viernes, 28 de febrero de 2014

6. PATINES (I)




Por qué patines, se habrá preguntado más de uno al reencontrarse con el blog un año más. Hasta cierto punto es una pregunta lógica para un ciclista convencional. Lo digo porque una gran cantidad de aficionados al ciclismo, lo son en exclusiva, no reparten su pasión con otras modalidades. Puede que se reconozcan puristas, en el sentido de considerar tal calificativo como inseparable del concepto de dedicación deportiva exclusiva. Esto no es algo propio únicamente de los ciclistas más convencidos y dedicados, es un rasgo común a muchos otros deportistas de todo tipo de modalidades, que se centran en una de ellas únicamente, ofreciéndola todo su tiempo, dedicación, interés y quizá hasta seguimiento mediático. En el desempeño profesional lo podría llegar a entender (aunque me consta que a muchos grandes campeones les encanta disfrutar de varias modalidades deportivas, que por lo general practican con bastante buen nivel; como ejemplo ciclista valga el mismísimo Eddy Merckx de quien cuentan que practicaba con maestría fútbol, boxeo y carreras de cross). Demasiadas veces no queda tiempo para más. Y en el caso de los ciclistas muy aficionados puede que hasta también (por la necesidad temporal que exige la acumulación de kilómetros de entrenamiento), pero en muchos otros deportes… En fin, quién se limite a una modalidad deportiva, que la disfrute, se lo deseo de todo corazón. No puede ser de otra manera, somos libres, diferentes y nadie debería poner en duda nuestras preferencias. Sin embargo, personalmente, quizá por mi carácter, educación o lo que sea, me gusta la variedad, he practicado muchas modalidades deportivas en esta vida y me he sentido más pleno con unas u otras en función de las diferentes edades y circunstancias cambiantes de la misma. Y me niego a renunciar a las actividades que me gustan o me apetecen.

Y patinar es una de ellas. No es desde luego uno de mis deportes favoritos en cuanto a su práctica (el esquí, la bicicleta, el kayak, la montaña… lo superan habitualmente), sin embargo si está entre esas actividades de entrenamiento aeróbico que me gusta retomar de vez en cuando. Y si no lo hago más a menudo, creo que sólo es por dos razones, aunque poderosas. La primera es que tal y como me sucede con la bici y la piragua, las sesiones de patines realmente las disfruto más cuando implican un desplazamiento variado, casi “viajado”, no una sucesión de vueltas a un circuito corto. Y claro, reconozcámoslo, aunque las rutas adecuadas para patinar van aumentando, en mi entorno aún son escasas y su repetición acaba aburriendo. La segunda razón tiene que ver con la climatología que caracteriza a mi región. El patinaje al aire libre tiene dos enemigos climáticos importantes: el viento y la lluvia. El primero te desgasta enormemente (personalmente creo que afecta a la sensación de avance incluso más que cuando vamos en bicicleta); y por aquí algo de viento hay casi siempre, aunque llevadero, excepto este invierno, que se ha convertido en una sucesión de vendavales del sur o suroeste, uno tras otro y sin descanso. En cuanto a la lluvia, es otra característica típica del Cantábrico. Y el problema viene porque en cuando el pavimento está un poco mojado, la posibilidad de propulsarse sobre él con las ruedas de los patines se desvanece. Aparte de las dificultades e inestabilidad por riesgo de deslizamiento en curvas que pueda provocar el suelo mojado, lo peor es la limitación casi absoluta de apoyo lateral para impulsarse, especialmente cuesta arriba. Esto se acentúa cuanto más suave y mejor es el firme elegido para patinar, claro. Ignoro si la cuestión de la superficie mojada tiene solución técnica de material o no. Por lo que en su día pregunté a un buen proveedor madrileño, me parece que no. Sin embargo este es un deporte muy popular en países húmedos del norte de Europa (Holanda, Alemania, Dinamarca, etc.), no sé si ellos habrán dado con alguna solución o es que sólo patinan sobre ruedas en verano, haciéndolo en invierno sobre hielo o con esquís nórdicos. En cualquier caso si alguien tiene buenas pistas al respecto, que no dude en ilustrarnos ¡por favor!

Patinar es especial. Para empezar ofrece otro punto de vista diferente. Aunque similar en altura al de la bicicleta, el hecho de no ir sentado, llevar los brazos sueltos y, normalmente, utilizar un margen de la calzada o carriles separados, me da la sensación que te hace percibir el panorama de otra forma. Pero más singular aún es la sensación de ir deslizándote libremente por la acción del movimiento de tu cuerpo y de tus piernas. No hay golpeo sobre el firme, ni pedaleo lineal, sino un suave deslizamiento, en parte lateral y en parte frontal que requiere (y esta es una de las claves) un equilibrio bien mesurado entre la energía de impulso y el mantenimiento de un dejarse ir delicado y sin perturbaciones. Aquí sí que se puede distinguir fácilmente a la vista a una persona que patina con clase, elegancia y… ¡eficacia! Y da una envidia… Las rectas te permitan concentrarte en esta combinación tan difícil y cargada de sabiduría corporal entre el impulso y el deslizamiento (la energía y la delicadeza). Las curvas te obligan a negociar las trazadas intentando minimizar al máximo la pérdida de inercia, ya sea dejándote ir o cruzando las piernas en elegantes pasos mientras te inclinas hacia el interior. Los descensos te aportan alta sensación de velocidad, cierta producción de adrenalina y hasta la posibilidad de regalarte sucesiones de virajes al más puro estilo del esquí alpino.

Entre sus peculiaridades hay varias que a mí siempre me llaman la atención. Podemos empezar por mencionar la sorprendente capacidad de acumulación de kilómetros que ofrece esta modalidad. Es fácil de calcular, los patinadores profesionales se desplazan a velocidades que oscilan (en función de la distancia a completar) entre los 40 y 60 km/h. Esto hace que los aficionados lo hagamos entre los 20 y los 40, variando bastante en función de nuestro nivel y características del recorrido o las condiciones reinantes. Personalmente soy un aficionado muy básico y permanentemente desentrenado de forma específica (vamos, que nunca he entrenado patinando de continuo), lo cual me sitúa entre los 20-25 km/h de media en sesiones de una o dos horas sin paradas. En definitiva, que al final, si hubiera trayectos suficientemente largos y entrenamiento para aguantarlos, estamos hablando de autonomías y distancias muy similares a las del ciclismo. Por ello mismo en nuestro calendario llegamos a encontrar pruebas de hasta 135 km en una jornada. Esto es lo primero que sorprende en nuestro país, a los no iniciados, pues casi todos tenemos el pre-juicio de que eso de patinar tiene más que ver con juguetear un poco en el parque de debajo de casa. Además, en mi ciudad, cuando yo era pequeño, en realidad las que patinaban eran las niñas ya que nosotros éramos más de monopatín (entonces “Sancheski” y ahora “Skateboard”). Esto me lleva a una segunda característica propia del patinaje de “velocidad” (en mi caso lo denominaría de distancia, ya que la otra escasea), que no es otra que la equiparación o incluso en ocasiones inversión de porcentajes de participación femenina y masculina en la práctica. A muchas mujeres les encanta patinar, probablemente porque lo hicieron de pequeñas, y por tanto, se les da bien y tienen psicomotrizmente adquiridos los automatismos de movimiento que hacen falta para hacerlo de forma eficiente, y eso les permite disfrutarlo mucho. La consecuencia es que muchas de ellas pueden rendir sobre los itinerarios tanto o más que los varones, lo cual facilita la cooperación en los grupos, la variedad en los mismos y la integración entre sexos en la práctica. Evidentemente a nivel profesional (de expertos) existen las diferencias derivadas del potencial fisiológico o condicional que suele darse en todas las modalidades entre hombres y mujeres. Pero en la calle no, en la calle es mucho más elevado el porcentaje de mujeres que patinan mejor que tú. Y eso, personalmente me agrada. Tanto porque disfruto y aprendo de verlas patinar con maestría a base de cualidades no exclusivamente basadas en la fuerza o la resistencia, como porque me gusta patinar en ambientes con elevada representación femenina. Me gustan las mujeres y me gusta estar en entornos sociales en los que tengan presencia. Por supuesto evito situaciones de charlatanería, cotilleo y otros tópicos frecuentemente asignados al género femenino, pero es que también lo eludo en el caso de los hombres.

Continúo con características propias del patinaje. Cuando eres muy novato, la relación de movimiento que estableces con tus compañeros es casi exclusivamente de evitación total del contacto, por cuestiones de seguridad. Sin embargo, en cuanto la velocidad y la seguridad aumentan un poco (lo hacen de forma paralela), enseguida te das cuenta, y recurres al aprovechamiento del efecto de ir “a rueda”, de aprovechar que otros peleen la resistencia del aire al avance y te ahorren mucho esfuerzo si te colocas detrás, cuanto más cerca mejor. En patinaje la dinámica del rodar en grupo es mucho más efectiva y excelente incluso que en el ciclismo. Mientras que en la bicicleta el grupo se aprovecha del trabajo del de delante y cuanto más atrás vayas menos trabajas (para compensarlo se establecen los relevos), sobre los patines se produce contacto físico claro y esto transforma el grupo en unidad compacta y como en seguida trataré de explicar, provoca un efecto directo de elevación de la velocidad sin necesidad de establecer relevos. En un grupo de ciclistas el de delante avanza a expensas exclusivamente de su trabajo. Los relevos permiten que ese trabajo sea de una intensidad ligeramente superior a la que mantendríamos de forma permanente, gracias a los sucesivos “descansos” generados por los relevos, pero tal y como afirmo, cuando vas delante lo haces a tu costa, como sucede cuando ruedas sólo. Con los patines es diferente. Si tú vas delante, estás provocando que los patinadores de detrás no tengan casi resistencia del aire al avance, por lo que enseguida van un poco más rápido que tú. Pero en lugar de adelantarte o regular su velocidad para adecuarse a la tuya, se apoyan cada uno sobre el de delante y desde atrás te llega el contacto de las manos sobre tu dorso, lo cual te impulsa hacia adelante por la velocidad de todos los de atrás. Esto te hace ir más rápido que lo que tú irías, y eso aumenta el efecto de carenado que haces sobre el resto, por lo que vuelven a incrementar su velocidad, lo cual vuelve a repercutir en tu beneficio.  Es como un sistema energético que, sin ser perfecto, se le acerca mucho. Para los torpes como yo esto es una gran ventaja, pero para los profesionales o patinadores de alto nivel es una verdadera pasada, pues llegan a crear auténticos “trenes de alta velocidad” que da miedo ver pasar. La efectividad del grupo depende mucho del dominio de sus integrantes: mantenerse muy agachados, patinar de forma fluida, alineada, con impulsos totalmente acompasados, etc. Pero cada cual a su nivel, enseguida notas la enorme ventaja que supone crear un grupo. Aunque conviene no confundirte de nivel para no armarla.

Y para cerrar este conjunto de peculiaridades del patinaje, quiero referirme a la noche. Normalmente no patino en itinerarios abiertos al tráfico de motor. Lo hago en parques o carriles-bici. Esto me permite (aunque no lo hago habitualmente) poder hacerlo cuando ya es de noche. Y aunque en sí mismo no pueda parecer que sea algo especial (es muy habitual salir a correr de noche), para mí lo es. No sé explicarlo bien. Es como volver a momentos mágicos de la infancia en la que en contadas ocasiones te aventurabas a sentir la noche tranquila y oscura con alguna actividad de juego o acción con tus amigos. Un paseo rural con linternas, unos descensos en monopatín a la luz de unas farolas en verano… Patinando de noche las luces son tan tenues que la atmósfera se antoja galáctica, como de ciencia-ficción; y tú ahí deslizándote por todas partes libremente. Lo dicho, una sensación difícil de explicar, pero recomendable de experimentar.

Con respecto a cuestiones de material y aspectos técnicos no podré escribir mucho en este blog, ya que como patinador soy inexperto e ignorante. Sé muy poco, lo básico como para atreverme a afrontar aquellos eventos, de los señalados en el calendario, a los que me cuadre poder viajar. La primera cuestión es que para este tipo de retos, todo el mundo participa con patines en línea. Yo siempre me he defendido mejor con los de disposición de ruedas tradicional, pero como casi todos, corro más con los de línea. Pero antes de tal opción, lo primero que hay que decir es que conviene que los patines sean buenos (decentes), es decir, que tengan unas ruedas con rodamientos de bastante calidad. En caso contrario se iría mejor con unos tradicionales rápidos que con unos de línea lentos. De todas formas es más fácil actualmente agenciarse unos patines rápidos en línea que de los otros. ¿Y a qué llamamos rodamientos rápidos? Pues de lo que denominan “Avec 5” para arriba, mejor aún “Avec 7” o 9, que es lo que llevo yo. Atentos porque algunos fabricantes fiables no utilizan esa nomenclatura pero ofrecen calidades equivalentes, aquí habrá que ponerse en manos de proveedores expertos. Otro asunto importante es el modelo de patín, el cual, sin lugar a dudas deberá ser de lo que llaman “fitness” (patines para rodar con estabilidad en largas distancias) para personas poco expertas, o de “velocidad” (de bota baja y mayor distancia entre las ruedas) para los verdaderamente rápidos. Los primeros tienen forma de bota de esquí y llevan un freno trasero, que debemos aprender a usar y dominar y que ayuda mucho en determinados momentos. Los segundos es raro que lleven frenos, son más largos, más ligeros y cuesta un poco acostumbrarse a ellos porque no bloquean tanto lateralmente el tobillo. A mí me encantaría probar a pasarme a los de velocidad, pero no me atrevo a presentarme en recorridos desconocidos sin freno. Desde luego olvidarse de patines callejeros o de rampa, porque resultan incómodos para grandes recorridos, suelen llevar ruedas demasiado pequeñas y tienen botas poco convenientes para el constante movimiento que emplearemos. Una cosa más en cuanto a los patines: las ruedas. Existen numeraciones relativas a su dureza y “grip” (agarre) pero en eso soy ignorante absoluto, me lo han explicado alguna vez, pero para la siguiente se me ha olvidado. Cuando haya que decidir me pondré en manos de algún proveedor con conocimiento de causa, que para eso están los profesionales, y la labor que tenemos los consumidores, de ayudar a hacer necesarios sus puestos de trabajo. De lo que sí puedo decir algo es del tamaño de las mismas (el diámetro), el cual, para largas distancias y altas velocidades, parece ser que cuanto más grande mejor. Los patines de “fitness” actuales suelen llevar ruedas de diámetros de 75, 80, 85 o 90 mm, mientras que los de “velocidad” las llevan de 100 mm y superiores. Hay que estar atento porque cada modelo tiene un límite de medida que no puede superar pues en caso contrario las ruedas rozarían con el propio patín.

Pero no hay que obsesionarse con todo esto, ya que adquirir lo más “potente” puede resultar un error. Ocurre igual que con las bicicletas, más caro no significa más adecuado para cada cual. Conozco un amigo que se gastó un pastón comprándose una bicicleta Time de un equipo profesional, y ahora mismo sufre una postura excesivamente agresiva y unos desarrollos que es incapaz de mover con la alegría recomendable. Por poner mi experiencia sobre patines como ejemplo. Hace unas dos décadas me compré unos patines de “fitness” de alta calidad de entonces, llevaban “Avec 5” en ruedas de 76 mm. Aún los conservo y utilizo para entrenar de vez en cuando. Hace cuatro años adquirí otros del mismo “nivel” pero actuales, con “Avec 9” y ruedas de 90 mm. ¿Y sabéis en qué noto diferencia? Pues en casi nada, no he realizado pruebas concienzudas pero veo que mantengo medias muy similares. Con los nuevos corro más en llano y sin viento, o bajando; pero me da la impresión de que cuando hay cuestas que ascender o viento contra el que avanzar, me cuesta menos con los de rueda menor. Gente más experimentada que yo me ha comentado que eso es normal, y que por alguna razón que se me escapa (desde una concepción física) cuesta más “mover” diámetros mayores, tan sólo rentables a partir de ciertas gamas de velocidad, las cuales demasiado a menudo están vedadas para mi modesto nivel de patinaje. Otra razón más para no dar el salto (me refiero a mí) hacia los de velocidad. Lástima, porque resultan tan espectaculares y atractivos, que la simple “objetología” (concepto acuñado por un viejo amigo filósofo muy aficionado al deporte y al material deportivo) que desprenden me provocaría un importante extra de motivación para entrenar y participar.

Para cerrar el capítulo del material hay que hablar de las protecciones. El casco (el mismo de ciclismo vale) es obligatorio en las pruebas. Algo lógico. Las caídas patinando me parecen más probables y frecuentes que en la bicicleta de carretera. Las consecuencias de un accidente en bicicleta suelen ser mucho peores, así que menos mal que haya menos siniestros. En patines los riesgos se minimizan mucho gracias a las protecciones. Hay gente muy experta que no lleva nada más. Yo he patinado muchas veces sin nada, pero si vas a correr, si vas a encontrarte con descensos y si al final de un evento puedes llegar fatigado y con riesgo de falta de concentración, me parece acertado curarse en salud y protegerse con elementos, que si te quedan bien, no molestan demasiado. Personalmente considero que la prioridad empieza por unas muñequeras específicas, de esas que evitan que te hagas el típico esguince si apoyas las manos al caer y pueden además reducir o prevenir completamente las engorrosas heridas en manos o dedos. En segundo lugar vendrían unas rodilleras que permiten irse al suelo con eficaz protección en una articulación tan necesaria para muchos de mis deportes favoritos. A partir de ahí ya no uso más. Hay coderas, por supuesto, pero puestas en la balanza, prescindo de ellas. Y por haber creo que hay hasta pantalones con protección de cadera (una zona típica en la que poder hacerse daño), pero tampoco me da por ahí y prefiero poder utilizar la ropa que me parezca en cada situación. Hablando de indumentaria, conviene que sea ajustada, especialmente a medida que vamos siendo capaces de mantener velocidades más elevadas, acordaros una vez más de la importancia de la resistencia del aire al avance.

Cierro esta perorata de hoy haciendo un llamamiento. Resulta evidente que no soy un experto en esto del patinaje, que tengo poca experiencia y muchas dudas y lagunas. Por eso mismo, todo asesoramiento será bienvenido, por lo que os invito a dejar comentarios al respecto, escribir o enlazarnos recursos, trucos o informaciones que nos puedan ser útiles a todos. Podéis hacerlo vosotros o comentárselo a conocidos que sepáis que dominan el asunto. Sea vía comentarios del blog o por email (jose.delmer@gmail.com) sentiros libres para hacerlo. Os estaré muy agradecido.

¿No hay nada de bicis hoy? ¡Sí! no os perdáis este breve video “comparativo”.

viernes, 21 de febrero de 2014

5. LOS REYES MAGOS





En casa los Reyes Magos son sagrados. Ni Halloween, ni San Valentín, ni otras mandangas exportadas o comercializadas. No es que esta fiesta no haya sucumbido a los excesos de la sociedad de consumo, es evidente que también lo ha hecho. Sin embargo hay una gran diferencia con el resto de las fiestas que implican regalos, y no es otra que basarse en una tradición añeja, nuestra y previa a la instauración social de la obsolescencia programada y otros fenómenos favorecedores y forzadores del consumo exagerado.
Las tradiciones navideñas de regalos son abundantes en el planeta, haciendo un repaso rápido podemos encontrar a la bruja Befana que reparte en Italia (cual cartero) desde su escoba, o a Santa Claus en los países nórdicos (bajo un árbol con velas en Dinamarca o por la tarde en Suecia); mientras en los EEUU, lo exportaron prostituyéndolo vilmente, y dice alguna leyenda urbana (no sé si es cierto) que vistiéndolo corporativamente de Coca-cola. Lo peor del asunto es que, como tantas veces nos pasa aquí, demasiada gente baja de defensas con respecto a la horterada externa, lo ha importado, incapaz de educar a los niños en la excitación de la espera y en el disfrute previo de tantas otras posibilidades que esas fechas, fiestas o épocas invernales ofrecen. De nuevo sociedad de consumo. Entre tanto San Basilio cumple con sus funciones en Grecia el día 31 de diciembre; San Nicolás e Rusia y en Croacia el día 6 de diciembre y los Reyes (curiosidades de la vida) en Austria. Un hombre de cabello oscuro cruza la puerta de las casas escocesas con carbón (sí, carbón…), sal y whisky (todo un acierto esto último). Los hogares chinos se engalanan con linternas de papel para esperar a que Dun Che Lao Ren (“el viejo hombrecillo de las Navidades”) reparta regalos el día 24. Al otro lado del mar, en Japón, Hoteisho, un joven con un bulto a su espalda, se responsabiliza de lo mismo. Y muy cerca de aquí, el Olentzero de origen navarro, se entretiene en similares menesteres, aderezados también por el carbón.

Pero en mi tierra esta tradición se basa en la existencia de los Reyes Magos. Los cuales puntualmente llegan a nuestra casa cada madrugada del 6 de enero, tratando de hacernos felices a base de regalos. Solamente hay un requisito a cambio: creer, asumir firmemente que existen y por tanto, comportarse y hablar del tema con la correspondiente coherencia que ello supone. Eso fue lo que siempre ocurrió en mi familia de origen, y así se ha trasladado a mi familia actual. Algo sencillo y entrañable cuando mis tres hijos eran pequeños, pero que a día de hoy, cuando alguna ya es mayor de edad y los otros llevan camino de serlo, no ha sufrido alteración alguna. En la familia todos creemos firmemente en la existencia de los Reyes Magos. Más desde un punto de vista mágico que religioso. Y si algún día dejamos de hacerlo, desparecerán los regalos, los zapatos la víspera, las copas de cava y el turrón para su avituallamiento nocturno, la ceremonia matinal de colocarnos en fila de menor a mayor, antes de entrar al salón, y toda la feliz mañana de apertura de regalos y caras sorprendidas. Esperemos que no ocurra nunca.

El caso es que este año, de alguna manera los Reyes han tenido en cuenta lo que se me venía encima con la propuesta “Rodador”, ya que han tenido varios detalles ciclistas muy relacionados con ello. El primero ha sido la Dawes, a la que ya me referí más que de sobra la semana anterior. Pero es que además, provocándome una absoluta sorpresa, completamente inesperada, entre los paquetes que se amontonaban junto a mi zapato, apareció un maillot. Se trataba de un maillot de confección contemporánea, sin embargo era especial. Una réplica. Una reedición del maillot del Kas. Ese mismo que Roberto, Lucas, Tomás… y tantos otros ciclistas amantes de lo retro pasean por algunos de los eventos clásicos que frecuento. Me hizo mucha ilusión (casi cualquier maillot me lo hace). En esta ocasión por doble motivo: por darme la posibilidad de incluso poder quedar de antemano con mis amigos para “ir de equipo” en alguna cita; y por disponer desde ese momento del maillot emblemático del que quizá para mí (y para muchos aficionados ciclistas de siempre) haya sido el equipo ciclista más legendario de la historia española. José Manuel Fuente (a quién por cierto llegué a conocer personalmente, creo que en el año 1984, cuando me lo presentó José Juís Algarra, mientras el Tarangu ejercía de director deportivo de un equipo de aficionados); nuestro cántabro Gonzalo Aja; Lasa, López Carril, Pesarrodona, Perurena, Martínez Heredia… Por ahí por el blog, en alguna entrada del año pasado tenéis incrustado aquel fantástico documental sobre el Giro protagonizado por Merckx, Fuente, el Kas y el Bianchi ¡casi nada!

Pero sus majestades no sólo se han acordado de mí a la hora de sorprender con presentes ciclistas. Myriam se encontró con una maravilla retro. Nada más y nada menos que una BH Gazella (de señora), original de los años 60. Y no se trata de una restauración sino de una bicicleta bien conservada pese a su uso (la cámara trasera tiene unos 16 parches aproximadamente). Es un modelo granate y blanco. De frenos de varillas ¡faltaría más! En realidad tan sólo ha habido que ponerle cubiertas nuevas, cambiarle una biela algo torcida, pedales similares pero nuevos, timbre, bomba y una redecilla nueva sobre el guardabarros trasero a modo de protector de faldas o vestidos. El resto, limpiar y ajustar (muy poco). Es fantástica, ya la hemos probado para ir a tomar algún aperitivo rural de esos que nos gustan tanto. La idea es que la utilice en todos los Tweed Rides a los que pensamos acudir este año. El trasportín viejo lo pintaré cuando tenga tiempo, pero por el momento ahí está. Las pegatinas, íntegras todas. Proviene de Castilla, de ahí que haya sobrevivido al feroz ataque cantábrico de la corrosión. Por traer, tiene hasta la última chapa de circulación que portó en el 72.





Fuera de casa, también han aparecido bicicletas. Quién lo diría, pero hasta Fernando y Domi, aquella pareja de amigos que nos hizo la cobertura fotográfica y de video en la Histórica la temporada pasada, tienen desde Navidad sendas bicis híbridas para acometer excursiones y paseos. El acercamiento a lo retro del año pasado, un pic-nic ciclista y que Fernando recibiera una clásica de paseo tuneada como regalo de jubilación (considero que mucho mejor detalle que la biografía de una maestra, que fue el repartido por la Consejería de Educación a la promoción docente que nos dejó en el 2013), han sido argumentos suficientes y convincentes para que se decidan a convertirse en ciclistas ¡Bienvenidos! En cuanto estos sucesivos vendavales se retiren, nos reencontraremos a pedales.

Y para terminar otra anécdota ciclo-navideña. Mi hija Cristina tiene novio. Normal, está en la edad. Independientemente de que con él llegue lejos o no, eso es cuestión de ellos y de la vida misma, el muchacho es un tipo majo. Resulta algo peculiar. No porque sea de origen italiano o por su singular forma de ser, sino porque es una persona muy educada (mucho) lo cual resulta bastante extraño, para alguien de su edad en estos tiempos que corren. Extraño pero admirable y encomiable. Para mí, al menos resulta una cualidad esencial, especialmente para una persona candidata a entrar en mi familia. No quiero ni pensar lo que sería compartir mesa o tertulia habitualmente, con una persona soez o chabacana. Pero Fabio es peculiar por más razones: lee asiduamente este blog…, tiene un especial apego a sus bienes de consumo veteranos, esos que siempre le han dado servicio a él o a sus padres y se lo siguen dando, de tal forma que no los traiciona, abandona, sustituye o aparta fácilmente, seducido por cualquier diseño a la última. Un ejemplo de ello es que hasta ahora se ha paseado por la ciudad con una bici, cuando menos rara (lo de pasear es un eufemismo, porque nuestro personaje es, sin definirse a sí mismo como tal, un auténtico ciclista urbano, pues en bici acostumbra a ir a la facultad, de recados y a muchos de sus asuntos). La bicicleta en cuestión es lo que podríamos denominar una BTT de segunda generación, es decir de las primeras que se fabricaron en España, cuando la revolución de la Mountain Bike traspasó nuestras fronteras. Era de su padre y está tal cual fue adquirida. Eso no nos dice mucho, pero interesa mencionar que se trata de una “Vipch”, marca probablemente desconocida para la mayoría de los aficionados. La marca era una especie de taller que montaba cuadros de carretera, de montaña y hasta algún prototipo extraño, generalmente con tuberías Reynolds o Columbus. Lo hacía basándose en su propia estructura empresarial que provenía del ramo de los neumáticos. De ahí su nombre: Vipch = vulcanizados y parches.

El caso es que Fabio suspiraba por una bicicleta de carretera, y la anduvo buscando por Internet. Dio primero con una Bianchi que fue pronto vendida. Frustrado, encontró pronto una posible sustituta, una Macario que vendían en un pueblo cercano. Humilde en su inexperiencia ciclista me propuso que lo acompañara para verla y tomar la decisión de la compra. Y allá que fuimos los dos solos, en su eterno 205, al que tanto mima. La bici estaba en perfecto estado. Acero de un color claro, montada con Campagnolo sincronizado en frenos y coronas y Shimano por movimiento central. Pedales automáticos Look de los pioneros y unas llantas algo posteriores a la bici. Me monté, me di una vuelta y en seguida me percaté de que todo estaba en regla, ajustado, funcionando, sin holguras, sin ruidos… buenas sensaciones. Un examen visual nos dejo claro que el estado general, a excepción de la cinta del manillar, era francamente bueno. Total que mi veredicto fue positivo: por bastante poco dinero, tienes una bici estupenda, que te sirve para todo (ciudad, entrenamiento y hasta clásicas), que poco tiene que envidiar a cualquier bicicleta posterior de gama media. Lo bueno de estas bicicletas es que el paso de los años y los constantes cambios de diseño y estética, las abaratan enormemente porque todos sabemos que nadie las compraría en caso contrario. Entretanto, tal y como he probado y demostrado el año pasado, mantienen la funcionalidad de las actuales sin problema alguno. Y si es por cuestión estética… pues cada uno tenemos nuestras preferencias.

A él le sobraban los pedales automáticos, poco aptos para un uso mixto que incluye mucha ciudad. Así pues le regalé unos de montaña casi nuevos que no utilizaba, con rastrales de plástico (para que no estropee sus zapatos) y correas. Él a cambio, pese a mis reticencias, me ha regalado el sillín de la bici, pues tenía otro esperándola. Se trata de un original modelo de carretera cubierto con una imitación de piel de reptil. Una preciosidad que su madre se encargó de dejar tan brillante y suave como unos guantes femeninos parisinos comprados en alguna lujosa boutique de la Rue de la Paix. Gracias Fabio, encontraré una excelente ubicación para el sillín. El caso es que el chaval ya tiene bici, y pese al poco favorable clima que nos castiga este invierno, parece que anda por ahí esprintando en los radares, metiendo tuerca en las numerosas cuestas de la ciudad y apurando frenadas en los vertiginosos descensos callejeros. Me alegro. Por él y por la bici, cuyo destino no sería halagüeño de otro modo. Ahora tan sólo queda liarlos a los dos y embarcarlos en alguna Retro o incluso Clásica de las de este año.

viernes, 14 de febrero de 2014

4. BICICLETA NUEVA

 
[Informe de progreso: os váis animando ¡bien!. Mayo: parece que seremos 6 para patinar en Vitoria y 3 para la exigente ruta de Las Landas. Seguiré informando].



No todos los días uno tiene la oportunidad de vivir el emocionante proceso de adquirir una bicicleta nueva. Para aquellos a los que nos gusta tanto su uso, incluso para muchos de los que después no la hacen ni caso, comprar una bicicleta nueva, se convierte en algo muchas veces fascinante y excitante. Para las personas de mi generación, inevitablemente nos trae recuerdos de niñez o juventud, en los que la recepción de una bicicleta que pudiéramos estrenar, era algo excepcional, que con suerte, pasaba “una vez en la vida”. La mayoría de las veces utilizábamos bicicletas prestadas o heredadas. Si la bicicleta en cuestión era nueva, lo más que podías conseguir es que te “dejaran una vuelta”, si el afortunado propietario tenía suficiente confianza en ti. A mí “los Reyes” me trajeron un Mobylette-GAC plegable cuando aún no era ni adolescente. Lo tenía todo: trasportín, bomba, luces de dinamo, cartera de herramientas. Y el irrisorio tamaño de la misma, entonces me parecía considerable y me paseaba en ella como si de una Harley-Davidson de las grandes se tratara. Con el tiempo y el cambio de motivaciones propio de la edad, la bicicleta sufrió un adelgazamiento radical, en el que perdió absolutamente todo (guardabarros, trasportín, luces, guardacadenas…), para quedarse exclusivamente con los frenos, de forma que resultase lo más parecido posible a lo que años después serían las primeras bicicletas de BMX. Algo con lo que meternos a hacer “cross” por obras y descampados. Se ve que para entonces el icono de las pesadas bicilíndricas americanas había sido sustituido por las “Cotas, Sherpas, Capras, Pursangs…” y demás motocicletas españolas de trial o motocross.


Y no tuve más bicicletas hasta mi condición de universitario, época en la que tuve la oportunidad de empezar a trabajar un poco y con mis pagas iniciales pude comprarme mi primera bicicleta de carretera. Fue esa Razesa con la que tantos kilómetros entrené el año pasado, con la que tantos viajes de alforjas acometí hace décadas y con la que entre otras cosas, completé la In Velo Veritas, Td3 y l’Eroica la temporada pasada. Una acertada adquisición que me dio muchas alegrías y, a día de hoy, gracias a esta afición por lo retro, me las sigue dando.


A lo largo de mi vida, si que poco a poco he ido haciéndome de más bicicletas. Muchas son usadas y restauradas, pero son para lo que son… no tienen el apelativo de “mi bicicleta de carretera”. Que adquiriera nuevas fueron el tándem (por motivos románticos) y las de montaña (tres en 25 años), cuya específica función hace que la conveniencia de cambiarlas se anticipe, por su desgaste y por la aparición de innovaciones realmente irrenunciables (suspensión delantera, paso de la primera a la segunda; y frenos de disco, cambio de la segunda a la tercera). En cuanto a la carretera, entre la Razesa y el momento actual, solamente estrené otra bicicleta, una Trek de carbono y aluminio que creo que compré en 1995, y a la que he sido fiel, durante miles de kilómetros y decenas de puertos de montaña, hasta ahora. Tras 19 años de bicicleta, el funcionamiento de la misma sigue siendo correcto, y aunque está parcialmente atacada por aluminosis, su ya entonces acertada elección de desarrollos, me permitía seguir pudiéndola utilizar para mis entrenamientos y rutas de larga duración. Sin embargo la edad ha ido haciendo que su geometría ya no le siente demasiado bien a mi espalda, demasiada aerodinámica para mí. Se me ha ido quedando larga y baja de manillar y eso lo pago en la zona lumbar y en el cuello, si la etapa se alarga varias horas, o tras descensos de varios kilómetros. Total que la bicicleta ha quedado relegada para el rodillo en invierno y para mi hijo cuando lo desee (hasta ahora no ha mostrado verdadero interés).


En definitiva, que el final del año pasado me ha deparado la compra de una bicicleta de carretera nueva. El proceso ha sido interesante, pero pausado y muy largo. En él me ha acompañado mi amigo Jesús, lo cual ha provocado el desenlace de que ambos nos hayamos hecho con bicicletas exactamente iguales. Cualquiera que las observe dirá que qué es ese hierro que nos hemos comprado, que menuda elección, que vaya raros que somos… No nos preocupa, yo estaba encaprichado de una bicicleta de estas características desde hace más de 25 años, lo que ocurre es que nunca fue fácil de conseguir algo así en España. Ya he dicho muchas veces que aquí la tendencia mayoritaria es la de bicicletas réplicas de las “más de competición que haya”, sin concesiones al precio, supuesta innovación, diseño “a la última”, etc. Pero quien me haya ido conociendo, sabrá de sobra que esos no son en modo alguno los “valores” que yo aspiro a encontrar en “mi bici”. Lo que nos hemos acabado comprando ha sido, nada más y nada menos, que una bicicleta de viaje por carretera. Algo que, como en seguida explicaré no ha resultado precisamente fácil.


Antes mencionaré una breve justificación del porqué. Sirvámonos de un símil: ¿por qué hay tanta gente que se compra coches todo-terreno o “SUV”?. Cada cual que se responda a la cuestión. No es mi caso, yo tengo un utilitario diesel, ligero, elevado de carrocería, más bien barato, con bastante capacidad de carga, bola de enganche y barras de carga en el techo. ¿Y las motos? ¿Acaso todos los aficionados se pasean en “pepinos R”? ¡No!, dentro de las que circulan por al asfalto hay ciclomotores, “scooters”, deportivas, “clásicas”, “custom”, viajeras, “enormes”, “Rs”, “maxitrails”. Precisamente mi moto es un ejemplo de una de las más vendidas en España y en Europa: una BMW “maxitrail” para carretera, con todo el equipo de maletas para viaje. Una moto que se desenvuelve muy bien en la ciudad, en todo tipo de carreteras y desde luego en viajes. Pues mira tú por dónde, lo más parecido en bicicleta a lo que disfruto en moto, es el tipo de máquina que nos hemos comprado. De hecho considero que es una bicicleta de extremos bipolares. Me explico. Si sólo me pudiera permitir una bicicleta que me tuviera que servir para todo: ciudad, carretera, viajes, y hasta algunas rutas no asfaltadas; definitivamente me decantaría por una de este tipo. Al contrario, si pudiera tener tantas bicicletas como quisiera: antiguas, de carretera, de triatlón, de montaña, de descenso, de ciudad, eléctrica, de viaje… ¡Tendría también una de este tipo! La cuestión es que a día de hoy tengo más interés en los viajes que en el entrenamiento; en rodar por rutas perdidas, secundarias o “maltratadas”, que en las trilladas de siempre; en llegar y alcanzar mis propios retos, que en tardar menos que los demás; en poder decantarme por cualquier desvío sin tener que preocuparme por si todo estará asfaltado o no; en tener margen de desarrollo para poder subir a cualquier parte; en poder “llevar algo” si hace falta; y en pasar horas y horas relativamente cómodo. Será que me estoy haciendo viejo… no lo creo, una bicicleta que pudiera ofrecerme todo esto fue siempre mi pretensión.




Para poder adquirirla iniciamos un concienzudo “peinado” de la oferta existente. Enseguida comprobamos que nuestras sospechas eran ciertas. Esto no es “país para viejos” y en España este tipo de bicicletas apenas se ofertan. Afortunadamente las grandes marcas se han vuelto a aproximar a ellas gracias a una reciente moda o tendencia de bicicletas inspiradas en los modelos de ciclo-cross. Están bien, fue la primera opción que barajamos, aunque pronto lo descartamos porque no satisfacían varios de nuestros requisitos. Los resumo:

  • Cuadro de acero: resistente, confortable, duradero, reparable y que nosotros mismos podamos recuperar con el tiempo con un simple lijado y pintado.
  • Frenos de zapatas (cantiléver): nada de engorrosos cambios de pastillas de disco, averías complicadas, recambios frecuentes, etc. 
  • Cambio en las manetas de freno: cómodo rápido, funcional. 
  • Equipada: guardabarros, suficientes roscas para portabultos, trasportín trasero, etc. 
  • Estética: a ser posible que nos agrade mucho. Esto es importante, pero muy personal claro.
  • Compra: que se pueda comprar en España. Parece una tontería, pero en el caso de este tipo de bicicletas no lo es en absoluto. 
  • Paso de rueda generoso: que permita montar neumáticos de 25 o 28 (mejor si se llega a 32).
  • Rueda trasera de 36 radios: para que aguante mejor la carga de alforjas sin descentrarse. 
  • Precio: entre 1000 y 2000 €.

Descartadas marcas artesanas (Alex Singer u otras) que trabajan por encargo y tienen precios muy elevados, así como otras de origen centroeuropeo también excesivamente caras, nos centramos en un abanico asequible, de origen preferentemente británico (4) y un par de americanas. La mayoría de “free-rides” (esas adaptaciones del ciclo-cross que he mencionado), estaban bien de precio, pero venían sin equipar, eran de aluminio (obstáculo insalvable) y con frenos de disco. Por otro lado la Surley es un modelo muy prestigioso entre los viajeros internacionales, y probablemente muy recomendable, sin embargo, nuestra talla solo está disponible en versión de rueda de 26 pulgadas, algo que no nos convencía en absoluto. El “casting” nos dejaba pues seis modelos:
  • Dos Raleighs: Sojurn y Gran Tour.
  • Dos Dawes. Super Galaxy y Galaxy Tour.
  • Una Kona: Sutra.
  • Una Trek: 520.
Respecto a las Raleigh eran preciosas (más y mejor la Sojurn, aunque en su contra tenía los frenos de disco). Lamentablemente ambas vienen con rueda trasera de 32 radios, cuestión quizá admisible, pero el descarte lo remató la imposibilidad de adquirirlas aquí.

La Trek era una opción muy atractiva, con todo prácticamente a favor, excepto las manetas de cambio las cuales (como en la mayoría de estos modelos) eran del tipo de ciclo-cross. Ese detalle era admisible, sin embargo… de nuevo el mercado español… ese modelo no se sirve en España. ¿Por qué Trek fabrica un modelo de viaje y de cuadro de acero para EEUU y no lo distribuye aquí? (Raros, Jesús y yo debemos de ser raros; no digo diferentes, digo raros).

La Kona estuvo a punto de llevarse el gato al agua. Es una buena opción, fallaban el tema de los frenos y del cambio, y quizás una estética algo sosa para nuestro particular gusto.

Nos decantamos por una Dawes (quizá el fabricante más mítico para este tipo de bicicletas, que es fiel al concepto del modelo Galaxy desde 1971 ). La elección no fue sencilla, estéticamente nos gustaba bastante más la Classic, pero la decisión estaba entre disco y manetas o zapatas y cambio de ciclo-cross. Al final la pasión nos llevó a la Classic. En síntesis el modelo tiene todo lo que deseábamos (incluido un cuadro de acero Reynolds 631 y unos pedales automáticos mixtos) excepto la cuestión de las manetas del cambio. Resultaba la mejor opción. El tiempo nos dirá si hemos acertado.

Por el momento prácticamente no la he podido utilizar. No me preocupa, no tengo prisa, espero que me dure 20 o 30 años, lo cual probablemente suponga que se trate de mi última bici de carretera. Tendré que experimentar un poco hasta reglar definitivamente la altura del manillar. Tiene detalles tan “británicos”, como por ejemplo un soporte en un tirante trasero para llevar un par de radios de repuesto, algo que yo hace años hacía con cinta aislante en mi bici de carretera y que me sacó de un apuro en cierta ocasión y a uno de mis cuñados en otra. No tengo ningún largo viaje previsto a corto plazo, ya llegarán. Sin embargo estoy deseando que mejore un poco el tiempo para empezar a afrontar largas cabalgadas, tremendas ascensiones (por fin dispondré de triple plato…) y nuevos recorridos. Sé que mis medias se resentirán un poco por cuestiones de aerodinámica y mayor resistencia a la rodadura, pero hace tiempo que he dejado de tener prisa en bicicleta, además, sinceramente, no creo que puedan bajar mucho más de donde ya están instaladas. También sé que el conjunto pesa mucho más que cualquier otra de carretera, pero eso me da lo mismo si dispongo de desarrollos que poder mover. A cambio supongo que me pueda permitir el lujo de poder mantener el ritmo de mis compañeros más habituales, así como gozar de la comodidad y ausencia de nerviosismo que le confiere su geometría alargada (especialmente en las vainas traseras, para dar espacio a las alforjas con respecto a los talones).


Algunos ya lo habréis adivinado, mi Dawes será la elegida para acometer los intentos del GPCC y del Paso de la Vaca Pasiega. La primera con unos cuantos kilómetros de rudo firme sin asfaltar y la segunda con tramos terriblemente “pindios” (como decimos por la tierruca). Para despedirme, comentar que tengo un amigo, al que echo mucho de menos en todas estas zarandajas y planes sobre ruedas, que tiene precisamente una Dawes Galaxy desde el 92 aproximadamente (entonces no se denominaba Classic, porque los diseñadores no tenían que afanarse en dar un aspecto clásico a las bicicletas). Siempre admiré su bicicleta. Lamentablemente apenas la usa. A ver si con las nuestras le animamos a que desempolve la suya y nos hacemos alguna escapada “dawensoniana”.