- La Histórica ya está aquí, este fin de semana. He visto gente de Cantabria apuntada. Quizá entre ellos se encuentre “Eddy Merckx”, lo digo porque me lo he cruzado en Alisas el otro día (en serio).
- El último fin de semana del mes es la espectacular Anjou Velo Vintage. Estamos organizando una participación de dos opciones: 30 km con bicicletas de paseo y vestimenta elegante, y 150 km de ruta retro de carácter deportivo. Aún estáis a tiempo. A nivel de organización, actividades paralelas, ambientación… no hay nada igual, ni l’Eroica toscana se le aproxima.
Esta semana me
lanzo a escribir sobre patinaje. Esto no debería hacer huir a los amantes
exclusivos del ciclismo, ya que entre las líneas de lo que explicaré hoy podrá
encontrarse alguna referencia al ciclismo de ruta (no demasiado histórica por
cierto), así como algunas curiosidades que espero interesen a cualquier amante
del deporte. En concreto voy a referirme a lo que he denominado tres leyendas
deportivas sobre patines. Dos de ellas sobre hielo, clásicas y de tal dimensión
mundial, que desde que se hicieran realidad, encontraron su merecido espacio
dentro del privilegiado inventario de las hazañas atemporales del deporte. La
tercera será algo diferente, no se trata de una gesta concreta sino de una
práctica rodada que casi adquiere el carácter de leyenda urbana, actual,
marginal y femenina. Vamos con todo ello.
En primer lugar me
voy a referir a la vida de un deportista con mayúsculas. Eric Heiden, patinador
norteamericano nacido en 1959, ostenta un récord único en la historia del
deporte, logro que, por otro lado, sospecho que será casi imposible de volver a
igualar. Nacido en el seno de una familia amante del deporte, se inició en la
práctica del hockey sobre hielo, el atletismo y alguna otra modalidad, hasta
que a los 14 años se centró en el patinaje de “velocidad” sobre hielo. Ya en
1976 participó en los Juegos Olímpicos de Invierno de Insbruck, alcanzando un
meritorio 7º puesto (tenía entonces 17 años) en 1500 m y un más alejado 19º en
la prueba de 5000 m. Aquellos relativamente discretos resultados evolucionaron
rápidamente pues a partir del año siguiente ganó cuatro campeonatos del mundo
seguidos: Holanda (1977), Suecia (1978), Noruega (1979) y Holanda de nuevo (1980).
El mundo del patinaje asistía así al nacimiento y consolidación de una de sus
estrellas, y por primera vez en la historia, esa figura procedía de los EEUU,
un país con menor tradición en la especialidad que las grandes potencias del
norte de Europa. Ante esta situación Heiden partía como gran favorito para
adjudicarse alguna que otra medalla en los JJOO de Lake Placid de 1980. Lo que
nadie sospechaba es que en tan señaladas fechas el patinador fuera capaz de
marcar un hito inigualable hasta el momento: ganar las 5 medallas de oro
correspondientes a las 5 distancias programadas en la modalidad de patinaje de
velocidad sobre hielo. Para hacerse una idea de la dimensión que tal logro
alcanza, me parece imprescindible añadir algunas reflexiones:
En los 80 el nivel
de sofisticación y dedicación profesional al entrenamiento y la competición por
parte de los deportistas ya alcanzaba cotas similares a las actuales. No
estamos hablando de una época histórica donde el amateurismo y la épica
aventurera de los pioneros fueran suficientes para conseguir logros del máximo
nivel en competición organizada (en ciclismo por ejemplo era la época de
Hinault, Kelly, Lejarreta, Fignon…). Hacía falta mucho más, asesoramiento
técnico y científico, dedicación exclusiva, excelentes materiales, etc. Y
además, cada medalla se disputaba ante un importante elenco de especialistas de
cada distancia.
Las dos longitudes
más diferenciadas sobre las que ganó fueron los 500 metros y los 10 km. En la
primera (su especialidad menos fuerte), al hacerlo, pese a que tuvo la fortuna
de que su rival soviético se resbalara un poco en determinado momento de la
final (a la cual había llegado con las sucesivas eliminatorias previas que en
esta disciplina se realizan por enfrentamiento directo de uno contra uno),
consiguió de paso batir el récord olímpico, hasta entonces en posesión de su
contrincante. Vamos, que ni mucho menos lo hizo mal. Entre tanto, en la
distancia larga, en otra gran demostración, se permitió el lujo de batir el
récord del mundo. En conclusión, que el “repaso” fue mayúsculo.
Desde un punto de
vista fisiológico, más allá de la pura técnica del patinaje, estas victorias
nos deberían llamar poderosamente la atención, ya que la horquilla de tiempos
de esfuerzo que se alcanzan entre la prueba más corta y la más larga van desde
los 38 segundos hasta los 15 minutos. Ello supondría, utilizando como ejemplo
la natación que alguien fuese capaz de ganar en estilo libre, todas las
distancias que fueran desde unos hipotéticos 75 m (a medio camino entre los 50
y los 100 m), hasta los 1500 m. Algo inconcebible por el momento. Patinar a la
máxima velocidad durante aproximadamente 40 segundos constituye un esfuerzo
anaeróbico láctico puro. Ello implica que el enorme trabajo muscular desplegado
se hace a costa tanto de los depósitos de fosfocreatina y ATP musculares, como
de la producción de energía a través de la glucólisis anaeróbica con la
consiguiente producción de ácido láctico. En el caso de las distancias de 1000
y 1500 metros, es fácil hacerse una idea de que la producción de lactato puede
alcanzar los máximos niveles posibles. Ello quiere decir que si bien para los
500 el deportista en cuestión debería ser una especie de ejemplar compensado
entre velocista puro y “trabajador anaeróbico láctico”, para las dos siguientes
pruebas, ya tendría que ser definitivamente un especialista en la producción y
alta tolerancia al lactato, algo bastante diferente. Pero por si fuera poco, en
lo que respecta a los 5000 m ya nos estamos encontrando con un perfil de
mediofondista (atletas capaces de mantener un equilibrio entre sus cualidades
anaeróbicas y aeróbicas; “resistencia de duración media” según Fritz Zintl),
caracterizados por basar su rendimiento de prueba casi a un 50% entre las
producciones aeróbica y anaeróbica de la energía. Llegados a los 10 km, el
cuarto de hora de esfuerzo, tan sólo puede lograrse a base de la explotación
preferente del metabolismo aeróbico, que representará un 70% aproximado del
origen de producción de energía. No sé si para los no acostumbrados a las
cuestiones de la fisiología deportiva estas últimas líneas no habrán conseguido
más que complicar las cosas, pero lo que estoy intentando ilustrar es el hecho
de que cada distancia requiere tal nivel de especialización fisiológica (en
gran medida basada en una dotación genética previa), que resulta francamente
difícil que en cualquier disciplina deportiva cíclica como el patinaje (remo,
piragüismo, ciclismo, carrera, natación, etc.) una única persona pueda competir
¡y batir! A los diferentes especialistas de cada distancia.
Una vez finalizados los Juegos, Heiden abandonó la práctica
oficial del patinaje, pero no el deporte activo. Es más, corroborando con
décadas de anticipación nuestra propuesta de este año (combinar bicicleta y
patines), decidió probar suerte con otra de sus pasiones: el ciclismo. En 1985
se proclamó Campeón de Estados Unidos de carretera. Conviene señalar que es
precisamente esa década cuando parece germinar, poco a poco, la revolución del
ciclismo norteamericano, la cual daría sucesivos frutos con ilustres nombres de
la ruta como Andrew Hampsten, Greg Lemmond y posteriormente Lance Armstrong;
del triatlón (Mark Allen, Dave Scott…) y de la bicicleta de Montaña (John
Tomac…). Parte fundamental del mérito de la revolución americana de un deporte tan
minoritario allí, hay que atribuírselo a la fundación del equipo 7-Eleven, en
la que el papel protagonizado por Heiden fue decisiva e imprescindible, tanto en
el papel de ciclista como en el de promotor. Con dicho equipo llegaría a participar
en el Tour de Francia del 86, retirándose por caída a cinco días del final.
Su transición hacia la vida profesional no deportiva destaca
también por no haberse alejado demasiado de la competición. Titulado como médico
durante su carrera deportiva (especialidad de cirugía ortopédica), ejerció en
un centro de Sacramento, compaginando dicha actividad con la de formar parte de
la plantilla médica del equipo de baloncesto masculino de los Kings y femenino
de los Monarchs. Entre tanto, “para quemar el gusanillo” jugando al hockey
hielo en un equipo aficionado. No cabe duda de que nos encontramos ante una
auténtica leyenda del deporte. “LA LEYENDA del patinaje de velocidad”, “un
legendario del ciclismo norteamericano” y toda una vida de dedicación ejemplar.
Eric Heiden, personaje enormemente conocido en muchos otros países, ha sido un
verdadero mito, el ídolo de muchos deportistas y, en mi opinión, una
personalidad sobre la que quizás convendría profundizar.
Seguimos sobre el hielo. Cambiamos de ubicación y de paisaje. Viajamos hacia
la absoluta llanura de la costa holandesa. Concretamente a la región de
Friesland, donde la planicie de pasto verde, se ve casi cuadriculada por los
canales, y sobre la que durante el verano pastan las vacas frisonas, las conocidas
lecheras de manchas blancas y negras, que desde hace décadas se convirtieron en
raza preponderante de mi región. Allí se celebra, desde 1890 (en otros lugares
he leído que 1909) la Elfstedentocht o Carrera de las Once Ciudades. El nombre
ya de por sí resulta sugerente. Se trata de una carrera en la que más de 15.000
patinadores, animados por unos 2 millones de aficionados, recorren 200 km de
vías fluviales, comunicando 11 poblaciones frisonas en un amplio circuito con
inicio y final en Leeuwarden. La prueba nació, como tantos otros eventos
legendarios del deporte, con un entusiasta reto pactado entre pioneros y
pioneras que pretendieron recorrer Frisia patinando sobre el hielo en una única
jornada. Sin duda lo lograron, y tal hecho, dejó grabada la tradición, que
desde entonces se repite, siempre y cuando las condiciones del hielo lo
permiten. Algo que ni mucho menos es tan frecuente como sus seguidores
quisieran. Creo que aún no se ha podido organizar ni siquiera en 20 ocasiones,
lo cual, lejos de ser un inconveniente, convierte su celebración en algo más
exclusivo aún, en un goteo de únicas y quizás irrepetibles oportunidades, tanto
para quienes aspiran al triunfo, como para quienes pretenden lograr su reto
personal.
Su existencia llegó a mis oídos en el año 1989, cuando precisamente viajaba
en bicicleta por aquel territorio. Viendo su trazado en los mapas, puedo
asegurar que entonces recorrí gran parte de su kilometraje sobre mi bicicleta,
pedaleando por toda la extensa red de carriles bici que comunica los pueblos y
ciudades de tan curioso paraje, gran parte del cual se encuentra unos metros
por debajo del nivel del mar. Desde entonces, la singularidad del evento me
pareció merecedora de mi atención, y siempre que puedo y lo recuerdo, procuro
seguir un poco atento a sus noticias.
Para su celebración es necesario que el invierno sea rigurosamente frío, tal
y como demuestra que la cantidad de años en los que no puede ponerse en marcha
sea muy superior a la de los que sí. Parece ser que se requiere un grosor de la
capa de hielo superior a los 15 cm. Ante tales condiciones no es extraño que al
ganador de 1929, Karst Leemburg, le tuvieran que amputar un dedo del pie. Pero
no fue precisamente él su ganador más afamado o ilustre. Para los expertos,
nada como la epopeya de Paping en 1963, quien ante unas condiciones francamente
duras y sufridas, venció en solitario con una abrumadora ventaja de 22 minutos
sobre sus más inmediatos perseguidores. El siguiente documental de la época nos
describe aquella hazaña.
Por otro lado, el record del la prueba lo instauró en 1985 el patinador
profesional holandés Evert van Benthem, quién completó los 200 kilómetros en 6
horas y 47 minutos. Lo más espectacular en aquella ocasión es que la victoria
fue el resultado de un cerrado sprint final entre cuatro patinadores.
Como
ocurre con la mayoría de los eventos deportivos añejos, legendarios, con
abolengo y que se mantienen firmes a sus más marcadas señas de identidad, esta
prueba tiene algunas peculiaridades tan singulares como su propia esencia. Para
poder participar es imprescindible ser miembro de la Unión Elfstedentocht. Algo
que lamento profundamente, porque con lo dado que soy a tomar parte activa en
eventos abiertos tan “clásicos” y hermosos, hubiera tratado por todos los
medios haberlo intentado en alguna ocasión (mi corta experiencia sobre hielo me
sugiere que la sensación de deslizamiento es aún más estimulante que sobre
ruedas, las maniobras mucho más sencillas y la frenada derrapando algo muy
fácil para un esquiador como es mi caso). Dada la creciente popularidad de la
carrera y la masificación de aspirantes, existe un límite de plazas que desde
hace años siempre se alcanza y que queda establecido en 16.000 participantes. Cada
participante recibe una tarjeta de registro (me encanta esto de las tarjetas,
pasaportes, carnets de ruta, etc. que tanto se estilan en algunas de las
pruebas clásicas en las que he ido participando estas últimas temporadas). La
tarjeta debe ser sellada en las once ciudades, y en dos puestos de control
extraordinarios y de localización desconocida. Todos aquellos que completan el
itinerario antes de las 12 de la noche, reciben una medalla (La Cruz de las
Once Ciudades), consistente en una cruz de Malta con un círculo central sobre
el que está impreso el mapa de la región. Por su parte, los 11 primeros varones
y las 5 primeras mujeres, tienen otro galardón añadido. Gran parte de la
prueba, tanto de mañana como al final del día, se desarrolla completamente de
noche. En definitiva, un ejemplo de tradición deportiva, nacida de la gesta
pionera, que integra los máximos niveles de rendimiento con la participación
popular y se rige por unas condiciones, entorno e ideario clásicos, cuyo origen
se remonta a la época dorada de las iniciativas deportivas “de leyenda” (JJOO,
grandes torneos centenarios, Tour de Francia, Copa América, etc.).
Para finalizar volvemos a cambiar de tercio. Abandonamos el
hielo para acercarnos a los lisos pavimentos urbanos (en este caso “indoor”).
Sustituimos cuchillas por ruedas. Y mitos y leyendas por “chicas malas y
perversas”. Bienvenidos al “Roller Derby”, la recuperación transformada de una
modalidad americana del patinaje sobre ruedas, que se desarrolló allá por la
mitad del siglo XX. Actualmente estamos ante un deporte aún minoritario, que
reúne una serie de características diferenciadas que lo hacen… cuando menos,
bastante especial. Es una especie de carrera exclusiva para mujeres en la que
dos equipos de patinadoras se enfrentan entre sí, a base de bloqueos en
movimiento, mientras dan vueltas a una corta pista oval, con la intención de
que una de sus miembros, supere al grupo para marcar puntos pasando antes que
todas las demás por determinadas referencias de la pista. La cuestión radica en
conseguir que tu “marcadora” pase hacia adelante y la contraria no. Para ello
se admitan cargas, algunos empujones, etc. Pero el Roller Derby en realidad
parece mucho más que todo eso. Viendo sus imágenes da la impresión que ha
tomado la forma de una subcultura deportiva propia, en la que lo accesorio, la
imagen, las peculiaridades estéticas, el ambiente y tantos otros detalles, se
hacen tanto o más imprescindibles que el juego en sí mismo. Hay equipos que se
visten con un aspecto más o menos deportivo de aires “americanos”, mientras que
otros muchos se caracterizan por una estética de aires punk o una especie de
muestrario de lencería añeja, buscando cierta combinación entre el erotismo
femenino y la aparente violencia casi siempre adjudicada al género masculino.
Todo ello hace que su práctica resulte (al menos en apariencia) trasgresora,
radical y quizás escandalosa, aunque las protecciones, el reglamento y la
estrategia, se encarguen de minimizar el peligro real.
Mis referencias sobre el asunto provienen exclusivamente de
Internet, ya sea a través de videos (que hay muchos), documentales o reseñas
escritas. No puedo comentar nada que haya visto, preguntado u observado en la
realidad. Sospecho que en España hay poca práctica y en los países en los que
más ha cuajado, aún debe tratarse de una afición muy marginal. Sin embargo, me
ha llamado poderosamente la atención por el cóctel de conceptos que combina. En
su caso el patinaje regresa a los patines clásicos de ruedas dispuestas en dos
ejes, tal y como ocurre con el hockey sobre patines, algo que los hace muy
manejables ante cambios de dirección repentinos, equilibrio contra cargas
externas, y curvas muy cerradas. La exclusividad femenina, se me antoja como
una especie de reivindicación social, de carácter muy urbano, que junto con una
pertinaz búsqueda de una estética y acción espectaculares, parecen tratar de
mostrarnos que “ellas” también pueden construirse sus cotos excluyentes y dejar
a los hombres fuera, tal y como tantas y tantas veces los hombres han hecho
hasta ahora en ámbitos tanto deportivos como de otra índole. Estamos ante una
especie de representación, mitad deportiva y mitad teatral, en la que las
“divas” de los rodamientos, se atavían como tales, lucen motes agresivos y
juegan con la doble apariencia de marcada sexualidad y poderío físico. Algo
digno de estudiar tanto por psicoanalistas como por sociólogos. Pero teorías
sesudas aparte, la manifestación deportiva en sí me resulta simpática, me
agrada y me hace preguntarme el porqué de su origen y de la pasión que en su
práctica parecen mostrar las jóvenes (y veteranas) que lo eligen. Tal y como
señalaba John Huizinga, quizá el filósofo más importante que se haya dedicado
nunca a teorizar sobre el juego de los hombres, la humanidad siempre ha jugado
y lo seguirá haciendo, tanto cuando es consciente de ello, como cuando
desempeña con seriedad y concentración sus profesiones. Algunos profesionales
judiciales, académicos, militares, musicales… se visten con especiales galas en
determinados actos. Son ejemplos de los múltiples simbolismos con los que
aderezamos nuestra vida a la hora de jugarla. Dentro del deporte, un simple
pantalón corto y su correspondiente camiseta resultan ya fácilmente
identificables respecto a qué disciplina deportiva pertenecen porque su diseño
y corte han evolucionado hacia la búsqueda de una imagen y estética propias
(modas aparte). Se trata de jugar, no sólo de hacer deporte y de practicarlo
como medio de diversión, sino de jugar a ser algo o alguien. Los miles de
ciclistas que cada fin de semana salimos a las carreteras, solos o acompañados,
en marchas organizadas o por nuestra cuenta, más o menos disfrazados de
ciclistas profesionales, con nuestros propios colores o los de nuestros ídolos…
estamos jugando. Sudando, entrenando o compitiendo, pero jugando. Jugando a ser
escaladores, esprinters, escapados, líderes o ciclistas anónimos. Abandonamos
temporalmente nuestros trabajos, familias, quehaceres y responsabilidades para
ser otra cosa, para lo cual nos disfrazamos con atuendos de aspecto
incuestionable. No es una crítica por mi parte ¡todo lo contrario! Estoy con
Huizinga, el juego es parte fundamental de mi vida. Me declaro muy “jugón”, y
espero seguir siéndolo hasta que me muera. En cierto modo es la sal de la vida.
Además, si consideramos que los ciclistas juegan ¿qué podemos decir de los que
practicamos el ciclismo vintage? Pues que lo nuestro es casi como el teatro clásico
de Mérida o el del Siglo de Oro de Trujillo. Juego dentro del juego. El caso es
que las mujeres que practican el Roller Derby han decidido jugar, establecer
sus propias reglas, construir su estética y zambullirse en su universo lúdico, generando
poco a poco, sin grandes ambiciones pero ostensible carácter, su propia leyenda
urbana, alejada de las medallas olímpicas de Heiden o de la tradición
centenaria de la Elfstedentocht, pero
escribiendo igualmente sus propias y ocultas épicas en la pista, hombro contra
hombro, con fintas y esquivando, tratando de enardecer a sus seguidores,
escasos pero seguramente fieles.