Fue en Holanda un año antes,
durante mi participación en el Skate Fresh, donde me enteré de la existencia
del Tour Löwen Skate, el cual, al menos entre lo que yo he podido encontrar a
lo largo de estos últimos años, era el viaje organizado sobre patines que me
quedaba por añadir a mi lista de participaciones. Esta propuesta es un clásico
europeo que ya viene celebrándose desde hace unos pocos años y que reúne a
algunos aficionados de Alemania. En esta ocasión tuve la suerte de encontrar
una inmediata respuesta de acompañamiento entre mis amigos. Jesús y mi hermano
Guti, decidieron embarcarse en la aventura desde el momento en que se
anunciaron las fechas y se abrió el periodo de inscripciones.
La jornada de ida fue estresante
y apretada, ya que por la mañana dirigía y clausuraba un curso de verano sobre
temática deportiva en Colindres, incluyendo el tener que impartir una ponencia
en el mismo. Apenas tuve tiempo para comer, completar una maleta conjunta en la
que poder facturar los tres pares de patines y algunos enseres más, y viajar en
coche a Bilbao para tomar un avión hacia Frankfurt. El vuelo salió con retraso,
aunque el piloto lo compensó bastante durante el viaje. En Alemania se sucedió
un viaje en tren hasta Karlsruhe, un tranvía y un paseo hasta nuestro
alojamiento. Una especie de habitación bungalow ubicada en el patio interior de
una enorme manzana completamente ocupada por el complejo hostelero, incluido
hotel, restaurante e incluso desordenada colección de vehículos antiguos y
estrafalarios. Tanto trajín nos hizo cometer un par de errores: sacar un
billete de tren de más y equivocar el sentido del tranvía en el primer intento.
Total, que llegamos bastante tarde, acalorados y sedientos al echarnos a
dormir.
Prólogo: Karlsruhe-Bühl (Baden) 78km.
La mañana la comenzamos
desayunando fuerte y preparando el equipaje del viaje, dejando la maleta grande
de facturación en el hotel y vistiéndonos de patinadores con una mochila ligera
para el recorrido. Enseguida fuimos viendo gente vestida con el maillot de
anteriores ediciones, colocando equipajes por el hall del hotel. En la primera
jornada nos reunimos unos 50 patinadores, de los cuales aproximadamente 15
pertenecían a la organización. Todos, o alemanes o residentes en aquel país a
excepción de nosotros tres. Cada vez hacía más calor. Mucho, en realidad. Una
vez repartidas pulseras, maillots, documentos informativos, etc. A medio día,
se celebró una breve reunión informativa para dar instrucciones. Aquella, y
todas las demás que se sucederían a lo largo de los cuatro días de viaje, se
desarrollaban en alemán, pero siempre tuvimos a mano amables compañeros de
viaje que nos las resumían en inglés o incluso en castellano. El viaje comenzó
callejeando por Karlsruhe (la ciudad en la que 200 años antes el Barón Karl
Drais puso en funcionamiento su bicicleta) hasta llegar a su palacio, rodearlo
completamente y continuar por un parque. Siempre a un ritmo tranquilo y con los
patinadores colaboradores, que se identificaban fácilmente por ir provistos de
chalecos reflectantes amarillos, blindando todos los cruces existentes a
nuestro paso.
Momentos
previos a la salida en la puerta del hotel. (Foto: Guti).
Abandonado el casco urbano, el
recorrido discurría por carriles para bicicletas, carreteras o esas vías
auxiliares tranquilas que también abundan en Holanda. En cualquier caso esta
etapa prólogo ofrecía un aspecto demasiado urbanizado e industrial. Se rodaba
en formato de gran grupo, aunque bastante estirado y sin una continuidad lineal
entre sus miembros. Había pues, algunos cortes en su seno. Y cada vez hacía más
calor. Excesivo la mayor parte de la jornada. Se hicieron bastantes paradas muy
breves ante determinados cruces, y al cabo del tiempo llegó la primera parada
de avituallamiento. Fue realmente bienvenida y en ella dispusimos de mucha
bebida y algo de picoteo. A lo largo del trayecto se fueron sucediendo algunas
más, pero yo iba cada vez peor. Las larguísimas rectas se me hacían
costosísimas e interminables. Conseguí recuperarme bastante en un agradable
tramo a la sombra y con varias curvas, así como en el paso por el interior de
la terminal del aeropuerto de Baden, en el que se disfrutaba de aire
acondicionado, pero varias paradas más tarde me vine abajo completamente. Al
final, iba tan despacio que decidí retirarme a la furgoneta de apoyo a 6 km del
punto de llegada. Lo peor no fue la retirada, sino la preocupación por mi
capacidad para el resto del viaje, ya que habían sido 73km patinados y cada
etapa de las sucesivas superaban los 100km ¿había llegado con insuficiente
preparación? ¿arrastraba quizá algún estado de fatiga crónica o anemia?
Aquellas eran mis dudas, las cuales, afortunadamente, quedaron despejadas
favorablemente en los días siguientes. Analizada la cuestión, ahora mismo ya
estoy seguro de qué fue lo que provocó aquel “pajarón”: una deshidratación que
empezó a generarse a lo largo de todo el día de viaje y que nos hizo iniciar el
prólogo en condiciones poco recomendables, si a eso añadimos el extraordinario
calor reinante durante toda la jornada, las consecuencias son perfectamente
naturales.
Con Jesús, a
punto de reanudar la marcha. El primer día lo cubrí uniformado con la camiseta
del que fue nuestro club de patinaje finlandés. (Foto: Guti).
El paisaje del primer día me
resultó más bien anodino, con una calidad de firme cambiante, aceptable siempre
e incluso muy buena a ratos. En cualquier caso una buena experiencia, ya que
poder patinar tanto kilometraje sin dar vueltas a un mismo recorrido no es algo
que podamos hacer habitualmente por nuestro lugar de residencia.
La jornada continuaba por la
tarde con una estupenda “pasta party” en la terraza del restaurante italiano
“Carlos”. Una chavalita de una belleza excesiva se encargó de servirnos las
refrescantes cervezas y nos dimos un buen homenaje de espaguetis a la boloñesa.
Fue un estupendo rato de recuperación, con muchas risas que facilitaron
evadirnos del manifiesto agotamiento de los tres. Más tarde dimos un largo
paseo hasta un convento (María) en el que nos alojábamos. Allí se sucedieron
una ducha reparadora, y una última cerveza al aire libre en el claustro
principal del edificio.
Una vista
del convento María en el que nos hospedamos. (Foto: Guti).
1ª Etapa: Bühl (Baden) – Friburgo 113 km (alguno más).
En el Löwen Skate Tour se
madruga, al menos desde una perspectiva española. Lo primero en esta ocasión
fue depositar la bolsa de viaje en una de las furgonetas de la organización,
antes de dar cuenta de un excelente y potente desayuno. Después, bajar
patinando hasta el centro de la localidad, donde oficialmente daba comienzo el
Tour (lo del prólogo era un suplemento que no acaba de ser del todo considerado
como parte oficial del viaje). Esa mañana se doblaba la participación, aunque
salvo nosotros, el resto continuaba siendo, completamente, representación
germana (directa o indirecta). Los recursos organizativos se veían aumentados
con más furgonetas de asistencia, una ambulancia, más patinadores con chaleco y
hasta un par de patinadores de la cruz roja, formalmente equipados. En la
espera previa a la presentación y salida, me di cuenta de que conocía a algunas
personas con las que había coincidido en Holanda. También fui objeto de una
breve entrevista filmada que se sucedería a lo largo de todo el resto del
viaje, ya fuera al inicio o final de cada etapa. El día había amanecido
nublado, gracias a lo cual gozábamos de una temperatura más llevadera. Se
rodaba bastante rápido, aunque pudimos dosificarnos, tratando de evitar una
situación final como la del día anterior. La ventaja es que ese día estábamos
empezando a patinar muchísimo más pronto. El recorrido apenas presentaba cruces
por lo que se avanzaba mucho más kilometraje en el transcurso del tiempo.
Conscientemente aprovechamos todas las paradas para comer y beber. Provisiones
para ello jamás faltaron por parte de la organización en la totalidad del
viaje. De hecho, cada día, cada uno de nosotros, llegábamos a beber, por
ejemplo, hasta casi cinco litros de una bebida isotónica gaseosa que se nos
ofrecía sin límite. Los trayectos resultaron objetivamente mejores que los del
prólogo. Daba la impresión que las etapas oficiales están más maduradas que el
prólogo, que parece más experimental. También el paisaje empezaba a ser más
bonito, en lo rural y en el paso por pequeñas poblaciones. A lo largo de la
etapa fuimos entablando conversación con diferentes personas que se nos fueron
acercando. El exotismo español iba, poco a poco, causando efecto. Los trazados
fueron mejorando y el viaje se iba convirtiendo en una experiencia cada vez más
atractiva y plena.
Los tres
preparados para comenzar. Jesús y yo con el que fuera nuestro primer maillot de
Le Mans hace años.
Típica
parada durante la 1ª etapa oficial. Una vez más la media de edad de los
participantes era elevada, y la presencia femenina cercana al 50%. (Foto:
Guti).
A medio día paramos para saborear
una fantástica comilona en la terraza de un restaurante. Aquello acabó con un
cafetito de rigor y todo. Posteriormente, la tarde iba pasando a lo largo de un
bonito recorrido, un río, etc. La gente, al menos parte de ella, iba “cayendo”
físicamente y varios se subían a las furgonetas en algunos tramos.
Afortunadamente, yo cada vez iba a mejor, nada que ver con el rendimiento de la
víspera. Además, gocé de un generosamente largo y eficaz trabajo de Guti al que
me acoplé de forma eficaz y con el que eventualmente colaboraba empujando a
ratos. A media tarde se nos echó encima una tormenta que empapó todo el
pavimento. Sin embargo, pudimos seguir patinando y, sorprendentemente, el
asfalto no nos dio problemas de agarre. Más tarde, con el suelo seco de nuevo,
Jesús se retiró en el km 103 tras una caída (afortunadamente sin
consecuencias). Tuvo bastante mala suerte con este viaje ya que poco tiempo
antes del mismo le surgió una tendinitis de talón de Aquiles que le estuvo
molestando mucho mientras patinaba. Su capacidad de aguante y su sentido común
hicieron que, a pesar de tan notorio hándicap, pudiera completar y disfrutar,
de la casi totalidad del tour.
Saludando a
la cámara en marcha. (Foto: Guti).
La entrada a Friburgo resultó
excelente: ancha, con mucha vegetación, un firme ideal y un itinerario duro a
causa de las sucesivas cuestas (ascendentes y descendentes). Como el hotel
estaba a las afueras de la ciudad, paseamos un rato hasta un vecindario
periférico cercano donde encontramos un restaurante griego. Cenamos en una
pequeña terraza elevada con vistas a la calle principal. A lo largo de este
viaje, todas las veladas resultaron de una atmósfera veraniega evidente, cálida
y vacacional.
2ª Etapa: Friburgo –
Estrasburgo 105 km.
Para el desayuno se formó
bastante atasco por el peculiar sistema del hotel. Y después tuvimos una espera
algo larga en el aparcamiento de fuera porque un problema logístico había
tenido que ser solventado repartiendo a los participantes por tres
establecimientos diferentes. La gente ya nos tenía fichados y se nos acercaba
para comentar cosas o traducirnos las instrucciones. Como cada día, también
vimos algunas caras nuevas o detectamos algunas ausencias (el tour puede ser
contratado y disfrutado por partes).
Nada más empezar a patinar, un
miembro de la organización se acercó para darme recuerdos de Vladimir. Era un
participante del prólogo con el que había entablado bastante conversación,
entre otras cosas porque hablaba algo de español. Además me había dado alguna
pista sobre unos campos de entrenamiento de patinaje que celebran en Chipre
todos los años. Se lo agradecí y le encargué que se los devolviera
cordialmente.
El recorrido matinal resultó muy
ameno y de gran calidad. El ritmo me pareció más moderado, y a la gente parecía
que le iban pesando los kilómetros acumulados los días anteriores. Por nuestra
parte teníamos ya completamente automatizado el protocolo de bebida y consumo
de plátano en cada parada de avituallamiento, y rodábamos tranquilos por la
mañana, disfrutando de canales, curvas y descensos “esquiados”. Esta etapa hubo
algunas caídas moderadas. Jesús un par de ellas, aunque siempre con hierba a
mano. Volvió a hacer muchísimo calor, pero conseguí gestionarlo bien
colocándome a la sombra en cada parada, bajándome la cremallera del buzo y
tumbándome sobre la hierba o el pavimento. Además, mucha hidratación y duchas
improvisadas en mangueras o fuentes cada vez que el recorrido brindaba ocasión.
Ese día cruzamos el Rhin. Y pronto pudimos disfrutar de un estrecho pero
agradable carril de un canal. En él me encontré patinando solo, remontando y
adelantando gente hasta alcanzar a Guti, y empecé a empujar a una chica que se
le iba retrasando a su rebufo. Finalizado el largo tramo, se nos mostró
agradecida.
Jesús en “modo”
refrigeración y yo enfundado en un buzo de patinaje colombiano. (Foto: Guti).
La comida, en territorio francés,
se celebró en un encantador corral de aspecto agrario tradicional. Además de
los manjares, disfrutamos de cervezonas alsacianas, ducha de manguera y café.
Una vez más, a partir de allí, Jesús optaba por retirarse para salvaguardar su
lesión. En cualquier caso, ya el día anterior había logrado, por primera vez,
completar un recorrido de más de 100km en única jornada patinando.
Guti, en un
punto interesante del recorrido.
Vista de uno
de los canales junto a los que patinamos. (Foto: Guti).
Tras la comida apareció un tramo
completamente libre que transcurría por un carril de canal sin cruces. Fueron
25km sin paradas que despachamos Guti y yo en formato de tándem, conectados de
forma que el rebufo provocado por él delante pudiera recuperarlo yo,
transformándolo en empuje por detrás. Una posibilidad que ya quisiéramos poder
disfrutar los ciclistas, y que evita tener que hacer relevos. Íbamos tan
motivados que bebíamos sin detenernos, remontando patinadores habiendo salido
desde atrás, y manteniendo en torno a los 23 km/h de media. Una gozada. Y todo
ello por un canal ancho y precioso, frondoso por estar jalonado de arbolado en
ambas riberas y con un firme especialmente agradable para patinar. Las ramitas
que incordiaban al principio pronto desaparecieron y quedaron olvidadas. El
tramo finalizó con una parada de reagrupamiento general, aunque después pudimos
repetir la experiencia otros 10 km más, en los que seguíamos rindiendo igual,
mientras cada vez había más gente a la que se le iba notando la fatiga
acumulada.
Jesús patina
entre otro participante y uno de los miembros de la Cruz Roja. (Foto: Guti).
Una exclusa
en el trayecto. (Foto: Guti).
A Estrasburgo llegamos ya en gran
grupo para dar cuenta de un breve callejeo que resultó cómodo y francamente
bonito. Tanto por el aspecto de su calles, como por lo animado de su centro y,
muy especialmente, por el paso ¡en patines! Por una galería monumental que
albergaba estatuas, junto al canal.
El hotel era estupendo y muy
céntrico, y tras la ducha de rigor, nos encaminamos paseando hacia la catedral,
disfrutando del ambientazo de las calles peatonales. 26 años después de haber
estado una tarde y noche con Myriam en aquella ciudad, en un periplo en moto
que constituyó nuestro viaje de novios, me acordaba con bastante nitidez de la
configuración del centro de la ciudad. A la gente se la veía elegante y
arreglada pese a su actitud veraniega. El calor vespertino y nocturno animaba
al callejeo, y la presencia de peatones se encontraba en ese difícil punto de
equilibrio que aporta mucha animación pero no causa agobio o incomodidad.
Cenamos en una terraza bajo la fachada de la imponente catedral. La luz del
atardecer iba virando el tono de la piedra mientras nosotros despachábamos más
cerveza alsaciana y, personalmente, celebraba el momento con el clásico codillo
con chucrut. Fue una velada francamente agradable, risueña y feliz. La
culminamos con un paseo nocturno junto a algunos recodos especialmente coquetos
del canal iluminado, y unos apresurados pasos finales bajo las gotas de una
tímida lluvia de verano, para acostarnos, una vez más, bastante pronto.
3ª Etapa: Estrasburgo – Karlsruhe 114 km.
Sin haber dormido demasiado bien,
disfruté de un desayuno mucho más cómodo que la víspera y, una vez más, fuerte.
Me sentía perezoso ante la última jornada, probablemente por la fatiga
acumulada de los días anteriores así como por algunos dolores en los pies y
tobillos, desencadenados por tantas horas de presión con los patines puestos.
Pero esos momentos de inapetencia duran poco cuando uno está dispuesto en
“modo” viaje itinerante como era nuestro caso.
La salida de la ciudad nos
provocó algunas paradas por cuestiones de seguridad en el avance. Nosotros nos
colocamos atrás porque preferimos evitar los acelerones iniciales que siempre
provoca la gente que intentar rodar en cabeza, a pesar de que los organizadores
mantenían un ritmo apropiado para todo el colectivo y no permitían superar a
nadie. Aún así, a medida que el grupo avanzaba, siempre íbamos repescando o
superando a gente que se iba quedando descolgada. El recorrido de esta etapa
volvía a ser atractivo, con numerosos tramos a la sombra, riberas de canales y
más abundancia de curvas entretenidas. El día se presentó cubierto, con un
calor húmedo y pegajoso. De hecho, lloviznaba un poquito en el momento de
salir. Gracias a ello, al patinar, el aire nos refrescaba al entrar en contacto
con el sudor de la ropa. Pero al detenernos, rompíamos a sudar como surtidores,
sintiéndonos pegajosos todo el día. Nosotros, las protecciones, las gafas, el
casco, la mochila… todo.
El
Parlamento Europeo de Estrasburgo. (Foto: Guti).
Teníamos algunos acompañantes que
compartían con nosotros las posiciones de retaguardia. Gente que no quería
complicaciones y se sentía cómoda con nuestro ritmo y modo de dosificar la
marcha. La mañana se hizo dura porque tuvimos bastantes kilómetros con suelos
rugosos que no dejaban deslizar del todo y, lo que era peor, castigaban los
pies con las vibraciones. Continuamos con nuestro régimen de plátanos,
galletitas saladas y una botella de bebida isotónica en cada parada. Y además,
tras haber salido el sol, búsqueda de sombra para descansar.
Jesús, Guti
y yo por la mañana. Los hermanos con el maillot oficial del evento.
En un pueblo nos duchamos con una
manguera de un vecino generoso. Fueron varias las localidades que atravesamos
seguidas en poco tiempo, hasta que finalmente alcanzamos un agradable club de
tenis con cierto aire clásico y un agradable restaurante con terraza en el que
comimos. La terraza era amplísima, ofrecía sombra y la típica vista a las
pistas de tierra batida. Un recuerdo de los históricos clubs de nuestra ciudad.
De nuevo encontramos muy buena comida, abundante y variada, además de cerveza
sin alcohol (buena de verdad) y café final.
La puesta en marcha tras la
sobremesa se me hizo especialmente cuesta arriba. Los tres nos pusimos a la
cola y avanzamos charlando y haciendo risas con las personas que hacían de
cierre de grupo con bicicletas. Pero enseguida el pelotón fue perdiendo fuelle
y las furgonetas fueron ocupando gran parte de sus plazas disponibles para
abandonos temporales o definitivos. En aquel momento más que en ninguna otra
ocasión anterior. Se fueron sucediendo sectores más largos y bonitos junto a un
canal umbrío y otros con curvas y descensos eventuales. Poco a poco nos fuimos
calentando y empezamos a dedicarnos a superar grupos, a un ritmo suave pero
continuo, hasta que Guti y yo, mano a mano, acabamos repitiendo nuestras
cabalgadas intensas de la víspera. La última de ellas fue especialmente larga y
dura, ya que además incluyó un tramo intermedio de firme bastante abrasivo.
Íbamos alcanzando gente a la que pasábamos. Algunos se nos incorporaron, como
fue el caso de dos de los guías de chaleco. Hay que decir que el trabajo de esa
gente resultaba especialmente duro y encomiable, ya que rodaban por delante y
se iban deteniendo a cerrar cruces, y cuando pasaba todo el grupo, tenían que
remontar hasta la cabeza para volver a estar disponibles para nuevas ocasiones.
Y así… durante cuatro días. Gracias a nuestras cabalgadas (la anterior tampoco
había estado nada mal; tanto, que una patinadora de las habituales de delante,
se nos pegó atrás al pasarla y se aferró a nuestro avance consciente de las
ventajas que le supondría) los kilómetros se nos pasaban volando. Finalmente
alcanzamos un punto del río, el cual habíamos cruzado varias veces a lo largo
de aquella jornada, en el que se planteaba un final opcional de la etapa, y del
viaje. La opción recomendada era patinar un poquito más hasta una estación de
tranvía y, allí, quitarse los patines, tomarlo y llegar al hotel de partida de
cuatro días antes. La segunda era ir patinando hasta el hotel, pero por una
ruta callejera incómoda, cargada de paradas, cruces y aceras, debido a que la
organización no había conseguido permiso especial para circular por las calles
de la ciudad. Nosotros, como mucha otra gente, nos decantamos por la primera,
algo que ya habíamos decidido cuando nos lo anunciaron previamente en uno de
los últimos correos electrónicos informativos.
Paso urbano
de Jesús. (Foto: Guti).
El tour finalizaba oficialmente
en el restaurante del hotel con una breve pero animada ceremonia de
agradecimientos y vítores, mientras cada cual se bebía su cerveza. Después,
como estábamos alojados de nuevo allí mismo, nos fuimos a duchar y regresamos
para cenar en un apartado elevado al aire libre, moderadamente rodeados por
algunos otros participantes que también pernoctaban en el mismo
establecimiento. Algunos se nos acercaban a la mesa para entablar conversación
de balance o despedida. Les había sorprendido mucho nuestra presencia y se
mostraban contentos por ella, manifestando su deseo de que se repita en el
futuro. Un joven alemán con buen castellano, tras haber pasado un año de
universidad (Erasmus) en Valladolid, se sentó de sobremesa con nosotros. Era
majo y agradable, gracioso y con ganas de alargar la velada, pero como
estábamos cansados y viajábamos pronto a la mañana siguiente, la reunión duró
únicamente un par de rondas. Al día siguiente el regreso fue una nueva
combinación de caminata, tranvía, tren, avión y coche.
Sonrientes a
punto de finalizar nuestro viaje en patines.
Con esta experiencia completaba
el grueso principal de propuestas de viajes en patines que se pueden encontrar
en Europa. Al menos en oferta abierta y, digamos, permanente. Sé que algunas
entidades organizan puntualmente viajes concretos, y que otros pueden estar
escapándoseme en la vorágine informativa de la Red. También supe hace un par de
años de una propuesta de unos 1200 km, pero la velocidad media requerida se me
escapaba por mucho, dándome la impresión de que se trataba de algo dirigido a
patinadores en activo y de bastante rendimiento específico. Hay algunas otras
propuestas interesantes, pero centradas en una única jornada de actividad, algo
que, por el momento no me parecido suficiente como para compensar la inversión
de tiempo y dinero en el viaje.
El Löwen Skate Tour está
perfectamente organizado. Se respira seguridad y cobertura de apoyo por todas
partes. La relación servicio/coste es estupenda. Otra cosa es ya que los que
vivimos lejos tangamos que abordar gastos de viajes, pero lo que es propiamente
la inscripción y todo lo que la misma incluye, resulta, objetivamente, barato.
Al ser algo más de un centenar de miembros de la caravana (patinadores,
organizadores y personas que viajaban en vehículos), todos ellos alemanes o
residentes en aquel país, creo que haber vivido esta experiencia en solitario,
me hubiera resultado un poco aislante. Evidentemente, estoy seguro de ello,
habría llegado a establecer algunas relaciones algo más profundas con algunos
participantes, pero el idioma hubiera acabado siendo un problema, y el hecho de
que la mayoría ya llegaban allí con sus grupos configurados. En Holanda, pese a
tratarse de un encuentro mucho más internacional, ya pasó algo así con la
mayoritaria participación alemana. En esta ocasión no me he visto afectado por
nada de esto ya que viajaba muy bien acompañado. Con Guti y con Jesús ya tengnemos
muchas aventuras compartidas a nuestras espaldas. Esta ocasión no ha hecho más
que ratificar que son dos personas ideales con las que viajar en plan
deportivo. Adaptables, generosas, con excelente talante, autónomas, alegres,
sufridas… y así podría seguir llenando líneas y más líneas de calificativos. La
comunión ha sido perfecta en todos los sentidos y me alegro mucho de haber
tenido la suerte de haber podido contar con ellos en esta ocasión.
Especialmente me hacía ilusión la participación de mi hermano, ya que aún
siendo un auténtico entusiasta del patinaje, nunca hasta ahora había podido
tomar parte en un viaje organizado de varios días y largas distancias. Tenía
muchas ganas de que lo pudiera disfrutar personalmente, ya que por mucho que le
hubiera contado experiencias propias, es muy difícil hacerse una verdadera idea
de la vivencia y el proceso que implica una actividad así hasta que uno la vive
completamente. Por sus comentarios, me consta que ha regresado entusiasmado.
El viaje es duro, no nos
engañemos, son 400km patinando en cuatro jornadas. Siempre queda el
“paracaídas” de las furgonetas de asistencia, pero completarlo requiere cierta
forma física, experiencia en este tipo de situaciones y un dominio técnico
solvente. Esta temporada he patinado bastante poco. Aún así, y aparte de la
deshidratación del prólogo, he aguantado bastante bien el esfuerzo demandado.
Se ve que mi organismo ya ha conseguido una buena adaptación a la modalidad y
que los efectos del entrenamiento cruzado con otras disciplinas parecen
funcionar. A la vista, de cara al futuro, no tengo identificada ninguna otra
actividad de este tipo, pero nunca se sabe, en cualquier momento pudiera surgir
algo apetecible. Por el momento, contarlo y entusiasmarme con el recuerdo, aún
será parte importante de su disfrute. Viajar en patines ha vuelto a resultar
especial, mágico, diferente… fantástico.
Me despido con un apéndice crítico
a mi país. Recuerdo que cuando era pequeño, muchas de las aceras de mi ciudad y
muchas otras, estaban terminadas en asfalto negro. Era algo barato y práctico.
No resulta peligroso cuando llueve y permite poder patinar sobre él. Son muchos
los países europeos (más ricos que el nuestro) que conservan ese tipo de
acabado urbano. Sin embargo, en España, a lo largo de toda la transición y años
siguientes, nuestros alcaldes se han empeñado en aquilatar las aceras de
nuestras ciudades con todo tipo de baldosas, como si se tratara de gigantescos
cuartos de baño colectivos. La mayoría de ellas no permiten patinar (son
incómodas para carritos, maletas, etc.), han resultado mucho más costosas y no
siempre quedan bien unidas, provocando tropiezos o chapuzones en el calzado y
los pantalones cuando llueve y ellas oscilan. Algunas incluso son peligrosas si
se mojan. El capricho ha sido un buen nicho de actividad para grandes y
pequeños pelotazos, y desde luego, como patinador y peatón, una verdadera
lástima.
Pero volviendo a mi participación
en el Löwen Skate Tour, quiero agradecer sinceramente el trabajo desempeñado
por todos los actores implicados en su organización. Es una experiencia muy
recomendable para cualquier patinador de nivel suficiente. Una de esas escasas
oportunidades de viajar sobre ruedas. Pese al calor y las distancias, en el
fondo, a los tres nos ha dejado ganas de más.