La despedida
de cada año y la correspondiente nueva bienvenida, constituyen uno de los actos
de celebración pagana más populares y globales que existen. Las maneras y
actividades que elige la gente para homenajear este hito temporal son de lo más
variopinto. En la mayoría de las culturas hay costumbres a las que una inmensa
mayoría de personas se suman, y otras muchas de carácter más personal o
minoritario. En todo caso, muchísima gente no se limita a una actividad en
exclusiva (una cena, una fiesta, las campanadas, una reunión, un aperitivo, un
concierto, etc.), sino que acumula varios ritos de distinta naturaleza en un
lapso relativamente corto de horas, entre la mañana del día 31 de diciembre y
la tarde del 1 de enero.
No soy lo
suficientemente original como apartarme de tan marcada tendencia social, y yo
mismo acumulo algunas costumbres que se vienen repitiendo en tales fechas desde
hace años. Ceno en familia extendida el 31, participo de una fiesta privada esa
misma noche, veo la retransmisión del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica
de Viena al día siguiente y cocino y como en familia nuclear poco después de su
finalización. Lo que no hago es tomar las uvas, aunque sigo el evento por la
televisión. A todo eso, he de añadir, la realización de alguna actividad
deportiva la mañana o la tarde del día 31.
Durante muchos
años, creo que más de un par de décadas, dicha costumbre tomaba la forma de mi
participación en la carrera popular de la San Silvestre santanderina. “San
Silvestres” pedestres hay en abundancia. En España y en otros países, en
múltiples ciudades y en poblaciones menores. No todas coinciden en el momento
ni día concreto de celebración aunque, eso sí, rondan y están relacionadas con
el fin de año. Y eso es porque toman su nombre del santo homenajeado el 31 de
diciembre por la Iglesia católica: San Silvestre I.
Dicho
personaje fue el trigésimo tercer Papa. El primero de la historia que no murió
mártir. De hecho, le tocó en suerte vivir una época dulce para su credo
religioso, un momento histórico de reconocimiento oficial en el Imperio Romano,
lo cual facilitó que San Silvestre lograra ser el instaurador de muchas pautas
organizativas del catolicismo oficial pionero, así como iniciador de algunas
tradiciones culturales del mismo. Su fiesta coincide con el fin de año porque
falleció el 31 de diciembre del año 335. Se le considera como un Papa de vida
ascética, aunque creo que eso no tiene nada que ver con que a la gente le haya
dado por salir a correr y a sudar un poco ese día. Lo que si tiene cierta
gracia es que, en mitad de una celebración fundamentalmente pagana, haya
millones de personas en el mundo que hagan de la carrera deportiva (una
actividad igualmente pagana) uno de sus gestos festivos rituales y, sin embargo,
lo denominen, masivamente, con una referencia del santoral católico. Cosas de
la interacción histórico-cultural-religioso-social-etc. siempre tan compleja e
indomable (desafortunadamente para tantos, como hay, aspirantes a gobernar y
adoctrinar el pensamiento de las masas).
Resumiendo, a
alguien le dio por organizar una carrera de fin de año, le puso el nombre del
salto del día, hubo quienes se animaron a despedir con ello el año porque,
seguramente, les gustaba correr, y el tiempo, poco a poco, se encargó de
popularizar la idea, que fue replicándose por diferentes localidades del mundo.
Ese primer
alguien tiene un nombre, aunque, como tantas veces ocurre, ni fue el primero,
ni quizás de los primeros. Estando el brasileño Cásper Líbero en París, en
plena década de los años 20 del siglo pasado, asistió complacido a la
celebración de una carrera nocturna en la que los corredores portaban
antorchas. De regreso a su país, decidió organizar su propio evento la noche de
fin de año, y hacerlo de modo que se empezara a correr antes de las 12 del 31 y
se finalizase ya entrado el día 1. Parece que desde el principio se la denominó
como Corrida de São Silvestre. Aquello se produjo en la madrugada de 1925 a
1926. Entre sus intenciones estaba el usar la prueba para promocionar su periódico:
Gazeta Esportiva, que fue fundado coincidiendo con la cuarta edición de la carrera
(1928). Desde entonces el periódico se convirtió en el patrocinador,
organizador oficial y propietario de la célebre carrera. Así pues, una vez más,
la historia del deporte nos da otra muestra de un fenómeno muy común en lo que
hace referencia a la fundación de eventos deportivos de gran tradición y
abolengo: que fueron puestos en marcha y sostenidos por diarios de prensa
escrita. Algo que fue muy habitual en el ciclismo y que también se dio en el
esquí, el patinaje sobre hielo, el automovilismo, la aviación deportiva, etc.
En cuanto al
territorio nacional, la primera en disputarse fue el Circuito de Nochevieja de
Galdácano de 1961. Aquella carrera, sin embargo, no tuvo continuidad hasta
1973. Entre tanto, en 1964, un promotor deportivo gallego llamado Antonio
Sabugueiro organizó en Madrid la San Silvestre Vallecana, la cual ha acabado
convertida, sin lugar a duda, en la más multitudinaria de todas las carreras que
se celebran en nuestro país en fechas próximas a la Nochevieja. Su
participación ronda los 40.000 corredores. Dicha participación proviene de un
proceso incremental que ha caracterizado a muchos grandes eventos deportivos
populares, con las carreras a pie a la cabeza. Los maratones son un buen
ejemplo de ello. La evolución de la participación en estos y otros tipos de
eventos, en muchos casos, ha seguido un patrón de crecimiento exponencial. La
original brasileña empezó con 60 participantes y en el año 2014 se plantó en
30.000. En cuanto a la vallecana, sobre ella han ido surgiendo diversas
polémicas a lo largo de sus más de cinco décadas de existencia. Polémicas
relacionadas con la masificación (se hizo oficialmente popular en los años
ochenta), con las dietas solicitadas por algunas estrellas, con la
privatización de la organización, con la deslocalización del recorrido con
respecto al trazado original “de barrio”, etc. Muchas de ellas no han
respondido a hechos aislados, sino que se han ido dando en otros eventos
similares, en diferentes épocas. Recuerdo por ejemplo que, viviendo como
estudiante en Madrid, en el año 1985, la carrera “popular” de Canillejas sufrió
un descalabro organizativo importante, cuando, superada por una masiva
participación popular, generó un conflicto en la salida de las grandes figuras
contratadas para disputarla realmente. Hubo un boicot organizado por parte de
muchos atletas participantes que lograron taponar y cerrar a algunas “vedettes”,
teniendo que darse una salida falsa inicial, y otra posterior, corregida, más
adelante. Además de las protestas, los gritos de “popular, popular”, los
empujones y el caos organizativo, hubo agresiones físicas, como el derribo del
británico Mike Mcleod, medallista olímpico en Los Ángeles. Todo aquello acabó siendo
noticia en los medios televisivos e impresos. Los hechos, ocurridos a finales
de noviembre, ejercieron de aviso para navegantes y quizás supusieron un antes
y un después en la organización de pruebas callejeras populares que, a riesgo
de hacerlo a golpes, iban pasando de ser eventos de dimensiones contenidas, a
macro eventos populares.
Y es que
durante la última década del siglo XX y la primera del XIX, se fue fraguando un
fenómeno social que actualmente está totalmente consolidado: el que las masas
de participantes (constituidas por cientos o miles de ciudadanos anónimos y no
necesariamente atléticos) se hayan ido decidiendo (primero) y acostumbrando
(actualmente) a tomar parte de todo tipo de eventos deportivos convocados sin
requisitos previos clasificatorios o de nivel. Todo empezó, precisamente, con
las carreras celebradas en las calles, las “populares”, aunque casi
simultáneamente surgió en el “cicloturismo más o menos competitivo” de
carretera, y, con el tiempo, replicándose como fenómeno en la natación, el
novedoso BTT, el triatlón, etc. Ahora mismo ya se da casi en cualquier
modalidad deportiva. Paralelamente, en cierto modo, en el lado de los
organizadores, dicho proceso también parece haber ido sufriendo cierta
metamorfosis mediante la cual más y más entidades o personas han ido
deslizándose, con mayor o menor grado de desfachatez, desde una vocación
pionera de popularización deportiva, hasta la oportunidad de negocio puntual
lucrativo.
Y este
fenómeno parece haberse dado en un caso concreto que he podido vivir de cerca,
el de la San Silvestre santanderina. Tras mí ya mencionada larga fidelidad a
dicha prueba deportivo-festiva, desde hace un par de años he decidido no volver
a tomar parte en la misma, a menos que las cosas cambien y, en algunos aspectos
concretos, se vuelva a lo que fue en su día: un evento popular y gratuito, al
servicio de la ciudadanía.
La primera vez
que asistí a este evento fue a principios de los años noventa. Lo hice como
espectador, porque la corría (en la versión competitiva federada) un deportista
al que entrenaba. Poco tiempo después empecé a tomar parte, siempre en plan
festivo, como un acto deportivo con ánimo social y de encuentro, así como de
entretenimiento previo a la cena de Nochevieja. En aquella primera ocasión que
la vi desde la acera, no creo que la participación popular llegara a las 300
personas. Después, desde que empecé a “sudarla”, año tras año, la cosa fue
creciendo. Los cientos aumentaron hasta superar el millar, y tan significativa
cifra se fue doblando o triplicando, en función de las condiciones climáticas
de la tarde en cuestión, aunque siempre dando muestras de crecimiento.
Tal
incremento, lejos de achacarlo a mejoras organizativas, creo que se explica
bien a través de varios factores ajenos a la entidad organizadora y que,
igualmente, se han ido dando en otros eventos de similar naturaleza. Uno, la
popularidad progresiva de las carreras “populares” (perdón por la redundancia,
está expresada adrede). Dos, la tendencia del fenómeno San Silvestre en España
(en los años sesenta se celebraban unas cuatro en todo el territorio nacional,
y actualmente más de 1200). Tres, que, en el caso santanderino, los
participantes hemos ido haciendo de auténticos embajadores (“influencers
analógicos”) del evento, potenciando un boca a boca que fue haciendo crecer la
participación hasta convertirla en un éxito en formato de quedada social
ciudadana.
Y es en
determinado momento de dicho proceso cuando, a la vista de los organizadores, pudiera,
quizás, haberse dado el caso de que hubieran interpretado gozar de una cifra de
masa crítica suficiente como para que la avaricia o el interés crematístico
susurrasen a sus oídos y decidieran, de golpe y porrazo, empezar a cobrar (a convertirla
en un negocio). Como la gente se mosqueó, las disculpas empezaron a correr por
ahí. Primero la de tener que asegurar la prueba, justificación ridícula para
quienes saben de cifras y costes al respecto. Más tarde otras de las que luego
hablaré. El año fatídico del cambio de actitud, el del paso del interés cívico
al, aparente, del negocio creo que fue el 2011. Y la cuota de inscripción se
inició con 5 €. No está mal, para un evento que dura una media de 35 minutos,
en el que el consistorio pone todas las facilidades (además del espacio público)
y dinero, hay patrocinios varios y, para colmo, los regalos o avituallamientos
de llegada empezaron a verse mermados de modo manifiesto. Lo de los regalos daba
lo mismo, a nadie le hacían falta, y menos momentos antes de acometer una cena
copiosa. Sin embargo, que su progresiva merma vaya coincidiendo con el inicio y
aumento de tarifa de inscripción, hacía sospechar un significativo cambio de
mentalidad operado en la mente del ente organizador.
Durante cuatro
ediciones seguidas el precio se mantuvo, años en los que el “run-run”
quejumbroso de parte de los participantes más asiduos fue en aumento. Entonces,
creo recordar que en el 2016, la organización, apuntándose a una tendencia que
ya empezaba a estar de moda, y que lamentablemente en algunos casos
(afortunadamente no en todos) lo que provoca es un lavado de cara sentimental y
poco efectivo, que aprovecha despertar la fibra sensible y la solidaridad de la
buena gente, para captar clientes y disimular un buen negocio puntual, decidió
“calificar” al evento como solidario. En realidad, lo que se hizo
repentinamente solidario no fue el evento, sino el conjunto de participantes,
quienes pasaron de pagar 5 euros a pagar 6, mientras que la organización pasaba
de no dar nada a la Cocina Económica, a transferirle el montante de euros
entonces añadidos.
Dos años más
tarde, la inscripción volvió a verse incrementada hasta alcanzar los 8 euros,
en la edición de 2017. Más tarde, los dos últimos años, nos han sorprendido con
una errática oferta que ha ido siendo, sucesivamente, de un inmediato regreso a
6 (en 2018; quizás conscientes de que se les había ido la mano el año anterior)
y un nuevo “re-incremento” a 7 para este fin de año. Esto es, a pesar del aumento
de participación, de la crisis económica sufrida por los participantes, etc. El
precio ha ido creciendo (de cero a 10, en el caso de los que lo dejen para
última hora) en un periodo de diez años ¡Qué felices serían los pensionistas si
vieran mejorado su poder adquisitivo un 100% en una década!. Y, entretanto, lo
que sí se ha quedado congelado, es el donativo solidario, el cual, según
declaran los carteles publicados por la propia organización, se ha mantenido en
un pertinaz mísero euro (hasta 2017, porque la coletilla solidaria ha
desaparecido de los carteles de las dos últimas ediciones).
Recapitulando,
la evolución parece evidente: transformación de un evento popular gratuito en
uno de pago, incremento de precios y aparición temporal de una causa solidaria
cuantitativamente simbólica. Sin embargo, eso no ha sido todo. Creo que los
atletas federados también tendrían algo que decir al respecto, porque han
pasado, creo que desde 2017, de poder correr gratis en la “popular”, a tener
que acoquinar como el resto de los mortales. Y es que aquel año se tocó el
cielo en todo este asunto: además de batirse el récord de precio de la
inscripción, también lo hizo el montante subvencionado por el ayuntamiento de
Santander y es que sí, efectivamente, a pesar de tratarse de un evento
popular-festivo que, desde que empezó a tomar verdadero arraigo participativo
entre la ciudadanía empezó a costar dinero, y a pesar, también, del incremento
del precio, el consistorio ha ido subvencionando la prueba año tras año (tengo
datos desde 2011), llegando incluso a quintuplicar la cantidad, como fue el
caso de 2017 (6000 €). ¡Qué tendría aquel año!.
Para quién
tenga interés por las evoluciones y tendencias, muestro aquí un gráfico que
refleja lo comentado hasta ahora. Las cifras de las subvenciones recibidas del
ayuntamiento de Santander correspondientes a los años 2012, 2013 y 2014, no son
exactas porque entonces las subvenciones recibidas no discriminaban entre lo
concedido a otras pruebas organizadas por la misma entidad, cosa que si se hace
a partir de 2015. Pero, tirando de porcentajes, un cálculo aproximado es muy
sencillo de hacer, teniendo en cuenta la cantidad total y como han ido
evolucionando las cantidades parciales concedidas a cada evento.
Eje vertical izquierdo: precio de la
inscripción individual anticipada, precio de inscripción para federados y
donativo publicitado en los carteles. Eje vertical derecho: subvención aportada
por el Ayuntamiento de Santander (sin publicar aún lo concedido para el año
2019).
Se podrían
añadir más datos, aunque no se ha hecho para no sobrecargar el gráfico. Por
ejemplo, que desde 2016 surge otra fuente de ingresos mediante la aplicación de
un recargo aplicado a todos aquellos participantes que se apunten más tarde del
plazo fijado por la organización. Sí, dicho recargo también va en aumento,
empezó siendo de dos euros y este año ya está fijado en tres. Este tipo de
suplementos es habitual en muchos eventos deportivos, y tiene cierta lógica por
dos motivos: estimular una inscripción anticipada para facilitar las labores de
organización, y ayudar en las previsiones de masa de gente esperada para el día
de la prueba. Lo que sin embargo choca es que, aun recargando la inscripción
tardía, no se dan camisetas (ahora “kit de carrera”) para todos. No, la entidad
cubre un número fijo de unidades, ya establecido bastante antes del cierre del
periodo de inscripciones, y el resto, si se quedan sin ello, que arreen.
Teóricamente esto ha de suponer que algún aproximado millar de personas se
queden sin “kit”, pero, también es verdad que la cifra de “piratas” (personas
que participan sin inscribirse) debe ser muy elevada, cosa que, con lo
comentado hasta ahora, no es de extrañar que suceda, y menos en una sociedad
como esta en la que la piratería alcanza una gran variedad de órdenes, ámbitos
y clases sociales.
En todo este
asunto hay dos colectivos que también se han visto afectados por la llegada de
lo que aparenta ser una forma de feroz “capitalismo” mal entendido. Me refiero
al de los estudiantes menores de edad y al de las familias. Vayamos con el
asunto de los primeros. Como profesor de EF, durante varios años, ingenuo de
mí, fomenté la participación de mi alumnado en esta carrera, pensando que el
carácter festivo, animado y multitudinario de la misma pudiera tener algún efecto
añadido, por pequeño que fuera, sobre la adherencia hacia el ejercicio físico.
Aquello fue, lógicamente, cuando la prueba era gratuita. Con el paso de los
años, he podido comprobar como otros docentes hacen lo mismo, aunque
actualmente ya haya que pagar. Y, para colmo, algunos incluso dan puntos extra
en la calificación de la materia por participar. Personalmente lo considero un
disparate (nimio y leve, pero un disparate), y voy a explicar el porqué.
Fomentar la participación en eventos deportivos está bien, siempre y cuando
sean accesibles, gratuitos o ¡claramente! solidarios. Lo que, desde luego, no
me parece nada bien es que parte de la calificación de una materia provenga de
la inscripción (y pago) de una cuota, a una entidad privada, totalmente externa
al sistema educativo, para participar en un evento ajeno a la programación del
centro y a la de la materia en cuestión.
Todo este
asunto se ve sobredimensionado en el caso de las familias. Más, cuanto más
numerosas son. Sirva la mía como ejemplo, que realmente participó al completo
en alguna edición. Si en 2010 lo pudo hacer gratis, pronto pasó a tener que
pagar 25 euros y ahora la cuestión estaría en 35 (50 € si nos apuntásemos con
retraso). No es la única, ni mucho menos, se ven varias el día de la carrera,
yo mismo fomentaba la participación entre familiares y amigos hace años,
incluida una de 8 miembros que acostumbra a tomar parte al completo (entre 56 y
100 €, “del ala”, según si espabilan o no a la hora de apuntarse). Apto para
familias solventes, inaccesible para una familia de clase baja en plenas
Navidades. ¡Si San Silvestre I levantara la cabeza!
Otro colectivo
que ha tenido sus más y sus menos con la San Silvestre santanderina es el de
las mujeres. Desde hace tres años, la misma entidad que la organiza, celebra
otra marcha-carrera popular con el eslogan de la lucha contra la violencia de
género. Se trata de una noticia excelente, no solo por lo que, en sí, en primer
plano, declara el cartel anunciador, sino, especialmente, porque demuestra que
las entidades pueden llegar a cambiar, en este caso concreto, a mejor. Lo digo
porque la San Silvestre santanderina, durante bastantes años sostuvo una
empecinada muestra de discriminación contra la mujer. No me refiero a la
carrera competitiva-federada, sino a la expresión popular del evento. Recuerdo
perfectamente, cómo, año tras año, cuando el recorrido discurría dando un par
de vueltas por un circuito que llegaba hasta el extremo final del paseo
marítimo en dirección al “Chiqui”, se establecían dos distancias diferenciadas
por género: una vuelta para las mujeres y dos para los hombres. Lo peor no era
eso, ocasionalmente habitual para la época, lo malo es que cuando una mujer
pretendía completar las dos vueltas, porque le apeteciera o porque, sobre todo,
corría en plan festivo en compañía de sus amigos o familiares, era vigilada,
perseguida, abroncada desde la megafonía, e incluso agarrada para que no
pudiera seguir. Es algo que vi con mis propios ojos y le ocurrió a algunas
familiares. De hecho, algunas se saltaban las vallas del recorrido para poder
dar las dos vueltas, otras giraban antes del paso por la recta principal, y las
más se vestían con ropa “unisex” discreta, se recogían el pelo con gorra, gorro
o buff, y se colocaban algo camufladas entre sus compañeros varones. Lo dicho,
los tiempos evolucionan y, afortunadamente, la San Silvestre santanderina no ha
sido una excepción en este asunto.
Pese a todo lo
comentado hasta ahora, tengo que reconocer que, tal y como avancé al principio,
he participado en la San Silvestre durante unas dos décadas aproximadamente.
Una vez que empecé a hacerlo, no falté nunca, hiciera como hiciera. Hubo años
de sorprendente calor, causado por la persistencia del viento sur en la ciudad,
algunos de frío y otros, no muchos, de lluvia. Sin embargo, he dejado de
hacerlo, desde la edición de 2017. Aquel año me di cuenta de cómo había ido
evolucionando todo este asunto y decidí no tomar parte en él. Al principio
pensé en participar de un modo reivindicativo, ideando para ello un dorsal
alusivo a mi protesta. En un país en el que a la gente se le permite cortar
vías de comunicación vitales, asaltar negocios privados y montar barricadas en
las calles de las ciudades, de forma reiterada, para reivindicar todo tipo de
asuntos, públicos o privados, legales o ilegales, constitucionales o no, por
qué me iba a cortar al respecto. Sin embargo, como en el fondo, estoy en contra
de la piratería, y cómo, además, lo que busco, el 31 de diciembre, es pasar un
buen día cerrando el año deportivamente y sin crispaciones, lo que hago es, en
función del día que haga, organizarme un buen plan de despedida. El año pasado
fue subir al Moral en BTT para brindar con cava junto a un buen grupo de
aficionados. Y este año ya veremos, algo haré.
Pero la causa
principal de mi despedida de la San Silvestre santanderina, lo que realmente me
hizo huir de ella, no fue la cuestión económica, ni todo este extraño talante
que parece intuirse detrás de su organización. Lo que colmó el vaso de mi
paciencia fue escuchar una agresiva voz por megafonía abroncándonos sin parar
por estar corriendo sin inscripción o sin dorsal. No era la primera vez que nos
caía una desagradable e insistente bronca a quienes habíamos cumplido con el
pago, pero si la vez que, a lo largo de toda la recta de llegada a meta, más
insistente e indiscriminado se hizo presente el chorreo propiciado por los
altavoces. Nunca me ha sentado bien que a la gente nos riñan por lo que hacen
los demás, que todos paguemos por culpa de otros. Es algo que, en ocasiones,
hacen los gobernantes, demasiados colectivos reivindicativos, algunos
directores, jefes y hasta madres y padres de familia, pero eso no lo justifica,
y menos aun cuando quien te grita es el representante de una entidad a la cual
has pagado. Aquel año, aquella actitud resultó tan desagradable, que decidí no
volver a sufrirla. ¡Qué falta de modales, de empatía y de justicia!. Espíritu
navideño brillando por su ausencia.
Cuestión de la
megafonía aparte, considero que el ayuntamiento de Santander debería estudiar
toda la deriva experimentada por este evento desde hace años, cotejar cómo es
empleado el dinero que aporta, revisar las cuentas totales del mismo y
reflexionar sobre lo que pretende conseguir a través de la prueba. Si lo que
busca es celebrar una fiesta deportiva, realmente popular, creciente en
participación y carente de dudosas sensaciones de lucro, debería exigir que la
prueba sea gratuita. Durante todo el texto he empleado el término de entidad al
referirme a la organización de la prueba. Lo he hecho porque ignoro si está
constituida como asociación sin ánimo de lucro o como empresa. Son cosas muy
diferentes, aunque en España, desde hace algún tiempo, son muchas de las
primeras las que acaban funcionando como las segundas. Tal es el caso de
algunas ONGs, entidades sindicales, federaciones o clubes deportivos, etc.
Seguramente minorías, pero haber casos los hay y los ha habido. No se trata de
meter a todos en el mismo saco (como ocurrió con el rapapolvo de la megafonía),
pero si de comprobar a qué y para qué se da el dinero público.
En este
sentido, han ido surgiendo ya algunas (pocas) voces críticas con algunos
planteamientos que se están dando en el deporte en la actualidad. Aunque el
deporte en España es un campo en el que los partidos políticos no parecen
atreverse a entrar (por miedo, desconocimiento, falta de interés o vaya usted a
saber qué), algún que otro “indignado” surge de vez en cuando, aunque rara vez
se le haga caso por parte de los medios de comunicación. En el caso de la
carrera está el ejemplo de Luis de la Cruz, que en su escueto libro “Contra el
running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial” (Libros del Borde,
nº 6), reflexiona sobre el cariz que, en su opinión, ha ido tomando el correr
en la sociedad actual. Su posicionamiento político es bastante evidente hacia
un lado concreto del espectro actual, es probable que exagere en algunos de sus
contenidos, pero, su reflexión resulta interesante y no exenta de cierto
fundamento. Aquí os dejo con unas declaraciones del mencionado autor.
“El interés primero es el propio personal y el que
cada uno quiera, pero el discurso creado alrededor del 'running' sirve a los
intereses de la clase dominante de extender la ideología del capitalismo
contemporáneo, una ideología que incluye el individualismo extremo y la
aversión al trabajo en equipo. Hay una visión moral del correr, no es solo una
práctica deportiva ya que está bien visto y está relacionado con el culto al
cuerpo. Se asocia ser una persona exitosa con practicar deportes bien vistos
por el 'establishment'. Por esta razón es recurrente la imagen de políticos
corriendo en campaña electoral”.
Al autor lo
escuché hace tiempo, presentando su libro en la librería La Vorágine. Pese a
que sus tesis no me convencen plenamente, sí que aporta algunas pistas muy
interesantes que deberían tenerse en cuenta a la hora de analizar el consumo
febril que gran parte de la sociedad actual muestra con respecto a la práctica
deportiva, los enseres “necesarios” para la misma, la “titulitis” de resultados
y el negocio de los eventos multitudinarios. Personalmente agradezco de que
haya emprendedores que lo intenten con la organización de eventos de pago. Sin
embargo, me preocupo cuando algunos de ellos se esconden detrás del formato o
epígrafe normativo de entidades sin ánimo de lucro, para evitar pagar tributos,
tasas, sueldos, contrataciones, etc. Y, además, cobrar subvenciones públicas.
Yo mismo participo ocasionalmente en eventos deportivos de pago, pero procuro
tratar de distinguir que es lo que hay detrás de ellos, aunque seguro que nunca
acierto de todo con el diagnóstico. Y es que resulta muy difícil establecer
límites a la hora de considerar cuando una asociación, club modesto, o
cualquier otro tipo de organización, monta algo para sobrevivir, promocionar el
deporte o financiarse “malamente”; o cuando lo organizado podría ser interpretado
como todo un negocio encubierto. Tampoco nos corresponde hacerlo a lo usuarios,
aunque eso sí, tenemos todo el derecho a poder decidir si participar o no. Y lo
mismo que puede darnos por recomendarlo, igualmente tenemos derecho a
desaconsejar la participación. En el caso aquí expuesto, habrá quienes lo
consideren un auténtico evento de promoción deportiva, otros una especie de
cotillón deportivo “sacaperras”, y, la mayoría, no se planteen nada en
absoluto.
En cualquier
caso, como no puede ser de otra manera, llegado cada fin de año, que cada cual
lo celebre como quiera, se divierta y lo disfrute. Corriendo, bailando,
brindando con cava o reuniéndose con quien le apetezca, sean muchos o pocos.
¡Feliz 2020!