sábado, 30 de abril de 2016

8. DOPAJE



Voy a entrar en un jardín delicado. Eso por decirlo de alguna manera, ya que quizás el tema se asemeje más a una selva amenazadora, exuberante y descontrolada, en la que las bestias acechan y los peligros campean a sus anchas por todas partes. No le daré más vueltas o evasivas, voy a escribir sobre el dopaje. Un tema conflictivo, escabroso y tabú en el deporte en general y muy especialmente en el ciclismo. Lo voy a hacer opinando, argumentando reflexiones, pero sin apenas aportar datos, y menos aún revelando mis fuentes, que son muchas y variopintas. Quiero con esto decir que me voy a expresar como "columnista", que no lo soy, en vez de como técnico, docente e investigador del deporte, que es lo que soy en realidad. Me gustaría ser capaz de alejarme mucho de las crónicas oscuras, deprimentes y morbosas que tanto éxito tienen entre la "literatura" deportiva del ciclismo (aquella a la que no dedico nunca mi tiempo como lector). La que se recrea en el lado oscuro del deportista como ser humano, en la tragedia, la sordidez, el cotilleo, etc. Lo que podríamos llamar la crónica amarilla del deporte, que para muchos aficionados se ha convertido casi en la única manera o temática por la que se acercan a la lectura. Pero con ello no quiero eludir el asunto ni el meter el dedo en la llaga de la interpretación actual que la sociedad hace del dopaje. Me gustaría también añadir cierto reparto de responsabilidades del problema y presentar, a las claras, algunas de mis opiniones al respecto. Sin remilgos, falsa bondad de cuento, edulcorantes de la situación o abrillantadores que lustren el deporte con una pátina de falso valor saludable, bondad absoluta y ejemplaridad.

Nos guste o no, los aficionados al ciclismo no podemos rebatir el hecho de que ambas prácticas, competición ciclista y dopaje, a lo largo de su devenir histórico, se han mostrado inseparables, cómplices o al menos extremadamente próximas entre sí. No se trata de asegurar, ni mucho menos, que todo el ciclismo de la historia haya estado absolutamente contaminado de dopaje, pero sí de reconocer que, a lo largo de toda su existencia, el dopaje ha estado parcialmente presente en el ciclismo de competición (y de un tiempo a esta parte en el no tan competitivo). Que nadie se alarme por ello ni ponga el grito en el cielo o me tilde de exagerado y absolutista, permítaseme un repaso fulgurante por algunos "momentos estelares del ciclismo". Alfred Jarry murió en 1907, lo que nos sirve para poder hacer el sencillo cálculo de que aquellos escritos suyos que se incluyeron posteriormente en su librito "Ubú en bicicleta", corresponden, todos ellos, a un recién estrenado siglo XX. Jarry fue un ciclista practicante apasionado, que se desplazaba en bicicleta a todas partes, y hasta cuentan que dormía junto a su máquina ("tomada prestada") a la cual consideraba su esqueleto externo. Su escueto libro de temática velocipédica está cargado de inverosímiles situaciones en las que, a poco que el lector aplique cierto sentido crítico, alguna capacidad de lectura entre líneas y buenas dosis de sentido del humor y de crítica social, encontrará bastantes ideas que anticipaban algunos problemas que el tiempo se fue encargando, posteriormente, de recrear de forma real. Para Jarry, parece que todo vale a la hora de conseguir mantenerse rindiendo sobre la bicicleta, de forma que se sea capaz de rodar a la máxima velocidad posible durante eternos periodos de tiempo y kilometrajes. La fatiga no es más que una pega y un obstáculo de imperfección para el estado de rendimiento ciclista ideal. Y por ello sueña con la "perpetual motion food" capaz de conseguir que el ciclista no deje de rendir. Esta manera de pensar, por muy transgresor que su creador fuera (que lo era), expone una idea, un deseo, una búsqueda y una actitud que no debían de ser exclusivos del escritor, sino comunes entre una población fascinada ante la innovación vital ofrecida por la bicicleta en aquella época. Las disquisiciones morales seguramente empezarían a llegar mucho después, algo que actualmente nos está pasando con muchos cambios experimentados por la humanidad en cuestiones de visibilidad pública, avances tecnológicos, ética biológica, etc. Prueba de que la percepción de que las ventajas aportadas por sustancias, o cualquier otro tipo de métodos encaminados a aumentar o prolongar el rendimiento ciclista, eran vistos como avances positivos, fue la constante búsqueda de complementos y medicinas que pudieran ayudar a los ciclistas a mantener los esfuerzos necesarios para cubrir las exageradamente largas carreras o etapas que se planteaban a finales del siglo XIX y principios del XX. La utilización de crema de cocaína alrededor de los ojos para evitar el sueño fue un hecho del que hay constancia escrita. Y si leemos a Charles Terront o a algunas de las primeras crónicas informativas del Tour de Francia, o atendemos a los cambios reglamentarios experimentados en sus inicios, comprobaremos que, más allá de una utilización incontrolada de sustancias, las trampas, como tal, fueron consustanciales con las carreras ciclistas desde sus inicios: atajos, utilización de trenes, etc. Por ello se empezaron a establecer controles secretos y también por ello Terront culmina el relato sobre su victoria en la primera París-Brest-París añadiendo una nutrida lista de testigos que certifican la realización de todo el recorrido pedaleando. Las trampas existieron en el ciclismo desde su nacimiento, y de igual manera, las sospechas se cernieron desde entonces sobre él, y parece que nunca ha conseguido librarse ni de unas ni de otras. Posteriormente, esa subcultura seguiría vigente, con las lógicas oscilaciones derivadas de los tiempos y de los adelantos científicos, reglamentarios, de control, de formas de pensar, etc. Entre los momentos más dramáticos de esta evolución ininterrumpida encontramos el episodio de la muerte de Tom Simpson durante la ascensión al Mont Ventoux. Pero la historia está plagada de anécdotas, noticias y situaciones vividas por todo tipo de ciclistas, incluidos los campeones más legendarios, algunos de los cuales, además, pagaron un alto precio, cobrado tempranamente por la enfermedad en su organismo. Pero el ejemplo de Simpson es importante porque exalta y transforma en épica el dopaje. No todo el mundo sabe que Simpson fue un gran corredor con importantes éxitos en su palmarés. Todo ello quedó superado por la popularidad eterna que le proporcionó su muerte por dopaje. Aunque nadie se atreva a expresarlo así, parece que su caso lo eleva a la categoría de figura, por el mero hecho de haber fallecido cuando "iba hasta las patas", en una puesta en escena espectacular. Y a raíz de aquello, su figura ha quedado establecida como la de una especie de héroe-víctima, a la que incluso un fabricante de prendas deportivas clásicas le ha dedicado un maillot de homenaje.

 
 Alfred Jarry pedaleando con “su” bicicleta que no era suya. (Imagen: wikipedia)

 Tom Simpson en la etapa del día anterior a la jornada en que murió en el Tour de Francia de 1967. (Imagen: Getty Images).

 
 Vanos intentos de reanimación cardio-pulmonar al borde de la carretera (Imagen: bikeforums.net-lazyass).

 
 Publicidad actual de un maillot réplica del de Tom Simpson (Imagen: soigneur.co.nz).

Otro periodo destacado de la historia del dopaje en el ciclismo se desencadenó con la irrupción de la eritropoyetina (EPO) en el pelotón. Parece que su uso se inició de modo muy puntual en la década de los años ochenta, cuando dicha sustancia era exclusivamente empleada en el tratamiento de pacientes de los servicios de nefrología más avanzados, y con los cuidados y precauciones habituales de los procesos de investigación farmacológica que se aplican en los países "occidentales". Sin embargo, el principio científico pronto se hizo evidente para algunos médicos deportivos, así como la suposición de una mejora automática del rendimiento. Por lo que algunos personajes de conciencia más flexible empezaron a utilizarlo en deportes de resistencia (no únicamente el ciclismo). Sin duda que aquellas prácticas eran peligrosas. A las repentinas muertes súbitas de algunos ciclistas (entre ellos varios holandeses de categorías no profesionales), había que sumar los riesgos de otras enfermedades provocadas por la utilización de una EPO no sintética aún, extraída de vísceras de animales muertos, lo cual, en alguna situación, podía provocar procesos patológicos similares a aquellos casi coetáneos casos de la enfermedad de las "vacas locas". Unos y otros problemas se fueron convenientemente ajustando, puliendo y mejorando a lo largo del resto de la década de los ochenta, y no digamos durante la de los noventa, en la que la EPO (y su evolución de enmascaradores) progresó de un modo tan espectacular que sólo puede explicarse deduciendo la existencia de un enorme negocio multinacional detrás. Su empleo transcendió (por supuesto) más allá del ciclismo y afectó al resto de disciplinas en las que la resistencia (y en especial el consumo de oxígeno) tuvieran importancia vinculante de cara al resultado deportivo. Una vez lanzada la "guerra deportiva" a nivel de "armamento químico", la cuestión se fue diversificando y muchas otras modalidades (de velocidad, fuerza, etc.) fueron irrumpiendo en esta "subcultura" deportiva de la mano de algunas otras sustancias como la testosterona, hormona de crecimiento, esteroides y demás anabolizantes. Desde entonces, la situación, lejos de corregirse, fue aumentando y haciéndose más y más presente en un ámbito competitivo en el que cualquier resquicio de avance (científico, tecnológico, económico, psicológico…) se hacía atractivo, y casi imprescindible, para alcanzar el éxito y los resultados. Y ese panorama es el que ha caracterizado el reciente pasado (y aún el presente) del deporte actual al máximo nivel, en el que la proliferación de sustancias utilizadas es de una diversidad enorme y en el que se van sucediendo casos y casos en multitud de disciplinas.

En defensa del ciclismo (defensa parcial) hay que decir que, en mi opinión, esta modalidad ha venido siendo utilizada como chivo expiatorio. Apoyándose quizás en su tradición de dopaje, son varias las autoridades y entidades de gestión del deporte mundial, las que han incidido en destacar su vinculación con el dopaje, las que han resaltado sobremanera gran cantidad de noticias escabrosas, escandalosas y mediáticas, para, en cierta medida, enviar un mensaje subliminal o agazapado, que ha venido a decir que el ciclismo estaba podrido de dopaje, representando el lado oscuro del deporte (el de la “fuerza” en términos galácticos de ficción), como contraposición al resto de modalidades, las cuales por contraste, podían ser percibidas por la opinión pública como total o casi completamente limpias. En esto los medios de comunicación han actuado como claros colaboracionistas, y si la cuestión se ha superado, desde el punto de vista de la percepción social general, ha sido porque la evidencia del dopaje en muchas otras modalidades ha resultado tenaz, y porque la prensa más proclive a la utilización del escándalo como principal contenido informativo no ha podido resistirse a sacar provecho de tan suculentas oportunidades. Por eso mismo, para “repartir” un poco más “la maldad”, se hace necesario recordar que durante las décadas de los años 70 y 80, el dopaje fue práctica más que habitual en los programas de alto rendimiento deportivo de los países del Bloque del Este, que sus mejores técnicos y auxiliares científicos fueron muy bien acogidos posteriormente en los países occidentales (Estados Unidos y España incluidos) y que la evolución y desarrollo de sustancias específicas para una mejora “ilegal” del rendimiento tuvo un importante crecimiento en Europa (Italia lideró unos años de mucha innovación en este aspecto) y Estados Unidos. Inmediatamente después, China hizo un enorme esfuerzo en la preparación de sus equipos nacionales, por los que también desfilaron algunos de aquellos técnicos de origen europeo oriental, y así, sucesivamente, el asunto ha seguido más que vivo. Por ejemplo, en los últimos mundiales de atletismo, cuando nuestros comentaristas exponían los currículos deportivos, de resultados, marcas y medallas, obtenidos por muchos de los atletas presentes en las series previas, calentamientos y prolegómenos de las salidas, deslizaban con naturalidad las suspensiones sufridas por muchos de ellos a causa del dopaje. Y me llamó poderosamente la atención comprobar la gran cantidad de velocistas, o atletas de diferentes distancias (hombres y mujeres) y de muy diversa procedencia, que habían pasado por ese tipo de situaciones. El atletismo mundial no se diferencia mucho del ciclismo en este asunto, lo que pasa es que no hay Tour, Giro y Vuelta todos los años. Y tampoco es distinto en el piragüismo y remo (de ambos conozco casos reales), el esquí de fondo y un larguísimo etcétera de deportes. Es cuando menos sintomático que algunas modalidades auto-gestionadas como la NBA, las series profesionales de triatlón… no incluyan determinados tipos de controles antidopaje. Los mismos jugadores de baloncesto que militan en la mencionada liga, creo que están exentos de pasar los controles olímpicos habituales.

Ajustadas las cuentas, podemos pasar a otro enfoque del problema. Desde el punto de vista de la ética o la moral del deporte (si es que las hay), me gusta preguntar mucho a la gente y a mi alumnado qué es lo que ellos creen que es más grave de entre los diferentes comportamientos que podemos ver entre los deportistas. ¿Las faltas, el engaño, el dopaje…? Insisto, desde una óptica ética. Lo habitual es que las faltas (interrupción antirreglamentaria, voluntaria e intencionada de la progresión de un contrincante) estén bien vistas y asumidas en la mayor parte de los deportes de equipo, mientras que son más criticadas en las carreras (la patada de Rossi en motociclismo, por ejemplo). En realidad el concepto es similar: hacer algo que prohíbe un reglamento, para perjudicar instantáneamente el rendimiento o logro de un contrincante. La diferencia está en que en los deportes de equipo, salvo que nos pasemos de contundencia, el contrincante podrá seguir jugando, mientras que el caso de la carrera de motos, lo más seguro es que no. Pero lo importante es que las violaciones del reglamento, con el tiempo se han ido normalizando, siendo asumidas por los espectadores y, en algunos casos, convirtiendo en gestos técnicos, tácticos o estratégicos, enseñados y valorados por los entrenadores. De todas formas, desde una perspectiva ética hay cosas peores, y una de ellas es el engaño. Y un ejemplo de ello, era, hasta hace poco, simular un penalti. Digo hasta hace poco porque tal acción se ha ido transformando, con el paso de los años, en un tipo de conducta concreta muy habitual en muchos deportes de equipo. Esa simulación es un evidente intento de engañar a un árbitro o juez, para conseguir un beneficio evidente y muy “rentable”. En ocasiones tanto que puede decantar de forma definitiva un resultado. El dopaje tiene también su componente de engaño, en eso se mantiene al mismo nivel que lo anterior. Lo que objetivamente le puede hacer más despreciable es el hecho de que quien lo practica suele poner en riesgo su propia salud y acostumbra a tener que engañar en más ámbitos (controles deportivos, aduanas, etc.) que el otro; y además, prolongarlo muchísimo más en el tiempo. Es decir, que el engaño es sostenido, mientras que el del penalti es instantáneo o puntual. En cualquier caso, ambas conductas son lo mismo: un engaño para ganar, y la pérdida de respeto que yo experimento hacia los deportistas que las realizan es de grado similar (sospecho que con esto me acabo de separar conceptualmente de la mayor parte del público deportivo). Pero aún nos queda otra conducta deportiva que cada vez se está haciendo más habitual y que la gente en general está empezando a aprender a tolerar y juzgar como algo casi normal, lógico y hasta comprensible. Me refiero a las descalificaciones de contrincantes provocadas gracias a la simulación de agresión sufrida. Por ellas entiendo aquellos actos en los que un deportista simula que es agredido por otro para que expulsen a su oponente. Todos lo hemos visto ya en más de una ocasión. En mi opinión, hasta ahora (al paso que vamos acabaremos viendo cosas peores), es lo peor de lo peor en cuestiones morales deportivas, mucho peor que el dopaje. Sí, trataré de justificar mi juicio de valor. El que se dopa engaña y pone en riesgo su salud, pero todavía desea competir (y ganar) contra sus contrincantes. Con ayuda suplementaria prohibida, pero ganarlo en la pista, la carretera o el terreno de juego. El “simulador” va más allá, quiere ganar, y para ello lo que busca es que el contrario no participe, no tenga siquiera la oportunidad de defenderse o competir. Y además, para evitarle poder participar, el “simulador” se beneficia de un acto unilateral, por lo que el damnificado está doblemente indefenso ante la situación: deportivamente indefenso si es expulsado y realmente indefenso sin haber cometido acto de agresión alguno. Pese a todo, lo dicho, nuestras gradas, redes sociales, tertulias de bar… aún defienden cualquier fechoría cometida por sus colores, y en cualquier caso, consideran el dopaje como la mayor maldad posible.

Como tampoco quiero pasarme la vida hablando sobre un tema que en el fondo no me gusta y dejó de interesarme mucho hace años (cuando lo conocí bastante a fondo), voy a resumir algunas reflexiones más en formato de preguntas sin respuesta.

¿Qué pone más en peligro a terceros, el dopaje de un deportista, el de un piloto comercial o conductor de cualquier medio de transporte público, el de un ciudadano al volante...?. Me parece que la respuesta es evidente. ¿Por qué entonces tanto esfuerzo gubernamental e institucional en perseguir el deportivo e ignorar los otros?. Resulta que cada vez que hacen un control de tráfico matinal y laborable, aparecen unos resultados de tasas de alcoholemia y consumo de drogas sorprendentemente elevados ¡y entre muy diferentes tipos de personas!. Y la sociedad lo asume y convive con ello sin excesiva preocupación al respecto y hasta se queja cuando se intenta controlar tal realidad en exceso. Y sin embargo, la persecución del dopaje deportiva es, por lo general, aplaudida (especialmente cuando la sufren los contrincantes de nuestros ídolos o equipos). Hipocresía amigos, mucha hipocresía social, estatal, gubernamental, institucional y ciudadana.

¿Qué ha de definir al dopaje? ¿La materia consumida, el acto de utilizarla, la ventaja obtenida, los efectos perjudiciales para la salud…? Esto es algo que no siempre queda del todo aclarado. Entonces, habría que ir reflexionando sobre cada uno de estos conceptos. Centrémonos por ejemplo en la sustancia misma. Resulta que si la lista de sustancias prohibidas cambia repentinamente (esto es algo que ha pasado varias veces), una persona puede pasar de inmediato de ser considerado normal a malvado (cafeína y otros) o viceversa. No me refiero a su estado administrativo, que depende de plazos y normativa, sino al juicio social al respecto. La lista tiene el poder de transformar instantáneamente el juicio social sobre las personas, y no un juicio menor, sino uno de consideración de ellas como deportistas de reconocidos valores humanos positivos (por el simple hecho de ser deportista, lo cual es otro error manifiesto y específico de nuestra sociedad actual) o como “drogadictos”, delincuentes deportivos, tramposos, etc. Por otro lado, hay que reflexionar un poco sobre el cómo se hacen las listas, lo cual en parte va en función de los productos que van apareciendo y evolucionando en los controles. Siendo esto así, parece lógico pensar que las listas llegan siempre un poco tarde, es decir, que hay sustancias que se empiezan a prohibir cuando se detecta una inesperada aparición de las mismas (valoración estadística) en los controles que se van acumulando. Si el retraso es un atributo propio del sistema, la ventaja estará del lado del innovador químico, lo cual estimula la investigación en este campo.

Precisamente en relación con estas últimas cuestiones, ha surgido hace pocos días un gran revuelo que afecta a numerosos competidores de muy diversas modalidades deportivas. Me refiero a la cuestión del Meldonium, dado a conocer a nivel global por el caso Sharapova. Estamos ante un ejemplo de consideración repentina de dopaje por una sustancia que durante años no lo ha sido en absoluto y cuya utilización era de lo más común entre deportistas del este. Por mi especial interés en el patinaje, lo ilustro con una breve nota de prensa:

“El positivo de Latípov es el séptimo por Meldonium de un deportista ruso del que se informa en los últimos días. Ayer, la Unión de Patinadores de Rusia comunicó que la patinadora rusa Ekaterina Konstantinova, campeona de Europa en relevos en pista corta sobre hielo, había dado positivo por la misma sustancia. Con anterioridad, otros dos patinadores de velocidad rusos, Semión Elistratov, campeón olímpico de patinaje en pista corta, y Pável Kulizhnikov, cinco veces campeón mundial, fueron suspendidos por el uso de Meldonium, prohibido desde el 1 enero de este año”. (El País. EFE, 10 marzo, 2016).

 
 El patinador ruso Pavel Kulizhnikov, positivo por Meldonium. (Imagen: El País. JEON HEON-KYUN, EFE)

No pretendo “exculpar” a los deportistas sancionados. La culpa probablemente corresponda a sus equipos médicos que no han sabido medir bien los efectos de duración detectable de las sustancias en los organismos de los deportistas a partir de la fecha límite señalada. Sin embargo, la circunstancia ilustra muy bien la cuestión de la íntima relación existente entre los juicios sociales y las burocracias administrativas cambiantes. Por otro lado, aquí estamos ante una situación que quizá tenga mucho más trasfondo del que parece, un trasfondo económico y de estatus farmacológico internacional. Resulta que la sustancia en cuestión es un producto comercializado con normalidad y sin receta tanto en Rusia como en varios países de su influencia comercial y científica. Pero, a causa de protocolos y normativas diferenciadas en cuestiones de salud pública, no puede ser distribuido en “occidente”. Estamos pues ante una situación de aranceles científico-administrativos, derivados de evoluciones farmacéuticas distintas, procedentes de historias económicas y políticas diferentes. A poco atento que uno esté, a lo largo de los últimos años, parece que estamos también asistiendo a cierto pulso, pugna o pelea por hacerse con el poder administrativo internacional de la lucha y control del dopaje. Y en dicha línea, primero la Unión Europea, y de forma más evidente aún, a última hora, Estados Unidos, están dando claros pasos adelante para erigirse como jueces supremos del asunto. Así que lo del Meldonium, en cierta medida, me empieza a sonar más a una doble cuestión de guerra comercial farmacéutica general y de control gestor de la lucha antidopaje.

¿Quién se dopa? ¿Hay deportistas de élite suficientes en nuestro país como para consumir los cientos de miles de dosis que aparecen en cada incautación? ¿El negocio es tan atractivo que deportistas con un futuro laboral “post-deportivo” más que probable están dispuestos a arriesgarlo jugándosela como distribuidores? Las posibles respuestas ante tales preguntas nos acaban llevando hacia una realidad nada saludable. El dopaje está claramente instaurado en demasiadas capas no profesionales de nuestra sociedad practicante de deporte. Los gimnasios son un ejemplo. Demasiados de ellos convertidos en centros de radical culto al cuerpo y de trapicheo de productos anabolizantes. Pero las competiciones “aficionadas” no le van a la zaga. Aparecen casos de gente no profesional con infecciones de sangre por autotransfusiones… surgen noticias de “corredores” expulsados por los organizadores de “marchas cicloturistas”. El mercado clandestino parece ser negocio suficiente como para que haya personas que arriesguen su estatus introduciéndose en él, algo únicamente posible si la masa de consumidores es significativa y, por lo tanto, transciende de largo al deporte de alto nivel. Todo ello parece un síntoma de enfermedad socio-deportiva que va más allá del deporte profesionalizado y afecta a personas corrientes, gente que nunca serán vencedores de fama mundial, ni podrán vivir del deporte, pero que están dispuestos a jugar a ser campeones a nivel de barrio, provincia, subcultura deportiva concreta, etc. ¿Estamos locos o qué? No lo sé, pero enfermos sí, desde luego social y psicológicamente trastornados, y algunos, al paso que van, pronto también lo estarán fisiológicamente.

Aún a riesgo de ahuyentar a algunos lectores que todavía no se me hayan escapado de esta lectura, me voy a permitir el traer un poquito de filosofía sobre el dopaje. Marc Perelman[1] es un pensador francés del deporte, al que he descubierto recientemente y de pura casualidad. Además de la fundamentada calidad de sus escritos, de la importancia de los asuntos que trata y de su enriquecedor punto de vista, lo que quizás más me haya sorprendido es que este autor, que ejerce como crítico (bastante radical) del gran sistema deportivo actual en la sociedad globalizada, se me haya mantenido oculto hasta el momento. Puede que la culpa haya sido mía, consecuencia de mi propia incompetencia, falta de acierto o dejadez en el mantenimiento de una formación permanente sobre los asuntos a los que me dedico laboralmente. Sin embargo, sospecho que esto no ha sido así, sino más bien un problema de falta de “distribución” suficiente de su obra, por parte de las entidades especializadas que normalmente se encargan de formar a los especialistas académicos en materia de deporte y actividad física. Perelman estuvo especialmente activo en la década de los 70, en la que fue uno de los fundadores de un movimiento de filosofía y sociología deportivas muy crítico y opuesto a la tendencia internacional general. Aquel movimiento se manifestó de forma expresiva especialmente a través de la revista “Quel corps?”. La cuestión es que ni durante mi formación universitaria, ni tiempo después estudiando a numerosos sociólogos del deporte, o actualizándome en cursos de doctorado más recientes, capté referencia alguna sobre el autor o sus “colegas” de movimiento. Me da la impresión de que sus tesis resultaron muy incómodas, y la presente renovación y actualización de las mismas, aún lo pueden ser más. El dopaje es uno de los asuntos que trata, pero en mi opinión no el más alarmante. De todas formas, sí el único que tratamos ahora aquí. Y sobre él me permito transcribir, en formato de collage, algunas citas textuales, entresacadas de un generoso texto razonado (siento tener que mutilar sus reflexiones por puras razones de espacio).

“El dopaje ha podido hacer eclosión y difundirse en el deporte – desde el nivel profesional hasta los pequeños clubes, recorriendo todos los peldaños intermedios – como consecuencia de la valoración social de los campeones. […] El dopaje, por tanto, no es un exceso, una sorpresa o una vicisitud, sino el núcleo o la estructura misma del deporte en su forma más reciente. A partir de una presencia crónica y discreta (el dopaje ha existido siempre en las competiciones deportivas en mayor o menor medida, igual que en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad), se ha convertido en un componente estructural del deporte tal y como se practica ahora. Hoy en día, sin dopaje ya no habría deporte. […] Gracias al medio televisivo, que integra el dopaje en su propia lógica competitiva, se produce y se reproduce por doquier – como única realidad, como realidad existente bajo una forma globalizada – un deporte de una magnitud y unas dimensiones completamente distintas. […] Así, el dopaje permite alentar la existencia del deporte, fundamentar su realidad vinculándola a la idea del progreso ininterrumpido del ser humano, de su transformación constante, de su mejora y, a fin de cuentas, de responder a su esencia. El deporte crea y renueva continuamente sus ‘stocks’ de deportistas dispuestos a todo. […] Por su parte, la mayor parte de los deportistas sigue negando su adicción a los productos dopantes, pero intentan hacerse avalar por sus seguidores y por un público conquistado para la causa: los dopados y los reconocidos como tales nunca habían sido tan populares como ahora, y a los que han muerto se les ha considerado enseguida mártires de la causa del deporte”.

Perelman sigue y sigue desmenuzando el asunto, con criterio, datos y conocimiento, pasando progresivamente de un análisis reflexivo de la realidad, a unos razonamientos cada vez más filosóficos, no exentos de acierto y esencia humanista.

“A partir de estas primeras reflexiones se produce un desplazamiento en el centro de nuestro análisis. Si el deporte se halla gangrenado hasta tal punto por el dopaje; más aún, si en la actualidad el dopaje es la verdad del deporte, si deporte y dopaje constituyen una unidad indisociable, entonces habría que preguntarse si como consecuencia del dopaje la cuestión del estatus real del deporte no sería la siguiente: ¿no se habrá convertido el deporte en una droga? ¿No se habrá convertido en la verdadera adicción, en la droga dura contemporánea, no sólo de millones de federados, sino ante todo como núcleo del conjunto del sistema deportivo?”.

La idea no es ni mucho menos novedosa, suena a aquello del “opio del pueblo” que acuñaba algún dirigente romano. Esto explicaría el porqué, cuando se congregan algunos curiosos anónimos a las puertas de los juzgados para esperar la entrada o salida de presuntos delincuentes fiscales famosos, a todos los abuchean o insultan, excepto a los futbolistas más populares, a quienes esperan para pedirles autógrafos.

Byung-Chul Han[2], no es un teórico del deporte. Nada de eso. Es un filósofo convencional, dedicado plenamente al pensamiento. Lo de convencional no se refiere a sus propuestas de pensamiento, sino a su dedicación como autor y profesor de filosofía. Pese a que se ocupa de asuntos genéricos del ser humano, a la filosofía y a la teoría social, recientemente encontré, en uno de sus ensayos, cierta referencia al dopaje, que me llamó la atención:

“La sociedad de rendimiento, como sociedad activa, está convirtiéndose paulatinamente en una sociedad de dopaje. […] El dopaje en cierto modo hace posible un rendimiento sin rendimiento. Mientras tanto, incluso científicos serios argumentan que es prácticamente una irresponsabilidad no hacer uso de tales sustancias. Un cirujano que, con ayuda de nootrópicos, opere mucho más concentrado, cometerá menos errores y salvará más vidas. […] Si el dopaje estuviera permitido también en el deporte, este se convertiría en una competición farmacéutica. Sin embargo, la mera prohibición no impide la tendencia de que ahora no solo el cuerpo, sino el ser humano en su conjunto se convierta en una ‘máquina de rendimiento’, cuyo objetivo consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del rendimiento. […] El reverso de este proceso estriba en que la sociedad de rendimiento y actividad produce un cansancio y un agotamiento excesivo. Estos estados psíquicos son precisamente característicos de un mundo que es pobre en negatividad y que, en su lugar, está dominado por un exceso de positividad. […] El exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma”.

Algunas de estas frases me recuerdan a Jarry y su evidente obsesión por un rendimiento perenne, aún a costa de cualquier tipo de suplementación. La cuestión no parece haber cambiado tanto, después de todo. Y al igual que entonces para Jarry, para una gran parte de la ciudadanía actual, independientemente de sus ideologías, creencias o ausencia de ambas, el alma (entendida ésta desde un punto de vista no necesariamente religioso, aunque si humano y vital) parece ahora importar muy poco, y en cualquier caso, mucho menos que el cuerpo y el éxito.

Antes de dar un evidente golpe de timón a esta disertación, quiero incluir un breve comentario sobre la función industrial del dopaje en la actualidad. A mi modo de ver, el dopaje se ha convertido en un negocio importante que, como muchos otros, aún no resultando necesarios para la sociedad, han logrado instalarse en la misma, haciéndose un hueco en el que desarrollar su vocación económica. Parte del negocio es negro, pero mucha porción del pastel es legal e incluso de titularidad pública. Trataré de explicarme. Gracias al dopaje, la presencia de un médico deportivo experto en prescripción de rendimiento se ha hecho imprescindible en la mayor parte de los equipos que militan en disciplinas deportivas de alto rendimiento. Las sustancias prohibidas mantienen toda una industria oculta que cubre las demandas de consumo (insisto en que las incautaciones lo atestiguan). La inclusión progresiva de más y más sustancias en las listas de productos dopantes, certifica que hay muchos laboratorios trabajando legalmente en productos de aumento del rendimiento, que se muestran más o menos eficaces, y son utilizados hasta que les llega (o no) una posterior prohibición. Y por si todo esto fuera poco, todo el aparataje de lucha contra el dopaje se ha convertido en una gran estructura pública y privada que nos cuesta muchísimo dinero, mantiene laboratorios, investigación y bastantes puestos de trabajo permanentes o eventuales. Tal es así, que para algunos organizadores de eventos deportivos, la barrera económica que limita el que su prueba dé un paso más adelante, en crecimiento o estatus (paso a categoría nacional o internacional), es levantada por los desmesurados costes que origina la necesidad de incorporar determinados niveles de control antidopaje. ¡Demostrar que no nos dopamos, nos resulta muy caro, y en demasiadas ocasiones nada eficaz!.

Después de tanto hablar, y de hacerlo quizás de una forma desordenada o aparentemente caprichosa, quizá sea buen momento para insertar una síntesis de reflexión personal. Considero que, probablemente, el mayor problema del dopaje en la actualidad es que su práctica se ha ido extendiendo significativa y peligrosamente entre la población normal, entendiendo por esta la de deportistas no profesionalizados, aspirantes jóvenes o veteranos, que necesitan brillos de rendimiento parciales, en ámbitos de actuación locales, acotados o casi-casi personales. Y que ello se debe a una devaluación moral de los valores. Lo cual se me antoja quizás lo más peligroso del asunto. Pero eso lo considero ya una causa perdida general que inunda el universo humano mucho más allá del estrictamente deportivo. Se ha ido agudizando tanto el afán competitivo entre la gente corriente que, entre demasiadas personas, parece haberse generado una especie de instinto de supervivencia social en forma de exacerbada y patológica competitividad. Y aunque el drama ético colectivo parezca sin solución fácil o cercana, centrándonos en lo puramente práctico, tanto dopaje “de barrio” lo que está provocando es una puesta en riesgo de la salud de algunos practicantes que, al no estar siendo controlados por equipos médicos (tramposos pero profesionales al fin y al cabo), corren bastante más peligro. 

Entretanto, la opinión pública, conducida por los medios de comunicación, por los comunicados oficiales y por los púlpitos de las variadas personalidades de las administraciones y entidades públicas (gobierno, TVE, CSD…) o privadas (federaciones, comités olímpicos…), se siente honrada, limpia y justiciera, negando una hipocresía colectiva que en numerosos casos ha ofrecido claras muestras de su existencia. Basta hacer un poquito de memoria o releer las opiniones vertidas sobre el susto recibido pocas horas antes de que Perico Delgado ganara su único Tour de Francia. O cuando se templaban gaitas para diluir casos tan incómodos como el de Guardiola en Italia o Contador y sus “picogramos” de clembuterol ¿Y qué decir del linchamiento institucional repentino aplicado a Johann Mühlegg? Que pasó de la noche a la mañana de ser nuestro Juanito español de vocación, a casi-casi un inmigrante de dudosa reputación que hubiera traicionado nuestra confianza y nuestro favor, después de haberle dado una oportunidad de desarrollo deportivo. “Oportunidad” que desde hace algunos años viene haciéndose más y más habitual en forma de atletas, tiradores de esgrima, jugadores, etc. de contrastado nivel internacional y rocambolesca vinculación patria. Esta mencionada hipocresía se puede manifestar pues en dos modos preferentes, según los casos a los que sea aplicada. Uno, el fulgurante, inmediato y desmemoriado paso de adoración a linchamiento social. Únicamente explicable por la absoluta falta de rigor que nuestra actual sociedad muestra tanto a la hora de juzgar a los deportistas, como a la de atribuirles valores éticos, cívicos y sociales, sin haberlos demostrado, por el simple hecho de ganar títulos o competiciones. El otro, que cuando el dopaje surge en nuestros enemigos deportivos, respondemos con fiereza, clamando por un rápido y contundente ajusticiamiento; mientras que cuando los sufrimos en nuestras propias filas, la respuesta tiende a ser condescendiente, tibia, justificadora y precursora de la belleza del perdón. De esto último parecieron dar buenas muestras en Bilbao, cuando salió a la luz el caso Gurpegui.

 
Perico en acción durante el Tour (creo que el del 1988). (Imagen: forodelciclismo.mforos.com-spl80).

 
 Pep Guardiola durante su fase italiana (pasó por varios equipos). Fue sancionado por dopaje jugando para la Roma. (Imagen: elmundo.es).

 
Johann (o Juanito, según los casos) Mühlegg, defendiendo los colores del Equipo Nacional Español de deportes de invierno. (Imagen: revistavanityfair.es).

 
Carlos Gurpegui, comparece ante la prensa acompañado del médico deportivo del Athletic de Bilbao (Sabino Padilla; ex-Banesto), en la época de su sanción. (Imagen: elpais.com).

 
Manifestación de protesta contra la sanción a Gurpegui por las calles de Bilbao. (Imagen: marca.com).

El dopaje existe desde que existe el deporte. Es un concepto tan difícil de definir y objetivar que presenta unas fronteras no siempre bien delimitadas. Algunos autores sugieren que en cierta medida ya se daba en las expresiones deportivas de la Grecia Clásica, y desde luego, ha coexistido en diferentes grados de actividad a lo largo de toda la historia del deporte moderno. Respecto a su presente, pues qué queréis que os diga, que sigue ahí, con una presencia que va fluctuando en su nivel de aparición explícita, pero que lejos de desaparecer se mantiene vivo, lucrativo e innovador. Y al pensar en su demostrada capacidad de “I+D” me ha dado por imaginar hacia dónde nos puede llevar el futuro y plantear un juego de ciencia-ficción en el cual presiento dos tendencias potenciales de dopaje (por otro lado creo que bastante cercanas, al paso que avanzamos en determinados campos científicos).

“Dopaje 2.0”. Gracias a la biotecnología, parece que la introducción en el organismo de micro-instrumentos de constitución combinada entre lo electrónico y lo biológico, todo ello a nivel “nano”, está ya experimentándose en diversas investigaciones médicas. Neuroreceptores artificiales para recuperar la vista, neurotransmisores para monitorizar niveles bioquímicos internos, provocar acciones fisiológicas, etc. Todo ello, dicen, va a experimentar un desarrollo muy acelerado en breve tiempo, lo cual afortunadamente podrá aportarnos inesperados y espectaculares beneficios sanitarios y… ¿por qué no? De rendimiento deportivo. Y si no… al tiempo. Y además, de darse, podría llegar a ofrecer nuevas posibilidades dopantes, pues más allá de la mejora de los aspectos condicionales del rendimiento (para los clásicos el “Citius, altius, fortius”), podría incluso favorecer los que tienen que ver con la habilidad motriz.

“Dopaje 3.0”. La evolución de la definición, consideración y descripción de los derechos humanos y sociales es una realidad. Tales derechos van experimentando variaciones en función de los cambios culturales, políticos y sociales, y aunque algunos tardan más o menos en declararse formalmente, otros empiezan a ponerse en práctica en forma de multiplicación de casos puntuales. En definitiva, como corrientes de moda o tendencias. Un claro ejemplo de ello es el ámbito de la estética personal en las sociedades del “primer mundo”, en las que las personas pueden (e inmediatamente se sienten con derecho a) tener una dentadura perfecta, un tamaño de pecho concreto, unos rasgos faciales hermosos o estandarizados, etc. Por el momento lo de la estatura no se ha conseguido arreglar, pero no dudo que en cuanto técnicamente sea factible, tardará poco en convertirse en un derecho demandado. Y mientras hay cosas que van pudiéndose modificar gracias a los avances en “tunning” humano, la programación genética, parece acercarse a una velocidad pasmosa. Y gracias a ella surge mi segunda propuesta futurista para el dopaje: el diseño de grandes campeones programados genéticamente con características potencialmente favorables para el éxito deportivo en según qué tipo de disciplinas. Problema técnico no será, pues ya he dicho que se está avanzando muy rápido en ese campo, y no debería resultar tan difícil conseguir buenos resultados cuando los criadores y creadores de razas de perros, llevan haciéndolo con evidente éxito con un método “artesanal” a base a apareamiento selectivo. Y personalmente creo que el otro obstáculo, el único que se me ocurre, el ético, ese no será nunca un impedimento.

 
Macallan en una excursión de montaña. Es un perro labrador, tengo comprobado que su instinto le hace comportarse como un fiel compañero de paseo, pues camina acompasadamente a un lado sin necesidad de haberle enseñado. Esta raza es la más elegida para entrenar perros-guía para ciegos.

 

Border Collie en acción durante un concurso de perros ovejeros en Oñate. Esta raza es especialista, su crianza genética los ha dotado singularmente para esas labores. En casa tenemos a Lagavullin, que pastorea perfectamente al caballo de mi hijo, sin tampoco haberle tenido que dar instrucciones.

 
Mi amigo Chote, entrenando en bajamar con su tiro de perros esquimales (Huskies y Alaskan Malamute). Pese a estar ambas razas preparadas para ambientes gélidos y labores de tiro, se diferencian en cualidades de fuerza, velocidad o resistencia. También aquí ha dado sus frutos la progresiva especialización genética.

La reciente irrupción mediática del descubrimiento de la utilización de motores eléctricos auxiliares por parte de ciclistas fraudulentos, apenas cambia nada de lo aquí expuesto, es más, si acaso parece reforzar la tesis de que el dopaje tiene abierto mucho campo de futuro gracias a los avances científicos y tecnológicos. Dejo el asunto eléctrico aparcado porque quizá le dedique un tiempo en el futuro. Por el momento me limitaré a finalizar mis reflexiones sobre el tema del dopaje.

Volviendo un poco al presente y a mi propia realidad. No es necesario repetir que personalmente dejé de competir hace décadas. No echo carreras con nadie, no llevo tanteos si juego una pachanga a cualquier cosa y ni siquiera me tomo tiempos con respecto a mí mismo (salvo si alguna vez vuelvo a jugar al “scalextric”). Cuando lo hacía, de joven, merendaba bocadillos de queso con membrillo y me aferraba a la cerveza fresca como inmediato recuperador post-esfuerzo. Nada de cosas raras ni complejos vitamínicos. ¿Para qué? Siempre he entendido el deporte como una diversión y no como una búsqueda de estatus personal ante otros. El problema lo tengo cuando ejerzo de espectador deportivo (confieso que poco y cada vez menos). A mí, entonces, me pasa como a tantos otros miles (o millones) de aficionados: que con tanto desmadre dopante y tanta persecución, muy a menudo  perdemos nuestro esquema de referencia de campeones y resultados, y con ello, la credibilidad y el atractivo del espectáculo. Valga como ejemplo el Tour de Francia, que es de los pocos eventos deportivos que suelo seguir casi fielmente. Con tanto quita y pon, y reajuste diferido de clasificaciones, nunca me aclaro de cuantas victorias lleva cada ciclista, ni de finalmente quién ganó tal o cual año. Además, uno ve determinados estilos de rendimiento victorioso, tan superiores, en ocasiones tan extraños, que empieza a darle a la cabeza, le surgen dudas e incertidumbre, y aplaude o celebra con moderación algunos resultados, a la espera de que el paso de un tiempo cada vez más largo, avale la validez del podio.

Y con esto he llegado al final de mi perorata. Si en algunos momentos he podido parecerlo, prometo que no he querido ser indulgente, tan sólo repartir un poco algunas culpabilidades, centrar cuestiones y combatir tanta demagogia y manipulación mediática, institucional y popular. El dopaje es una lacra, pero las hay peores (la cifra de muertes anuales por tráfico a mi me parece de las más terribles actualmente). No entiendo muy bien porqué a unas parece dársele mucha más importancia que a otras, y porqué nos volvemos muy dignos para según qué cuestiones, mientras convivimos con un profundo libertinaje ético con otras. En cuanto a la práctica dopante entre la gente corriente, confieso que no me afecta porque no compito contra nadie, lo que me produce es mucha tristeza. Pero más por lo que representa de actitud y mentalidad social que por los efectos prácticos que pueda aportar a quien con ello juega. No me gusta dar consejos a la gente, por lo que me limitaré a seguir a lo mío: disfrutar de mi práctica deportiva, en solitario o con mis amigos, con mi material poco sofisticado (e incluso, en algunos casos, antiguo) y sin tomarme demasiado en serio el espectáculo deportivo ajeno. Como uno se pase mucho tiempo consumiendo deporte como espectador, no lo podrá emplear luego para poder ejercer de practicante.


[1] PERELMAN, M.: “La barbarie deportiva. Crítica de una plaga mundial”. Virus. Barcelona, 2014.
[2] BYUNG-CHUL HAN: “La sociedad del cansancio”. Herder. Barcelona, 2015.

viernes, 15 de abril de 2016

7. LÓPEZ-DÓRIGA



Me propongo relatar la historia de un apellido de importantísima relevancia para la historia del ciclismo español. Un apellido de Cántabria, de Santander para ser más concretos, que pese a que desarrolló la mayor parte de su “labor” ciclista desde esa región, fue responsable principal de la internacionalización y engrandecimiento de todo nuestro ciclismo. Cuando se hace historia del ciclismo en España, temática que parece volver a estar de moda en la actualidad, surgen muchas referencias y homenajes a determinadas figuras de éxito, en forma de corredores en la mayor parte de los casos. También van apareciendo algunos trabajos impresos que recuperan la historia, más o menos larga, de determinados equipos o grupos deportivos que cosecharon éxitos durante algunas décadas. Y afortunadamente, surgen en algunos casos, personas con maña para la escritura, que se ocupan en recuperar algunas historias personales que no merecen quedar en el anonimato. En este caso los hechos justifican el relato, éste y mucho más que haría falta, para impartir algo de justicia ante una familia concreta de amantes del ciclismo, que dedicaron su vida a tirar de él, a construirle, estructurarle y encaramarle a posiciones dignas en el panorama internacional. Todo ello quizás, cuando más falta hacía, y cuando las dificultades físicas, políticas, económicas y sociales de nuestro país, más obstáculos planteaban. No estoy muy seguro de que todos los asuntos que pretendo recopilar aquí, pertenezcan a la misma familia o no. Tengo la sospecha de que así es, pero no he conseguido las certezas suficientes como para “emparentar”, de forma clara y precisa, a los primeros protagonistas que mencionaré, con una segunda oleada de actores, los cuales, estos sí, formaban parte de una misma unidad familiar. Esta laguna no me importa demasiado, unos y otros desempeñaron un papel clave para nuestro ciclismo deportivo. Una función que creo necesario recordar, difundir y homenajear. Sé que a todas aquellas personas con un mínimo de interés por la historia del ciclismo español y de la Vuelta, el apellido López-Dóriga les sonará. Lo que quizá desconozcan son todos los prolegómenos que la historia de este apellido escribió, así como las posteriores acciones de apoyo e internacionalización hacia algunas de nuestras principales estrellas de la carretera. Quizás los próximos párrafos sirvan para que los lectores descubran interesantes personajes que fueron piezas clave en la dinamización de este deporte, así como algunas anécdotas curiosas y románticas de unos inicios entusiastas en los que las ganas de emprender proyectos deportivos consiguieron superar un punto de partida bastante desvalido.

López-Dóriga fue un apellido ligado al desarrollo económico de Cantabria a lo largo de todo el siglo XIX. Daba nombre a una gran familia, o grupo de familias, de gran riqueza e importantísima y variada actividad, además de amplia propiedad industrial y empresarial, que aglutinaba un buen cúmulo de negocios relacionados con la minería, los ferrocarriles, las navieras, los bancos, el comercio, la industria, etc. A lo largo de aquel siglo, su poderío fue creciendo y diversificándose, al igual que el árbol genealógico, en el que parece ser que bastantes matrimonios tenían en cuenta las consecuencias empresariales de su celebración a la hora de decidirse. Tal estratégico planteamiento de evolución familiar produjo enlaces con otras significadas familias capitalistas, así como entre varias ramificaciones procedentes del tronco común López-Dóriga. El rastreo de todo ello no es fácil porque las derivaciones son múltiples y porque requerirían la intervención de un experto en genealogía. Además, no es un asunto que interese para la temática que aquí nos traemos entre manos. Y de todas formas, tampoco sería tarea fácil, adjudicar, una vez conseguido un esquema fiable de tan complejo arbolado familiar, los hechos ciclistas conocidos a las personas que hubieran aparecido en dicho esquema. Por lo tanto, los parentescos de los primeros personajes que van a aparecer en nuestra narración, no están confirmados y precisados con quienes vendrán luego. Aunque parece inevitable pensar que alguna proximidad debía de haber, al parecer, unos y otros, gente de posibles, habitantes de una misma área geográfica, en tiempos de mucha menor población, con una afición común tan novedosa y compartiendo un apellido que parecía crecer desde un fuerte núcleo original.

El primer López-Dóriga “ciclista” del que tenemos noticia en Cantabria se llamaba Luís, apodado “Semi-racer” (que como muchos sabrán era una de las categorías en las que los franceses clasificaban a los diferentes tipos de corredores en las épocas pioneras del velocipedismo de competición). Fue una figura local que, además de unirse a algunas de las excursiones con las que empezaba la actividad ciclista cántabra en la década de los ochenta del Siglo XIX, tomaba parte en las primeras carreras de velocípedos que se celebraron la pista de La Albericia desde 1887. De hecho, llegó a ganar alguna, aunque son otros los nombres que sonaban más frecuentemente en los primeros lugares de las clasificaciones. Lo que si constituyó noticia destacada de la época, fue que  “Semi-racer” apareciera por Santander, un día de octubre de 1889, pedaleando sobre su velocípedo, procedente de Valladolid, tras una viaje de 44 horas, de las cuales 8 fueron empleadas por el ciclista para pernoctar en Reinosa. Las referencias a este personaje desaparecen enseguida tras su papel como corredor o colaborador (“starter”, juez, etc.) en algunas pruebas regionales. Sin embargo, poco tiempo después, otro (o quizás el mismo Luís López-Dóriga) ostentó de forma efímera (tan sólo en el año 1903) el cargo de alcalde de Santander, en el momento en el que la ciudad fue sede de llegada del desafío ciclista Bilbao-Santander, en disputa por equipos de la primera (y única) Copa Vasco-Cantábrica. Cuentan las crónicas de la época que aquel alcalde (aquel López-Dóriga) puso todas las facilidades municipales necesarias para una adecuada celebración del evento, y demostró especial interés por su desarrollo y desenlace, el mismo día de la carrera, adelantándose en coche desde la llegada en la capital hasta varios kilómetros antes, para poder anticipar noticias de lo que estaba aconteciendo desde el punto de vista deportivo. ¿Pudo ser alguno de ellos (o los dos en uno) el mismo Luís López-Dóriga propietario del tercer automóvil matriculado de la historia de Cantabria? ¿Aquel que formó parte, como vicepresidente, de la primera junta directiva del Real Club Automovilista Montañés, fundado en 1910?. Las dudas parecen más que razonables por las coincidencias de fechas y porque el presidente de aquel club fue Don Alberto Corral, uno de los escasos aficionados al velocípedo a finales del siglo anterior, y artífice de aquella comentada pista de carreras de La Albericia.

De lo que si podemos estar seguros es de que la nutrida lista de protagonistas del ciclismo de la que vamos a dar cuanta a partir de ahora, procede toda ella de una misma unidad familiar. Todos sus integrantes fueron hijos de un mismo matrimonio entre sendos parientes López-Dóriga: Victoriano López-Dóriga Sañudo y su sobrina Matilde López-Dóriga López-Dóriga, por lo que sus hijos llevaban repetido (hasta tres veces) el apellido López-Dóriga. Don Victoriano fue un hombre de negocios de importancia, una referencia muy conocida en Santander, heredero de destacadas y variadas empresas y que se mantuvo activo y emprendedor en su mantenimiento y crecimiento. No nos cabe duda de que el deporte era algo hacia lo que sentía gran interés, porque su presencia se encuentra, a través de noticias y documentos de la época, vinculada a la organización de eventos y a la fundación y puesta en marcha de los grandes clubes deportivos que nacieron en aquellos tiempos. En cualquier caso, “su pasión” deportiva fue la vela. De hecho fue el primer presidente (real y en funciones, pues el puesto honorífico lo ostentaba el Rey Alfonso XIII) de la Federación Española de Clubs Náuticos (embrión de la futura Federación Española de Vela) en 1906. Sobre él hay muchas referencias acerca de su habilidad como balandrista y sobre la herencia dejada como promotor de regatas y acciones de dinamización de la vela a nivel nacional e internacional. En lo que al ciclismo se refiere, pese a no ser practicante, fue el padre de varios ilustres protagonistas de la historia del mismo en nuestro país, y aparece constantemente como colaborador, apoyo y patrocinador, de las incontables propuestas promovidas por sus hijos.

Astilleros de San Martín (Santander), Victoriano López-Dóriga junto a “El Avispa” (después “Luz”). (Imagen: González-Echegaray, R.: “Crónica del Real Club Marítimo de Santander”).

El “Mariposa” de Victoriano López-Dóriga. (Imagen: González-Echegaray, R.: “Crónica del Real Club Marítimo de Santander”).

Y precisamente de sus hijos nos interesan cuatro: Miguel, Alfredo, Clemente y Ricardo. De los que pasamos a dar cuenta ahora mismo, comenzando por el mayor de ellos. Miguel López-Dóriga López-Dóriga debuta como ciclista (ya en una bicicleta convencional adquirida en el extranjero) en 1902, en una carrera por carretera disputada sobre recorrido Santander-Solares, a la que se añadía un breve tramo posterior hasta La Cavada, ya fuera de competición. Precisamente su padre (Don Victoriano), seguramente en apoyo a la afición de su hijo, donó premios para aquel evento. De Miguel se escribió que, como su padre, era una figura menuda y ligera, y que su punto más fuerte eran los ascensos. En 1903 fue uno de los cuatro cántabros seleccionados para participar, en representación de la provincia santanderina, en el desafío Bilbao-Santander (Copa Vasco-Cantábrica), prueba en la que llegó en segunda posición (tras una curiosa pugna de colaboración-ataque con Beraza). Los pormenores de aquella singular competición los he descrito en un pequeño libro dedicado específicamente a aquel evento, por lo que los paso ahora por encima. De todas formas, de nuevo hay que mencionar aquí a su padre, que generosamente puso sus carruajes a disposición de los organizadores del evento, para dar servicio de recogida y traslado a los competidores, cuando llegaban exhaustos a la capital cántabra.

La revisión de las crónicas de la época nos muestra una presencia algo curiosa de Miguel en las carreras. Cuando estaba, brillaba y peleaba por delante, pero durante algunos lapsos de tiempo parece desparecer. Esto quizá pudiera ser debido a sus estancias de estudio en el extranjero, pero no tengo la seguridad total de que esa fuera la causa. De todas formas, su “carrera ciclista” no parece larga, probablemente por ser una persona de inquietudes variadas y destacar también (y notablemente) en el mundo de la navegación a vela y como consumado ajedrecista. Pero que el ciclismo le apasionaba quedó del todo claro, pues se mantuvo toda su vida organizando eventos y apoyando los promovidos por otros. En 1905 formó parte, como vocal, de la junta directiva del Club Ciclista Santanderino (de vida efímera pero productiva), participando activamente como organizador, jurado y donante de premios y copas. También fue presidente de la Sociedad Sportiva. En 1910 fue miembro del jurado de una prueba nacional (Santander-Hoznayo) en la que tomó parte Vicente Blanco (“El Cojo”), que hizo segundo. La mítica carrera “Circuito del Sardinero”, que se celebró durante muchos años en formato de 7 vueltas a un circuito con rampas de importancia, llevaba una copa con su nombre como premio principal. Pero su acción más destacada como organizador, fue, sin duda, la dirección de todo el montaje que supuso la celebración, en 1919, del Campeonato de España de Fondo sobre recorrido Santander-Laredo-Santander. El evento parece que resultó todo un éxito, por lo que a nuestro protagonista no se le quitaron las ganas de seguir vinculado a aquel tipo de actividades. Por ejemplo, al año siguiente dirigía (desde su coche) la caravana provincial de la Fiesta del Motor y del Pedal, y en 1923 ejercía de jurado de llegada en Santander, para la impresionante prueba internacional Madrid-Santander, a la que pronto volveremos. Queda claro que Miguel tuvo un papel muy notorio dentro del desarrollo del ciclismo en Cantabria, algo especialmente meritorio teniendo en cuenta que entre tanto, participaba activamente en numerosas regatas a vela. Aquella otra modalidad sería eje fundamental de su vida, pues a ella le dedicó muchísimo tiempo, no únicamente como deportista y hombre de club, sino también como diseñador de barcos. Ejemplo de ello fue uno construido en 1914, del que se harían varias réplicas en la ciudad; así como su victoria en un concurso de diseño para la creación de un modelo de barco deportivo y económico “de clase”, convocado por el Sporting de Bilbao.

Miguel López-Dóriga. (Imagen: González Ruiz, A.: “Cantabria ciclista: 100 años de gloria 1895-1995”).

También de Miguel podríamos señalar que fue el mayor de los hermanos, y por tanto, el que antes se inició en aquello del ciclismo y, probablemente, el responsable de inocular la pasión, voluntaria o involuntariamente,  en sus hermanos. Y eso nos lleva hasta Alfredo, del que poco se puede contar, por el simple y triste hecho de que murió tempranamente a consecuencia de un accidente ciclista. El siniestro se produjo descendiendo la cuesta de La Pajosa en dirección a Torrelavega. No es fácil encontrar detalles de aquel hecho, pero sí alguna consecuencia. La principal, que la familia (Victoriano y Matilde) prohibieran a partir de entonces, al resto de sus hijos, dedicarse al pujante deporte de las dos ruedas. Aquello explica que los dos siguientes hermanos, Clemente y Ricardo, se iniciaran a escondidas y utilizando para ello sendos apodos: “Lapize” y “Lapize II”.

Y con el primero de ellos vamos ahora, con Clemente, verdadero punto neurálgico de este “monográfico” y pieza clave de la historia del ciclismo internacional en tiempos heroicos. Pero para ir por partes será mejor comenzar por su carrera como ciclista, la cual comenzó en el año 1913, debutando en las 7 vueltas de aquel “Circuito Sardinero” que apadrinaba su hermano mayor. Allí, “Lapize” se marcó un prometedor tercer puesto que tendría continuidad en 1914 con un segundo en el Campeonato de Invierno, una caída en Astillero y un quinto en el campeonato Regional. En 1915 gana su primer título regional de velocidad sobre 500 metros ante Torcida (excelente ciclista que dominaría las pruebas provinciales alguna temporada antes de pasarse a las motos). Clemente, en 1916, estuvo muy activo alternando segundos y terceros puestos en carreras medias y largas (hasta los 125 km, con el puerto de Alisas incluido, de la II Vuelta a Santander) la mayoría de las cuales ganaba Torcida. Incluso ya ejerció de organizador (con el coche de su padre) en una prueba Santander-Laredo-Santander. A partir de 1917, ante la mencionada retirada de Torcida, surge la que sería una tremenda rivalidad entre Clemente y Valeriano Bárcena, a quién apodaban “el droguero”, por su nombre y por regentar una farmacia en la ciudad. Aquella pugna duraría varios años con episodios de encarnizada lucha sobre los pedales, en la prensa, ante los comités, de palabra e incluso proyectada por medio de sus respectivos seguidores en los bares y tertulias. Durante los años 1917 y 1918, ambos se infringieron derrotas mutuamente en multitud de carreras por Cantabria y Castilla la Vieja (por cierto que a Clemente se le daba muy bien el campeonato castellano pues lo ganó en dos ocasiones). De todas formas, a partir de 1918 apareció por la región un ciclista que quedaría por delante de los dos perennes enemigos, dejándoles las migajas del “cajón” de vencedores. Se trataba de Victorino Otero, quién con rotundidad, demostraba un nivel claramente superior, que entre otras cosas, aquel mismo año, le llevó a vencer (fuera de concurso) el campeonato provincial en el recorrido Santander-Santoña-Santander sobre 100 km, la III Vuelta a Santander y el Circuito del Sardinero. Otero era leonés y residente reciente en Francia, pero acudió a Cantabria para cumplir con el servicio militar y aprovechó inicialmente su estancia para competir. Entre tanto, Clemente batía a Bárcena en un nuevo 500 m de velocidad y las polémicas seguían su curso habitual con cruces de declaraciones en prensa y apuestas incluidas. Tal era así la tensión, que se planteó un mano a mano “definitivo” en el Sardinero, jugándose 200 pesetas cada uno. Entonces ganó Clemente con 1h 39’ y 30”, aventajando al “Droguero” en 3 minutos.

Aunque en 1919 Clemente continuaba dando muestras de ser un buen ciclista (volvía a ganar el Campeonato de Castilla y lograba un 4º puesto en el de España), era perfectamente consciente de que su amigo Otero parecía un deportista de otra clase, y en plena carrera nacional Santander-Reinosa-Santander, López-Dóriga le cedía su propia bicicleta, ante una avería de la del leonés. Aquel hecho desencadenó una situación que marcaría la evolución del ciclismo cántabro durante unos cuantos años posteriores, pues Otero consiguió situarse en cabeza y cuando estaba a punto de ganar, fue derribado por parte de sus dos perseguidores en una maniobra más que cuestionable. Tras la caída, Otero entró tercero y reclamó. Días después, el jurado de la prueba lo dio por vencedor, pero la Unión Velocipédica Española no ratificó aquella decisión, por lo que surgió un conflicto entre entidades (UVE y Unión Ciclo Motorista Santanderina) que duraría varios años y supondría un veto central para la celebración de pruebas de carácter nacional en Cantabria, el reconocimiento del principal club, etc.

Clemente López-Dóriga como ciclista. (Imagen: Sánchez González, F.: “Archivo Deportivo de Santabder. Tomo I).

Victorino Otero en 1918 con uniforme militar. (Imagen. Familia Otero / Diario Montañés).

Sin embargo, las relaciones con otras provincias seguían siendo excelentes. En especial con Burgos, que envió una embajada de ciclistas a Cantabria a la que se le brindó una larga estancia plagada de actividades, todo ello organizado por el propio Clemente en 1920. Al año siguiente, él mismo fue nombrado presidente del club Amistad Ciclo Sport (después Peñacastillo Ciclo Sport), creado para eludir la sanción española a la UCMS. Aún ganaría alguna carrera, aunque ya participaba mucho menos. Para entonces sus intereses y motivaciones ciclistas se encaminaban hacia otros objetivos, más relacionados con la organización de eventos y el crecimiento deportivo de la modalidad. En 1922, mientras Otero cubría un calendario deportivo francés, Clemente organizaba la VI Vuelta a Santander, ya de 146 km e incluyendo dos puertos: Alisas y el Asón. En 1923, configuró un plan integral de: entrenamiento, competición y financiación (a base de rifas, loterías, suscripciones populares, etc.), con la intención de enviar a Otero a participar en el Tour de Francia. Gracias al cuarto puesto del leonés en la Volta a Cataluña, se sucedieron fiestas, reportajes de prensa y homenajes en los que Clemente ejercía un evidente rol promotor. Finalmente se consiguió el objetivo y Otero pudo participar en el Tour, aunque en la 3ª etapa debió retirarse por la rotura de la horquilla de su bicicleta. Paralelamente, Clemente, ya lanzado en su nuevo papel, co-organizó (con otros promotores de otras provincias) la Carrera Internacional Madrid-Santander. La prueba constaba de dos etapas: Madrid-Valladolid y Valladolid-Santander, un total de 449,5 km y una envidiable dotación de premios. Se consiguió la participación de un excelente plantel de estrellas internacionales, entre las que podemos destacar a Franz, Binda o Leducq. Victorino Otero fue el primer español clasificado (9º) en la primera etapa y el 10º (segundo español) en la general final.

Clemente ejercía también de periodista para “El Pueblo Cántabro” relatando las etapas del Tour. Con el “Heraldo de Madrid” idea la creación de la Vuelta a España, aunque aún no llegaron a materializarla. Y ante una renovación completa de la Unión Velocipédica Española, entró a formar parte de la misma dentro del comité técnico. Así pues, en 1923 Clemente López-Dóriga se había convertido ya en un agente importante y polifacético del ciclismo nacional y con cierto contacto con el internacional. Gracias a las subscripciones populares, el fútbol benéfico y las derramas de varios clubes deportivos, consiguió financiar la 2ª participación de Otero en el Tour de Francia de 1924. Es más, Clemente se trasladó allí con su automóvil Samson con la intención de cubrirle la asistencia, pero ante la denuncia de alguno de los corredores profesionales (los únicos que tenían derecho a tales privilegios), Henri Desgrange se lo prohibió y les mantuvo vigilados. Ante tal situación Clemente se quedó en posición de aficionado turista, observando de lejos los acontecimientos. Menos mal, porque al llegar la carrera a Bayona, Otero rompió gravemente su bicicleta. Pero afortunadamente andaba por allí Don Victoriano López-Dóriga, que se había desplazado con su otro hijo Ricardo para ver pasar la prueba y saludar a Clemente y al propio Otero, y fue él quien se encargó de pagar las piezas y arreglos necesarios, cubrir los gastos de la estancia y hasta darle al ciclista un considerable donativo para continuar. Finalmente Otero consiguió terminar el Tour (15 etapas y 5500 km), siendo, junto con Janer (ese mismo año), uno de los dos primeros españoles de la historia en conseguirlo. Ante tan notorio resultado, los tres hermanos López-Dóriga formaron parte preferente de una comisión organizadora, creada para recaudar dinero y promover homenajes con los que recompensar al corredor que, ya desde hacía tiempo, había sido adoptado por Cantabria como ahijado suyo.

Victorino Otero tras una carrera. (Imagen: Sánchez González, F.: “Archivo Deportivo de Santabder. Tomo I).

De izquierda a derecha: Fco. G. Ubieta (La Gaceta del Norte), Jacinto Miquelarena (Excelsior y ABC), Victoriano López-Dóriga, Victorino Otero y Ricardo López-Dóriga, en Bayona en un día de descanso del Tour de 1924. (Imagen: Neila Majada, A.: “Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega”).

Poco después, Vicente Trueba hace su aparición como ciclista allá por 1925, a la vez que Enrique San Emeterio, pasando ambos rápidamente de “neófitos” a corredores de “3ª Categoría”. Los miembros de la familia Trueba mantuvieron una interesante pugna deportiva con los hermanos Sierra. Una consecuencia trágica de aquella estimulante competitividad, fue el fallecimiento de Pepe Sierra como consecuencia de un golpe sufrido en la cabeza, al caerse durante un descenso en la Braguía persiguiendo a Vicente Trueba, que acabó ganando aquella funesta carrera. Aquel año, en la I Vuelta a Cantabria (489 km en dos etapas, con una jornada intermedia de descanso) participaron José y Vicente Trueba, y finalizaron sin especial brillantez dentro de un grupo bastante nutrido de corredores de la mejor calidad nacional (Monteys (1º), Loroño (5º), Otero (9º)…). A la segunda edición se sumaría Cañardo (1º), repetirían Juan de Juan (2º) y Otero (3º), luchando con otros ilustres como Telmo García, Ricardo Montero, Cepeda, etc. Aquellos años, hasta 1930, sirvieron a Clemente para percatarse de que con los hermanos Trueba (y Vicente en especial) surgía un talento ciclista muy exclusivo.

I Vuelta a Cantabria (1925) a su paso por Espinosa de Loa Monteros. (Imagen: González Ruiz, A.: “Cantabria ciclista: 100 años de gloria 1895-1995).

En 1930 Clemente se centró en conseguir la participación de los dos hermanos Trueba en el Tour de Francia, tal y como anteriormente había hecho con Otero. Creía ciegamente en las opciones de futuro de Vicente y le propuso un completo plan de preparación con un nutrido calendario de carreras. Ese año, él mismo organizó la V Vuelta a Santander en un formato aún más exigente: 186 km, y se las arregló para que el plantel de participantes fuera del más alto nivel nacional. Ganó Cañardo y Vicente se adjudicó el tercer puesto. El Tour se celebraba por primera vez en formato de equipos nacionales, y en el español, Vicente enseguida obtuvo hueco propuesto por Clemente. Sin embargo la inclusión de Pepe Trueba se logró in-extremis tras descartes y algunos líos de intereses. La jugada valió la pena porque ambos acabaron la prueba y Vicente dio mucho espectáculo, despertando el interés de Henri Desgrange por su figura. Precisamente sería aquel año cuando “el patrón” le bautizó como “La Pulga de Torrelavega”. La amistad y relación entre Vicente y Clemente se fue fortaleciendo, y el flamante deportista regresó a Santander, tras un largo periplo de homenajes y carreras, en el coche de López-Dóriga. Sin embargo, al año siguiente no hubo participación española en Tour. Desgrange andaba muy cabreado con determinados comportamientos de la delegación nacional, con desplantes y con las incertidumbres propiciadas por una clara guerra de intereses hispanos por conseguir plaza para unos u otros corredores. El francés cortó por lo sano y dio paso al equipo suizo en sustitución del español. Ese año Clemente organizó varias carreras entre las que destacaron un campeonato regional en formato CRI de 100 km, la Subida al Escudo, la Subida a Alisas y el Campeonato Escolar del Diario Montañés. Pero, aprovechando su función de corresponsal en el Tour de Francia, fue entablando cada vez más y mejor relación con HD y acabó consiguiendo de nuevo plaza para Vicente Trueba en los Tours del 32 y del 33. En el del 32 tuvo que ser como “Isolé” (sin formar parte de ningún equipo nacional). Pero ahí estaba Clemente ejerciendo de cronista y dando cobertura consejera, táctica, mecánica y demás, a partir del paso por los Pirineos; además de ahondar en una importante labor diplomática con HD, gracias a la cual, el flujo de participación de los corredores españoles en la ronda francesa se volvería a abrir al año siguiente.

El Tour de 1933 fue aquel en el que Vicente Trueba se coronó oficialmente como Rey de la Montaña y acabó 6º en la general. Clemente recibió cartas abundantes del corredor, hizo de cronista deportivo y se personó para asistirlo y asesorarlo desde el paso por Perpignan. En sus escritos de prensa defendía al cántabro ante cualquier ataque público. Y esta labor también continuó en la edición de 1934.

Clemente López-Dóriga y Vicente Trueba en el Patio de los Naranjos de la Generalitat de Cataluña tras regresar de la disputa del Tour de Francia de 1932. (Imagen: Neila Majada, A.: “Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega”).

Vicente Trueba y Clemente López-Dóriga junto a dos periodistas de la época. (Imagen: Neila Majada, A.: “Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega”).

Una crónica sobre Vicente Trueba firmada por Clemente López-Dóriga. (Imagen: Neila Majada, A.: “Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega”).

Clemente López-Dóriga con Vicente Trueba. (Imagen: Diario Montañés).

Pero la labor de Clemente seguía fluyendo y generando actividad en diversos frentes, y el de la organización de eventos no sólo no se veía mermado, sino que acabó dando un paso enorme, un avance histórico para el ciclismo mundial. En 1935 nacía con él, de la mano de Juan Pujol como representante del diario “Informaciones” y de César Regulez, la I Vuelta a España, en la que el maillot de líder lucía el color naranja, en correspondencia al del papel de las hojas de aquel periódico. Clemente sería también conocido, a partir de entonces, como el Henri Desgrange Español. Para aquella primera edición se consiguió el apoyo de bastantes marcas nacionales de fábricas de bicicletas que formaron equipos de corredores españoles, algunos reforzados por extranjeros. BH, Orbea y la madrileña Candelas fueron algunas de aquellas fábricas representadas. Poner en marcha la Vuelta no fue tarea fácil, se debió a un largo peregrinaje en el que nuestro protagonista trataba de convencer a unos y otros sobre la viabilidad, interés y valor de un evento de tales características. La mayor parte de los interlocutores se mostraron totalmente escépticos e incluso muy críticos. Las principales pegas aducidas eran el mal estado de las carreteras y la falta de infraestructuras hoteleras y de otro tipo al paso por “provincias”. Pero López-Dóriga perseveró, y tuvo la paciencia y el ímpetu suficientes como para esperar la ocasión propicia, y la capacidad organizativa necesaria para implementar tan complejo reto. Clemente repitió funciones organizativas en la siguiente edición de la Vuelta en 1936, aunque después la carrera desapareció a causa de la guerra. De todas formas López-Dóriga volvió a formar parte de su organización en las ediciones de 1942, 1945, 1946, 1947, 1948 y 1950. Las últimas cinco ocasiones con el diario “Ya” como patrocinador.

Portada del diario “As” con fotos de la primera etapa de la I Vuelta a España. En la imagen, Amberg corona escapado el Alto del León. Quizá Clemente iba en ese descapotable que controla la prueba. (Imagen: diario “As”).

Información de la I Vuelta aportada por el diario “As”. (Imagen: diario “As”).

Su vocación promotora y su gran visión del desarrollo de este deporte quedaron igualmente expresadas con la organización de pruebas internacionales como la Madrid-Lisboa (1939), el Campeonato de España por Regiones (1940) y la Madrid-Oporto. En 1940 fue nombrado Vicepresidente Primero de la Unión Velocipédica Española por parte del Comité Olímpico Español. Y por si tan diversa dedicación pareciera incompleta, hay que señalar que llegó incluso a ser seleccionador nacional. Lamentablemente Clemente murió relativamente pronto (en el 57). La UVE primero, le concedió la Medalla de Oro al Mérito Ciclista, ratificada años después por la Federación Española de Ciclismo con su Medalla de Oro. Aún así, todavía a última hora tuvo tiempo de dejarnos algo más, pues fue uno de los creadores de algo tan cercano y tan brillante hasta hace poco, como el  Circuito Montañés.

Clemente López-Dóriga, en 1954, con dos de sus “ahijados”: Adolfo cruz y Julio San Emeterio en el Criterium de Ases celebrado en Madrid. (Imagen: González Ruiz, A.: “Cantabria ciclista: 100 años de gloria 1895-1995).

Y ahora nos toca referirnos al tercer hermano de la dinastía ciclista, Ricardo, también conocido inicialmente, como “Lapize II”. La de Octave Lapize, parece que fue una influencia importante en la época, ya que además de los dos hermanos López-Dóriga, otra persona muy cercana a Clemente, el periodista deportivo y colaborador organizativo Julian Merino, firmaba crónicas con el mismo seudónimo. En realidad el auténtico Lapize únicamente logró terminar uno de los cinco Tours en los que participó, el de 1910. Eso sí, lo ganó, y fue  en aquella mítica edición en la que se pasó por primera vez por el Tourmalet. En cualquier caso Lapize fue un gran ciclista, cuatro veces Campeón de Francia (3 como profesional y una amateur) y vencedor en la Paris-Roubaix en tres ediciones consecutivas. También fue “recordman” de la hora y medalla de bronce olímpica en 1908. Pero volviendo a nuestro “Lapize II”, Ricardo López-Dóriga, podemos señalar que debutaba como ciclista en 1914, en una carrera Santander-Reinosa-Santander, clasificándose 5º en la categoría de “neófitos”. Por alguna razón, la prueba se repitió pocos días después, y en aquella segunda ocasión consiguió ganarla. En 1917, siguiendo la estela marcada por sus hermanos mayores, también decidió abrirse camino en el mundo de la gestión deportiva, la promoción y la organización. Eso es lo que diríamos ahora, pero tal y como eran las cosas entonces, creo que sería más justo y acertado afirmar que lo que hizo, al igual que los otros dos, fue asumir mayores responsabilidades respecto a su deporte. Resulta que aquel año surgió la propuesta de un cambio de nombre en la Unión Ciclista Santanderina, para que ésta hiciera un hueco a los motoristas. Hay que recordar que motocicletas y coches, al fin y al cabo, fueron las evoluciones motorizadas de las máquinas de desplazamiento autónomo, las cuales habían causado sensación con la aparición previa de las bicicletas, y que fueron muchos los aficionados al pedal que posteriormente se fueron pasando a las motos o al automóvil. El nuevo nombre elegido para la entidad fue el de Unión Ciclo Motorista Santanderina, y coincidiendo con la reforma, hubo una renovación de la directiva mediante la cual Ricardo entró a formar parte de la misma como vocal.

Algunas de sus actividades iniciales estuvieron muy relacionadas con las propuestas de sus hermanos mayores. Por ejemplo, en 1922 colaboró con la organización de la IV Vuelta a Santander (prueba creada y dirigida por Clemente), o en el 23 “recuperó”, de la mano de Miguel, la Unión Ciclista Montañesa, que había acabado disolviéndose tras el pasado enfrentamiento con la Unión Velocipédica Española, a raíz de aquellos veredictos cruzados respecto de una carrera de Victorino Otero en 1919. Su hermano Clemente mantenía una buena relación con él y se apoyaban mutuamente. El primero le asignó un puesto de jurado en su “Subida al Escudo” en 1931, y le otorgó la responsabilidad de velar, organizar y coordinar el paso de la I Vuelta a España por Cantabria. De hecho, colaboró con Clemente en todas las ocasiones que aquel formó parte de la organización de la Vuelta, y por ello, y por otros méritos más, recibió, en 1945, la Medalla de Oro al Mérito Ciclista. Antes, en 1939, había ya sido el presidente del Comité Regional (el nº 6) de la Unión Velocipédica Española, lo que durante años fue la entidad predecesora de la actual Federación (la española y sus representaciones provinciales). Precisamente, con dicho cargo, organizó el 38º Campeonato de España de Fondo carretera que se celebró en modalidad contrarreloj sobre 150 km. El resultado de aquella prueba dejó a Andrés Sancho como campeón con un tiempo de 4h 15’ y 4”, que implica una velocidad media de 35,284 km/h (¡con aquellas bicicletas y sobre tan largo recorrido de toboganes!: Santander-Unquera-Santander, por Comillas). Le siguieron en orden de clasificación: Cañardo, Fermín Trueba, Ezquerra y Escuriet.

Al igual que su hermano Clemente, Ricardo también ejerció de periodista deportivo (en ciclismo, vela y otras modalidades) y responsable absoluto de algunas pruebas como el Circuito Castilla-León-Asturias en dos ediciones. Lamentablemente Ricardo murió bastante joven (a los 47 años) por lo que se perdió tempranamente otra activa personalidad para el desarrollo del ciclismo nacional.

Octavie Lapize en 1913. (Imagen: Bibliothèque Nationale de France).

Ricardo López-Dóriga (de paisano), cuando era presidente del comité provincial de la UVE, rodeado por varios ciclistas montañeses: Isidro Bejerano (de Liérganes), José Gutiérrez (de Sarón), Fermín Trueba y Pepín Gándara. (Imagen: Neila Majada, A.: “Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega”).

Ricardo López-Dóriga en una entrega de premios. (Imagen: González Ruiz, A.: “Cantabria ciclista: 100 años de gloria 1895-1995).

Hasta aquí una modesta y resumida descripción de lo que una familia concreta hizo en y por el ciclismo. Su dedicación produjo un impacto evidente sobre el resto de la historia de este deporte. Inicialmente en la región de Cantabria, pero más adelante también a escala nacional e internacional. Cuando pensamos en las gestas antiguas de los grandes ciclistas de otras épocas siempre apuntamos un redoblado mérito a las mismas imaginando aquellas bicicletas tan pesadas, el terrible estado de las carreteras o pistas y la ausencia o precariedad de los cambios, sistemas de frenado, etc. El mismo ejercicio de valoración hay que aplicar a quienes además de pedalear en el amanecer del ciclismo, se fajaron en la organización de eventos o en la fundación de entidades, pues hay que recordar la ausencia inicial de transporte motorizado, el estado primitivo del servicio telefónico y la abismal diferencia de medios de comunicación disponibles en relación con la actualidad. Pensar en todo lo que estos protagonistas consiguieron poner en marcha, parece una tarea titánica considerando los medios de entonces. El efecto López-Dóriga integró génesis y dinamización ciclista pioneras. También desarrollo y construcción inicial y posterior, tanto en el campo practicante como en el organizativo y fundacional. Su trabajo luchó por abrir fronteras para nuestros deportistas más pujantes y acabó ofreciendo escenarios de competición para el crecimiento de todo nuestro ciclismo. Lo que la afición haya podido dar a cambio de todo esto, lo ignoro, pero sospecho que puede no haber estado a la altura. Hasta hace relativamente poco, y solo a través de un hobby personal poco frecuente y algo marginal, yo mismo he de confesar que poco o nada sabía de los miembros de esta familia o, sobre todo, de sus gestas a favor del ciclismo. Siendo esto así, qué pensar del resto de aficionados actuales del ciclismo… Menos mal que la herencia de las obras humanas no se cuantifica únicamente por la popularidad  masificada (actualmente del todo desvirtuada en formatos de “me-gustas” y otras trivialidades), sino como en este caso, por el crecimiento imparable de un legado que podría no haber existido sin la acción pasada de algunas personas. Si esquematizamos la grandeza del ciclismo español actual hay que mencionar ineludiblemente a la Vuelta, la proliferación de eventos provinciales y los éxitos internacionales de nuestros ciclistas. Y ello, todo ello, fue fuertemente cimentado, por la familia López-Dóriga.