“Basilea era ya un punto fundamental en el comercio europeo.
Desde los pasos alpinos llegaban a los almacenes de las compañías comerciales
las caravanas de mulas (una sola empresa podía poseer y mover incluso un
millar), las carretas de cuatro ruedas partían tiradas cada una por muchos
caballos […] Basilea, antigua ciudad imperial era aliada de los suizos pero aún
no formaba parte de la confederación […] Basilea se sumaba a la
confederación como el undécimo cantón en
el verano de 1501”.
Lorenzo Camusso (“Guía de viaje a la Europa de 1492”)
[En breve relataré mi experiencia en la “In Velo Veritas”
(Austria); entre tanto, hoy mismo partimos hacia el Loira para tomar parte en la
Anjou Velo Vintage]
¡Nos vamos a Suiza! Ese pequeño país montañoso y ajeno al
fenómeno europeísta de la Unión. Ese país cuyas señas de identidad han sido
durante años la neutralidad, el antibelicismo, la democracia básica (casi
directa) y los bancos. Entre cuyos iconos típicos encontramos la fondue de
queso, la navaja suiza, los relojes y el perro San Bernardo. Un país insertado
casi completamente en el corazón de los Alpes. Hasta allí se traslada, en un
mes de junio cargado de eventos, la Challenge Retro 2013, para participar en la
sugerente propuesta del Tour de Trois, cuyo recorrido transcurre por Suiza,
Alemania y Francia.
Lo de ir
a Suiza es realmente excitante y motivador. Lo que encontraremos allí en esta
ocasión, algo probablemente muy alejado de los tópicos más conocidos. Respecto
a la Challenge, esta será la sexta cita para mí, la superación del paso del
ecuador. Un buen momento para poder afirmar, sin dudas ni fisuras, que su gestación,
diseño y seguimiento ha supuesto un acierto total desde un punto de vista
personal, ya que me está llenando de vida, de pasión, entretenimiento, cultura,
diversión y felicidad. Para este viaje tengo la suerte de contar con la
inestimable compañía de Jesús. Él es uno de mis mejores amigos, especialmente
cuando se trata de actividades deportivas, ya que además de llevarnos muy bien
y entendernos a la perfección, tenemos ritmos muy parecidos en casi todas las
modalidades que suponen el paso de muchas horas progresando por diferentes
entornos: andando, corriendo, pedaleando, remando, etc. Con él he acometido
muchos viajes, etapas, eventos… y siempre nos ha ido muy bien juntos. ¿Podría
referirme a él como otro “ciclista singular”? ¡Rotundamente sí! Porque lo es,
además en muchos y peculiares aspectos. Sin embargo prefiero no hacerlo, porque
sería una categorización demasiado limitada, ya que su singularidad es de lo
más diversa, e incluye muchos más ámbitos además del puramente ciclista.
(Con Jesús pedaleando, él enfundado en arco iris)
En lo que se refiere a los mencionados tópicos suizos,
quiero hacer par de breves comentarios anecdóticos. Empezaré por la fondue de
queso, que no solo es suiza, sino también típica de la Alta Saboya francesa. Es
un plato que me gusta mucho y que he tenido la suerte de haber degustado en
bastantes ocasiones. Precisamente muy pocas en los Alpes franceses dónde suelo
decantarme más por la Raclette (especialmente cuando ésta es presentada con el
formato de queso gigantesco derritiéndose gracias a una especie de flexo
incandescente). Las mejores fondues, sin duda, las que cocinaba mi recordado
amigo Manuel, quien ponía en ello todo su empeño y un auténtico purismo en ser
fiel a una receta tradicional que ignoro dónde consiguió (en la época en la que
Internet aún era ciencia-ficción). Él buscaba los tres quesos y los pesaba por
separado para dar con las proporciones exactas. Los troceaba minuciosamente
para favorecer la mezcla fundida. Jugaba con el vino blanco y otro condimento
para alcanzar un grado de espesura ideal… Guardo con gran cariño la receta
original de su puño y letra, es una de las pocas cosas materiales que conservo
de él (inmateriales todas y más). Sin embargo aún no me he lanzado nunca a
intentar preparar una.
El otro tópico suizo al que soy fiel desde 1991, es a la
navaja suiza (Victorinox). Siempre tengo una. Me la compré hace muchos años, al
pasar unos días en aquel país (luego os lo cuento). Escogí, de entre los
numerosos modelos existentes, una versión de cierto grosor, que presenta muchas
utilidades (tijeras, alicates, sierra de madera, sierra de metal, bolígrafo,
sacacorchos, 2 navajas, pinzas…), un buen tamaño para agarrar, pero no tan exagerado
como para hacerla incómoda. Recuerdo que hasta me grabaron el nombre sobre ella.
Aquella herramienta me acompañó en numerosos viajes y aventuras. Se me acabó
haciendo imprescindible y me resolvió muchos problemas, especialmente en la
naturaleza, y en bicicleta bastantes de ellos. Tal es así, que en cierta
ocasión la perdí (no recuerdo ahora donde), e inmediatamente me compré otra
igual. Ésta segunda es la que conservo actualmente. Lo que ocurre es que he trabajado
tanto con ella, que su “chasis” está algo deformado y algunas utilidades ya no
cierran bien, y otras menores se han perdido. Aunque no voy a deshacerme de
ella, creo que ha llegado el momento de comprarme otra… igual.
Siempre que escribo sobre algún evento de la Challenge al
que planeo asistir, suelo hacerlo en forma de ejercicio de repaso geográfico o
cultural, basándome en mi experiencia anterior en aquel paraje, país o
localidad. De Basilea poco o nada puedo decir, jamás he estado allí. Me consta que
casi “no es Suiza” pues es una zona de viñedos de la cuenca del Rhin, con una
orografía completamente distinta al paisaje alpino. De hecho se trata de la
antesala al gran paso de los Alpes desde el norte de Europa hacia el Sur: San
Gottardo. Intentaré escribir más sobre Basilea y su entorno cuando regrese de
la ruta.
(Con Manuel, un refrigerio a medio descenso).
Cuando compré la primera navaja, fue aquella vez en que
recorrimos una buena parte de Europa en la sufrida y cumplidora Suzuki 500.
Cruzamos Suiza ya en dirección de regreso, de este a oeste. Por desconocimiento
y falta de explicaciones resulta que a travesamos su red de autopistas de
peaje, sin pagarlo. El sistema consistía en pagar un bono anual, aunque
solamente hicieras un uso. Pero no nos enteramos bien y pasamos por allí como
si tal cosa, con la fortuna de no ser detenidos por ello. Nos instalamos en
Zurich en casa de un joven matrimonio amigo. Nos encantó la ciudad en verano,
con su excelente ambiente callejero, sus parques al borde del lago, sus
pantalanes y zonas de baño, las terrazas, etc. Desde allí nos llevaron u
organizaron a diferentes excursiones estupendas. Un día lo pasamos de pic-nic
en una antigua casa particular de campo y lago. Era una construcción de madera
al 100% con un pantalán sobre el lago, una bolera y un atraque cubiertos (todo
antiguo y de madera) y un coqueto balcón sobre el agua, con excelentes vistas,
en el que comimos con varios amigos tras los baños de la mañana. En otra
ocasión nos llevaron en coche a hacer una ruta turística por un cantón en el
que las asambleas son presenciales y directas (democracia “vintage” o pura) y
la pintura tradicional de un estilo muy naif. Era una comarca muy rural, con
pastos de alta y media montaña. Conocimos las ciudades de Sant Gallen y la
cuidadísima y “perfecta” Berna con su antiguo puente cubierto construido en
madera. Pero de todo ello, el recorrido más espectacular fue el que dedicamos a
conocer el Jungfraujoch. Un autobús nos llevó por Interlaken hasta Wengen. Desde
allí tomamos uno de los prácticos trenes cremallera, que ascendiendo sin pausa
por las verdes laderas y mostrándonos el encantador paisaje rústico del verano
suizo, nos dejó en una estación de tren (Kl. Scheidegg, 2061 m) al pie del
imponente paredón negro del Eiger. Desde allí pudimos admirar con detalle al
coloso y el escenario de muchas de las mayores hazañas y tragedias del
alpinismo europeo, antes de subirnos a otro tren que al poco de iniciar su
ascenso, penetraba en la montaña para ascender por su interior. Una parada
intermedia nos permitió asomarnos a mitad de la pared. La estación de destino
ya estaba ubicada dentro de galerías de hielo azulado, en el mismo glaciar. Fuera
estábamos en el cielo (3454 m), caminando sobre la nieve y con vistas sin igual
en todas direcciones, con un espectacular valle glaciar, de esos que sólo
puedes admirar fotografiados en los libros de texto, como ejemplos del concepto
“ortodoxo” de “glaciar curricular”. Una maravilla. El regreso fue idéntico, con
la salvedad de que llegados a la estación de base de Kl. Scheidegg, tomamos
otro cremallera de descenso, pero hacia la ladera opuesta, hasta Grindelwald,
para ir completando un circuito de regreso diferente y poder seguir disfrutando
del paisaje rural suizo.
Sinceramente
creo que cualquier ocasión y disculpas son buenas para viajar a Suiza. A mí
jamás me ha defraudado, me parece un país excepcional que puede aportar muchas
cosas al viajero. Admiro su singularidad y la capacidad de adaptación que como
sociedad ha demostrado para mantener altas dosis de independencia, tradición,
civilización y cultura propias. Algo casi impensable para el resto en estos
días. Desde el punto de vista del ciclismo deportivo de carretera, Suiza ha
aportado bastante más de lo que a bote pronto nos pudiera parecer. Más
campeones que otros países de mayor tamaño y población. Aparte de Tony
Rominger, Alex Zulle, Pascal Richard y algunos otros que nos puedan sonar más
recientes, hubo una época en la que los ciclistas suizos pusieron en jaque a
los grandes campeones legendarios. Klobet y Klubert son casi con toda seguridad
los dos corredores suizos más laureados. En aquella época el Tour de Francia se
corría por equipos nacionales y Suiza era toda una potencia. Por lo demás, la
vuelta de Suiza siempre fue una carrera de cierta relevancia y muy utilizada
como preparación para alguna de las tres Grandes. Así pues, argumentos todos
suficientes para habernos animado a asistir allí. Precisamente el mismo día se
celebrará en Aragón la Monreal, clásica nacional a la que nos hubiera gustado
mucho ir. Hay que decir que la publicación de la fecha definitiva del evento
ibérico fue bastante tardía y para entonces ya teníamos reservado nuestro
viaje. Lo dejaremos para otra ocasión. Entre tanto nuestro Tour de Trois hace
semanas que ya cerró la posibilidad de inscripción, por haberse llegado al tope
previsto por la organización. Veremos a ver cómo nos va.
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