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martes, 15 de agosto de 2017

15. VACAMORA GRANDE GUERRA 1917-2017



Mi encuentro inicial, mejor dicho nuestro (de Javier y mío), con las personas del grupo retro-ciclista de la Vacamora fue completamente casual hace unos pocos años. Motivados por una cita que plantearon en Roubaix, nos presentamos allí, casi como participantes externos en una “movida” organizada por y para miembros del club, aunque, por alguna extraña circunstancia del momento, hipotéticamente abierta a cualquiera. El caso es que inmediatamente hicimos muy buenas migas. Tan buenas, que tiempo después compartimos con algunos de ellos una parte específicamente pirenaica de su peregrinación ciclista a Santiago de Compostela. Con aquello los lazos de amistad se vieron aún más reforzados. Javier tuvo otro breve encuentro con ellos más adelante, pero ambos, con diferentes ritmos de frecuencia, hemos mantenido contacto escrito con Gaetano (su representante más dinámico). Y ha sido gracias al sostenimiento de esta amistad en la distancia, por lo que esta temporada fuimos invitados a participar en su gran actividad viajera del año: “Vacamora Grande Guerra 1917-2017”; o lo que es lo mismo, un viaje ciclista de una semana de duración por las fronteras del nordeste de Italia, diseñado y organizado de forma que, simultáneamente, se celebrara una especie de homenaje a los recuerdos de hechos y personas relevantes de la época de la I Guerra Mundial, en la zona indicada.

Mi aproximación al viaje fue francamente atropellada. Nada más colgar los patines a mi regreso de Alemania, tuve poco más de 24 horas para aterrizar, estar en casa, dormir, cumplir con un deber laboral inexcusable y tomar otro avión rumbo a Bérgamo, donde Javier, procedente de un envidiable periplo de ascensiones a puertos alpinos franceses, me recogía con su coche (con mi bicicleta y maleta a bordo). Trompetas aparte, la compañía aérea se retrasó bastante, así que ese día nos acostamos tarde, en un alojamiento a orillas de lago Lecco.

Pese a ello al día siguiente madrugamos, desayunamos y nos pusimos en marcha con el coche para eludir dos amenazantes túneles que se presentaban en nuestro recorrido previsto. Una especie de aperitivo previo al “paquete Vacamora”. Aparcamos enseguida a orillas del afamado lago Como que, así, de primeras, ya resultaba atractivo y daba muestras de hacer honor a su reputación de paraje muy especial. Empezamos a pedalear por la estrecha carretera de su orilla en dirección a Bellagio. No había mucho tráfico, lo cual era de agradecer ya que eso nos permitió ir adaptándonos al peculiar trato que los conductores italianos dan a los ciclistas, que básicamente se resume en: no te amenazan ni te rozan si vas en fila india, pero te rebasan en cualquier situación, eso sí, poniendo en riesgo a los vehículos que vienen de frente, los cuales, por cierto, asumen que han de dejar sitio, invadiendo sin aspavientos ni dudas su correspondiente cuneta. Cosas de las culturas de circulación de cada país. El caso es que por mi parte, en unos 800km recorridos en bicicleta, tan sólo me he sentido invadido por el tráfico rodado en una ocasión. Nuestra idea para esa mañana era cumplir con un menú degustación enteramente relacionado con el Giro de Normandía. Los kilómetros de ribera del lago nos bastaron para hacernos una idea de lo que puede ser uno de los recorridos cicloturistas más clásicos y admirados en Italia: la vuelta al lago Como. Sin embargo, enseguida tomamos un desvió en ascensión repentina con la idea de coronar la capilla de Madonna di Gishallio. Al poco de empezar el ascenso empecé a creer que iba francamente mal. Suponía que el kilometraje acumulado patinando los días anteriores no iba a ser capaz de subsanar mi casi total falta de práctica ciclista de la temporada. Pero el caso es que el esperado alcance y adelantamiento de Javier no se llegó a dar, y lo que en realidad pasaba, según él mismo me explicó, es que el perfil medio de los 3 o 4 primeros kilómetros de ese ascenso, son al 11%. Conclusión: pues no iba mal, sino todo lo contrario. Una vez superado el agresivo comienzo, la carretera va suavizando y descubriendo unas vistas preciosas con el lago al fondo.

 
El majestuoso lago Como visto desde las carreteras que ascienden por una de sus riberas.

Llegados a la capilla, la cual se ha acabado convirtiendo, por efecto de la tradición, en la patrona de los ciclistas, la visita era obligada. Se trata de un pequeño templo con un coqueto exterior, aderezado por varias estatuas de bronce que personalmente fueron muy de mi agrado. Allí están esculpidos los bustos de Coppi, Bartali, Binda y un par de figuras completas con sus respectivas bicicletas componiendo una escena de victoria y derrota. Por dentro la cosa cambia completamente, la capilla se muestra abigarrada de objetos ciclistas de todas las épocas. Hay maillots, bicicletas, banderines… de todo. Demasiado sobrecargado para mi gusto y en una, quizás incluso esotérica, relación de culto pagano-deportivo y espiritual-religioso, que no va demasiado con mi modo de pensar. En cualquier caso un “santuario”, en la doble acepción de la palabra: de fe y de ciclismo. Y en lo que respecta al segundo asunto, una parada obligada para todo verdadero apasionado incondicional de las leyendas de este deporte. A pocos metros de la capilla, separado por un parquecito con barandilla que se asoma a las sugerentes vistas del lago, se encuentra un museo ciclista de gran interés, alojado en un edificio de diseño muy contemporáneo en el que curvas y materiales se encargan de aprovechar la luz y darle un aire abierto y atractivo.


Busto de Bartali delante de la capilla de Madonna del Ghisallo.


La reproducción de Coppi ante la fachada.

Cuando la responsable del mismo vio llegar a dos ciclistas vestidos de Anquetil y de Roger de Vlaeminck, con sendas bicicletas clásicas en la mano, no dudó en abordarnos y entusiasmarse aún más al conocer nuestra procedencia española. Tal es así que nos animó a aplazar la visita al museo, para invitarnos a tomar un “expresso” con ella. Resultó sociable, simpática y habladora. Un buen momento de calidad humana. Para mí el museo resulta más interesante que la capilla. Tiene una buena y suficiente colección de bicicletas de interés, mucha decoración fotográfica, gran cantidad de maillots, información, etc. Y todo ello, claro está, centrado principalmente en el ciclismo italiano, lo cual compensa lo que estoy acostumbrado a visitar por aquí o por tierras galas. Tomamos unas cuantas fotos, intercambiamos mucha información con su responsable y recorrimos a gusto todas sus estancias. Además de ojear parte de su oferta de libros.

 
Una vista interior del museo del ciclismo.

 
Bicileta de Fiorenzo Magni en Giro de 1953.

 
Bicicleta de Gino Bartali en el Tour de Francia de 1948.

De nuevo en ruta, pedaleamos un trayecto por pueblos de ladera, con una carretera agradable que alternaba tramos llanos con algunos toboganes. Un buen calentamiento antes de girar en un cruce a la búsqueda del terrible muro de Sormoano. A la cumbre se puede acceder por dos itinerarios desde ese lado. Uno más largo y mucho más suave, y otro, el famoso, corto y directísimo. Tengo que decir que si a Javier le debo el que me obligara hace tiempo a ducharme en las míticas, auténticas y originales duchas de los grandes ases en Roubaix, esta vez fui yo quién se encaminó directo a por el muro, haciendo caso omiso a su propuesta de utilizar la alternativa. El muro es una sucesión de porcentajes brutales escalonados en los que los supuestos descansos son en realidad porcentajes muy duros. La carretera es una cinta de asfalto estrecha pero de excelente calidad. Su color negro hace destacar todas las pintadas rotuladas que la decoran, constituyendo una especie de obra de arte que fue encargada hace unos años para decorarla. Hay “puntos clave” pintados con círculos concéntricos, auténticas leyendas y, en cualquier caso, casi la totalidad de la ascensión tiene numerado, uno a uno, cada metro de desnivel que se asciende. Yo lo tenía claro: ya que estaba allí, lo ascendería, aún a sabiendas de que probablemente la mayor parte del recorrido la haría caminando, teniendo en cuenta que llevaba un 42x28, lo cual, para cuando la cosa se ponía más allá del 25%, era a todas luces insuficiente. Y visto mi empeño, Javier no lo dudó y me siguió. Efectivamente caminé algo, pero muchísimo menos de lo que inicialmente pensaba. Pedaleé relativamente bien hasta que en el metro 614 me tomé un descanso, pero al rato volví a los pedales durante bastante tiempo. Tras unas durísimas curvas opté por un segundo desmonte (aún más breve) y desde allí ya no me bajé hasta el final. Aunque Javier gozaba de triple plato, también optó por caminar algún rato. En realidad, tal y como me comentó después, “se avanzaba casi más rápido andando que pedaleando”. El caso es que la experiencia fue estupenda, emotiva y, probablemente, irrepetible. Por si acaso, allí dejamos nuestro esfuerzo, tras el cual, nos premiamos con una estupenda cerveza en un bar de montaña, en una terraza con vistas.

 
Algo así como: “Delante 50 y 42. detrás 24, 17, 19, 23, 26, es una subida que se puede hacer con el 42X26. El primer tramo es durísimo y se deberá superar de firme, porque viene después de una curva cerrada. Serán difíciles esos 2 kilómetros que hay que subir, ya que muestran curvas cerradas con pendientes de miedo. Será dificilísimo el último Repecho”. Bartali (Traducción libre e inexacta, pero en pleno esfuerzo, cualquiera pilla el mensaje).

 
Javier solventando los últimos metros del muro.

 
Arriba cambia el semblante. Aquí poso con mi bicicleta Vipch.

El día era espléndido, así que nos permitimos un ligero descenso para visitar una pradería cercana, antes de dar media vuelta, ascenderlo en sentido contrario y regresar del alto por la alternativa que desechamos al ascender. Ya no paramos en nuestra marcha regresando a la ribera del lago, utilizando parte del recorrido de venida y otros tramos diferentes que nos permitieron alcanzar la orilla unos cuantos kilómetros más cerca del coche. Una vez allí, la actividad ciclista se cerró de forma insuperable, con un baño en el lago y un pic-nic en su playa de guijarros. Libres del sudor, nos cambiamos de ropa y nos pusimos en ruta con el coche hacia Schio, centro de operaciones del clan de la Vacamora. El trayecto de casi 300km se hizo largo porque sufrimos algo de atasco en la autopista, pero era tanto lo que podíamos seguir paladeando de esos aproximadamente 60km de ciclismo histórico recorrido, que creo que a ninguno de los dos nos importó demasiado.

Una vez instalados en un hotel de la localidad, nos encontramos con Gaetano y su hermano Giorgio, y dejamos preparadas nuestras bicicletas y nuestro equipaje en el camión-hotel, antes de irnos a cenar con algunos otros amigos (también participantes) para celebrar el cumpleaños de nuestro viejo amigo Alvaro. Unos macarrones caseros especiales y muy contundentes, y pato de segundo. Había que coger fuerzas para el día siguiente.

1ª etapa: Trieste – Gorizia, 78 km.

Por la mañana pronto nos vinieron a buscar en un coche para llevarnos a un aparcamiento grande en una plaza del cercano Thiene. Aquel era el punto de reunión de todo el grupo. Llegó gente en coches, el camión-hotel, la furgoneta de asistencia, etc. Tuvimos una agradable reunión en la terraza de la heladería de la mujer de Nicola (alma mater en la sombra de todo este tinglado). Nos invitaron a tartas y bebidas refrescantes, se sucedieron presentaciones y breves discursos (el del alcalde incluido). Un cura bendijo la expedición. Y acto seguido, Nicola dio paso a la ceremonial presentación y entrega del maillot. Se trataba de un precioso modelo de punto, con solapas y bolsillos delanteros, inspirado en los primeros años cuarenta. Era de azul “italiano”, con escudo del viaje, otro de la casa Saboya de la época y venía personalizado con el nombre de cada participante, su bandera de origen en la manga, y un número por él elegido. Un auténtico detalle de concepto y calidad. Además, se nos entregó un carnet de ruta que debería ser sellado tres veces al día, protegido dentro de una funda de plástico, una chuleta plastificada con el itinerario, los teléfonos más importantes y un dorsal personalizado para la bicicleta. Estilo y diseño italianos a raudales. Habían aparecido algunas bicicletas interesantes como la restaurada “Torpado” de Alvaro o la inmaculada (a estrenar) “Gios” de Cristian, por supuesto la siempre fiel “Sussi” de Nicola, además de tres Zanin. Hay que decir que había bastantes bicicletas modernas, de carbono o aluminio, esto se explica porque sus reglas permiten que gente que tenga ciertas dificultades de rendimiento, o especialmente si avalan edad avanzada, puedan tomar parte en sus eventos con bicicletas modernas. Por nuestra parte nos presentamos con una Razesa setentera (Javier) y mi Vipch de los ochenta en color dorado “cromovelato”.

Empezamos el viaje subiéndonos en un microbús y pasando media mañana en un viaje bastante largo hacia el este. En una explanada solitaria, a unos 9 km de Trieste, paramos para cambiarnos de ropa, preparar nuestras bicicletas, reunirnos con nuestra asistencia (el camión, la furgoneta y una autocaravana en la que viajaban Cecilia e Ilaria, esposa e hija, respectivamente, de Diego). El trayecto hacia Trieste fue algo caótico. Un grupo de veinte ciclistas de distinta procedencia que se reúnen por primera vez, es difícil que muestren en la carretera un comportamiento compacto, así que el grupo se estiró y se rompió, y algunos hicimos lo que pudimos para no perder la estela de los que sabían el camino. Primero vino un llaneo apresurado (los comienzos en bicicleta, por alguna extraña razón, siempre resultan precipitados), seguido de un largo descenso, cada vez más urbano, hasta el centro de Trieste. Allí nos detuvimos ante la presencia del tercer buque escuela de la Armada italiana, amarrado frente a la plaza de la Unità d’Italia. Nos hicimos fotos y cruzamos hacia la amplia, elegante y luminosa plaza, donde nos reunimos con el alcalde la ciudad, que nos explicó la vinculación histórica de la urbe con la Gran Guerra y nos acompañó en un breve paseo, hasta que enfilamos el camino hacia la catedral de San Giusto, donde sellamos nuestra primera credencial. Fuimos saliendo de la ciudad por la costa. El día era muy soleado y la luz del mar nos bañaba de color y calidez veraniegos. La carretera costera era muy agradable, aunque presentaba demasiado tráfico. Un intento de visita al castillo de Miramare resultó frustrado, por lo que seguimos bordeando la costa en un grupo en el que se producían tirones, que desencadenaban rupturas ante la prisa aparente de algunos de los de cabeza y la falta de atención suficiente de otros de en medio. Tras remontar un poco de altura y separarnos de la línea de costa, llegamos al descomunal Sacrario Redipuglia, un mausoleo que en su día mandó edificar Mussolini para albergar los restos de soldados fallecidos en la I Guerra Mundial. Nos lo explicaron al detalle, exploramos una trinchera allí situada, y lo visitamos con respeto, sobrecogidos ante la cifra de los 87.000 seres humanos que allí se encuentran enterrados. Javier es un apasionado de toda la historia bélica, y en especial de la referente a la Gran Guerra. Yo confieso que no es un asunto que me motive demasiado, pero tengo que reconocer que el lugar me impresionó por sus dimensiones físicas y las cifras de su contenido.

 
En Trieste, casi todo el grupo reunido, enfundados en el maillot corporativo del viaje.

 
Piazza Unità d’Italia, Trieste.

 
Trieste visto desde la carretera costera por la que proseguimos nuestra ruta.

 
Detalle del imponente Sacrario Redipuglia.

De vuelta al pedaleo, en un momento dado, adelantando a un grupo que se descolgaba, logré alcanzar a los de cabeza. Era la primera vez que veía el avance desde tales posiciones. Los de delante en aquellos momentos pedaleaban en paralelo detrás de un sidecar antiguo Ural de un amigo del grupo. Venía de perlas porque el viento pegaba de cara. Pero al cabo del rato uno rebasó al motorista, luego otro, y finalmente alguien más y la cabeza se volvió a disolver, demostrando cierta feliz indisciplina que, salvo en momentos muy concretos, caracterizaría nuestra marcha a lo largo de las seis etapas del viaje. Yo me quedé en el grupito de la moto y por detrás venían (no a la vista) sucesivos grupos igualmente reducidos. En un hotel a la entrada de Gorizia esperaba ya instalado nuestro camión y la caravana. El viaje estaba organizado de forma que Diego pernoctaba con su familia, ocho ciclistas varones (incluidos Javier y yo) en el camión, y el resto se hospedaba en los hoteles seleccionados en el itinerario. De todas formas, camión y caravana, siempre eran aparcados en las instalaciones exteriores de los hoteles, de modo que la convivencia no se viera truncada. Así mismo, todas las bicicletas se guardaban por la noche en locales dispuestos por los establecimientos visitados. Un plan francamente bien organizado. En aquella primera velada se sucedieron la ducha, un rato para tomar notas y una magnífica cena grupal en la terraza cubierta del hotel. El viaje empezaba a tomar verdadero cuerpo.

2ª Etapa: Gorizia – Casarsa della Delizia, 175 km.

Cada mañana, por lo general, mis compañeros de camión madrugaban bastante más de lo necesario. De víspera se nos indicaba la hora de salida y a partir de ahí calculábamos. Nosotros desayunábamos siempre en la mesa exterior del camión. Aquella mañana llovía de forma casi imperceptible y el cielo estaba encapotado. La etapa anterior todos habíamos ido uniformados con la “maglia” del evento, pero hoy, que había libertad al respecto, me decanté por mi Delmer Bikes naranja y negro. Desde el principio se rodó a un ritmo más calmado, algo debían haber hablado entre sí los principales responsables. La mañana fue resultando muy ágil y en seguida empezamos a acumular bastantes kilómetros de aquella larga etapa. Pasamos por una Gorizia italiana algo fantasmal e inmediatamente cruzamos la frontera hacia Eslovenia. El paisaje fue haciéndose cada vez más bonito. Progresábamos por el lecho de un valle muy verde, jalonado por montañas que cada vez se hacían más evidentes y elevadas y junto a un río cuyo color azulado progresaba en tonos más pastel y luminosos, casi como si de una irreal pintura naïf se tratara. Abundaban los bosques y las cumbres se hacían más escarpadas. A ratos llovía mucho, por lo que parte de la mañana transcurría con ese típico juego de quita y pon con el impermeable, aunque finalmente se tuviera que quedar puesto la mayor parte del tiempo. La última vez que me quedé a solas para ponérmelo (con la furgoneta custodiándome detrás), debí aplicarme unos pocos kilómetros en plan de CRI para alcanzar a Cristian que ese día había asumido la responsabilidad de cerrar el grupo y vigilar posibles descarriados. Ambos, inmediatamente nos unimos al grupo.

Más tarde el tiempo mejoró y disfrutamos de pueblos y paradas muy bonitos. En Eslovenia el tráfico resultaba mucho más relajado y fue bajando notablemente de intensidad. En un momento dado un grupo se quedó cortado, con Gaetano y Alvaro dentro del mismo. Opté por ponerme en cabeza y lo fui acercando de nuevo. Una vez logrado, volvía a la retaguardia para disfrutar del panorama con calma e incluso hacer algunas fotos en marcha. Ese modo de actuar lo repetí varias veces durante bastantes kilómetros y la verdad es que me resultó muy entretenido. Gaetano, habitual en él, me felicitó las maniobras y atenciones en varias ocasiones. En esa dinámica hubo un momento en el que me encargué de relevos muy largos y cuando llegamos a una parada de reagrupamiento puede percibir que hubo cierta bronca dirigida hacia los de cabeza. Alvaro, con quien compartí muchos kilómetros en Pirineos años antes, se me acercó para decirme que “cómo siempre, era un auténtico señor”. Se lo agradecí, aunque no tiene mérito, sino simplemente se corresponde con la personal forma que tengo de entender los viajes grupales en bicicleta. De todas forma, el tema de las discusiones en aquel grupo era más una cuestión de elocuencia teatral típica del carácter latino, ya que a los pocos minutos de surgir, se diluían y olvidaban completamente.

Tras otro rato de pedaleo maravilloso llegamos a Kobarid (en italiano Caporeto), famoso por haber sido escenario de la probablemente más lamentable derrota sufrida por el ejército italiano a lo largo de su historia. Allí visitamos un puente que nos ofreció unas vistas espectaculares sobre el luminoso río azul turquesa. También visitamos un pequeño museo sobre la Gran Guerra en el entorno local. Me resultó muy interesante porque mostraba mapas con la evolución cambiante de las fronteras y, sobre todo, un amplio reportaje fotográfico sobre la vida militar en las cumbres, especialmente en condiciones invernales, con una carga de nieve notable. Él o los fotógrafos de la época, desde luego, dominaban francamente bien su oficio, pues las placas conservaban muy buena calidad. Tras el museo, ascendimos un duro muro para alcanzar un mausoleo con más tumbas y unas excelentes vistas sobre el valle. E inmediatamente después nos acercamos al camión para disfrutar de un fuerte avituallamiento.

 
Inolvidables kilómetros por Eslovenia. Tras la rueda de Alvaro.


Paisaje con el mausoleo de Kobarid. Detrás las cumbres en las que se desarrollaron acciones militares estratégicas entre la nieve.

 
Gino, Javier, Gaetano y un servidor. Por ahí esparcidas algunas bicicletas de interés: a la izquierda asoma la impecable Gios de Cristian, y a la derecha aparecen la Sussi de Nicola, una elegante Olmo de Giovanni y mi Vipch.

 
La Zanin de Gaetano. Una preciosidad con importante carga de apego emocional para su dueño.


Hermosísimo curso fluvial que nos acompañó durante bastantes kilómetros.

Hasta ese momento la mañana había ido muy bien en la relación tiempo transcurrido/kms completados. Pero el “timing” se fue descontrolando a lo largo del resto de la jornada. Salimos algo tarde, surgieron algunas dudas sobre la ruta y, en Udine, dimos más vueltas de la cuenta, tanto para entrar como para salir de la ciudad. Por cierto, el centro de la localidad es muy bonito.

Tiempo después paramos en una sobria iglesia dedicada al recuerdo militar de la campaña italiana en Rusia durante la II Guerra Mundial. El templo en sí es frío y poco atractivo, aunque muestra unos enormes bajo-relieves muy ilustrativos. La parada fue larga e incluyó varias explicaciones. A mí, y creo que a unas cuantas personas más, se nos hizo demasiado duradera, además de llevarnos mucho tiempo, en un momento en el que ya sufríamos déficit del mismo. A esas alturas un par de ciclistas ya habían optado por subirse al furgón de apoyo. Uno por fatiga y el otro por avería. Se libraron de una tarde marcada por un tráfico denso y algo amenazante, que discurría por una ruta sin ningún atractivo. Sin embargo, la misma nos condujo hasta Palmanova, una peculiar localidad turística que, vista desde el cielo, presenta una planta urbana con exacta forma de estrella de nueve puntas. Es una ciudad fortificada que empezó a construirse en 1593 con prioritarios objetivos de defensa. Su plaza central es amplísima y en ella nos detuvimos a refrescarnos con unas jarras de cerveza.

Vista parcial de la amplísima plaza central de Palmanova.

Aún nos quedaban 40km para llegar al destino y los recorrimos en gran grupo, en fila india y pendientes del abundante tráfico de tarde. Al final el grupo de partió y me coloqué delante de la 2ª mitad, tirando de la misma y regulando para no perder unidades. Un día más me encuentré muy bien de fuerzas y lo achaqué a la reciente acumulación de kilometraje patinando en Alemania. De hecho, poco a poco fuimos cazando e incorporando gente que se iba descolgando de la mitad delantera. Así seguimos hasta que a la entrada de la ciudad de destino, nos detetuvimos al ver a unos que habían pinchado. Al rato, por detrás, se nos incorporaron Cristian, Javier y alguno más que se habían quedado rezagados ante unas dudas surgidas sobre una hipotética ausencia de un participante. El esfuerzo final me gustó, y de paso, me propició el agradecimiento de algunos de los beneficiados. En cuanto a la jornada ciclista en sí, me había resultado fantástica por la mañana aunque perdiendo el encanto por la tarde. Sin embargo, tal y como los días siguientes se encargarían de demostrar, el viaje se guardaba aún sus principales tesoros, aquello no había hecho más que empezar. La rutina de final de la jornada se impuso con celeridad: guardabicis, ducha y diario, seguidos de una cena extremadamente copiosa y sabrosísima, con Gino y Gaetano en la mesa y dando cuenta de dos botellas de excelente vino blanco frío.

3ª etapa: Casarsa della Delizia – Bassano del Grappa, 145 km.

Esa mañana, pese a haber estado listos con tiempo de sobra, Javier y yo nos despistamos dando presión a mis ruedas y, cuando quisimos levantar la cabeza, ya no quedaba nadie. Salimos a toda prisa y logramos verlos al fondo de una larga recta. Me puse a pedalear con fuerza y logramos alcanzar y sobrepasar a Antonio, que se nos unió hasta dar caza al grupo. ¡Vaya calentamiento láctico para empezar la jornada!. Allí nos quedamos, en la zaga, descansando a lo largo de tramos rectos con tráfico y un paisaje anodino. Afortunadamente, al cabo del tiempo las rectas se fueron estrechando, el tráfico empezó a desaparecer y el paisaje se hizo más rural y atractivo.

Hoy prácticamente todos volvíamos a vestir el maillot azul por motivos institucionales. Realizamos un corto pero duro ascenso a una iglesia. En esta etapa decidí apretar en todos los ascensos porque me apetecía, me sentía bien y quería mantenerme en forma. Muy cerca del alto alcanzamos un cementerio en el que se encuentra la tumba de Ottavio Bottecchia, mítico ciclista que fue el primer italiano en alzarse con el triunfo en el Tour de Francia.


Sepultura de Ottavio Bottecchia y familia.

[Ottavio Bottecchia, fue uno de los más grandes ciclistas de la historia de Italia. En el año 1923 logró quedar segundo en el Tour de Francia, el cual ganaría consecutivamente en 1924 y 1925, erigiéndose como el primer ciclista italiano de la historia en conseguirlo. Llegó a correr en España en alguna ocasión, como por ejemplo en la III Vuelta al País Vasco de 1926. Su fallecimiento siempre estuvo envuelto en un halo de misterio. Se le encontró con la cara destrozada junto a un muro y las especulaciones se han ido sucediendo, barajando muy diferentes posibilidades: accidente en bicicleta (totalmente descartado), agresión de un vecino por asuntos de propiedad de productos de la tierra, venganza de un marido deshonrado o asesinato por parte de un grupo de fascistas. Lejos de querer plasmar aquí una micro-biografía, si interesa reseñar algunos detalles que nuestro acompañante Cristian, buen conocedor de la vida del mítico ciclista, nos comentó junto a su sepultura. Por lo visto Bottecchia, antes de triunfar como ciclista, era lo que solemos denominar como “un muerto de hambre”. Durante mucho tiempo, con frecuencia ascendía a las montañas que se ven desde el cementerio, para ir a buscar piedras con las que iba levantando su casa. Aquello le proporcionó una fuerza fuera de lo común a pesar de su ligereza. Además de sus méritos ciclistas, fue honrado con la medalla de bronce al mérito militar tras la I Guerra Mundial por ejercer como observador en bicicleta, funciones por las que fue capturado hasta en dos ocasiones, que acabaron con sendas fugas por su parte. La segunda, además, incluso ayudando a algunos heridos a escaparse].

Descendidos del cementerio, visitamos un monumento en honor al propio Bottecchia, lugar en el que nos habíamos citado con varios ciclistas representantes del Club Vittorio Veneto, los cuales nos acompañarían durante todo nuestro deambular por su municipio. Entre ellos destacaba la afinada figura de Renatto Longo, un hombre de 80 años de edad que fue cinco veces Campeón del Mundo de ciclo-cross y otras once de Italia. El campeón sigue fino, con una planta y un aspecto envidiables, y una cercanía y simpatía naturales dignas de mención.

 
Con mi bicicleta ante el monumento en honor a Bottecchia.

 
De izquierda a derecha: José, Gino, Renatto Longo, Gaetano y Javier. Detrás, sonriendo, Cristian.

Todos juntos entramos pedaleando en la ciudad de Vittorio Veneto, un casco urbano elegante, caracterizado por amplias calles con mucha abundancia de villas unifamiliares de empaque. Fuimos recibidos en el ayuntamiento por parte de su alcalde y varios concejales. Recepción oficial, intercambio de regalos y un posterior refrigerio en una terraza de la plaza. Al despedirnos, dimos una vuelta por el barrio antiguo de la ciudad, una joya de casas concentradas de estilo veneciano. Después, los cicloturistas nos guiaron por algunas carreteras estrechas hasta embocarnos en la ruta a seguir, justo antes de despedirse.


Un rincón del casco más antiguo de Vittorio Veneto.

La ruta transcurría por carreteras estrechas y sin tráfico, tomando algunos desvíos hasta acceder a una zona de viñedos en la que pronto nos reunimos con el camión para comer. De nuevo en marcha, nos vimos algo descoordinados y hubo bastantes pequeñas paradas que nos fueron robando mucho tiempo. Lo mejor es que el paisaje se había ido haciendo más variado, con profusión de colinas boscosas, laderas cultivadas con viñas y preciosas carreteras solitarias que serpenteaban entre recodos y rincones. En aquel romántico laberinto de cruces estuvimos un rato perdidos buscando un monumento dedicado al militar Francesco Baracca, muerto en accidente aéreo. Resulta que uno de sus emblemas de familia era un “cavallino rampante” que, por amistad, cedió a un piloto de carreras de coches amigo suyo llamado Enzo Ferrari…

En medio de aquel sube y baja, con el grupo mermado por algunas ausencias que a los no implicados en la organización se nos escapaban, incluso nos detuvimos a admirar una enorme locomotora de vapor y a tomar una breve cerveza. En un descenso moderado en el que acompañaba a un rezagado, nuestro compañero francés Toni sufrió un pinchazo que me encargué de arreglar con Gaetano. Pronto llegó un fuerte ascenso de 3km hasta la hermosísima localidad de Asolo. Es un lugar con solera, encaramado en un alto que domina todas las tierras bajas circundantes. Allí nos encontramos una pequeña exposición de fotos de Pinarello, ciclista y constructor nacido en la región. Una prueba más de que el Veneto es una de las regiones de Italia (sino la que más) en las que más arraigo tiene el deporte del ciclismo. También allí, en un agradable bar a la sombra de una coqueta placita, nos tomamos otra caña, antes de dar una vuelta en bicicleta por la plaza principal y el centro histórico de Asolo.
 
Bárbara en pleno último esfuerzo en Asolo.

 
Nicola corona sonriente la ascensión.

Por aquellos territorios, Lucca, un nuevo acompañante, era quien ejercía las funciones de guía del pelotón. El final de la etapa resultó precioso, manejando el manillar entre viñedos, con muchas curvas, giros de noventa grados, y una cuidada selección de carreterillas rurales. Las lomas iban relajando sus perfiles y el contraluz de la tarde daba color a la “grupetta”, que rodaba encantado con sensación de disfrutar de un escondido paraíso. Y así, sin novedades, alcanzamos el destino de Bassano del Grappa. Una ciudad fascinante que recorrimos apeados de las bicicletas, dado el bullicio de personas que paseaban por sus calles y plazas, o se acodaban en las paredes de los bares, disfrutando de una especie de aperitivo de tarde. El ambiente era llamativo, el más evidente que encontraríamos a lo largo de toda nuestra estancia en Italia. Mucha gente joven, parejas, turistas, etc. Todos ellos conquistando las calles con manifiesta motivación ociosa y de pasarlo bien. Aunque el peculiar “Ponte Vecchio” sea quizás el atributo más característico del lugar, toda la ciudad resulta atractiva. Nos tomamos una de esas características bebidas autóctonas, en un bar histórico del puente. Allí, precisamente, nos encontramos con caras nuevas que se incorporarían al viaje parcialmente, o como en el caso de un matrimonio alemán (Bettina y Thomas), hasta el final. Despachada la copa, cruzamos el puente y pedaleamos junto al río y por un callejón, unos 2 km hasta el punto en el que hotel y camión nos esperaban. De hecho, ese último trayecto lo llegamos a repetir dos veces más aquel mismo día. Una, ya duchados y vestidos de paisano, para regresar al centro para cenar todos en un buen restaurante; y otra, con el frontal encendido, en plena noche, para volver a dormir después de la cena.

 
El pelotón disfruta tranquilo de los últimos kilómetros de la etapa.

 
Vista del Ponte Vecchio de Bassano del Grappa.

4ª Etapa: Bassano del Grappa – Asiago, 136 km.

¡El cuarto día fue una inmersión total en el núcleo del ciclismo italiano de siempre!. La “partenza” se adelantó con respecto a los días anteriores, quedando establecida en las 7,30 de la mañana. Un rodeo por los alrededores de Bassano del Grappa hizo las veces de calentamiento, y, de inmediato, iniciamos el ascenso del Monte Grappa, “Cima Coppi” y una montaña “sagrada” para la nación italiana, tanto desde una perspectiva ciclista, como histórica y bélica. La inicié en cabeza con Antonio, Thomas y Javier, aunque este último, enseguida optó por un ritmo más moderado. Los primeros 4 km son francamente duros, aunque gozan de la sombra que ofrece una ladera boscosa sobre la cual la carretera dibuja unas cuantas horquillas. Antonio, un hombre fuerte sobre la bicicleta, nos fue regulando un ritmo apto para que lo pudiéramos seguir. Si veía que se pasaba, ralentizaba un poco, si nos veía bien, apretaba. Se le notaba con ganas de rodar en trío. Había bastante tráfico de coches turísticos y motos. Era un típico día de domingo, en un destino tremendamente popular, por lo que la densidad de vehículos fue aumentando a lo largo de toda la mañana. Los 11 km de la primera parte se hacen trabajosos, aunque todos ellos disfrutan de la mencionada sombra, y, a medida que se elevan, van ofreciendo excelentes vistas sobre las llanuras circundantes. Antes del primer alto principal hay un leve descenso en el que a Thomas se le cayó el bidón y yo me detuve a esperarlo. Al final, los tres coronamos juntos y felices, en el apalabrado punto de encuentro en el que nos hicimos algunas fotos y nos tomamos un café. Hablando de todo un poco salió a relucir la edad de Antonio: ¡Setenta!, impresionantes: su aspecto y su rendimiento sobre la bicicleta.

 
Tras la primera parte de la ascensión al Monte Grappa poso con Thomas, el mando Alpino y Antonio.

 
Mauricio y Giovanni coronan amigablemente la primera ascensión.

Poco a poco iban llegando los demás. Lo hacían en diferentes agrupamientos en función de las preferencias de cada cual, de ritmo o de compañía. El día era de nuevo generoso en sol y calor, aunque a medida que ganamos altitud, la brisa facilitaba que la temperatura fuera perfectamente llevadera. Partimos de nuevo, primero descendiendo un rato, y después iniciando la segunda parte del largo ascenso a la montaña (unos 26 km en total). Aquella segunda parte la iniciamos con dos acompañantes extra que, en diferentes momentos, se nos acabaron quedando detrás. La vegetación arbórea desapareció, y en su lugar la pirámide de la cumbre y sus collados adyacentes mostraban laderas tapizadas de verdes pastos de montaña. Los paisajes resultaban muy abiertos y la ascensión se volvía a endurecer bastante en algunos tramos. En un momento dado, Antonio, que nos había vuelto a plantear un ritmo adecuado al trío, nos avisó de que apenas quedaba un kilómetro de ascensión. Mientras yo interpretaba el comentario como una señal de ánimo y compañerismo, Thomas dio un acelerón y se marchó él solito hacia adelante, mientras Antonio se me quedaba mirando con cara de emoticono interrogante. Se ve que los tres íbamos pensando en diferentes “juegos”. En cualquier caso, arriba, enseguida, los tres nos volvimos a reunir, rodeados por un ambiente plagado de ciclistas, moteros y demás turistas sobre ruedas. A destacar una excursión de Vespas cuidadísimas y preciosas, con algunas unidades verdaderamente originales en su acabado. La cumbre del Monte Grappa es un espacio militar custodiado por un destacamento de Alpinos. Precisamente, el joven que ostenta el “mando en plaza”, era un ciclista que nos había acompañado en algunos momentos de la ascensión y que ejerció de anfitrión para todo nuestro grupo. Nos dispuso un garaje para guardar las bicicletas, nos preparó un comedor aparte en el refugio hostelero de la cumbre y nos hizo una breve visita guiada al mausoleo de soldados fallecidos que hay construido sobre el punto más elevado de la montaña. Arriba hacía frío. Estábamos a 1775m de altura. Mientras esperábamos a todos para comer, hubo que ponerse el cortavientos y sentarse al sol protegidos del viento. Mientras devorábamos la pasta, ya todos juntos, en las paredes de aquel típico comedor de refugio de montaña podíamos ver unos posters que mostraban imágenes, información y perfil de cada una de las ¡10 ascensiones! ciclistas que ofrece esta montaña. Esta mítica Cima Coppi. Nosotros no ascendimos ni la más dura ni la más suave, sino una especialmente clásica y que aporta un buen equilibrio de dureza y longitud. En lo personal yo había anticipado mi particular homenaje luciendo para la ocasión una “maglia” rosa de punto, de los años 40-50. Arriesgado pero emotivo.

 
“Casa armada (cuartel) del Grappa y Refugio Bassano.

 
Con Javier, con el Sacrario del Grappa al fondo, así como el último tramo de carretera de ascensión.


Detalle de algunas vistas desde la cumbre, se aprecian algunos de los trazados de ascensión diferentes a los empleados por nosotros para subir y bajar.

 
Ocupamos hasta cuatro mesas en el comedor del refugio. Aquí aparecen dos de ellas.

 
Una imagen imposible: nuestras bicicletas reposan respetuosamente a los pies del Sacrario en el Grappa. Normalmente no se permite el acceso allí en bicicleta, en este caso entendieron que se trataba de una ocasión especial, avalada por el homenaje que todo nuestro itinerario estaba forjando.

El descenso por otra vertiente fue larguísimo y muy precavido porque Antonio se lo tomó con muchísima calma, y Thomas y yo “respetamos” su planteamiento. Fue un descenso con muchos tramos de pedaleo, por lo que acabó acumulando bastantes kilómetros. De todas formas, considero que toda precaución era buena porque el comentado tráfico turístico proliferaba por las diferentes carreteras y en el caso de algunas motos, mostraba evidentes tintes “cañeros”, por lo que tener margen para ceñirse a la cuneta propia al salir de las curvas ciegas, era un claro plus de seguridad. Una vez abajo, nos detuvimos para reagruparnos completamente. El calor volvía a resultar excesivo, ya perdida la altitud. Continuamos todos por algunas carreteras de enlace, con terreno variado y cada vez con menos tráfico, hasta finalmente poder olvidarnos de él. Nos detuvimos para visitar un fuerte que tuvo una utilidad efímera en una guerra en la que el fuego enemigo de gran calibre no le dio ninguna oportunidad práctica. Un rápido descenso de “paellas” anchas y de asfalto nuevo nos dejó junto al camión para un avituallamiento previo al ascenso de un segundo “puerto” de unos 7-8 km hasta Enego. Un hermoso pueblo abalconado hacia el valle, que nos daba la bienvenida al Altiplano. Para aquella subida cambié de compañía y decidí ascenderlo con Javier, a quién apenas había visto en carretera durante el día. Escalamos juntos y solos, sin descanso, y a un ritmo vivo, pero llevadero. La ascensión, marcada por una sucesión de horquillas, era muy bonita y a la sombra del arbolado. Una excelente carretera, de pavimento prácticamente nuevo en sus primeros kilómetros.

Alcanzado el casco urbano, tras repostar agua fresca en una fuente, y asomarnos a un mirador, Diego nos propuso ir avanzando con él y con Mauricio. Quedaban 25 km, era tarde y aún faltaba gente por llegar, así que aceptamos con la condición de que se diera expreso aviso a Gaetano. La verdad es que el tramo final lo acometimos bastante “vacíos” de fuerza, pero fue un auténtico disfrute porque la carretera resultó maravillosa y solitaria, ascendiendo, descendiendo y serpenteando entre los pliegues del paisaje del Altiplano, pero sin bajar de él. Cruzamos una garganta espectacular por su estrechez y profundidad. Lo hicimos por medio de un viaducto de más de 170m de altura. El trayecto nos exigió un duro ascenso inicial de 4km, seguido de un semi-descenso, un nuevo repecho y otro semi-descenso de esos en los que avanzas mucho al poder pedalear con todo el desarrollo metido. Aquello se convirtió en uno de los mejores tramos ciclistas de mi vida. Uno de esos que se te quedan grabados en la memoria, en las retinas y hasta en las sensaciones corporales. Diego nos guiaba con perfecto conocimiento de la ruta y un ojo atento a los posibles síntomas de fatiga de Mauricio. Éste demostró ser un ciclista como la copa de un pino. A sus 74 años, se dosificaba con sabiduría en las ascensiones, mostraba gran oficio cogiendo rueda en los llanos y trazaba con elegancia, velocidad y eficacia todas las curvas de los descensos. Había que ir verdaderamente concentrado para no perder de vista su rueda en tales ocasiones. El paisaje era de fábula. Colinas elevadas con bosques alpinos salpicadas por pequeños pueblos con casas que bien podrían corresponder a algún territorio Suizo o Austriaco.

 
Luz de tarde, Javier y Mauricio superan la última pendiente antes de alcanzar el final de la dura jornada.

Ya en el destino, después de guardar las bicicletas y ducharnos, Javier y yo nos premiamos con sendas cervezas muy especiales. La cena consistió en un menú de especialidades Cimbras. La cultura Cimbra tiene procedencia germana (bávara y tirolesa), aunque algunas leyendas localizan sus raíces previas en Dinamarca. Los hechos parecen confirmar que durante la Baja Edad Media, parte de este pueblo emigró al Altiplano ahora italiano, instalándose en él, y conservando, desde entonces, gran parte de su acervo cultural (lengua y gastronomía entre otros). La cena volvió a resultar estupenda una vez más, y yo aproveché los postres para hablar en público al grupo, y hacer un breve discurso de entrega de mi tercer libro del blog a Gaetano. Ese en el que hay un capítulo dedicado a la marca de bicicletas Vipch (la que llevaba en el viaje), y otros dos que narran mi convivencia con los miembros del grupo Vacamora (Roubaix y los Pirineos). La velada se prolongó con buena charla, y unas cuantas risas con el matrimonio alemán.

5ª Etapa: Asiago – Rovereto, 122 km (+ 10).

Con respecto al último tercio del viaje, algo en mi interior me decía que quizás, pasadas las hermosísimas etapas centrales del mismo, los recorridos pudieran experimentar un cambio hacia una normalidad consistente en la inclusión de un porcentaje aumentado de tramos sin atractivo, con tráfico y que sirvieran de enlace hacia el destino final. ¡Me equivocaba rotundamente!, las dos últimas etapas no solo no desmerecieron con respecto a las anteriores, sino que siguieron sorprendiéndonos con trayectos inigualables y dignos de recuerdo para siempre. El anteúltimo día amaneció claro y despejado, aunque frío a causa de la los 1000m aproximados de altura. Asiago es una ciudad pequeña que durante décadas ha crecido como centro turístico para la práctica de los deportes de invierno. Eso es algo que se nota en su paisaje, su estilo y su arquitectura. Sin embargo, para los tiempos que corren, su cota se va quedando corta y aunque las nevadas invernales siguen dándose, parece que lo hacen con menor frecuencia e intensidad. Pese a ello, en plena temporada veraniega la localidad se mostraba llena de vida, sugerente y con la apariencia de que dispone de suficientes atractivos y recursos alternativos como para seguir adelante con su desarrollo.

Lo primero que hicimos fue un descenso muy breve para alcanzar la entrada de un museo militar que estaba cerrado, y fotografiar una locomotora muy especial: la verdadera Vaca Mora que da nombre al club de nuestros amigos. La máquina reposa junto al edificio del museo, que no es otro inmueble que el que fuera estación de destino de dicho ferrocarril. El trazado del mismo se puede estudiar a ratos sobre el terreno y consistía en un ascenso de gran desnivel entre las llanuras cercanas a Schio (sur) y Asiago, basándose, evidentemente, en el sistema de cremallera.

 
Parte del grupo posamos junto a la auténtica Vaca Mora: Giovanni, Mauricio, Nicola, Bettina, Gaetano, José y Javier.

Volviendo a la bicicleta, el sol ya brillaba con intensidad y la mañana fue discurriendo durante una ascensión muy suave de unos 15kms que nos llevaban por un lecho de praderas verdes, decoradas aquí y allá con bosquecillos de abetos. El alto marcaba varias fronteras: la cambiante oscilación territorial entre Italia y Austría de épocas pasadas, y la actual separación administrativa entre las regiones de Veneto y Trentino Alto Adigio. Las abundantes vacas pastando nos hicieron recordar los sabrosos quesos que estábamos disfrutando a lo largo de aquellos días. Y por aquí y por allá, algunos cables y pilonas nos demostraban que aquello era un territorio colonizado por numerosas y pequeñas estaciones de esquí. Hicimos un par de paradas de reagrupamiento y mantuvimos un ritmo muy asequible, que en esta ocasión disfruté ubicado por la zona delantera. No rodábamos en gran pelotón, sino en un rosario de unidades o pequeños grupos configurados sobre la marcha. En un momento dado, el horizonte me descubrió una evidente visión de los Dolomitas. El conjunto del paisaje resultaba realmente hermoso, aunque más familiar (alpino) con respecto a lo que estoy acostumbrado a visitar en muchos de mis viajes de esquí o ciclismo. Efecto reforzado por el tipo de construcciones.

 
Mauricio disfrutando de los maravillosos kilómetros matinales.


Antonio saluda y Nicola sonríe.

 
Toni, Bettina y Gaetano cruzando pacíficamente fronteras que en el pasado fueron escenario de cruentas pugnas bélicas.

Al final, surgió un repunte con algo más de pendiente que ascendí a buen ritmo con Diego. Le pregunté si podía iniciar el descenso para evitar aglomeraciones y me contestó que sí. Fueron unos pocos kilómetros muy agradables y de poca pendiente que requerían algo de pedaleo a favor. En poco tiempo se llegaba a Luserna, una localidad de montaña que bien podría parecer ubicada en cualquier país alpino. Allí me encontré con Cristian y Thomas que se habían adelantado en alguna de las paradas anteriores. Al llegar Mauricio, los tres decidieron proseguir y me apunté, pero a Thomas le sonó el teléfono y se despidió de nosotros, imagino que para esperar a su mujer. Nosotros primero descendimos un poco, para luego volver a ascender, de forma que llegamos a otro pueblo en el que Cristian nos propuso visitar el fuerte Belvedere. Lo hicimos por fuera, retratándonos en su móvil y disfrutando de unas vistas aéreas muy amplias. Luego empleamos un rato en preguntar a varios transeúntes para cerciorarnos de dónde estábamos exactamente e iniciar el regreso a la ruta oficial. Todo ello con constante contacto telefónico con Gaetano, por parte de nuestro temporal guía Cristian. Rehicimos unos 5 kms del camino tomado, esta vez en descenso y ascenso, para tomar un desvío por una estrecha carretera de montaña que algunos llaman Kaiserjagerstrasse, y que se descubre como un puerto de gran entidad, que en su sentido de descenso resulta vertiginoso por su trazado, pendiente, longitud, apariencia aérea, angostura, etc. Una verdadera pasada para los amantes de las fuertes sensaciones. Muchas de las horquillas resultaban cerradísimas. Se intercalaban pequeños túneles. Disfruté mucho del descenso porque, al ser únicamente tres, lo pudimos trazar con soltura, cierta velocidad y mucha alegría, deteniéndonos una única vez para admirar y fotografiar la espectacular vista de un gran lago en el valle. Al grupo lo encontramos en un cruce poco antes del pié del puerto. A él se habían agregado un ciclista y su nieto. El primero nos haría de guía y anfitrión por el territorio próximo al lago.

 
Espectacular vista de Caldonazzo y su lago, desde mitad del vertiginoso descenso de Kaiserjagerstrasse.

Con algunas interrupciones, bordeamos el lago utilizando mayormente una red de carriles-bici que nos llevaron a un prado a la sombra en el que nos esperaban camión, caravana y furgoneta, con todas las mesas desplegadas con manteles y hermosos centros de flores silvestres, obra, sin ninguna duda, de la inspiración y el cariño de Cecilia. Giorgio nos había cocinado un excelente plato de macarrones con trucha, y el vino Riesling de la rivera del Rhin fue un generoso aporte de la pareja alemana. También hubo pasteles, café y muchos otros detalles.

 
Nuestro hotel-móvil nos espera para comer con las mesas dispuestas. Giorgio, de espaldas, última la deliciosa pasta con trucha.

La vuelta al sillín se me hizo especialmente dura después del banquete, además de que el calor a esa hora resultaba casi insoportable. Pero menos de un kilómetro después ya estábamos parando para visitar el museo de mojones de carretera de nuestro amigo local. Los tiene plantados en un parque pequeño, son de diferente procedencia y cada uno está dedicado a algún ciclista famoso. Además, en un garaje cercano, tiene una interesante colección de bicicletas. Algunas de mucha edad, otras procedentes de ilustres propietarios deportivos y alguna que otra joya desde mi particular punto de vista o preferencia.


Preciosa e impecable Legnano que colgaba junto (y sobre) otras muchas interesantes bicicletas de diferentes épocas y expropietarios ilustres.

De nuevo en ruta se sucedieron algunas conexiones algo incómodas pero que tuvieron el mérito de evitarnos carreteras, y nos topamos con un salvaje descenso a Trento. El calificativo viene dado por su longitud y la desorganizada forma en que lo acometimos como grupo. En la histórica ciudad visitamos la fortaleza. Es un conjunto arquitectónico bastante imponente en su exterior y sorprendentemente colorido en su interior, gracias a unos vistosos frescos que adornan sus techos arqueados. La visita se centró en la historia del alzamiento, captura y ejecución de Cesare Battisti, en 1916, por parte del gobierno del imperio Austro-Húngaro. Todo un culebrón político profusamente documentado a base de fotografías de la época. Impactante. Entretanto, el calor seguía resultando terrible y sofocante.


Detalle de la decoración de los techos de la fortaleza de Trento.

Para esas horas nos faltaban 25 km para alcanzar nuestro destino. Resultaron muy sencillos porque todos ellos consistieron en un espacioso carril-bici separado completamente de las carreteras y paralelo a un río. La única pega era que lo recorrimos con un constante y notorio viento de cara. Personalmente fui remontando unidades hasta coger rueda al grupo de cabeza constituido por Antonio, Diego, Cristian y Thomas, que llevaban protegidas a las chicas (Bárbara y Bettina) y a un siempre atento Mauricio. Javier venía tras de mí. Así resolvimos algunos kilómetros, hasta que las chicas se empezaron a quedar atrás. Una primer vez ejercí de enlace, quedándome a tirar del segundo grupo hasta empalmar con el primero, pero la unión del colectivo duró poco y finalmente opté por quedarme chupando rueda de los de delante. Así avanzamos otro puñado de kilómetros, hasta que un incauto cicloturista nos adelantó y los miembros más “competitivos” de nuestro grupo decidieron darlo todo para seguirlo. Ante tal panorama de carrera improvisada, no tuve la menor duda de lo que debía hacer: dejarlos marchar y quedarme con Javier y Bettina, para acabar la jornada a ritmo tranquilo y sin riesgos extra. Llegando a Rovereto me pasé de largo y tuvimos que preguntar y probar un poco hasta dar con el hotel de destino. Su aspecto no era tan atractivo como los anteriores pero, a cambio, tenía una excelente piscina, algo por lo que habíamos suspirado a lo largo de tan calurosa etapa. Unos largos, un descanso y listos para cenar. La cena fue normal, una más en la que reponer fuerzas y charlar con quien te tocara estar sentado. Pero mí se me hizo larga porque me caía de sueño.

6ª Etapa: Rovereto – Thiene, 90 km.

Ese día evitamos, por aclamación popular del pelotón, una corta y dura ascensión de ida y vuelta para visitar la Campana dei Caduti. Había ganas de finalizar el viaje, cansancio generalizado y aún nos quedaba una etapa con una dificultad significativa. Último desayuno en la mesa del camión, y otro nuevo día soleado por delante. Para cerrar el ciclo, se había acordado que todos volviéramos a vestir el maillot azul del viaje. Cuando empezamos a pedalear yo tenía una idea incierta de lo que nos esperaba. Nadie había sido demasiado concreto en su descripción y, para colmo, las diferentes versiones variaban bastante entre sí. Mis piernas parecían frescas. Completamente recuperadas de la etapa anterior, que en realidad, había sido la única de todo el viaje en las que las había sentido algo fatigadas. La jornada comenzaba con ascenso inmediato a través de una frondosa sombra, alternando tramos duros, moderados, llanos y bajaditas. Y así sucesivamente durante bastantes kilómetros. Me encontraba a gusto y rodaba por delante con Thomas, y ambos nos veíamos obligados a detenernos cada cierto tiempo, ante sucesivas disyuntivas en el recorrido. En un pequeño pueblo aprovechamos la ventaja para tomarnos un café con Antonio, mientras esperamos al reagrupamiento. El panorama me recuerdó mucho a Liébana. El ascenso recorría la media ladera de un valle que en el horizonte de la vertiente opuesta nos muestra un precioso ejemplo de los “Piccoli Dolomiti”, en forma de macizo rocoso muy afilado. La tónica descrita nos ocupó gran parte de la mañana. Parte de la altitud que íbamos ganando se perdía parcialmente con unos pocos kilómetros de descenso intermedio. En un desvío abandonamos la carretera principal para tomar otra más estrecha que discurría por un fresco y tupido hayedo, al final del cual apareció Camposilvano, donde repostamos agua en una fuente fresquísima. El siguiente tramo de ascensión nos hizo conectar de nuevo con la carreta anterior, junto a un bar en el que paramos para tomar algo ante otro reagrupamiento general. Luego llegó un descenso corto hasta un nuevo desvío que tomamos a la derecha para acceder al Ossario de M. Pasubio, un nuevo monumento de recuerdo bélico. Tiene unas vistas excelentes sobre toda la llanura italiana que queda situada al sur. Está situado a unos 1000 m de altura. Allí, la brisa resultaba agradable y podíamos ver Schio muy cerca. La resistencia militar aferrada a estas últimas estribaciones montañosas fue imprescindible y desesperada ya que de otro modo el enemigo hubiera alcanzado la extensa llanura, exenta de accidentes geográficos que detuvieran su avance.

 
Los Piccoli Dolomiti se dejan ver por encima del frondoso valle.

Tras aquella parada dio comienzo el verdadero espectáculo ciclista de la jornada. Primero un ascenso muy empinado de firme rugoso y dibujado en forma de zetas hasta un puente tibetano. Aunque Thomas lo enfiló por delante, lo fui alcanzando y al final acabó por apearse de la bicicleta. Yo me encontraba a gusto subiendo y continué hasta el espectacular puente en el que esperé haciendo fotos a los que iban llegando. El paraje es muy bonito y el paso por el puente resulta emocionante. Lo hicimos con la bicicleta en la mano. Inicialmente pensaba que era una mera visita de ida y vuelta, pero resultó que no, que era una parte de un recorrido francamente abrupto y singular. Tras el puente, vi que Antonio cargaba con la bicicleta y empezaba a ascender por una senda montaña arriba. Así pues Javier y yo empezamos a hacer lo mismo, en mi caso con la bicicleta al hombro, como si de un tramo de ciclo-cross se tratara. El sendero zigzageaba con fuerte pendiente hasta llegar a otro tramo de carretera. Al parecer, se trataba de una misma carretera de montaña que se vio cortada hace tiempo por un derrumbe. La segunda parte tenía tramos de piedras sueltas cada cierto tiempo. Seguía ascendiendo y la recorrí con Antonio, porque Javier se había parado a descansar un poco. Encontramos incluso una curva muy difícil, cerrada, y con todo su lecho de piedras gruesas, con un escalón en medio. La superamos sin más, aunque fuera mucho más propia de BTT. ¡Unas pinceladas de “Strada Bianca” radical para aderezar el final del viaje!.

 Diego alcanza la cota del puente tibetano en pleno esfuerzo.

 
El largo y espectacular puente tibetano.

Antonio y yo coronamos encantados, y juntos alcanzamos la máxima altura y hasta me permití hacer algunas fotos, antes de descender brevemente hasta el paraje del Rifugio Campogrosso. Es un idílico lugar tapizado en pastos, con un sugerente refugio hostelero de aire alpino y con excelentes vistas a la rocosa y abrupta sierra que pudimos ver por la mañana. Saludamos a unas personas que allí nos esperaban y nos hicimos algunas fotos mientras esperábamos al resto del grupo. El momento era ideal: una etapa espectacular, cuyas principales dificultades ya habían sido superadas; un lugar inmejorable; una espaciosa terraza orientada hacia unas vistas espléndidas; y una comida autóctona deliciosa. Lamentablemente se dio un suceso que me amargó el momento, así como las dos o tres horas siguientes, hasta que tuve conocimiento de su resolución. Prefiero no comentarle porque considero que entra dentro de parcelas de carácter privado y atañen a otras personas. Afortunadamente, el asunto se solucionó sin dramas y sin daño alguno, gracias a lo cual, puedo continuar con el relato.

 
Llegando al refugio de Campogrosso, un paraje maravilloso y de atmósfera montañera.

 
Posando contento con mi amigo Antonio.

Tras la comida, iniciamos un largo y delicado descenso en dirección a las llanuras. Era estrecho, pronunciado y plagado de curvas cerradas. Muy bonito y entretenido. La bajada nos dejó en Recoaro, donde estuvimos esperando un buen rato la solución de algunos problemas organizativos. Aproveché el momento para un recado, y los que estábamos allí visitamos otro museo local relacionado con la dinámica del frente en las montañas, que resultaba muy explícita al ser narrada con una proyección de esquemas sobre una maqueta 3D de la zona. Además de aquello, el lugar tenía una interesante colección de objetos del frente, incluida indumentaria y complementos militares de alta montaña invernal de la época. Acto seguido nos ofrecieron una recepción en un local municipal en el que nos sirvieron frutas y refrescos. Con todo el grupo reunido de nuevo, ascendimos el Passo Xon, un puerto empinado de pocos kilómetros y trazado agradable. Su descenso se hizo muy veloz, así como algunos kilómetros llanos de enlace en los que me vi detrás de tres italianos (Antonio, Doménico y Giovanni) que pedaleaban a tope con casi todo el desarrollo metido. Total que, en muy poco tiempo nos encontramos en Schio, donde fuimos a conocer el pequeño pero entrañable taller-tienda de Zanin.

[Nuestro amigo Gaetano es usuario fijo de bicicletas Zanin. De hecho, hace tiempo que por él conocimos su existencia. En el viaje a Roubaix llevaba una Zanin roja, y el resto de veces lo he visto con una elegante Zanin azul celeste. Esta última con unos racores de dirección diferentes… En esta ocasión, además, Gino también llevaba una Zanin de color blanco, y el propio Gaetano había prestado a Toni (uno de los franceses) otra verde esmeralda. Esta última parecía un buen ejemplo de los últimos intentos del acero por mantenerse en el mundillo del ciclismo profesional, ya que estaba construida con aquellas tuberías de sección ovalada que se presentaban torsionadas 90º sobre su eje longitudinal, para poder mantener la rigidez, a pesar de tener una paredes más finas. La familiaridad de Gaetano con la firma Zanin proviene de que ambos llevan gran parte de su vida en Schio. Aunque el negocio lo regenta ahora su nieto, fue fundado por un prestigioso mecánico del pelotón profesional de los setenta, que previamente fue ciclista a finales de los años treinta. La pasión y las virtudes de Zanin no fue la construcción de bicicletas, sino muy especialmente la mecánica de las mismas. En su taller se exhibe un ejemplar montado con triple plato. Es muy probable que fuera uno de los primeros triples platos que se hayan colocado en una bicicleta. Sea ese detalle exacto o no, cuando menos, no se trataba de un grupo comercial (porque en su época no se fabricaban) sino de un mecanizado, diseño y montaje, resuelto por él mismo. Durante muchos años Zanin estuvo trabajando como mecánico de equipos ciclistas profesionales. Así conoció a su yerno, a quién pudimos saludar en el taller. Para Zanin, la vida de las carreras le permitió vivir la Vuelta a España, y establecer una gran amistad con Julio Jiménez, de quién conservan algunos recuerdos firmados, fotografías y objetos ciclistas personales. El local es pequeño y sus paredes interiores están forradas de fotografías de toda la vida de Zanin. En ellas pueden reconocerse muchos personajes ilustres de la historia del ciclismo, así como experiencias vitales que darían para escribir un libro diferente y jugoso, desde la perspectiva de un histórico mecánico que, lamentablemente, ya no se encuentra en este mundo material. Es probable que los momentos más “prestigiosos” de Zanin como mecánico fueran las temporadas en las que ejerció como mecánico de los equipos Bianchi (de Gimondi entre otros) y Molteni (para el mismísimo Eddy Merckx). De aquella época su familia conserva unos tesoros que únicamente muestran ante personas de verdadera confianza. Y tal fue el caso para nosotros gracias a Gaetano. Se trata de las agendas anuales que Zanin rellenaba cada temporada. En ellas pegaba recortes de la época, dibujaba los esquemas de las medidas de las bicicletas de cada corredor, llevaba cuenta de todo el material preparado para cada gran vuelta, lo desgastado, lo averiado… resultados, anécdotas… ¡todo!. Un diario-archivo personal de riquísimo interés, atractiva presencia y personalísimo estilo].

 
Un maillot de Campeón de España (1964) , enmarcado, dedicado (1972) y regalado por Julio Jiménez a Zanin.

 
52º Giro de Italia (1969): Giuseppe Zanin, Silvano Ciampi y Julio Jiménez. “A mi gran amigo mecánico Zanin en recuerdo de los días pasados en su casa, con afecto”. JJ.

 
En primer término la bicicleta en que Zanin montó su propio sistema de triple plato. Como fondo, bicicletas y recuerdos gráficos se hacinan, pugnando por hacerse un hueco en tan modesto local.

 
Una joya: una de las agendas de Zanin, del año 1975, militando en el Molteni. Abierta por una página en la que el mecánico había dibujado el esquema de medidas de la bicicleta de Eddy Merckx. En el borde de la izquierda de la fotografía, se intuye la portada de su agenda del año anterior, en ese caso bajo la disciplina del Bianchi.

Tras la visita a “Zanin”, concluimos con un tramo neutralizado que, despacio y a través de carriles-bici y vías secundarias, nos llevó a todos juntos desde Schio hasta Thiene. Para cerrar el gran viaje en la misma plaza y heladería en la que habíamos empezado una semana antes. Allí hubo recibimientos de familiares y allegados, abrazos, felicitaciones mutuas y más tarde emotivas despedidas tras tantos días de estrecha y rutera convivencia. Algunos, incluso lo prolongamos con una cena más reducida. Todavía en el desayuno siguiente nos despedimos de Bettina y Thomas, y aprovechamos el día para conocer a la familia de Gaetano, comer con los franceses y hacer algo de turismo por el Altiplano.

 
 El grupo completo antes de la salida (hubo gente que se fue incorporando durante el viaje, igual que algunos se despidieron durante el mismo, pero el grueso principal permaneció casi al completo). (Imagen: Dall'igna).

La experiencia resultó muy intensa. Tanto desde un punto de vista ciclista, como puramente viajero, histórico y cultural. Pero además estuvo cargada de intensidad emocional y relacional. Conocimos gente nueva y nos reencontramos con amigos a los que las circunstancias hacen que tan sólo podamos ver cada cierto tiempo. Lo que pasa es que el esfuerzo, la carretera, los puertos, los peligros, el cansancio, la solidaridad, los momentos de compartir, los paisajes sobrecogedores y tantas cosas más, son catalizadores de las relaciones humanas y favorecen que el tiempo pasado bajo tan variadas circunstancias genere un poso social mutuo que parece quedarse adherido con fuerza en nuestros sentimientos. Tantos días, tales personas y tantas vivencias ocuparían mucho más espacio escrito para ser contadas con el respeto que se merecen, pero no dispongo de él en este formato. Este capítulo, que aún así resulta extenso, es casi un telegrama de todo lo que pude vivir allí. Hay un último detalle que me gustaría añadir, una pizca de aprendizaje de la vida que me traje de allí: siempre me he preguntado hasta qué edad podré seguir practicando el ciclismo que me gusta, el de recorridos variados, tirando a largos y por lo general abruptos y exigentes. Sin planteármelo con exactitud, vaticinaba que sería cuestión de algunos años o quizá una década. No sé lo que me deparará el destino en este sentido, pero en este viaje he convivido con un buen número de ciclistas (varios hombres y una mujer) que superando los setenta años de edad, se han desenvuelto con solvencia, clase, eficacia, salud, garantías y disfrute. Todo un ejemplo a seguir.

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