"Il Ciclista" Carlo Carrá (¿localización?)
Me comentan algunos de mis amigos
lectores, que esta temporada de escritos y crónicas, cuando abordo algunos
temas, les está dando la impresión de que en ellos se aprecia bastante trabajo
de búsqueda y documentación. Afortunadamente, hasta el momento son comentarios
que me transmiten más como cumplido que como crítica, o al menos eso parecen
darme a entender. Evidentemente, tal apreciación (que no el halago) no me
resulta inesperada, porque he sido plenamente consciente de haber aumentado el
tiempo dedicado a lecturas, búsquedas, conversaciones y demás recursos de
información. Lo que me gustaría dejar claro es que este “incremento” de
fundamentación, lejos de haber supuesto un sacrificio personal, se ha convertido
en un placentero entretenimiento que en muchas ocasiones me ha producido mayor
recompensa lúdica y de felicidad que incluso algunas de las prácticas
deportivas de las que tanto escribo. En definitiva, que el cultivo de los
aspectos culturales que envuelven el mundo de mis aficiones deportivas me
satisface casi tanto como la propia práctica de los mismos, lo cual, dicho sea
de paso, me parece una excelente noticia de cara a afrontar la vejez con
posibles alternativas de ocio para cuando el cuerpo vaya limitando sus
prestaciones, proceso que espero me vaya llegando de forma natural y
progresiva, sin sobresaltos repentinos.
Probablemente todo esto tiene que
ver con mi afición a la lectura, una pasión que mantengo desde hace muchos años
y que se ha desarrollado tanto en el ámbito de mi vida profesional, como en el
privado. Me gusta leer, mucho y variado. Leo prosa, nada de poesía, manías que
uno tiene. Y una cosa que me ha ido sucediendo a lo largo de la vida es que lo
que comenzó siendo una preferencia casi absoluta por la novela, ha ido
progresivamente perdiendo cada vez más cuota de dedicación a favor del ensayo, el cual, lo confieso, si me “toca” la fibra de interés, llega a
satisfacerme incluso más que una excelente novela. A una clasificación tan
simplista también habría que añadir los relatos de viajes y otros tipos de
géneros literarios, desde luego, pero no es mi intención continuar por ahí. A
donde quiero llegar es al hecho de que a lo largo de esta temporada de
actividades deportivas y de textos publicados en la red, las lecturas me han
seguido acompañando (e inspirando) tanto o más que nunca.
Precisamente, documentándome para
algunas entradas recientes, me topé con información muy interesante sobre una
afamada generación de escritores anglosajones ubicados temporalmente a caballo
entre los siglos XIX y XX, de la que se desprendía que muchos de ellos
disfrutaron activamente y sin reparos las dos pasiones a las que me estoy
refiriendo hoy: la práctica deportiva (¡y deportivo-viajera!) y la escritura
(verdadera literatura en su caso). Recientemente mencioné el ejemplo de Robert
Louis Stevenson, cuando me refería a su tempranero libro “Navegar tierra
adentro”, en el que mano a mano, acompañado de un amigo, el escritor nos narra
sus peripecias e impresiones recorriendo en kayak canales belgas y franceses.
Como comenté entonces, el volumen estaba encargado y en camino. Llegó, y por
supuesto me lo leí con ansia. Y no me defraudó. Al contrario, me entretuvo, me
duró poco e incluso me resultó bastante cercano a mis propias experiencias de
viajes fluviales en piragua. Stevenson se dedicó a viajar y a escribir toda su
vida. Viajó por muy diferentes latitudes del planeta y escribió muchísimo sobre
ello. Dado además el nivel de desarrollo de los medios de transportes de la
época, podemos considerar que el carácter de sus viajes fue en muchos casos
“deportivo” o cuando menos muy activo: en kayak, barco, caballo, burra...
Robert Louis Stevenson
(Imagen: wikipedia)
La cuestión es que Stevenson fue
coetáneo y amigo personal de algunos otros literatos de su misma procedencia
geográfica. Entre los más prestigiosos de ellos probablemente debamos señalar a
Arthur Conan Doyle, de quien entre otras cosas sabemos que intercambió consejos
con Stevenson relativos a los beneficios que el clima y atmósfera de los Alpes
parecían tener sobre la tuberculosis, dolencia que padecían tanto la esposa de
Doyle como el propio Stevenson. Cuál pudo ser mi sorpresa al enterarme que al
creador de Sherlock Holmes se le considera históricamente como uno de los causantes
del surgimiento del esquí en la región alpina. Resulta que Sir Arthur, haciendo
gala de ese espíritu deportivo que caracterizaba a estos personajes sobre los
que estoy escribiendo, en una ocasión había protagonizado algún viaje a Noruega
en el que se dedicó a la práctica del esquí (es de suponer que en modalidad
nórdica, única existente hasta aquella época). Y cuando en cierto momento
posterior decidió encaminar sus pasos hacia Suiza, para disfrutar de una
temporada de asueto con su esposa, tratando de provocar cierta mejora en su
salud respiratoria, hizo que allí le llevaran algunos pares de esquís noruegos.
El capricho de las circunstancias quiso que allí coincidiera en momento y lugar
con otros esquiadores locales: los hermanos Tobias and Johann Branger,
carpinteros y fabricantes de trineos, quienes llevaban algún tiempo
experimentando con esquís cuando el afamado escritor llegó. Del encuentro
inmediatamente surgió una excursión, una travesía esquiando desde Davos hasta
Arosa atravesando el paso Furka. Aquella fue, una de
las primeras rutas de “esquí de montaña (alpino)” de la historia. El propio autor
relató la experiencia en un artículo titulado “An Alpine Pass on ‘Ski’ ”,
publicado en 1894.
Descripción técnica del ascenso en zig-zag
(Imagen del artículo original).
Arthur Conan Doyle con su hermana Dottie (imagen del
artículo original).
Arthur Conan Doyle practicando ¿una "vuelta María"?
(imagen del artículo original)
Otra de las amistades de Conan
Doyle, fue Jerome K. Jerome, a quien también cité tiempo atrás, y que como a
continuación demostraré ha resultado ser toda una caja de sorpresas. De forma
completamente ajena a la evolución de mis textos, hace uno o dos años disfruté
a carcajada limpia de la lectura de “Tres hombres en un bote, por no mencionar
al perro”. Ahí quedó la cosa, pero a raíz de indagar en la vida de MacGregor y
Baden Powell, y como consecuencia de ello, en algunas conexiones con Stevenson
y Doyle, aquí y allá empezaron a aparecer referencias de Jerome. Resulta que
Jerome también viajó mucho, al igual que todos los mencionados. También conoció
Noruega y el deporte de la nieve, aunque él mismo declaraba en sus memorias que
desde luego era mucho más competente patinando sobre hielo, actividad que le
gustaba practicar cuando las circunstancias lo permitían. Por lo poco que he
podido encontrar aquí y allá, la interpretación que estos pioneros del esquí
“alpino” ponían en acción era… digamos tonificadora, o como mucho
excursionista. En cuanto al patinaje, seguro que con mayores pretensiones de
velocidad de desplazamiento en algunos casos (ejercicio, carreras, etc.), sin
olvidar las relaciones sociales en otros, en especial con compañía femenina e
intenciones claramente más recreativas. Desde un punto de vista más puramente
deportivo, Jerome fue practicante de remo, modalidad muy arraigada en los
ambientes académicos y estudiantiles británicos. De su afición surgió la
original idea de pasar la luna de miel viajando por el Támesis a remo con su mujer,
y de aquella experiencia, la inspiración para su obra más laureada (la comedia
antes aludida). En aquellos momentos las canoas (tanto en versión de pala
simple como doble), empezaron a ponerse de moda, precisamente con algunos de
los aquí nombrados como principales catalizadores. Seguramente Jerome, si bien
no ostenta alguna curiosidad concreta que al respecto haya pasado a la
historia, no estaría ajeno al fenómeno. Así pues, como quien no quiere la cosa,
nos encontramos ante un divertido escritor de aquella época que además practicó
el esquí, el patinaje, el remo y el piragüismo. ¿Cómo evitar insistir en su
existencia en este modesto espacio deportivo-histórico?. Pero la cuestión no
queda ahí, para completar el listado de modalidades y convertirlo en “repoker”,
haría falta añadir una más, y puestos a escoger, sería inevitable decantarse
por el ciclismo. Efectivamente, en plena efervescencia creativa, de desarrollo
industrial y de afianzamiento deportivo, la práctica velocipédica no pasó
tampoco desatendida para el escritor, quién entre otras cosas la empleó en
alguna ocasión como vehículo turístico, sentando las bases para otro libro que
fuera secuela de su éxito precedente: “Three men on the Bummel” (también “Tres
hombres sobre ruedas”), en el que el autor encadena todo tipo de nuevas
situaciones disparatadas utilizando un viaje de tres jóvenes británicos por
Alemania, a lomos de una bicicleta de tres plazas. Ignoro si el texto está
editado en castellano, pero me gustaría que así fuera, pues me apetece leerlo,
y dado el peculiar estilo jocoso y absurdo de Jerome, hacerlo en inglés seguro
que me haría perderme muchos detalles o dobles sentidos.
Portada de una de las primeras ediciones
del libro de Jerome (imagen: indiana.edu)
Por lo que se ve, la época más
clásica de la bicicleta, la de su nacimiento y primer desarrollo, coincidió en
gran medida con la del deporte moderno pionero, con la de los inicios del viaje
turístico de exploración, el nacimiento del piragüismo occidental y hasta el
del esquí alpino; y todo ello con pujantes escritores del momento nutriendo la
nómina de protagonistas destacados. Para disfrutar más aún de este tipo de
coincidencia es para lo que uno echa de menos una máquina del tiempo.
A nivel literario, quién le sacó
partido al concepto de máquina del tiempo fue Herbert George Wells, pero
puestos a recrearnos en el nacimiento de la literatura de ciencia-ficción como
género, yo me confieso más devoto de Julio Verne (1828 – 1905). No andamos muy
lejos en el tiempo de los escritores recordados en párrafos anteriores. Verne
se dedicó a escribir novelas de aventuras extremadamente imaginativas, muy
entretenidas y en bastantes casos premonitorias. En ellas aplicaba su gran
afición por la tecnología y los avances de las ciencias, y su continuada pasión
por el fenómeno viajero y explorador. Sus personajes recorren el mundo en sus
numerosas novelas. Un mundo real y otro imaginado. Quizás Julio Verne sea el
culpable de que tantos adultos recurramos a los viajes y los diferentes
artefactos de transporte (antiguos o modernos) como recurso de ocio,
entretenimiento, admiración o pasión. Todo ello provocado por la lectura de sus
obras o el visionado de las numerosas películas basadas en la adaptación
cinematográfica de las mismas. Saco a colación este tema porque actualmente
estoy leyéndome un ensayo muy curioso titulado “La tierra de Jules Verne. Geografía
y aventura”, escrito por el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón. En él el autor
va repasando la geografía (real y fantástica) del mundo a través de las obras
de Verne, de la cartografía de la época e incluso de algunas obras de otros
escritores en cierta medida relacionados con el francés. Evidentemente no
estamos ante una lectura de puro entretenimiento, sino ante un intento de
integración de cultura, literatura novelesca, geografía, historia y algunos
otros ingredientes más. En definitiva, una especie de juego narrativo al que, de
forma infinitamente más modesta, también me dedico habitualmente en mis
capítulos. Las obras de Julio Verne muestran una indiscutible vocación viajera
y “nómada”, por eso su mención se justifica aquí sobradamente.
Fotograma de la película "Viaje al centro de la Tierra" (1959).
James Mason, Arlene Dahl, Pat Boone y Peter Ronson.
Fotograma de "Los hijos del capitán Grant" (1962).
Wilfrid Hyde-White, Michael Anderson Jr, Maurice Chavalier
y Hayley Mills.
Fotograma de "20.000 leguas de viaje submarino" (1954)
James Mason, Paul Lukas y ¿?.
Cartel de promoción de "Cinco Semanas
en globo" (1962).
Fotograma de "La vuelta al mundo en 80 días".
Mario Moreno "Cantinflas" y David Niven.
Puestos a comentar lecturas
recientes, entre los libros de los que he dado cuenta en los últimos días
estaba una feroz crítica filosófica del deporte moderno. Firmada por Marc
Perelman, “La barbarie deportiva. Crítica de una plaga mundial” (Virus. Bilbao,
2014) es un alegato feroz en contra de multitud de aspectos característicos del
deporte actual, que según su autor atentan directamente contra la sociedad, la
democracia, la salud, etc. de las personas y la civilización. Tengo que decir
(esto es una opinión personal) que el autor “se pasa de vueltas” o practica una
especie de “meta-filosofía” cada vez más alejada de la realidad en algunos
capítulos concretos en los que me transmite similar extremismo conceptual que
algunos “teóricos” de diferentes “conspiraciones”. Sin embargo, hay bastantes
temas en los que el ensayista pone el dedo en la yaga con acierto, con
conocimiento y con claridad. Se trata de asuntos a los que los medios de
comunicación jamás hacen referencia, quizá por voluntad propia o en algunos
casos por pura ignorancia. Aunque el texto se refiere preferentemente al
deporte de competición y al deporte espectáculo, las conexiones de ambos llegan
a afectar a la vida y modelos cotidianos de las personas normales y corrientes,
y ahí está gran parte del problema. Merece especial atención la advertencia
sobre el poder supranacional que algunos entes de gestión y administración
deportiva (todos ellos de titularidad privada) han ido concentrado dentro de su
estructura interna. Tal poder ya está actualmente “negociando” e imponiendo
clausulas, normas, condiciones, etc. temporales o permanentes, que afectan,
ignoran o ningunean la legalidad constitucional de los gobiernos nacionales, en
definitiva: los derechos y soberanía popular. Aunque este comentario pueda
sonar exagerado o peregrino, bastaría con que los lectores recapitulasen un
poco en relación a algunos recientes conflictos vividos por el Consejo Superior
de Deportes con ciertas federaciones o asociaciones deportivas, para darse
cuenta del poder y la impunidad con la que algunas entidades pretenden
funcionar. El asunto ya es un problema real aunque poco visible, se da a escala
regional, nacional y global. Resulta curioso que tenga que ser la fiscalía
general de los EEUU la que esté planteando cierta resistencia y esté iniciando algún ejercicio de control y respuesta contra este fenómeno, mientras, el resto
del mundo paga derechos de televisión, aplaude jugadas y no se entera de nada
importante.
Perelman procede de uno de los
escasos movimientos de pensamiento contestatario respecto al deporte que han
existido en los últimos tiempos. Su base fue francesa, en concreto procede del
nacimiento, en 1975, de la revista “Quel Corps?”. De aquel germen disconforme
surgió una considerable carga de opinión divergente que, en lo que respecta al
gremio español de las ciencias del deporte, apenas ha tenido eco en tiempos
contemporáneos (y por parte de la prensa no digamos). Quizá sea el momento de
darle un repaso, en especial en todo lo que pudiera tener que ver con el cariz
que están tomando determinados asuntos muy relacionados con la “propiedad
intelectual”, de explotación, practicante, reguladora y organizativa de las
modalidades deportivas.
Fuera de los aspectos más
conflictivos tratados por el libro al que me estoy refiriendo, su autor critica
entre otras cosas la “estética normativizada” planteada por el deporte. Al
hacerlo, se introduce en el incierto tema de la filosofía del arte, plagado de
interpretaciones, opiniones, creencias y desacuerdos, tanto a nivel de
pensadores de renombre y reconocimiento científico mundial, como de discusión
civil básica de barra de bar, paseo por la playa o tertulia de amiguetes.
Hablar de arte es complicado, dialogar sobre estética puede convertirse en
viajar por un universo absolutamente inconcreto, y discutir sobre cualquier
aspecto del deporte todos sabemos en qué puede llegar a transformarse. Así que
integrar los tres ámbitos… ¡cualquier cosa!
“En su nueva dimensión
espacio-temporal, con el estadio a la vez como espacio de la práctica deportiva
y marco televisivo, el deporte ha sustituido definitivamente el arte, ya que ha
canalizado el componente de sublimación todavía posible en el juego. Ha
transformado el arte, que es juego, impulso imaginario, rapto onírico y pulsión
libre, en una técnica de rendimiento racional y funcional”.
La interpretación es libre y cada
cual puede gestionarla como desee y en el terreno que se le antoje. Tan sólo
advertir que el concepto “estadio” también incluye a las piscinas, los
circuitos o las etapas de las Grandes Vueltas. Comparar el comportamiento
deportivo de Froome con las “dramatizaciones” protagonizadas por Fuente (“el
Tarangu”) podría servir para aplicar el párrafo con extremada mesura. Pero
habría que ir más allá y preguntarnos cada uno de nosotros qué hacemos realmente
cuando “practicamos deporte”, ¿jugamos o rendimos?, ¿somos “artistas” (ociosos)
o “empleados” (trabajadores)?.
Imágnes de José Manuel Fuente en acción:
expresión dramática de ciclismo (imágenes:
jmfuente.es)
Con talante mucho menos peleón y
más guasón, aunque sin perder un ápice de erudición y fundamentación teórica,
he disfrutado (enormemente) los últimos días del verano de otra lectura de la
que se me ha antojado extraer un par de citas. Antes de ello, permítaseme hacer
las presentaciones: “La estética del bólido” (Luis Morcillo Velázquez;
Funambulista. Madrid, 2013). En dicho libro se rinde pleitesía al bólido como
objeto (que funciona) e integra en sí mismo propiedades relacionadas con el
vértigo y el deseo de velocidad, la libertad y audacia representadas, y por su
puesto la belleza de las formas. Cualquier automóvil no alcanza la categoría de
bólido, éste ha de ser atractivo y levantar cierta pasión. El texto procede
casi íntegramente de la tesis doctoral del propio autor, reconvertida en ensayo
narrativo. En mi tímida opinión, el resultado es fascinante, pues su lectura me
pareció muy amena, el tema me interesaba mucho y el fundamento bibliográfico y
documental da muestras de un gran rigor y amplitud. La lectura en realidad es
un tratado sobre arte, y pretende concluir que el diseño de los bólidos de la
historia del automóvil (y de las motocicletas, aunque éstas sean tratadas tan
sólo tangencialmente) sea considerado como tal. Toda su argumentación se va
tejiendo a través de la filosofía y la historia del arte, “haciendo intervenir”
para ello a los principales autores de referencia de ambas disciplinas, siempre
desde una perspectiva ecléctica en la que los postulados se apoyan
ocasionalmente o muestran evidentes desacuerdos. Nada del “pensamiento único”
al que todos nuestros políticos intentan someternos.
Los conceptos de arte y diseño
(industrial en este caso) se acercan, se distinguen o se confunden, según los
atributos que los creadores hayan acertado a propiciar a sus obras. La
principal (y en ocasiones casi exclusiva diferencia entre ambos conceptos)
proviene de la utilidad práctica y concreta de la obra diseñada, superflua en
el caso de la artística. Pero los bólidos, o al menos algunos de ellos, apenas
parecen resultar demasiado prácticos… El concepto de belleza llena la atmósfera
de los anteriores: del arte y del diseño, siempre y cuando consiga ser generada
tal propiedad (la belleza), lo cual no resulta fácil de reconocer o admitir,
porque fuera de los “gustos oficiales”, las modas o la “autoridad” de los
críticos y “expertos”, la belleza es un asunto muy personal, así como la
estética. Hago saltar todo este tema a la palestra porque considero que en gran
medida constituye el epicentro de la afición que algunos mantenemos hacia el
ciclismo clásico, y muy especialmente hacia las bicicletas antiguas como
objetos de culto, admiración o deseo. Durante la referida lectura, aunque no me
hiciera falta, porque a lo largo de mi juventud fui un gran apasionado de los
bólidos, me tomé la libertad de, en las numerosas ocasiones en las que el texto
lo permite, proyectar el concepto de bólido y las argumentaciones
correspondientes hacia el de la bicicleta (de carreras). La mayor parte del
ensayo “tolera” bastante bien este ejercicio reflexivo, por lo que a partir de
ahí podemos utilizar o aplicar gran parte del trabajo. Arrimar el ascua a
nuestra sardina.
“El automóvil no era un asunto de consumismo, como hoy pudiera parecer.
Era una cuestión de locura por los nuevos tiempos y por las experiencias
distintas. Ortega, en el siglo pasado, dio la explicación a la vulgaridad
consumista de los nuevos ricos. Nos apuntó que desear no es tarea fácil. El
nuevo rico sufre una angustia debida a que tienen en su mano la posibilidad de
conseguir su anhelo material, pero tienen un gran problema: no sabe tener
deseos. En su fuero interno, conoce que no desea nada, pero el afán de exponer
la ostentación, sea válida la redundancia, le lleva a necesitar un
intermediario que le oriente, hallándolo en los deseos predominantes de los
demás. ‘He aquí la razón por la cual lo primero que el nuevo rico se compra es
un automóvil’, nos dice Ortega”.
Sustituido el vocablo automóvil
por bicicleta retro, el juego puede empezar (con permiso de Ortega y de
Morcillo). Conviene pues, antes de nada, distinguir entre los ciclistas
pioneros y los actuales. Aquellos lanzándose a una revolución de nuevas
experiencias y dimensiones del desplazamiento, y los actuales practicando una
modalidad establecida y ampliamente difundida. El resto de la cita nos permite comprender
(a través del concepto de “nuevo rico”, que bien podemos actualmente reemplazar
por el de simple poder adquisitivo, real o en irresponsable crédito) la “carrera
armamentística” en la que se ha visto involucrada gran parte de la población
ciclista contemporánea, así como las estrategias de marketing que la alimentan.
Avances innecesarios o conceptualmente incoherentes como el cambio eléctrico de
marchas, los radicales cambios de medidas de todo, los cada vez más rápidos
intentos de transformación de los gustos estéticos (formas, colores…), son todo
ello ejemplos del intento de gestión de los gustos y deseos de los consumidores
por parte de los productores. Un síntoma de su eficacia es, por ejemplo, la
sustitución (en algunos casos) del rendimiento, logro o la vivencia personal,
por el consumo de lo más caro (y supuestamente más eficaz) a la hora de
ostentar. En el caso del ciclismo retro todos estos fenómenos también tienen su
manifestación. Son numerosos los aficionados que manejan unas determinadas
marcas o referencias fetiche que les facilitan establecer ciertos patrones de
referencia a los que aferrarse para sentirse seguros en su particular
ostentación. Fijarse en una mayoría replicada o apoyarse en un “intermediario
que les oriente” es el recurso utilizado. Esto explica que aún en un sector tan
poco comercializado (todavía) surjan ya marcas, modelos u objetos
multitudinariamente valorados, y muchos otros ignorados, sin que causas
históricas, técnicas, o estéticas justifiquen tal proceder. Todo esto es algo
que pasa tanto con lo material (bicicletas) como con algo más intangible como
lo son los propios eventos organizados. La marca Eroica es el ejemplo más claro,
pues para el consumidor ciclista en general podríamos decir que puede
considerarse como el único evento retro existente, mientras que para gran parte
de los ciclistas retro especializados se trata de la gran referencia, el
principal objetivo, el definitivo suceso de deseo. La razón es obvia: se trata
de un deseo “predominante entre los demás” y fácilmente comprensible o
interpretable por todos. No tiene pérdida, lo cual es necesario para el “nuevo
rico”. Los productores de bienes diseñados para satisfacer (temporalmente) los
deseos, son hábiles y están bien despiertos, y en el caso del ciclismo retro
van desarrollando ofertas cada vez más suculentas. Lo último (por ahora) es
integrar marcas “seguras”: el evento y la bicicleta, y así surge por ejemplo el
paquete Eroica y adquisición (algunos miles de euros) de una atractiva
bicicleta Bianchi réplica. No lo critico, únicamente reflexiono en voz alta,
guiado por mi pensamiento y por la influencia ejercida por un autor. Y me lo
paso bien al hacerlo, desde luego mejor que comprando, aunque no necesariamente
mejor que disfrutando de un bello recorrido en bicicleta. Lo que opino de las
diferentes versiones de la Eroica ya lo he expuesto en los relatos
correspondientes a las mismas. En cuanto a la réplica de la Bianchi… para qué
negarlo, la bicicleta en cuestión es muy bella y conlleva propiedades emotivas
suficientemente justificadas hasta para una réplica, me gustaría tener una,
pero desde luego no a ese precio, el cual me parece “prostitución de alto
standing”.
Otro asunto bastante relacionado
con todo esto es que el mecanismo de funcionamiento que aquí henos denominado “nuevo
rico” (que insisto que no necesariamente va relacionado con el poder
adquisitivo de las personas) puede fácilmente caer en la horterada. La frontera
entre lo exclusivo, lo estéticamente diferenciado y lo hortera depende de algo
tan subjetivo como el “buen gusto” o el acierto estético, algo para lo que no
existen leyes, principios ni reglas. En el caso de lo retro, el delicado
equilibrio estético varía ligeramente su riesgo cambiando el precipicio de lo
hortera por el del “efecto carnaval” (mal gusto, incoherencia estética, falta
de rigor o criterio, incluso respeto… son muchas las posibilidades). No hay
reunión medianamente nutrida de bicicletas y ciclistas de época en la que infiltrados
dentro del paquete, no aparezcan detalles, conjuntos totales o parciales,
aditamentos o combinaciones más propias de un carnaval que de lo que se supone
que esos aficionados deberíamos traernos entre manos. Evidentemente todo esto son
problemas menores. En realidad ni problemas, más bien desajustes estéticos
entre las personas, causados por una afortunada falta de norma (ya estamos
suficientemente sometidos a mucha normativa formal e informal). El gusto
resulta de lo más diverso y lo que a algunos nos espanta visualmente, a otros
les enorgullece. Y no seré yo quien pretenda tener razón.
Aunque en mis reflexiones pueda
parecer algo sarcástico, no pretendo dar la impresión de querer posicionarme en
un peldaño superior a los demás. También tengo mis gustos estéticos que no
tienen porqué ser los acertados. Y siento predilección emocional por unas
marcas de fabricantes antiguos más que por otras. El valor de marca es algo de
lo que me temo no podemos escapar ya prácticamente ningún humano del planeta, pues
aunque nos sintamos libres de ellas en varios ámbitos de la vida, seguramente
somos presos en otros que nos interesan más. Ahora bien, también en esto hay
niveles: personas moderadamente influenciadas, “marquistas” y “plusmarquistas”
(y de los últimos, en lo retro, proliferan). En este caso la vinculación
emocional entre el aficionado y las marcas, podríamos quizá considerarla más
cultural que consumista (de hecho muchas marcas ya ni existen) al depender
bastante de la historia vital de ambos (usuario y marca) y de infinidad de factores
complejos que construyen cierto vínculo emotivo. Tal es así, que en la mayoría
de los casos, cada ciclista retro adora a su propia bicicleta por encima de
cualquiera de las de los demás.
Un bólido (retro), en concreto un Ferrari.
Un "bólido a pedales", en este caso una bicicleta actual
inspirada en un estilo "retro": Pashley Speed 5
(Imagen: Pashley).
“Cada día que pasa, las
distancias entre los dioses y los humanos se acortan. Hoy, ciertos hombres
pueden conseguir que Lázaro se levante y ande. Éstos son los restauradores de
los vehículos clásicos, autos muertos por el uso o por la desidia del hombre y
resucitados por él, para disfrutarlos y hacer perdurar entre los vivos el
nombre de sus creadores, ésos que, años atrás, se valieron de la Estética
Industrial y, en algunos casos, el arte como idea de belleza, para crear estos
objetos metálicos desde la nada.
La de devolver el movimiento al
automóvil inerte es una operación de gran importancia cultural pues, además de
recuperar un patrimonio histórico y tecnológico, pone a la vista objetos
artísticos arrumbados por el óxido o el abandono.
Este sueño de resucitar un
automóvil que no tiene ningún elemento en disposición de funcionar, y
conseguirlo, es una posibilidad de vuelta a la vida de un objeto industrial
que, un lejano día, tuvo movimiento. Es, fundamentalmente, un problema
pecuniario el poder devolver a la vida a una criatura nacida del creador del
arte industrial. Y si la mano resucitadora falta algún día, otra vendrá que se
encargará de conservar al neonato, pues su valor lo hará codiciable.
No ocurre igual con la vida del
hombre, única e irrepetible; gran obviedad. Por ello es necesario vivir con
ciertas dosis de acción, ya que el que no actúa no vive. La mejor definición de
la actuación humana es la que acerca la vida del común de los mortales a la del
explorador, a la del aventurero, a la del que se aprovecha de la técnica para
buscar los límites de la vida. En suma, a la vida del piloto, el mortal que
acorta la distancia entre Dios y el hombre”.
Seguimos reemplazando los autos
por las bicis en nuestra lectura interesada. Esta última serie de párrafos
explica de forma brillante el papel y el sentido de la restauración de las
máquinas, afición que comparte un amplio grueso de practicantes del ciclismo
retro. Sin embargo, en este caso Morcillo establece una preferencia respecto a
lo debería resultar más importante para los que disfruten de las bicicletas antiguas,
y ello no sería tanto el poseerlas o acumularlas (perfil coleccionista e
incluso acaparador), sino el vivirlas, montarlas, sentirlas… utilizarlas para
explorar, para aventurarse aprovechándolas, en nuevos espacios geográficos y de
los propios límites del ciclismo. Jugar, jugar y jugar. Los acaparadores
tienden a provocar varios perjuicios sobre los demás aficionados: “levantan
piezas” a los demás, generan escalada de los precios, suelen tender a “copiar”
el criterio de aficionados más autónomos y con ello alimentar tendencias
justificadas o no. Tanto acopio acaba provocando que demasiados ejemplares
dejen de utilizarse realmente o incluso lleguen a dejar de funcionar por falta
de un mantenimiento para el uso real. El restaurador recupera la belleza, el
coleccionista acapara (aunque da servicio público compartiendo parcialmente su patrimonio si lo expone) y
el practicante revive la utilidad (seguramente lúdica) del objeto viviendo la
aventura en una simbiosis objeto-persona.
Por este capítulo han desfilado
algunos eruditos amantes del deporte y sus objetos (coches, motos, barcos...
¡bicicletas!). Apenas han sido escasos ejemplos caprichosamente conectados. Se
trata de una mecha para la reflexión explosiva. Un ejercicio mental que no
busca iniciar debate sino dejar un “recado” unilateral justo antes de la
despedida de la temporada.