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miércoles, 12 de junio de 2013

24. TEMPORADA "FRANCESA"


“Por su extensión, el Tour está incorporado a la Francia profunda: en él, cada francés revive sus casas y sus monumentos, su presente provinciano y su pasado antiguo.

Dicen que el francés es poco aficionado a la geografía: su geografía no es la de los libros, sino la del Tour; cada año, cuando llega el Tour, conoce la longitud de sus costas y la altura de sus montañas. Cada año, reunifica materialmente su país, hace inventario de sus fronteras y sus productos”.

Roland Barthes (“Del deporte y los hombres”).

[Hoy mismo estoy viajando hacia Austria para tomar parte en la In Velo Veritas. Entretanto, el blog no se detiene, y como cada viernes, se nutre de una nueva entrada, en este caso dedicada a la proximidad del siguiente evento en la lista].

Hablar de ciclismo es necesariamente hablar de Francia. Hacerlo sobre el ciclismo histórico hace entonces imprescindible que la mayor parte del discurso se centre en dicho país. Francia fue la cuna del ciclismo deportivo europeo (y por lo tanto mundial). Ya hemos visto en alguna entrada anterior del blog que el ciclismo deportivo experimentó diferentes interpretaciones en función de determinados factores de influencia asociados a distintos países. Francia es un caso muy especial, ya que aun habiendo seguido fiel al espíritu inicial de las largas “randonés” y haber atendido con insistencia a la modalidad de las grandes clásicas, su protagonismo histórico destaca especialmente por haber inventado, desarrollado y mantenido en el tiempo el concepto máximo de las grandes vueltas. El ciclismo de competición, por encima de cualquier otra forma de expresión es el Tour de Francia. Por mucho que se empeñen en otra cosa, el Giro de Italia y la Vuelta a España, pese a ser dos carreras grandiosas, pese a tener una larga tradición cargada de anécdotas, leyendas y espectáculo, siempre han estado (y probablemente estarán) a la sombra del Tour.
En Francia, el Tour, al igual que ocurriera con otras muchas carreras ciclistas, nace y crece vinculado a la prensa. Los periódicos fueron quienes diseñaron y financiaron las modalidades competitivas, quienes en su día seguían innovando la gran carrera por etapas, como con la temprana y brutal incorporación de los grandes puertos pirenaicos. Y los periodistas fueron los primeros seguidores del evolucionar de los corredores por las rutas, quienes ensalzaron sus gestas y presentaron su esfuerzo en formato de hazaña para el gran público. Por todo ello, y por mucho más, no se podría entender una temporada de ciclismo retro, clásico o vintage, sin acudir a alguna prueba francesa. Decirlo es fácil, conseguirlo ya es otro cantar. La razón, más que la distancia, es el simple hecho de que en nuestro vecino país no proliferan los eventos de este tipo. Así como en Italia el fenómeno retro está arrasando y actualmente podemos encontrar del orden de una veintena de celebraciones de esa clase, en Francia tan sólo he encontrado tres. Por eso hay que aprovechar y asegurarse en acudir a la Anjou Veló Vintage, que el 22 y 23 de junio celebrará su 3ª edición, en los bellos parajes del Pays del Loira ¡nada más y nada menos!.
Este evento se sitúa en las inmediaciones de Angers (concretamente en Anjou y en Saumur). Ello tiene un significado histórico que si bien podría ser casual, no deja de tener importancia para nosotros, viajeros del tiempo: precisamente en Angers durante los últimos años del Siglo XIX y los primeros del XX, se celebraban cada año las prestigiosas Jornadas de Angers, que incluían: la Internacional (la 1ª en 1876), el Handicap… y la Angers-Tours-Angers (cinco días después de la primera); de las que tanto hablaba Charles Terront en sus memorias. Pruebas que vieron evolucionar la tecnología deportiva ciclista en su transición desde los velocípedos hasta las “bicicletas de seguridad” (versiones primigenias de lo que actualmente entendemos que es una bicicleta de corredor). Casualmente, en uno de mis viajes dentro de la Challenge, concretamente en un museo de Manchester, me topé con un ejemplar de las primeras “bicicletas de seguridad”. Creo recordar que de 1903 aproximadamente (aunque no estoy muy seguro del año exacto). Lo más sorprendente del caso es que se trataba de una bicicleta de carreras francesa, construida… ¡a base de tubos de aluminio! (ya en esa época) buscando la ligereza. Ni que decir tiene que dicho encuentro ha tenido mucho que ver con que me decante por participar con mi Alan de tubos de aluminio en los actuales eventos cercanos a Angers.
 
Otro de los motivos fundamentales por los que hay que acudir a Anjou este año, es porque el programa ciclista es doble. Por un lado está la ruta propuesta para el domingo, su habitual “La Rando”, con tres itinerarios alternativos a elegir de 35, 46 y 87 kilómetros. Los tres con sus correspondientes avituallamientos y pasos por bodegas. Pero es que además, en esta edición, con motivo del centenario del Tour de Francia, el sábado se plantea rememorar parte de la etapa Nantes – París, que pasó por allí durante el primer Tour. Para ello han preparado un itinerario de otros 82 km, denominado “La Retro 1903”. El doblete se me antoja fascinante. Y es una de las razones por las que en esta ocasión, pese a ir de nuevo los dos (Myriam y yo), dejamos el tándem en casa para acudir cada uno con una bicicleta. Por mi parte ya he explicado con cual. En su caso, una auténtica “novedad” de los años 68-69: una Super Cil casi completamente original, que “estrenará” allí, durante el recorrido más corto del domingo.
Quiero aprovechar la ocasión para hablar un poco de Francia. No tengo inconveniente en reconocer (aunque se me pueda tachar de afrancesado, injusticia ya sufrida por Goya y algunos otros eruditos españoles), que es un país que me encanta y en el que me siento siempre feliz. Lo conozco muy bien. Desde un punto de vista geográfico casi tanto como a mi propio país. De hecho no puedo asegurar de cuál de los dos he visitado más territorio. En Francia tengo algo de familia, y por razones de muy diversa índole (familia, ocio, salud, compras, trabajo, etc.) suelo viajar allí bastante a menudo. Lo chocante del caso es que mi segundo idioma (aquel en el que me puedo defender con cierta solvencia oral o escrita) no es el francés, sino el inglés (algo de lo que no me arrepiento, ni mucho menos). El francés no lo estudié, entiendo algo si me hablan despacio y con claridad, y un poco más leyendo, pero lo que se dice hablarlo o escribirlo… “rian de rian”. Pero ello no es óbice para que deambule por sus calles, ciudades, montañas, campos, ríos, canales, bodegas, etc. En su día hablaré de París si acudo a La Patrimoine, y de Burdeos y los territorios de alrededor, si finalmente la “Historique Marmande” se me pone a tiro. Pero por el momento haré un breve balance de recuerdos de aquellas zonas del resto del país por las que he estado.
Crucé Francia en moto desde Hendaya hasta París y de allí a Estrasburgo. Entre otras cosas eso me permitió conocer un poquito del Valle del Loira y maravillarme con sus palacios de ribera y sus paisajes vinícolas, y entrarme ganas de mucho más, sensación que espero poder mitigar un poco estos días. También pude disfrutar de la gastronomía y la cerveza alsacianas cerca de la frontera con Alemania. Casi un mes después la volví a cruzar entrando desde Suiza por Chamonix, para dormir en un refugio en las faldas del Mont-Blanc y regresar a casa por el sur. En otras ocasiones la moto me ha permitido también serpentear y recorrer el fascinante, frondoso, anticuado y perfeccionista valle del Lot y parte del Dordogne, en los que se suceden miles de curvas junto a los ríos y proliferan los pueblos medievales como salidos de un cuento. Disfrutar de su gastronomía de detalle, de su foie y de sus variados vinos tintos. Y repetir la experiencia en Auch y las Bastidas de Gascuña, o a lo largo de los Pirineos, desde Euskadi hasta Cataluña, “cosiendo” la cordillera a través de sus puertos en un constante ir y venir de Francia a España y viceversa.



 



  
Recientemente, por cuestiones hospitalarias nos hemos visto obligados a viajar a Montpellier en numerosas ocasiones. Todas ellas en coche, y siempre (a la ida o a la vuelta) incluyendo un itinerario turístico alternativo. Carcassonne, su ciudad medieval y el país de los cátaros; el noroeste de Languedoc con sus colinas, bosques, gargantas y campos. Pueblos o ciudades cargadas de historia y belleza: Albi, Millau (y las gargantas del Tarn), Conques, Moisssac y la Abadía de St. Pierre, Castres, etc. Sin olvidar Nimes, su patrimonio romano y su “coliseo” reutilizado como plaza de toros durante la feria. Todo ello en verano o en esas primaveras calurosas del sur. Deleitándonos con la cassoulet y otros manjares.



  
 Mis primeros contactos con Francia, por su puesto fueron motivados por mi afición a la práctica del esquí: estaciones pirenaicas (La Mongie, Gourette, Luz Ardiden, Cauterets, Gavarnie…) y alpinas (Los 3 Valles, Les Arcs, Tignes-Val d’isere, Alpe d’Huez, Avoriaz, La Foux d’allos, Valmorel, etc.). Descubriendo sus costumbres, sus montañas, glaciares y gastronomía de montaña (¡Ah, los quesos!). Pero a partir de ahí, puedo presumir de haber navegado a vela en La Rochelle, probando un First Class usado que un amigo adquiría con ocasión de la Grand Pavois (ese macro salón náutico que se celebra en la que es una de las capitales mundiales de la vela). También de haber recorrido canales bretones viviendo en una “péniteche” con la familia (esas barcazas habitables), maniobrando en sus esclusas y disfrutando de los encantos fluviales y de interior. He recorrido algunos kilómetros patinando por la extensísima red de carriles de Las Landas o dando vueltas al circuito de Le Mans en plena competición de las 24 horas (de patines). Degustado los placeres de la cocina de Niza. Descendido un cañón acuático en Córcega o buceado en sus transparente aguas. Me han caído piedras y agua en las gargantas de Kakouetta o he galopado montaña abajo con raquetas de nieve antes de ir a visitar el espectacular circo de Gavarnie. En definitiva, si me pusiera a hablar de Francia sería un no parar de hacerlo, y acabaría resultando un pesado si no lo he sido ya. Pido perdón por si acaso, pero es que son muchos y buenos recuerdos, y es fácil dejarse llevar por la nostalgia y la emoción. Vamos que disculpa ciclista aparte, me apetece muchísimo acometer este largo viaje de coche hasta el Loira.


Que me apasione tanto Francia, no quiere decir que admire especialmente a los franceses. No me parecen mejores ni peores que el resto de occidentales que conozco o he tratado. Como en todas partes, hay de todo, maravillosas personas y tontainas integrales. Los tópicos y las generalizaciones no me gustan, especialmente en lo referente a las personas. Pero en esta ocasión sí que me atrevo a decir que en muchos aspectos sociales y culturales son muy diferentes a nosotros. Lo cual no significa gran cosa, ya que a su vez, ellos y nosotros, mostramos bastantes peculiaridades socio-culturales diferenciadas en función de nuestra procedencia o residencia habitual, dentro de nuestros propios países. Esta es una de las cosas interesantes del mundo y los seres humanos que lo habitamos, que por un lado llevamos con nosotros grandes dosis de componentes culturales de niveles “concéntricos” de detalle, y por el otro ofrecemos una diversidad tan amplia que cualquier intento de generalización cabría calificarlo de atentado contra la singularidad del ser humano. Y que me encandile tanto Francia tampoco es incompatible por el sano enamoramiento que siento por España, sus territorios, gentes, cultura, gastronomía… Ambas geografías se diferencian, pero su tronco histórico tiene muchas cosas en común. Ambos son dos países que merece la pena conocer sin prisa, a lo largo de toda la vida, siempre que se tenga ocasión para hacerlo un poco más. La suerte es que están aquí mismo, pegados a mí vida, y por ello continúo disfrutándolos y viviéndolos con entusiasmo.
Desde un punto de vista puramente ciclista, sobre el país galo hay poco que destacar, de lo obvio que resulta todo ello. Ya me he referido a sus inicios y a sus logros organizativos más importantes. Todo el mundo conoce a sus grandes campeones: Louison Bobet, Jacques Anquetil, Bernard Hinault, Laurent Fignon, etc. que son sólo la laureada cúspide de cientos o miles de excelentes ciclistas que aquel país ha ido dando década tras década. Así que terminaré haciendo referencia a mi experiencia anterior en bicicleta por terreno francés, la cual sorprendentemente no ha sido demasiada, en comparación con el tiempo allí pasado. Quien siga habitualmente este blog ya habrá podido leer acerca de mis aventuras y desventuras cicloturistas en los puertos de montaña franceses. A eso apenas puedo añadir dos experiencias más: un par de ocasiones pedaleando por las inmensas llanuras boscosas de Las Landas, una en grupo y otra en solitario; y un par de etapas por las tierras y viñas al norte de Montpellier, en los alrededores del Pic Saint Loup, pedaleando bajo el sol, en solitario, con un permanente aroma de pino, vides y flores en el aire. Disfrutando en ambos casos de las sensaciones y reflexiones generadas por un rodar concentrado y rítmico a lo largo de carreteras secundarias y cruces, en un país al que respetas y admiras, entre tantas otras cosas, por su historia ciclista. Practicar el ciclismo allí es, de alguna manera, hacerlo en una especie de santuario, en el que resulta imposible abstraerse de todo el acervo deportivo-cultural que arrastra el Tour de Francia y todo lo demás relativo al ciclismo francés.
   

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