Hola amigos, confío en vuestra paciencia y en que no os olvideís del blog hasta que regresen nuevas entradas en enero, con la llegada de 2015. Por el momento me tomo vacaciones, mientras tanto podéis entreteneros con la lectura de episodios anteriores, que hay de sobra.
Y para los que prefieran leerlo en papel... YA ESTÁN PUBLICADOS LOS DOS TOMOS:
Un año más, llega el momento de cerrar la temporada sobre
ruedas. Se me hace difícil hacerlo por escrito. No sé muy bien cómo enfocarlo.
No estoy seguro siquiera de que haya que ensayar un texto a modo de colofón. El
año anterior lo tenía más claro, me apetecía tratarlo como un balance de datos.
Por un lado de cifras de kilómetros, pruebas, países visitados y viajes. En
plan de cuantificación, como para demostrarme a mí mismo que había realizado
algo grande. Por el otro, repaso que denominaba cualitativo, en el que
embarcaba en algunas reflexiones personales. En línea de… qué había significado
la experiencia completa para mí y todo ese tipo de cosas. En esta ocasión me
siento mucho menos atraído por echar cuentas, aunque haré un esfuerzo por
hacerlo, pero incorporando algunos detalles numéricos diferentes y saltándome otros.
Y después de los recuentos ya veremos, me dejaré llevar por el teclado.
No sé cuántos kilómetros de eventos oficiales he realizado,
y tampoco me apetece calcular los acumulados en mis desplazamientos. Sin
embargo si sé (de una forma aproximada) que en total (entre eventos,
entrenamiento, etc.) he completado 4000 km en bicicleta y probablemente unos
2900 km patinando. La cifra no está nada mal. Respecto a la bici, no es ninguna
maravilla en comparación a lo que realizan cada año multitud de aficionados,
aunque en mi caso, teniendo en cuenta que puedo ser considerado como una
persona “multi” o “polideportiva”, poco fiel a un único entretenimiento activo,
os aseguro que está muy bien, y que además, al haberlos realizado por muy
diferentes territorios y casi siempre con la presencia de puertos de montaña o
perfiles muy variados, han sido en su mayoría, kilómetros muy exigentes. Y en
lo que se refiere a los patines, la cifra me resulta, simple y llanamente,
inimaginable a priori, y por lo tanto, completamente inesperada a posteriori.
Una de las cosas que he aprendido a lo largo de esta segunda temporada es que
con un poco de práctica y entrenamiento, la autonomía (referida a capacidad de
recorrer largas distancias) que se puede llegar a alcanzar sobre unos patines,
es bastante cercana a la que habitualmente se logra en bicicleta. Los patines,
si las condiciones del terreno y el pavimento no lo impiden, permiten mantener
medias de desplazamiento nada despreciables, ligeramente más lentas en mi caso,
con respecto a la bicicleta, pero dignas de tener en cuenta si les dedicas
algunas horas. Por si esto fuera poco, he comprobado que la práctica del
patinaje de largo recorrido no es muy fatigante cuando me la planteo como un
ejercicio de larga distancia. Marco un ritmo llevadero y el gasto energético me
resulta menor que en la bicicleta y posturalmente me canso bastante menos. Al
final los pies pueden quejarse un poco, pero tardan en hacerlo. En definitiva,
una sorpresa muy agradable que además, al permitirme alternar las modalidades,
me ha facilitado enormemente ser constante con mi improvisada preparación. Los
patines han llegado a mi aventura sobre ruedas para quedarse, no pienso separarme
de ellos en adelante. Pero es que además han hecho algo más que eso, me han
convencido de que aún tengo que llevar un poco más allá esa diversificación,
haciendo un hueco para alguna otra modalidad deportiva más, de esas que tanto
me gustan y que además casan de modo perfecto con el ritmo y la dinámica de
viaje a escala humana.
Volviendo a las cifras, de forma progresiva y natural, y sin
esfuerzo dietético alguno, porque no me he privado de nada (ni en cantidad ni
en tipo de productos), he llegado a perder 5 kg y 200 gr de peso corporal, de
enero a septiembre. Eso en el momento en que más delgado he estado, que fue
allá por julio. Ahora la cosa se ha quedado en torno a 4 kg aproximadamente. La
verdad es que la gente me ha empezado a ver más flaco (sobre todo en julio),
aunque yo me encuentro estupendamente bien. El peso no es algo que me obsesione
ni muchísimo menos. No me hubiera dejado a mí mismo haberlo reducido más, sin
embargo reconozco que aunque en otoño, poco a poco, quizá vuelva a subir un
poco, preferiría que el aumento se quedara en un par de kilos a lo sumo. No
pienso pesarme, así que lo dejaré en manos de mantenerme activo, propósito que
resulta muy fácil de conciliar con mis preferencias vitales y que a lo largo de
los próximos meses me gustaría cumplir a base de caminatas de montaña, algo de
BTT y lo que se tercie de ocio activo.
Si las cuentas no me fallan he participado en 18 actividades
oficiales o privadas (aunque más o menos programadas) dentro del calendario al
que me ha dado por llamar Rodador 2014. Tres de ellas (la excursión “Delibes”,
“La Montañesa” y “El Paso de la Vaca pasiega I”) eran sencillas reuniones de
amigos. Pero su carácter no les resta importancia desde mi personal punto de
vista, de hecho han constituido momentos especialmente emotivos y placenteros
para mí. Tanto es así, que pase lo que pase el año que viene, en lo que a mí
respecta, los dos que dependen de mi exclusiva iniciativa, se volverán a
celebrar. Así pues, han sido 15 las convocatorias “públicas” en las que he
tomado parte, todas ellas con personalidades, formatos y cualidades de lo más
dispar.
Cuatro fueron sobre patines: tres eventos de resistencia y
un viaje de varios días. Lo del viaje resultó fascinante, una especie de
abducción a un escenario y ritmo de vida muy diferente al cotidiano. Un regreso
personal a la rutina cotidiana del viajero nómada, del peregrino deportivo. El
tipo de experiencia que siempre me atrajo a la hora de practicar deporte, por
encima de cualquier otra expresión. Es algo que quiero recuperar en lo sucesivo,
lo cual forzosamente tiene que suponer que sacrifique notablemente la
participación en eventos de tipo puntual. Estos me han ayudado mucho a lo largo
de estos dos últimos años y me han aportado mucha felicidad, placer y alegrías,
pero su función ya está cumplida, puede que haya llegado el momento de que
queden en segundo plano y cedan protagonismo a otras formas de actuar.
El resto de eventos (11) fueron todos en bicicleta, aunque
pudiéndose distinguir en tres distintas categorías, si atendemos a la propuesta
inicial de mi calendario. Por un lado, fácilmente distinguible, estaban lo que
suelo denominar como “tweed rides” (concentraciones de bicicletas clásicas).
Esas reuniones nada deportivas y bastante fiesteras en las que nos juntamos con
bicicletas “ciudadanas” o “rurales” de otras épocas, ataviados con “galas” de
aire retro. Aún reconociendo que todo este lío, este blog o estos libros se
desencadenaron por su causa, su carácter poco o nada deportivo, me las hace
menos atractivas. En la primera de las celebradas este año (Velilla) me lo pasé
francamente bien, mientras que en las dos siguientes, una en Francia y otra en
España, mi entusiasmo fue más moderado. A favor tienen que me adoro el tipo de
bicicletas empleadas, así como el vestirme de época, y sobre todo, que
representan la única oportunidad de compartir la actividad “bicicletera” con
algunos amigos a los que tengo un afecto muy especial. Por el contrario
encuentro que los organizadores andan algo faltos de imaginación a la hora de
proponer actividades o entretenimiento dentro de los propios eventos, y que al
final, las reuniones acaban repitiéndose un poco en cuanto a su dinámica. No me
apetece abandonarlas, pero si me he propuesto que en el futuro dos serán los
criterios que marquen mi asistencia. Uno, que el desplazamiento (en coche) no
sea excesivamente largo. Y dos, tratar de conseguir convencer a bastantes
amigos o familiares, para, en cierta medida, constituir nuestra propia fiesta,
dentro de la cita. Candidatos para ello no me faltan, pero vivimos una época en
la que a algunos casi hay que llevarlos de las orejas para que disfruten de la
vida.
Me dio por calificar como “clásicas” a aquellas citas en las
que, siendo convocadas como marchas retro o no, alcanzaban la categoría (casi
íntima) de reto personal, por su kilometraje (100 millas) y por su carácter o
carisma. En total fueron tres, y hay que nombrarlas a todas porque se han
ganado a pulso la mención sin excepción. L’Eroica Brittania, el GPCC y el Paso
de la Vaca Pasiega I (aunque este último ya lo contabilicé como no oficial).
Las tres experiencias me resultaron de excepcional calidad vital, cada cual a
su modo, han resultado ser, sin dudas ni peros, de las mejores experiencias del
año. La cita británica le da mil vueltas (en mi opinión) a su mítica predecesora italiana, fue una
verdadera maravilla organizativa, de recorrido… de todo. El GPCC es una
“prueba” interesante y singular, que este año además alcanzó proporciones
épicas y legendarias a causa del desenlace final, provocado por los caprichos
atmosféricos, una experiencia de esas de las que casi todos huiríamos de
conocerlas de antemano, pero que se te quedan grabadas con satisfacción para
siempre, una vez que te ves inmerso en ellas. En cuanto a mi quedada montañosa,
poco que decir, que fue un auténtico banquete paisajístico y de esfuerzo, de lo
más gratificante, y todo ello en una atmosfera social minimalista y muy-muy
personal. Como ya comentará en su día, una excelente “triple corona” de
clásicas de 100 millas (centurias que dicen los americanos) que a punto estuvo
de ser cuádruple… en cuanto a la inclusión de tramos no asfaltados (considerablemente
largos por cierto) en dos de ellas, mi opinión personal es que es todo un
acierto, que las dota de mayor carisma y entidad.
Lo demás (6, no cuento ya La Montañesa), fueron genuinas
marchas cicloturistas retro. Tres nacionales, dos francesas y la belga.
Empezando por esta última, tengo que decir que probablemente haya sido la que
me haya resultado más atractiva desde el punto de vista ciclista. Lo tenía
relativamente fácil: sus 100 km le aportaban un carácter deportivo interesante;
la inclusión y posibilidad de visita de los míticos muros flamencos de pavés le
añadían un importante componente iconográfico; la sensación de viaje lejano, a
una cultura marcada, en especial desde el punto de vista ciclista; y las
circunstancias que allí se dieron… fueron todos ingredientes que se mezclaron
con facilidad para hacer que aquello resultara, simple y llanamente, maravilloso.
En Marmande lo pasé fenomenal con la compañía y me gustó que Myriam
experimentase una cita, algo deportiva, con la autonomía que da conducir su
propia bicicleta. Y la Bearn Cyclo Cassique, fue un recorrido muy bonito que se
vio enriquecido por nuestra visita al hogar de un espectacular coleccionista y
por el exigente ascenso a Larrau a la mañana siguiente. En cuanto a las citas
españolas, cada cual a su manera, todas funcionaron bien: La Histórica de Soria
porque siempre acaba reuniendo un colectivo humano que consigue generar un
ambiente especialmente agradable, además, tratándose de una de las primeras
citas del año, se respiran muchas ganas de pasarlo bien, y muchos proyectos (de
bicis que restaurar o de participaciones a las que asistir)entre todos los que acudimos allí a pedalear;
La Monreal me pareció más “pequeña” (en todo) de lo que presuponía, eso le da
un aire muy familiar (literalmente), puede que no sea una cita por la que
merezca la pena el esfuerzo de hacerse muchos cientos de kilómetros de viaje,
no lo sé, pero nosotros le sacamos mucho provecho, porque nos sirvió de punto
de encuentro entre amigos, estuvimos muy a gusto y aprovechamos para completar
el desplazamiento con una cita pirenaica de esas que uno recuerda toda su vida;
en cuanto a La Retrovisor, tengo la impresión de que ha empezado con muy buen
pié, porque reunió ingredientes que la gente suele considerar como muy
atractivos (organización, participación suficiente, recorrido singular y
convivencia con un nutrido grupo de estrellas del ciclismo), en mi caso, todo
ello fueron cualidades secundarias, ya que por encima de cualquier otra cosa,
para mí supuso una especie de homenaje social, al poder encontrarme rodeado de
amigos de aquí y de allá, en una atmósfera practicante (la del ciclismo retro) que
se ha convertido en parte importante de mi vida, a lo largo de estos dos
últimos años.
Un asunto importante que quiero dejar claro, es que lejos de
lo que pudiera parecer o suponerse desde un principio, esta temporada no se ha
parecido casi nada a la anterior. Poco ha sido lo repetido, y en tales escasas
oportunidades las circunstancias, los recorridos o la compañía, han facilitado
que la experiencia se diferenciara bastante de la precedente (me refiero a La
Histórica, Anjou Velo Vintage, l’Historique y La Montañesa). Si a eso añadimos
que el resto ha sido viajar a lugares diferentes, participando en eventos
distintos e intercalando una modalidad deportiva casi completamente ajena al
ciclismo, el resultado ha acabado adquiriendo una entidad propia y unas
connotaciones suficientemente alejadas de la Challenge Retro 2013, algo que de
por sí explica que una persona tan poco dada a lo repetitivo como yo, haya
vivido esta segunda “edición” como un programa vital excitante, cargado de
situaciones únicas, irrepetibles y plenas. La experiencia es un grado, y la
“especialización” adquirida el año anterior, me ha servido en este segundo
programa para moverme mejor y aplicar algunos “trucos” eficaces tanto en los
viajes, como en las estancias y participaciones. Aún así, la diferencia de carácter
y ambiente entre muchas de las citas, ha resultado de lo más diverso, lo cual
me ha hecho estar siempre atento a su proceder y a sus propuestas.
Un punto positivo es que el desarrollo de todo esta
aventura, no me ha supuesto tener que asumir gastos significativos en lo que al
material deportivo se refiere. Para el patinaje apenas he necesitado hacerme
con un par de frenos nuevos, uno de los cuales lo acabo de colocar, y un juego
de ruedas y rodamientos también nuevos. El juego viejo lo he estirado todo el
año para entrenar, y el nuevo me ha servido para “competir” y para el viaje por
Finlandia. Ahora mismo el nuevo se ha convertido en el de entrenamiento y
deberé adquirir otro si quiero participar en algo el año próximo. En cuanto a
la bicicleta, me compré una bici de cicloturismo (Dawes) nueva. Pero dicha
adquisición no tuvo nada que ver con todo esto, sino que obedecía a la
necesidad de renovar mi montura de carretera, momento que he aprovechado para
hacer realidad una idea que perseguía desde hace años: decidirme por una
bicicleta de cicloturismo puro. Ya que estaba, la he empleado bastante para
entrenar (aunque poco a poco fui regresando a las clásicas para tal menester) y
como solución ideal para algunos eventos puntuales (GPCC, “Delibes” y Paso de
La Vaca Pasiega). El veredicto de su elección ha sido totalmente satisfactorio.
El resto de eventos los he afrontado con mis bicicletas de años anteriores
(Gazelle holandesa para un Tweed Ride, el tándem Dawes para dos marchas retro,
la Alan en Marmande y, pese a que ya la daba por retirada, la Razesa en unas
cuantas “pruebas de fuego” (la Retro Ronde y su pavés, la Monreal y el
Aubisque, y la Bearn Cyclo Classique con el añadido de Larrau). Parece
increíble pero no “consigo separarme” de esta máquina a la que tanto cariño la
tengo. Ahora mismo tengo pensado retirarla definitivamente y colgarla en una
pared de mi casa de pueblo, con sus dorsales y algunas fotos, bien aseada y a
la vista de mis visitas. Creo que finalmente podré sustituirla sin salir
perjudicado, aunque en estos momentos no hay otra que me ofrezca aún sus
cualidades preferentes de desarrollo, robustez, etc. (la carga emotiva creo que
ninguna la llegará a alcanzar jamás). Lo que pasa es que ya me estoy temiendo
la lata que me van a dar todos los amigos que la conocen bien, cuando la
empiecen a echar de menos. En un par de concentraciones de clásicas de paseo he
tomado parte con una Orbea de los 60 que funciona, aunque me pide una profunda
puesta a punto y adecentamiento. No tengo tiempo pero sé que lo haré. Su adquisición
fue una oportunidad y no una necesidad, en el mismo lote llego una BH Gazela de
señora de la misma época, la cual se ha convertido en la bicicleta permanente que
utiliza Myriam para tal tipo de celebraciones. A Inglaterra no llevé bicicleta,
opté por el alquiler para ahorrarme gastos y muchos trastornos durante el
viaje. El alquiler resulto caro, lo cual me supuso ni perder ni ganar, aunque
en todo lo demás acerté plenamente y salí beneficiado. A eso puedo añadir que
el sufrimiento se lo llevó una bici ajena (un respiro para mi querida Razesa) y
que de paso disfrute de rodar con una bicicleta clásica británica en su propio
territorio. Por último tengo que añadir que para La Montañesa empleé una
Peugeot que he restaurado. Apenas ha supuesto gastos, pues fue un regalo que me
hicieron. La bicicleta va bastante bien y me ofrece parecidas prestaciones que
la Razesa lo cual puede convertirla en una buena sustituta, pues siendo de la
misma edad aproximada, está mucho más “joven” por el escaso uso al que ha sido
sometida. El problema es que cierta peculiaridad genuina de la marca (de esos
detalles que le añaden valor pero suponen una pega en cuanto a los recambios)
me impide por el momento, dar con una corona de 28 dientes que se pueda montar.
La distribución geográfica de mis andanzas ha variado un
poco con respecto al año anterior, aunque no demasiado. Entonces me moví
también por España y estos meses pasados lo he hecho igualmente, apenas
cambiando algunos de los escenarios provinciales y autonómicos por otros. Los patines
me han hecho ampliar bastante el disfrute de la península. Gran Bretaña
(incluso Manchester) han repetido con un viaje aunque, salvo la coincidencia
del punto de llegada y partida, el resto de detalles y escenarios fueron
completamente distintos. Francia se queda como estaba, tres entonces y tres
ahora, cambiando completamente de destino en la última de ellas. No he repetido
en ninguno de los países centroeuropeos ni en Italia, todo ello lo sustituí por
un especial viaje a Bélgica. Esto me permitió reducir bastante el número de traslados
en avión, que el año anterior me acabaron saturando bastante. Mención aparte
fue el viaje del Finline, una especie de exotismo escandinavo, que se ha salido
bastante del “molde” habitual del resto de viajes de estos dos años.
Aún a pesar de que sin una segunda lectura no puedo estar
seguro de ello, me da la impresión que mis entradas (capítulos) se han caracterizado
por una menor carga cultural en general. De ser así esto no ha sido algo
planeado o pretendido, simplemente fruto de las circunstancias vividas en los
viajes, muchos de los cuales han presentado oportunidades deportivas o de
cultura ciclista que no he querido desaprovechar y que lógicamente he relatado.
Empecé con las mismas intenciones que el año precedente, pero el guión lo marca
“la ruta” y el blog se acaba configurando como una especie de “road-movie”
(este año hasta con banda sonora incluida). A cambio, el peso del contenido
“cultural” relacionado con el ciclismo (o el patinaje como novedad) se ha visto
proporcionalmente ampliado. No sé si esto será bueno o malo, dependerá de cada
lector particular, yo he disfrutando mucho en ambos casos. Otra circunstancia
que, especialmente los últimos meses, ha podido intervenir en este giro de
contenido que creo haber percibido, es el hecho de que, quizás debido a mi cada
vez mayor presencia dentro del mundillo del ciclismo retro, varios viajes y
algunos encargos, me han permitido conocer a gente muy interesante, sobre la
que he podido escribir y con la que he podido aprender muchas cosas. Todo ese
proceso me ha facilitado nuevas lecturas, encuentros, charlas y contactos, con
los que nutrir mis textos. Para mí ha resultado una experiencia novedosa y muy
enriquecedora. Tengo la sensación de haber “crecido” algo más en este tipo de
materias sobre las que me ha dado por escribir.
En lo puramente deportivo, mi balance es sencillo y tajante
en las dos disciplinas practicadas. Sobre los patines he conseguido un grado de
mejora técnica, de seguridad y de autonomía francamente notorio, se me ha
abierto un mundo de posibilidades al respecto. Y además he hecho pedazos todas
mis previsiones sobre mi capacidad de afrontar largas distancias. En cuanto a
la bicicleta tengo la impresión de haber dado un paso importante, de haber
culminado una temporada “de altura”. Pensar que he acumulado esa “triple
corona”, que he rodado con garantías por los muros belgas y que he coronado con
éxito algunos colosos pirenaicos, y la mayor parte de ello, rodando sobre una
bicicleta clásica (o similar), se me antojan pruebas suficientes para dicho
calificativo. Me he vuelto a demostrar que la persona sigue siendo lo esencial,
por encima de la máquina, su tecnología y sus propiedades, y por si fuera poco,
en varias ocasiones me he sorprendido al comprobar que el lograrlo con el tipo
de bicis con el que lo he hecho, me ha generado aún más satisfacción.
Definitivamente me estoy convirtiendo en un proscrito del crecimiento
económico, un objetor del consumo.
En cuanto al blog y sus lectores, un año después puedo
analizar algunas cosas. Para empezar considero que fue un acierto haber editado
y publicado toda la temporada anterior en formato de libro impreso.
Evidentemente no ha resultado negocio alguno en materia de ventas (apenas unas
decenas), sin embargo me ha servido para materializar un recuerdo y confeccionar
un objeto con importante carga emotiva para mí y quién sabe si de memoria
histórica para mis descendientes. Gracias al papel, algunos lectores por
quienes siento gran aprecio y cariño, han llegado a serlo. Son ese tipo de
personas que disfrutan de la lectura sosegada y reflexiva, pero que no pueden
ni quieren adaptarse a las nuevas tendencias electrónicas para dicho acto. Les
comprendo porque a mí es algo que también me sucede. De hecho, cuando alguna
vez he querido releer mis experiencias del año anterior, sin dudarlo me he ido
al sillón o al jardín, pero con el libro. Entre tanto, el blog ha crecido
claramente en número de visitas. Si bien tal dato no ofrece garantías de
calidad sobre la naturaleza de tales visitas, si parece sugerir que este
espacio de comunicación se ha ido asentando y ha ido generando su parcelita
(modestísima) de público. De lo único que puedo dar fe es de que me consta que
tengo algunos lectores muy fieles, a los cuales, su lectura semanal les
satisface. Admito sin reparos que tal circunstancia me aporta una buena
inyección de autoestima e igualmente satisfacción.
Gráfico comparativo de visitas al blog durante las temporadas
2013 y 2014.
La gráfica de recuentos mensuales muestra un aumento
progresivo de visitas. Dicha progresión es algo de lo que llegué a dudar al
final del año anterior, al comprobar que tras el pico de mayo, las cifras
descendían de nuevo y se estabilizaban el lo que ya consideraba como techo del
“sitio”. Noviembre, y por supuesto diciembre se resintieron por mis
“vacaciones”, pero al reiniciar la actividad, mes tras mes (a excepción de
aquel especial mes de mayo), los recuentos fueron superando con amplitud los
valores del primer año. Por si esto fuera poco, la tendencia del 2014, ha sido
de crecimiento sostenido a lo largo de todos los meses del año transcurridos
hasta ahora, aunque cuento con un seguro nuevo descenso vacacional. Lo de
septiembre es un caso aparte, las cifras no se deben a mí, sino a determinada
entrada que realicé con ocasión del homenaje a una persona muy querida y
popular. Fueron sus conocidos quienes generaron tal salto cuantitativo en el
recuento. En cualquier caso todo esto no son más que números y no hay que
darles demasiada importancia, especialmente cuando soy consciente de que el
número de visitas está directamente relacionado con el esfuerzo difusor que yo
mismo, o algunos allegados se empeñen en hacer, y en mi caso, os puedo asegurar
de que es prácticamente nulo. No tengo pretensiones al respecto, simplemente me
ha gustado comprobar que visitas está
habiendo, lo cual puede querer decir que lectores… alguno habrá.
Pero si hay algo que definitivamente ha supuesto un cambio
radical de un año a otro, no es otra cosa que el factor compañía. Durante 2013,
acudí a bastantes eventos completamente solo, allí conocí gente y en todos
ellos disfruté de lo lindo porque soy consciente de que me desenvuelvo muy bien
en soledad, es un estado del que me gusta disfrutar cuando me lo encuentro. Aún
así me dio cierta pena el sentir que demasiadas personas a las que estimo se
estaban perdiendo algo interesante y recomendable. En 2014 todo ha sido diferente,
tan diferente que no he participado solo en ninguno de los eventos, formales o
informales a los que he acudido. He ido en pareja, con único amigo, con
excelentes nuevos amigos, con diferentes miembros de mi hogar, con familia
extendida y finalmente hasta con amigos del trabajo y conocidos de variados
entornos. No sé si ello se ha podido deber a mi insistencia, aunque no lo creo,
pues considero que fui mucho más pelma y traté de ser bastante más persuasivo
la temporada pasada. Es más, este año apenas me he preocupado de convencer a
nadie, y a veces ni siquiera he divulgado mis intenciones, pero se ve que
algunos estaban pendientes de mis tejemanejes y se acabaron decidiendo a
probar. Me he alegrado especialmente de poder contar con la presencia de
determinadas personas muy allegadas, y espero poder volver a disfrutar juntos
de actividades similares en el futuro. Por otro lado se ha ampliado
notablemente (sobresalientemente es más exacto) mi círculo de conocidos, tanto
dentro del mundo de la bicicleta como del patinaje. También he podido disfrutar
del contacto con personas singulares por sus méritos, lo cual ha sido grato y enriquecedor.
Pero quizás lo más destacable es que este año, puede que a raíz de una pequeña
semilla que germinó en la Toscana durante la última cita de la Challenge
Randoneur, sea el hecho de que con el paso de los meses hemos acabando
constituyendo un fantástico grupo de nuevos y estupendos amigos, los cuales
cada vez vamos coincidiendo más, y al que poco a poco se van incorporando
nuevos y entusiastas miembros. El grupo se ha ido haciendo fuerte gracias al
aporte de la personalidad y los valores de cada cual y al potente componente
vital de cada nueva experiencia que compartimos. Hay gente de diversa
procedencia geográfica, laboral, académica y vital, pero es algo que no nos
preocupa y apenas interesa. La cuestión es que tras décadas de vida, con
heridas a cuestas o sin ellas, hemos regresado a aquella inocente niñez que
nunca deberíamos haber abandonado del todo, y hemos vuelto a encontrar algo a
lo que jugar y excelentes amigos con quienes hacerlo. Y estoy seguro de que
este juego y estas compañías, nos están ayudando a todos a disfrutar más de la
vida y puede que hasta ser personas un poco mejores o al menos más humanas.
No sé qué pasará el año que viene. Ignoro si seguiré
escribiendo o no. Probablemente sí porque me gusta hacerlo. Estoy seguro que
participaré en algún evento, aunque creo que bastantes menos. También cuento
con diversificar un poco más mi práctica deportiva habitual. Ya veremos, pero
hay un par de cosas que tengo bastante claras. Una ya la he comentado con
anterioridad, eso de recuperar mi espíritu de viajero nómada. La otra tiene más
que ver con las personas y con mi propia vida. Quiero incorporar en una
importante medida a mi familia en esta dinámica de alegrarse uno la vida con
los viajes culturales-deportivos. No quiero que se lo pierdan. Sé que con
algunos me va a costar más que con otros. Sé que no todos están preparados para
todo tipo de actividades. La cuestión es poder animar a cada cual para que tome
parte en aquello que mejor se ciña sus posibilidades y forma de ser. Hace
tiempo que le doy vueltas al asunto, luego la vida familiar pone sus obstáculos
y las inercias completan toda la labor destructiva, pero estoy dispuesto a
pelear por salirme con la mía, y este año he visto algunos síntomas de
esperanza. Mi hija la pequeña tomó parte y disfrutó (a pesar de la paliza y la
total falta de preparación previa) de un viaje y evento de patinaje. Mi hijo se
lo pasó de lo lindo en La Retrovisor, y ha sido precisamente él,
unilateralmente, el que me ha pedido más. Y en cuanto a Myriam, pese a que se
ha venido a unos cuantos viajes, creo que podemos trabajar juntos en que pueda
disfrutar aún de mayores y diferentes oportunidades de participación.
Doy por finalizado el balance, doy por concluida la
temporada. Ha sido un proceso largo e intenso del que salgo satisfecho,
reforzado y encantado. He atesorado montones de recuerdos valiosos de personas,
lugares y sensaciones que me acompañarán el resto de mi vida. Ahora toca descansar
de tanto trajín, ordenar las ideas y dedicarse plenamente a otras tareas y
quehaceres que ahora mismo reclaman toda mi atención. Mis dudas al comienzo de
esta última entrada, se fueron disipando a medida que iba pensando y
escribiendo sobre el asunto, y al final hasta me he tenido que poner freno,
para no convertir todo ello en un testamento eterno y sin final. Tengo claro
que volveré a recopilar todos los escritos del año en una nueva obra impresa,
otro tomo para la estantería. Así, si alguna vez me encuentro en casa,
encerrado por la oscuridad, un tremendo temporal o alguna convalecencia, sus
páginas me permitirán regresar mentalmente a los lechos de ferrocarril del Peak
District, los muros de Flandes, el paso del Aubisque hacia el Soulur o el
archipiélago finlandés.
Bearne es un territorio con historia. Su origen se data, de
modo poco preciso, en la Alta Edad media, en forma de vizcondado que, por
azares de los acontecimientos, las beligerancias y los tratados, asumió
sometimiento y dependencia de Francia, Navarra, Aragón y hasta Inglaterra, en
diferentes momentos. Geográficamente se sitúa en las laderas y llanuras
ubicadas al norte de un tramo de los Pirineos, formando parte del Departamento
de los Pirineos Atlánticos, aunque al este de la región de Bayona y la zona
vasco-francesa. Si lo buscamos en un mapa, la localización se corresponde con las
ciudades de Pau, Orthez y Oloron, así como las áreas que las rodean. Desde un
punto de vista más natural de la geografía, podemos mencionar algunos
referentes conocidos como la garganta de Kakuetta, el Pic de Midi de Ossau o
los puertos de Somport y el Portalet.
Estandarte del Bearn.
Se trata de una comarca con carácter. Quizá tanta
personalidad (del territorio y de sus pobladores) provenga del agreste entorno
natural que lo conforma y de la inquieta historia que le tocó en suerte vivir.
Pero el caso es que tal talante se deja ver, sentir, respirar y hasta degustar.
Con respecto a esto último, además de ser una zona bien reconocida por su Foie
Gras y demás productos obtenidos del pato, resulta que se ha consolidado como
una excelente denominación de origen de vinos blancos (Jurançon), que
actualmente ofrece una interesante variedad de caldos que van desde sus
tradicionales blancos dulces a otros más novedosos y secos. Pero si nos
centramos en las peculiaridades deportivas de la región, una salta a la vista
por encima de cualquier otra: ¡El rugby! (ese juego de villanos practicado por
caballeros). Los campos y los pequeños estadios del juego se hacen presentes en
cada localidad de una mínima entidad. Donde nosotros nos alojamos, al llegar el
viernes, se veía mucha actividad de entrenamiento y cierta presencia en la
grada. A lo largo del recorrido, en el jardín de una casa de campo particular,
en lo alto de una sucesión de colinas, vi también una “portería” de rugby, “unos
palos”, caseros. En la pizzería en la que cenamos, un cartel anunciaba el
comienzo de temporada de la escuela de rugby de Gan. Y por si todas estas
pistas fueran pocas, la portada del periódico local “Sud Oest”, en primera
plana, lo vi al ir a desayunar, mostraba una amplia noticia de dicho deporte
con alusiva foto a color. Pese a tan fuerte arraigo, el ciclismo no se queda
corto y también es parte de su cultura y de su paisaje. No en vano, Pau sigue
siendo a día de hoy y desde siempre una de las ciudades que más veces han sido
punto de salida (en 48 ocasiones desde la postguerra mundial) o llegada de
alguna etapa montañosa del Tour de Francia. Si bien el Tourmalet y otros
colosos pertenecen a otra comarca cercana, en el Bearn disfrutan del Aubisque,
Marie Blanque, Portalet, La Pierre Saint Martin y alguno más. Y casi-casi,
aunque ya en el Pays Basque: Larrau, del que más tarde hablaremos. Por otro
lado, la afición práctica local al ciclismo y la atracción que tan bella
comarca ejerce sobre quienes disfrutamos con el pedaleo por profundos valles y
elevadas montañas, quedan demostrados a las claras, al comprobar que sus
carreteras se ven muy frecuentadas por gente pedaleando de forma deportiva o
viajera.
Siendo pues este un espacio tan vinculado al ciclismo de
ruta, tenía que llegar el momento de que apareciera alguna convocatoria formal
de marcha ciclista retro. Y así ha sido este año con el nacimiento de la “Bearn
Cyclo Classique”, un primer intento tímido y modesto (como lo suelen ser
todos), pero lleno de acierto y buenas cualidades. Viendo la fecha, la no
demasiado alejada localización (Gan) y la solera del entorno, no me pude
resistir y allí que me fui, llevándome de paso a quién pudo y quiso apuntarse,
que no fue otro que Roberto, que engarzaba una racha imparable. Del viaje no
hay mucho que contar, porque lo hablamos casi todo durante el mismo. Al igual
que me ha ocurrido cuando he viajado en coche con algún otro compañero de
fatigas rodadas, la música ni la ponemos, pues no hay hueco de silencio que
rellenar. Así que el relato propiamente dicho comienza el sábado por la mañana,
con un desayuno y una dubitativa búsqueda inicial (en bicicleta) del punto de
salida, que nos obligó a tener que regresar al hotel a preguntar. Hacía un día
estupendo, aunque ya caluroso desde primera hora de la mañana, algo que más
tarde se transformaría en una jornada de excesivo sofoco durante las horas
centrales del día. En la casa comunal nos fuimos reuniendo las escasas decenas
de participantes, locales en su mayoría, salvo alguna “rara avis” como un
californiano, un par de ingleses y nosotros dos. Había caras conocidas como el
“profesional del velocípedo” que suele acudir a casi todos los eventos
franceses (aunque esta vez montaba una bicicleta “de seguridad” muy antigua) y
su mujer; otro ciclista de la zona de Las Landas; y varias personas que para la
ocasión ejercían de colaboradores en vez de rodadores y que recordábamos de
Marmande (a donde debieron acudir para conocer una experiencia similar). Nada
más llegar formalizamos la inscripción y recibimos una “musette” con el dorsal
para la bici, el cartel, información, una cinta de manillar de regalo, el vale
para la comida y hasta una gorra ciclista de la comarca.
El evento ofrecía dos opciones: una de 30 km y otra de 70
km. A esas horas allí estábamos los de la larga (unos treinta ciclistas). Y
poquito antes de salir pareció con agilidad nuestro conocido Emile, sobre una
flamante Battaglin roja como recién salida de fábrica. Además de saludarnos, me
llevó a su coche para mostrarme un kit original de bolsa del corredor, gorra, “musette”,
maillot y de todo, del Teka, lo había traído para enseñármelo expresamente.
Menos mal que él se conocía el camino porque el pelotón partió sin nosotros y
tuvimos que espabilarnos un poquito para reintegrarnos en él. La comitiva,
siguiendo a un setentero Renault 15 y protegida en los cruces por un equipo de
Vespas relucientes, primero dio una vuelta por el pueblo, con el alcalde al
frente sobre su impoluta máquina moderna de carbono. Después empezamos a
remontar algunas colinas y la ruta fue acercándose a su esencia: un variado
“rompepiernas” lleno de ascensos cortos pero empinados, alternados con
descensos y sin apenas tramos llanos. En la primera subida pedaleaba yo casi a
solas, cuando Emile, adelantado y detenido al borde la carretera, me hizo una señal
para que me detuviera. Estaba hablando con dos hombres “de paisano” que
resultaron ser José María Pérez (Don Bidón) y el amigo que le acompañó a la
pasada Monreal, que se habían acercado a conocer a Emile. Nos saludamos y
pospusimos un encuentro para esa misma tarde en casa de nuestro conocido común
galo. El paquete se reagrupó con una breve parada en una céntrica calle de un
bonito pueblo y volvió a seguir reunido, para ir despachando nuevas ascensiones
que, poco a poco, nos situaron en lo alto de una especie de sierra de colinas
con hermosísimas vistas a ambos lados de su línea de cumbres. Aquel tramo fue
de especial encanto, pues con la perspectiva que daba el pedalear por lo más elevado,
los viñedos de Juraçon quedaban
expuestos a nuestra atención, para nuestro deleite contemplativo y para
alimentar nuestras ganas de catar su producción. Los valles eran coquetos y
estaban salpicados de granjas, colinas, árboles y viñedos alineados en laderas
muy pendientes. Cada pequeña cota nos servía de reunión, mientras la ruta
transcurría por una carretera bastante estrecha, sin pintura y sin tramo recto
alguno. En determinado momento, siguiendo a una de las Vespas, disfrutamos de
un tramo especialmente estimulante con un fuerte descenso por una pista
asfaltada, hasta llegar junto a una mansión de elegancia clásica, en donde
alguien se percató de que habíamos errado el camino. Hubo que “meterlo todo” y
remontar algunos muros para encontrar un desvío de tierra y piedras empinado
pero de apenas 50 metros, el cual nos dejó en una encantadora granja-bodega
familiar, en la que fuimos agasajados con el primer avituallamiento y la
primera cata de blancos (seco fresco y amoroso dulce). El recibimiento estaba
ubicado en un gran almacén con funciones de portalón cubierto que nos daba
sombra, con aperos de trabajo por ahí amontonados, un pajar sobre nuestras
cabezas y las grandes cubas de acero inoxidable en un espacio anejo. Al otro
lado del mismo había un precioso patio que daba acceso a la vivienda. Un lugar
ideal para disfrutar de la parada, de la degustación y de la ambientación de la
ruta. Allí charlamos con el organizador, así como con los pilotos de algunas
Vespas, quienes tenían referencias de La Retrovisor, gracias a que los del club
de scooters de Cantabria habían hecho similares funciones en mi tierra.
Emile en plena acción sobre su Battaglin
Uno de los vinos blancos catados (Foto: Roberto Follía).
Tras la parada se sucedieron nuevos descensos y ascensos,
todos ellos sin abandonar el paisaje de granjas y pequeños viñedos. Se notaba
que por el Pirineo el verano había deparado frecuentes tormentas ya que los
prados estaban verdes, y no agostados como en nuestro hogar, tras un septiembre
completamente veraniego y con temperaturas exageradas para el Cantábrico.
Aunque este día no se quedaba corto y llegamos a pasar muchísimo calor, lo
cual, unido a la exigencia constante del recorrido, poco a poco se nos fue
acumulando en forma de fatiga. Algo más adelante sí que nos fueron llegando
algunos tramos llanos de rivera, cerca del río al noroeste de Pau, antes de
virar hacia el sur para acometer nuevos ascensos entre las bien recibidas
sombras de colinas cubiertas por formidables ejemplares de árboles. Aunque no
soy capaz de situarlos con exactitud, hubo un par de repuntes francamente
bonitos. El primero, que pudiera ser en Aubertin, de unos 2 kilómetros de
longitud y fuerte pendiente. En su final giraba repentinamente a mano izquierda
para proponer unos suaves toboganes campestres, antes de descender entre curvas
para cruzar un río pequeño y permitirnos acceder a un tramo campestre realmente
idílico. El segundo, no mucho más tarde, quizá por Sant-Faust, con una breve
pero empinada rampa a la sombra, que nos hizo pedalear levantándonos del
sillín, aún a pesar de llevar unos desarrollos asequibles. Desde allí, ya poco
faltaba para el segundo avituallamiento.
Gajes del oficio "retro", lo bueno es que la tracción "animal",
salvo en caso de pájara, nunca falla.
Y fue precisamente al alcanzarlo cuando una voz conocida me
reclamó hacia un lado: “Monsieur, Monsieur”. ¡Era Javier! Ya me parecía a mí
que con las ganas que ha cogido esto del ciclismo retro, la pandilla que se ha
ido gestando y lo cerca que está el Bearn de San Sebastián, resultaba extraño
que no se hubiera presentado a la salida. Lo que ocurrió es que se decidió en
el último momento y sólo pudo llegar a la hora para la partida del recorrido
corto. Da lo mismo, allí estaba, y así se uniría a nosotros para el resto del
fin de semana. La parada sirvió para nuevas catas, para picotear algunas viandas
y para beber mucha agua y zumo de naranja. Lo servían en el cobertizo de otra
granja local. El pelotón crecía así de repente con la incorporación de otros 20
o 25 ciclistas. Y ya reunidos todos, pusimos rumbo al sureste, hacia Gan. Hubo
un descenso corto pero delicado, y el resto casi todo llano hasta el final.
Rodé sólo algunos kilómetros, otros cerca de algunos ciclistas veteranos, de una
mujer del Bic que rendía bien y hasta de
un padre y un hijo pequeño enfundados ambos en sendos maillots de Brooklyn.
Pero finalmente me aproximé a Gan junto a Emile, completando el recorrido casi
como lo empecé. Pronto llegaron Javier y Roberto y aprovechamos para beber más
líquidos, picar alguna otra cosa y catar nuevos blancos locales, mientras
charlábamos con diversos participantes o echábamos un último vistazo a Vespas y
bicicletas.
Parte d ela flota "Vespa" que nos cubrió durante el recorrido.
Y llegó el momento de la comida. Los organizadores habían
dispuesto tres larguísimas mesas dentro del espacio multiusos de la casa
comunal. En cuanto nos sentamos se nos unieron Emile, su amigo Jean Pierre
(profesor de español en la zona) y otras de sus amistades. Disfrutamos de un
exquisito foie gras, algunos platos y queso, además de un tinto ligero que
corrió por nuestra zona, encargado por JP y algún otro comensal (muchas gracias
de nuevo). La conversación fue muy animada y agradable, y el español y el francés
se cruzaron equilibradamente y con total interés por comunicarnos y mantener
vivos nuestros temas de tertulia. Así pues el tiempo se fue volando y avanzada
la tarde llegó un sorteo de regalos del que muchos salimos agraciados: gorras,
libros y demás. Para mí una botella de vino (portugués) y quedarme con las
ganas de haber recibido un sillín Brooks… ¡verde! A juego con mi Dawes, que fue
a parar a una dama ataviada al estilo pionero. Finalizado todo nos despedimos
con sincero agradecimiento de los organizadores y anfitriones, a quienes
expusimos nuestra positiva valoración, nuestro ánimo y nuestra promesa de
divulgar el evento entre conocidos amantes del ciclismo clásico en España. La
cita merece la pena, la región es encantadora, el ambiente tranquilo y mesurado,
y el recorrido exigente sin ser largo. Pero a juzgar por la expresión de las
caras y los comentarios de sus responsables, nadie puede asegurar que esto se
vuelva a repetir. Se mostraban cansados por el esfuerzo, y con evidentes dudas
de si se volverán a embarcar en su organización o no. El tiempo lo dirá,
nosotros así lo esperamos, por el bien del ciclismo retro, por el de muchos
aficionados que puedan acercarse allí en el futuro, y porque no se podría
entender que el Bearn no tenga su propia marcha vintage.
Lejos de acabar, la jornada aún nos deparaba una actividad “deportivo-cultural”
privilegiada. Después de ducharnos en el hotel, nos montamos los tres en el
coche de Javier y nos acercamos a una localidad próxima para hacer efectiva una
generosa invitación de Emile. Allí nos encontramos con los visitantes de Jaca
antes mencionados, y con Jean Pierre, que frecuenta la casa de Emile desde que
aquel empezara a correr en ciclismo asesorado por este. Se trata de una vivienda
unifamiliar convencional con su propio jardín. Lo que nadie puede llegar a
imaginarse es que dentro, entre un crecido garaje, unos altillos, el ático y
algunos rincones, Emile atesora una de las mejores colecciones de bicicletas de
competición de Europa. También hay fantásticos maillots, poncheras, carteles y
hasta mojones. Pero por encima de todo están las bicicletas ¿doscientas?
Imposible de calcular. La mayoría son “bicicletas Tour”, algunas utilizadas
realmente por ciclistas famosos (Ugrumov, Ocaña, Óscar Freire y un largo
rosario de ilustres nombres) y otras réplicas exactas de las utilizadas en
diferentes épocas por numerosos campeones (Mercks y muchos otros). Los ojos se
nos iban de un lado a otro, de un detalle al siguiente, y aún así éramos
conscientes de que resultaba imposible asimilar todo. Nos perdimos mucho más de
lo que captamos, y eso a pesar de que absorbimos mucho. La colección es
irrepetible y la afición y pasión que Emile desprende cuando la muestra, contagiosas.
Aprendimos mucho de él y más nos hubiera gustado el haber podido disfrutar aún
más de sus enseñanzas, a pesar de que nos lo tomamos con calma y con tiempo.
Resumiendo drásticamente la visita voy a hacer mención de
cuatro bicicletas muy especiales. La auténtica “Paloma” con la que Federico
Martín Bahamontes corrió allá por 1962, 1963… ganando varias etapas del Tour,
dos podios en la general y hasta tres Premios de la Montaña. La bicicleta
estaba en un estado impoluto (como la mayoría de las que posee Emile) y hasta
nos la dejó sacar para fotografiarnos con ella.
Posando junto a la "Paloma" de F. M. Bahamontes: (Roberto
disparaba la foto. Arriba estoy yo, José Mª, su amigo de Jaca y
Jean Pierre. Abajo con un maillot auténtico y una réplica: Emile
y Javier.
Más tarde sacó (vete tú a saber de dónde) la Eddy Mercks con
la que Lance Armstrong ganó el Campeonato del Mundo de Oslo en 1993. No se
trata de una clásica, pero si de un icono del ciclismo que conserva aún, fijada
al cuadro, la plaqueta con el número del dorsal que portaba el corredor tejano.
Sin embargo, aún pudiendo disfrutar de esos y otros ejemplares “auténticos”,
realmente utilizados por los mitos en persona, y aún siendo Emile un verdadero
apasionado de este deporte, también nos presentó otra bicicleta, de la que
confesó sentirse especialmente prendado. Minutos antes Javier le había
preguntado por su favorita, y él no había sido capaz de responder, sin embargo,
al sacar esta a la luz, confesó que pensándolo bien, quizá fuera precisamente
ella la que pudiera, en caso de decisión extrema e inevitable, llevarse tal
honor. Se trataba de una réplica exacta (de la época) de la Bianchi con la que
Fausto Coppi compitió en las grandes carreras de Europa. La bicicleta era
hermosísima, tanto en su cuadro como en cada uno de sus cuidados componentes,
todos ellos “firmados” con la B de Bianchi. Y aún a pesar de estar hablando de
mitad del siglo XX, su frontal ya mostraba una dirección integrada.
Detalle del tubo de dirección de la Bianchi
réplica de la de Fausto Coppi.
Quiero terminar este fugaz repaso “objetológico” con una
muestra de la ignorancia “marquista” que tanto nos acompaña a los aficionados
compulsivos, en demasiadas ocasiones adocenados por los triviales y
superficiales comentarios y “run-run-es” de la masa de neófitos consumidores de
cualquier afición, que recién llegados a un asunto, nos centramos en un puñado
de “valores seguros” con los que sentirnos confiadamente “in”, sin preguntarnos
si hay más, hay diferente o nuestro nuevo foco de entretenimiento y juego
adulto, puede realmente ofrecer cosas distintas. Prácticamente cuando nos
íbamos, Emile nos enseñó una bicicleta gris, bastante discreta en apariencia y
con huellas de su historia y sus batallas. La bici en cuestión nos había pasado
completamente desapercibida, como casi con total seguridad hubiera ocurrido en
cualquier evento para la mayoría de nosotros, vosotros y ellos del mundo de
ciclismo retro. Al decirnos el nombre de la marca (que no se leía por parte
alguna), no me sonó para nada en su pronunciación francesa, pero poco a poco,
al observar sus singulares componentes, su característica potencia, los bujes,
etc. Todo ello se me pareció en demasía a los que actualmente propone Velo
Orange, y atando cabos, la palabra me hizo eco en la cabeza… ¡Herse! ¿Has dicho
Herse? ¿Te referías a René Herse? Efectivamente, por primera vez en mi vida, al
menos conscientemente, estaba estudiando y tocando una de las bicicletas
realizadas por uno de los más prestigiosos artesanos de nuestro vecino país, un
constructor alabado por los más expertos cicloturistas de cualquier continente.
Si el año anterior pude admirar muy de cerca la obra de Alex Singer, esta tarde
me estaba topando con algo difícil de encontrar e igualmente improbable de
valorar, tan cegados como solemos estar por “cuatro” referencias populares que
nos dan una cómoda sensación de seguridad ante los demás.
Tras las amistosas despedidas salimos de allí los tres
(Javier, Roberto y yo), abrumados por la cantidad de material contemplado y
fatigados tras una jornada tan intensa, cargada de actividad y emociones. Así
que sin pensarlo mucho nos fuimos a cenar algo sabroso y económico y nos
retiramos a descansar, que buena falta nos hacía.
A la mañana siguiente Roberto y yo recogimos todo,
desayunamos, llamamos a Javier para quedar el Licq-Atherey, y cargamos todo en
el coche para acercarnos hasta allí. Roberto había pasado una mala noche a
causa de un virus que le venía castigando desde hacía más de una semana, y por
mi parte mi motivación para un serio y amenazador ascenso matinal era muy baja.
Ignoro la razón pero ese domingo era uno de esos días en los que uno se busca
para sí mismo cualquier impedimento para no subirse a la bicicleta, no me
apetecía nada. Las caras de sorpresa y gestos de chaladura que habían puesto
nuestros amigos franceses, cuando el día anterior les comentamos que
pretendíamos ascender Larrau por la vertiente francesa, sobre nuestras
clásicas, tampoco ayudaban nada, más bien tenían un rotundo efecto disuasorio.
Y como venía siendo habitual en nuestras escapadas pirenaicas de septiembre,
por la noche había llovido, y la mañana se presentaba incierta en cuanto al
clima. Aún así, haciendo de tripas corazón, circulamos hasta nuestro destino. A
medida que nos acercábamos el tiempo mejoraba claramente, el día se volvía
soleado y el paisaje se convertía en un atractivo paraíso de aldeas acomodadas con
discreción en el fondo de unos valles estrechos, húmedos y encajados entre las
moles de la cordillera. Remontando un río alcanzamos el lugar de la cita y
pudimos aparcar en batería, frente a un bar y comenzar con nuestro ritual de
preparativos para la ruta. Personalmente seguía sin ganas, Roberto resignado
(sin su triple plato y con su catarro) pero decidido y Javier inquieto, pues
conocía bien a qué nos enfrentábamos. Tomamos un café justo antes de salir y
nos pusimos en marcha por la estrecha y solitaria carretera.
Detalle de carretera (Foto: Roberto Follía)
Nada más empezar hacía bastante fresco, tanto que incluso
pasamos frío al ir de corto. El valle se remontaba sin apenas esfuerzo, pues la
carretera nos llevaba pegados al río montaraz, a la altura de su lecho y sin
superar desniveles. Poco a poco, esa marcha casi llana nos sirvió de
calentamiento. Aquella sería una etapa de “captura”, una excursión corta en
kilometraje (no tanto en tiempo), consistente en aproximarse a un puerto de
importante entidad (“Hors Categorie Tour”), intentar coronarlo y descender para
volvernos a casa sin demoras. Digo captura porque era uno de esos
planteamientos en los que el objetivo es conquistar otro hito geográfico que te
permita añadir una “muesca” más al cuadro (cualquiera de ellos) de tu
bicicleta. A los pocos kilómetros, tras haber superado algunos tramos de cuesta
moderados, la pendiente se puso seria y exigió meter todo el desarrollo
disponible (al menos para los que íbamos con dos únicos platos “clásicos”). En
ese preciso instante, a la cadena de Javier se le soltó un eslabón dejando
inutilizada su bicicleta para el pedaleo. La casualidad quiso que esa vez
ninguno de los tres dispusiéramos de tronchacadenas, ni allí mismo, ni en los
coches. Así que lamentándolo mucho nos tuvo que dejar e iniciar un regreso “a
vela” y a dedo. En ese momento nuestro amigo-enemigo (iba vestido del Molteni)
había desaparecido, quedábamos pues un par de Kas, sin demasiada confianza ni
ganas, pero que sin plantearse nada al respecto reinició su lento pedaleo hacia
arriba. Desde allí cada cual empezó a ascender en solitario, conforme a los
ritmos individuales de ese día. Dosificándose mucho, sabiendo que sería
necesario, aunque ignorando si suficiente. Larrau es uno de los puertos más
temidos del Tour, su inclusión en la ruta se ha programado en contadas
ocasiones, una de ellas, fue precisamente en la que, en este puerto que tan
cerca tenía de casa, Indurain puso fin a su presencia en la carrera para
siempre. Tras unos pocos kilómetros de ascenso boscoso y sin tregua alcanzamos
la localidad de Larrau. A partir de allí se suceden unas pendientes exigentes y
despejadas, con vistas a un valle sobre el cual uno se va elevando más deprisa
de lo que preferiría estar notando en sus piernas. Hay curvas de una gran
diversidad de radios y diseños, y al cabo del rato vuelve el bosque para
refrescarte y advertirte de que tengas precaución en la bajada porque el
asfalto está regular y el pavimento mojado bajo las sombras. Tanto tiempo se
tira uno subiendo esta parte de ladera, que tiene que buscar recursos mentales
para seguir trabajando con paciencia. Nos pasaron cuadrillas de moteros, y
algún coche de turismo u otros de labor. Aquí se suceden varios largos y
sacrificados kilómetros que alternan lo duro, con lo demasiado duro,
exigiéndote esto último, ponerte a ratos de pie sobre los pedales y mantener un
cadencia de pedaleo de supervivencia porque el 42, por mucho 28 que lleves
detrás, no te deja liberarte ni lo más mínimo. En esa zona me reía de mí mismo
al darme cuenta de a qué tipo de tonterías llega a aferrarse uno cuando acomete
un esfuerzo tremendo y absurdo por mero impulso lúdico. Me dio por pensar que
ya que portaba un maillot del Kas, debería hacer honor al mismo y tratar de
aguantar hasta arriba. Poco después me topé con un tramo que se me hizo más
duro aún, no había descanso posible y mi velocidad era mínima. Pero precisamente
allí, me adelantó un reaparecido e inesperado Javier con su coche, que se
detuvo y corrió a mi lado varias decenas de metros, animándome como si de un
espectador de cuneta de la Grand Boucle se tratara. ¿Qué puedo decir? Que
aquello me animó mucho, me hizo compañía y me ayudó a pasar el peor trago de
toda la ascensión.
Javier constatando su mala suerte. La cadena rota y sin posibilidad
de reparación.
Aquí estoy sufirendo a mitad de puerto, en la zona en que más
duro se me hizo el ascenso (Foto F. Javier Ruiz)
Desde allí llegaban unas zetas y el trazado se despedía
definitivamente de toda vegetación arbórea, la altitud había superado de sobra
los mil metros. Las largas zetas se hicieron algo más llevaderas, en especial
la primera y más larga de ellas. Un collado con camiones y furgonetas detenidos
parecía anunciar el final, aunque para coronarlo se exigía un esfuerzo algo
violento a causa de un repunte importante del porcentaje. Pero de eso nada
“monada”, al otro lado aparecía un casi imperceptible descenso muy breve, un
falso llano y una nueva cumbre alejada a la que encaramarse. El falso llano, no
parecía ayudar nada, más bien destrozarme el ritmo (por llamarlo de alguna
manera), o el ralentí de pedaleo al que quizás ya me había acostumbrado. Hay
que reconocer que la panorámica en ese tramo era maravillosa, un regalo para la
vista. Javier volvió a aparecer porque alternaba su motivadora presencia entre
nosotros dos, repartiendo ánimos y apoyo moral con ecuanimidad. En esa segunda
visita yo ya tenía toda la confianza del mundo en que aquello estaba
conseguido, además de sentirme satisfecho y contento de estar allí, y de haberme decidido a intentarlo. Al final
me quedaban otras zetas que superar, la mayoría de ellas asumibles, aunque
precisamente la última engañosa. No sé qué pendiente tendría el último tramo
recto, pero parecía que aunque ya estaba allí, el final no acababa de llegar
nunca y las piernas se quejaban cada vez más, mientras la velocidad se
ralentizaba hasta extremos vergonzosos.
Pero finalmente alcancé la cima y me sentí eufórico por
haberlo logrado. Aproveché para disfrutar del paisaje en todas direcciones, en
ambas vertientes de tan admirable cordillera. Si alguien pretende preguntarme
por el tiempo (¡que vulgaridad!), le respondo que muy bueno: sol pero con
sombras de bosque y algunas nubes que hacían que no hiciera un calor excesivo.
Si me insisten en que se refieren al empleado para subir (¡que obsesión la de
algunos!), confieso que llegué fuera de control. ¿Con respecto a quién? A nadie,
pues nadie había por delante. Con respecto a mí mismo, porque subí como pude,
tan despacio, que el control del tiempo estaba fuera de lugar. Pero allí me
planté, con mi “hierro del 83”y sus platos llenos de caries y desgaste dental.
Precisamente la presencia de mi Razesa hizo que se me acercara un aficionado
francés, quien al entablar conversación aprovechó para felicitarme efusivamente
por ello mientras entusiasmado, le cantaba a su amigo los guarismos de mi
desarrollo. Llegado Javier al alto, ambos nos dispusimos para homenajear la aparición
de Roberto, cual si de uno de nuestros ídolos se tratara. El escándalo llamó la
atención de los visitantes, aquello parecía una horda de “tifosi”, en lugar de
un par de dementes seniles. Después llegaron las fotos, la reposición de
líquido y una despedida entrañable de Javier que volvería a su casa por
territorio español. Nosotros dos descendimos con cabeza pero sin pausa y al
hacerlo fuimos de nuevo conscientes de lo largo y empinado que resulta el
puerto, pues cambia constantemente de panorama y no parce tocar a su fin. En
esos momentos subían decenas de ciclistas lentamente, a lomos de sus máquinas
carbonatadas, pero sufriendo como todo bicho viviente. El tramo de aproximación
lo ventilamos muy rápido sin apenas quitar el plato grande, disfrutando del
“deber” cumplido y del “palmarés” personal logrado.
Roberto alcanzando la cumbre. El entusiasta aficionado que lo
arenga es Javier.
Los dos KAS (Roberto y yo), logran uno de los objetivos de su
"Escapada" al Bearn, el puerto de Larrau por la vertiente francesa.
Tras vestirnos y preparar todo para el viaje de regreso,
emprendimos el mismo, aunque pronto nos detuvimos en Tardets, una agradable y
encantadora villa, con una plaza de lo más coqueto y hotelitos añejos de
montaña que evocan épocas de turismo romántico. En una terraza de la plaza nos
regalamos un bocadillo de queso local, una cerveza y… ¡Ta-ta-chán! (sin ello el
viaje no hubiera resultado completo para Roberto), ¡una ración de
Gateau-Basque!
Plaza de Tardets (Foto: Roberto Follía).
Disfrutando de la improvisada comida (Foto: Roberto Follía).
El Bearn merece la pena. Como destino turístico desde luego,
ya me había dejado excelente sabor de boca en las ocasiones anteriores en las
que allí había acudido para esquiar o para disfrutar de la moto. Es
recomendable para cualquiera que desee conocer un espacio de montaña y
peculiaridades rurales, conservado, bonito y agradable. Pero para quienes
además tenemos inoculado el gusto por el ciclismo deportivo, la cosa es más
seria, la comarca se convierte en otro destino imprescindible (¡otro más!).
Crucemos los dedos para que la Bearn Cyclo Classique siga existiendo y se
convierta en una buena disculpa para futuras visitas. Mientras tanto, llega el
momento del reposo. Mi temporada “Rodador 2014” finalizaba ese mismo día.
Pronto será el momento del balance y de las reflexiones finales. Por el momento
aún disfruto de los recuerdos de este concentrado fin de semana.