No
es ningún secreto mi pasión por los eventos deportivos de larga tradición.
Cualquier lector de este blog, casual o habitual, enseguida se da cuenta de mi
interés por las versiones “retro” de diversas modalidades deportivas, por la historia
deportiva en general, así como por el origen y evolución posterior de algunas
competiciones que, con el paso de los años, han acabado convertidas en emblemas
casi tanto o más culturales que deportivos. Algunas de esas celebraciones ya
han sido tratadas en este espacio, pero la de hoy lo hace con méritos que nadie
puede poner en duda, porque estamos hablando de una regata de remo que en 2020
alcanza su 166ª edición ¡casi nada!. Me refiero al desafío que anualmente,
desde 1829, celebran los equipos de remo de las universidades de Oxford y
Cambridge en aguas del río Támesis. Un acontecimiento que en su escenario
físico, las riberas y los puentes del curso fluvial, reúne a unos 250.000
espectadores, y que algunos millones siguen por la retrasmisión televisiva de
la BBC.
Todo empezó
cuando dos amigos, Charles Wordsworth (sobrino del poeta William Wordsworth) y Charles
Merrivale, se reunieron unas vacaciones en Cambridge y, entre otras cosas, se
entretuvieron remando. Cada Charles era estudiante de un “college”
perteneciente a cada una de las dos prestigiosas universidades, Worsdworth de
Oxford y Marrivale de Cambridge. El caso es que se les ocurrió una disputa
deportiva entre sus respectivas universidades y consiguieron que, aquel año,
Cambridge retara formalmente a Oxford a una regata de remo en las aguas del río
cerca de Londres, con la idea de que ambas universidades estuvieran
representadas con sendos botes de ocho remeros. Las personas encargadas de
formalizar el reto, Mr Snow (Cambridge) y Mr Staniforth (Oxford), se conocían
bien porque habían sido compañeros de escuela ¡y de remo! En el prestigioso
colegio de Eton, cuando eran más jóvenes. Así que todo esto “apesta” (en una
apreciación positiva de la palabra) a efervescencia del desarrollo pionero del
“deporte moderno” en la Gran Bretaña académica. La escolar y la universitaria. Herencia
directa (en realidad más bien indirecta) de las metodologías de organización
escolar de Thomas Arnold. Aquel primer desafío se llevó a cabo en Henley on
Thames en junio, y Oxford lo ganó de calle. Quizás por ello, durante los
siguientes 25 años, la prueba se desarrolló de forma bastante irregular. La
segunda edición, en 1836, se mudó a Londres, lo cual generó cierta disputa de
preferencias, pues Cambridge sentía querencia por Londres, mientras que Oxford
por Henley. El recorrido experimentó algunos traslados y variaciones durante
las primeras épocas de la regata. Incluso hubo ediciones en las que se remó en
el sentido contrario al actual, es decir, descendiendo río abajo. Pese a ello,
el recorrido actual, sobre el que más adelante volveremos, parece definitivo,
pues lleva decenas y decenas de ediciones de consolidada reiteración. En este
sentido, ni mucho menos se rema contracorriente, porque siempre se programa un
horario coincidente con los momentos de marea ascendente.
La edición de
2020 es la número 166 en el caso de los hombres y 75 en el de las mujeres. Más
tarde haré alguna referencia a los avatares sufridos por la prueba femenina.
Por el momento baste señalar que esta es la quinta vez, en toda la historia, en
la que las regatas femenina y masculina comparten el mismo día y el mismo
recorrido.
Como no podría
ser de otro modo, en un evento con una trayectoria tan longeva, la historia de
la regata está cargada de anécdotas. Sufrió algunas interrupciones por causas
diversas, principalmente por sendas guerras mundiales. Y también llegó a
celebrarse en versión “no oficial” hasta en cuatro ocasiones. En 1912, con un
tiempo de perros, naufragaron ambas embarcaciones. Oxford iba ganando y pudo
orillarse para achicar y continuar, pero no hizo falta porque Cambridge, retrasado,
no podía continuar, ¡victoria para los de azul oscuro!. Naufragios ha habido
varios por parte de sendos bandos, aunque creo que más en el caso de Cambridge.
Y también alguna que otra colisión.
Las chicas de Cambridge en pleno esfuerzo en aguas bastante revueltas. (Imagen: Mathew Childs - Reuters).
Únicamente en
una ocasión el asunto quedó en tablas. Fue en 1877, cuando el árbitro principal
(entonces único) decretó un polémico empate. Aquel día se reunieron muchos
inconvenientes: mal día con escasa visibilidad, ausencia de unos ya clásicos
puntos de referencia para facilitar la alineación visual en la línea de meta, y
el hecho de que aquel juez había cumplido ya los 70 años y era tuerto. Parece
un chiste pero no lo es, el caso es que Oxford se sintió claramente perjudicado
y fueron muchas, y de lo más variopintas, las historias e interpretaciones que
corrieron al respecto. La polémica regresó a los medios hace relativamente
poco, en 2012, cuando un manifestante australiano interrumpió la carrera como
protesta contra los recortes, el elitismo, etc. El juez principal tuvo que
detener la regata en determinado punto del recorrido y la prueba se reanudó un
tiempo después, desde aquel punto, pero con los botes saliendo sin diferencias.
Lo que no pudo haber, fue cronometraje. No se decidía la regata sin cronómetro
desde sus épocas pioneras. Una vez reanudada la competición hubo un contacto
entre las parlamentas, a causa de la cual Oxford partió un remo. El árbitro
interpretó que aquel incidente había sido culpa del propio Oxford y se debía
seguir adelante. Finalmente, Cambridge se adjudicó la victoria, mientras que el
proa de Oxford sufrió un colapso por sobre-esfuerzo y debió ser trasladado de
urgencia. Ante tal panorama, la celebración de los vencedores fue,
probablemente, la más discreta de la historia.
Parlamentas en contacto. (Imagen: universityrooms.com).
Las traineras de Pedreña y Orio en plena disputa. También hay roces ocasionales en banco fijo.
Ya que
hablamos de embarcaciones podemos hacerlo de motines. Que se sepa, en la historia
de ambos equipos ha habido dos. Ambos en Oxford. No es que fueran motines
surgidos a bordo ni en plena regata, sino una especie de intentos de golpes de
estado por parte de los integrantes del equipo durante su periodo de
preparación. El primero ocurrió en 1959, cuando parte de la tripulación quiso
remplazar, finiquitar o sustituir a su presidente. La figura del presidente de
cada equipo es parecida a la del capitán, es un remero designado por cada
universidad que finalmente tiene la potestad de configurar la alineación
titular (aunque para ello tienda a respetar la que proponga el entrenador).
Presidente del equipo, juntas de los clubes, representantes de diferentes
equipos de remo de cada una de las dos universidades, etc. Son todas figuras y
cargos que ostentan funciones y roles complejos, relacionados con protocolos
que se han ido acuñando a lo largo de más de un siglo de tradición deportiva.
De hecho, en aquella ocasión, ciertos representantes de Cambridge resolvieron
salvar al presidente de Oxford, lo cual acabó disolviendo el motín.
Curiosamente, al final, Oxford, sin algunos de los amotinados, acabó ganando el
desafío.
Pero en 1987
volvieron los nubarrones para oscurecer el ambiente de entrenamiento de Oxford.
Tras haber sufrido una severa derrota el año anterior, a través de un remero
norteamericano, el equipo consiguió enrolar a otras cuatro figuras del equipo
nacional de los EEUU. Durante el largo proceso de entrenamiento fueron
surgiendo varias desavenencias entre los “yanquis” y el entrenador, del que
criticaban unos métodos de entrenamiento excesivamente extenuantes, en su
opinión anticuados, y con exceso de trabajo de “tierra”. Para colmo, quisieron
sacar del barco al presidente, quien disputaba el puesto a uno de los suyos. Su
pedigrí deportivo y otros factores hicieron que parte importante del resto del
equipo se dejara llevar por el motín. Pese a ello, el desenlace trajo consigo
la expulsión de los americanos y la victoria de Oxford en la regata contra todo
pronóstico. Del asunto, no mucho tiempo después, surgieron libros defendiendo
sendas versiones. Uno de ellos, ofreciendo la versión del entrenador, fue
publicado como respuesta a otro que abogaba por la razón de los amotinados.
Aquel libro, el de respuesta, parece que fue bastante duro, contundente y
crítico, y sirvió de base argumental de la película “True Blue” (dirigida por
Ferdinand Fairfax), una cinta bonita de ver, y entretenida para los amantes de
este deporte.
El asunto de
los motines en el remo no debe tomarse a la ligera. En mi trayectoria como
preparador físico de traineras, he llegado a ver hasta tres. Y no es que los
remeros puedan ser considerados como piratas o galeotes encadenados al remo por
algún pasado delictivo. No, lo que pasa es que se trata de un deporte que integra,
como ningún otro, el esfuerzo individual con el colectivo. Entrenando y
compitiendo en remo se sufre mucho. Muchísimo. Es una actividad tremendamente
exigente y dura. Y el proceso de montar un equipo numeroso (ocho remeros en el
caso de esta regata, y trece para una trainera) es a la vez selectivo y plagado
de tantas variables intangibles que puede acabarse interpretando como oscuro.
Cada remero quiere lograr un puesto individualmente, mientras que cada
entrenador busca que el barco rinda como unidad colectiva. El estilo de palada,
la frecuencia, el ritmo, son factores que van mejor o peor a las cualidades de
cada miembro del equipo. Unas favorecen a unos y otras a otros. Los remeros,
además, tienen sus amistades, sus vinculaciones emocionales y se alían o
enfrentan a través de diversas dinámicas sociales internas nunca declaradas.
Esto último hace que cualquier intento de comprobación de rendimiento entre dos
remeros de un mismo equipo resulte imposible, salvo que se haga por vía menos
específica (remoergómetro o bote individual), porque de otro modo, sus
compañeros de tripulación durante el test, se esforzarán, más o menos, en
función de su mayor o menor apego a los evaluados. Por otro lado, se sabe que
la suma de figuras excelentes no garantiza la mejor combinación de tripulación.
Aquí, tanto o más que en la “sogatira” o en muchas otras tareas colectivas, el
denominado efecto Ringelmann causa estragos. Maximilien Ringelmann fue un
ingeniero francés que entre los años 1882 y 1887 estudió el rendimiento grupal,
precisamente, mediante ejercicios de tirar de una cuerda. Hizo pruebas con
equipos que iban desde uno hasta ocho miembros, concluyendo que: a medida que
el número de miembros que tiraban de la cuerda era mayor, el esfuerzo de los componentes del grupo disminuía progresivamente. Este fenómeno, que otros llaman efecto
polizón, parece explicarse por dos tipos de causas: primero, motivacionales, la
combinación de la desmotivación ante tareas esforzadamente repetitivas, con la
confianza en que los demás cubrirán el aporte necesario (piensen ustedes en el
asunto de los impuestos, por ejemplo); segundo, problemas relacionados con la
coordinación de los desempeños individuales durante la acción grupal (algo
fundamental para que un bote a remo navegue fino y bien). Como decía, aunque no
me afectaron directamente a mí, pude ver crecer de cerca, incluso evaluar, tres
motines de equipo de remo: uno contra el entrenador, y otros dos, contra sendos
entrenadores-remeros. Nada agradable, aunque todo hay que decirlo, si eres una
persona interesada en la observación de la condición humana… interesante.
Pedreña en una de las épocas en las que formé parte de su equipo técnico.
Actualmente,
el asunto de “The Boat Race” (como se denomina la regata Oxford-Cambridge) es
cosa de cuatro clubes: OUWBC, OUBC, CUWBC y CUBC. O lo que es lo mismo: OXFORD
WOMEN UNIVERSITY BOAT CLUB, etc. El OUBC (hombres) se creó en 1829 con el único
objetivo de ganar la primera regata. Su
presidente (remero) es elegido anualmente siguiendo unas bases. Su color
corporativo es el azul oscuro. Ambos clubes nutren sus equipos con una selección
de remeros de los diferentes centros de remo de todos aquellos Colleges
pertenecientes a sus respectivas universidades. El color de Cambridge es un
azul celeste muy pálido (casi verde), en cuyo origen parece tener algo que ver
su fusión con Eton, pues se sabe que, en un primer momento, Cambridge compitió
de rosa. El Club fue fundado en 1928. Ambos equipos tienen un barco titular y
otro de reserva. De hecho, los de reserva también se enfrentan entre sí cada
año. Los botes de Cambridge son Cambridge y Goldie, mientras que los de sus
oponentes son Oxford e Isis. A los remeros se les supone un estatus de
deportistas amateur, ya que han de ser estudiantes realmente matriculados en
sus respectivas universidades. Ello no es impedimento para que se den casos de
que haya algunos remeros olímpicos enrolados y se sigan programas de entrenamiento
muy próximos a lo que podríamos considerar como dedicación profesional. Sin embargo, el estatus académico ha de ser real,
y en ninguno de los dos casos las respectivas universidades ofrecen ventajas
para matricularse a potenciales remeros de interés, o facilidades especiales
para entrar y cursar estudios que, además, han de ser de al menos dos años de
duración. Este es un asunto que ha estado cerca de irse al carajo en algunas
ocasiones, tal es la rivalidad deportiva entre ambas entidades. Afortunadamente, el evento y la tradición no han sucumbido, tal y como viene
ocurriendo con casi todas las demás manifestaciones deportivas de alto impacto,
en las que el máximo nivel competitivo acaba infiltrándose, acaparándolo todo y
arrasando con el espíritu de muchas de las competiciones con más abolengo.
El balance
actual arroja una ligera ventaja a favor de Cambridge y lo hace en todas las
categorías: 84 victorias en hombres contra 80; 44 contra 30 en mujeres; 31 – 24
en el barco de reserva masculino; y 27 – 20 en el de reserva femenino. Pero no
hay que fiarse, porque la disputa permanece y experimenta flujos y cambios de
tendencia, tal y como demuestra el siguiente gráfico:
Evolución de victorias de los cuatro botes implicados en la regata. (Imagen: wikipedia).
En lo que
respecta a la regata femenina, es un claro ejemplo de conquista progresiva no
exenta de dificultades. Su trayectoria se inició en 1927, prácticamente un
siglo más tarde. Desde entonces sufrió una cambiante evolución, tanto en saltos
de fechas de celebración, como en localización del recorrido e incluso en
distancias sobre las que competir. Su estabilidad real se consolidó a partir de
1964. Aún entonces, la regata femenina se encontraba una manifiesta y masiva
oposición por parte del público, que consideraba que no se debía permitir a las
mujeres participar en tal evento. Todo un nefasto comportamiento clásico que ya
conocemos de la evolución histórica de otras disciplinas deportivas y muchos
otros campos de la civilización humana. En los años setenta, su regata se
trasladó a la zona de Henley. Desde entonces, sus estándares de rendimiento no
han hecho más que crecer y ahora, desde 2015, la prueba se celebra en el mismo
escenario y recorrido que la de los hombres. Los barcos de reserva de las
chicas con el Osiris (Oxford) y Blondie (Cambridge).
Una de las primeras regatas femeninas. (Imagen: theboatrace.org).
Los primeros
años, las chicas se disputaban el trofeo en desempeños separados, en los que se
valoraba el tiempo empleado y el estilo de remada. A partir de 1935 empezaron a
competir simultáneamente, sobre distancias de 500 yardas o media milla, celebrándose
en diversos lugares, tanto en zonas de remo de Oxford o Cambridge, como en
diferentes tramos del Támesis. El OUWBC fue fundado en 1927, un año antes de la
primera regata y aunque su historia está cargada de derrotas, en la actualidad
está mostrando una excelente racha de victorias. El CUWBC fue fundado bastante
más tarde, en 1941. Hasta entonces, quien representaba a la universidad en la
regata era el club de remo del College Newnham. En la edición de 2019, en la
confrontación entre los barcos de reserva, el Blondie de Cambridge, como viene
siendo habitual, derrotó al Osiris de Oxford. En el de color azul claro iba enrolada
una remera española: Adriana Pérez Rotondo, madrileña que está cursando en
dicha universidad un doctorado en neurociencia computacional. Ganaron, y a
Adriana, que calcula permanecer allí unos tres años más, le gustaría acabar
formando parte de la tripulación del primer barco. Fácil no será, ya que,
tradicionalmente, el CUWBC viene siendo un yacimiento casi permanente de
remeras para el equipo olímpico británico. Su caso tiene mucho mérito porque
Adriana nunca antes había remado hasta llegar allí. Había practicado triatlón a
nivel de aficionada.
Adriana Pérez Rotondo a bordo del Blondie. (Imagen: Marca).
Entre los
hombres, históricamente, destaca la figura de Boris Rankov, que ganó seis veces
con Oxford (entre 1978 y 1983). En tres de esas ocasiones remando como “cuatro”
y en las otras tres como “cinco”. Su destacado caso llevó al establecimiento de
la llamada regla “Rankov”, según la cual ningún remero podrá competir más de
cuatro veces como estudiante no graduado y otras cuatro como postgrado. Rankov
ha sido el juez de la prueba en cuatro ocasiones, y es profesor de historia
clásica en la Royal Holloway University of London. Entre sus investigaciones
prácticas, destaca una en la que lideró la reconstrucción de una galera
trireme, a modo de estudio práctico de las utilizadas en el Mediterráneo por
los fenicios, griegos y romanos. El barco construido en su proyecto de arqueología
práctica es una versión ateniense, se llama Olympias y tuvo a la mismísima Armada
Griega como entidad asociada al proyecto.
Boris Rankov. (Imagen: Katie Chan - Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=39678563).
La espectacular trireme Olympias. (Imagen: ekathimerini.com).
Más popular
actualmente, pero menos meritorio en cuanto a resultados, es el caso del
actor Hugh Laurie (Doctor House) que
trató de seguir los pasos de su padre, quien ya había logrado la victoria con
Cambridge e incluso se adjudicó una medalla de oro en los JJOO de Londres en
1948. El hijo participó en la regata en una única ocasión, en 1980, y
perdieron.
El actor hecho un chaval (Imagen: telocuentodecamino.com).
Otro caso
peculiar fue el de los gemelos Cameron y Tyler Winklevoss, que remaron para los
EEUU en los JJOO de 2008 (quedando sextos) y compitieron en el equipo de Oxford
de 2010. Su fama les vino, posteriormente, por haber sido co-fundadores de Facebook
(en realidad lo que hicieron fue crear una red social con otro nombre, en la
que “el otro” se basó para desarrollar la suya. Tras la correspondiente
demanda, los hermanos se embolsaron 65 millones de dólares). Sin embargo, no se
puede tener todo en la vida, en la regata, con Oxford, perdieron.
Los hermanos Winklevoss remando para Oxford. (Imagen: Richard Heathcote - Getty).
El recorrido
de la regata tiene una longitud de 6,8 km, río arriba. Desde Putney a Mortlake.
Al equipo que gana el sorteo de moneda previo le corresponde elegir por qué
lado (o “estación”) del río disputar la regata. Dichas estaciones son
denominadas Middlesex y Surrey (norte, orilla izquierda del río, pero derecha
en el sentido de la regata, y viceversa, respectivamente) y ambas presentan
ventajas e inconvenientes ya que el recorrido dibuja varios meandros. La salida
se da en Putney Bridge. Más adelante reman bajo Hammersmith Bridge y Barnes
Bridge, para finalizar poco antes de Chiswick Bridge. Este trazado se ha venido
empleando para la regata desde 1845 hasta ahora. Excepto en tres ediciones:
1846, 1856 y 1863, en las que pese a recorrer el mismo itinerario, se disputó
en sentido contrario. Los puntos exactos de alineamiento de las líneas de
salida y llegada están marcados por sendos mojones de piedra, levantados en el
paseo de ribera. Son las denominadas University Race Bone Stones (URB). La
primera se alinea con un par de barcos que se colocan a su altura en el río. La
segunda con respecto a un poste colocado en el lado opuesto (Middlesex).
Primeros lances de la regata. (Imagen: menzig).
A la altura
del puente de Hammersmith la ventaja de remar por el lado de Surrey puede
manifestarse. Según las estadísticas, el 80% de los barcos que han encabezado
la prueba al pasar por allí, han acabado venciendo la regata. Sin embargo, si
tales estadísticas se filtran, centrando su revisión en las últimas dos
décadas, esa previsión se tambalea. Si las embarcaciones van lo suficientemente
parejas, el patrón del lado de Surrey puede intentar trazar un rumbo que vaya
obligando al otro bote a tener que irse abriendo mucho, sumando más metros a su
recorrido. Pero la estrategia tiene que andar jugando con cuidado con el nivel
de permisividad que aplique el árbitro. Al acercarse a Chiswick Eyot, donde hay
una pequeña isla, se presenta un tramo recto en el que la disputa puede
resultar muy directa y decisiva. Antes, durante y después de esa zona, los
vientos pueden tener mucha influencia sobre el rumbo a trazar. Los dos récords
de la prueba, el de hombres y el de mujeres, actualmente están en poder de
Cambridge, pero como las condiciones son cambiantes de un año para otro, y la
evolución del rendimiento de los remeros, la tecnología de los botes, los
sistemas de entrenamiento, etc. también van mejorando, no es esta un
competición en la que la marca sea importante. Lo relevante es quién gana en
cada edición. En cualquier caso, las mejores marcas vigentes son: 16 min 19 seg
para el barco masculino y 18 min 33 seg para el femenino. Establecidos en 1998
y 2017 respectivamente. Sin duda, se trata de una prueba muy larga para lo que
se estila en el remo de élite, el cual vive a la sombra de los JJOO, en los que
todas las pruebas de todas las modalidades, categorías, número y género de los
remeros, y modelos de barco se disputan en calles rectas no invasivas y sobre
una distancia fija de 2000 metros.
Mapa del recorrido. (Imagen: theboatrace.org).
La prueba es arbitrada
por un “viejo Azul”, que provine, alternativamente, año tras año, de Oxford o
de Cambridge. Básicamente, el reglamento dicta que cada bote ha de remar por su
lado, aunque disfrutando de agua libre (sin molestar al otro) puede acercarse a
la orilla opuesta a conveniencia. Si esa distancia se corresponde con un largo
de barco, el de delante puede incluso cruzar su rumbo con el del perseguidor.
En cualquier caso, ambas tripulaciones deben remar bajo los arcos centrales a
su paso por los puentes de Hammersmith y Barnes. Como toda persona que haya
remado en casi cualquier tipo de embarcación sabe, cuando no hay calles
precisas por las que se esté obligado a avanzar, en aguas más o menos abiertas,
siempre hay un rumbo concreto por el que resulta más ventajoso desplazarse.
Puede ser a causa del viento, la corriente, la distancia geométrica, el calado…
los patrones expertos lo saben y lo notan enseguida, y ello hace que los barcos
pretendan ir, muchas veces, por el mismo lugar, disputándose la preferencia y acercándose
entre sí peligrosamente. Ahí es cuando el árbitro tiene que emplearse a fondo,
intentando mantener a raya al bote que pretenda lograr ventaja mediante alguna
“falta”. Podría llegarse incluso a la descalificación de uno de los dos
contendientes, pero, en tiempos modernos, esto únicamente sucedió en 1990 y fue
en la regata de los barcos de reserva. En ocasión más reciente, 2001, el
árbitro ordenó detener la competición tras un choque de palas, para reiniciarla
acto seguido. El resultado fue una edición muy controvertida, y desde entonces
se ha ido creando un panel de árbitros expertos en el que hay cuatro miembros
procedentes de cada universidad, para ayudar al juez principal.
Equipo de Cambridge, La Revue des sports, 2 avril 1890, p.1027. (Public
Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=61934516).
Equipo de Oxford, La Revue des Sports (Paris), 29 mars 1890, p.1019. (Public
Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=61934546).
Ante eventos
deportivos de este tipo, enormemente prestigiosos pero muy alejados de los
formatos y estándares olímpicos o federativos, siempre ronda la duda sobre cuál
sería el rendimiento comparado entre los remeros de los botes de la élite de
estas universidades y los de las mejores tripulaciones del mundo del remo de
pista. Las comparaciones son odiosas y en realidad estériles, salvo para
algunos periodistas a los que a veces les da por alimentarlas, recurriendo a
métodos de evaluación frecuentemente chapuceros y faltos de rigor técnico y
científico (soy crítico en esto porque hace poco vi un disparate de
“comparativa” entre un jugador de fútbol en pleno partido y un atleta de
velocidad de la élite mundial, cuyo tratamiento era como para llorar). En este
caso, además, son doblemente odiosas. Para empezar, por toda una batería de
argumentos de tipo técnico que hacen poco comparables ambos tipos de
rendimiento:
- Por mucho que entrenen y se dediquen al remo los tripulantes de ambas universidades, cosa que hacen, no llegan a la dedicación exclusiva y profesional que empeñan los remeros olímpicos. Lo mismo que tampoco el nivel de apoyo suministrado por sendas universidades se corresponde con el disponible por parte de los equipos nacionales de las principales potencias mundiales del deporte (bioquímica incluida).
- Tampoco la selección de partida es equiparable. Con mayor o menor flexibilidad, los remeros de Oxford y Cambridge han de ostentar cierto nivel académico, mientras que para la selección de talentos deportivos los equipos nacionales disponen de total libertad, ampliando enormemente sus yacimientos. Sabemos que ha habido remeros olímpicos enrolados en las tripulaciones universitarias, pero han sido casos concretos, en los que han coincidido muchos factores para que fuera así.
- Las temporadas de entrenamiento y competición son completamente diferentes entre ambos ámbitos. La de esta gran regata es una temporada más invernal y bastante más corta. Con menos competición de calidad y separada del “circuito” del Alto Rendimiento mundial.
- Estos universitarios han de aprender a remar en condiciones muy adversas, con oleajes que, en ocasiones, provocan naufragios o llegan a estar cerca de hacerlo. Condiciones para las que hay que prepararse y que jamás se dan en las otras competiciones, en las que si la meteorología es adversa, se suspenden las regatas. Esto mediatiza la preparación y el entrenamiento, porque en el segundo caso se entrena para ir muy rápido en condiciones bastante ideales, mientras que en el primero se entrena para remar casi en cualquier condición. Lo cual a veces implica ser capaz de avanzar lentamente, pero más rápido que el barco contrario.
- Y por último está el tema de la distancia. Casi 7 km contra 2, de aguas algo abiertas y pista, respectivamente. Ello supone un tiempo de esfuerzo de algo menos de seis minutos para los “ochos” olímpicos (todos los barcos de hombres ganadores bajan de los siete minutos, incluso los de un remero), comparado con los 16 minutos largos de la regata del Támesis. Ello implica demandas fisiológicas suficientemente alejadas como para requerir preparaciones diferentes e, incluso, hasta perfiles deportivos algo distintos. Básicamente, el componente aeróbico cobra más importancia relativa en el río, mientras que en la pista el componente anaeróbico, sin ser predominante se hace bastante más presente. Todo ello tiene que ver con la fuerza específica aplicable y algunas cosas más.
- Independientemente de todo lo anterior, que a nadie le quepa duda, los remeros de élite son mejores que los de las dos universidades británicas. ¡Claramente mejores! No hay ninguna discusión al respecto. Si alguien se empeña en escarbar más en la cuestión es porque quiere establecer algún tipo de ambigua medición del tipo de: un poco mejores, muchísimo mejores, etc. Ha habido épocas en las que, para los remeros olímpicos, esta regata estaba considerada como una especie de manifestación folclórica, rayando en cierto desprecio hacia ella. La verdad es que el nivel de empeño que actualmente invierten los equipos en su preparación está consiguiendo que, en los últimos tiempos, de cara al público, entendido o no en el asunto, muestren un nivel más que suficiente como para darle emoción, prestancia deportiva y justificación de la atención.
Estas últimas
reflexiones tienen que ver con la segunda odiosa naturaleza comparativa que
habíamos dejado aparcada, la cual surge de la manía de pretender medir,
generalizar, simplificar y someter toda manifestación deportiva a unos patrones
globales habitualmente marcados por las esferas olímpica o federativa. Lo han
intentado con el tenis, el golf, el baloncesto y casi cualquier tipo de
disciplina deportiva. Pero la NBA no se achica, ni el Masters de Augusta, ni
Roland Garros, ni un largo etc. de eventos con gancho, tradición o buen hacer.
Hace años que en España se cargaron los verdaderos Juegos Escolares, los cuales
fueron fagocitados por la organización federativa con el beneplácito (y alivio)
de las administraciones públicas. Para eso, los anglosajones (en este caso los
británicos, y en otros muchos los norteamericanos con su imponente sistema
deportivo universitario) son muy mirados. Probablemente por cuestiones de
tradición pionera, el sentido de la competición vinculada a los sistemas
académicos cobra especial relevancia para ellos. Esta regata del Támesis es un
buen ejemplo de ello, por lo que, el nivel comparado de estos remeros con los
otros está completamente fuera de lugar. Esto es una competencia universitaria,
y parte de su mérito está en que, pese a ello, es capaz de movilizar e
interesar a millones de personas. Por eso mismo me declaro fan de la regata
escolar de traineras Galerna del Cantábrico, de la que ya di referencias en
alguna ocasión anterior. En su caso, con gran acierto, se recupera parte de ese
sentimiento académico-corporativo que, bien empleado, acaba convertido en un
magnífico recurso educativo. En su caso no promueve una competencia bilateral
entre dos instituciones académicas rivales, sino que tal rivalidad se
distribuye mucho más y acaba fluctuando con el paso del tiempo, lo cual, todo
hay que decirlo, resulta incluso más sano.
Salida de una final en una edición del Memorial Galerna de Cantabria para estudiantes.
Ya he contado
alguna vez que la pasada temporada estuve remando un poco en trainera. A causa
de ello, este año me he involucrado en algunos de los proyectos que tiene en
marcha la asociación Navigatio. Uno de ellos consiste en un proceso continuado
de entrenamiento de una tripulación de veteranos que anda barajando una corta
lista de objetivos muy sugerentes. Para ello, aparte de la preparación
individual que cada uno pueda llevar a cabo por su cuenta, como colectivo, nos
reunimos un par de veces a la semana para remar juntos. Un día de labor para
ejercitarnos en un foso, y una sesión de fin de semana saliendo a remar en la
trainera. Como actividad complementaria, con un carácter más social y cultural,
a uno de nuestros “directivos” (Chepe) se le ocurrió que podíamos quedar para
celebrar una comida y, de paso, ver juntos la retrasmisión de la regata
Oxford-Cambridge (The Boat Race) emitida por la BBC. Para ello buscó un local
muy especial: el centro de estudios de inglés Queensgate International College
de Santander, donde dispondríamos de un acogedor salón, pantalla grande y hasta
un taller de cocina en la que organizar nuestro propio almuerzo. Ni que decir
tiene que me pareció una propuesta de lo más apetecible, por lo que me sumé a
ella con ganas.
De inmediato,
me acordé de un polo de rugby de manga larga que sería ideal para llevar puesto
ese día. Hace años (demasiados), uno de mis cuñados viajó al sur de Inglaterra
y a Gales en una especie de gira amateur de rugby. Le encargué que me comprara
una camiseta de la selección de rugby de Gales pero no cumplió con mi encargo
exactamente. Lo que me trajo fue otra bien distinta. Era una de tipo
conmemorativo que se había diseñado para celebrar el tradicional encuentro
entre los equipos de rugby de Oxford y Cambridge. Tenía un escudo del “match”,
una pequeña leyenda, e integraba los colores de sendos equipos, combinados con
el blanco. La prenda estaba muy bien y tenía un simbolismo deportivo-histórico
muy interesante. El problema es que, tras décadas de uso, llegado este momento,
hacía poco que me había desprendido de ella por su mal estado. ¡Qué lástima!
Ahora sí que la iba a echar de menos.
Foto de archivo familiar con el viejo polo conmemorativo Oxford-Cambridge de rugby.
Tanto, que no
pude evitarlo y me pasé, virtualmente, por la tienda oficial de la regata y…
¡pequé! Repuse mi prenda conmemorativa con otra de distinto diseño, mismas
connotaciones, pero específicamente dedicada a la confrontación de remo. Y eso iba
a ser lo que decidí que me pondría para ir a nuestro evento social.
Foto actualizada con los nuevos polos de The Boat Race.
Nuestro
uniforme (de pareja) era neutral, integraba equivalente referencia a sendas
tripulaciones, lo cual representaba bastante bien mi preferencia para esta
regata: ninguna. Sin embargo, tengo que reconocer que, de pequeño, recuerdo que
cuando la cultura popular española importaba binomios anglosajones (algo que
era frecuente), de manera inconsciente e irracional, tendía a inclinarme en
favor de alguno de ellos. Oxford-Cambridge, Beatles-Rolling Stones,
Liverpool-Manchester, etc. fueron algunos ejemplos, y en todos ellos opté, en
aquel momento, por la primera opción, sentimiento de afiliación que, con el tiempo,
se ha desvanecido totalmente. Ahora bien, por eso de velar por el eterno
interés del evento y el ingrediente que una sostenida rivalidad en el mismo
representa, en esta ocasión prefería que Oxford se llevase el gato al agua. A
ser posible en las cuatro regatas: las masculinas y las femeninas. Por eso de
acercar las cifras de victorias acumuladas, que por el momento sonríen más a
Cambridge.
A medida que
el evento se ha ido aproximando, el efecto de un fenómeno global no previsto
sobre la regata se fue haciendo más drástico. Me refiero, cómo no, al COVID-19.
A un mes vista de la regata, nuestros
planes eran los explicados para su celebración (fechada el 29 de marzo). El 10
de marzo ya tenía en mi poder nuestra vestimenta conmemorativa. El 14 de marzo
ya quedaba "normativamente estipulado" que no podríamos reunirnos con el resto de
miembros de Navigatio, por tener que cumplir con las directrices de
confinamiento. Todavía nos quedaba la opción de verlo por nuestra cuenta en
casa, a través de Internet, para posteriormente comentarlo por mensajes con los
demás y poder rematar esta entrada con algún resultado. Pero, tal y como
pintaba el asunto, definitivamente, el 16 de marzo (por la tarde), el comité
organizador daba por suspendida la regata.
“Dada la situación sin precedentes que encara
nuestro país y cada uno de nosotros como individuos, el bienestar público
supera con creces el resto de consideraciones. La cancelación de The Boat Race
es con claridad la decisión correcta, pero no sin tristes consecuencias.
Nuestro pensamiento está muy cercano a los deportistas que han trabajado muy
duro y han hecho inmensos sacrificios para representar a su universidad y ahora
no pueden hacerlo”. Robert Gillespie.
No es la
primera vez en su larga historia, puede que tampoco sea la última en la que la regata se ve suspendida. En cualquier
caso, tras 165 ediciones celebradas, parece evidente que sobrevivirá. Confío en que el año próximo la podamos
volver a disfrutar, y que sea por muchas décadas.