramos ruta con una concentración internacional de motos clásicas que desde hace ya muchos años organiza con eficacia el Moto Club El Pistón de Santander. Su prestigio ha conseguido crecer tanto que, pese a que su programa dura toda una semana (o quizás por eso mismo), encuentra un amplísima respuesta de participación extranjera. Por allí vimos de todo, antiguas, muy antiguas y algunas más jovencitas, aunque clásicas todas ellas. Unas cien por cien originales, otras impecablemente restauradas, grandes, pequeñas, deportivas, turísticas, camperas… un deleite para la vista y un bonito complemento para nuestras intenciones estéticas. Pese a ello, con quien entablamos conversación en el alto de Alisas fue con dos jóvenes ciclistas de los de ahora, que quedaron más que sorprendidos por nuestras dos bicicletas clásicas. Más tarde, tras el descenso y el paso por Arredondo, alcanzamos el desvío hacia Cruz de Unsaño. A partir de allí las motos nos abandonaban, aunque ascendiendo nos cruzamos con un impresionante descapotable muy deportivo, de la época de los años veinte o treinta. Probablemente buscaba acercarse al espectáculo de las motos, se ve que los aficionados a los trastos mecánicos antiguos no hacemos ascos a las disciplinas más cercanas, y en este caso rodadas. El segundo puerto se nos pasó en un suspiro, al igual que su descenso hasta reagruparnos para tomar un café y un pincho con Fuente las Varas ya a la vista.

 
Pablo coronando Alisas (la próxima vez que se nos plante en una ruta retro equipado así lo despeñamos).

 
Javier, Pablo y yo posando en Alisas.

 
Ambiente retro por todas partes.

Durante el ascenso estuve mucho tiempo hablando con Javier, y como es un puerto que siempre suelo ascender en solitario, y normalmente ya algo cargado de kilómetros, en esta ocasión se me pasó volando. El descenso es muy cómodo y esta vez tremendamente agradecido porque los tres circulábamos por primera vez por el nuevo firme de la carretera que, pasando por Riaño, alcanza Entrambasaguas. Hay que reconocer que la han dejado hecha un primor y el descenso resulta de lo más cómodo, evidentemente más rápido y, sobre todo, mucho más descansado, especialmente en el tramo final de toboganes y falsos llanos a favor que transcurre ya por el valle. Finalmente regresamos a Galizano empleando algunas de esas recónditas carreterillas locales que tanto me gustan y que tan despejadas de tráfico suelen estar. Lo hicimos dibujando un trazado diferente al de la ida. Aunque la convocatoria apenas tuvo eco o acogida, pasamos una mañana muy entretenida y placentera. Y así, de esa forma, La Montañesa cumplió un año más, y a lo tonto (o a lo modesto) ya acumula más ediciones que varias de las marchas formales de ciclismo Retro. La causa principal de su traslado de fecha fue que por una vez en la vida me decanté por acudir a la P2P de patinaje (sobre la que ya escribí hace poco). No me arrepiento de ello pero eso trastocó todo lo relativo a La Montañesa. El sacrificio mereció la pena, y lo normal es que las aguas vuelvan a su cauce y en futuras ediciones la siga convocando para la víspera de La Retrovisor.

 
Javier, en plan Anquetil, al inicio del ascenso a Fuente las Varas.

 
Juntos y con una bonita estampa debajo.

 
Dos clásicas reposando: Royal Condor y Peugeot.

En la Tierruca no manejamos idioma propio porque nuestra lengua es el castellano, que además es común para muchos millones de personas en el planeta. En mi modesta opinión esto tiene muchas ventajas. La principal es que te permite comunicarte con una enorme cantidad de personas. Además, el idioma se va enriqueciendo por todas partes y son miles los que lo utilizan para escribir textos interesantes. Dicen, discuten, pugnan… algunos eruditos, que fue precisamente en esta tierra donde nació el Castellano, aunque muchos otros aseguran que fue en La Rioja. No seré yo quien se ponga a perder el tiempo con un asunto que ni me interesa, ni sobre el que tengo conocimientos. A donde quiero llegar es a comentar que pese a utilizar una lengua común e internacional, como en tantos y tantos lugares, aquí también tenemos nuestros localismos, y no sólo gastronómicos (como las rabas), que son de lo más habitual en todas partes, sino aplicados muy diversos asuntos. Y uno de ellos tiene mucho que ver con las cuestas, los puertos, las subidas y ascensiones en general. Me refiero a la palabra “pindia” o “pindio”, la cual califica a una rampa, cuesta, subida, carretera, calle, camino, etc. como de exageradamente pendiente. La palabra tiene mucho uso por aquí porque pasajes de esas características abundan por nuestra geografía. Precisamente en Santander (la capital) el vocablo surge casi con seguridad cada vez que alguien tiene que describir a otra persona como se llega o dónde está tal o cual lugar. Y la historia que viene a continuación se refiere precisamente a la calle más popular de la ciudad en lo que al atributo de pindio se refiere.

La cuesta de la Atalaya no es la calle más pindia de Santander, un periodista señalaba que más bien la tercera. No lo sé ni me parece importante, lo que está claro es que es muy empinada. Su fama quizá le venga porque es muy céntrica, relativamente larga en su pendiente y además de sentido único ascendente. Hay otras que lo son en descenso. En realidad en la ciudad hay bastantes calles de estas características y eso se explica fácilmente si se observa con cierto detalle la superficie del terreno sobre el que está edificada la urbe, el cual, a groso modo, se puede describir como una serie de tres pequeñas “sierras” paralelas, que recorren longitudinalmente la localidad, separadas entre sí por las correspondientes vaguadas. Ello hace que cualquier calle que pretenda atravesar la ciudad, o parte de ella, transversalmente, necesariamente acometa un ascenso o descenso directo hacia o desde cualquiera de las “sierras”.

 
Imagen aérea de la ciudad de Santander, en el centro, en trazo rojo, el recorrido de la Cuesta de la Atalaya.

 
El rectángulo discontinuo corresponde a la superficie que después se representará gráficamente. Las líneas naranjas son las que se han seguido para tomar diferentes puntos de cotas de altura. S1, S2 y S3 son las denominaciones de las “sierras”, enumeradas de norte a sur. Lo mismo sucede con las V (vaguadas) aunque en el caso de la primera, al ser bastante ancha, se han tomado dos líneas de cotas.

 
Representación gráfica (geométrica) del rectángulo indicado (Santander) visto de frente a las líneas de cotas trazadas. Es fácil entender como cualquier intento de atravesar la ciudad en dirección Norte o Sur, resulta costoso debido a los desniveles.

 
Otra vista de la representación geométrica tridimensional del área elegida de la ciudad. La Cuesta de la Atalaya estaría ubicada aproximadamente por los trazos 7 u 8 ascendiendo la “sierra” central por su ladera sur.

 
Ubicación de la parte de ascenso que constituye la Cuesta de la Atalaya dentro de la ciudad. Queda claro que se trata de una calle de lo más céntrica.


Detalle de la ascensión. El sentido de circulación va desde el pié de foto hacia la parte superior de la imagen. La carrera tenía un recorrido algo más largo, con un tramo previo de porcentaje despreciable hasta tomar la primera rampa. La primera parte dibujada, la que llega hasta el quiebro que se ve (haciendo esquina con un gran edificio de tejado gris y amplio patio interior), no forma parte nominalmente de la calle Cuesta de la Atalaya, la cual comienza en el cruce de esa esquina.

La Cuesta de la Atalaya, cuyo nombre en el callejero es ese mismo, tiene toda una historia ciclista detrás. Como carrera se celebró por primera vez en el año 1938 bajo la denominación de “I Escalada a La Atalaya” y con Ricardo López-Dóriga como juez principal. El triunfo fue para Antonio San Miguel Llata (toda una personalidad en la historia del ciclismo de Cantabria y sobre el que espero poder escribir a no mucho tardar) con un tiempo de 1’ 56”, seguido por Francisco Arresti, Fernando Fernández, Virgilio Cruz, José Rodríguez, Cesáreo Martínez y Daniel Llata San Miguel. La prueba resultó tan espectacular y levanto tanta expectación entre la ciudadanía, que al poco tiempo, aquel mismo año, se organizó el I Campeonato Infantil de forma parecida en la Calle Vía Cornelia, otra pindia calzada que en su caso luce un trazado mucho más serpenteante y que asciende paralela a la Atalaya apenas 200 o 300 metros más al oeste.

Aunque no tengo datos fiables y pormenorizados deduzco que la prueba se mantuvo durante bastante tiempo. Lo digo porque he encontrado referencias a la misma en sucesivas ediciones a lo largo de los años cuarenta. Además de una foto de la salida correspondiente al año 1943, hay una anotación según la cual, la temporada siguiente, el ascenso ostentó la categoría de Campeonato Provincial de Montaña. En aquella ocasión, José Mª Marotías, un asiduo a las carreras regionales, quedó en 5ª posición. ¡Sí! el mismo que posteriormente se hiciera famoso por sus prestigiosos cuadros hechos a mano.

 
Los ciclistas en la Plaza de la Esperanza preparados para tomar la salida de la Escalada de la Cuesta de la Atalaya en la edición de 1943. Es más que probable que el mismísimo José Mª Marotías se encontrase en ese pelotón. (Imagen: Armando González Ruiz: “Cantabria ciclista cien años de gloria: 1895-1995”. FCC. Santander, 1995).

Otro ilustre que destaca en el palmarés de tan peculiar ascensión es Gonzalo Aja, quién en 1964, compitiendo en la categoría juvenil, vencía con un tiempo de 1’ 27”, que le servía para batir el récord vigente de la categoría por dos segundos. El de aficionados por aquel entonces estaba en 1’ 24”. Estos datos me hacen pensar que la prueba, si bien pudiera haber tenido alguna que otra desaparición temporal, fue una referencia recurrente en el calendario local.

 
Gonzalo Aja, tiempo después, en otro carrera santanderina y montando una de las Alan que utilizó durante gran parte de su carrera deportiva. (Imagen: Armando González Ruiz: “Cantabria ciclista cien años de gloria: 1895-1995”. FCC. Santander, 1995).

Ignoro a partir de cuando esta subida desapareció definitivamente de nuestro calendario, pero gracias a los diseñadores de las etapas del afamado Circuito Montañés, la Cuesta de la Atalaya volvió a ofrecer espectáculo ciclista en el Siglo XXI. Al menos ha formado parte de tan prestigiosa competición en las siguientes ediciones:
  • En el año 2000, en formato de CRI de 1km, resultando vencedor Dave Bruylandts con un tiempo de 1’ 42” (es de suponer que con ligeras diferencias de trazado con respecto al pasado). De este corredor podemos destacar que lo de los muros pindios no se le daba mal, tal y como avala su 3º puesto en el Tour de Flandes de 2004.
  • En 2001, de nuevo como CRI de 1km, el corredor de la Tierruca David de la Fuente fue quien se alzó con la victoria con 1’ 46”. Años más tarde, siendo ya profesional, nuestro paisano conseguiría el Trofeo a la Combatividad del Tour de Francia de 2006.
  • Dos años después, en 2003, aún en formato CRI de 1km, venció Óscar Serrano Alonso con un tiempo de 1’ 47”.
  • Y finalmente en el año 2004, la pindia calle fue el escenario del final de una etapa que partía de Polanco. En esta ocasión el ganador fue Wesley Van der Linden, un corredor belga que ha destacado por desarrollar una excelente carrera deportiva internacional en la modalidad de ciclo-cross.
En el caso de la disciplina CRI, lo de la Cuesta de la Atalaya podría considerarse algo así como una “burrada agónica” o un “desparrame de potencia”. Y esto es fácil de explicar si lo comparamos con tres típicos esfuerzos ciclistas del máximo rendimiento posible. Cuando un esprinter de clase mundial disputa un final de etapa lo hace a costa de alcanzar su máximo pico de potencia y mantenerlo entre 5 y 10 (como mucho 20 segundos). Lo anterior, el lanzamiento, no implica ni mucho menos darlo todo, pues se consigue parcialmente gracias a la protección aerodinámica de los lanzadores propios o del grupo. Es pues un esfuerzo anaeróbico aláctico, o lo que es lo mismo, alimentado por reservas energéticas almacenadas en la musculatura, pero sin que sea necesario que entren en juego reacciones bioquímicas que produzcan desechos “contaminantes”, molestos, dolorosos, etc. En el polo opuesto tendríamos a un corredor que se escapa nada más empezada una etapa de entre 150 y 200 km de longitud y que consigue llegar a meta en solitario. En su caso, la dureza proviene por una fatiga sistémica progresivamente acumulada durante horas y que afecta a la musculatura, al sistema cardiovascular, al nervioso y la postura. Está también relacionada con los niveles de hidratación y reposición de nutrientes, pero aparece de forma muy lenta, sin violencia repentina. El esfuerzo se consigue (salvo que haya de por medio fuertes pendientes) abastecido por un metabolismo aeróbico especialmente centrado en el consumo de grasas. Y entre ambos esfuerzos podemos por ejemplo proponer una CRI de una hora de duración, situación en la que un buen especialista compite produciendo la máxima energía que es capaz de desarrollar a la intensidad del límite superior de su metabolismo aeróbico, pero ahora mediante la combustión de hidratos de carbono. Es duro desde luego, muy duro, pero el ácido láctico se mantiene moderadamente contenido, pues el esfuerzo se mantiene cercano al umbral anaeróbico. ¿Qué pasa entonces con la ascensión a la Cuesta de la Atalaya? Pues sucede que si se tarda menos de 2 minutos, el metabolismo preferentemente utilizado es el anaeróbico láctico, es decir aquel en el que además de poner en marcha reacciones químicas internas que producen altas cantidades de ácido láctico, exige durante cierto tiempo una elevada capacidad de tolerancia al mismo. En otras palabras, se trata de conseguir producir mucha fatiga (dolor) muscular en poco tiempo y después aguantarlo hasta el final. Como conozco de sobra la fiebre que la población contemporánea de ciclistas “deportivos” sufre por el asunto de los watios, trataré de ilustrar todo esto con datos de potencia. Advierto antes que los datos de potencia son aproximados, pues una cosa es el concepto físico de la misma, y otra bien distinta los aparatos que tratan de medirla cuando la desarrollamos en bicicleta. Estos últimos pueden mostrar ciertas notables diferencias de medición. En cualquier caso vamos a intentarlo. Mario Cipollini alcanzaba a producir de forma instantánea hasta 1900 w como pico de potencia en su buenos tiempos (parece que algún que otro “pistard” ha conseguido incluso 2000 w). Y en el caso de CRI nos sirve de referencia el récord de la hora. Y basándonos en un interesante estudio de Bassett et al[1], parece ser que son necesarios 440 w de potencia media sostenida para lograr igualar el récord con el equipamiento actual. Entonces ¿Cuánta potencia media es la que  mantiene (aproximadamente) alguno de los corredores listados anteriormente durante su ascensión competitiva por la Cuesta de la Atalaya? Pues me he permitido la osadía de hacer un cálculo orientativo. Vamos allá.

Si la distancia de la CRI es un kilómetro (aunque en realidad la de la cuesta es bastante menos) y tenemos en cuenta los tiempos indicados, estos corredores aproximadamente consiguen 34 km/h o lo que es lo mismo 9,5 m/s de velocidad media. Para mantener dicha velocidad en terreno llano con buen asfalto y sin nada de viento, pueden hacer falta entre 150 y 200 w (dejémoslo en 170). Un corredor de pese un poco menos de 70 kg y que con su máquina y equipamiento alcance en la báscula los 75 kg, necesitará 776 w de potencia para avanzar a la velocidad media señalada en una pendiente media del 11,3% (calculada a partir de la diferencia de cotas de la cuesta). Ambas potencias han de sumarse (170 + 776), dándonos un resultado de 946 w, que es la potencia que debería mantener el corredor durante ese minuto y 45 segundos que dura la prueba. Un par de cientos de watios arriba o abajo, eso es mucha capacidad de generar potencia, y dolor, mucho dolor. Insisto en que las cifras pueden variar bastante dependiendo de los datos exactos de la longitud y trazado del recorrido, el peso del corredor y su bicicleta, etc. Pero como aproximación… y juego mental, puede valernos. Y si alguien quiere hacer la correspondiente “práctica de laboratorio escolar” pues no tiene más que pedir prestada a un amigo una bicicleta con medidor de potencia, buscarse la cuesta más pindia que tenga a mano y marcarse un “minuto y medio a tope” para ver que potencia es capaz de desarrollar y mantener. ¡Ánimo campeones!

Aunque he mencionado que la pendiente media de la Cuesta es de un 11,3%, tengo que añadir que su momento más empinado llega con un 24,8% (+/-2,8), aunque tal porcentaje sospecho que es un mero instante prácticamente imperceptible (unos 3 metros), en medio de un tramo de aproximadamente un 10%. Lo peor de todo nos lo encontramos a la mitad, cuando durante unos 70 metros la pendiente oscila entre el 14 y el 19%.

 
Una vez embocada la calle la pendiente no engaña, el porcentaje es fuerte y deja claro lo que viene hasta los pisos verdes del fondo. Precisamente en esta imagen se ve el microbús de los Transportes Urbanos que puede acometer esta línea.

 
El primer tramo recto finaliza en la curva que antiguamente llamaban “de la herrería”, en la cual solía apostarse la mayor cantidad de público.

 
Pero esto es lo que aparece recién superada la curva, un tramo verdaderamente pindio.

Las calles pindias de la ciudad, la de la Cuesta de la Atalaya y muchas más, configuran nuestro paisaje urbano y afectan a las vidas de quienes por ellas transitan. Hacerlo en bicicleta genera una estimable secreción de adrenalina cuando se hace en descenso y exige un importante esfuerzo si lo que se pretende es subir. Normalmente las evitamos dando rodeos (que no siempre consiguen eludir algún que otro ascenso solo un poco menor), sobre todo si no queremos llegar sudados a algún destino concreto. A la hora de dar servicio ciudadano, el consistorio ha tenido que tirar de ingenio y presupuesto para buscar soluciones para los vecinos. Por un lado crear unas nuevas líneas transversales de autobuses, que únicamente pueden quedar cubiertas por microbuses especiales. Por otro, ir construyendo una red creciente de escaleras y/o rampas mecánicas, que poco a poco van integrándose en nuestro callejero. E incluso en algunos casos, hasta se ha construido un funicular como solución final. En la ciudad apenas hay ciclistas “fixies”, habría que tener mucho valor, inusitada fuerza de pedaleo y muchísima habilidad para serlo y no morir en el intento. Aunque hay pocos ciclistas urbanos aún, algunos de ellos sí que se van decantando por la estética del piñón fijo, pero, en la mayoría de los casos, no les ha quedado más remedio que mantener el desviador en su sitio.

 
El funicular (cercano a la Cuesta de la Atalaya) subiendo hacia su apeadero superior.

Imagen nocturna del funicular desde una parada algo más baja que la superior. Al fondo puede distinguirse la bahía porque está delimitada por una hilera de luces lejanas.



Aprovechando que me he referido anteriormente a La Montañesa, quiero dar una noticia reciente sobre ciclismo retro. Hace ya más de año, puede que incluso dos, manifesté mi intención de dar mucha cancha a las actividades de ciclismo reto en formato de quedadas (citas no oficiales). Expliqué que las reuniones de amigos y conocidos permiten diseñar propuestas creativas, expandir el calendario y organizarse de forma mucho más libre y sin tener que vernos sometidos a las regulaciones de los eventos, las jefaturas de tráfico, las administraciones o cualquier otro tipo de entidades. Prueba de mi afición a este tipo de actividades, es que acudo a todas las que puedo que hayan sido convocadas por otros, y yo mismo propongo varias cada temporada. También he recordado que en la Tierruca podemos disfrutar de un buen puñado de ellas. Pero evidentemente no somos únicos ni nos sentimos más que nadie. Precisamente este otoño, el recién nacido (y no registrado) Club Ciclista Zeus Spain, afincado en Soria y lanzado por Alberto Faricle, mis amigos Pedro y Martín, y algunas personas más, han propuesto una más que apetecible actividad ciclista de fin de semana. La convocatoria no estaba cerrada en exclusiva a las bicicletas de la marca Zeus, sino que con buen criterio, tal y como ya hacía anteriormente el Club Bianchi de Zaragoza, abría las puertas a cualquier ciclista con bicicleta e indumentaria retro. El detalle de mayor originalidad de esta novedosa reunión es que, además de la consabida ruta ciclista del domingo por la mañana, proponía una excursión micológica vespertina y a pié para el sábado. Así pues los sorianos ofrecían a sus huéspedes sendos atractivos regionales: sus setas silvestres, descubiertas mediante un paseo guiado por sus magníficos bosques, y una bonita excursión ciclista por la zona. Y por supuesto una buena cena en la que lo recolectado formaría parte del condumio. Ha sido una pena pero en esta ocasión me tocó perderme tan atractivo plan. Motivos laborales.

Y al hilo de los paseos por el campo, los montes en otoño y las costumbres locales, no me resisto a dejar caer que precisamente en esas fechas otoñales, hay una costumbre en la Tierruca que cada año hace las delicias de muchos aficionados a patearse los montes y establecer contacto con la naturaleza. Llega la época de la berrea. La berrea es el breve periodo en el que los venados machos mudan la cobertura de sus astas, pugnan entre sí por las hembras y tratan de conquistarlas. El espectáculo tiene varias vertientes, por un lado las manifestaciones sonoras de los berridos que truenan por entre los montes boscosos de la media montaña cántabra. Por otro el avistamiento de los animales, en especial de esos machos que mientras dura el proceso se dejan ver más que de costumbre. Si uno además es afortunado, puede incluso asistir en directo a algún combate. Y aunque cada año se me suele pasar la fecha, en esta ocasión me he acordado casi in extremis, y una mañana, tras pernoctar en mi casita de pueblo, me pegué un madrugón para caminar con mi amigo Jesús, a la luz de nuestros frontales, camberas arriba, hasta alcanzar un collado que nos daba acceso a la Reserva Natural del Saja. La sensación de la caminata aún nocturna fue más que agradable, así como el lento y brumoso amanecer. El “botín” conseguido no fue gran cosa: avistamiento temprano de un magnífico ejemplar de gran porte, que protector custodiaba a un nutrido grupo de hembras (sin duda ya conseguidas), y un activo “concierto” de berridos procedentes de un bosque cuando ya regresábamos al pueblo. Suficiente, sobre todo teniendo en cuenta que una parte muy importante del valor de nuestra ruta era salir de excursión por el monte. De hecho, al final fueron unas cuantas horas de senderismo por un paraje precioso. Deambulamos por laderas y collados, alternando bosques caducifolios con brañas de montaña. La niebla iba y venía dibujando jirones y los dos pasamos una mañana estupenda. Compartiendo una costumbre que ambos llevamos grabada en el alma desde que, siendo unos niños, nuestros mayores se encargaran de ofrecérnosla con generosidad.

Así es nuestra Tierruca, así y de muchas otras detalladas maneras que no es cuestión de intentar enumerar aquí. Los lugares influyen enormemente sobre las poblaciones y sus culturas. Eso es bueno y enriquece poderosamente el mundo. Lo malo es que tanta y tanta gente se vea obligada a tener que huir de sus raíces geográficas contra su voluntad, así como que algunos otros no tengan el derecho o la posibilidad de desplazarse libremente. Recientemente el mundo viene cambiando mucho en este aspecto. Parece que va dando bandazos temporales en cuanto a la libre circulación de las personas y a la apariencia física y realidad práctica de las fronteras. Se han levantado muros que han sido derribados décadas después, pero aquí o allá surgen otros nuevos, más largos y sofisticados. Del de Berlín yo tengo un trocito. Lo conseguí un año y pico después de su caída. Está incrustado en una estatuilla realizada por el escultor José Nuevo, un sevillano que se casó con una alemana y lleva ya décadas residiendo por allí. La estatuilla representa una sección del muro en escala reducida. Corresponde a una serie de varias piezas similares en las que el autor describía gráfica y simbólicamente la destrucción del muro, desde un ejemplar completo impecable, hasta otro en la que ya no hay muro sino cascotes. El mío muestra un paso intermedio en el que la gente ha ido horadando la pared y los hierros del forjado comienzan a aparecer a la vista. El muro, por su lado occidental, muestra también, en la escala correspondiente, algunas de las pintadas que lo caracterizaban. En concreto las de mi pieza son algunas de las que el mismo artista había pintado en el muro real con anterioridad. Conocí al escultor en el mismo Berlín en el año 1991, me cayó bien y me gustó su trabajo, por eso le compré la escultura. El tiempo quiso que poco después, con motivo de un temprano aniversario de la caída del muro, cuando Grobachov fue invitado a la ciudad para participar en los actos allí programados, las autoridades locales le regalaron una estatuilla similar del mismo autor. No consigo dar con un recorte de periódico de la época en el que el dirigente ruso aparece saludando con la escultura en la mano. Sé que lo tengo por casa, guardado en algún sobre o entre las tapas de un libro. Si algún día reaparece prometo que lo mostraré aquí, junto con la foto de mi pedacito de muro. Entre otras cosas para que nos sirva a todos de recuerdo. Nuestros deportes, esos traslados en libertad que tanto nos apasionan, sería mejor que nunca los tuviéramos que utilizar para escapar de nuestra propia Tierruca.

 
Estatuilla en hormigón del artista José Nuevo. El pequeño pedazo de color azul inserto en la esquina superior izquierda es un trozo del verdadero muro de Berlín. La pieza representa la forma de uno de los miles de segmentos con los que se levantó el muro.


[1] BASSETT, DR; KYLE, ChR; PASSFIELD, L; BROKER, JP; BURKE, ER.: “Comparing cycling world hour records, 1967-1996: modeling with empirical data”. Medicine & Science in Sports & Exercise. 1999.

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