12 de octubre de 2019
Me gusta el deporte. Eso es algo
más que evidente si cualquiera echa un vistazo a este espacio de divulgación.
Pero me gusta infinitamente más practicarlo que consumirlo como espectador. De
hecho, veo poco deporte en la televisión, muy poco en presencia directa y
prácticamente nada por Internet. Insisto, lo que me gusta es practicarlo. Pese
a ello, aquel sábado, me di un atracón de deporte por televisión. No estaba
programado, vivía yo muy tranquilo un fin de semana de mucha lectura, algunas
relaciones sociales y hasta un poco de obligación jardinera. Pero aquella
mañana, bastante pronto, mi hijo, que es atleta, me informó de que alguien
había conseguido bajar de las dos horas en un maratón. ¡En ese momento se
desencadenó todo!.
Aquel sábado fue cosa de dos
hombres. Uno alto y otro bajo. Uno blanco y otro negro. Uno europeo y otro
africano, ambos con facilidades para cruzar fronteras y encontrar residencia y
bienvenida en cualquier país occidental. Otro palpable atributo que ambos
tienen en común es su extrema delgadez. Ambos están flacos, muy flacos, aunque
no creo que pasen hambre. Y ambos fueron protagonistas aquel mismo día, por
lograr, cada uno la suya, sendas hazañas en el panorama deportivo global
actual.
Maratón, la barrera de las 2h.
La ciudad elegida para el
singular evento fue Viena. Una capital de evidente importancia en la historia
mundial, europea y occidental, cuna y escenario de varias revoluciones
científicas, artísticas y del pensamiento, muy especialmente a lo largo de los
dos últimos siglos anteriores. Ya en otoño Viena se mostraba fresca de
temperatura, ideal para abordar un esfuerzo de resistencia de larga duración.
Para hacerlo se diseñó un recorrido por el Prater y sus inmediaciones, un
circuito mayormente paralelo al Danubio. La ciudad, más bien su ciudadanía, se
mostró bastante volcada con el acto, asumiendo un nítido presentimiento de que una
inusual hazaña deportiva estaba a punto de consumarse.
Todo el asunto estuvo planteado
con un montaje espectacular, con gran despliegue tecnológico e imagen elocuente
y explícita de estrategia de equipo. Un planteamiento casi más antropológico
que tradicionalmente deportivo. No se trataba de un asunto, reto o problema
particular o individual. No era él, éramos todos. La humanidad al completo,
aliada y hermanada contra la física. Contra las leyes del espacio (42 km) y el
tiempo (2 horas). La cobertura tecnológica integraba sistemas de control
temporal permanente, una cohorte de modernas bicicletas con pantallas
desmesuradas alojadas en sus manillares, manejadas por hombres (de negro) con
aspecto híbrido de científicos de nueva generación practicantes de deporte. Y
había más, un conjunto de haces de láser marcando el cambio, indicando
permanentemente el ritmo al que debían correr los atletas, moviéndose a la
velocidad calculada. El trazado estaba perfectamente diseñado, dibujado con
suaves curvas y balizado con sendas líneas de color vistoso, por entre las
cuales debían transitar, en todo momento, los corredores. Y es que nuestro
atleta no lo hizo solo. Para que la tarea llegara a buen término hacía falta
compañía, eso que en atletismo denominan liebres. Y como el ritmo necesario era
imposible (casi para cualquier ser humano a excepción del elegido para
intentarlo) se programaron relevos delicadamente estudiados, y se seleccionó a un
cuerpo de élite de relevistas. Unas tropas especiales. Uniformadas, y corriendo
en formación para arropar al líder, al guerrero, al representante de los seres
humanos.
El grupo de "liebres" rodeando a Kipchoge corre al ritmo marcado por la referencia láser. (Imagen: AP para lanacion.com).
El grupo humano de corredores al completo. (Imagen: EFE para eldiariovasco).
Aquello estuvo muy por encima de
las homologaciones federativas, qué vulgaridad, aquello era un serio intento
por poner el pie en una nueva era. Y se consiguió, entre todos, los científicos
del deporte, las “liebres”, los espectadores presenciales, los que lo seguimos
a través de las pantallas desde lejos. Ya han surgido voces críticas con la
hazaña. Personas y entidades que lanzan diversos tipos de críticas. Unos hablan
de zapatillas especiales… después de décadas de permanente evolución
tecnológica en el calzado deportivo, que sí “air”, que si geles, sistemas
anti-torsión, diferentes grados de rigidez o elasticidad de las suelas, ahora
resulta que hay que ponerse digno ante estas. Otros se ponen puristas, que si
no es una prueba oficial con el reglamento de la federación internacional de
atletismo, una federación que hizo suyo el mitológico e indeterminado pie de
Heracles, así como una distancia maratoniana de origen más que incierto, y que
desde su incorporación a los Juegos Olímpicos modernos, cambió varias veces de
longitud y quedó finalmente prefijada por mera casualidad.
“En estos primeros Juegos Olímpicos (1896), el gran héroe fue el
ganador de la prueba de maratón, un vendedor de agua griego llamado Spiridon
Louis, que fue seleccionado casi por obligación por un oficial del ejército
griego. Antes de la salida permaneció dos días en oración y ayuno. Al final de
la carrera entró en solitario por la meta para delirio de sus compatriotas,
salvando así el honor helénico, dado que fue el único triunfo griego en una
prueba de atletismo en estos juegos.
La longitud moderna de 42.195 metros data de los Juegos Olímpicos de
Londres de 1908 y la reina estableció, sin quererlo, esta distancia como la
distancia oficial de la carrera de resistencia por antonomasia. Esta distancia
es la que separa la ciudad inglesa de Windsor del estadio White City, en
Londres. Los dos mil ciento noventa y cinco metros fueron añadidos al inicio,
para que la salida fuese frente al balcón real del Palacio de Windsor. La
distancia quedó establecida definitivamente como única oficial en el congreso
de la IAAF celebrado en Ginebra en 1921, antes de los Juegos Olímpicos de París
de 1924”. (Wikipedia).
Seguramente sean varias
cuestiones las que provocan algunos escozores, pero eso es por sacar las cosas
de contexto. Nadie ha dicho que todo esto fuera “atletismo normativo”, tampoco
el origen del atletismo actual, el que caracterizó a la cultura de la Grecia
clásica lo era a los ojos de las normativas actuales. Esto es otra cosa, un
reto humano en formato atlético. Y es que el atletismo en general no es
propiedad de ninguna entidad, como tampoco lo es el fútbol ni ninguna otra
expresión deportiva humana. Todas ellas son patrimonio de los seres humanos y
cada cual, cuando quiera, puede practicarlas como desee. Lo demás, las
clasificaciones, los títulos, los palmareses, etc. Son otra cosa: burocracia,
poder, normativa, intereses, propagandas patrias, etc. Muchas cosas, pero, de
todas formas, algo parcial, una mera parte del atletismo global o absoluto.
Dejando a un lado el
encorsetamiento de la oficialidad, lo bonito fue ver a aquel hombre correr. Ligero
y veloz. Infatigable, rítmico como un reloj de cuarzo, y acompañado, en una
escenificación que convirtió aquello en un logro de todos. ¡Mis felicitaciones
al director de escena!. Efecto emocional conseguido. Lo bello fue observar a
sus compañeros eventuales de carrera: su empeño, su concentración, su
solidaridad… la sincera felicidad que se desprendía de todos ellos al final,
los abrazos, la camaradería, la ausencia total de competitividad mutua.
Impresionante, difícil de ver en estos tiempos. No olvidemos que muchos de
ellos son sus mayores rivales en las pistas y los campeonatos.
Montajes publicitarios aparte,
fue un acto deportivo muy especial, difícil de ver y de catalogar. Un singular
ejemplo de cómo se pueden concebir otras formas de expresión del rendimiento
deportivo, saliéndose de los márgenes de las grandes autoridades mundiales en
la materia (COI, Federaciones Internacionales, etc.). Muchos pensadores
consideran la época actual como un posible momento de cambio de era en la
humanidad, conducido, fundamentalmente, por la tecnología digital, aunque
complementado con algunos otros cambios radicales en el pensamiento y en la
forma de vivir y relacionarse. En los formatos y la naturaleza del deporte
también se vienen produciendo constantes cambios, pero, en el fondo, son
menores. Aparentemente llamativos o vistosos, pero modestos en esencia. Pero
esto no, esto fue diferente, alguien se lo sacó de la chistera y consiguió
poner a todo el mundo en pie y dando palmas. Logró audiencia real, y más aún:
emociones nuevas. Dejó mucho que analizar y reflexionar al respecto.
Algo parecido a lo que ocurrió en
1984 cuando Francesco Moser, rompió la mítica barrera de los 50 kilómetros del
récord de la hora en ciclismo. También entonces mucha tecnología, mediática
puesta en escena y altas dosis de controversia.
Francesco Moser batiendo el récord de la hora con sus famosas ruedas lenticulares. (Imagen: de freemaniaco.blogspot).
Ya está hecho, y ahora qué…
volver, por el momento, a los formatos habituales de competición, y esperar a
que el logro acabe llegando y hasta normalizándose. Y creo que no tardará en
producirse. El “elegido”, el “designado” para representarnos a todos en este
reto, Eliud Kipchoge, parece capacitado para ello. Ya estuvo cerca cuando consiguió
el actual récord del mundo oficial de la especialidad. Lo hizo en el Maratón de
Berlín de 2018, dejándolo en 2h 01’ 39”, muy cerquita. Algunos le llaman el
filósofo, por su forma de hablar y las reflexiones que deja. Nacido en Kapsisiywa,
distrito de Nandi, bastante cerca de Eldoret, pertenece a ese flujo,
aparentemente inagotable, de corredores keniatas que desde hace tiempo dominan
la escena del fondo mundial. No lejos de allí se ubica Iten, otro foco de
generación de fondistas sobre el que escribió Adharanand Finn en su libro
“Correr con los keniatas”. Lo que Finn cuenta en su texto, captado a través de
su experiencia personal allí y de su olfato reportero, es congruente con lo que
se desprende de las declaraciones públicas de Kipchoge. El corredor cree en la
carrera como medio de búsqueda de la paz y el entendimiento. Como vía de
comunicación y, en el caso de muchos compatriotas suyos, como modo de buscarse
una vida mejor, cuando uno no tiene nada más que su cuerpo para hacerlo. Hay
queda eso… saludos amigos occidentales.
Kipchoge cruzando la línea de llegada con el crónometro detrás, y su mujer corriendo para fundirse en un abrazo. (Imagen: AFP).
Al día siguiente, una mujer,
también keniata, batió el récord del mundo (esta vez de forma homologada) de
maratón femenino. Fue Brigid Kosgei y lo hizo en Chicago. Ponía fin a un récord
que tenía 16 años de antigüedad. Pero para entonces ya era domingo, y aquí me
estoy centrando en el sábado.
Ironman de Hawai 2019
Lo que hace cuatro décadas
comenzó como una apuesta entre amigos, ahora mismo es uno de los eventos
deportivos más prestigiosos del mundo. Un evento que se ha convertido en
destino de peregrinaje vital para miles de personas de distintas nacionalidades,
edades y poder adquisitivo. Un santo grial al que todos ellos sueñan con
llegar, pero para la mayoría de los cuales va a resultar imposible. Un Camino
de peregrinaje exigente a más no poder: en horas de entrenamiento, en gastos de
material de última generación (los adictos a este deporte no le hacen ascos a
los avances tecnológicos) y en sucesivos intentos de cualificación. Pero aún
así, el Camino tiene cada vez más adeptos, porque para todos ellos, alcancen el
destino final o no, el Camino, el proceso en sí mismo, ya les llena, ya les
vale, ya les mantiene vivos.
No exagero, para muchos
triatletas populares el Ironman se ha convertido en una especie de religión, de
Fe del siglo XXI, y para otros, una forma de vida. Incluso a sabiendas de que,
probablemente, jamás puedan participar en el de Kona (su Meca, su Plaza del
Obradoiro, su Jerusalén), lo viven con fervor desde sus “parroquias” más
cercanas o algunas “catedrales” asequibles.
Recuerdos legendarios del Ironman. Scott y Allen pugnando por la victoria en 1989. Al final Allen venció por escasos 58 segundos. (Imagen: triatlonweb.es).
El mismo día de la hazaña del
maratón se disputó el Ironman de Kona. Nunca lo había seguido por televisión,
pero, por pura casualidad, me topé con la posibilidad de hacerlo a 50m de casa.
Para mi amigo Dudu, desde que lo conozco, hace ya muchos años, el triatlón es
una constante esencial en su vida. El triatlón en general y este Ironman en
particular. Y por eso mismo, como cualquier creyente celebra fechas y fiestas
señaladas por su credo, Dudu rinde a culto a la prueba de Kona. Yendo allí en
las contadas ocasiones en que ha podido hacerlo, u organizando una fiesta en
casa para seguirlo en compañía. La cuestión es que me invitó a que me pasara
por su hogar aquella tarde o noche, avisándome de que se reuniría allí con
algunos amigos para ver la prueba. Habría comida y retransmisión completa en
directo. Aquello sería una especie de Ironman Party, y aunque en principio no
tenía planeado acudir, al atardecer, lo recordé, y acabé pasándome por allí.
Llamé al timbre y cuando Eduardo
me abrió la puerta vestido con una camiseta oficial de Ironman, enseguida me
percaté de que aquello iba en serio. En el salón había una pantalla enorme
mostrando la retransmisión oficial de la prueba en directo. Muy cerca, una gran
pancarta, traída expresamente desde Kona, pretendía reforzar el ambiente.
Algunos invitados manejaban sus tablets, navegando entre las páginas de
seguimiento en directo de tiempos y dorsales, y entre los mentideros más
populares de los “influencers” especializados en triatlón. Allí me encontré con
dos viejos conocidos, Fernando C (que fue muchos años miembros del equipo
nacional español) y Fernando R (triatleta practicante y entrenador).
Entretanto, algunas de sus parejas, por su cuenta… en la cocina, en pleno siglo
XXI. Pero ¡que no se equivoque nadie! No relegadas allí, sino más bien fugadas,
huidas por voluntad propia, tratando de escapar del integrismo deportivo (y en
este caso espectador) de sus compañeros. Y en parte las comprendo, recordemos
que por delante se presentaban más de ocho horas ininterrumpidas de
competición.
Fernando C en acción hace algunos años. (Imagen: saiz en shutterstock).
Muchos años antes, auténtico pionero del triatlón en España, Eduardo compitiendo sobre una Vitus. (Inágen: Bicisport, 1990).
Muchos años antes, auténtico pionero del triatlón en España, Eduardo compitiendo sobre una Vitus. (Inágen: Bicisport, 1990).
Para mí aquello hubiera resultado
imposible, pero reconozco que la doble cobertura, la oficial y la permanente
consulta ejercida por aquellos amigos, quienes puntualmente nos daban cuenta de
noticias, detalles, datos y comentarios a los demás, aderezaba de tal modo la
reunión que logró entretenerme, interesarme y, sobre todo, divertirme. Primero,
cuando los deportistas en cabeza hacía poco que habían dado cuenta del segmento
de natación, porque sus quinielas personales se cumplían o se mantenían vivas.
Es más, aún estaban algo abiertas y, en algún que otro caso, un poco
cambiantes. Más tarde, cuando el desarrollo
del segmento ciclista ya parecía bastante claro y ya no tenía demasiado mérito
seguir haciendo quinielas, llegaron los cotilleos. Se conocían la vida y
milagros de todos los personajes en escena. Y me lo fueron contando a medida
que salían a la palestra. Bastante pronto la sospechosa retirada de Patrick
Lange, que algunos parecen relacionar con asuntos algo escabrosos. Después,
ante la evidente amenaza temporal de Alister Brownlee, a quien unánimemente
reconocían su irreprochable aptitud, surgía la duda de su potencial éxito o
fracaso. Resultado directamente dependiente de su carácter, que siempre apuesta
por el todo o nada, por el disputar “a fuego” y sin reservas, hasta que el
cuerpo aguante. Y aquel sábado no aguantó.
Más peculiar me resultó el caso
de Lionel Sanders. Mis compañeros de “grada” me lo pintaron como una especie de
exdrogadicto vehemente que, en determinado momento de su vida, decidió cambiar
el consumo de estupefacientes por la adherencia, y quién sabe si posterior
dependencia, al entrenamiento. Decían de él que era candidato firme al triunfo,
y que contaba con una fuerza de voluntad a prueba de bombas. En los últimos
tiempos se había hecho muy popular mostrando sus hábitos de entrenamiento
“indoor”, encerrado en una especie de zulo, entrenando horas y horas sobre una
cinta de correr y un rodillo ciclista. Como si se tratase de un monje asceta y
enclaustrado del siglo XXI. El carisma, ingrediente fundamental para que
cualquier tipo de religión cuaje, al parecer no le falta, ni el suyo propio ni
el que viene de serie con el triatlón en sí mismo. Así que, según parece, le
han salido muchos fieles imitadores. Sin embargo, ignoro si para bien o para
mal, aquel sábado mágico tampoco fue su día. El frikismo contagioso de Lionel
Sanders debió perder algunos correligionarios.
Como he señalado, mis amigos se
sabían todos los nombres de los principales protagonistas, sus historias, así
como todos los detalles que giran alrededor del evento, de ese y de muchas
otras competiciones que tiene por debajo en cuanto a nivel de reconocimiento
mediático. En aquella sala de estar fui testigo de cómo se reproducía un modelo
tertuliano comparable al del fútbol. Aquello me hizo ver lo lejos que estoy del
universo actual de los aficionados que siguen el deporte como espectadores.
También me hizo comprender cómo es posible que un afamado jugador de fútbol
esté intentando hacer de su vida cotidiana, incluyendo la de su familia, una
especie de serial televisivo, un reality-show propio, un “selfie vital
animado”.
Pese al entretenimiento allí
vivido (por lo deportivo, por lo relacional y por lo sociológico de la
experiencia), cuando llegó el momento de ver poner los platos sobre la mesa
para la cena, decidí despedirme. Pese a la insistente y sincera invitación,
preferí desconectar durante algún tiempo. Me fui a casa, saqué a los perros de
paseo y cené en familia. Daba la causalidad de que mi pariente y amigo
Bernardo, cenaba con nosotros, así que, ya de sobremesa nocturna, le propuse ir
a tomar algo a un lugar que le sorprendería. Únicamente tenía que fiarse de mí.
Como me conoce de sobra aceptó sin remilgos, y a los pocos minutos estábamos
ambos llamando al timbre de la “Ironman party” de nuevo. Él enseguida se
percató de qué iba el asunto. Los demás de inmediato le integraron en el
ambiente, le reconocieron como suyo, como “triatleta”, y consiguieron que
empezara a disfrutar de todo aquello desde el primer instante.
En el momento de la segunda
incursión en el “templo” local, los hombres de cabeza ya estaban disputando el
segmento de carrera a pie. Y a las primeras mujeres las vimos en plena
transición. Lucy Charles-Barclay dominaba la competición, tras haberse mostrado
superior durante todo el segmento ciclista. Por detrás, a bastante distancia,
la seguía la alemana Anne Haug.
El maratón lo vivimos mientras
dábamos cuenta de helados y postres variados. Jan Frodeno, un largo y delgado
alemán que ya había logrado vencer en un par de ocasiones anteriores en Kona
(2015 y 2016), dominaba con rotundidad el evento. Y se le veía lo
suficientemente suelto corriendo como para esperar de él una nueva victoria.
Quién fue campeón olímpico en Pekín en 2008 parecía claramente encaminado a
conseguir su triplete en Hawái. En cuanto a las chicas, personalmente me daba
la impresión que Charles-Barclay corría algo más trabada, quizás acusando un
portentoso rendimiento ciclista logrado (en parte, y siempre desde mi
particular punto de vista) a costa de cierto abuso de desarrollo, tal y como
parecía dejar ver su frecuencia de pedaleo. Su perseguidora Haug, sin embargo,
parecía francamente ágil y ligera.
Pero no nos quedamos a verlo. Era
ya tarde y al día siguiente, Bernardo y yo, pretendíamos madrugar. En mi caso
para practicar algo de deporte yo mismo, cosa que finalmente no llegué a hacer
por mal tiempo. Nuestros amigos insistieron, pero nos despedimos agradecidos.
Bernardo me confesó que se lo había pasado en grande. Yo tengo que reconocerlo
igualmente: me lo pasé francamente bien. Sin embargo, el mérito de ello no lo
tuvieron quienes disputaban el Ironman al otro lado del plantea, sino aquellos
con los que compartí la velada.
A la mañana siguiente, dadas las
circunstancias, consulté el resultado final de la prueba en la Red. Anne Haug
acabó superando a Lucy Charles-Barclay, confirmando algo que en su día hasta
llegué a investigar científicamente: que el peso del parcial del segmento de la
carrera resulta definitivo para el resultado final de un triatlón de distancia
Ironman.
Anne Haug en acción sobre la bicicleta (Imagen: slowtwitch.com).
Y en lo que respecta a los
hombres, Frodeno confirmó lo esperado y venció con rotundidad. El poderío del
ganador no tuvo amenaza. Y aquel sábado de octubre sí, también él, batió el
récord de la prueba con un tiempo de 7 horas, 51 minutos y 13 segundos.
Excelente logro sin duda, aunque con guarismos incompatibles con la iconografía
de las barreras psico o sociológicas. Demasiadas cifras, casi aleatorias, como
para representar una barrera tan nítida y sugerente como las dos horas redondas
del maratón. Aquello ya había ocurrido el año anterior, cuando Patrick Lange
consiguió romper (holgadamente) el muro de las ocho horas.
Frodeno acomplado sobre su máquina. (Imagen: James Mitchell, en triating.com).
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