Algunas de las personas citadas en este artículo. (Imagen: montaje propio con recortes de antena3.com, elcorreo.com, huffingpost.es, mujerhoy.com, x.com/TIME y x.com/veroboquete). |
Una vez más, en este blog de ciclismo (preferentemente retro) vuelvo a hablar de otras cosas. En esta ocasión, de otros deportes. Es 16 de julio y anda el país de resaca futbolística tras haber ganado, la Selección Española, la Eurocopa (la masculina que, en los tiempos que corren, le pese a quién le pese, levanta infinitamente más pasión y emociones que la femenina; así como incomparables cifras de audiencia y atención (femenina y masculina)).
Por una vez, la Eurocopa, cosa rara en los campeonatos de fútbol de mayor nivel de rendimiento, ha finalizado con la victoria del mejor equipo. Tal afirmación no se debe a que España haya logrado el título, sino a que el equipo campeón lo haya sido por mérito puramente futbolístico, es decir, resultando imbatido a lo largo de todo el torneo, habiendo ganado todos sus partidos y, para mí lo más importante, sin haber logrado ningún pase mediante el sistema de tandas de penaltis que, como todo el mundo sabe y admite, se trata de puro azar (eso dentro de una modalidad deportiva que ya es, de por sí, bastante azarosa).
Dejando de lado cualquier tipo de análisis técnico, táctico, individual, colectivo, etc. a mí, estas situaciones, lo que me despiertan es, fundamentalmente, sensaciones, reflexiones y preguntas de carácter más sociológico. Voy dando, poco a poco, cuenta de ellas.
Cada vez que hay una final de importancia, no puedo evitar fijarme en el dramatismo exhibido en las gradas. Allí, gracias a una atenta realización televisiva (sospecho que algunos realizadores, afortunadamente, deben compartir algunos modos de pensar conmigo, porque les llaman la atención similares tipos de demostraciones emocionales), podemos observar ejemplos palmariamente explícitos de tristeza, desolación, tragedia, horror, devastación, personal, etc. por una parte; y de felicidad, euforia, alegría sin límites, alivio máximo, etc. por la otra. ¡Qué caras! Qué gestos, qué abrazos, qué pasiones desatadas e irreprimibles. Y a mí, al verlo, siempre me viene el mismo pensamiento a la mente y me surgen preguntas hipotéticas ¿se pondrán este o aquella tan contentos el día que alguno de sus hijos apruebe las oposiciones? ¿se lo demostrarán con tanta efusión? O, peor aún ¿sentirá tanto desconsuelo si algún día, Dios no lo quiera, se enterase de que un ser, supuestamente muy querido, hubiera fallecido repentinamente? Todo lo que puede verse en las gradas, y no verse, pero viviéndose en calles, hogares, bares, etc. es parte de un fenómeno social asumido, bastante analizado, pero que, modestamente opino, daría para mucha más reflexión y estudio sociológico del que se ha hecho y se continúa haciendo. Y recientemente, con gran acierto, aunque, lamentablemente, con escaso eco, van surgiendo voces alertando sobre el intento (¡y logro!) por parte de la clase política (de todas las tendencias y países) de replicar este modelo de corporativismo, hooliganismo, hinchada, club de fans, pertenencia… cada cual que lo denomine como quiera, en clave de lucha política. El problema es grave ¡y peligroso! Porque, al igual que ocurre con las aficiones en el fútbol, parte de la masa seguidora no es racional y, a la hora de la verdad, les da igual de lo que se trata (el juego, el gobierno práctico real, etc.), lo que a la postre les importa, sea como sea, y por los medios que sean, es la victoria sobre el contrincante. Ser de un equipo (partido) es algo que se lleva dentro, y a sus colores (importante detalle lo de los colores en el fútbol y en la política) el seguidor les perdona todo. Y a los contrincantes, se les odia, se les quiere aniquilar (con o sin faltas, con o sin violencia, con o sin malas artes; sigo expresándome simultáneamente en términos deportivos y políticos) y hay que acabar con ellos y celebrar sus desgracias. Por cierto, que el mismo día, al mismísimo Donald Trump, populista instigador de masas irracionales donde los haya, un contrincante ideológico (aún no se sabe, quizás la motivación haya tenido más que ver con la megalomanía) le ha pegado un tiro.
Saltando ya a otro asunto, todo esto de los enfrentamientos deportivos (no únicamente futbolísticos, sino de todas las modalidades) entre equipos que representan a países se me antoja algo contradictorio en varios planos de reflexión. Creo que actualmente, los campeonatos por equipos o selecciones nacionales se han convertido en una de las muestras más explícitas de nacionalismo dentro de un mundo más globalizado que nunca. Lo contradictorio viene, principalmente, por dos líneas de análisis que, si bien no son las únicas, sí me parecen las más llamativas. Primero, el concepto de nacionalismo está mal visto en general. Y es lógico que lo esté porque muy frecuentemente se ha utilizado, y se sigue empleando, como catalizador de conflictos, armados o no, entre naciones, países, regiones, etnias, etc. De hecho, es una de las mayores fuentes de enfrentamientos. Las expresiones deportivas sobre las que estoy escribiendo ahora son, por su parte, una exhibición indudable de nacionalismo, y una lanzadera de cultivo, despertar y exaltación de sentimientos nacionalistas entre la población general. Tiempo atrás, varios teóricos y filósofos del deporte opinaban que quizás, con suerte, ello podía servir de catarsis general de la población, para gastar así sus dosis de nacionalismo no deportivo, evitando que se manifestara a través de otros comportamientos. Personalmente no lo creo, más bien me temo que, como enuncia la tonada castiza (transformada), el nacionalismo cuando prende es que prende de verdad.
La otra gran incongruencia es cuando, pasadas o alejadas las competiciones de representación nacional, el público se vuelve a sumergir en las competiciones por equipos. El hooliganismo y el apego desbocados se mantienen, se renuevan constantemente, solo que pierden su clave nacional (o no, según los casos) y es sustituida por la de los colores, el escudo o la entidad. Y entonces, ni el seguidor acérrimo sabe ya muy bien a qué atenerse, aunque se sigue ateniendo con furia. ¡Y es que el equipo lo representa! ¿Cómo qué? Vaya usted a saber, ciudad, país, región, idea política, historia, estética… da igual de dónde salgan los jugadores, si son de aquí o de allá, mientras vistan la camiseta del equipo. Y es aquí donde, con el tiempo, progresivamente, se ha ido consiguiendo algo que los EEUU lograron tiempo antes (y los romanos no digamos, con sus cuadrigas de diferentes colores) el apego de la ciudadanía a una franquicia, algo que no sería preocupante si tal franquicia no llevase asociados valores (positivos, negativos o neutros) de ideología, geografía, nacionalismo, etc. pero que, lo sabemos, en muchos casos, al menos en España, lo llevan.
Podríamos seguir con incongruencias, pero lo vamos a dejar ahí, salvo, quizás, lanzar la idea de que todo es muy nacional y unificador, etc. hasta que la pugna baja al plano de lo interautonómico, lo interprovincial o lo interurbano. Momentos en los que los sentimientos regionalistas… localistas… ¡de barrio! saltan a la palestra, con amores y odios incorporados. Pasión aferrada a capas de cebolla, furia española.
Conscientes del asunto de la palpable efervescencia del nacionalismo en este tipo de eventos, los periodistas, pensando, como casi siempre, que el público general no está compuesto por personas, sino por una especie de masa confusa y simplona, ocasionalmente juegan a la ambivalencia interesada. Por un lado, se aferran al sentimiento patrio, espoleándolo y queriendo rentabilizarlo mientras que, por otro, ocasionalmente, lavan sus conciencias pretendiendo insertar alguna que otra nota, comentario o reflexión de carácter más sensato o cívico, tal vez pedagógico, ocasionalmente propagandístico. En esta ocasión, la de la Eurocopa, la nota de color utilizada para disimular o paliar la escala de grises del nacionalismo (estatal) exacerbado (compartido por ellos) ha sido definir al combinado nacional como de equipo muy diverso. Eso sí, sin aclarar del todo en qué consiste tal diversidad y cómo se mide, evalúa y valora. Que si hay un par de jugadores hijos de emigrantes, que dos (casualmente los mismos) no son de piel blanca, que además un par de nacidos en Francia. Muy bien, muy bonito todo, pero, perdonen, disculpen ¿Qué hay de novedad? O es que no recordamos a Brabender y Luick, a todos los fichajes cubanos o formados en otros países que el Deporte Español lleva a cabo para alimentar diferentes equipos deportivos nacionales (esquí de fondo, natación, atletismo, gimnasia deportiva, esgrima, balonmano, baloncesto, etc.). Según muestran las estadísticas, la selección española de fútbol todavía se nutre, fundamentalmente, de deportistas nacidos en España en el seno de familias que son españolas desde hace muchas generaciones. Pero es algo que da igual y debería dar igual, porque además responde a la realidad histórica reciente del país en cuestión. Lo raro, estadísticamente hablando, es que todavía no haya surgido un número importante de jugadores que, inmigrantes directos ellos, o hijos de inmigrantes, tengan procedencia sudamericana, ya que, salvo casos particulares (que en el caso del deporte de alto rendimiento son siempre llamativos y muy particulares de por sí), las cuotas de representación por mérito de desempeño suelen obedecer bastante a los datos estadísticos. De haber habido diversidad (de la de género, identidad sexual, etc. no se han tenido noticias, afortunadamente; lo digo por el respeto a la libertad individual de los jugadores y su privacidad), esta se ha manifestado mucho más en el origen local o provincial de nacimiento, en los clubes de militancia, en sus cualidades como jugadores y, muy especialmente, en la edad, con los ejemplos de Navas y Yamal como extremos. De todas formas, calificar a la selección española como diversa, si la comparamos con todos los equipos contra los que se ha enfrentado en las sucesivas eliminatorias, me parece un mal chiste o un insulto a la inteligencia de la audiencia por parte de la prensa. Repasemos. Octavos de final: Georgia; Cuartos de final: este sí, equipo aparentemente poco diverso, con apenas dos jugadores nacidos fuera de su país. Alemania; en un repaso sin profundidad, cinco jugadores no blancos (nacidos en Alemania, por lo que, probablemente y teniendo en cuenta cómo se las gastaban allí hasta 1945, hijos de emigrantes) y otros tres de origen turco. Semifinal: Francia; Samba, Upamecano, Coundé, Saliba, Hernández, Conaté, Camabinga, Tchouameni, Kanté, Fofana, Mbappé, Dembélé, Kolo Muani, Thuram, Colam y Barcolá (eso por nombrar a algunos) ¡Y nuestros periodistas presumiendo de diversidad nacional! ¡Manda güevos! Final: Inglaterra; hasta diez jugadores no blancos, uno de ellos nacido en Costa de Marfil y varios de ellos con apellidos claramente poco británicos (de origen). Es lo que tiene el colonialismo, el anclaje cronológico de cada uno de ellos (cada colonialismo), su carácter y estilo (leyendas negras aparte). Y eso que no nos hemos enfrentado a Holanda. Ya antes de las eliminatorias nos las vimos con Albania, equipo montado a base de utilizar un algoritmo de localización global para detectar jugadores de fútbol profesionales que tuvieran algún apellido o parentesco remoto albanés, para así, contactar con ellos y ensamblar un equipo lo más competitivo posible y… de alta diversidad real.
Vuelvo a cambiar de tema, me alejo del fútbol, pero no de la prensa. Casualmente, el mismo día de la final de la Eurocopa se disputaba la del torneo de tenis de Wimbledon, ese que tan pocas veces han logrado los (y las tenistas) españoles si lo comparamos con Roland Garros. Ganó Alcaraz por segunda vez. Ante Djokovic y enlazando los grandes slams de Londres y París en una misma temporada. Una gesta. El típico logro que hace que a los periodistas (mujeres y hombres) de Televisión Española se les haga el orto pepsicola cuando tienen oportunidad de entrevistar al protagonista de la hazaña. Sin embargo, pese a que los noticiarios de RTVE sí que dieron la noticia de la victoria, ni los comentaristas de la Eurocopa, ni los del Tour de Francia, hicieron mención alguna al evento, la victoria, una felicitación, etc. pese a, eso sí, anunciarnos la retransmisión de los JJOO, presumir de ser quienes retransmiten el Tour y la Eurocopa, anunciar el Grand Prix (programa de entretenimiento lúdico, no deportivo y con un, actualmente caricaturizado y desvirtuado, origen inspirado en las fiestas populares españolas con presencia de vaquillas). ¿La razón? aunque no declarada, parece evidente, un enfermizo corporativismo mal entendido que pretendía ocultar y ningunear al torneo de Wimbledon (y la meritoria victoria de un deportista español) por no ser retransmitido por ellos. O, mejor dicho, no haber adquirido ellos los derechos de retransmisión. Nada de esto sería tan censurable o criticable, si RTVE fuera una cadena privada, allá ellos con su negocio. Pero es que se trata de una cadena pública que presume de (y se debe a) el servicio público. Nunca nadie explica con claridad cuáles son los criterios con los que nuestro ente decide adquirir o no derechos de retransmisión de eventos deportivos (tampoco de lo demás). Una buena muestra de estilo característico de transparencia española. Por cierto, al Giro también se le tiene manía en RTVE. Sus comentaristas de ciclismo sí lo mencionan de vez en cuando en sus retransmisiones del Tour y La Vuelta (no les queda más remedio), pero nuestra Televisión no lo suele cubrir. Lo evita históricamente. Quizás haya habido años en los que sí que se haya programado, pero por lo general no. Lo que no me apetece perder el tiempo en indagar es si el hecho de que el Tour y La Vuelta estén gestionados por la misma empresa pueda tener algo que ver con el ninguneo actual al Giro o no. Ya digo que es histórico, y antes Tour y Vuelta eran independientes entre sí.
Y ya que estamos con ciclismo, en pleno Tour, algunos apuntes breves sobre el desarrollo de la prueba pasado su ecuador:
- Felicidades a la organización por incorporar una etapa con tramos no asfaltados. Fue un espectáculo vistoso y emocionante, un guiño a la actualidad gravel y, sobre todo, al ciclismo retro o vintage y al carácter reactualizado de algunas clásicas importantes.
- ¡Mil gracias a los principales protagonistas! Pogacar, Vingegaard y Evenepoel, por sus esfuerzos y por mostrar talantes valientes y nada especulativos. Una muestra más de los magníficos años de vibrante ciclismo que estamos teniendo la suerte de vivir actualmente.
- Por favor, si algún lector tiene contacto con Perico, o tiene el hábito de escribir en las redes sociales a RTVE, que le explique, lo más didácticamente posible, que el Tourmalet no tiene ni vertiente norte ni sur, son este y oeste. Lleva más de una década insistiendo en cambiar la geografía pirenaica.
- No sé qué pasará al final, pero parece que el danés no va a poder ser capaz, esta vez, de poner en peligro el triunfo del esloveno. Aparte del tema de su caída y convalecencia, no escucho apenas hablar de un factor que, desde mi punto de vista, fue fundamental para sus dos anteriores triunfos: disponer de un equipo más poderoso (creo, sinceramente, que, entonces, el más poderoso de la carrera) y, dentro de él, de la figura de un Wout van Aert en plena forma, capaz de llevar la carrera a toda velocidad él solito. Este año no dispone de ninguna de esas dos claves y, la del equipo más potente, la disfruta Pogadcar.
- Mención especial a Mikel Landa. Ni soy landista (¡ojo! de Alfredo sí), ni entiendo que exista dicha corriente, que tengo la impresión de que nació basándose en anhelos y expectativas emocionales, pero tengo que reconocer que, en el ocaso de su carrera, hasta el momento, está haciendo un Tour brillante y meritorio y, precisamente, ante un plantel de titanes que considero ya histórico. Chapeau.
Voy a ir terminando esto de la furia española con un detalle del que, en plena euforia futbolística nacional, nadie parece recordar o (de nuevo la prensa) querer recordar, aunque estoy convencido de que nuestro flamante y exitoso seleccionado nacional masculino no olvida (aunque se calle, porque parece una persona sensata, educada e íntegra, además de competente en su desempeño). Me refiero a ciertas declaraciones que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, vertió con respecto al seleccionador. Como soy de las personas que procura tener en cuenta trayectorias, posturas, declaraciones y hechos anteriores de las gentes que tratan de venderme motos más adelante (pertenezcan al concesionario que pertenezcan o aunque, como en este caso, cambien de uno a otro por conveniencia) me acordaba del fondo de aquellas declaraciones. Pero, para no meter la pata y poder comentarlas con mayor precisión, las busqué y las volví a escuchar y así poder citarlas de forma general y, en detalle, literal. Respecto a lo general, según Mundo Deportivo, Onda Cero, etc. el 28 de agosto de 2023, Yolanda Díez pidió el cese y/o dimisión de los dos seleccionadores de fútbol: Vilda y De la Fuente, por aplaudir en la asamblea general de la RFEF. Y, concretando en un detalle, dijo textualmente: «… y los seleccionadores que aplaudían al señor Rubiales no están capacitados para continuar en sus puestos».
Vayamos por partes. El tema Rubiales daría para un amplio y detallado monográfico cargado de asuntos turbios, posibles corruptelas, talante del personaje, etc. Los cuales no voy a tratar aquí. El tema del beso, que podemos considerar como uno más de los anteriores, aún está en manos de la justicia y, en cualquier caso, resulta especialmente discutido y discutible, independientemente de que la mayor parte de los medios, muchas entidades afines al gobierno actual, gente del famoseo, etc. se hayan posicionado en una postura muy crítica, tratando de generar una apariencia de opinión pública mayoritaria. Pero tampoco este asunto interesa aquí y ahora. No, aquí la cuestión tiene que ver, exclusivamente, con la ministra (la nueva novia de España, aunque tampoco voy a explicar aquí este cariñoso apelativo) y el seleccionador. La ministra, para empezar, pese a ser titular de Trabajo, ha demostrado nula competencia en lo que, en este caso, se refiere a la gestión de recursos humanos y la selección de personal. Pues, si alguien se ha demostrado idóneo y capacitado para el desempeño ha sido el seleccionador.
Eso dentro de lo humorístico y anecdótico, pero, con mayor calado e importancia está el fondo de la cuestión. Ella, tan sabia, conocedora y enterada de cualquier tema (porque de todo habla), resulta que quería que cesaran a los dos seleccionadores (algo totalmente fuera de su competencia) por aplaudir en una asamblea. El asunto, el hecho, es más grave de lo que parece por varias razones (enumeradas sin orden prioritario):
Primera, porque sus declaraciones están motivadas por la observación de unas imágenes tomadas por la prensa en una reunión (la asamblea) de carácter privado y autónomo, a la que, aunque se haya permitido acudir a los medios de comunicación, lo que allí suceda es de carácter, régimen y toma de decisiones internos. Pretender castigar por declaraciones o comportamientos allí ocurridos (salvo que fueran delitos) compete al régimen interno de la asamblea (o reunión de vecinos, amigos, familias, claustros, etc.) no a cualquier observador exterior. De no ser así, se estaría actuando de la misma manera que si se les hubiera espiado, algo de lo que, precisamente, coincidiendo en el tiempo, se quejaba la ministra esta misma semana, por haber sido, presuntamente, víctima tiempo atrás, con el Partido Popular gobernando. La acción intimidatoria que, en tiempos recientes (de más de una década para acá), están ejerciendo los poderes del estado y los medios de comunicación hacia las personas está socavando peligrosamente la libertad de expresión y está provocando, por ejemplo, que sean miles de personas las que actualmente ya hayan automatizado el gesto de hablar tapándose la boca para que no se les lean los labios, teniendo que embozarse como si fueran cuatreros del oeste americano, o colocándose un burka comunicativo por temor a lo que la violencia del estado (y de la prensa interesada e irrespetuosa) pueda hacer con ellas.
Segunda, y es que encima no hubo ni declaraciones ni posicionamiento, únicamente aplausos. Aplausos masivos. Pretender cesar a gente por aplaudir se me antoja de una tiranía verdaderamente peligrosa, algo que casa con políticas que pretenden sancionar o premiar sentimientos y emociones como el odio, la desafección, etc. (palabras textuales, esos dos ejemplos, en boca del actual ministro del interior). Con ello, se trata de regular y/o penalizar las muestras de fidelidad, asentimiento y, en definitiva, la libertad de apegos, si estos no concuerdan con el interés de quien mande. Al asunto de este pretendido enjuiciamiento hay que añadir la contextualización de los aplausos, los cuales hemos podido ver todos aquellos que hemos querido. En mi opinión, son los típicos aplausos masivos de inercia, eco o contagio. Esos que se producen, en múltiples ocasiones masivas, sin que ni siquiera quienes aplauden sepan a qué están aplaudiendo realmente. Sobre este tipo de dinámicas de aforos hay estudios científicos sobre el comportamiento colectivo. Recuerdo que en un curso sobre Model thinking que completé con la Universidad de Michigan hace años se estudiaba, como ejemplo de modelo, el comportamiento de un aforo a la hora de aplaudir[1], ponerse de pie y prolongar los aplausos, en función de la distribución topográfica de los asientos y de cuántos y dónde emprendían las diferentes acciones. El caso es que, únicamente con las imágenes, resultaría imposible conocer el valor de esos aplausos y, aunque este fuera de máximo apego, o de máximo acuerdo, o de máximo apoyo, o agradecimiento, o miedo al cese, o lo que sea, que tampoco lo podemos saber, de ningún modo se puede actuar contra las personas por aplaudir, abuchear, etc. en un acto de esa índole.
Tercera. No queda ahí la cosa. La ministra, al decirle a la federación, o al gobierno, porque realmente tampoco sabemos a quién se lo decía, que había que cesar al seleccionador, se estaba inmiscuyendo en una asamblea federativa saltándose toda la normativa (extremadamente democrática) que regula el deporte en España desde la época de la transición. La Ley del Deporte anterior databa del año 1990, y estaba muy desarrollada en lo que se refiere a la cuestión de las federaciones, las cuales (funcionen bien o no, que de todo hay) siguen unos procedimientos de creación, participación y representación marcadamente democráticos. Personalmente soy muy crítico con el sistema vigente, que ha mostrado múltiples casos de corrupción, clientelismo, aferramiento total al poder y otros males que no vienen ahora al caso. Sin embargo, las normas están ahí y su vocación general fue la de organizar el deporte a través de un sistema de libre elección y representación progresiva, canalizada a través de diferentes estamentos (deportistas, clubes, jueces, técnicos, etc.). Todo este desarrollo normativo, tal como acabo de comentar, aparecía detalladamente expresado y marcado en La Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte. Treinta y tres años después, el gobierno decidió actualizarla manteniendo la mayor parte de su contenido, incorporando algunos detalles relativos a la igualdad, sostenibilidad y otros asuntos, y unas pequeñas aportaciones relativas al rendir cuentas (económicas y de igualdad) periódicamente al CDS desde las federaciones deportivas y al, curiosamente, forzar un poco más el que las ligas profesionales (otras entidades diferentes) tengan que llegar a acuerdos con las federaciones. La nueva Ley del Deporte se publicó el 1 de enero de 2023 y, en lo que se refiere a los procedimientos de nacimiento, administración y representatividad federativos no supuso cambio alguno. Y, de repente, saltaba a la palestra el asunto Rubiales y el gobierno (muy tarde, pues ya tenía que haber tomado cartas en el asunto con la presidencia futbolística anterior) se alarmaba, pretendía cargarse al presidente y meter en cintura a una federación, a los que tenía que haber parado los pies años antes y por motivos verdaderamente graves. Y se daba cuenta de que no podía. No podía porque, él mismo, en ese particular estilo que había ido mostrando ocasionalmente, consistente en desarrollar normativa caracterizada por provocar tiros por la culata (hemos sufrido varios ejemplos palmarios), acababa de estrenar una normativa inoperante para el caso. Así que anunciaba, creo que en septiembre, unos nueve meses después de estrenar su última ley del deporte, que había que volver a hacer otra. Treinta tres años de duración de una contra nueve meses de validez reconocida de su sustituta. El tiempo y otros asuntos han propiciado que, por el momento, no se haya promulgado la nueva anunciada, pero el caso es que, con la anterior y su sustituta, la asamblea general de una federación sigue siendo el órgano de gobierno soberano de una federación:
Artículo 45. Estructura y funcionamiento de las federaciones deportivas españolas.
1. Las federaciones deportivas españolas regularán su estructura interna y su funcionamiento a través de sus estatutos, de acuerdo con principios democráticos y representativos.
2. El órgano de gobierno de las federaciones deportivas españolas es la asamblea general, que podrá y deberá constituirse tanto en el pleno como en la comisión delegada. La representación de las federaciones deportivas españolas corresponde a quien ostente la presidencia.
Y así sucesivamente. Entre otras cosas:
Artículo 47. Reglas para la elección y designación de órganos.
2. La presidencia de la federación deportiva española es elegida por su asamblea general.
3. Las y los miembros de la junta directiva serán designados y cesados por la presidencia de la federación deportiva española, dando cuenta a la asamblea general.
Artículo 51. Funciones propias de carácter privado de las federaciones deportivas españolas.
Son funciones propias de las federaciones deportivas españolas:
i) Elegir las personas deportistas que han de integrar las selecciones españolas.
Cuando ocurría todo aquello me dio por buscar algunos datos. El número de federados de fútbol en España alcanzaba 1.075.000 que generaban 140 miembros de la asamblea. Como valor de Representatividad podemos aproximadamente calcular que cada miembro de la asamblea representa una cuota teórica de 7680 interesados. Censo electoral español estaba en 37.466.432 para 350 diputados. Así que la representatividad de cada miembro generaba una cuota teórica de 107046 interesados. Es decir, que la cercanía de representación federativa es muchísimo más próxima al interesado que en el Congreso y, por tanto, el sistema democrático mucho más directo. Por otro lado, la cifra de diputados de Sumar en el Congreso (31) equivalía a un 8,8%, y la de votantes de Sumar en España (3.014.008) a un 12,3% de los votos, y un 8% de las personas con derecho a voto. Con tales cifras, Y. Díaz pretendía perseguir y cesar a miembros nombrados (y entonces ratificados) por la asamblea general por aplaudir (quizás por estar de acuerdo) con el presidente (o cualquier otro asambleario). Pretendía pues saltarse la soberanía de un órgano democráticamente constituido, con una cuota de representatividad ¡14 veces mayor! que la que ella tenía en el Congreso (su asamblea). Y todo ello desde la minoría que representa.
Quizás las soluciones que se le podrían sugerir fueran estas: a) Que la asamblea de la federación siga siendo representativa, pero siempre y cuando hagan lo que a ella le parezca bien. B) Que, aun gozando la federación de cierta representatividad, el poder y la autoridad estén en manos de un cargo político designado por el gobierno (nacional y autonómico correspondiente), que es lo que, más o menos, se hacía en el franquismo y que, además, permitiría multiplicar ostensiblemente el número de cargos a repartir (con los que premiar la fidelidad) en el partido que gobierne.
En definitiva, salvo que un gobierno de la nación decidiera desmantelar una federación por razones de mucho peso, toda acción dirigida en contra de las decisiones tomadas por su asamblea general sería de dudosa legalidad. En el caso Rubiales se alargó el pulso algunas semanas hasta que él, como presidente, presentó su dimisión, evitándonos, probablemente, un culebrón todavía más largo y de compleja resolución. La asamblea, en funciones, siguió viva y sus decisiones vigentes, con cierto plazo para convocar nuevas elecciones. Los caminos de los seleccionadores fueron diferentes. El femenino (Campeón del Mundo), acusado por vías judiciales extradeportivas, y gracias a las presiones ejercidas por el CSD al presidente interino de la federación, fue destituido. El masculino (que también fue objeto de cierta persecución) fue ratificado, probablemente porque el inminente calendario de competiciones jugó a su favor. Y, ahora estamos donde estamos. Mi sincera enhorabuena don Luis por su excelente trabajo con la selección masculina y, en especial, en esta reciente Eurocopa.
Y como muestra de que nada de esto tiene que ver con machismos futbolísticos, me despido mencionando un descubrimiento provocado por las retransmisiones de los partidos de la Eurocopa. Veo muy poco fútbol en la televisión (en general poco deporte), únicamente eventos muy señalados, para tratar de analizar cómo ha ido evolucionando el juego desde la lejana ocasión anterior. Normalmente, los comentaristas de televisión apenas me aportan nada durante las retransmisiones: lugares comunes, análisis simplones, falta de verdadero conocimiento real del juego, constante intento de generar épica casi nunca justificada, esfuerzos por coronar individualidades, vaguedades, etc. Cuando llevan especialistas, unos por verse contagiados por generalidades de poco calado, y otros por falta de carisma comunicativo, tampoco me suelen aportar gran cosa. Sin embargo, en esta ocasión, me quito el sombrero ante la figura de Vero Boquete, quien me ha resultado amena, sagaz observadora, con profundidad de análisis suficiente (sin pasarse de tecnicismos que la audiencia no entendería), certera y repartiendo méritos de modo equilibrado dentro de cada equipo comentado. Algo que, en el caso del español, resultaba fundamental, porque ha demostrado que, precisamente, la totalidad del equipo ha sido su mejor arma.