"He tropezado con la ladera de
doce montañas brumosas
he caminado y me he arrastrado por seis
carreteras retorcidas
he dado pasos en medio de
siete bosques sombríos
he estado delante de
una docena de océanos muertos
me he adentrado diez mil millas en la boca de un cementerio
me he adentrado diez mil millas en la boca de un cementerio
y será dura, será dura, será dura, será dura,
será dura la lluvia que va a caer"
["I've stumbled on the side of twelve misty mountains
I've walked and I've
crawled on six crooked highways
I've stepped in the
middle of seven sad forests
I've been out in
front of a dozen dead oceans"
I've been ten thousand miles in the mouth of a graveyard
I've been ten thousand miles in the mouth of a graveyard
And it's a hard, it's
a hard, it's a hard, it's a hard
It's a hard rain
a-gonna fall"]
Bob
Dylan (“A hard rain’s a-gonna fall”)
Hoy toca homenaje. Ya expliqué en la primera, o una de las primeras
entradas del blog, que la justificación de la Challenge Retro (y por tanto del
propio blog) era el celebrar mi cincuenta cumpleaños. Y como se aproxima la
fecha exacta del mismo, he decidido dedicar un texto al año de mi nacimiento:
1963. Espero no convertir esto en una especie de efemérides enciclopédica de esas
que aparecen en wikipedia o en los almanaques. Para evitarlo he tratado de
seleccionar algunos temas o asuntos bastante personales y no necesariamente
importantes o genéricos, tal como haría cualquier agencia informativa. Antes de
nada quiero decir que cualquier año es, seguramente, merecedor de un relato
retrospectivo, pero cada uno solemos tener especial cariño al nuestro, y puede
ser que el mero hecho de haber nacido en esa fecha, haya formado parte en
alguna medida, de que hayamos acabado siendo como somos.
Como noticia internacional puedo comenzar diciendo que en 1963 se
produjo el asesinato de Kenedy en los Estados Unidos. Una noticia tan
impactante, que su eco duró décadas y convulsionó un mundo caracterizado por
muchos aires de renovación y liberalización de las ideas y, sobre todo, de los
comportamientos cotidianos de la sociedad occidental. Precisamente también aquel
año Martin Luther King declamó su discurso “I have a dream”. Eran los inicios
de una década en la que el mundo occidental clamaba por más libertad personal
(preludios del “mayo del 68”) ignorando que medio siglo después las personas
estaríamos más que indefensas ante el liberalismo casi absoluto de las
corporaciones. Quizás el campo cultural que mayor vinculación o cercanía tenía
en aquella época, con la comentada tendencia social de “liberación”, fuera la
música. La música moderna, a través del Rock and roll, el Pop, el Folk, la Psicodelia
y toda la diversidad de estilos emergentes derivados, que cristalizaban o
empezaban a germinar en aquellos años. Conviene recordar que si bien Los
Beatles “nacieron” como grupo en 1962, su despegue fundamental ocurrió en el
63, año en el que publicaron sus dos primeros “LPs”. Pero puestos a hablar de
discos, hay uno publicado hace 50 años, que me hace especial ilusión. Se trata
del “Freewheelin’” de Bob Dylan. Para empezar Dylan es uno de mis cantantes
favoritos. Siempre me gustó y aún hoy me sigue conquistando son sus discos más
recientes. Por otro lado no es necesario que explique la trascendencia que su estilo
y canciones han tenido en la historia musical del mundo contemporáneo, siendo
quizá el cantante más influyente que podamos encontrar (o uno de los más
influyentes) sobre el resto de músicos modernos. Por si fuera poco el nombre
del disco, parece que viene al pelo para un blog sobre ciclismo ¿no? Pero es
que además en él aparecen unas cuantas canciones que llegaron a hacerse
inmortales y algunas otras que revolucionaron el concepto de protesta social y
callejera, algo que cincuenta años después parece estar en el ojo del huracán.
Puestos a hablar de cultura permítanseme unos escuetos apuntes
literarios. La novela más destacada o iconográfica de ese año probablemente fue
“Rayuela” de Julio Cortazar. Confieso que aún no la he leído (¡sacrilegio! pensarán
algunos lectores del blog, que quizá dejen de serlo como reprimenda a partir de
este momento… pero en mi defensa diré que si os habéis ido acostumbrando a mis
encabezamientos, tal castigo parece injusto. Me queda mucho por leer, pero eso
es algo que “afortunadamente” nos pasa a todos). Sin embargo quiero traer a
colación a uno de mis escritores favoritos, quién también vio publicada ese año
una de sus numerosas novelas. Me refiero a James M. Michener, autor
especializado en “geografía novelada” (el término es mío), en forma de sagas
ficticias que utiliza para narrar de forma dinámica la historia de territorios
y culturas de diferentes partes del mundo. Sus novelas temáticas largas fueron
apareciendo más tarde (Centennial, Caribe, Hawaii, Alaska…) pero en 1963
escribió “Caravanas”, una novela algo más corta ubicada en un Afganistán que
estaba a punto de convertirse en un polvorín a causa del cruce cultural propio,
musulmán, norteamericano, soviético… ¡casi nada! Treinta o cuarenta años
después estábamos todos pendientes del telediario como si algo estuviera
pasando allí de repente… ¡esa sabiduría premonitoria de Michener basada en su
tenacidad documental!
Buscando personajes culturales nacidos el mismo año que yo, la verdad
es que he dado con pocos, o no demasiado relevantes para mí. Tampoco ha sido
una búsqueda trabajada ni sistemática, más bien un ejercicio breve de
curiosidad. Por lo cual apenas terminaré con un apunte relacionado con el cine.
De mi misma edad son Johnny Depp y Quentin Tarantino. El primero es un actor
polifacético que me resulta simpático y creíble en papeles bastante
encasillados, dentro de géneros que tocan lo fantástico y el derroche creativo
que se apoya en las ambientaciones estéticas alejadas del realismo. Tiene
trabajos interesantes, pero no soy ni de lejos un devoto seguidor de su
carrera. Algo parecido me ocurre con el trabajo de dirección de Tarantino. Por
lo general me sobra su cruda violencia y su culto oriental, pero he de
reconocerle lo que para mí son dos obras maestras del cine: “Pulp Fiction” (una
genialidad ajena a género alguno e innovadora en su narrativa, guión y
protagonismo coral) y “Django desencadenado” (de las contadísimas ocasiones en
las que considero que una película posterior a los años 70 alcanza la categoría
de un verdadero “western” de calidad). Pero ahí no queda la cosa, además he de
reconocerle ser un fantástico selector de magníficas bandas sonoras.
Pero ya que estamos con el cine, me voy a permitir el
lujo, aunque esto me pueda costar una avalancha de críticas no declaradas, de
homenajear a una de mis sagas favoritas de la historia del cine. Me refiero a
Bond, James Bond. La versión cinematográfica del agente 007 cumplió 50 años el
año pasado. Pero para mí es como si los cumpliera este. Mi debilidad por la
serie proviene lógicamente del disfrute que me provocaron algunos de sus
estrenos en plena infancia y adolescencia. Ello seguramente hiciera que se
forjaran algunos vínculos emotivos que aún en plena edad adulta, hacen que los
sistemáticos atributos de sus películas posteriores aún me sigan resultando
simpáticos o evocadores de tiempos tan felices. Valga esto como pretexto de
justificación. Paso ahora a exponer algunas cuestiones referentes al conjunto
de la filmografía. Entre los ingredientes que más me atraen de estas películas
están los siguientes:
- La colección de “juguetes” en forma de artefactos innovadores que se pueden conducir.
- Los coches deportivos, con los Aston Martin a la cabeza, a pesar de alguna absurda infidelidad causada seguramente por patrocinios ocultos.
- Los escenarios naturales paradisíacos.
- Las altas dosis de aventura, basada preferentemente en actividades casi de carácter deportivo, en vez de en violencia explícita. En este sentido me han defraudado algunas cintas recientes en las que se ha recurrido en exceso a los golpes y la sangre.
- El estilo, la elegancia, la “buena educación”, siempre presente.
- La nómina de bellas actrices que siempre han formado parte del cuadro de protagonistas.
Hablar del cine de James Bond, exige forzosamente discutir sobre la idoneidad de la sucesión de sus actores. Tengo que decir que desde mi personal punto de vista, son sólo tres quienes realmente me parecen verdaderos merecedores del personaje. Me sobran David Niven (un actor por el que siento debilidad) por comparecencia insuficiente, ya que sólo actuó en una ocasión; George Lazenby, por idéntico motivo y escaso conocimiento por mi parte; Timothy Dalton, por “blando” y poco carisma; y Daniel Graig, por excesivamente “rudo” y chocante con respecto a mi imagen subjetiva del personaje. Así que dejo como “verdaderos” James Bond a Sean Connery, ¡porque sí!; Roger Moore, por su permanencia y su particular halo de “bon vivant”; y Pierce Brosnan por su estilo personal, su elegancia y su desfachatez.
He mencionado que uno de los signos de identidad
habituales de las películas de 007 son las escenas de aventura basadas en la
práctica casi extrema de alguna modalidad deportiva al aire libre.
Tradicionalmente hay dos disciplinas que han ido apareciendo en muchas de sus
películas: el buceo y el esquí. A mí la que me interesa es la segunda. Tal es
así que no entiendo que una película de Bond sea realmente “auténtica” sino
incluye una buena escena esquiando. A través de las sucesivas escenas de esquí
a lo largo de la serie de películas, puede seguirse con cierta aproximación la
evolución técnica experimentada por la práctica libre (no competitiva) de este
deporte. Tanto en lo relativo al material como, y esto es lo verdaderamente
interesante, respecto a la técnica de ejecución. Lamentablemente el ciclismo no
se trata en estas películas. Demasiado mundano probablemente. Sin embargo,
puestos a imaginarlo, Mario Cipollini ¿quién si no? Se puso a hacerlo por
nosotros:
Como ya
he confesado que los coches han llegado a gustarme mucho (aunque cada vez
menos, y como entretenimiento prefiero desde hace tiempo las motos y, por
supuesto la bicicleta), me veo en la obligación de incluir en este “homenaje”
al “deportivo de los deportivos”. Un icono del automovilismo deportivo que
también cumple 50 años en pleno 2013 y que a lo largo de este medio siglo
pasado ha estado entre los coches más admirados y deseados por los aficionados.
Me refiero al Porsche 911 que fiel a su línea y diseño, aún sigue enamorando a
sus admiradores, que se cuentan por millones. Tampoco yo me he librado de dicho
culto, y desde la temprana edad en la que comencé a correr rallyes (de slot;
popularmente “scalextric”. Disputarlos en la vida real sería una auténtica
utopía) nunca me ha faltado uno como montura favorita con la que competir.
Vamos a irnos dejando de temáticas tan diversas y a
centrarnos poco a poco en lo estrictamente deportivo. En 1963 se escribe una
página dramática en historia del montañismo español. Navarro y Rabadá, primeros
escaladores en conquistar el Naranjo de Bulnes por su cara oeste, fallecen en
la pared del Eiger. La noticia da la vuelta al mundo y causa gran consternación
en nuestro país, en el mismo año en que vienen al mundo ilustres deportistas
como Michael Jordan, Chris Mullin, Garri Kaspárov o Emilio Butragueño. De ellos
podría señalar algún detalle bastante vinculado a mis recuerdos personales,
pero prefiero centrarme ya en el ciclismo, para no castigar en exceso a mis
lectores ciclo-aficionados.
Entre el listado de ciclistas nacidos en el 63 encontramos
nada menos que a Claudio Chiappucchi, GJ Theunisse, J Montoya, Lale Cubino e
Iñaki Gastón. Todo un elenco de campeones que dieron colorido y emoción a una
de las épocas más laureadas del ciclismo español, que se acabó remachando con
la incontestable superioridad de Miguel Indurain, pero en la que los
mencionados corredores, así como muchos otros, pusieron mucho de su parte para
que los aficionados pudiéramos disfrutar de etapas y vueltas emocionantes y
disputadas.
En el año 1963 el Tour de Francia cumplía precisamente
sus 50 años de historia. Ello hace que este año sea su centenario. Por encima
de cualquier otro evento ciclista, lo enfoquemos como lo enfoquemos, el Tour es
el principal protagonista de la historia del ciclismo, y aún con sus altibajos,
sus polémicas y sus sombras, su existencia es fundamental y una constante
referencia de sentimientos, recuerdos, emociones y leyenda para cualquiera de
nosotros. Para mí es el evento ciclista de los eventos, lo máximo. Y aunque
reconozco en que hay épocas de mi vida (como actualmente sin ir más lejos) en
que me alejo bastante de su seguimiento, siempre acabo volviendo a él, he
viajado a sus escenarios y consumo parte de su cultura propia. Así pues me ha
dado por preguntarme qué pasó en el Tour en 1963, y la respuesta no me ha
defraudado en absoluto. Aquel año el podio quedó compuesto por: Anquetil, F
Matín Bahamontes y José Pérez-Francés. El primero un campeón excepcional, uno
de los únicos ganadores de cinco Tours de la historia. Un corredor de
interesantísimas características como ciclista (y polémica vida personal), que
en aquella edición se convertía en el único ciclista he haber conquistado
cuatro Tours. El segundo un bravísimo corredor Toledano y el mejor escalador de
la época. Y el tercero un excepcional ciclista cántabro (de Peñacastillo), casi
tan impresionante como desconocido. Un hombre que desfondaba a todos sus
compañeros en los entrenamientos, que les hacía tener que regresar a casa en
tren y al que recurrían todos cuando querían entrenar verdadera intensidad o
“calidad”. Sean o no casualidades, la verdad es que una vez más parece bastante
justificada la celebración de esta Challenge Retro, precisamente este año.
Podium del Tour del 63: Pérez-Frances (3º) a la izquierda,
Bahamontes (2º) en el centro y Anquetil (1º) a la derecha.
En carrera: Anquetil delante, Bahamontes con el maillot amarillo,
Pérez-Francés de rosa con el maillot del mítico equipo Ferrys y
Poulidor siempre disputando (morado con mangas amarillas y gorra).
Otra escena de montaña con los mismos personajes.
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