Mi verano del
19 se torció de repente. Tenía dos atractivos viajes en mente y ambos se me
vinieron abajo a primeros de julio. El primero de ellos consistía en descender
la mayor parte del Duero portugués en kayak, en régimen de acampada itinerante.
El segundo pretendía recorrer Irlanda en moto durante la segunda quincena de
agosto. Este último es el que se topó con un primer chasco cuando, inocente de
mí, fui a sacar los billetes del ferry que traslada vehículos directamente
desde Santander a Cork. No quedaban plazas. Una vez más, el fantasma de la
masificación turística se cernía sobre mí. Y eso que siempre procuro (y suelo
lograr) defenderme de la presión turística. Pero aún me esperaba un disgusto
peor. Apenas a una semana de partir hacia el Duero, una repentina, inoportuna y
paralizante lesión de hombro, me dejó temporalmente inútil para palear… ¡y
hasta conducir!. El sentimiento de frustración fue monumental aunque
afortunadamente pasajero, pues, tras suspender mi partida, me puse en manos de
mi amigo “Cali”. Es médico deportivo e hizo un trabajo impecable, pues me
diagnóstico con acierto y me sometió a un tratamiento intensivo con una
eficacia de resultados impresionante. Tal es así que, con unos diez días de
demora, aproximadamente, partí hacia el Duero para completar mi ansiado viaje.
Pero eso es otra historia que quizás algún día cuente… en otro formato, soporte
y estilo narrativo. Quedaba entonces buscar algo para finalizar agosto, un
viaje atractivo que sustituyera al plan irlandés, lo cual implicaba que lo
pudiera acometer en pareja con Myriam. Y fue, precisamente a través del Duero
por donde vino la solución, por medio de una carambola indirecta. En los días
en que yo no había podido ir, mi amigo Jesús realizó el descenso enrolado en el
grupo que inicialmente nos correspondía a ambos (tal y como acabo de explicar,
yo acabé integrado en otro grupo posterior). El caso es que una compañera de
aquel primer grupo (Isabel), tiempo después encontró una oferta de viaje en
kayak por Croacia y la compartió con su grupo. Jesús, que había vuelto
entusiasmado con el viaje en kayak por el Duero, no dudó en apuntarse y en
comunicármelo, y nosotros, tras hablarlo, decidimos apuntarnos también, en el
último momento y buscando billetes de avión de forma precipitada.
Recorrer la
porción marítima de Croacia en kayak requeriría de al menos un mes para poder
declararlo así. En realidad, lo que hicimos nosotros fue navegar por una parte,
no desdeñable, del archipiélago Dálmata. En concreto, un conjunto de islas situadas
a medio camino entre Zadar y Split. Los dálmatas, la raza canina que popularizó
Walt Disney a través de aquella mítica película de dibujos animados, a bote
pronto, al menos tienen tres atributos muy relacionados con la costa sobre la
que hablaré aquí. Primero, el nombre: dálmata. Segundo, la procedencia, ya que
la región costera de Dalmacia corresponde, en su mayor parte a Croacia; y a
esta raza de perros se la considera originaria de allí. Y tercero, mapa y capa,
el de la costa y el de la piel del perro, respectivamente, muestran un “estilo
de pigmentación” muy similar, consistente en un incontable salpicado de motas
pequeñas e irregulares sobre un fondo de contraste.
El formato de
nuestro viaje entraba dentro de lo que podríamos denominar un paquete comercial
de viaje de aventura o expedición. Viajamos a y desde Split en avión por
nuestra cuenta, y a partir de allí entraban en acción los servicios
contratados, los cuales se pueden resumir en traslados desde y al aeropuerto,
préstamo del material (kayak , palas y algunos complementos específicos), un
guía y una sucesión de pernoctas contratadas a lo largo del archipiélago.
Jesús, Myriam
y yo iniciamos los vuelos en Santander. En Madrid nos encontramos con Isabel,
procedente de Galicia y en Split fuimos recogidos por un joven chófer que nos
dio conversación mientras nos trasladaba en furgoneta hacia Skradin. La primera
impresión que me llevé durante aquel trayecto es la de haber aterrizado en una
zona muy árida, que presentaba múltiples colinas de terreno calizo. Una autopista
algo más interior nos llevó por un territorio que por lo visto había estado
ocupado por Serbia durante el pasado conflicto bélico. Aquel recuerdo, el de la
constante presencia de la guerra balcánica en nuestros noticiarios, se
convirtió en una constante emocional que esporádicamente reaparecía en nuestra
conciencia y nos hacía meditar sobre lo que debió de ser aquello, y el aparente
contraste actual, que se presenta en forma de país idílico, con vocación
turística y sin apenas huellas visibles de tan cruento conflicto. Lo que haya
quedado grabado en la mente de cada individuo, o el estado de salud social
colectiva de la población, es algo que se nos escapa, y que un viaje tan breve
y específico no nos iba a dejar entrever. Pese a ello, imaginar que aquel país
había sido un campo batalla y el
escenario de incontables atrocidades, hace apenas 25 años, pone un poco los
pelos de punta.
Ya desde un
puente de la autopista disfrutamos de una fugaz pero atractiva panorámica de
Skradin. Un pueblo precioso, encajonado entre bosques y cursos de agua azulada.
Al habernos ido acercando allí, el paisaje se había visto más poblado de
arbolado. Pinos, olivos y pequeños viñedos, la habían ido dado una mayor
apariencia de vergel mediterráneo.
Skradin
Una vez
instalados en el hotel, iniciamos un paseo de reconocimiento por la población.
Su marina es bastante impresionante si la comparamos con las dimensiones de la
localidad. Una marina moderna, repleta de modernos cruceros de alquiler,
algunos yates de lujo bastante impresionantes, así como grandes veleros de
cruceros turísticos. Por el pueblo también abundaban los modestos puestos de
productos locales. La mayoría de las casas eran de piedra, algo que es
característico en toda Dalmacia, donde, según parece, con intención de
preservar el patrimonio arquitectónico propio, está terminantemente prohibido
echar muros de piedra abajo, hay que conservarlos cuando se construye o reforma
cualquier edificio. En la zona portuaria “local”, vimos algunos modestos botes
de pesca. Varios de ellos disponían de un aparejo en forma de grúa, accionada
por un mecanismo “casero” de origen ciclista, que sirve para izar un retel
circular de algo más de un metro de diámetro.
Continuamos
ascendiendo a los restos de la fortaleza, actualmente muy derruida. Las vistas
allí son excelentes, con una atractiva integración entre las aguas y los
accidentes de tierra. El descenso nos ofreció un callejeo entretenido entre
estrechos pasajes y múltiples tramos de escaleras. Árboles de granadas en los
patios, más muros de piedra, el calor reinante y la gente con aspecto despreocupado
y tranquilo, nos fueron envolviendo progresivamente de atmósfera mediterránea,
mientras el aspecto de algunos muros nos mostraron lo que tenía toda la pinta
de ser… restos de balazos.
Otra vista de Skradin
La cena sirvió de acto de encuentro de todo el grupo. Siete personas en total. Una pareja sudafricana (Lee Anne y Cameron), Isabel, Jesús, nuestro guía Lovro, Myriam y yo. El croata nos dio todas las explicaciones necesarias mientras algunos dábamos cuenta de una trucha, y tras dejar preparada nuestra bolsa estanca con el equipaje de viaje “acuático”, nos acostamos para descansar de una larga jornada de traslados.
Skradin – Luka (isla de Prvic). 25 km.
Tras el
desayuno, tomamos nuestro equipaje nómada y nos desplazamos algunos centenares
de metros en una furgoneta que remolcaba nuestros kayaks hasta una playa del
río Krka. La expedición quedó configurada con cinco embarcaciones: tres
individuales y dos dobles (la de los sudafricanos y la nuestra). Todos los
barcos eran unos Prijon de mar, de plástico, perfectamente equipados con
compartimentos estancos para el equipaje, un tambucho pequeño accesible desde
la bañera, redes portabultos, línea de vida, cabo de amarre, asas de porteo y
timón retráctil. La doble era el modelo Poseidon, muy direccional, sobradamente
estable y francamente confortable, pero tremendamente pesado ante cualquier
intento de porteo. El equipo se completaba con unos chalecos, que enseguida
acabaron viajando en las mallas de cubierta, unos cubrebañeras, que utilizamos
ocasionalmente, y unas palas estrechas, recomendables para largos trayectos.
Nuestro kayak
doble Poseidón.
Iniciamos la singladura por un fantástico “laberinto” de río y canales de salida hacia el mar. Fueron varios kilómetros de aguas totalmente tranquilas y un ligero soplo de viento a favor. Nos encontramos con muchos barcos de recreo, veleros y cruceros de motor, todos ellos respetando el conservador límite de velocidad impuesto en toda aquella zona de navegación interior. Pronto pasamos bajo un puente muy alto, tras el cual se sucedieron varias curvas. La tierra alrededor estaba cubierta de arbolado, mayoritariamente de pinos.
Imagen del laberinto de aguas interiores y la costa.
Tras otro puente en el que algunas personas practicaban “puenting”, acometimos un largo de cierta longitud, hasta la parte antigua de la ciudad de Sibenik. Atracamos en una pequeña playa de guijarros bastante animada. Comimos en un chiringuito a la sombra. Hacía mucho calor y nos dimos un baño antes de continuar remando. Al partir, fuimos contemplando la dimensión real de la ciudad, bastante más grande que lo inicialmente advertido en la parada. Un canal estrecho nos fue encaminando hacia la desembocadura en el mar, allí apareció un antiguo islote-fortaleza. Por aquella zona pudimos coger las olas de algunos barcos, algo a lo que pronto nos fuimos acostumbrando durante todo el viaje. Rebasado el fuerte, varias islas iban apareciendo frente a nosotros. Llegó el momento de enfilar la nuestra. Parecía cercana, pero la aproximación se fue haciendo muy larga y dura, especialmente por la presencia de un considerable oleaje y el soplo de un fuerte viento en contra. Ante aquellas condiciones, tuvimos que colocarnos los cubrebañeras. La verdad es que la estabilidad sugerida por los kayaks daba garantías de seguridad, y tan agitada navegación resultaba por ello muy divertida pese al esfuerzo requerido.
La entrada a Luka consiste en un hermoso puerto de bahía estrecha, con sus casitas de piedra por estribor. Allí ya no había viento y sí una cálida luz de atardecer que barnizaba todo de tonos rojizos. Desembarcamos y dejamos los barcos allí mismo, al borde del agua. Algunos nos alojamos en una casa particular con un patio de aire hippie o alternativo. Hacía calor, pero resultaba agradable. Tras la ducha de rigor, iniciamos un paseo por las inmediaciones. Recorrimos completa la calle principal del pueblo y regresamos por la ribera al atardecer, con una mágica luz de ocaso mediterráneo. En el hotel nos sorprendieron con una cena exquisita servida al aire libre en la terraza del establecimiento. Carpacho de pulpo, lubina al horno y un pastel de chocolate. En la sobremesa Lovro nos fue adelantando los planes para el día siguiente. Acabamos acostándonos antes de las 10. Hacía mucho calor nocturno pero nos las arreglamos para combinar la ventana y el ventilador de forma que corriera algo el aire. El insistente campanario local no tuvo tanta solución.
Luka (Prvic). 21 km.
Una larga
secuencia de campanadas nos despertó demasiado temprano. Afortunadamente,
habíamos disfrutado de un buen descanso. El desayuno en el hotel adyacente fue
generoso, y los preparativos sencillos ya que aquella jornada regresaríamos a
pernoctar al mismo lugar, por lo que no había que embarcar todo el equipaje,
sino únicamente lo imprescindible. El mar se presentaba muy tranquilo. Calma
chicha total y con mucho calor desde primera hora de la mañana, aunque con una
fina capa de nubes inicialmente, que no tardarían en irse disipando
completamente al cabo de un par de horas. Trazamos una diagonal que resultó
ágil y ligera, pese a afrontarla a ritmo de calentamiento, que nos llevó hacia
el sureste, hasta la costa de la isla Zlarin. El plan no era otro que su
completa circunvalación, en el sentido contrario a las agujas del reloj, de modo
que su costado más agreste lo pudiéramos despachar antes, por si acaso, tiempo
después, el viento o el oleaje hicieran acto de presencia. La isla es bella. La
caracteriza un borde litoral rocoso, por encima del cual surgen unas laderas
casi completamente ocupadas por muros de piedras dispuestos en forma de
terrazas, cuya utilidad debió de ser importante en el pasado. Muros aparte, el
terruño actualmente está colonizado por pinos y arbustos, aunque sin gran
densidad, quizás por la orientación marítima de la ladera. El grupo fue
avanzando a bastante buen ritmo, y se hizo muy llevadero alcanzar el cabo del
extremo sureste de la isla. Precisamente por allí, vimos pasar dos barcos
militares de desembarco. Uno remolcando al otro.
Al ir bordeando el otro costado de la isla, descubrimos algunas pequeñas calas y decidimos detenernos en una de ellas para descansar y bañarnos. Lovro nos advirtió de la gran densidad de erizos, animales aparentemente insignificantes, pero cuyo pinchazo accidental puede complicarse muchísimo por la peculiar forma de sus espinas. Las aguas eran cristalinas, de una transparencia y luminosidad excepcionales. De color azul turquesa vistas desde fuera y con total visibilidad al bucearlas. Enseguida nos percatamos de un error logístico. A causa del reciente “chip” del Duero, habíamos olvidado incorporar gafas y tubo de bucear en nuestro equipaje. Al menos pudimos paliarlo un poco con las típicas gafas de nadar. Cuando uno se baña en estas islas se encuentra que el aumento de profundidad es repentino. De todas formas puede combinar la observación de aguas profundas, con la de zonas rocosas más cercanas a la superficie.
De vuelta a
los kayaks, múltiples peces daban veloces saltos consecutivos sobre la
superficie del agua a gran velocidad. Eran ejemplares pequeños y muy longilíneos,
brillantes y que se desplazaban en grupos. En nuestro nuevo rumbo disfrutamos
de un moderado viento de popa. Aquella jornada volvimos a ver veleros
alrededor, aunque a distancias mucho mayores que en la jornada de canales
interiores. También motoras y “taxis” marítimos. En determinado momento
alcanzamos una bahía por la que fuimos entrando en dirección a puerto. Se
trataba de otro agradable y pequeño pueblo, también de casas de piedra y, como
ocurría en el otro, y sucedería en algunos más, sin coches, pues en ellos
únicamente permiten scooters, carritos de golf o pequeños tractores de esos que
disponen de un pequeño motor de segadora agrícola. En aquella ocasión comimos
en el porche de un precioso restaurante ubicado en una antigua casa de piedra,
cuyo techo restaurado mostraba un excelente trabajo de conservación de
carpintería. Me tomé una ración de gambas y un café.
Tras un rápido
chapuzón de refresco, marcamos una enfilación diagonal directa, de unos 4 km,
hacia nuestro punto de partida matinal. Esta vez con algo de viento lateral y
oleaje, aunque sin que fuera necesario utilizar los cubrebañeras. Mientras
desembarcábamos en un pantalán algo elevado, no sabíamos que estábamos siendo
espiados por otro grupo de piragüistas. Unos australianos más mayores que
nosotros que, pese a defenderse muy bien en la navegación, por lo visto
encontraban mayores dificultades cuando las maniobras de embarque o desembarco
exigían algo de agilidad, equilibrio o flexibilidad. Nos lo dijeron más tarde
al coincidir durante la cena.
Aquella tarde
Myriam y yo la empleamos en visitar el Centro dedicado a la memoria del
inventor local Faust Vrancic (1551-1617), un filósofo, políglota, lingüista y
diseñador de maquinaria y obra pública. Su museo es modesto, muestra algunas
reproducciones de documentos relacionados con su vida y obra, una entretenida
proyección y unas cuantas maquetas de sus principales ingenios: puentes,
estructuras de aprovechamiento energético natural, maquinaria para labores
agrícolas, etc. Su ingenio se manifestó en asuntos tan dispares como la
creación de un diccionario para cinco idiomas, hasta el diseño del primer
paracaídas de la historia. La tarde la despedimos paseando con un helado en la
mano, y disfrutando de otra magnífica puesta de sol, sentados en un banco. Al
ir avanzado nuestro conocimiento y confianza mutuos, la conversación durante la
cena fue aún mejor que la de la noche anterior, algo que no puedo decir del
menú. Más tarde, Myriam y yo decidimos pasear por la única vía de comunicación
formal, que une las dos localidades de la isla, ambas ubicadas en dos puertos
opuestos. El ambiente en Sepurine parecía más local, menos turístico que en
Luka. La plaza principal rodeaba parcialmente un puerto pesquero pequeño y se
respiraba un buen ambiente de relajo, charla, alterne saludable y chiquillería
jugando libremente. Al regresar, nos entretuvimos un rato contemplando algunos
tantos de una partida de balote (o bukanje), una especie de petanca autóctona,
similar a la boccia italiana, jugada por equipos, con alto nivel de precisión y
puntería.
Peculiar homenaje a Faust Vrancic y su paracaídas.
Islas cercanas a Luka.
Luz de tarde por los muelles.
Sepurine por la noche.
Luka-Kaprije. 14 km.
El segundo
desayuno en Luka lo tomamos en la terraza exterior, un momento muy agradable.
Coincidimos con un grupo de “viajeros a nado” a los que veríamos por allí
algunas mañanas o noches más. Aquel día tuvimos pleno sol desde primera hora, y
la jornada, se presentaba inicialmente, una vez más, con total calma chicha.
Myriam cada jornada iba remando mejor. Tanto en efectividad, como en
resistencia. Y aquel día, a pesar del calor, el grupo avanzó especialmente
rápido. Apenas hicimos paradas, y el recorrido resultó especialmente atractivo
por la variedad de rumbos que hubo que trazar para abrirse camino hacia el
destino entre un nutrido grupo de islas. Lo primero fue salir de nuestra bahía
y doblar el cabo sureste de la isla hacia el norte. A partir de aquel momento,
aparecieron varias islas en nuestro inmediato horizonte. Navegando en aquel
laberinto isleño, nos fuimos dando cuenta de que, a medida que nos íbamos
adentrando más en el mar, la vegetación de las mismas iba mermando, iba siendo
menos densa y de porte más modesto. Algunas mostraban notable aridez, aunque
sin llegar al nivel de aspecto lunar de las que abundan en el archipiélago del
Parque Nacional Kornati.
¡Islas y más islas!.
La "flota" en marcha: Cameron y Lee Anne en primer término.
Jesús en acción.
Myriam y José (imagen: Jesús).
Lovro junto a nuestros amigos sudafricanos.
Cuando rozábamos las orillas, el agua mostraba un azul turquesa muy intenso y luminoso. Una transparencia irresistible. Entre tanto, íbamos alternando enfilaciones de rumbo con costeos a pocos metros de las rocas, y con pasajes estrechos. En las islas, deshabitadas o poco pobladas, seguía habiendo bancales sin cultivar y muros levantados para separar terruños.
Ante la
efectividad del avance Lovro sugirió una parada para bañarnos, pero en aquella
ocasión algunas mujeres sugirieron continuar, y así lo hicimos. La consecuencia
fue alcanzar nuestro destino a medio día, francamente pronto. Se trataba de una
hermosa bahía, tan larga y estrecha que casi parece seccionar la isla si se la
mira desde el cielo (o en un mapa). Al fondo de la lengua de agua aparecía un
pueblo pequeño, ordenado con una larga sucesión de casas colocadas al borde del
mar en uno de los dos lados, el que miraba al suroeste. Cada casa disfruta allí
de su propio muelle modesto, un punto de atraque en el que abundaban los botes
sencillos. Una delicia mediterránea aún sin verse sometida a la invasión
turística.
Llegamos tan temprano que en la casa de huéspedes aún no estaban preparados para atendernos del todo, así que esperamos charlando a la sombra en su planta baja. Había cierta somnolencia grupal. Algunos improvisaron una sesión de yoga. El equipaje nos lo subieron por una empinada cuesta, en la caja de un tractorcillo de los que abundan por aquellas islas. Esta, afortunadamente, tampoco tiene coches.
Nikos con su tractorcillo.
Los españoles nos fuimos a comer a un restaurante recomendado por el casero. Se estaba bien al aire libre, a la sombra de un cobertizo y con bastante corriente de aire. Lasaña de gambas para algunos y risotto negro con calamares para mí. Una delicia. Para el paseo de regreso nos compramos un helado, y al llegar cerca de la casa nos instalamos en un muelle para poder bañarnos cuantas veces hiciera falta. El lugar era encantador, y allí, totalmente relajados, fuimos dejando caer la tarde, cuya luz se iba volviendo más cálida por momentos.
De regreso a la casa pude asearme en una ducha exterior en una terraza. En otra más elevada, me senté a la sombra para vigilar el interesante tráfico de barcos, sacar fotografías y escribir algunas notas. La tarde fue dando paso a un ocaso espectacular que pude contemplar desde la privilegiada elevación de aquellas terrazas. La cena posterior fue de un estilo bastante familiar, todos reunidos en una mesa grande, en torno a unas fuentes de ensalada, arroz con salsa casera y una generosa parrillada de pescados variados de la zona. Nuestra conversación iba ganando interés, naturalidad y camaradería con el paso de los días.
Para finalizar
la jornada nos fuimos todos a pasear hasta el final del pueblo, tomamos otro
helado y regresamos sin prisas para afrontar un descanso que amenazaba con
complicarse un poco por el calor reinante.
Final del día en Kaprije
Kaprije. 15 km.
La etapa comenzó con un desayuno colectivo
diferente, muy copioso, y servido por Nikos. Embarcamos, como en alguna ocasión
anterior, muy ligeros de equipaje, ya que el plan era volver a pernoctar en el
mismo lugar. Tocaba circunvalar la preciosa isla de Kakan, en el sentido de las
agujas del reloj. Iniciamos la remada muy suavemente, sin prisa, disfrutando de
una mañana bastante plácida y calurosa. Una vez más, ni rastro de nubes y nada
de viento. Enseguida doblamos el cabo suroeste de la isla e iniciamos su bordeo
rocoso acercándonos muchísimo a tierra. Recorríamos su orilla oeste. Una vez
más, el agua tan cristalina nos invitaba a zambullirnos. Desde el kayak
podíamos ver los peces nadando, el fondo y alguna que otra estrella de mar.
Ante tal tentación, en un momento dado decidimos bañarnos sin necesidad de
atracar. No hizo falta insistir mucho a Lovro. Tres de nosotros nos dejamos
caer al fondo desde las bañeras de nuestros kayaks. Me prestaron unas gafas de
buceo, gracias a las cuales disfruté mucho del “paseo acuático” aunque eché de
menos un tubo.
Cerca de las rocas.
Aguas transparentes.
Jesús fotografiándo terrazas en una de las islas.
Myriam y José navegando entre las islas (imagen: Jesús).
Aguas transparentes.
Jesús fotografiándo terrazas en una de las islas.
Myriam y José navegando entre las islas (imagen: Jesús).
Tras el
“impasse”, proseguimos con una remada calmada, contemplativa, sin prisas. La
isla es larga y se fueron sucediendo pequeñas ensenadas y cabos a la vista. El
cabo real, el final, situado al noroeste, lo doblamos tras un manifiesto
acelerón grupal, imagino que debido a las ganas de llegar, y a cierto
sentimiento inconsciente de compensación del relajo mostrado durante toda la
mañana. En todo momento estuvimos avistando islas alrededor. Al fondo, unas más
escarpadas, elevadas y áridas, eran fácilmente identificables como el comienzo
del archipiélago de Kornati, que parece relativamente cercano, tanto a la vista
como sobre el mapa.
De nuevo
persuadidos por un ritmo tranquilo enfilamos hacia el canal Kakanski, pero
siempre manteniéndonos cerca de la isla de Kakan. Y así alcanzamos uno de los
dos islotes próximos a su ribera oeste. La zona suele estar algo más concurrida
de barcos porque se presenta como una especie de laguna paradisíaca de aguas
muy azuladas. Enredando un poco, Myriam y yo dimos con una diminuta cala de
arena, algo nada frecuente en aquellas costas. Fue el lugar elegido para
instalarnos todos y disfrutar de una verdadera clase de esquimotaje impartida
por nuestro guía. Primero ejercicios sin pala, después varios intentos. Aunque
empecé con bastantes despistes, al final le fui cogiendo el truco y acabé
consiguiéndolo en un par de ocasiones. Creo que debería practicar en alguna
piscina cercana a mi casa, porque no veo descabellado llegar a dominarlo
suficientemente. Lovro incluso me propuso hacer esquimotaje conmigo en una de
las embarcaciones dobles. Lo logró a la tercera o cuarta vez. Tras jugar un
rato más con palas y kayaks en la playa. Remamos apenas doscientos metros para
cruzar a la isla principal y atracar en el muelle de un apetecible chiringuito
de atmósfera muy atractiva, alejada del concepto de lo que entendemos por
turismo de masas. Allí comimos estupendamente a base de mariscos o pescados.
Intento de eskimotaje doble con Lovro (cometo el error de anticiparme). (Imagen: Jesús).
Eskimotaje doble "pasivo" (Imágenes: Jesús).
Tras el café, algo de tertulia y cierta modorra, nos pusimos en marcha, de nuevo tranquilos y con viento de popa, dirigiéndonos hacia Kaprije. Al ir llegando vimos desde el agua lo que parecía un lecho de pequeño funicular. Probablemente instalado para facilitar las obras en una casa algo elevada. Una vez ventilado el desembarco, nos premiamos con una sesión de baños y hamaca. Más tarde me di una nueva ducha exterior, me cambié de indumentaria y me puse a escribir, esperando a la puesta de sol y a la hora de la cena. Otra tarde de vida mediterránea recóndita.
La cena
resultó deliciosa. Ensalada, pimientos asados y pechugas de pollo empanadas.
Nueva tertulia y nuevo paseo nocturno, aunque aquella vez sin helado porque
llegamos con retraso. La charla había resultado tan amena que se había estirado
algo más que la noche anterior.
Kaprije-Luka. 18 km.
Quizá porque
la noche resultó especialmente calurosa, el ritmo matinal de puesta en marcha fue
algo parsimonioso. Se desarrolló lo que ya se había convertido en una secuencia
rutinaria: desayuno grupal, preparativos (de nuevo con el equipaje completo) y
al muelle, para embarcar con mucho calor desde primeras horas. Empezamos circunvalando
toda aquella costa de la isla de Kaprije que no conocíamos. También en el
sentido de las agujas del reloj, es decir, abandonando el entrante del puerto
en dirección noroeste. Afortunadamente notamos enseguida algo de brisa en la
cara, la suficiente como para paliar el calor, pero sin que afectara al avance
de nuestras embarcaciones. El mar estaba en calma, mostrando transparencia
cuando nos acercábamos a las rocas del litoral. Avanzábamos bien sin forzar las
paladas ni el ritmo. Así, de saliente en saliente, entreteniéndonos con los
juegos de los cormoranes y el panorama de las islas a la vista. Aquel día sí
que se veían veleros con el trapo desplegado.
Al doblar el
cabo norte de la isla, el viento pasó a soplarnos de popa y un poco de costado.
Eso nos hizo avanzar con cierta velocidad aunque con sensación de dar paladas
algo “vacías”. El viento subió un poco de intensidad y eso se fue notando en el
agua, que se empezó a revolver un poco. Desordenándose, pero sin que fuera
necesario colocarse los cubrebañeras. Como íbamos bien de tiempo, nos metimos
en una cala de piedras. Era francamente bonita, aunque bastante incómoda. El
baño permitió volver a disfrutar de esas aguas azuladas, pero los accesos de
entrada y salida al gua lo complicaron los erizos y un lecho molesto a la hora
de pisarlo. El calor estaba siendo excesivo desde que habíamos superado el
cabo, ya que con el viento a favor, la sensación térmica no contaba con el
soplo de la brisa en contra. Por eso sudábamos bastante.
Aguas apetecibles para bañarse.
Las piraguas esperando a que nuestro baño finalice.
Lee Anne y Cameron se aproximan cuidadosamente a un punto de descanso.
Las piraguas esperando a que nuestro baño finalice.
Lee Anne y Cameron se aproximan cuidadosamente a un punto de descanso.
Algo más
adelante estuvimos explorando un islote muy cercano en busca de alguna cala,
pero no dimos con ninguna, por lo que acabamos desembarcando en un asentamiento
con puerto y un edificio algo pretencioso que albergaba el restaurante en el
que teníamos previsto comer. Se estaba muy bien a la sombra, con una magnífica
vista y el viento aireando la terraza, aunque el dueño nos pareció algo
cargante y desde un primer momento nos dimos cuenta de que nos iba a cobrar más
de lo habitual. Nos enseñó las posibilidades de comida, empezando por unos
vistosos ejemplares de marisco, pero optamos por el pescado para evitar daños
mayores. Nos presentó seis peces muy lustrosos (quizás llamados dentones). El
pescado lo cocinó a la brasa y la verdad es que estuvo rico. Un poco más hecho
de la cuenta, pero fresco, sabroso y abundante. Efectivamente salió algo caro,
pero podía haber sido mucho peor.
Una vez de
regreso a los kayaks, nos despedimos de la isla siguiendo la ruta más corta y
mejor orientada en relación con el viento. Haber había varias posibilidades,
pero acertamos de pleno con la elegida. Hilvanamos una enfilación entre el
islote anteriormente explorado y el cabo norte de Znajar. Todo ello con viento
de costado y bastante oleaje. Nada más empezar a remar nos pusimos los
cubrebañeras. A Myriam le encantó volver a remar entre las olas. Logramos
avanzar a muy buen ritmo, entretenidos y disfrutando de un tramo muy marinero.
Islote a la vista
Panorama desde el restaurante.
Al doblar el
cabo nos reagrupamos y tomamos rumbo sureste, con olas y viento de popa.
Pudimos surfear algo, lo que nos hizo avanzar mucho y navegar a buen ritmo. Se
me hizo muy llevadero por el constante manejo del timón y la atención requerida
a la palada y al rumbo.
Alcanzado el
cabo sur de Tijat, viramos hacia el nordeste con la isla de Prvic al frente,
aunque con ligeras dudas sobre la referencia de rumbo a tomar. Enseguida quedó
claro hacia dónde apuntar, ya que el
pueblo que se divisaba era Separine y nosotros debíamos navegar algo más a
estribor para doblar en la entrada del puerto de Luka. Así que acometimos un
nuevo tramo con el viento algo lateral. Pero fue un trecho corto que no se hizo
duro en absoluto. Una vez en el protegido puerto, remamos hasta el punto de
desembarco y nos ayudamos con las piraguas y el equipaje.
En la casa de
la otra vez procedimos a descansar un poco, refrescarnos, ordenar nuestras
cosas, ducharnos, etc. Estuve un rato trazando las rutas completadas sobre un
mapa, y escribiendo. Más tarde dimos un paseo tranquilo por el ya conocido
pueblo. Visitamos una especie de bazar alternativo, el rompeolas y la parte de
ribera de una zona del pueblo que transitamos menos en la anterior ocasión. Acabamos
sentados en un banco, disfrutando de tan agradable lugar hasta la hora de la
cena.
Sentados en
nuestra mesa al aire libre, apenas iluminada por unas tímidas bombillas
suspendidas de unos cables, disfrutamos de un menú delicioso: exquisita vinagreta
de pulpo, seguida de un bonito (en un punto perfecto) acompañado de cuscús. Más
tarde, algunos de nosotros paseamos hacia el otro pueblo. De camino nos
entretuvimos disfrutando de algunas mangas de partido de bukanje. Llegados a
Separine, encontramos un afamado bar especializado en cócteles. El dueño era un
turco muy guasón, completamente convencido de atesorar una maestría coctelera
que, como enseguida demostraría, realmente poseía. Lovro pidió la sugerencia de
la noche, Myriam una improvisación sin alcohol, y el resto mojitos. ¿Veredicto?
¡Inmejorables!, el turco puede presumir cuanto desee porque lo borda. Aquel fue
un momento nocturno perfecto, en medio de una plaza-puerto tranquila pero con
vida local y una temperatura ideal. En buena compañía y disfrutando del
momento. El regreso nocturno a Luka nos llevó menos de media hora, y tras la
despedida de nuestros amigos, Myriam y yo nos encontramos con el portón del
jardín de “casa” cerrado. Tuve que trepar por el muro, saltar y abrirlo desde
dentro. Nada complicado, una anécdota que nos hizo reír para finalizar la
jornada.
Luka-Skradin. 23,5 km.
La rutina
matinal ya estaba más que asumida y casi automatizada para la última jornada de
piragüismo del viaje. El último desayuno al aire libre al borde del mar nos supo
a gloria. Embarcamos todo concienzudamente en el pantalán del pequeño muelle.
La sensación de final de viaje era palpable. Una vez en los kayaks, pusimos
rumbo al continente, más o menos deshaciendo el itinerario de la primera etapa
del viaje. La mañana estaba algo cubierta por lo que el calor reinante era algo
diferente, con menos acción directa del sol, pero más bochorno. El mar amaneció
completamente tranquilo y soplaba una ligerísima brisa por popa, por lo que,
trazando una larga diagonal hacia aquella fortaleza en formato de islote por la
que vinimos seis días antes, superamos el primer tramo en poco tiempo.
En el momento
de empezar a internarnos por el primer canal de acceso hacia las tierras
interiores, el sol ya hacía evidente acto de presencia. Aquella mañana había
bastante tráfico de barcos navegando tierra adentro. Algunos de ellos los
aprovechamos para surfear las olas de sus estelas. Dada la limitación de la
velocidad de navegación impuesta en aquellos tramos, resultó relativamente
sencillo hacerlo y en algunos casos obtuvimos largo y rentable beneficio de la
acción.
Finalizado el
paso por el primer estrecho, a la derecha, nos detuvimos en una de las dos
bocas de un túnel que llaman “los ojos de Hitler”. Tiene un desarrollo
curvilíneo de unos 200 metros de longitud, y su curso es náutico, no terrestre.
Lo recorrimos completamente caminando por una de las repisas que tiene a ambos
lados. Por la otra boca aparecía una buena vista de Sibenik. Por jugar un poco,
algunos cambiamos de orilla del túnel trepando a través de una malla metálica
que hacía las funciones de barrera para el paso de embarcaciones. Tal ejercicio
tuvimos que repetirlo de nuevo al regresar a la otra boca, pues habíamos
quedado al lado opuesto de nuestro punto de atraque. Allí mismo ascendimos unos
metros para visitar unas ruinas de una ermita que se encuentra en un estado
lamentable, sucia y abandonada. Antes de volver a remar, aprovechamos para
darnos un rápido baño de refresco.
El túnel no
fue otra cosa que una base de submarinos camuflada para evitar ser detectada
desde el aire. Hay alguna más de ese tipo en Croacia, siendo especialmente
famosa la de la isla de Vis. Aunque la de Sibenik haga referencia al líder
alemán y a la Segunda Guerra Mundial, en la mayoría de las fuentes consultadas
se comenta que fue construida en los años cincuenta, como parte de la
importante estrategia defensiva planificada por Tito para Yugoslavia. Según nos
explicaron, el ejército fue uno de los orgullos principales de la antigua
Yugoslavia. Su presidente apostó especialmente fuerte por su desarrollo,
consciente de que aquel país podía ser un polvorín interior (tal y como más
tarde se comprobó) y además estaba rodeado de muchas potenciales amenazas
extranjeras (capitalistas, comunistas e incluso con cierta influencia
islámica). Con la caída de los regímenes socialistas, la función preventiva de
(quizás) uno de los ejércitos más poderosos de Europa, se transformó en un
problema, al quedar descabezado y en manos de varios altos mandos ambiciosos.
Esta no fue la única causa del conflicto de los Balcanes, pero si añadió leña
al fuego.
Nuestro
itinerario fue recorriendo todo el canal del río Krka. Enseguida disfrutando de
la imponente vista de Sibenik por estribor. A medida que íbamos dejando la
ciudad atrás, empezaban a proliferar los viveros de moluscos, especialmente
dedicados a las ostras y los mejillones. Hacia el final de aquel prolongado
largo de navegación pasamos por debajo de uno de los puentes de la carretera.
Tal y como nos ocurrió al iniciar el viaje, de nuevo había gente allí, saltando
al vacío amarrados a un equipo elástico de amortiguación. Después de verlos
saltar, giramos hacia la izquierda para recorrer otro tramo estrecho y algo
tortuoso, que considero el más atractivo de toda aquella navegación interior.
En su final volvimos a detenernos para descansar en una pequeña y agradable
cala de guijarros y bosque. Como aquella jornada habíamos decidido no parar a
comer en ningún establecimiento, aprovechamos para picar algunas barritas,
galletas y fruta. Y, por supuesto, nos volvimos a bañar. Falta hacía, porque la
travesía estaba resultando bastante dura.
Agrupados a la altura de Sibenik
La ciudad de los hermanos Petrovic (Drazen y Alexander).
El grupo al completo camino del final del recorrido.
Viveros de moluscos.
Mientras nos
bañábamos, empezamos a percibir el lejano sonido de una tormenta que parecía ir
creciendo en estruendo por el interior del territorio. De nuevo paleando,
erramos ligeramente el rumbo pero lo corregimos enseguida. La causa fue un
extenso ensanchamiento del curso de agua, que hacía difícil la captación de una
referencia fiable hacia la que dirigirnos. Una vez detectada, trazamos una
larga diagonal hacia ella. Lo que buscábamos era un nuevo estrechamiento del
canal. Aquella parte la resolvimos con cierta velocidad gracias a un viento
creciente que nos soplaba por el costado de babor de nuestras popas. Por su
causa, cierto oleaje también hacía acto de presencia. Una vez metidos en el
nuevo tramo estrecho del canal (el último), todo volvía a la calma. Todo menos
la tormenta, que nos mostraba su amenazador aparato eléctrico. Jesús, como
físico vocacional que es, anduvo entretenido y entreteniéndonos, con sus
cálculos de distancia de la tormenta, contando segundos entre relámpagos y
truenos. La luz, el sonido y sus diferentes velocidades de propagación. Todo
ello mientras remábamos sin pausa, disfrutando del sublime espectáculo de
aquellos rayos que contrastaban con un fondo de cielo muy oscuro. El panorama
atmosférico se exhibía a babor, aunque poco a poco parecía también presentarse
por delante, a proa. En cualquier caso, remábamos tranquilos fiándonos de los
cálculos de nuestro meteorólogo de campaña.
El final se
hizo duro aunque la quietud de las aguas nos generó la posibilidad de poder
hacer deslizar bien el casco de los kayaks y finalizar con una buena sensación
de avance y velocidad. Alcanzamos la playa de desembarco sobre las 15,15 h, y
fue sacar los equipajes de los compartimentos estancos de las piraguas y
desatarse una tromba de agua salvaje sobre nosotros, que nos refugiamos
agrupados bajo una sombrilla de cañas que allí había, mientras esperamos (casi
nada de tiempo) a que llegara nuestra furgoneta de recogida. Nos libramos de la
tormenta por los pelos. En honor a la verdad, no creo que fuese el típico error
de cálculo cometido por un físico teórico cuando se encuentra ante la cruda
naturaleza. Lo que ocurrieron fueron dos cosas. Por un lado que la dirección y
velocidad de la tormenta no eran previsibles (faltaban datos) y por el otro,
algo que pasa bastante a menudo, su virulencia era tal, que lo difícil era
discernir qué trueno correspondía a qué relámpago. Cuando muchos estímulos se
solapan, es fácil que la cuenta no salga bien.
Tormenta destada tras una semana de sol y calor.
Pese a la
celeridad de las operaciones de recogida, y a que no tuvimos que hacernos cargo
de las embarcaciones, nos calamos y llegamos al hotel chorreando, pero muy
contentos, divertidos con tan inesperado final. El reparto de habitaciones fue
ágil, y pudimos ducharnos y cambiarnos de ropa con calma. Pasé un buen rato en
la mía escribiendo mis notas de la jornada y leyendo. Después, salí con Myriam
a dar una vuelta y nos encontramos a Isabel y a Jesús, que se habían estado
informando de cómo poder hacer al día siguiente una visita rápida a la zona más
popular del Parque Nacional del Krka. Nos lo explicaron mientras nos tomábamos
un helado y nos sentábamos a charlar. Más tarde, otro callejeo por el pueblo
nos acabó llevando hasta la marina, donde pudimos atender a la complicada
maniobra de atraque de un enorme y lujosísimo yate matriculado en las Islas
Caimán.
Tiempo después,
ya cenando, vivimos un momento agradable con todo el grupo reunido y un inicio
fugazmente burocrático al rellenar las típicas encuestas de satisfacción. A
Lovro se le notaba algo melancólico, quizás cansado o quizás presintiendo la
cantidad de quehaceres que se le venían encima antes de acabar su temporada
como guía. Como grupo cerramos bien una convivencia que había sido muy
agradable y sin problemas. Había afecto manifiesto y sincero, aunque todos
nosotros tenemos la experiencia, en este tipo de lides, y la edad suficiente,
como para ser realistas y suponer que lo más probable es que algunos no nos
volveremos a ver, salvo en el caso de que algún aviso mutuo de plan en kayak
nos vuelva a reunir.
Aunque
acabamos la cena pronto, la impresión general era de estar viviendo unas horas
mucho más avanzadas. Lovro se nos despidió cariñosamente porque tenía que
madrugar muchísimo al día siguiente. Poco después nos despedimos de los
sudafricanos a los que ya no volveríamos a ver. Los cuatro españoles nos fuimos
a dormir, pensando ya en el plan del día siguiente.
Parque Nacional del Krka.
Nos levantamos
pronto para desayunar y dejar el equipaje de regreso a casa preparado. Luego
caminamos hasta el punto de alquiler de unas bicicletas de BTT muy básicas y
gastadas. El más barato que encontramos. Con ellas callejeamos hasta el edificio
de información del parque Nacional, donde adquirimos los tickets de entrada.
Una vez en marcha, tomamos la carretera que circula río arriba, por el margen
derecho (en sentido de la supuesta corriente) del mismo. Al llegar a un puente,
evitamos cruzarlo y nos detuvimos en la cancela de acceso al Parque para
mostrar nuestras entradas, A partir de allí seguimos por una pista forestal
amplia y sin dificultades que, además, apenas presentaba desniveles de
importancia. Su trazado seguía pegado al río y, por suerte, disfrutaba de la
sombra que le proporcionaba todo el bosque que envuelve la zona. En total
fueron cuatro kilómetros de pedaleo desde Skradin hasta el parking de
bicicletas del complejo del afamado conjunto de cascadas de Skradinski Buk.
Pedaleando por el PN del Kraka (Imagen: Isabel).
El recorrido
acondicionado es espectacular y muy agradable, aunque estaba bastante repleto
de gente en algunos puntos concretos. Sobre todo grupos de personas muy mayores.
Afortunadamente, el tumulto apenas afectaba a la primera parte de la visita,
pues enseguida se iba disipando. Hicimos un recorrido de una longitud de dos
kilómetros en forma de errático bucle bien señalizado. Hacía muy bueno, pero
gracias a la combinación de la densa vegetación y el frescor del agua batida
por los saltos, se estaba muy bien. El camino alterna escaleras y puentes de
madera, con senderos de tierra con raíces y, principalmente, tramos de
entarimado rústico que permite caminar “sobre” el agua y las múltiples pequeñas
islas de terreno. La visita merece la pena. Es un variado conjunto de cascadas
combinadas entre sí. También hay molinos antiguos que aprovechan algunos
saltos, y unas pocas canalizaciones rústicas. La transparencia del agua permite
ver muchos peces con nitidez. En un punto concreto del recorrido se pasa junto
a los restos de la antigua central hidroeléctrica que fue fundada en 1895,
apenas dos días más tarde que la del Niágara. Así pues una de las pioneras a
nivel internacional.
La cascada principal vista de su base (Imagen: Jesús).
Conjunto de saltos vistos desde un costado superior (Imagen. Jesús).
Conjunto de saltos vistos desde un costado superior (Imagen. Jesús).
El sendero
permite contemplar al detalle el magnífico conjunto hídrico natural desde ambos
lados y a todas las alturas posibles, las que van desde abajo (nivel del mar)
hasta por encima del inicio de las cascadas. Al finalizar el recorrido nos
bañamos en la enorme pozona que recibe las aguas de todo el grupo de saltos y
de la cascada principal. Fue un momento estupendo, con el agua a una
temperatura muy agradable, limpia, y con unas vistas y cercanía únicas de la
cascada. Tras secarnos, hicimos un rápido regreso en las bicicletas y nos
pudimos duchar en una habitación del hotel que nos dejaron mantener algunas
horas de más. El resto fue rutina típica de viaje turístico internacional: un
helado, una aproximación en furgoneta hasta el aeropuerto (conducida por un
joven de personalidad zen), y un par de vuelos intercalando alguna despedida.
Último baño del viaje, en un lugar impresionante (Imagen: Jesús).
Isabel, José, Myriam y Jesús, saliendo de la visita al PN del Krka.
Isabel, José, Myriam y Jesús, saliendo de la visita al PN del Krka.
Nuestro primer
contacto con Croacia resultó genial. Previamente había escuchado muchas cosas
buenas sobre el destino, pero ahora, una vez visitado, tengo que reconocer que
me esperaba algo más convencional de lo que me encontré. Como área para la
práctica del kayak de mar, sus islas, su extenso archipiélago, que cuenta con
más de mil islas, es un auténtico paraíso. Aunque algunas zonas afamadas padecen
ya, según hemos oído comentar, verdadera presión turística, no es el caso de
otras zonas menos anunciadas o explotadas. La arquetípica idea de costas
abarrotadas por la construcción no es aplicable a donde nosotros estuvimos. Ni
siquiera la icónica imagen de pueblecitos blancos de costa es lo que
encontramos allí, ya que como he ido relatando, sus casas están construidas en
piedra caliza, con muros grises como los de mi tierra. Precisamente por eso, y
por muchas cosas más, la costa croata del Adriático enriquece el Mediterráneo
con su propio toque de diversidad, ayudando, al igual que muchas otras zonas
del mismo, a combatir una errónea idea, demasiado extendida, de uniformidad de
paisaje, cultura y costumbres.
Viajar en
kayak sigue siendo una alternativa fantástica. Permite percibir las texturas
del paisaje, la cultura y las gentes a un nivel “micro”. Adopta un ritmo de
avance humano, en el que la velocidad no emborrona los detalles, y en el que la
fatiga invita a detenerse en los lugares. El viaje por las islas Dálmatas
cerraba un verano muy piragüista, iniciado con una competición de velocidad en
pista, seguido por otro viaje fluvial aún más largo que el que acabo de contar
aquí. Para ello, otras modalidades se han visto relegadas, algo de lo que,
vivido lo vivido, no me arrepiento nada. Por si todo esto fuera poco, el viaje
por Croacia supuso el reencuentro de Myriam con la actividad en kayak en serio.
Tras un parón de demasiados años, provocado por la vorágine del día a día, una
importante operación de espalda y una molesta rotura de clavícula reciente,
este viaje tomaba el carácter de prueba de fuego para su cuerpo y para su
mente. El resultado no ha podido ser mejor: reto completado, ninguna secuela ni
dificultad física, gran disfrute y ganas de repetir algo similar.