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viernes, 21 de junio de 2013

25. BASILEA (SUIZA)


“Basilea era ya un punto fundamental en el comercio europeo. Desde los pasos alpinos llegaban a los almacenes de las compañías comerciales las caravanas de mulas (una sola empresa podía poseer y mover incluso un millar), las carretas de cuatro ruedas partían tiradas cada una por muchos caballos […] Basilea, antigua ciudad imperial era aliada de los suizos pero aún no formaba parte de la confederación […] Basilea se sumaba a la confederación  como el undécimo cantón en el verano de 1501”.

Lorenzo Camusso (“Guía de viaje a la Europa de 1492”)

[En breve relataré mi experiencia en la “In Velo Veritas” (Austria); entre tanto, hoy mismo partimos hacia el Loira para tomar parte en la Anjou Velo Vintage]

¡Nos vamos a Suiza! Ese pequeño país montañoso y ajeno al fenómeno europeísta de la Unión. Ese país cuyas señas de identidad han sido durante años la neutralidad, el antibelicismo, la democracia básica (casi directa) y los bancos. Entre cuyos iconos típicos encontramos la fondue de queso, la navaja suiza, los relojes y el perro San Bernardo. Un país insertado casi completamente en el corazón de los Alpes. Hasta allí se traslada, en un mes de junio cargado de eventos, la Challenge Retro 2013, para participar en la sugerente propuesta del Tour de Trois, cuyo recorrido transcurre por Suiza, Alemania y Francia.
 
 Lo de ir a Suiza es realmente excitante y motivador. Lo que encontraremos allí en esta ocasión, algo probablemente muy alejado de los tópicos más conocidos. Respecto a la Challenge, esta será la sexta cita para mí, la superación del paso del ecuador. Un buen momento para poder afirmar, sin dudas ni fisuras, que su gestación, diseño y seguimiento ha supuesto un acierto total desde un punto de vista personal, ya que me está llenando de vida, de pasión, entretenimiento, cultura, diversión y felicidad. Para este viaje tengo la suerte de contar con la inestimable compañía de Jesús. Él es uno de mis mejores amigos, especialmente cuando se trata de actividades deportivas, ya que además de llevarnos muy bien y entendernos a la perfección, tenemos ritmos muy parecidos en casi todas las modalidades que suponen el paso de muchas horas progresando por diferentes entornos: andando, corriendo, pedaleando, remando, etc. Con él he acometido muchos viajes, etapas, eventos… y siempre nos ha ido muy bien juntos. ¿Podría referirme a él como otro “ciclista singular”? ¡Rotundamente sí! Porque lo es, además en muchos y peculiares aspectos. Sin embargo prefiero no hacerlo, porque sería una categorización demasiado limitada, ya que su singularidad es de lo más diversa, e incluye muchos más ámbitos además del puramente ciclista.
 
 (Con Jesús pedaleando, él enfundado en arco iris)


En lo que se refiere a los mencionados tópicos suizos, quiero hacer par de breves comentarios anecdóticos. Empezaré por la fondue de queso, que no solo es suiza, sino también típica de la Alta Saboya francesa. Es un plato que me gusta mucho y que he tenido la suerte de haber degustado en bastantes ocasiones. Precisamente muy pocas en los Alpes franceses dónde suelo decantarme más por la Raclette (especialmente cuando ésta es presentada con el formato de queso gigantesco derritiéndose gracias a una especie de flexo incandescente). Las mejores fondues, sin duda, las que cocinaba mi recordado amigo Manuel, quien ponía en ello todo su empeño y un auténtico purismo en ser fiel a una receta tradicional que ignoro dónde consiguió (en la época en la que Internet aún era ciencia-ficción). Él buscaba los tres quesos y los pesaba por separado para dar con las proporciones exactas. Los troceaba minuciosamente para favorecer la mezcla fundida. Jugaba con el vino blanco y otro condimento para alcanzar un grado de espesura ideal… Guardo con gran cariño la receta original de su puño y letra, es una de las pocas cosas materiales que conservo de él (inmateriales todas y más). Sin embargo aún no me he lanzado nunca a intentar preparar una.


El otro tópico suizo al que soy fiel desde 1991, es a la navaja suiza (Victorinox). Siempre tengo una. Me la compré hace muchos años, al pasar unos días en aquel país (luego os lo cuento). Escogí, de entre los numerosos modelos existentes, una versión de cierto grosor, que presenta muchas utilidades (tijeras, alicates, sierra de madera, sierra de metal, bolígrafo, sacacorchos, 2 navajas, pinzas…), un buen tamaño para agarrar, pero no tan exagerado como para hacerla incómoda. Recuerdo que hasta me grabaron el nombre sobre ella. Aquella herramienta me acompañó en numerosos viajes y aventuras. Se me acabó haciendo imprescindible y me resolvió muchos problemas, especialmente en la naturaleza, y en bicicleta bastantes de ellos. Tal es así, que en cierta ocasión la perdí (no recuerdo ahora donde), e inmediatamente me compré otra igual. Ésta segunda es la que conservo actualmente. Lo que ocurre es que he trabajado tanto con ella, que su “chasis” está algo deformado y algunas utilidades ya no cierran bien, y otras menores se han perdido. Aunque no voy a deshacerme de ella, creo que ha llegado el momento de comprarme otra… igual.


Siempre que escribo sobre algún evento de la Challenge al que planeo asistir, suelo hacerlo en forma de ejercicio de repaso geográfico o cultural, basándome en mi experiencia anterior en aquel paraje, país o localidad. De Basilea poco o nada puedo decir, jamás he estado allí. Me consta que casi “no es Suiza” pues es una zona de viñedos de la cuenca del Rhin, con una orografía completamente distinta al paisaje alpino. De hecho se trata de la antesala al gran paso de los Alpes desde el norte de Europa hacia el Sur: San Gottardo. Intentaré escribir más sobre Basilea y su entorno cuando regrese de la ruta.


Pero respecto a Suiza en general si puedo contar algunas experiencias previas. La primera ciudad suiza que conocí fue Ginebra, en una jornada lluviosa y gris en la que ante la imposibilidad de esquiar decidimos emplear el día en hacer un poco de turismo. Fue un día de bastante coche, mucha mirada atenta a la ciudad, pero poco que contar o destacar, salvo que el cruce de entrada de la frontera desde Francia, nos “regaló” un exhaustivo y celoso registro del coche, cual si de narcotraficantes nos tratásemos (hasta las cajas de las casettes revisaron por dentro una a una). Pese a todo, nos mereció la pena la visita, el callejeo y el tiempo pasado a orillas del lago Leman, en la ciudad que vio nacer al filósofo sobre cuya obra más me ha tocado examinarme en esta vida: JJ. Rousseau, que me “cayó” en COU, Selectividad, Historia del Deporte, Pedagogía… y sobre quién he seguido leyendo en diferentes ensayos modernos de esos que me da por leer de vez en cuando (Sennett, Ball, Zakaria…). En aquella ocasión, y en otra más, sucesivos pasos a Suiza han estado focalizados en la estación francesa de esquí alpino de Avoriaz. Desde ella se tiene acceso a las Portes de Soleil, un dominio esquiable monumental, gran parte de él localizado en suelo (montañas) suizas. Me encanta esquiar allí, es de esos lugares en los que cada mañana te propones una dirección diferente y trazas un recorrido distinto por el que deambulas durante horas sin repetir descensos ni remontes. Para llegar a sus dos extremos opuestos, se requiere que reserves sendos días y le des bastante caña, porque si no corres el riego de que no te dé tiempo de volver. La zona no es demasiado elevada, por lo que solamente la recomiendo en temporadas de bastante nieve, pero tiene pistas estupendas, recorridos alejados de los remontes, que te permiten disfrutar de descensos naturales en los que apenas puedes ver señales de la civilización. Para enlazar algunos pasos, has de llegar a pueblos pequeños, cruzar su plaza y encontrar algún remonte escondido que te permita moverte de allí. Se alternan las laderas limpias con algunos tramos más bajos de bosques. Sin duda una buen lugar en el que disfrutar del esquí. Tal y como me sucede con Austria, no conozco más estaciones suizas, jamás he estado en sus míticas, Zermatt, St. Moritz, Davos, etc. Pero el estilo de la zona no-francesa de las “Portes” ya da una idea de cierto cambio de mentalidad, modelo de explotación, ambiente, etc.
 

 (Con Manuel, un refrigerio a medio descenso).
 

Cuando compré la primera navaja, fue aquella vez en que recorrimos una buena parte de Europa en la sufrida y cumplidora Suzuki 500. Cruzamos Suiza ya en dirección de regreso, de este a oeste. Por desconocimiento y falta de explicaciones resulta que a travesamos su red de autopistas de peaje, sin pagarlo. El sistema consistía en pagar un bono anual, aunque solamente hicieras un uso. Pero no nos enteramos bien y pasamos por allí como si tal cosa, con la fortuna de no ser detenidos por ello. Nos instalamos en Zurich en casa de un joven matrimonio amigo. Nos encantó la ciudad en verano, con su excelente ambiente callejero, sus parques al borde del lago, sus pantalanes y zonas de baño, las terrazas, etc. Desde allí nos llevaron u organizaron a diferentes excursiones estupendas. Un día lo pasamos de pic-nic en una antigua casa particular de campo y lago. Era una construcción de madera al 100% con un pantalán sobre el lago, una bolera y un atraque cubiertos (todo antiguo y de madera) y un coqueto balcón sobre el agua, con excelentes vistas, en el que comimos con varios amigos tras los baños de la mañana. En otra ocasión nos llevaron en coche a hacer una ruta turística por un cantón en el que las asambleas son presenciales y directas (democracia “vintage” o pura) y la pintura tradicional de un estilo muy naif. Era una comarca muy rural, con pastos de alta y media montaña. Conocimos las ciudades de Sant Gallen y la cuidadísima y “perfecta” Berna con su antiguo puente cubierto construido en madera. Pero de todo ello, el recorrido más espectacular fue el que dedicamos a conocer el Jungfraujoch. Un autobús nos llevó por Interlaken hasta Wengen. Desde allí tomamos uno de los prácticos trenes cremallera, que ascendiendo sin pausa por las verdes laderas y mostrándonos el encantador paisaje rústico del verano suizo, nos dejó en una estación de tren (Kl. Scheidegg, 2061 m) al pie del imponente paredón negro del Eiger. Desde allí pudimos admirar con detalle al coloso y el escenario de muchas de las mayores hazañas y tragedias del alpinismo europeo, antes de subirnos a otro tren que al poco de iniciar su ascenso, penetraba en la montaña para ascender por su interior. Una parada intermedia nos permitió asomarnos a mitad de la pared. La estación de destino ya estaba ubicada dentro de galerías de hielo azulado, en el mismo glaciar. Fuera estábamos en el cielo (3454 m), caminando sobre la nieve y con vistas sin igual en todas direcciones, con un espectacular valle glaciar, de esos que sólo puedes admirar fotografiados en los libros de texto, como ejemplos del concepto “ortodoxo” de “glaciar curricular”. Una maravilla. El regreso fue idéntico, con la salvedad de que llegados a la estación de base de Kl. Scheidegg, tomamos otro cremallera de descenso, pero hacia la ladera opuesta, hasta Grindelwald, para ir completando un circuito de regreso diferente y poder seguir disfrutando del paisaje rural suizo.
 

Sinceramente creo que cualquier ocasión y disculpas son buenas para viajar a Suiza. A mí jamás me ha defraudado, me parece un país excepcional que puede aportar muchas cosas al viajero. Admiro su singularidad y la capacidad de adaptación que como sociedad ha demostrado para mantener altas dosis de independencia, tradición, civilización y cultura propias. Algo casi impensable para el resto en estos días. Desde el punto de vista del ciclismo deportivo de carretera, Suiza ha aportado bastante más de lo que a bote pronto nos pudiera parecer. Más campeones que otros países de mayor tamaño y población. Aparte de Tony Rominger, Alex Zulle, Pascal Richard y algunos otros que nos puedan sonar más recientes, hubo una época en la que los ciclistas suizos pusieron en jaque a los grandes campeones legendarios. Klobet y Klubert son casi con toda seguridad los dos corredores suizos más laureados. En aquella época el Tour de Francia se corría por equipos nacionales y Suiza era toda una potencia. Por lo demás, la vuelta de Suiza siempre fue una carrera de cierta relevancia y muy utilizada como preparación para alguna de las tres Grandes. Así pues, argumentos todos suficientes para habernos animado a asistir allí. Precisamente el mismo día se celebrará en Aragón la Monreal, clásica nacional a la que nos hubiera gustado mucho ir. Hay que decir que la publicación de la fecha definitiva del evento ibérico fue bastante tardía y para entonces ya teníamos reservado nuestro viaje. Lo dejaremos para otra ocasión. Entre tanto nuestro Tour de Trois hace semanas que ya cerró la posibilidad de inscripción, por haberse llegado al tope previsto por la organización. Veremos a ver cómo nos va.

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