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viernes, 18 de abril de 2014

13. RESTAURACIONES



Estoy deseando regresar a mi espacio temporal de “artesano”. Lo pongo entre comillas porque soy consciente de que alcanzo un nivel de simple aficionado, y para mí el concepto de artesano, implica mucho respeto y reverencia hacia tal condición. Lamentablemente en este mundo que nos toca vivir, escasean los buenos artesanos. Aquellos que realizan su trabajo, no necesariamente manual, pero si personalizado, de una forma cuidada, cautelosa, paciente, eficaz y con clase. En definitiva: con maestría. Este tipo de personas están dejando de ser rentables para la economía globalizada, para el rendimiento de beneficio acelerado o compulsivo.  Así pues el sistema, poco a poco, va acabando con su presencia. En el mundo ciclista, especialmente en su vertiente clásica, aún quedan por ahí algunos buenos artesanos, aunque cada vez parecen ser menos. Hay artesanos del metal, de la geometría, de la estética, de la pintura… pero también del carbono, del montaje de ruedas, etc. La artesanía no tiene porqué estar reñida con la modernidad ni con la tecnología, diseño o innovación. Pero sí que lo suele estar con la sociedad de consumo, con el desarrollismo económico a ultranza y con la dictadura de aquellas tendencias de moda que no buscan más que quemar etapas lo más rápidamente posible. Afortunadamente, quizá como reacción al abuso y omnipresencia de las tendencias masificadas e hiper-comercializadas, aparecen artesanos escondidos en la Red, en locales poco preferentes o muy camuflados, algunos con encanto y otros sin él, tomando la forma de talleres, tiendas pequeñas, agentes modestos, etc. Algo revive en una cultura de la bicicleta en la que los “maestros” aún parecen tener algún hueco o madriguera donde subsistir.
Pero insisto, no soy un verdadero artesano, sino una persona sencilla que disfruta haciendo sus pinitos con la restauración, reciclaje o personalización de bicicletas viejas o clásicas. De ello ya he dado cuenta en alguna que otra entrada del blog. Y un enlace del mismo (Delmer Bikes) puede remitir a los visitantes a mi muestrario de trabajos. Se trata de una afición como otra cualquiera, completamente amateur y acorde a todas las limitaciones de conocimientos, dominio o recursos de taller que sé que tengo. Aún así, suelo quedar satisfecho con mis trabajos, así como aquellas personas que acaban disfrutando de los mismos como usuarios, ya sea por adquisición (las menos de las veces), por encargo o (sobre todo) como consecuencia de un regalo por mi parte. Mis “realizaciones” suelen caracterizarse por funcionamiento correcto, algunas imperfecciones no disimuladas, estética acorde con mis gustos personales y un importante componente de bagaje emocional en la bicicleta. Personalmente considero que en cuestión de bicicletas antiguas o viejas, la historia del objeto es un valor añadido a su riqueza presencial en forma de carga sentimental.
La cuestión es que desde que hace pocos años comencé con esta afición, descubrí que se trata de un entretenimiento que me complace enormemente y me hace encontrarme muy bien. Me hace sentirme un poco artesano aún sin serlo de verdad, y por regla general acabo satisfecho cuando termino cada trabajo, así como cuando compruebo que la bicicleta entregada es utilizada para los fines para los que se pensó, y con ello, salvada de un más que probable abandono, olvido o desaparición. Tras unos tres años de desempeño ocioso en el asunto, me voy conociendo, y he comprobado que sólo trabajo pasado el invierno, cuando la luz natural y el buen tiempo me invitan y permiten hacerlo en el jardín de casa. El garaje no es lugar para estas labores, está tan abarrotado que no queda sitio para instalarse cómodamente. El cuerpo y los sentidos parecen ser más sabios que mi cerebro, porque este comportamiento costumbrista no es algo fruto de mi reflexión, sino de mi ánimo. Cuando el otoño toma carácter invernal mis ganas se aletargan y en cuanto la primavera se anuncia con varios días buenos seguidos, el necesario estímulo creativo y manual se recobra y me comienza a picar de nuevo el gusanillo. Hoy, a modo de preparativo intelectual voy a compartir con mis lectores una especie de inventario de los trabajos que me esperan. ¡Muchos! y como trabajo sin plazos ni jerarquías, desconozco en qué orden irán siendo acometidos, aunque tengo ganas para todos, no es más que cuestión de tiempo.
Cuando preparé la BH Gacela de Myriam, en el mismo lote adquirí una Orbea de caballero de color similar y parecida probable fecha de fabricación (tempranos años 60). Su estado es algo peor, aunque funciona y la pintura en general se conserva bastante bien. Necesita un centrado de rueda trasera, un cambio de cubiertas, algún complemento, engrase, instalación de guardacadena y pintado parcial. Creo que con eso, nueva limpieza y poco más que surja, la bicicleta quedará fantástica, y me regalará excelentes momentos de esparcimiento y disfrute. Estimo que debería empezar por ella, ya que me encanta, requiere muy poco trabajo, escaso gasto y así podré utilizarla en alguno de los eventos “Tweed Ride” a los que pretendo acudir esta temporada. Me la vendieron con unas alforjas muy peculiares, que si bien son de imitación de piel (poco valor), muestran un acabado de lo más original, al más puro estilo del “Far West”, la envidia de cualquier aficionado a las motos tipo “custom”. La bicicleta la adecenté al poco tiempo de adquirirla, engrasé bien su original sillín de cuero, la limpié y ajusté de modo básico casi todo, por lo que funcionar funciona, pero no la voy a utilizar hasta completar las labores ya mencionadas. Estoy desenado irme a tomar un “vermut” dominical con Myriam y su Gacela cualquier día soleado.


Entre mis encargos ajenos, una cuñada me pidió hace tiempo que proyectase la recuperación, para su hija, de la que fuera su bicicleta de siempre. Se trata de una Torrot “deportiva de chica”, ese tipo de bicicleta del que siempre he dicho que sería la bicicleta ideal y más completa para la mayor parte de los usuarios, y que sin embargo, casi todos los fabricantes han dejado de comercializar, sin aportar ningún modelo sustitutivo que mereciera la pena a cambio. Os refrescaré la memoria, eran bicicletas similares a las de “corredor” pero sin barra horizontal, sustituida ésta por una doble barra diagonal de tubos muy finos. Por lo demás todo como las de “carreras” (frenos, cambios, pedales, finura de ruedas, ligereza…) salvo el manillar que era de tipo “plano” con estilosas curvas horizontales. El conjunto conformaba una bicicleta ligera, atractiva, versátil, ideal para la ciudad y práctica para excursiones por carretera de media distancia. Permitía además usarse con ropa convencional y rentabilizarla como bicicleta de viaje o para hacer ejercicio y distancias tirando a serias. Todos los fabricantes “de siempre” presentaban varios modelos con similar patrón. Españoles, ingleses, franceses, italianos… (anecdóticamente, una ciclista clásica que conocí en Austria, me dijo que en Bélgica no existe este tipo de bicis). La “Torrot” en cuestión es de los años 70. Se la trajeron los Reyes a mi cuñada, y ha sobrevivido en uso porque la utilizó hace algunas décadas en su etapa universitaria. Tengo que verla al detalle, hacerla funcionar, limpiarla, ajustarla mecánicamente y plantearme una reconfiguración estética que trate a la vez de mantener su encanto clásico y dotarla de un lustre que la de carácter de “semi-nueva” y una personalidad estética atractiva y propia. Creo que será factible y asequible con poco gasto. En mis viajes del año pasado he podido admirar muchos acertados ejemplos de ese estilo.

Myriam y la Torrot posando hace muchos años.

Ahondando un poco más en ese tipo de bicicletas, otra cuñada, hermana de la anterior, tiene otra. Una BH Gazela de los 80, que también quiere que le restaure. Lo haré encantado. Para empezar he de decir que el punto de partida de esta segunda: su color y acabado, me gusta aún más que la otra.
Mi buena amiga Rosa (apareció la temporada pasada por el blog, participando en la Histórica de Soria, estrenando una GAC de corredor de principios de los 80), recuperó (con permiso) un par de bicicletas muy curiosas, de un abandono manifiesto. Una Special de corredor que ya puse en marcha entonces para Javi su marido, y una bicicleta de paseo muy rara. Es una mezcla entre bicicleta plegable de los 70 (de aquellas con manillar alto en “uve”) y bicicleta de paseo casi holandesa de señora. La bici tal y como está ahora es bastante fea, todo sea dicho. Sin embargo ofrece muchas posibilidades para el juego estético. Posibilidades que espero aprovechar y que seguramente me permitan salirme bastante de mis cánones más o menos habituales. No puedo adelantar mucho porque no he pasado tiempo suficiente con la bici a solas. En esas “citas” tan personales es cuando voy descubriendo posibilidades y limitaciones, y se genera mi vena más creativa o gran parte del proyecto estético de cada caso. Tiene que quedar algo muy “chulo”, muy “pop”, muy “setentero”. Lo digo porque la bici es de esa época y su apariencia no puede negarlo, y porque la dueña, aún siendo mucho más joven, tiene también su “toque” y no se va a conformar con algo que no resulte muy singular.

Estas Navidades me cayó un regalo inesperado. Para aligerar garaje, mi hermana mayor, conocedora de mi afición, me ofreció quedarme con unos restos que pensaba tirar: un cuadro Colnago Megamaster, con movimiento central Shimano completo y tija de sillín, y un juego de ruedas anodizadas en tonos rojizos. Lamentablemente se trata de un cuadro de aluminio (hubiera preferido mil veces uno de acero), pero afortunadamente, uno de sus tubos principales (el horizontal) conserva el formato de sección de estilo “diamante” tan característico de la marca italiana. La pintura original parece de la “Selección Nacional” ya que toda la bicicleta es roja y amarilla. A mí no me gusta nada su aspecto, pero como la pintura se está desprendiendo en capa completa, castigada por la aluminosis en muchas zonas del cuadro, pienso aprovechar para pintarla completamente de nuevo y con un diseño que me satisfaga y que ya anuncio, será de tipo bastante clásico. Tengo sillín previsto para ella (gracias Fabio), necesitaré un manillar e ingeniármelas para instalar manetas de cambio y desviadores. Para conservar el movimiento central (de platos convencionales) tendré que montar al menos un 28 de corona grande. Los retoques estéticos de cinta de manillar, porta-bidón, etc. serán decisiones de última hora. Mucho más importante es buscar bien el grupo: frenos y cambios. Lo “suyo” sería localizar algún Campagnolo usado, por esto de montar una casi completa Italiana de carreras, pero no estoy dispuesto a gastar gran cosa. Así que si no lo encuentro asequible, recurriré a unos Weiman clásicos nuevos y siempre eficaces por frenos y Simplex o Triplex por desviadores. En cualquier caso, por lo que podéis deducir, aún falta bastante para que le llegue el momento a esta bicicleta. No creo que alcance a poder estrenarla en alguna “retro” de esta temporada.

Melchor sobre la Colnago coronando la Covatilla.


En el pueblo, funcionando y en un estado de conservación decente, tengo una BH Bicicross. Si, esa mezcla de bicicleta de “cross” y “chooper” que surgió como respuesta nacional a la llegada con cuentagotas de aquellas bicicletas americanas de importación. Aquellas con ruedas de tacos, imitación de amortiguadores, manillares extremadamente anchos, sillines con respaldo y, en ocasiones, palanca de cambio de tres velocidades, con aspecto de caja de cambios de coche. La “Bicicross” era un modelo rojo, muy llamativo y popular también en los setenta. Daba el pego en lo que a la estética del momento tiranizaba para muchos adolescentes. Y tan mal no lo debió de hacer BH ya que hoy en día sigo viendo por la calle algunas unidades en muy buen estado de conservación. La del pueblo en realidad fue una compra de segunda mano que mi hermano Guti hizo a algún conocido. La utilizábamos como bicicleta de entrenamiento de habilidad en la enorme terraza de la casa de mis padres. Con ella trazábamos sinuosas curvas de riesgo en cronometrajes aéreos, practicábamos caballitos o básicas maniobras de trial-sin. Todo ello en aquella época en la que ya algo mayores, o bien ya disfrutábamos de nuestra primera BTT o estábamos a punto de hacerlo. Hace pocos años, también deshaciéndose de lastre, mi hermano se la pasó a mi hijo Jacobo, quién apenas la utiliza aunque la “atesora” con emoción, y se da alguna que otra vuelta con ella en el pueblo. No sé si alguna vez me “pondré” a restaurarla. Para su funcionamiento no es necesario nada, ya solucioné todo hace tiempo, pero algo de lijado y quizá pintado le vendría bien. Así como algún cromado, aunque esto último no le llegará porque está fuera de mis capacidades. En cualquier caso, como icono del ciclismo histórico, permanecerá con nosotros.
Para el final he dejado “un hierro” para el que tengo grandes planes, pero para el que nunca encuentro momento ni dinero. Se trata del cuadro de la primera bicicleta de carreras de mi cuñado Bernardo. Se la compraron a principios de los setenta. La típica combinación montada en taller, sobre cuadro de acero desconocido de racores (artesano aunque tirando a pesado), con frenos de aluminio de doble tiro, y el resto del grupo en piezas de hierro cromado o aluminio. De todo aquello queda relativamente poco, ya que hace unos 25 años fue puesta en funcionamiento para uso callejero y las ruedas, por ejemplo, desaparecieron al ser de una medida incompatible con las cubiertas modernas. El caso es que el cuadro y algunos componentes están en mi poder y tengo planes para ellos. Pretendo montar una bicicleta de carreras de la época “Heroica”, es decir, con la estética y aspecto de los pioneros de las primeras bicicletas “de seguridad” (finales del Siglo XIX – principios del XX). Tendré que despiezar lo poco que hay, pintar el cuadro de un color (ya elegido), sanear y volver a montar eje de pedalier y dirección, y a partir de ahí, componer el nuevo conjunto. Dar con un manillar de carreras estilo antiguo, conservar el freno delantero, localizar un sillín de cuero antiguo, recuperar unos pedales viejos que tengo y decidir qué movimiento central ponerle (pero de único plato). Si me animo a ello creo que me decidiría por una rueda trasera de cambio en el buje y freno contrapedal. Y a ser posible montaría unas cubiertas de bastante balón, preferiblemente blancas o de color crema. No sé si sois capaces de “visualizar” el conjunto, a mí me parece atractivo, y además, puedo anunciar que desde mi última visita al mercadillo de l’Eroica, tengo la ropa adecuada con que disfrazarme si algún día la pongo en marcha.

Bernardo con su bicicleta cuando ambos eran muy jóvenes.


De todos aquellos proyectos que resulten finalizados, daré cumplida cuenta en el blog, aunque advierto desde el principio de que os hará falta mucha paciencia, pues trabajo sin plazos y sin demasiado tiempo libre para ello. Estoy ante una lista de siete bicicletas que recuperar, lo cual es mucho decir, y eso sin contar que algún otro trabajito se cruce por el camino o la asistencia de eventos de la temporada, me exija alguna intervención de urgencia en las que vaya utilizando a lo largo del año. De lo que más me lamento en esto de la restauración, no es de la falta de equipo o herramienta algo más profesional para los procesos mecánicos o de pintado. Pese a las limitaciones me conformo con lo disponible, insisto en que lo mío no es un entretenimiento de carácter o nivel profesional. Lo frustrante es no poder disponer de un buen, espacioso y atractivo lugar en el que disfrutar a la vista de la creciente colección de bicicletas, que tan nerviosa pone a Myriam y tanto cariño “objetológico” me provoca a mí. Me encanta echarlas un vistazo, sentirlas cerca y, por encima de todo, encontrar una buena disculpa y circunstancia para utilizarlas ¿tengo que recordar que todo este asunto de las Challenge y del blog nació como consecuencia de encontrar eventos en los que poder disfrutar de las bicicletas restauradas o revividas?


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