Desde que comencé con esta
afición por las bicicletas clásicas siempre quise disfrutar de una “pionera”.
Tal concepto puede resultar de carácter más bien difuso o provocador de
confusión, una especie de manga muy ancha, al estilo de las de los imaginados
magos o brujos de antaño, en la que todo cupiera. Y como la gente tiene la
tendencia de abusar y tratar de meter con calzador o a empujones lo que
claramente no es, dónde él o ella desearían tenerlo clasificado, pues luego uno
se encuentra lo que se encuentra por ahí. Vaya por delante que el concepto de
bicicleta “pionera” no existe como tal, se emplea aquí o allá, pero como es
lógico, de forma relativamente laxa. Si nos pusiéramos rigurosos, la primera
categoría de bicicleta antigua la conformarían las Draisianas, o lo que es lo
mismo, bicicletas sin pedales que se impulsaban a base de zancadas y apoyos de
los pies, mientras se rodaba sentados sobre ellas. Haberlas las hubo, y aún las
hay: tanto réplicas de las originales, que algunos aficionados se llegan a
construir actualmente; como la versión moderna para los niños más pequeños, que
comprobado ha quedado: resulta el mejor método de progresión de aprendizaje
para montar en bicicleta. Pero no, a ellas no las considero yo bicicletas
“pioneras” sino “primitivas”.
Bicicleta Draisiana según modelo
gráfico de 1817 (Imagen: wikipedia).
El siguiente paso cronológico
(simplificando muchas matizaciones entre los pasos que voy a ir dando aquí) lo
representan las bicicletas de “gran rueda”, a las que vulgarmente solemos
denominar velocípedos. Ellas fueron mayoritariamente las protagonistas de un
ciclismo de ocio, competición e incluso grandes travesías turísticas o
aventureras, anterior al que yo me voy a referir. Hoy en día es caro y
complicado hacerse con un buen ejemplar de biciclo de gran rueda original,
porque escasean y resultan atractivos para coleccionistas y aficionados a las
antigüedades, tanto específicos del ciclismo como generalistas. Lo que si es
factible y se ve con relativa frecuencia por los eventos retro europeos son
unidades fabricadas actualmente, en perfecto estado de funcionamiento y con un
logrado aspecto clásico. De hecho, hay aficionados que claramente se decantan
por esta “modalidad” ciclista. Si alguien se anima a ello, aún a riesgo de
asumir una práctica de cierto peligro inherente, le recomiendo que apunte hacia
un mínimo de fidelidad del concepto y descarte velocípedos con la rueda grande
demasiado pequeña. Los hay por ahí, pero ni son lo mismo, ni reproducen lo que
fueron los originales. Tampoco a mí me ha dado por ello, y tampoco es a esos
modelos a los que personalmente les asigno el apelativo de “pioneras”
Thomas Stevens iniciando su vuelta al
mundo (real) en velocípedo en 1887 (Imagen: Karla Verónica Rodriguez (blogspot)).
Dos hermosos velocípedos (réplicas
actuales) presentes en la In Velo Veritas de 2013.
Compañeros de ruta en velocípedos
(réplicas) durante la edición de 2014 en Marmande.
Mi concepto de “pionera” es pues
el de aquellas primeras bicicletas de dos ruedas de similar diámetro, que
transmitían la tracción a la de atrás por medio de la acción de los pedales y la
transmisión de la cadena. Hago una salvedad: algunas de aquellas pioneras
optaron por una transmisión de engranajes (cardan), y por supuesto que personalmente
también las considero “pioneras”, de hecho el cardan es la modalidad de
transmisión por la que me decanto en mi motocicleta, desde hace muchos años. Todas
ellas eran bicicletas por lo general robustas, pero con un aspecto bastante
convencional desde nuestro actual punto de vista. En realidad, la cuestión
diferenciadora está quizá más centrada en los detalles de sus componentes que
en su concepto general. Actualmente en Italia, cuna de la afición formalizada
por el ciclismo retro o vintage, parece que un concepto similar al de
“pioneras” lleva cristalizándo hace unos pocos años. Prueba de ello es que ya
hay algunos eventos en los que se restringe la participación exclusivamente a
ciclistas que utilicen tales máquinas. Y por tales bicicletas se entienden las
que disponen de componentes de las tres primeras décadas del siglo XX. El
ejemplo más claro es la Milán – San Remo Histórica, prueba abierta
exclusivamente para bicicletas anteriores a 1930. La elección de año puede
parecer baladí, pero no lo es en absoluto, ya que es a partir de entonces
cuando empiezan a aparecer algunos componentes que cambian y facilitan
enormemente el desempeño de los ciclistas, tanto respecto al sistema de frenado
como, especialmente, a la adopción de cambios de marchas. En esto comparto parcialmente
criterio con los reglamentos italianos, para mí las “pioneras” son las
bicicletas situadas entre las “Gran Bi” (rueda grande) y justo antes de 1930.
Lo cual se traduce en lo que acabo de explicar y ¡atención! Importantes
limitaciones en lo que a los componentes se refiere. Así pues centrémonos en
los dos componentes principales:
- Frenos: aunque los frenos por presión de taco
sobre la cubierta, accionado el delantero a través de una maneta en el
manillar, fueron anteriores y mayoría en aquella época, pueden también ser
admitidos los de pinza y acción de cable, ya que éstos empezaron a
desarrollarse y popularizarse a partir de los años 10 y 20, sobre todo porque
se inventó el piñón de “rueda libre”, que liberó progresivamente a los
ciclistas de la obligatoriedad inicial del piñón fijo (el cual precisamente
permitía una conducción eficaz sin necesidad imperiosa de frenos
complementarios). Así pues, piñón fijo, frenos de “cuchara”, de pinza o incluso
de tambor (que hace su aparición en 1884 para triciclos y en 1902 en
bicicletas; y con versiones contrapedal desde 1898), quedarían admitidos.
El primer freno contrapedal en el buje
fue fabricado por esta firma americana a partir de 1898. Esta imagen corresponde
a su catálogo de 1908. (Imagen: oldbikes.eu).
Detalle de una trasmisión tipo cardan
original de una bicicleta de la colección de Rafael Occiuzzi.
- Cambios: por supuesto entrarían tanto bicicletas
de piñón fijo como de rueda libre. La cuestión se complica bastante más con
respecto a los propios cambios, los cuales si que empezaron a aparecer (de
forma incipiente y minoritaria) en los siguientes casos que conozcamos:
- Colocación de dos coronas diferentes, una a cada lado del buje, para, dando vuelta a la rueda, conseguir un desarrollo ligeramente distinto. La tensión de la cadena se regulaba con el margen que permitían las patillas traseras. Este sistema apareció pronto y se mantuvo de forma mayoritaria en el Tour de Francia incluso en los años 30. Evidentemente obliga a bajarse de la bicicleta para la maniobra.
- Doble transmisión completa (plato o doble plato más corona o doble corona) duplicada a cada lado del eje de pedalier y del buje trasero. La tensión se conseguía utilizando unas cadenas con grupos de eslabones fácilmente desmontables. En cuanto a la acción del conjunto derecho o izquierdo, se conseguía fijando con los pies unos pasadores que mantenían activos los platos de uno u otro lado. Este sofisticado sistema fue desarrollado por La Gauloise hacia 1910, aunque apenas tuvo producción ni distribución.
Detalle de una de las bicicletas de La
Gauloise. Esta, ya más evolucionada, data de 1924 y presenta hasta triple plato
en el sistema de la izquierda (Imagen: Associazione Velocipedistica
Piemontese).
- Pedaleo retro-directo: la cadena dibuja un complicado circuito que incluye un cruce de la misma, dos coronas y un tensor. Además dispone de doble plato con desviador accionado por una palanca. Cuando se pedaleaba normal se llevaba un desarrollo convencional, pero al pedalear en sentido contrario (hacia atrás) el desarrollo puesto en funcionamiento era mucho menor. Su utilización proliferó algo en la década de los años 20 comercializada por Hirondelle. La cafetería del Col de Tourmalet tiene una de estas bicicletas colgada como adorno decorativo en una de sus paredes.
Detalle parcial del sistema
“Retro-Directe” de Hirondelle. Se trata de una bicicleta expuesta temporalmente
en Gijón.
Catálogo o publicidad de un modelo
Hirondelle con sistema “Retro-Directe” publicado en 1907 (Imagen: manufrance.files)
- Cambio de 3 velocidades dentro del buje trasero, creado por Sturmey Archer en 1902, y fabricado con muy pocas modificaciones hasta la actualidad.
Publicidad de 1919 sobre un test de
ciclismo de alta montaña llevado a cabo por el Touring Club de Francia en los
Alpes en 1905 (Imagen: itsnicethat.com)
- E incluso, aunque la mayor parte de los desviadores traseros para cambio de coronas se empezaron a desarrollar a partir de 1930, hemos dado con una fotografía fechada en 1928 en la que Lucien Guibert muestra una exclusiva bicicleta de clicloturismo con desviador trasero para varias coronas y doble plato delantero. El problema con esta opción es que resultaba algo excepcional porque no estaba comercializado sino que se trataba de prototipos elaborados artesanalmente por ciclistas muy manitas e ingeniosos o proveedores personales muy innovadores.
Total que, o bien no he aclarado
nada o para determinadas personas, más o menos iniciadas en el mundillo del
ciclismo retro, si que he fijado un punto de partida o una frontera entre lo
que se podría considerar componentes “pioneros” o no. Recordando y advirtiendo,
una vez más, que nos estamos refiriendo a un concepto de carácter bastante
ambiguo y absolutamente personal y extraoficial.
Pero algo que puede parecer tan
complejo en especificaciones queda manifiesto de forma mucho más sencilla
cuando al final, lo que haces es mirar a una bicicleta y valorar si tiene pinta
de “pionera” o no, que es a la postre lo que hacemos la mayoría.
Hermosísima e impecable “pionera”
marca Opel, propiedad de un participante del Tour de Flandes Retro en su
edición de 2014. No perdí el tiempo en evaluar su “autenticidad” total o
parcial, pero en cualquier caso el resultado me parece de lo más atractivo.
Freno delantero de pinza y trasero de tambor contrapedal.
Llegados a este punto, suponiendo
que tenemos más o menos claro el concepto de “pionera”, viene la cuestión de
hacerse con una, para lo cual, básicamente, y en principio, hay dos opciones:
conseguir una original o decantarse por una réplica.
Reconozco que lo auténticamente
puro sería, sin lugar a dudas, conseguir la original. Lo que ocurre es que al
avanzar en dicha opción podemos irnos topando con varias dificultades que
resumo a continuación:
- Dar con un ejemplar auténtico que nos agrade. Misión complicada pero no imposible porque la oferta es reducida, pero afortunadamente haberlas las hay. Lo que resulta infinitamente más complejo es dar con la marca, modelo, talla, etc. que nosotros queramos, o algo que no ande muy lejos de ello.
Bicicleta Humber de 1894 (Imagen:
Jean-Pierre Pradegrave/Vintage Bicycle Press). Algunas “pioneras” originales
pueden llegar a costar algunos miles de euros, mientras que otras escasos
cientos o incluso menos. Todo depende del lugar, el estado de conversación y…
de forma muy poco objetiva, la marca.
- El siguiente problema es el precio: cuanto más original, referenciado, cuidado, etc. sea, más caro va a resultar. Tanto, que en algunos casos va a convertirse en imposible o en un disparate, pues aquí se entra a competir con el mundo de los coleccionistas profesionales y de los especuladores. Ambos, campos de batalla en los que personalmente me niego a poner un pié. Aún así, de vez en cuando se encuentran cosas muy apañadas, originales y apetecibles a precios muy moderados.
Varias “pioneras” originales de una
colección privada expuesta en Marmande. Las tres con freno delantero de tampón
vertical de fricción contra la cubierta, sin cambios y ¿piñón fijo?. La que
está en primer plano tienen un gran espaciado entre los dientes de plato y
corona.
- Las siguientes dificultades vienen ya todas dadas por el proceso de conservación – restauración – puesta en funcionamiento de la bicicleta. Lo raro será que la bicicleta, si ha resultado medianamente asequible, esté completa, funcione correctamente y no requiera recambio alguno (más que raro es imposible, no hay que pensar más que en los mismos neumáticos). Aquí nos empiezan a llover los problemas dicotómicos que simplifico en tres ejes:
o
Estética: desde respetar completamente su “vida”
y las “arrugas” que ésta ha ido dejando en la bicicleta, hasta pretender darle
un aspecto como de recién salida de fábrica. Entre ambos polos: un infinito espectro
de graduación.
o
Despiece: si le falta algo o tiene algo roto,
qué hacer ¿iniciar otra búsqueda, puja… por recambios originales o solventarlo
del modo menos “alejado” del original posible?. ¿Y qué pasa con aquello en lo
que resulta imposible dar con algo original o similar y/o que son elementos
fungibles por el uso (de nuevo el caso de los neumáticos, zapatas…)?. Me temo
que la pureza absoluta está reñida con la utilización real y sólo es
completamente factible en los museos. En la mayoría de los casos de bicicletas
originales que vayan a ser utilizadas de verdad, el mundo de la réplica, aunque
sea parcialmente (calcas, neumáticos, zapatas, tornillos…) se va lentamente
filtrando y “contaminando” el original.
o
Utilización práctica: desde el quiero que
funcione en total estado de marcha pero no la voy a utilizar nada más que para
demostrarlo, hasta el pretender hacerse recorridos de cientos de kilómetros o
exigentes rutas por etapas, pasando entremedio por asistencia a concentraciones
de mínimo kilometraje, participación en marchas retro, etc. Aquí ya llegan las
decisiones sobre si uno mismo va a admitir o no cierto “trampeo replicante” en
cuestión de fiabilidad, ligereza, frenada, comodidad, desarrollos, etc.
Admirada Bianchi de Txema
Santiesteban, procedencia original, claramente restaurada y completada con
elementos retro de fabricación actual o nueva. En este caso tiene freno
delantero por tampón vertical, trasero de pinza y tres coronas diferentes que
se cambian a mano, soltando el cierre y desplazando la rueda hacia adelante o
hacia atrás a lo largo de las patillas.
- Que conste que todos los anteriores dilemas se
dan igualmente entre las bicicletas retro normales y corrientes, es decir
aquellas admitidas en los típicos reglamentos de marchas que las ubican como
anteriores a 1984 (o 1987, según las versiones reglamentarias).
En el caso de que la primera
decisión, anteriormente formulada, nos llevara a optar por una réplica, todo se
vuelve mucho más sencillo, aunque no exento de dudas y obligaciones de tomas de
decisión parciales. El camino de las réplicas ofrece tres opciones principales
(y múltiples derivadas de ellas):
- Adquirir una réplica fabricada. Es lo que ofertan algunas marcas de bicicletas para las máquinas retro en general: bici oficial de la Anjou Velo Vintage, réplica Bianchi vinculada a la organización de l’Eroica, fabricantes de “Gran Bi”, etc. Lo que ocurre es que, concretamente, la oferta de “pioneras” es casi inexistente, a excepción del caso Pashley con sus modelos Guv’nor y Speed 5.
Pashley Guv’nor actual (Imagen:
pashley.co.uk)
- Envejecer o adaptar una bicicleta antigua de una marca concreta hasta “crear” una “pionera” de dicha marca. Esto sería una tarea relativamente sencilla y asequible partiendo de la adquisición económica de ejemplares bastante antiguos y aprovechables de bicicletas de caballero de marcas de referencia que, a su debido tiempo, tuvieron sus propias pioneras deportivas (inglesas como BSA, Raleigh… francesas domo Alcyon, Peugeot… holandesas como Gazelle, Batavus… son opciones habitualmente asequibles para optar por esta solución; con el mercado italiano la cuestión puede resultar algo más complicada).
- Puestos a replicar, partir de lo que se quiera o se tenga, centrarse en una idea y diseño propio y construir uno mismo su propia réplica, que desde un punto “marquista” no tendrá valor alguno, desde la óptica coleccionista similar valor a las dos opciones inmediatamente anteriores (ninguno), pero como proyecto personal, puede acabar resultando de lo más creativo y pleno.
Bicicleta con aspecto “a estrenar” de
un compañero de ruta italiano en la París-Roubaix retro. Todas las piezas están
“nuevecitas” y recién cromadas. Ignoro el porcentaje de autenticidad o réplica
del conjunto, aunque el resultado es hermosísimo, pese a que la “edad” del
sistema de cambio, no es tan antiguo como las típicas “pioneras”.
Personalmente me he decantado por
la última opción. No pretendo con ello convencer a nadie de que lo haga, es
más, la anteúltima me parece probablemente la más práctica, y si no me he decidido
por ella ha sido para dar utilidad a un cuadro procedente de la historia
familiar con el que algo había que hacer. Para quienes tengan fuerte vocación
coleccionista les recomiendo que no se dejen seducir por el mundo de las
réplicas y busquen y rebusquen su joya original. Para los que disfruten con el
“shopping” y reverencien las marcas comerciales, y no quieran tener problemas
mecánicos o de trabajo manual, les aconsejo que disfruten de la adquisición de
una réplica nuevecita y preciosa. Mi alternativa me ha ofrecido mucho
entretenimiento y diversión por varios canales. He tenido que diseñar un
“proyecto de pionera”, me he documentado bastante (actividad que me encanta) y
he podido disfrutar de un laborioso proceso de bricolaje y montaje. El resultado
me satisface sobradamente desde un punto de vista estético y conceptual (esto
es algo siempre muy-muy-muy personal). Ahora tan sólo me queda comprobar
kilómetro a kilómetro y cita a cita si la máquina cumple con las exigencias
para las que ha sido creada, lo cual en mi caso es algo fundamental e
innegociable, pues como no me canso nunca de repetir, me considero un
aficionado practicante, para el que la cualidad prioritaria de sus bicicletas
es que funcionen y puedan ser utilizadas para lo que son.
Y aún a riesgo de que me tachen
ustedes de filosofar demasiado, o de marear la perdiz con aspectos poco
tangibles o demasiado alejados de lo puramente material (lamento no estar de
acuerdo, teniendo en cuenta la poderosa relación que desde siempre ha
alimentado la bicicleta entre lo material: acero, aluminio, piezas… y lo
subjetivo: la estética), permítaseme añadir un último concepto personal,
imprescindible para explicar el porqué de mi elección final de “pionera”. Tal
concepto es el de “Tributo”. El significado de la palabra tributo es el de un
pago debido por diferentes causas, servicios, derechos u obligaciones. Algo que
en nuestro caso se refiere fundamentalmente a impuestos de muy diversa índole.
Sin embargo, el verbo tributar, según la Real Academia del Español, presenta
otra acepción paralela: “Ofrecer o manifestar veneración como
prueba de agradecimiento o admiración”. Algo así como homenaje. En inglés esto
parece aún más evidente. La alternativa inicial de significado (con tres
diferentes matices) que nos muestra en primera instancia la versión estándar de
Internet de Oxford Dictionaries, sugiere la misma línea de significado que la
que hemos explicado con respecto a tributar. Es por ello precisamente por lo
que en música moderna surge la expresión de grupos “tribute” para definir a las
bandas musicales especializadas en ejercer de réplicas de grandes originales de
reconocido prestigio. Quizás el ejemplo más llamativo fuera la actuación de The
Australian Pink Floyd en la mismísima fiesta del quincuagésimo cumpleaños de
David Gilmour… me recreo imaginándome al propio Gilmour disfrutando de un
“gintonic” con sus amigos mientras su
“propia” banda de clónicos (él mismo incluido) interpretaba sus mejores temas.
Cuanta más admiración despierta el artista, más probabilidad tiene de que le
salgan “tributes” más o menos profesionalizados o especializados. Y en lo que a
mí respecta, pagar solamente pago por disfrutar en vivo o grabado de los
originales, aunque en variadas ocasiones me lo he pasado en grande gracias a algún
“tributo” aparecido de forma gratuita. Por poner un ejemplo de esto último
valgan las sorprendentes interpretaciones que de una época concreta de Bob
Dylan ejecutan los cercanos Zimming Point. Al final se trata de lo mismo: estos
grupos surgen ante la desaparición, la mayoría de veces irreversible, de un
estado de funcionamiento de una estrella artística. Nacen pues de la nostalgia
y del vacío producido. Son creados como juego declarado, no como fraude o
imitación engañosa. El tributo (admirativo) en algo se parece al materialmente
saldado (impositivo), ambos se declaran. Pretender hacer pasar una imitación
por un original es un fraude, en ocasiones un delito y cuando menos un “quiero
y no puedo”. Adquirir una réplica o diseñártela tu mismo, declarándolo y con el
apropiado sentimiento de admiración y respeto al original, es un homenaje en
formato lúdico.
Con esto queda
armado mi pequeño rompecabezas de “pionera” de cuatro piezas, a saber: tributo,
estética (desde mi personal punto de vista), asequible (económica y
materialmente) y práctica (con la que poder cubrir algo más de 100 km con
subidas y bajadas moderadas, por ejemplo). Y con tal disposición, únicamente
queda ponerse manos a la obra y, con paciencia y ganas de disfrutar del
proceso, elaborar mi pionera. Y puestos a elegir, sea por la razón que sea, o
mejor dicho por una compleja integración de factores estéticos, históricos,
conceptuales, emotivos y demás… yo me decidí por una “pionera” británica.
Bicicleta de la que daré cuenta en alguna próxima entrada.
Otro ejemplo más de “Pionera” original,
una “Labor”, expuesta temporalmente en Viena. Se trata de una bicicleta muy
referenciada, por lo tanto mítica y lógicamente cara y difícil de conseguir.