"Gran Vía" Antonio López (Colección privada).
“El centro”, la capital, ya tiene
evento ciclista retro. Hace algunos años que viene disfrutando de una cita de
“tweed ride”, pero hasta este momento, el ciclismo vintage en su versión de
apariencia deportiva, no había tenido lugar de forma oficial. La llegada a la
antigua estación del Norte (en la actualidad Príncipe Pío) del grupo de
“replicantes” de la Salamanca-Madrid hace unos meses, ha de considerarse más
una anécdota que una cita ciclista reglada. Estando así las cosas, ha tenido
que ser Otero (la entidad), una vez más, la que se haya remangado y haya
detenido momentáneamente las labores de su taller, para poner en marcha su
clásica madrileña.
Enrique Otero fundó una tienda y
taller de bicicletas en el año 1927. Es por
lo tanto una auténtica referencia en la ciudad, un valor estable que a
día de hoy permanece vivo (algo francamente difícil en estos tiempos en los que
hasta los cafés más emblemáticos, últimos representantes de épocas y estilos
pasados, ven cerrar sus puertas sin que nadie lo remedie, tapiando las vistas
retrospectivas de nuestra historia y cultura, obnubilados como estamos por seductoras
invitaciones de un futuro ajeno). Algo debía barruntar aquel ilustre
emprendedor de la bicicleta cuando comentaba que para circular en ella había
que utilizar las dos piernas o los dos pedales, el de la izquierda y el de la
derecha. No hace falta ser un lince para pillar la indirecta, especialmente si
tenemos en cuenta que su historia transcurrió en los políticamente convulsos
tiempos de finales de los años veinte y principios de los treinta, la guerra
civil, la postguerra, la dictadura, la transición y los alternativos “rodillos”
bipartidistas de nuestra disfuncional democracia hispana. El comentario hay que
tomarlo como una anotación de sabiduría civil, reflexión filosófica
clarividente, acuñada por un paisanaje acostumbrado a sufrir a una clase
política tradicionalmente caracterizada por estar muy por debajo de su ciudadanía.
Eso me recuerda a mi padre, al que una vez de pequeño le escuché ironizar con
que la política en España compartía un principio básico con el código de la
circulación: “que se circula por la derecha pero se adelanta por la izquierda”
(creo que esto aún sigue siendo aplicable a los últimos “cachorros”). Dejando
el politiqueo de acera de lado, volvamos a nuestro personaje histórico para
decir que su negocio estuvo (no sé si desde el principio) y sigue actualmente ubicado
en la calle Segovia, cerca de la sombra que proyecta el viaducto. En una calle
en cuesta que incita a probar los cambios de marchas de una bicicleta recién
adquirida o retirada del taller.
La foto que más me gustó del despacho: Enrique Otero con
su esposa y una hija.
La víspera de la Clásica Otero,
los organizadores tuvieron a bien montar en la tienda una pequeña exposición de
bicicletas de diferentes épocas. Todas ellas de la marca propia, excepto
algunos ejemplares anteriores de procedencia extranjera. Las importadas, como muestra
de las primeras bicicletas que vendía Otero en la tienda, pero enseguida,
algunos de los primeros modelos construidos por Don Enrique, quién con un nuevo
guiño filosófico les dotaba de unos elegantes racores en la cabeza de la
horquilla, inspirados en una pluma estilográfica. Porque a Otero le gustaba
resaltar el superior poder de la pluma sobre la espada. Sus primeras bicicletas
se distinguían por equipar componentes de calidad, un trabajo de tubería
bastante fino y una personalización característica de las soldaduras de los
tirantes traseros a la altura del sillín y la comentada cabeza de la horquilla.
Otro interesante grupo de bicicletas expuesto, hacía referencia a la geometría “Pentax”
ideada por Otero en los años ochenta. En aquella época fueron numerosos los
constructores (afamados y prestigiosos) del mundo del ciclismo de carretera que
siguieron los pasos del madrileño, buscando acercar al máximo la rueda trasera
de las bicicletas al tubo vertical del cuadro. Aquello pretendía mayor tracción
de la cadena, una transmisión más directa y buenos efectos en los ascensos.
Otero lo consiguió dibujando una elegante curva en el cuadro, cerca del
pedalier. Otros buscaron diferentes soluciones algo más complicadas y más
tardías. Desde luego, hay que reconocer que provocó tendencia.
Ejemplo de la curva para la geometría "pentax".
Carcterística cabeza de horquilla inspirada en una pluma.
En otro apartado se podían
contemplar tres bicicletas de pista. Una de ellas, una verdadera joya que en su
día, durante toda una década, mantuvo el reconocimiento de ser considerada como
la bicicleta más rápida de Madrid (alegato castizo puro). La bicicleta en
cuestión es estilizada y entre sus muchos interesantes detalles muestra una
potencia adaptable en longitud (todo un alarde de diseño para la época). La
curiosidad no debería sorprendernos porque cualquiera que haya conocido de
primera mano la trayectoria de Otero en la construcción de bicicletas, tiene
que saber que nuestro hombre sostenía una verdadera (y sana) obsesión por las medidas
de la geometría ciclista, siempre en pos de una correcta adecuación de la
máquina al ciclista (una simbiosis “cybor” que busca el rendimiento ideal). Yo
mismo fui testigo de ello, allá por el año 1983, cuando al ir a comprar mi
primera bicicleta de “carreras” a la tienda, aún tratándose de una Razesa de
catálogo, tuve que acercarme unos días antes, subirme en su “potro” de medida y
esperar nueva fecha para que me montaran la bicicleta de mi talla con la tija y
potencia adecuadas. Ahora Shimano luce sus procesos y aparatos de medición
sofisticados, algunas empresas emergentes ofrecen servicios biomecánicos de
este tipo como algo fundamental, exclusivo e hipermoderno, me parece muy bien,
pero yo lo disfruté en Otero, hace ya unas cuantas décadas.
Potencia regulable en bicicleta de pista.
Volviendo a la bicicleta de pista
comentada, otro detalle curioso es que va equipada (al igual que alguna de sus
primeras elaboraciones) con un movimiento central BSA, algo que seguro que va a
hacer especial ilusión a mi amigo Javier… Entre las tres bicicletas de velódromo
mostradas, estaba la original con la que José Manuel Moreno consiguió la
primera medalla de oro olímpica del ciclismo español, en la prueba de 1km contrarreloj
individual, durante los JJOO de Barcelona 92. La bicicleta de geometría “pentax”,
tiene una especie de planchas de refuerzo soldadas en las esquinas interiores
del cuadro, las cuales llegaron sobrevenidas durante el proceso de
entrenamiento del ciclista, al ir comprobando que su potencia de pedaleo exigía
cada vez mayor rigidez por parte del cuadro (que aún así era de acero de gran
calidad). Acercarme a la exposición en la tienda, me posibilitó revivir
recuerdos de unos años maravillosos de vida universitaria en Madrid, años
vinculados al redescubrimiento del ciclismo, no sólo del de carreras, sino
especialmente del de cicloturismo viajero de alforjas. Además de visitar la
exposición e incluso el despacho del negocio, el simpatiquísimo mecánico que me
atendió con entusiasmo me presentó a Marisol, hija de Don Enrique y actual
responsable de que el legado sobreviva, aunque las tendencias, y por lo tanto
las propuestas y proyectos ciclistas que ellos sugieren, hayan variado. Con Sol
conversé sobre un carismático conocido común: José Luís Algarra, verdadero
profeta de la cultura ciclista y de la pasión por los viajes ciclistas entre
aquellas promociones de alumnos del INEF; posterior revolucionario del sistema
de formación de la Federación Española de Ciclismo, al que dotó de un criterio,
rigor y actividad, que tiempo después volvió a verse devaluado y abandonado. Me
comentó que en este momento José Luís anda por México, supongo que trabajando
en la dirección de ciclismo de competición, actividad de la que ha conseguido
seguir viviendo muchos años, aunque quienes conocimos su verdadera vocación, siempre
lo recordamos visitando parajes templarios escondidos entre los paisajes más recónditos
del territorio, charlando con los lugareños y emocionando a sus amigos con sus
fascinantes relatos.
Componentes BSA en la "bicicleta más rápida de Madrid".
Bicicleta de pista ganadora de una medalla de oro olímpica.
Los 80 y la primera mitad de los
90, fueron una época de esplendor constructor para Otero. Sus diseños marcaban
tendencia. Una elegantísima bicicleta metalizada de color cambiante en función
de la diferente incidencia de la luz, montada con grupo Campagnolo “aniversario
serie oro”, ganó el premio de “belleza” del prestigioso salón de la bicicleta
de Milán. Sus talleres trabajaron para los equipos de tándem de la ONCE, el
equipo olímpico español y multitud de escuadras de carretera, incluyendo
algunas profesionales como la propia ONCE o el Seur. En aquella época Otero
llegó a convertirse en uno de los más prestigiosos constructores de bicicletas
a medida del país, tomando el relevo de ilustres artesanos de tiempos
anteriores. Mantenía así la fabricación en serie de bicicletas de montaña,
paseo, etc. Con la medida y el mimo de máquinas personalizadas que en su día yo
no me pude permitir pero admiraba de cerca.
Bicicleta del equipo nacional para la CRE de 100 km (amater)
en los mundiales de Colorado (Foto: Meta92-RFEC)
Pello Ruiz Cabestany (ONCE)
sobre una Otero en una CRI de la
Vuelta a España. (Foto: Bicisport)
Bicileta Otero del equipo Seur durante la temporada 1990
(Foto: Bicisport)
Posteriormente llegó lo que todos
ya conocemos, un cúmulo de circunstancias (deslocalizaciones, cambios sociales,
emergencias asiáticas, intrusismo comercial, etc.) que conformaron una de las
periódicas crisis del mundo de la bicicleta, el cual, afortunadamente, creo que
nunca desaparecerá desde su invención, pero se caracteriza por alternar fases
de enfriamiento con otras de voluptuoso dinamismo, como la que actualmente
parece que estamos viviendo. En aquella ocasión la firma Otero se vio obligada
a cesar su labor fabricante (hablamos de cerca de 200 trabajadores empleados),
aunque sobrevivió en el mundo de la distribución y comercialización
especializadas, y logró que su emblemático inmueble céntrico haya llegado hasta
nuestros días, y según parece, para quedarse de cara al futuro.
Con todo lo explicado, pese a que
no tuve garantías de poder acudir a la clásica Otero hasta dos días antes de su
celebración, me hacía ilusión hacerlo, aunque solamente fuera por rendir mi
personal homenaje a un trocito de historia castiza de la que en uno de sus
mejores momentos, fui testigo cercano. Es más, recuerdo que incluso en una
ocasión (allá por el año 84 probablemente) hasta “trabajé” para Otero un día,
como “azafato” técnico en una exposición de bicicletas que la marca montó en la
Casa de Campo durante un fin de semana, en el que las BMX y toda una gama de
atractivas bicicletas Peugeot de carretera, fueron las estrellas de la muestra.
“Tiraron” de alumnado del INEF para la ocasión y yo fui uno de los
“encontrados”. El tiempo ha querido que décadas después me haya visto
rehabilitando y disfrutando una Peugeot de aquellas, y me haya trasladado un
sábado a Madrid, para participar en una marcha retro organizada por mi
fugacísima “patrona”.
No sé muy bien porqué, pero el
caso es que el evento había sembrado algunas dudas entre bastantes de los
habituales (usuarios y organizadores) del pelotón retro español. Bueno, en
realidad sí que lo sé pero prefiero callármelo. Juicios anticipados aparte, la
jornada me mereció la pena y me permitió vivir el pasado, el presente y quizás
el futuro de un Madrid pedaleado. Lo primero que hice fue aparcar el coche en
un recurso habitual donde siempre encuentro sitio libre de pago, el cual aunque
está un poco alejado del centro, permite una aproximación agradable, segura y
relativamente rápida en bicicleta. Vestido de clásico y sobre mi Super Cil de
los sesenta, accedí al centro por Moncloa y crucé pedaleando la calle Princesa,
la Plaza de España, la Gran Vía y Callao. Ya simplemente este paseo solitario y
plagado de connotaciones urbanas y recuerdos personales, mereció la pena desde
un punto de vista emocional. La fresquita mañana pronto se fue caldeando porque
el día era espléndido con un sol que prometía mucha luz y colorido. El montaje
de salida, en plena Puerta del Sol, era animado; con vallas, coches de época,
algunas carpas, elocuente “speaker” y excelente ambiente. Pese a que me había
hecho a la idea de volver a vivir una cita retro en solitario, una vez más,
ello se me demostró imposible porque nada más llegar me encontré con Jesús (ex
-compañero de “mili” de mi cuñado) enfundado son su cántabro maillot del Teka.
Con él estuve bastantes momentos a largo de la jornada y espero volver a tener
ocasión de compartir otros en el futuro. Pero quizá, con la persona con la que
más kilómetros estuve charlando mientras pedaleábamos fue con Jaume, otro fijo,
otro “histórico” donde los haya, que lleva una temporada imparable.
Precisamente, el haber acudido ambos a solas, me premió con buenos ratos en su
compañía re-descubriendo su agradable conversación y personalidad. También fui
tempranamente saludado por Jerónimo y sus colegas de Madrid, con quienes
incluso me hice algunas fotos. Gente entusiasta por este movimiento, el cual
compatibilizan con otras nuevas tendencias de las dos ruedas no motorizadas.
En el Km 0
Posando junto a Jerónimo y sus colegas.
Dada la salida, conviene destacar
que tuvimos el privilegio de cruzar el centro de Madrid, el de los Austrias,
por sus calles principales, escoltados y protegidos por la policía municipal
(también a pedales), para, rodando a lo largo del Palacio Real, iniciar un
ameno descenso hasta la entrada de la Casa de Campo en Madrid-Río. La ruta
completa transcurrió por aquel pulmón verde, tanto de ida como de vuelta, en
diferentes itinerarios. Además circulamos por Pozuelo, Majadahonda y Boadilla
del Monte. En todo momento rodamos en pelotón neutralizado, a un ritmo moderado
y con algunas pausas en determinados momentos. Disfrutamos de tres
avituallamientos en los escasos 60 km, todo un exceso de generosidad. Durante
toda la marcha estuvimos “blindados” y protegidos por sucesivas y diferentes
dotaciones policiales: las correspondientes a los municipios que fuimos
atravesando, las cuales se daban el relevo en los límites territoriales, y la
propia Guardia Civil de Tráfico en algunos tramos de carretera. El recorrido no
me entusiasmó, aunque reconozco que la Casa de Campo siempre me gusta
atravesarla en bicicleta y la considero un paraje atractivo. Y más aún los
tramos urbanos de salida de la ciudad, desde el kilómetro cero, que me resultaron
apasionantes. Pero como digo, el resto de la marcha muestra una sucesión de
avenidas, carreteras o pasos de ciudades cercanas a la gran urbe, y aunque no
son desagradables, están lejos de la belleza de otras marchas más campestres o
montañeras. Lo mismo podemos decir del componente “deportivo” (me refiero al
esfuerzo, no a la competitividad, la cual sobra en este tipo de eventos) que
con pocos desniveles, muchas paradas y escaso kilometraje, quedó bastante
suavizado. Pero todo ello dio igual porque desde mi punto de vista, el valor y
la esencia de esta cita radica principalmente en ser un punto o momento de
encuentro y reunión de variados y diferentes agentes, pasados, presentes y
futuros, del ciclismo clásico madrileño. Allí se encontraron los actuales
representantes del decano Velo Club Portillo, la propia masa laboral de Otero,
jóvenes organizadores de nuevos proyectos, aficionados solitarios que pudieron
entablar relación con otros de su misma especie, etc. Hasta Perucha andaba por
ahí, con una de sus bicicletas, de geometría singular y montaba a base de
piezas constructivas Vitus. Lo dicho, creo que ese ambiente puede haberse
convertido en el germen del florecimiento del ciclismo retro madrileño,
esperemos que así sea.
Junto al Palacio Real.
Con el mítico "Perucha".
Entre las escasas pegas que puedo
poner a la marcha está el hecho de que el pelotón integrara algunas unidades de
ciclistas ataviados con ropaje contemporáneo y bicicletas actuales. Las
organizaciones (ésta y otras), deberían cuidar más este asunto e ir siendo cada
vez un poquito más rigurosas. No es capricho mío, la vida y mi profesión, me
han enseñado que en materia de carácter y esencia de eventos, si no se es fiel
a ciertos principios básicos que los definen, su naturaleza se va desvirtuando
y acaban perdiendo su singularidad, su distinción, y con el tiempo, su
fortaleza. Esta queja (moderada) incluye a algunos de los integrantes del grupo
de “control” que deberían haber dado ejemplo, y algún conocido mío, a quien
pese al aprecio que le tengo, debo echarle un poco la “bronca” por esto. Confío
en que si lo lee no se me lo tome a mal y consiga arrancarle una sonrisa. Este
tipo de situaciones no ha sido exclusivo de esta marcha, de hecho creo que lo he
visto en la mayoría de las que he participado, así que no carguemos las tintas
sobre la Clásica Otero y que cada cual (si lo hace) reflexione sobre lo que le
toca.
Afortunadamente, como siempre
ocurre, la marcha me regaló algunas agradables visiones o encuentros con
bicicletas admiradas. Al ser Madrid, había alguna Macario impecable “de las
bonitas”. No sé qué ocurre con Macario, no conozco gran cosa de la marca, pero
he visto bicicletas suyas feas o con aspecto algo tosco, así como algunas
maravillas de finura, elegancia y sensación de ligereza sublimes. Aquí hubo
varias de las segundas. Por supuesto aparecieron muchas Otero, y bastantes de
ellas en muy buen estado y de acierto estético. Personalmente tengo cariño a
las Otero, como acabo de demostrar unas cuantas líneas antes, así que no me
cansé de contemplarlas. Pero el día, como algunas otras veces ocurre, deparó
algo muy especial, algo que no suele darse y que me temo, pasó desapercibido
para la mayoría de los participantes e incluso organizadores, pero no para mí.
Un chaval al que felicité portaba una René Hersé en plena forma, fechada en los
cuarenta. La bicicleta equipaba su singular potencia “hueca”, su particular
juego de dirección y un desviador trasero de doble cable y sin muelle. Un
excelente ejemplar, obra del que quizá haya sido el artesano de bicicletas más
prestigioso de la historia de Francia (con permiso de Alex Singer).
La bicicleta de "Perucha" junto a una estilizada Macario.
Detalles importantes de una René Herse.
En cuanto a la presencia humana,
la cita estuvo bien nutrida. Los representantes del Velo Club Portillo (entidad
que al igual que la marca Otero fue fundada en 1927), constituyeron un
inmejorable ejemplo de visión retrospectiva de la modernidad pasada. ¿Qué
quiero decir con esto? Simplemente que leyendo a Ignacio Ramos Altamira (en:
“Ciclistas y corredores madrileños”; La Librería, Madrid, 2015), me entero de
que ya en el 29, este club organizó el Campeonato de Madrid Ciclopedestre, en
definitiva ¡un duatlón!. Y que ese mismo año, con sus colores, debutó la
primera mujer que participó en pruebas ciclistas con hombres: Mercedes Moreno Minguito.
¡Auténticos precursores!
Miembros del Velo Club Portillo en 1929 (Imagen: libro de
Ignacio Ramos Altamira).
Miembros actuales del Velo Club Portillo charlando con Jaume.
De Perucha habría que hablar,
aunque no tengo espacio suficiente ahora. Corrió de chaval, ejerció de mecánico
de competición, diseñó geometrías y montó sus bicicletas personalizadas. Recientemente
fue objeto de una movilización ciudadana en pro del sostenimiento de su
quehacer. A día de hoy, como bien pudimos comprobar, sigue pedaleando con
afición.
Hubo además comparecencia de
grandes ilustres corredores, por ejemplo Anselmo Fuerte, Eduardo Chozas y
Perico Delgado. Pese a ellos, no se me escapó la presencia de Julio Jiménez,
simpatiquísimo veterano al que muchos aficionados hemos descubierto demasiado
tarde gracias al buen trabajo de recuperación histórica de alguna revista del
ramo y de un estupendo documental de TVE. El “Relojero de Ávila” se mostró
amabilísimo, vital y encantador ¡muchas gracias Julio!. Y quiero cerrar este
apartado pidiendo perdón por mi ignorancia, al no reconocer hasta bien entrada
la jornada, y no haberla aprovechado algo más para saludarlo, a José Luís Navarro.
Así como de los tres primeros citados tenía recuerdos bastante claros (con
Chozas hasta llegué a compartir mesa en la cena de un congreso de entrenamiento
hace muchísimos años en Vigo), Navarro se me escapaba. Y no debería de haber
sido así porque aunque su mejor época deportiva la vivió en el Zor entre los
años 84 y 86, posteriormente llegó a correr en el Teka. Además, en el 85, fue
nada menos que Campeón de España de ruta y ganador del Gran premio de la
Montaña del Giro de Italia, un verdadero crack.
La ruta finalizó en Madrid-Río a
la hora de comer. Allí fuimos objeto del regalo de una bolsa con generosa
colección de obsequios. Nos repartieron bebidas variadas y un buen plato de
paella que comimos con gusto (aunque hambre era imposible que hubiera después
de tanto ágape transitorio) buscando la sombra de los árboles, con las
bicicletas custodiadas en un cercado y el “speaker” trabajando sin descanso.
Como despedida hubo fotos, premios y sorteo de regalos. La alegre pandilla de
Torrejón salió bien parada, aunque su “internacional” Lusson se tuvo que quedar
con las ganas. Aprovechando el fantástico día, me despedí satisfecho de mis
conocidos y de muchas nuevas caras con las que en algún momento de la jornada
había estado compartiendo ciclismo, me puse la gran bolsa al hombro y salí
pedaleando por el carril de la ribera del Manzanares hacia el suroeste, hasta
el Matadero. Allí se celebraba “Festibike con B de bici”, y hasta allí me acerqué para saludar a mis
amigos de la Biciteca (Manu), bicicletas clásicas Leo (Daniel) y a mi buen
amigo Martín, al que tan poco veo y tanto echo de menos en estos menesteres a
pedales. La tertulia fue cariñosa y entretenida, tanto, que me dio pena tenerme
que marchar, pero el planteamiento “relámpago” del viaje así lo exigía. Mejor haber
acudido que no haberlo hecho. La experiencia mereció la pena. En Otero han
hecho las cosas bien. De hecho, alguien en Madrid tenía que hacer algo al
respecto, y ellos lo han resuelto con eficacia, en un momento en el que
negociar con las diferentes administraciones locales resultaba incierto tras
tanto cambio de mando. No sé qué les deparará el futuro, aunque si tengo mi
opinión sobre lo que debería ocurrir: que esta cita multiplique
exponencialmente su participación (Madrid alberga una enorme población) y que
cumpla con una función aglutinadora de aficionados y fuerzas vivas históricas
del ciclismo. Lo de los recorridos en plena naturaleza, los desafíos largos y
duros, etc. bien lo pueden ofrecer otros muchos eventos o iniciativas
particulares, pero callejear por la capital y reunir a todo tipo de “agentes”
retro, eso Madrid lo tiene bien fácil.