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jueves, 8 de agosto de 2013

32. ¿LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO?

“Ciclista experto, al profesor Torunn siempre le ha sorprendido constatar que, mientras abundan en todo el mundo los cementerios de automóviles, no se puede encontrar ninguno de bicicletas. Por otra parte, la similitud y cercanía de las dos ruedas y la función de la cadena transmisora, lo ha llevado a relacionar estos vehículos con la cinta de Moebius”.

José Mª Merino (“El Bicicielo”)
Pues empiezo a dudarlo (lo de que las bicicletas son para el verano). Lo digo porque he invitado a mucha gente a planes con bicicleta recientemente y me sorprende la poca aceptación de los mismos. Quizá (quién sabe) el problema esté en mí, más que los planes en sí mismos, que me falte un mínimo de carisma o que sea un plomo de compañía. También puede deberse a lo complicado y cargado de compromisos que tenemos el verano todos nosotros. No importa, son planes de lo más diversos y aunque no resulten masivos (lo cual sería un problema), sí que tendré algo de compañía en casi todos ellos. No estoy hablando ahora mismo de los eventos de la Challenge Retro, sino de otras actividades que me apetece hacer este verano con bicicleta. Entre las previstas tengo un pic-nic a un río, con mantel, vino y de todo; mínimo kilometraje y una bicicleta con buena capacidad de carga. También acabamos de completar un fin de semana cicloturista “para todos”, de combinación bicicleta y ferrocarril, en el que una primera etapa fue preferentemente llana y suave, con paradas de refresco y una cena relajada en ambiente rural. Tras la pernocta en casa propia de media montaña, el segundo día nos llevó cuesta abajo desde la cordillera hasta el mar, todo ello por carreteras poco transitadas, una senda de pescadores y carriles bici. Ganas de pasarlo bien, una bicicleta cómoda con cambios y una alforja era todo lo necesario. En esta ocasión nos juntamos tres parejas.

 Algunas de las bicis esperando fuera en Pesquera.

 Myriam, Cristina, Arancha, Fabio y Jesús

 Últimos kilómetros, llegando al mar.

 Myriam con Suances al fondo.

Curiosamente la oferta más dura, la que será, hacia el final de agosto, una exigente ruta de BTT con equipaje, recorriendo la Cordillera Cantábrica desde el este de Cantabria hasta el oeste, es la que parece tener mayor respuesta de participantes. La sugerencia no ha sido mía, sino de Marcos (estuvo en La Histórica) que ha delegado en mí el diseño del trazado y la logística. Estamos en ello ahora mismo, Jesús me está echando un cable. Por otra parte, además de todo ello, un día, en plan reto, nos vamos a hacer lo que denominé “Paso de la vaca pasiega”, pero no con bici clásica, sino cada cual con aquella con la que se crea capaz de conseguirlo. Así pues no será por falta de planes…

Entre tanto, el domingo espero tomar parte en L'historique de Marmande (cerca de Burdeos) en el que será el único evento retro fuera de casa en agosto, y una participación más de la "temporada francesa". Me apetece mucho porque adoro la comarca por la que transcurre el recorrido, y porque desde final de junio no ha habido ninguna más, y mirando al calendario, la verdad es que quedan ya muy pocas.


Pero el verano da mucho más de sí, y si como este hasta ahora, es tan poco lluvioso, la rutina de las salidas a “entrenar” cada dos o tres días, se sucede con regularidad. La mayoría de ellas en solitario, aunque alguna acompañado. El calor lo llevo bien (relativamente) aunque este verano noto que bebo mucho más de la ponchera que otros años por estas fechas. No quiero hablar de mis salidas más o menos “cotidianas”, sino de algunos otros asuntos veraniegos, que guardan cierta relación con las bicicletas:

Como me gusta tanto leer, aunque lo hago durante todo el año, en verano aprovecho para “liberalizar” los temas o tipos de libros mucho más y aparco volúmenes relacionados (más o menos, según los casos) con mi desempeño laboral o mis proyectos, para atender más a novelas, relatos o algún que otro ensayo apetecible (poesía no, nunca, gracias). Este verano llevo varias lecturas finalizadas y aunque me suelo equivocar poco al escogerlas, algún tropiezo me he dado. No temáis que no voy a hacer inventario de las lecturas ni mucho menos. Tan sólo voy a hacer referencia a tres de temática ciclista. El primero es un libro de Paul Fournel (“Necesidad de bicicleta” o algo así…). Es una ligera recolección de breves ensayos que el autor hace sobre múltiples aspectos de la práctica del ciclismo tal y como él la ve, la vive y la siente. Es genial, muy recomendable para cualquier aficionado a la bicicleta y que le guste leer. Y desde luego, para cualquier lector de este blog, ya que si tenéis la paciencia de leerme a mí, sin duda disfrutaréis de lo lindo con este autor. El texto original es en francés (nacionalidad del escritor) aunque yo conseguí la versión en inglés, que también la hay.

Los otros dos han sido de esos que a uno le acaban poniendo de mal humor. Como no me han gustado nada de nada, no voy a dar nombres, aunque si me permitiré un fugaz desahogo. Uno es un librito muy corto que se supone que cuenta algo sobre personas que han hecho grandes viajes en bicicleta. Lamentablemente no cuenta prácticamente de nada, ya que nombra a tanta gente y hace tanto hincapié en el listado de países que han recorrido, que casi no quedan líneas para las anécdotas, algún aspecto técnico, relatos personales, etc. No hay mala intención, pero personalmente creo que se ha errado el tiro, e integrando tamaño, contenido y precio, el resultado me ha parecido un poco timo. Es más un inventario de notario que una lectura.

El segundo es más pretencioso, una especie de homenaje editorial a su plantilla de escritores o viceversa. Se supone que la bicicleta es el hilo conductor de los cuentos o relatos incluidos. El resultado tiene bastante poco que ver con la máquina nominalmente utilizada como excusa para la edición (salvo en contadas excepciones). Por lo tanto hay que decir que NO ES UN LIBRO DE CUENTOS RELACIONADOS CON LAS BICIS. Es un libro de relatos cortos (relatos u otro tipo de manifestaciones literarias). Y valorado así, cómo un libro más, personalmente (y que conste que soy un simple lector de la calle, sin profesión alguna relacionada con la lectura o la escritura) no me ha gustado nada. Incluso me ha dado la impresión que varios de los firmantes han respondido de forma comprometida y forzada al encargo, y otros muestran un estilo tan personal, supuestamente creativo o contemporáneamente artístico, que me han resultado muy poco o nada comunicativos. Suerte que ambos libros los he “despachado” aprovechando un descanso en una excelente novela costumbrista (“Country” de Montana en plena Gran Depresión) americana, que está respondiendo plenamente a mis expectativas, aunque no haya nada relativo a bicicletas en el relato.

Tengo que aclarar que mis lecturas, por lo general, no tienen que ver con el mundo ciclista. Es más huyo de biografías de deportistas, confesiones amargas y morbosas, libros de viajes en bicicleta, etc. Leo novela en general, mucho ensayo sobre temas que me interesan, libros de documentación, algún texto curioso que me llama la atención y mucho libro técnico sobre mi trabajo. Lo que ocurre es que estoy pendiente de la literatura deportiva y cuando su contenido me parece que puede resultar interesante, me obligo a leerlo para enriquecer mi perspectiva y poder ilustrar tanto este blog, como algunos otros contenidos de los que soy responsable.

Pero dejemos los libros y agarremos el manillar. Se ha dado la circunstancia de que este año, el centenario del Tour de Francia se ha hecho coincidir con la primera vez en la historia que esta admirada carrera visita Córcega. Y puestos a dar el paso, lo han dado con firmeza, celebrando allí nada más y nada menos que tres etapas (las tres iniciales). No, ni estuve allí ni las pude seguir por la televisión. Pero asuntos familiares me llevaron a la isla poco después de la finalización del Tour. La visita fue rápida y de carácter festivo, sin embargo, a pesar de los compromisos, si que pude aprovechar para degustar un pequeño aperitivo ciclista. Una mañana mi cuñado Bernardo me propuso salir a pedalear un par de horas. Para ello, su amigo local Loui, me prestó la que hasta hacía poco había sido su bicicleta habitual, casi-casi una clásica: una Carrera auténtica de las del equipo Carrera cuando aún militaba en sus filas Claudio Chiappucci. La ruta resultó preciosa, ya que es una interminable sucesión de curvas de todo tipo de radios diferentes, con las montañas a un lado y el mar al otro. Camino de Cap Nord, a lo largo del lado oriental de esa alargada península que cual apéndice singular surge del norte de la isla como queriendo alcanzar Francia (para darle una puñalada supongo). Con desniveles muy leves y cambiantes y una espectacular panorámica permanente del mar Mediterráneo, lejos del continente. Córcega (la conozco bastante de una larga visita anterior) es un yacimiento inagotable de carreteras de montaña radicales y hermosísimas. El interior es duro y exigente en puertos de montaña, pero fantástico. Aquello, gracias además a su clima, podría ser un paraíso ciclista casi perfecto. Sin embargo tiene una gran pega: allí se conduce de forma extremadamente agresiva, inconsciente y peligrosa, con una gran falta de consideración hacia los ciclistas por parte de demasiados conductores, y, al menos en la costa (donde se localiza una gran densidad de tráfico), la percepción subjetiva del peligro cuando vas en bicicleta es elevadísima.

Pese a ello, disfrutamos mucho de ese paseo matinal. ¡Y de la bici! Un excelente e inmaculado cuadro de acero Columbus de alta gama que no emitía ruido alguno (noto por mis vecinos que el carbono a veces sí) y que transmitía una perfecta relación de rigidez y confort. El cambio ya era “syncro”, un Campagnolo de los primeros de mandos en manillar. De funcionamiento perfecto, solicitando decisión en las órdenes y con precisión e inmediatez en las respuestas. Desde aquí doy gracias a los dos responsables de mi paseo. Un placer, cuando queráis lo hacemos aquí, en casa.




29 de julio, Gijón. Una tranquila caminata por el paseo que recorre la Playa de San Lorenzo nos acerca hasta la sede física de la tienda de bicicletas clásicas de la que antes que ninguna otra tuve noticias a través de Internet. La sede no es gran cosa, ya que su negocio se fundamenta en la Red, pero la visita me permitió comprar un par de accesorios, admirar algunas joyas y reafirmarme en la elección de modelo de bicicleta de paseo que tengo seleccionada para adquirir cuando me jubile. Gijón es una ciudad con gran vida ciclo-urbana. Se ven bastantes bicicletas circulando entre las calles, así como aparcadas. No llega al nivel de tantas ciudades europeas, pero dentro de lo que podemos encontrar en España, digamos que destaca algo. Lo más significativo es que los usuarios son algo distintivos. Abundan los adolescentes en BMX “retocadas o simplificadas”. Hay muchas “fixies” (de hecho allí se celebran varias carreras alternativas y hay una conocida tienda-taller especializada en esta “sub-cultura” ciclista), y también una evidente tendencia por las bicicletas de paseo clásicas. Desde aquí, felicito a la ciudad a sus ciclistas urbanos y a los mencionados emprendedores de comercio ciclista arriesgado, por su iniciativa y decisión a la hora de incorporar las bicicletas a su vida cotidiana. Esta anécdota “bicicletera” no era en realidad el objetivo de mi visita a la ciudad. Una cosa es que dude de mi don de gentes cuando encuentro pobre respuesta a mis planes y otra bien distinta que me cuestione ser un marginado. Precisamente el verano me está deparando muchas situaciones en las que otras personas se han preocupado de hacerme feliz. Por eso estaba en Gijón, porque mis hijos me habían regalado unas entradas para el concierto de Mark Knopfler. Y la verdad es que acertaron ya que, además de ser un músico al que he seguido desde su primer LP con Dire Straits hasta ahora (en una deliciosa evolución), nunca lo había visto en directo y el concierto me encantó. Él es uno de mis músicos preferidos. Llevó una amplia y fabulosa banda de músicos, y el entorno: la Plaza de la Laboral, resultó mágico. Después de las playas corsas, el calor y el ambiente mediterráneos, esa noche volví a mi tierra celta de la mejor forma posible… en un momento dado, la interpretación de uno de los temas de la banda sonora de Local Hero, con acompañamiento de gaita y flautas incluido, bajo las estrellas, en una noche cálida pero no bochornosa y con un ligero jersey al cinto tan sólo “por si acaso”, percibí que estaba regresando al Cantábrico, y me sentí pleno de felicidad. Espero que a nadie le dé por tacharme de provinciano, no sería justo a la vista de los sucesivos contenidos de un blog tan viajero como este, pero debe admitirse que cada cual tiene sus opciones vitales y preferencias hogareñas, y a mí la “tierruca” me tira mucho.







Lo que lamentablemente tengo abandonado este verano es la restauración de bicicletas. Y eso que tendría mucho que hacer. Tengo tres en lista de espera (no son obligaciones comerciales, sino autoimpuestas): una de chica bastante vieja para una amiga, una de corredor de mitad de los 70 y una reconversión de BTT en bici ciudadana estilo retro. Al menos reparé unos problemillas surgidos en la Alan que utilicé en Anjou, la cual ya está preparada para futuras citas. También intenté solucionar el problema de la rueda de la Razesa, que tanto cante me dio en el Td3, pero eso no ha quedado bien, desmotados los rodamientos del buje delantero, he comprobado que las pistas están dañadas, y aunque la rueda funciona y ya no suena, sería un riesgo utilizarla para esfuerzos serios, por lo que la rueda quedará de adorno y la sustituiré por otra usada en aquellos eventos a los que acuda con esta bici en lo sucesivo (heridas de guerra, pero es que mis bicicletas están vivas y las prefiero así).

Este abandono “artesano” de las restauraciones no es una huida. La verdad es que entre eventos, trabajo y compromisos de toda índole, me ha resultado imposible disponer del tiempo necesario para meterme en faena. De hecho, después de tanto viaje, tanta facturación aérea y tanto kilometraje exigente, la Razesa necesita un repaso importante de limpieza, lijado, pintura, pegatinas, cinta, etc. A ver si me pongo a ello cuanto antes. ¿La lista de espera? Pues sufrirá más retrasos, como si esto fuera la Seguridad Social para determinados tipos de atenciones (no es demagogia, hoy a mi hija le daban opciones para 2015…).

En el otro lado de la moneda están los frutos del trabajo realizado otros veranos. Hasta hace unos meses utilizaba mucho una BTT de las pioneras que había reconvertido, con buen resultado estético y funcional, en una bicicleta de paseo “de caballero”. Era mi bici de los recados, urbana y de playa. Pero la regalé con motivo de la jubilación de un gran amigo (algo que me hizo sentirme muy a gusto, aunque más aún lo estaré cuando consiga que la dé mayor uso). En mi lista de espera está previsto hacerme otra bici de similares cualidades, pero entre tanto necesitaba sustituta inmediata para los mencionados servicios. Esa responsabilidad le cayó a mi bicicleta de viajes (era mi BTT habitual, que este año pasó a ser reconvertida, pues unos 16 años después decidí que ya me urgía una horquilla nueva y unos buenos frenos de disco). Sin embargo, me salió comprador para la misma, y como no era de las que consideraba que no me quisiera desprender, decidí hacer hueco en el garaje y la vendí. Todo esto me ha llevado a tener que tirar de la “azul” ¡y estoy encantado! La azul es otra ex-BTT, pero realmente vieja, un regalo que le hice a mi novia (ahora mi mujer desde hace más de 20 años), de robusto cuadro de buen acero, con una geometría muy tradicional y que hace algo más de un año transformé en bicicleta de viaje con transportín, guardabarros, manillar de corredor, etc. Quedó preciosa, pero es que además me encanta rodar en ella, y así lo estoy haciendo si voy a la ciudad (poco o nada en verano), a la playa o a los recados. Pero lo mejor de todo es que encima me sirve para el pic-nic, el fin de semana cicloturista y hasta para el Paso de la Vaca Pasiega ¿cómo entonces voy a tener prisa por liquidar la lista de espera?




Total que aquí os he dejado una “entrada” veraniega y autobiográfica, y que sí, que las bicicletas son para el verano. O mejor dicho: ¡también! Son para el verano.

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