“El récord de la hora constituye (o constituía) uno de los
trofeos más bellos del ciclismo. De Oscar Egg hasta Eddy Merckx. Pasando por
Coppi, Anquetil, Riviére, etc, cada corredor que ha mercado época se dedicó al
récord de la hora. El esfuerzo a realizar es extraordinario. […]
Digamos, en primer lugar, que la demostración de Francesco Moser
en Méjico, en su conjunto, su estudio, concepción, organización y realización,
es todo un modelo en su género. Ha sido llevada magistralmente, enmarcándose en
la evolución del deporte ciclista y que no puede dejar indiferente a todo aquél
que esté interesado en el avance científico”.
Jean Wauthier (principal
opositor a la homologación del récord de la hora de Moser).
Reconozco que a causa del parón veraniego, me ha dado pereza
y me ha costado arrancar el viaje a esta nueva cita “ciclotemporal”. Pero menos
mal que una vez más he superado mis perezas e indolencia y me he puesto en
marcha, porque realmente ha vuelto a merecer la pena y la temporada ciclo-retro
se sigue enriqueciendo. A Marmande, a L’Historique he ido sólo, y he recortado
el fin de semana, que iba a ser de viernes a domingo, dejándolo en de sábado a
domingo. Myriam anda sin vacaciones y algunos compromisos familiares se nos
acumulaban, así que finalmente optó por no desplazarse. La verdad es que la he
echado de menos, muchas cosas de las allí vividas, le hubieran hecho disfrutar
muchísimo.
Marmande es una localidad francesa que está a caballo entre
la dimensión de una ciudad muy pequeña o un pueblo grande. No es bonita ¡ni
fea! Pero comparativamente, con respecto a la enorme cantidad de pueblos con
verdadero encanto que conozco en Francia, este lugar, siendo tranquilo y
agradable, no destaca por nada en especial. Sin embargo, está situado a orillas
del Garona, tiene un casco antiguo semi-peatonal, o suficientemente estrecho y
controlado como para hacerlo cómodo para los peatones, y una agradable alameda
en la que se ubica su feria.
Geográficamente me es difícil de situar. Quiero decir que
está emplazada entre las Landas (al nordeste de sus llanuras, extensos bosques
de coníferas y típicas granjas y casas de adobe y madera), Burdeos
(concretamente al este de tan entretenida, agradable y estilosa ciudad; no
lejos de St. Emilion y la comarca vinícola que da fama a dicha capital sureña),
ni de los valles del Dordogne y del Lot (en mi opinión dos de las áreas más
encantadoras del entorno rural francés) y muy cerca de Las Bastidas (comarca de
La Gascuña, origen familiar de d’Artagnan y plagada de pequeños pueblos con
“bastidas”, características plazas, muchas de ellas cubiertas en las que se centraba
y desarrollaba toda la actividad comercial, social, política y pública de cada
pequeña zona territorial). Toda esta mezcolanza e integración geográfica me
complicaba inicialmente definir hacia dónde viajaba realmente, especialmente
teniendo en cuenta que a todos los territorios citados había viajado con
anterioridad y en varias ocasiones, habiéndome generado cierta apreciación
cultural, paisajística y cartográfica. Sin embargo, una vez allí, al poco de
llegar, ya adquirí impresión suficiente como para poder permitirme el
atrevimiento de definir la zona como la de “Las granjas del Garona”. El río
aquí marca la importancia y el destino de las tierras que lo bordean, que no es
otro que el de la agricultura y la producción vegetal o animal. Y como prueba
de ello, la circunstancia de que L’Historique es un evento más, de los
integrados dentro del programa de festejos de la Feria del tomate de Marmande.
Cuando a cualquier conocido le explico que he ido a un
evento ciclista a la feria del tomate de un pueblo del sur de Francia, todo el
mundo imagina que aquello ha sido una batalla campal a base de tomatazos (el
poder de la televisión, sin duda alguna…). En realidad no tiene nada que ver.
Allí se trata de unas fiestas populares veraniegas en las que la disculpa es la
producción local de tomates, que se acompaña de otros muchos productos
alimenticios naturales y tradicionales de la comarca, así como de todo un
homenaje a los vehículos antiguos y a las tradiciones rurales. En realidad no
parece muy famosa la feria en sí, había muy buen ambiente, pero nada de
aglomeraciones o éxodos de tráfico rodado o masas ingentes de personas. Ha sido
un evento manejable, cómodo y a la vez muy animado. De todas formas siento
cierta debilidad por las fiestas populares en Francia, y empiezo a haber estado
ya en unas cuantas. Suficientes como para haberme podido formar una opinión.
Los vecinos las viven y participan de ellas independientemente de su edad. Desde
abuelos hasta los más pequeños, pasando por adolescentes, niños, adultos, etc.
Hay dos ingredientes importantes para que ello sea posible. Uno la sana
costumbre de organizar un gran espacio (cubierto o al aire libre) con amplia
disposición de largas mesas corridas, en las que la gente, las familias, los
vecinos, los locales o los turistas, nos sentamos a comer y a cenar, ya sea
comprando un surtido de comidas y bebidas de los puestos de gastronomía local,
o bien participando del menú comunal que la correspondiente comisión de
festejos (o como quiera que se llame allí) ha organizado. Estos ágapes le
facilitan la socialización, tanto a los locales, que se reúnen en cuadrillas de
amigos o en grandes familias, como a los foráneos que pronto nos sentimos
arropados, curioseados e integrados. El otro ingrediente importante (y que
lamentablemente estamos perdiendo en nuestro país) es una orquesta, banda o
grupo, sin fama, pero con gran profesionalidad, que se dedica a animar el
cotarro interpretando canciones y “pupurris” aptos para todas las edades,
basándose alternativamente en canciones modernas conocidos por todos, algún hit
reciente, canciones nacionales populares, música tradicional de feria y temas
que la gran mayoría de edades puedan corear o bailar. Todo muy alejado de las
sucesivas plagas musicales que han ido amenizando (y destruyendo) las verbenas
de demasiados pueblos españoles: primero los ritmos caribeños que cual cangrejo
americano arrasaron en las romerías de la cornisa cantábrica, y ahora la
nefasta tendencia de los DJs que han convertido las verbenas en coto privado de
caza exclusivo para adolescentes, haciendo huir de allí a niños, adultos,
mayores, visitantes, etc.
Por supuesto visité la feria con calma, degusté y admiré los
tomates (hablan de unas 200 variedades diferentes de formas, tamaños, texturas,
colores y sabores), repasé los puestos, compré una estupenda bomba antigua de
bicicleta, fotografié vehículos, me entretuve con la banda musical y me
contagié del espíritu festivo familiar, local y rural de la gente.
En Marmande he notado además, tanto en la feria general como
en el evento ciclista en sí mismo, una marcada afición y cultivo del patrimonio
de antigüedades mecánicas. Al poco de llegar visité una vistosa exposición de
motos y bicicletas antiguas con ejemplares muy interesantes. Por cierto había una
nutrida representación de motos españolas de cross y trial (Bultaco y Ossa
preferentemente).
Un rincón completamente dedicado a bicicletas Bianchi
Bicicleta de Eddy Merckx
Pero es que además, en la alameda, tomada agradablemente
como recinto ferial, se exponían de forma abierta multitud de vehículos antiguos.
Había coches y furgonetas que al día siguiente ejercerían de miembros de la
caravana ciclista, verdaderas antiguallas motociclistas que también circularían
mezcladas con nosotros cual enlaces de prensa, bicicletas muy antiguas y
curiosas, vehículos o maquinaria agrícola y hasta una réplica de un aeroplano
similar al de los hermanos Wright, construido a escala 1:1.
Peugeot del "director de carrera"
Centrándonos más en lo puramente ciclista. Viajar a Marmande
ha supuesto viajar al pasado del ciclismo francés más genuino, aquel anterior
al Tour de Francia. El de los velocípedos, antes de la irrupción masiva de las
actuales bicicletas “de seguridad” que han ocupado la casi totalidad del siglo
XX y parece que seguirán dominando el XXI. Era la época de Charles Terront y
sus hazañas brutales sobre sus velocípedos. Aquí estaba todo un equipo de
ciclistas sobre tales artefactos y a lo largo de la tarde del sábado nos
deleitaron con algunas carreras urbanas alrededor de la alameda.
Desafortunadamente se produjo una caída. Éstas son espectaculares, ya que a
todos los ingredientes de cualquier caída ciclista actual hay que añadir el
hecho de que el corredor se precipita desde unos dos metros de altura añadidos.
El cacharrazo fue dramático, al sujeto no lo movían del suelo hasta la llegada
de la ambulancia. Como soy todo menos morboso me retiré apenado de allí, pero
al día siguiente los miembros del equipo participaron muy animados de las rutas
por lo que deduzco que el incidente, pese a su espectacularidad, no debió tener
consecuencias demasiado graves. Eso espero.
El equipo
El experto de los 80 km
El domingo eran las rutas. Había una opción corta de 40 km y
otra más larga de 80. Me decanté por la segunda, que era la menos numerosa,
formada por menos de 30 ciclistas, pero con gran despliegue de vehículos
motorizados de época. Si bien el equipo de velocípedos casi al completo optó
por la corta, uno de ellos tomó parte en la nuestra, dándonos (durante 80 km)
una auténtica “master-class” de cómo se circula en un “bicho” de esos:
subiendo, descendiendo, trazando, frenando, etc. todo un alarde de habilidad,
equilibrio, técnica específica, forma física y casi temeridad. Soltaba las
piernas de los pedales para descender más rápido y en algunas curvas se
descabalgaba a medias sobre un estribo trasero y frenaba la rueda pequeñas
trasera con el zapato mientas daba curvas… Por si fuera poco, el escueto
pelotón estaba invadido de ciclistas italianos, había asistido toda una
delegación de aquel país, de forma que casi se escuchaba más italiano que
francés mientras rodábamos. No sé si será que andan ya calientes preparando
L’Eroica. Entre ellos, destacando, muy celebrado y con constante referencia a
su figura por parte de los organizadores, nada más y nada menos que Francesco
Moser. Por cierto un tipo muy discreto, asequible y majo. En cada parada le
agasajaban o distraían con fotos, entrevistas, regalos y homenajes, aunque él
pedaleaba entre medio con cualquiera de nosotros y en muchas ocasiones
intentaba pasar desapercibido como uno más.
Moser (en primer término) relajado junto al canal.
Para mí ha sido un honor y una circunstancia muy emotiva
pedalear con Moser e incluso brindar y tomarme un blanco con él. Moser ganó el
Giro del 84 (justo el año que suele considerarse como límite de lo que es una
bicicleta clásica); además quedó segundo en tres ocasiones y tercero en otras
dos. Fue un ciclista “italiano” que se prodigó poco por el Tour, que ganó
muchos campeonatos de Italia y uno del Mundo (año 1977; además de otro de
persecución individual) y sendas “platas”. Pero por encima de todo, si por algo
se le recuerda es por haber batido el récord de la hora por dos veces
consecutivas en 1984, doce años después de la impresionante marca del belga
Eddy Merckx (“el caníbal”). Personalmente el récord de la hora siempre me
fascinó. Lo estudié mucho profesional y académicamente considerándolo como uno
de los dos laboratorios-competitivos-de campo del rendimiento ciclista. El otro
era la fascinante prueba olímpica de 100 km contrarreloj en ruta para equipos
nacionales de cuatro, desafortunadamente erradicada por la UCI del programa de
competición hace ya más de dos décadas. El principal responsable de la preparación
del récord de la hora de Moser fue F. Conconi (también Dal Monte tuvo bastante que ver). Científico al que personalmente
debo mucho (posteriores sospechas sobre dobaje a parte), no sólo por sus escritos y avances de investigación, que tanto me
han servido para mi trabajo a lo largo de muchos años, sino porque un
concienzudo estudio y propuestas de desarrollo de su afamado protocolo de test
de rendimiento, me permitió conseguir un importante premio del COE, así pues
siempre estaré agradecido a su trabajo. Casualmente, precisamente estas semanas
veraniegas me encuentro siguiendo un curso a distancia de la Universidad de
Melbourne, impartido por Mark Hargreaves, fisiólogo que entre otros se encarga
de la preparación de Cadel Evans (ganador del Tour de 2011 y del Mundial 2009).
Soy un estudioso incorregible. Así pues, en honor a Moser, a Conconi y al
récord de la hora, me voy a permitir un apéndice técnico en forma de breve
ponencia on-line.
Volviendo a mi participación en L’Historique, me veo en la
obligación de referirme a los minutos previos. Tal y como tenía pensado llevé
la Alan, la cual arrastraba un poro casi desde el regreso de Manchester allá
por marzo. Cúal fue mi sorpresa al comprobar que la leve fuga que aguantaba
bien un par de días de presión de inflado en el tubular trasero de la bici,
amanecía completamente baja tras el hinchado nocturno de última hora. Total que
después del madrugón, aún tuve que quitar el tubular, engomar el nuevo de
repuesto y pegarlo a toda prisa esperando no llegar tarde a la tempranera
salida. Si, lo confieso, acabé con las dos manos pringosas y así se mantuvieron
durante casi toda la jornada ciclista. Eso sí, el tubular quedó perfecto tras
la “pelea” y afortunadamente no pinché y terminé el recorrido completo sin
incidentes.
La ruta resultó muy agradable. Un constante deambular por
granjas y tierras de labor, alternado con la travesía de pequeñas localidades
rurales de esta Francia tan agrícola. Algunos pueblos eran de aspecto moderno,
otros más antiguos. Hubo varias paradas de descanso y refrigerio, tres de ellas
tras las únicas breves pero acusadas ascensiones. La primera parada sirvió de
desayuno y se celebró en una pequeña bastida con su plaza cubierta. La segunda
(y más larga de todas) fue en un alto que coronaba un pueblo muy antiguo y
cuidado. Allí disfrutamos de fiambres, pudding de carne, quesos, tinto
cosechero… y una espectacular vista panorámica del Garona y sus alrededores
desde lo alto del promontorio. Esta parada tuvo un componente institucional
importante: se sucedieron discursos, fotografías y actos protocolarios. Desde
un punto de vista exclusivamente ciclista un poco largo, pero teniendo en cuenta
que este evento se celebra con el desinteresado y meritorio objetivo de ayudar
a una causa que hace todo lo posible por minimizar los efectos de una grave
enfermedad, bienvenidos sean los discursos y protocolos gracias a los cuales
personas y entidades aportan diferentes apoyos al asunto. Otra parada fue en
una bodega en la que pudimos degustar blanco, clarete y tinto. Me decanté por
los dos primeros ya que del tercero me he traído una botella que formaba parte
del regalo de inscripción. Me gustó especialmente el blanco, frío, muy afrutado
y ligero. El trazado nos obsequió con carreteras secundarias, pedaleos junto al
canal, cruce de esclusas y maravillosas rectas umbrías jalonadas por densas
hileras de elevadísimos árboles perfectamente alineados (tales tramos me
recordaban las carreteras del norte de España, las cuales, cuando yo era
pequeño, estaban en gran medida bordeadas por árboles muy desarrollados, que
daban sombra, protegían del viento y del sol y muchos de los cuales señalaban
la ruta con la pintura blanca que cubría parte de sus troncos). La última
parada se hizo junto al canal, que reposaba parsimoniosamente elevado sobre el
jardín de un centro municipal. Allí tomamos una especie de “clarete de verano”
y varios tipos de tomates, mientras esperábamos al grupo de la marcha corta,
quienes aparecieron por una carreterilla estrecha junto al canal, por la otra
orilla. Eran unos cuantos más que nosotros, incluían al equipo de velocípedos y
sus propios vehículos antiguos de acompañamiento. Desde entonces, los últimos
kilómetros finales los hicimos todos juntos, para acabar entrando a Marmande
por su puente colgante. El formato de la marcha fue muy relajado, un coche
realmente antiguo (un Peugeot Lion) abría la marcha y marcaba el ritmo con su
petardeo, pendiente de que el grupo no se estirara demasiado, nadie se perdiera,
el tráfico que viniera de frente se apartara y todos nos reagrupásemos en
determinadas zonas o lugares. Esto significaba poder ir rápido en las subidas,
tranquilos en el llano y tirando a lentos en las bajadas, aunque los 80 km
fueron preferentemente llanos. Por detrás cerraban la comitiva el resto de
coches y furgonetas antiguas, mientras que en medio circulaban arriba y abajo
algunas motos de época. Además había bastantes motos modernas con pilotos
ataviados con chalecos reflectantes que pasaban a menudo, pues se encargaban de
blindarnos absolutamente todos los cruces de la ruta. Lo dicho: un rodar
absolutamente despreocupado.
Merece la pena hacer un comentario breve sobre los vehículos
de acompañamiento. Había coches realmente antiguos, que arrancaban con la
clásica manivela, una réplica moderna de un Bugatti azul de competición, motos
preciosas con unos acabados espectaculares y muy, muy antiguas funcionando
perfectamente. Me impactaron especialmente los dos Peugeot Lion totalmente
descapotados que marcaban nuestra ruta, una alargada moto con iluminación por
carburo y hasta la lata de aceite de repuesto ubicada en su horquilla
delantera, y otra mucho más ligera de propulsión motorizada asistida por
pedaleo eventual. Pero, claro, con esto de los clásicos ocurre que cada cual
tenemos nuestras debilidades, que muchas veces se ajustan a épocas o tendencias
estilísticas concretas, y no es casualidad que, aún con un valor histórico
menor, yo me quedara especialmente prendado de una Norton monocilíndrica de los
años 50, pilotada por un hombre que portaba una mochila de lona deslavada,
idéntica a la que recuerdo que llevaba mi padre a la montaña cuando yo era muy
pequeño; así como de un precioso descapotable Triumph TR3, azul clarito e
impecable. Mención especial merece también el tractor que sonaba como un barco
de vapor del Mississippi y remolcaba una enorme plataforma de madera con unas
cuantas pacas de paja que servían de acomodo a ciclistas, bicicletas y
velocípedos que por diferentes causas tuvieron que hacer uso de este
espectacular “coche-escoba”.
Triumph TR3
"Coche (tractor) escoba"
Puestos a comentar los vehículos, me parece interesante
señalar que en lo que respecta a las bicicletas se vieron dos tendencias
preferentes claramente marcadas (tendencias que observé en el centenario del
Tour en Anjou y que sospecho será especialmente evidente en L’Eroica). Una es
la utilización de bicicletas de corredor al estilo de las que yo llevo y que casi
podríamos fechar entre los años 30-40 hasta ahora (o 1984 tal y como, más o
menos, marcan los reglamentos en estos eventos) sin que en las mismas se hayan
producido cambios drásticos o muy llamativos. Las hay más o menos antiguas y
con componentes más o menos desarrollados, mejor o peor cuidadas, tratadas o no
y con geometrías ligeramente diferentes. Pero lejos de las miradas expertas,
constituyen el tipo de bicicleta más mayoritario y conocido en lo que a las
carreras se refiere. La otra tendencia es la de las bicicletas de carreras
anteriores. Normalmente con manillares diferenciados, con aros o sin ellos,
pero bajos. Cuadros robustos y alargados, ruedas notoriamente gruesas,
componentes ostensiblemente rústicos y normalmente sin cambio de marchas. Estas
bicis están muy de moda entre los ciclistas clásicos italianos, son atractivas
y la participación con ellas en eventos de este tipo resulta especialmente
meritoria. Me han gustado tanto, a lo largo de este año, que finalmente he
decidido construirme una con calma, aprovechando un cuadro que tengo de una
bici de carreras sin marca de los 70. Cada tendencia lleva aparejada su
indumentaria: de corredor (con lana o sintético, pero maillot, culote y gorra
ciclista o chichonera) o de pionero (maillot-jersey de lana, bolsillo frontal…,
bombachos o culote primitivo, gorra de paseante y gafas de aviador).
El evento finalizó con una comida bajo las carpas del
recinto ferial, todo él muy ambientado. Una bandeja con fiambres típicos y
variadas porciones de ensaladas, platos de pasta, etc. De postre ¿cómo no?
¡quesos!. Una agradable y relajada forma de cerrar la visita. Tras un café para
espabilarme, me despedí del organizador e inicié mi viaje de vuelta en coche,
sin prisas. La temporada francesa de clásicas se ha consolidado para mí. Aún no
sé si acudiré a las cercanías de París en septiembre, pero hasta ahora, la
experiencia ha sido estupenda.
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