Estoy deseando regresar a mi espacio temporal de “artesano”.
Lo pongo entre comillas porque soy consciente de que alcanzo un nivel de simple
aficionado, y para mí el concepto de artesano, implica mucho respeto y
reverencia hacia tal condición. Lamentablemente en este mundo que nos toca
vivir, escasean los buenos artesanos. Aquellos que realizan su trabajo, no
necesariamente manual, pero si personalizado, de una forma cuidada, cautelosa,
paciente, eficaz y con clase. En definitiva: con maestría. Este tipo de
personas están dejando de ser rentables para la economía globalizada, para el
rendimiento de beneficio acelerado o compulsivo. Así pues el sistema, poco a poco, va acabando
con su presencia. En el mundo ciclista, especialmente en su vertiente clásica,
aún quedan por ahí algunos buenos artesanos, aunque cada vez parecen ser menos.
Hay artesanos del metal, de la geometría, de la estética, de la pintura… pero
también del carbono, del montaje de ruedas, etc. La artesanía no tiene porqué
estar reñida con la modernidad ni con la tecnología, diseño o innovación. Pero
sí que lo suele estar con la sociedad de consumo, con el desarrollismo
económico a ultranza y con la dictadura de aquellas tendencias de moda que no
buscan más que quemar etapas lo más rápidamente posible. Afortunadamente, quizá
como reacción al abuso y omnipresencia de las tendencias masificadas e
hiper-comercializadas, aparecen artesanos escondidos en la Red, en locales poco
preferentes o muy camuflados, algunos con encanto y otros sin él, tomando la
forma de talleres, tiendas pequeñas, agentes modestos, etc. Algo revive en una
cultura de la bicicleta en la que los “maestros” aún parecen tener algún hueco
o madriguera donde subsistir.
Pero insisto, no soy un verdadero artesano, sino una persona
sencilla que disfruta haciendo sus pinitos con la restauración, reciclaje o
personalización de bicicletas viejas o clásicas. De ello ya he dado cuenta en
alguna que otra entrada del blog. Y un enlace del mismo (Delmer Bikes) puede
remitir a los visitantes a mi muestrario de trabajos. Se trata de una afición
como otra cualquiera, completamente amateur y acorde a todas las limitaciones
de conocimientos, dominio o recursos de taller que sé que tengo. Aún así, suelo
quedar satisfecho con mis trabajos, así como aquellas personas que acaban
disfrutando de los mismos como usuarios, ya sea por adquisición (las menos de
las veces), por encargo o (sobre todo) como consecuencia de un regalo por mi
parte. Mis “realizaciones” suelen caracterizarse por funcionamiento correcto, algunas
imperfecciones no disimuladas, estética acorde con mis gustos personales y un
importante componente de bagaje emocional en la bicicleta. Personalmente
considero que en cuestión de bicicletas antiguas o viejas, la historia del
objeto es un valor añadido a su riqueza presencial en forma de carga sentimental.
La cuestión es que desde que hace pocos años comencé con
esta afición, descubrí que se trata de un entretenimiento que me complace
enormemente y me hace encontrarme muy bien. Me hace sentirme un poco artesano
aún sin serlo de verdad, y por regla general acabo satisfecho cuando termino
cada trabajo, así como cuando compruebo que la bicicleta entregada es utilizada
para los fines para los que se pensó, y con ello, salvada de un más que
probable abandono, olvido o desaparición. Tras unos tres años de desempeño
ocioso en el asunto, me voy conociendo, y he comprobado que sólo trabajo pasado
el invierno, cuando la luz natural y el buen tiempo me invitan y permiten hacerlo
en el jardín de casa. El garaje no es lugar para estas labores, está tan
abarrotado que no queda sitio para instalarse cómodamente. El cuerpo y los
sentidos parecen ser más sabios que mi cerebro, porque este comportamiento
costumbrista no es algo fruto de mi reflexión, sino de mi ánimo. Cuando el
otoño toma carácter invernal mis ganas se aletargan y en cuanto la primavera se
anuncia con varios días buenos seguidos, el necesario estímulo creativo y
manual se recobra y me comienza a picar de nuevo el gusanillo. Hoy, a modo de
preparativo intelectual voy a compartir con mis lectores una especie de
inventario de los trabajos que me esperan. ¡Muchos! y como trabajo sin plazos
ni jerarquías, desconozco en qué orden irán siendo acometidos, aunque tengo
ganas para todos, no es más que cuestión de tiempo.
Cuando preparé la BH Gacela de Myriam, en el mismo lote
adquirí una Orbea de caballero de color similar y parecida probable fecha de
fabricación (tempranos años 60). Su estado es algo peor, aunque funciona y la
pintura en general se conserva bastante bien. Necesita un centrado de rueda
trasera, un cambio de cubiertas, algún complemento, engrase, instalación de
guardacadena y pintado parcial. Creo que con eso, nueva limpieza y poco más que
surja, la bicicleta quedará fantástica, y me regalará excelentes momentos de
esparcimiento y disfrute. Estimo que debería empezar por ella, ya que me
encanta, requiere muy poco trabajo, escaso gasto y así podré utilizarla en
alguno de los eventos “Tweed Ride” a los que pretendo acudir esta temporada. Me
la vendieron con unas alforjas muy peculiares, que si bien son de imitación de
piel (poco valor), muestran un acabado de lo más original, al más puro estilo
del “Far West”, la envidia de cualquier aficionado a las motos tipo “custom”.
La bicicleta la adecenté al poco tiempo de adquirirla, engrasé bien su original
sillín de cuero, la limpié y ajusté de modo básico casi todo, por lo que
funcionar funciona, pero no la voy a utilizar hasta completar las labores ya
mencionadas. Estoy desenado irme a tomar un “vermut” dominical con Myriam y su
Gacela cualquier día soleado.
Entre mis encargos ajenos, una cuñada me pidió hace tiempo
que proyectase la recuperación, para su hija, de la que fuera su bicicleta de
siempre. Se trata de una Torrot “deportiva de chica”, ese tipo de bicicleta del
que siempre he dicho que sería la bicicleta ideal y más completa para la mayor
parte de los usuarios, y que sin embargo, casi todos los fabricantes han dejado
de comercializar, sin aportar ningún modelo sustitutivo que mereciera la pena a
cambio. Os refrescaré la memoria, eran bicicletas similares a las de “corredor”
pero sin barra horizontal, sustituida ésta por una doble barra diagonal de
tubos muy finos. Por lo demás todo como las de “carreras” (frenos, cambios,
pedales, finura de ruedas, ligereza…) salvo el manillar que era de tipo “plano”
con estilosas curvas horizontales. El conjunto conformaba una bicicleta ligera,
atractiva, versátil, ideal para la ciudad y práctica para excursiones por
carretera de media distancia. Permitía además usarse con ropa convencional y
rentabilizarla como bicicleta de viaje o para hacer ejercicio y distancias tirando
a serias. Todos los fabricantes “de siempre” presentaban varios modelos con
similar patrón. Españoles, ingleses, franceses, italianos… (anecdóticamente,
una ciclista clásica que conocí en Austria, me dijo que en Bélgica no existe
este tipo de bicis). La “Torrot” en cuestión es de los años 70. Se la trajeron
los Reyes a mi cuñada, y ha sobrevivido en uso porque la utilizó hace algunas
décadas en su etapa universitaria. Tengo que verla al detalle, hacerla
funcionar, limpiarla, ajustarla mecánicamente y plantearme una reconfiguración
estética que trate a la vez de mantener su encanto clásico y dotarla de un
lustre que la de carácter de “semi-nueva” y una personalidad estética atractiva
y propia. Creo que será factible y asequible con poco gasto. En mis viajes del
año pasado he podido admirar muchos acertados ejemplos de ese estilo.
Ahondando un poco más en ese tipo de bicicletas, otra
cuñada, hermana de la anterior, tiene otra. Una BH Gazela de los 80, que
también quiere que le restaure. Lo haré encantado. Para empezar he de decir que
el punto de partida de esta segunda: su color y acabado, me gusta aún más que
la otra.
Mi buena amiga Rosa (apareció la temporada pasada por el
blog, participando en la Histórica de Soria, estrenando una GAC de corredor de
principios de los 80), recuperó (con permiso) un par de bicicletas muy curiosas,
de un abandono manifiesto. Una Special de corredor que ya puse en marcha
entonces para Javi su marido, y una bicicleta de paseo muy rara. Es una mezcla
entre bicicleta plegable de los 70 (de aquellas con manillar alto en “uve”) y
bicicleta de paseo casi holandesa de señora. La bici tal y como está ahora es
bastante fea, todo sea dicho. Sin embargo ofrece muchas posibilidades para el
juego estético. Posibilidades que espero aprovechar y que seguramente me
permitan salirme bastante de mis cánones más o menos habituales. No puedo
adelantar mucho porque no he pasado tiempo suficiente con la bici a solas. En
esas “citas” tan personales es cuando voy descubriendo posibilidades y
limitaciones, y se genera mi vena más creativa o gran parte del proyecto
estético de cada caso. Tiene que quedar algo muy “chulo”, muy “pop”, muy
“setentero”. Lo digo porque la bici es de esa época y su apariencia no puede
negarlo, y porque la dueña, aún siendo mucho más joven, tiene también su
“toque” y no se va a conformar con algo que no resulte muy singular.
Estas Navidades me cayó un regalo inesperado. Para aligerar
garaje, mi hermana mayor, conocedora de mi afición, me ofreció quedarme con
unos restos que pensaba tirar: un cuadro Colnago Megamaster, con movimiento
central Shimano completo y tija de sillín, y un juego de ruedas anodizadas en
tonos rojizos. Lamentablemente se trata de un cuadro de aluminio (hubiera
preferido mil veces uno de acero), pero afortunadamente, uno de sus tubos
principales (el horizontal) conserva el formato de sección de estilo “diamante”
tan característico de la marca italiana. La pintura original parece de la
“Selección Nacional” ya que toda la bicicleta es roja y amarilla. A mí no me
gusta nada su aspecto, pero como la pintura se está desprendiendo en capa completa,
castigada por la aluminosis en muchas zonas del cuadro, pienso aprovechar para
pintarla completamente de nuevo y con un diseño que me satisfaga y que ya
anuncio, será de tipo bastante clásico. Tengo sillín previsto para ella
(gracias Fabio), necesitaré un manillar e ingeniármelas para instalar manetas
de cambio y desviadores. Para conservar el movimiento central (de platos
convencionales) tendré que montar al menos un 28 de corona grande. Los retoques
estéticos de cinta de manillar, porta-bidón, etc. serán decisiones de última
hora. Mucho más importante es buscar bien el grupo: frenos y cambios. Lo “suyo”
sería localizar algún Campagnolo usado, por esto de montar una casi completa
Italiana de carreras, pero no estoy dispuesto a gastar gran cosa. Así que si no
lo encuentro asequible, recurriré a unos Weiman clásicos nuevos y siempre
eficaces por frenos y Simplex o Triplex por desviadores. En cualquier caso, por
lo que podéis deducir, aún falta bastante para que le llegue el momento a esta
bicicleta. No creo que alcance a poder estrenarla en alguna “retro” de esta
temporada.
En el pueblo, funcionando y en un estado de conservación
decente, tengo una BH Bicicross. Si, esa mezcla de bicicleta de “cross” y
“chooper” que surgió como respuesta nacional a la llegada con cuentagotas de
aquellas bicicletas americanas de importación. Aquellas con ruedas de tacos,
imitación de amortiguadores, manillares extremadamente anchos, sillines con
respaldo y, en ocasiones, palanca de cambio de tres velocidades, con aspecto de
caja de cambios de coche. La “Bicicross” era un modelo rojo, muy llamativo y
popular también en los setenta. Daba el pego en lo que a la estética del
momento tiranizaba para muchos adolescentes. Y tan mal no lo debió de hacer BH
ya que hoy en día sigo viendo por la calle algunas unidades en muy buen estado
de conservación. La del pueblo en realidad fue una compra de segunda mano que
mi hermano Guti hizo a algún conocido. La utilizábamos como bicicleta de
entrenamiento de habilidad en la enorme terraza de la casa de mis padres. Con
ella trazábamos sinuosas curvas de riesgo en cronometrajes aéreos,
practicábamos caballitos o básicas maniobras de trial-sin. Todo ello en aquella
época en la que ya algo mayores, o bien ya disfrutábamos de nuestra primera BTT
o estábamos a punto de hacerlo. Hace pocos años, también deshaciéndose de
lastre, mi hermano se la pasó a mi hijo Jacobo, quién apenas la utiliza aunque
la “atesora” con emoción, y se da alguna que otra vuelta con ella en el pueblo.
No sé si alguna vez me “pondré” a restaurarla. Para su funcionamiento no es
necesario nada, ya solucioné todo hace tiempo, pero algo de lijado y quizá
pintado le vendría bien. Así como algún cromado, aunque esto último no le
llegará porque está fuera de mis capacidades. En cualquier caso, como icono del
ciclismo histórico, permanecerá con nosotros.
Para el final he dejado “un hierro” para el que tengo
grandes planes, pero para el que nunca encuentro momento ni dinero. Se trata
del cuadro de la primera bicicleta de carreras de mi cuñado Bernardo. Se la
compraron a principios de los setenta. La típica combinación montada en taller,
sobre cuadro de acero desconocido de racores (artesano aunque tirando a pesado),
con frenos de aluminio de doble tiro, y el resto del grupo en piezas de hierro
cromado o aluminio. De todo aquello queda relativamente poco, ya que hace unos
25 años fue puesta en funcionamiento para uso callejero y las ruedas, por
ejemplo, desaparecieron al ser de una medida incompatible con las cubiertas
modernas. El caso es que el cuadro y algunos componentes están en mi poder y
tengo planes para ellos. Pretendo montar una bicicleta de carreras de la época
“Heroica”, es decir, con la estética y aspecto de los pioneros de las primeras
bicicletas “de seguridad” (finales del Siglo XIX – principios del XX). Tendré
que despiezar lo poco que hay, pintar el cuadro de un color (ya elegido),
sanear y volver a montar eje de pedalier y dirección, y a partir de ahí,
componer el nuevo conjunto. Dar con un manillar de carreras estilo antiguo,
conservar el freno delantero, localizar un sillín de cuero antiguo, recuperar
unos pedales viejos que tengo y decidir qué movimiento central ponerle (pero de
único plato). Si me animo a ello creo que me decidiría por una rueda trasera de
cambio en el buje y freno contrapedal. Y a ser posible montaría unas cubiertas
de bastante balón, preferiblemente blancas o de color crema. No sé si sois
capaces de “visualizar” el conjunto, a mí me parece atractivo, y además, puedo
anunciar que desde mi última visita al mercadillo de l’Eroica, tengo la ropa
adecuada con que disfrazarme si algún día la pongo en marcha.
De todos aquellos proyectos que resulten finalizados,
daré cumplida cuenta en el blog, aunque advierto desde el principio de que os
hará falta mucha paciencia, pues trabajo sin plazos y sin demasiado tiempo
libre para ello. Estoy ante una lista de siete bicicletas que recuperar, lo
cual es mucho decir, y eso sin contar que algún otro trabajito se cruce por el
camino o la asistencia de eventos de la temporada, me exija alguna intervención
de urgencia en las que vaya utilizando a lo largo del año. De lo que más me
lamento en esto de la restauración, no es de la falta de equipo o herramienta
algo más profesional para los procesos mecánicos o de pintado. Pese a las
limitaciones me conformo con lo disponible, insisto en que lo mío no es un
entretenimiento de carácter o nivel profesional. Lo frustrante es no poder
disponer de un buen, espacioso y atractivo lugar en el que disfrutar a la vista
de la creciente colección de bicicletas, que tan nerviosa pone a Myriam y tanto
cariño “objetológico” me provoca a mí. Me encanta echarlas un vistazo, sentirlas
cerca y, por encima de todo, encontrar una buena disculpa y circunstancia para
utilizarlas ¿tengo que recordar que todo este asunto de las Challenge y del
blog nació como consecuencia de encontrar eventos en los que poder disfrutar de
las bicicletas restauradas o revividas?
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