Recientemente dediqué un capítulo
al multideporte. Un texto largo que lo pudo haber sido mucho más ya que dejé
bastante contenido en el tintero. Pero no hay que asustarse, que no me dispongo
a complementarlo ahora. La mayor parte de aquello se centró en la modalidad del
triatlón, para continuar con breves retazos de otras disciplinas combinadas y
finalizar halagando el cuadriatlón y suspirando por un hipotético pentatlón que
no existe. Durante la presente temporada he escrito bastante sobre diferentes
temas desde una perspectiva teórica o divulgativa, sin casi hacer crónica
directa de actividades prácticas llevadas a cabo en el tiempo presente (con la
memorable excepción del esquí de montaña en Benasque). Ello no significa que no
las haya estado haciendo, sino que ninguna de ellas me parecieron lo
suficientemente relevantes como para ocupar un capítulo específico, aunque
quizá si aparezcan agrupadas (algunas de ellas) en futuras publicaciones monográficas.
Pero como la primavera ha avanzado y el verano llega, como viene siendo
habitual en mi ocupación personal, los viajes o la asistencia participante
(activa) a eventos deportivos se disparan.
Escribir sobre multideporte y
triatlón fue motivado por ser ello un asunto que me agrada, y que en el pasado
me llegó a entusiasmar. Y también porque viví muy de cerca el núcleo principal
de crecimiento del fenómeno en España. Pero además, algo guardaba en la
recámara. El saber que, pocos días después, me vería tomando parte en un
triatlón real. Resulta que entre mis múltiples cuñados, tengo uno muy
aficionado al deporte, con el que además me llevo estupendamente. Siempre fue
un apasionado del ciclismo, nadador de chaval y corredor eventual como
veterano. Y ahora, casi repentinamente, ha decidido incorporar el triatlón en
su complicada vida de ejecutivo multinacional o global, o como queramos
denominar a toda esa gente que acumula miles de kilómetros aéreos durante cada
semana. En realidad la culpa es mía porque hará ya unos 25 años fui yo quien le
lió, en un par de ocasiones, para participar con talante festivo y “sport”
(original) en aquel mítico triatlón popular de Somo (una fiesta que con el
tiempo, lamentablemente, acabó perdiendo su esencia inicial) y en otro de tipo
“sprint” en Santander. Aquello quedó allí, y hete aquí, que de repente, más de
dos décadas después, a Bernardo va y le vuelve a picar el gusanillo del
triatlón, y como en él es habitual, me llama, se me pone pesado y me lía para
que lo acompañe en uno de sus planes.
Y así, sin más, encajado a duras
penas en un calendario (el mío) plagado de citas y actividades deportivas de
cada vez más diversa índole, me encuentro con el compromiso de desplazarme a
las Landas francesas para participar en un triatlón de distancia olímpica
(1,5km a nado, 40km [sin estar permitido ir a rueda] en bicicleta y 10 km
corriendo). Lo del plan es lo de menos, el viaje hasta allí no resulta largo y todo
él mediante vías rápidas. Lo peor, lo que realmente me preocupaba y desmotivaba
es que, teniendo en cuenta los compromisos que tengo previstos este año, ni
podía, ni quería entrenarlo previamente. Únicamente nadar y correr un día a la
semana. Lo justo como para poder completarlo y que además no me pasase factura
después con un excesivamente largo periodo de recuperación o alguna lesión. Y
también lo mínimo como para que no “robase” tiempo de dedicación a otras
preferencias como el esquí de travesía en invierno, el piragüismo, el patinaje
y un poquito de bicicleta (poquísimo este año). En fin, como lo que ya se ha
convertido una constante en mi vida: una especie de mantenimiento de
supervivencia multifacética que me viene permitiendo hacer de todo, sin brillar
ni un ápice en nada. Pero debo confesar que, siendo una persona que creo que
tiene superada cualquier resquicio de ambición competitiva, demostrativa o de
afirmación personal en cuestiones deportivas, esta situación, lejos de molestarme,
hace tiempo que me encanta pues me permite practicar de todo sin presiones y
con una libertad y espontaneidad maravillosas.
El plan general fue urdido
completamente por Bernardo: inscripciones, cita de víspera y la compañía de un
amigo y excompañero suyo de clase en sus ya lejanos tiempos de la universidad. Vianney,
que así se llama nuestro compañero de “triples” fatigas, resultó ser un hombre
simpático, majo e hispano-parlante, lo cual me vino muy bien teniendo en cuenta
mi inoperancia comunicativa en francés. Pero además, también es un
experimentado triatleta que participa con cierta frecuencia en competiciones y
tiene el honor de ser todo un “finisher” de distancia Ironman. Él se reunió con
nosotros el mismo día de la prueba, un domingo ¡a las tres de la tarde! Porque
el lunes era festivo en Francia.
Entre tanto yo conduje el sábado
hasta Biarritz, para incorporarme, en calidad de invitado, a un lujoso y
sibarita plan de concentración deportiva digno de nivel de estrella mediática.
Esta es una de las razones por las que merece la pena flaquear ante las
persuasivas iniciativas de Bernardo. El hotel era un exquisito establecimiento
que originalmente habían sido las caballerizas de la marquesa de Moratalla. Una
preciosidad rehabilitada con gusto, de tamaño reducido y agradables jardines
circundantes. Por dentro la decoración era atrevida, conjugando con gusto y
generosidad lo clásico con detalles de modernidad incluso osada. Al ser el
primero en llegar, tras ser objeto de una breve visita guiada por el
establecimiento, me instalé en una fastuosa habitación aboardillada, casi más
acondicionada como para “recibir” (aquel fenómeno parisino de la alta sociedad
que dinamizó la vida pública francesa hace poquitos siglos) que como para el
reposo deportivo de un atleta en régimen de concentración en vísperas de un
evento. Tal circunstancia, lejos de preocuparme, me resultó divertida, ya que
en lo que a mí respecta “juego” al deporte como recurso de divertimento global,
y no como afán de rendimiento físico.
El día era lluvioso, por lo que
no invitaba a disfrutar del jardín o de la alargada piscina exterior, así que
pasé parte de la tarde leyendo, mientras esperaba a reunirme con mi cuñado (en
realidad hermano de Myriam) y su mujer. Al vernos, tuvimos un buen rato de
tertulia inicial y un poco de trasvase de material deportivo entre los coches,
previendo la logística matinal del día siguiente. Y después, más charla
placentera en un hermosísimo salón-biblioteca, con su chimenea encendida y su
acristalada fachada de cara a la piscina. Brindando además, por si todo ello
fuera poco, con una deliciosa copa de champagne Dom Perignon, que hubiesen
acabado siendo más, de no cernirse sobre nosotros las dudas de rendimiento
suficiente del día siguiente. Desde allí, nos acercamos en coche al centro de
Biarritz para cenar en un “bistro” bullicioso con muchísimo ambiente de “soirée”,
donde disfrutamos de una cena sabrosísima y amena. La verdad es que el centro
de Biarritz mostraba muchísima animación. Mucha más de la que suele
caracterizar a las poblaciones francesas, aunque esto es algo que ya he podido
comprobar en numerosas localidades “fronterizas”. Especialmente las que lindan
con nuestro territorio.
Charla de
mis familiares con un empleado del hotel en la puerta de entrada cuando nos
íbamos a cenar.
Pese al lujo de los aposentos, mi
descanso fue regular, suficiente pero no pleno. Uno que cada vez tarda más en
adaptarse a lechos diferentes y extraña su compañía hogareña. Pero el desayuno
pronto me ayudó a recuperar el ánimo corporal y psicológico. Se servía en una
especie de soportal, ahora cerrado con acristalamiento, con fastuosa estética
interior contrastando con la fresca imagen del atlántico jardín. El ambiente afuera
era de humedad y cielo cubierto, aunque sin lluvia. Por nuestra mesa desfiló el
consabido zumo, la taza caliente y un surtido de panes y croissants que siempre
resultan especiales en Francia, los bordan. Además, una variada presentación de
embutidos y quesos, y una larga fuente de degustación de minipostres dulces o
frutales. Como conozco el azaroso ritmo organizativo que se gasta mi cuñado
cuando tiene entre manos cuestiones ociosas, desayuné con contundencia,
previendo un posible riesgo de que no volviéramos a tener oportunidad de
despachar alguna otra comida medianamente seria antes de la prueba. ¡Y acerté!.
A punto de
empezar el desayuno. Momento maravilloso.
Fuimos en mi coche hasta
Mimizan-Plage, localidad en la que se ubicaba la meta de la competición. Pero
resulta que los dorsales se entregaban en Mimizan-Lac, en el centro de la
localidad, separada a unos pocos kilómetros de las playas. Por lo tanto, coche
otra vez y gestiones de recogida de dorsales e instrucciones. El planteamiento
organizativo era algo complicado: había que dejar lo de correr en el segundo
box (Plage) y lo de la bicicleta en el primero (Lac). La salida de natación se
daba en el lago, tras caminar 600 metros desde el box de la bicicleta, y la
carrera a pié finalizaba en Plage. Así pues, tras discutir (bastante) sobre la
logística, acabé imponiendo mi criterio, y visto lo visto creo que acertamos,
que consistía en lo siguiente: regresar en el coche a Plage, colocar lo de
correr en el box de allí, cambiarnos y preparar las bicicletas, organizar una
mochilita con lo de nadar, y pedalear de regreso a Lac para montar el box
ciclista. Una vez allí, mientras llovía bastante, nos dio tiempo de comer un
bocadillo de jamón york, de ponernos medio traje de neopreno y esperar un poco
a la hora de la salida.
Bernardo,
José y Vianney sonrientes tras comernos un bocadillo y casi listos para iniciar
la caminata bajo la lluvia hacia el punto de salida de la natación.
Hago ahora un inciso que tiene
que ver con algunos aspectos sociológico-deportivos del mundo del triatlón,
aunque sospecho que cada vez más extensivos a muchas otras modalidades como el
nado en aguas abiertas, el ahora llamado “running” (correr de toda la vida) y
desde luego el ciclismo. Lo de Mimizan era un fin de semana completo de
triatlón con carreras de diferentes categorías (menores, relevos, sprint,
etc.). El colofón lo ponía nuestro “olímpico” en el cual estábamos inscritos 800
participantes y llegamos a disputarlo unos 700. Como hubo tiempo de contemplar
el box ciclista y además de ver a todos los participantes ya pertrechados antes
de la salida de la natación, puedo emitir mi impresión con respecto a la
cuestión del material. Por regla general la gente lleva unos “pepinos” de
bicicletas que oscilan entre el máximo nivel del mercado actual y un nivel
medio-alto. Prácticamente ya no hay ni aluminio. Carbono por todos lados,
grupos y ruedas de precios elevados, dispositivos y complementos de revistas,
ruedas aerodinámicas o ultraligeras, etc. Habiendo “escaneado” con interés el
parque móvil ciclista, apenas encontré dos bicicletas de la edad y
particularidades similares a la mía, además de una bicicleta de mujer y otra
pesada de ciloturismo con guardabarros y trasportín. El resto: entre “fórmula
1” y “altas prestaciones de serie”, por explicarlo en términos
automovilísticos. Como ni me dedico al triatlón ni a la esfera competitiva,
evidentemente no me interesa en absoluto agenciarme una bicicleta de tales
características, así que lo que llevé allí tenía más de 20 años. Una ya casi
mítica Trek de tubos de carbono que fue superventas en los noventa (la 2100),
con grupo Shimano de gama media, ruedas normalitas de la época, algo de óxido
en varios componentes y aluminosis en un racor. En cuanto a la natación, entre
los cientos de participantes (prometo que me fijé en plan investigación de
campo) únicamente fui capaz de contar tres trajes de neopreno que no fueran
específicos de nado o triatlón: el mío y el de un par de chavales de evidente
origen “surfero”. Con esto me pasa lo mismo, viviendo donde vivo, siempre hay
que tener uno a mano, pero sufrido, económico y polivalente, que lo mismo te
sirva para descender un barranco, bucear, surfear un poco, nadar un triatlón o
lo que se tercié. Vamos, lo que en mi caso viene a ser el básico de “decatlón”.
Por si todo aquello no hubiera sido lo bastante para hacerme sucumbir ante un
complejo de “materialitis” u “objetología”, estaba el tema de los relojes y
dispositivos de información que, gracias a la integración de monitorización de
frecuencia cardíaca, GPS, etc. Aporta, a quién lo porta (y lo sabe manejar) un
montón de información instantánea y grabada sobre su rendimiento. En ese asunto
aún fui más espartano todavía, porque no es que llevara algo obsoleto, es que
no llevé nada de nada, ni reloj en la muñeca, ni cuentakilómetros en la
bicicleta. Todo esto me hace pensar que me he debido convertir en un descastado
deportivo, una especie de resistente pasivo que atenta (involuntariamente)
contra el mercado y el progreso. Lo lamento, pido perdón por ello, pero espero
no cambiar.
Vieja, sucia
y con “heridas”, pero siempre fiel, my olvidada bicicleta fue llamada a filas
desde la “reserva” para darme servicio en el triatlón de Mimizan.
Con todo ese material a la vista,
los cuerpos afinados y trabajados (apenas vi barrigas, excesos de vello
corporal y toda esa colección de signos aparentes que le aportan a uno esa
tranquilidad, en ocasiones errónea, de que siempre habrá un suficiente colchón
de rezagados por detrás) me dio por pensar que quizás, con el paso del tiempo,
el triatlón se había acabado convirtiendo en una modalidad deportiva en la que
ya no se podía presentar cualquiera (no triatleta) alegremente, con la idea de
disfrutarlo sin un entrenamiento específico, con la tranquilidad de que, una
vez en carrera, el anonimato quedaría resguardado en el seno de un gran pelotón
“popular”. En fin, habría que resignarse a arrastrarse por los flecos del
cierre de la prueba. En cuanto a mis dos compañeros, ellos sí que cumplían con
los requisitos de imagen propios de la mayoría. Bernardo estaba encantado
estrenando una fantástica bicicleta S-Works tope de gama, ligerísima, con lo
mejor en ruedas, cambio electrónico, etc. Su traje de nado es especialísimo de
calidad, tacto, diseño y demás. Complementa su equipo una mochila especial para
triatletas, dotada de múltiples compartimentos y detalles, un buen surtido de
brebajes energéticos y, por supuesto, un “ordenador de a bordo de pulsera,
específico, de la más completa calidad”. Me parece muy bien, aunque solo sea
por ver la cara de felicidad que lleva con todos esos juguetes. Y no lo digo
con sorna, porque a menudo doy cuenta aquí de la cantidad de juguetes
deportivos que me gasto, aunque a mí me suele dar más por el material antiguo
recuperado que por la afición adquisitiva. En cualquier caso los dos estábamos
muy a gusto con nuestra recíproca compañía, él ejerciendo de Georges Clooney y
yo de Paco Martínez Soria. Y eso que al final no me puse la goma elástica de
mercería llena de nudos y con imperdibles para sujetar el dorsal, porque
Vianney me prestó un cinturón elástico portadorsales que le sobraba (la verdad
es que hoy en día fabrican y venden absolutamente de todo).
El caso es que pese a todo lo que
el ambiente previo parecía sugerir, la verdad es que puestos en competición, la
cosa no ha cambiando tanto. Los buenos
cada vez andan más y los malos creo que cada vez menos. Con tan desmesurada
popularidad, la población de triatletas permanentes u ocasionales ha crecido
exponencialmente y ahora hay de todo. Y por mucho “armamento” de filigrana
exhibido que haya, el rendimiento humano no parece estar acorde, al menos en lo
que respecta al grueso principal. Lo digo, porque al menos esa es la impresión
de lo que viví en carrera y del resultado final.
Bajo la lluvia, descalzos y
enfundados en los trajes nos dirigimos todos hasta una playa del lago. Allí se
daba la salida del segmento de natación en tres oleadas separadas por 15
minutos cada una. Primero las mujeres y después dos grupos masculinos de unos
300 deportistas por pelotón. A Bernardo le tocó en el primero, y por lo que nos
contó luego, la verdad es que le fue bastante mal. Lo de la espuma, los
zarpazos ajenos, los cruces de nadadores, etc. le debió de pillar bastante de
sorpresa (aunque le habíamos avisado) y acabó desorientado, dando tal rodeo que
cuando llegó a su box, los organizadores ya se habían llevado una bolsa en la
que tenía las zapatillas de ciclismo. La chapuza le costó un rato largo que,
con el apuro, no creo que acierte a precisar en magnitudes temporales, y
sospecho que el flamante “reloj” no fue lo suficientemente avispado como para
tomar nota de ese periodo muerto, consciente de que su dueño no estaba
precisamente de humor como para atender a la cuestión de los parciales. El caso
es que aquello le debió suponer un cuarto de hora de pérdida de tiempo, agobio
y frustración, pero, afortunadamente, sus zapatillas regresaron y finalmente ya
pudo acometer el segmento ciclista, aunque visto el desenlace posterior de la
prueba, creo que ya por detrás de nosotros dos.
José,
Vianney y Bernardo, preparados para el sector de natación.
Nuestra salida me la tomé con
calma pero sin pausa. Intentando evitar la lucha de cabecera pero sin salir
demasiado retrasado para no tener que desgastarme adelantando rémoras. El
aspecto previo me sugería que sería de los más retrasados, pero la experiencia
me previene de que en realidad, en las competiciones muy numerosas, siempre hay
gente de todo tipo de nivel y cuantos más tengas que remontar más lo vas a
pagar. Lo malo es que si te confundes por optimismo, en el agua, te pasan por
encima y puede acabar resultando de lo más desagradable. El caso es que no me
fue mal con el cálculo, ya que pese a la densidad lógica inicial, no tardé
demasiado en disfrutar de bastantes periodos de nado relativamente despejado.
Eso sí, una de las cosas que aún sigue vigente en el triatlón, y que los trajes
de alta gama, las gafas galácticas o los relojes con GPS no han logrado
solucionar, es que aún hoy en día cuando vas nadando directo hacia una boya del
recorrido, todavía te sigues topando con algunas personas que nadan en
dirección completamente perpendicular. Sinceramente opino que hay muchos
participantes que harían mucho mejor en invertir algo de dinero en un buen
cursillo práctico de natación en aguas abiertas, que en el consabido traje
“superespecialísimo”. Al segundo no se le puede sacar partido si lo que falla
es lo primero.
El recorrido constaba de tres
largos que cambiaban de dirección con dos grandes balizas. La primera en ángulo
bastante cerrado, en el cual la concentración de gente volvía a aumentar. La
segunda de unos 90º, y desde allí ya enfilábamos a tierra a través de una
puerta de balizas amarillas orientativas. Personalmente nadé tranquilo, sin
prisa pero sin pausa, controlando la dirección cada pocas brazadas para no hacer
metros de más. Visto el tiempo realizado, acerté de pleno porque coincide con
lo que barajo en la piscina para esa distancia. Salí pues muy satisfecho, de un
primer segmento que en realidad no me gusta, y mucho mejor colocado de lo que
inicialmente pensaba, algo de lo que me percaté en seguida al comprobar que el
box aún estaba bastante repleto de bicicletas.
Tras una transición ágil, pero
sin precipitación, salí al sector ciclista y a unos 20 metros por delante
distinguí a Vianney. Según más tarde he podido comprobar habíamos hecho prácticamente
el mismo tiempo en la natación pero enseguida me percaté de que su ritmo sobre
la bicicleta es bastante superior al mío y me olvidé conscientemente de él. Me
puse a lo mío, apoyado sobre un acople aerodinámico prestado y traté de dar
caña dentro de mis posibilidades y sin entrar en los excesos que pueden acabar
arruinándote la prueba por culpa de convertir la carrera a pié en un infierno. Apenas
llovía ya, escasas gotas ligeras que no molestaban, pese a que al ir vestido
con un “body” (de esos que se utilizan en triatlón y que tan prácticos resultan
para no tener que andar vistiéndote porque no molestan nada dentro del traje de
neopreno) los hombros me quedaban al descubierto. La prenda es de estricto
negro con costuras de hilo rojo. La compré en una oferta de retales de la
fábrica Austral, a un precio de risa y me hacía ilusión llevarla como homenaje
a la marca que patrocinó el primer circuito nacional y el primer equipo serio
de triatlón en España. No hacía calor, pero tampoco frío, quizás porque el
esfuerzo ya avanzado mantenía una buena temperatura corporal. Lo malo es que el
piso estaba mojado, y aunque prácticamente sin charcos, la suciedad de la
carretera se acumulaba en algunas de las escasas curvas, que solían
corresponder con cruces o desvíos. No sé qué harían los demás, pero yo desde
luego me tomé los giros angulosos con muchas precauciones. De todas formas el
recorrido era en su mayor parte una sucesión de largas rectas en las que se
podía rodar muy bien con los antebrazos apoyados sobre el acople. Iba
disfrutando de ese rodar vivo en posición de CRI, con esa ilusión que nos
caracteriza tanto a los globeros cuando pensamos que rodamos rápido al tenernos
a nosotros mismos como única referencia. Pero la realidad era que no adelantaba
a nadie y sin embargo, cada cierto tiempo, era superado con notoria facilidad
por veloces conjuntos máquina-corredor que me ofrecían aparentes estampas de
ciclismo profesional televisivo. Entre las escasísimas unidades que adelanté
durante la primera mitad del recorrido, había un paisano al que dejaba atrás
con claridad en sucesivas ocasiones pero que sospechosamente me volvía a
alcanzar al cabo de un rato. Al principio no le di demasiada importancia al
asunto, consciente de que a rendimientos solitarios similares, estas
oscilaciones son muy comunes. Sin embargo, poco a poco me di cuenta de que sus
adelantamientos siempre coincidían con el paso de otros ciclistas, y que cuando
lo tenía delante solía mostrarse demasiado pendiente de lo que le venía por
detrás. ¿Razón? Estaba más atento a aprovechar el rebufo de los sucesivos pasos
de corredores para avanzar que de su propio esfuerzo personal. Así pues, a
partir de mitad de carrera, aproximadamente, cesé en las intentonas de
adelantarlo y baje “un punto” mi ritmo, conservando para el segmento final. Con
respecto al resto de la numerosa gente que me pasó (muchos) no tengo sospechas,
aunque me sorprendió que en la mayoría de los casos (no todos), cuando me
superaban, lo hacían en pequeñas oleadas en vez de un goteo de solitarios. Todo
esto me hace recordar que también allí, como en tantos otros ámbitos deportivos
de la actualidad, el respeto a las normas y el espíritu de la honradez
flaqueaban en algunos casos. Otra reflexión que me vino a la cabeza a medida
que los kilómetros iban pasando es lo mal que tenían que haber nadado algunos
competidores que entonces me rebasaban como “sputniks”. En silencio, mi mente
les daba desinteresados consejos del tipo: ¡que pena chaval que no inviertas
algo de tiempo en mejorar el nado con lo que andas en bicicleta! Pero el
pensamiento más recurrente que me entretenía era una especie de ambivalente
sensación de estar disfrutando mucho de mi, aunque a todas luces pobre, rendimiento
ciclista en solitario.
El manillar
con el acople instalado. Me dio gran servicio por lo que le estoy muy
agradecido a mi amigo Carlos por prestármelo.
Todo el recorrido fue
completamente llano hasta el kilómetro 30 aproximadamente. A partir de allí nos
desviaron a una zona boscosa con carreteras muy rugosas, bastante bacheadas y con
sucesivos repechos. Para mí fue una buena noticia, ya que durante los ascensos
fueron los únicos momentos en los que pude disfrutar de la sensación de
adelantar a otros participantes. Gente a la que alcanzaba y otros a los que
había visto pasarme minutos antes. Nada de ello me sorprendió porque hace
muchos años que soy consciente de que dentro de mi nivel, soy mucho mejor
ascendiendo que llaneando. Lo primero siempre me ha gustado y es lo que más he
practicado toda mi vida ciclista, mientras que a lo segundo jamás le he
dedicado tiempo, y los pocos tramos llanos que existen en mi tierra, me los
tomo como enlaces o recuperaciones entre puertos y montañas. Así que,
francamente, en llano y contrarreloj, soy un auténtico “paquete”. Al final alcancé
Mimizan-Plage y utilicé las dos últimas curvas, a derecha e izquierda, para
soltarme las tiras de velcro de mis respectivas zapatillas, de forma que
llegado a la línea de la transición, me pude bajar descalzo de la bicicleta
para no perder mucho tiempo.
Durante la prueba no comí nada y
en la bicicleta bebí media ponchera de líquido isotónico. Pero no sentía ni
necesidad de comida ni sed, así que comencé la carrera a pié sin avituallarme.
Los primeros 2-3 km me noté un poco trabado, pero no lento. Son percepciones
muy normales, pero nada problemáticas si uno las conoce y si no se transforman
en verdaderas molestias musculares muy localizadas. Enseguida fui cogiendo
ritmo y al cabo de varios minutos tuve buenas sensaciones y me pareció que
empezaba a correr bastante rápido (dentro de mis parámetros, claro). Era un
circuito al que había que dar dos vueltas. Una parte urbana con mucho público
animando, otra parte de bosque con terreno no asfaltado y alguna fuerte
pendiente, y después unos tramos asfaltados rectos. Mi planteamiento funcionó y
disfruté muchísimo del sector porque no paré de adelantar gente a lo largo del
mismo. Da gusto acabar sintiéndose fuerte y percibiendo rendimiento. En un
momento dado alcancé a Bernardo durante mi segunda vuelta, cuando él había
comenzado su primera, fue cuando me comentó de pasada el problema sufrido con
sus zapatillas de la bicicleta. Y pocos metros más allá rebasé también a
Vianney, éste ya en su segunda vuelta. Y así, con excelentes sensaciones, fui
acercándome a la meta con los generosos ánimos del público que se apilaba a los
bordes de los últimos tramos del circuito. Al llegar, alegría, satisfacción,
algo de avituallamiento para reponer y coca-cola, por eso de la cafeína,
pensando en que tenía que volver conduciendo a casa y ya estaba bien avanzada
la tarde. Enseguida llegó Vianney, nos felicitamos mutuamente y cambiamos
impresiones sobre la experiencia. Después me acerqué al box a por una toalla
para cubrirme el cuerpo para no quedarme frío. Tras un buen rato, pudimos
animar a Bernardo en su llegada. Da gusto con él, porque a pesar de lo sucedido
en su primera transición, lejos de mostrarse contrariado, estaba encantado de
ver cumplido su reto y de haber disfrutado de lo lindo durante todo él. Me
alegro porque ya tiene comprometidas otras dos citas más, y seguro que con el
entusiasmo reforzado con el que salió de Mimizan, añadirá algunos triatlones
más a su agenda.
Yo también estaba muy contento pese
a que antes de empezar, el asunto, me había dado mucha pereza. Pereza meses
antes cuando me comprometí a ir, ya que no quería añadir obligaciones de
entrenamiento a mi vida, y aquello me imponía a tener que correr y nadar aunque
fuese de vez en cuando. Y pereza también el mismo día de la competición, porque
el día no invitaba mucho y las pintas de la gente eran tan amenazantes que me
hacían pensar que todo el evento me iba a quedar demasiado grande. Pero todo
eso quedó atrás al poco de estar metido en carrera y, desde luego, tras haber
cruzado la meta. Mi único objetivo previo había sido acabarlo bien y sin
lesiones. Conseguido. En una especie de previsión había calculado completarlo
en tres horas. Sobradamente conseguido, pues me equivoque rotundamente por
exceso, ya que mi tiempo final fue de 2h 35’ 33”; el cual, dadas las
circunstancias, dedicación, edad, etc. me parece magnífico para mis
expectativas. Y un tercer objetivo (jamás declarado, pero siempre ahí, latente)
era, evidentemente, ganar a Bernardo (y a su arsenal). Igualmente conseguido. No
es nada personal, pero es que de no lograrlo, cualquiera le hubiera tenido que
aguantar el resto de nuestra vida…
Publicados los resultados
oficiales, me he entretenido un poco analizando mi desempeño (deformación
profesional). La natación la solventé en 32’ 13” lo que significa que,
efectivamente, nadé afinando muy bien la dirección, ya que con rodeos, en esa
distancia, yo no hubiera sido capaz de hacer ese tiempo. Mi peor segmento, sin
duda, fue el de ciclismo con 1h 18’ 30”, a casi 31 km/h de media. Confirma que
soy muy mal rodador, algo que tengo asumido y que no me preocupa en absoluto, a
pesar de que, de las tres disciplinas, es a la única que tengo verdadera
afición. No caeré en el error de autoengañarme otorgando a mi obsoleta y
gastada bicicleta la culpa de tan pobre rendimiento, pues las causas son otras,
algunas ya comentadas y otra indiscutiblemente fundamental: que desde que
comenzó el año en enero, no he acumulado sobre bicicleta ni 600 km. Y además, a
cambio de un cierto conservadurismo sobre la bicicleta logré que la carrera
final se convirtiera, con claridad, en mi mejor segmento, con un tiempo de 44’
41”. No son disculpas, asumo lo que hay, mis momentos ciclistas para este año
llegarán cuando les toque, que tal y como lo tengo previsto será en un viaje
este verano.
Al final es un poco difuso
conocer con certeza cuánta gente participó en la prueba. Globalmente (mujeres y
hombres) casi alcanzamos los 700 competidores. En esa cuenta llegué el 407, que
me parece más que digno para un veterano que no es triatleta. Echando la cuenta
exclusivamente entre los hombres fui el 372 de 562 (a pesar de mi material de
“truequetlon”, je, je, je… un auténtico anti-sistema, especialmente si lo vemos
desde la perspectiva de los casi 200 que llegaron detrás). El resultado mejora
algo si lo analizo desde la perspectiva de mi categoría (veteranos 3) pues
avanzo de la mitad hacia delante (el 25 de 65). Pero tampoco tanto, lo que
sugiere algo que ya conozco de antemano: que el deporte de resistencia popular
en general y el triatlón en especial, son prácticas con edades de participación
cada día más elevadas. Mis puestos parciales en el ranking de cada segmento
avalan también mis sensaciones respecto a mi rendimiento (analizados teniendo
en cuenta la totalidad de participantes de ambos sexos): el 388 en natación
(medio), el 527 en bicicleta (malo) y el 300 en carrera a pié (bueno). Respecto
a los tiempos de los mejores también puedo extraer algunas interpretaciones. El
mejor tiempo de nado fue de 20’ 19” (que es algo lento para la élite) y lo marcó
uno de los primeros. En bicicleta hubo un “extraterrestre” (o algún error de
cronometraje) que se marcó 45’ 41”, pero ese sujeto tardó tanto en la carrera a
pié que en meta únicamente me sacó 6 minutos. En realidad, los mejores tiempos
de los de “delante” rondaron los 55 minutos, que están por encima de los 40
km/h, pero no fueron tan definitivos para la victoria o clasificación como los
de la carrera. El mejor parcial a pié fue 31’ 26”. Los ganadores hicieron marcas
de bastante nivel y desde el primero hasta los últimos, el incremento de tiempo
parece bastante progresivo, y por lo tanto, representativo de la población
triatleta francesa. En ese sentido mi situación me ha sorprendido muy
gratamente. Pero por otro lado, interpreto que una proporción importante de los
participantes invierten más esfuerzo económico, competitivo y de entrenamiento
sobre el segmento ciclista de lo que sería estratégica y racionalmente
recomendable de cara al resultado global. No es algo que me sorprenda, porque
también lo he visto en otras ocasiones en España. Lo que ocurre es que hay
mucha gente a la que la bicicleta le gusta especialmente y vuelca en ella gran
parte de sus recursos. De hecho, en ocasiones, el triatlón se presenta como una
buena oportunidad de competir en bicicleta sin necesidad de tener que
internarte en la complicada y selectiva jungla del ciclismo de carretera. Además,
de entre las tres disciplinas, es la que más se presta al escaparate y el
postureo. Espero que nada de esto se tome como una crítica porque no pretende
serlo. Fuera del profesionalismo, la práctica competitiva la encuadro dentro de
la diversión, por lo que cada cual debe ser libre de desempeñar su afición deportiva
como más le apetezca. Y como prueba de ello mi caso, que aburriéndome bastante
nadar y correr, amo la práctica ciclista pese a ser mi segmento más débil,
pero… ¡y lo bien que me lo paso en bicicleta!.
Finalizada la prueba recogimos
todo, nos cambiamos, dejamos los coches cargados y nos fuimos a celebrarlo a
modo de despedida. Ellos con una apetecible caña de tamaño grande (ambos se
quedaban a dormir allí mismo) y yo con un mísero café con leche para hacerme
más llevadero el regreso al volante. Los tres estábamos eufóricos y
satisfechos. Tengo que agradecer a mi cuñado el empeño que puso, meses antes,
en liarme para participar, porque me lo pasé genial antes, durante y después
del triatlón. No tengo intención de seguir con ello, pero la experiencia ha
resultado de lo más gratificante. Lo que pasa es que se me hace demasiado
absorbente como para compatibilizarlo con el resto de mis aficiones deportivas.
Además, ya comenté en su día que, puestos a elegir una modalidad
multideportiva, el cuadriatlón se me antoja más apetecible porque añade el
piragüismo. Lo que ocurre es que su oferta de pruebas es mínima. Y precisamente,
ante tanta escasez, cuando me enteré de que el Campeonato de España se
celebraría en Aguilar de Campoo, tan cerca de casa, decidí apuntarme.
Antes siquiera de tener la
competición a la vista, mientras andaba ocupado con otros eventos previos, me
topé con una serie de cuestiones que no me gustaron nada. A mí me da lo mismo
que sea un Campeonato de España, de Filipinas, de Europa, del Mundo o del
Pontarrón de Guriezo. Y me parece bien que por cuestiones organizativas haya
que ponerse un chip. Lo que no es de recibo es que el chip lo tenga que aportar
cada corredor, teniendo en cuenta que se trata de uno de una marca concreta,
habiendo algunas otras en el mercado. Es como si también te obligasen a
competir con bicicletas o zapatillas de tal o cual marca. Ante ese tipo de
requisitos, la prueba dejaría de ser un Campeonato de España (sin más) y
pasaría a ser un “Campeonato de España de propietarios de chip X”. Finalmente,
tras unas breves negociaciones por correo electrónico, la organización se
decantó por prestarme uno para la ocasión. Me pareció lo correcto porque hay
gente, como yo, que participaríamos por pura coincidencia geográfica, que no
vamos a inscribirnos en ninguna otra prueba con rango de Cto. de España,
dependiente de la Federación Española de Triatlón (FETRI), y que tomamos parte
en multitud de otros eventos de diferentes modalidades, en los que la variedad
de chips utilizados es grande.
Peor fue percatarme, en el
momento en el que los recorridos quedaron perfilados, de que el formato
propuesto por la FETRI se alejaba notoriamente del verdadero espíritu del
cuadriatlón. Esta modalidad nació como un reto que ampliaba el carácter
multideportivo del triatlón añadiéndolo un deporte más, y manteniendo un
evidente rasgo de larga distancia (del orden del medio Ironman en los segmentos
coincidentes). Tiene sentido que proliferen pruebas algo más cortas, que
busquen paralelismo de distancias con el triatlón olímpico, e incluso, por esto
de favorecer la promoción y el acceso, algunas que propongan longitudes equivalentes
al triatlón sprint. Pero en este caso todo se llevó mucho más lejos, se salió
de madre, se desvirtuó y acabó convertido, prácticamente, en una “gimkana” de
colegio. Para empezar se decantaron porque el segmento ciclista lo fuera en
BTT, una corriente novedosa que aunque facilita mucho las labores del
organizador, está totalmente alejada de la naturaleza propia del triatlón y
cuadriatlón (de sus principios fundacionales y de su realidad actual). Pero por
si ello no fuera lo suficiente como para minimizar, ningunear y maltratar este
deporte, las distancias se “jibarizaron” hasta el ridículo, dejándolas en 500m
de natación, 2km en kayak, 12,5 km en BTT y 3 km a pié. A mí, la impresión que
me da este tipo de cosas es de que la FETRI pretende acaparar cualquier
iniciativa polideportiva inspirada en
formatos o modalidades cercanos al triatlón, para, simultáneamente,
controlarlos de forma que no hagan sombra a su modalidad reina (olímpica) y de
paso, hacer que pasen por los diferentes peajes que la entidad va
estableciendo. Algo muy parecido a lo que le tocó sufrir a ella misma en los
inicios (ahora parece que se les ha olvidado), cuando como Comisión, se veía en
cierta medida amordazada o maniatada por las limitaciones que imponía la
Federación Española de Pentatlón Moderno, de la que dependieron muchos años. El
resultado: estos ridículos diseños minimalistas que cualquier día acaban
celebrándose en un polideportivo, con una piscina portátil colocada en mitad de
la cancha. De hecho, es probable que para la mayoría de los participantes, el
evento completo (recordemos que se trata de una prueba, supuestamente de
resistencia, que incluye cuatro disciplinas diferentes), se resuelva en menos
de una hora y media. Si consideramos el precio, resulta cómico, por no decir
aberrante, calcular el coste al que nos va a salir el kilómetro de competición
a los deportistas: 2,22 €/km. Por hacer una comparación con los precios de las
autopistas, tenemos que los 20 peajes más caros de España oscilan desde 1,68
€/km hasta el 0,11 (pero atención, el segundo más caro baja ya a 0,39). Y los
de precios más elevados son túneles o puentes concretos cuyos costes de construcción
resultaron estratosféricos. En fin, no seguiré hurgando en la cuestión.
Pero esta especie de odio y
desprecio que la FETRI parece sentir hacia el cuadriatlón, ha quedado
demostrado por medio de más acciones que parecen claramente encaminadas a
acabar con él. Resulta que en un intento de revitalizar la disciplina y de dar
cancha y posibilidades de práctica competitiva para los deportistas amantes de
esta modalidad, un grupo de organizadores diseñaron una liga compuesta por
cuatro eventos distribuidos por diferentes comunidades autónomas. La idea era
excelente, un modesto pero continuo calendario veraniego en el que poder
acumular varias carreras, todas ellas, además, con distancias paralelas a las
de un triatlón sprint (¡que menos!), y casi todas, en modalidad de bicicleta de
carretera. Personalmente me las prometía muy felices y tenía previsto intentar
acudir a dos o tres de ellas. Pues de eso nada, la FETRI, no sé muy bien a
través de qué estratagemas, ha paralizado dicha liga, queriendo hacer ver que el
cuadriatlón es “suyo”, y como tal, no es para nadie, porque claramente no
quiere que se desarrolle. En fin, como tantas otras federaciones deportivas
españolas hacen en cuanto alcanzan un poco de poder… esta también se dedica a dar
patadas al verdadero espíritu de la Ley del Deporte. Entérense señores, el
triatlón, el cuadriatlón o cualquier otra expresión deportiva es (por ley)
“propiedad” de los ciudadanos españoles (estén o no federados y lo practiquen o
no). El gobierno cede las funciones de su organización a las federaciones (que
son entidades privadas, ya bastante privilegiadas por dicha cesión), pero éstas
han de cumplir con las funciones generales de la Ley del Deporte y entre ellas
está la de promocionar (nunca limitar, castrar, entorpecer, etc.) la actividad
deportiva de la o las modalidades contempladas bajo su tutela. Y la cesión es
reversible y podría suspenderse en el caso de que una federación concreta no
cumpla sus cometidos, haga dejación de funciones, etc.
En cualquier caso no pretendo que
sea este un espacio de crítica civil así que regresaré a la narración de mi
experiencia deportiva. El viernes víspera de la prueba, pasé un buen rato en la
nave del Cantabria Multisport, acabando de arreglar el Surf-Ski que me iba a
llevar para competir, e instalando unas cunas en la baca de mi coche. Todo ello
con la necesaria ayuda de Keko y de Pedro. Durante la semana estuve dudando si
llevar un barco más avanzado que ya he empezado a dominar, pero como no acabo
de solventar la maniobra de volver a subirme desde el agua, sin ayuda, en caso
de vuelco, al final me decidí por el veterano kayak que Román fabricó para
Fermín Rodríguez hace ahora veinte años. Un bonito homenaje a nuestra ya
alejada en el tiempo participación en Ibiza. Al coche le añadí el portabicis
trasero, y totalmente pertrechado, con él subimos a dormir a nuestra casita de
“montaña”, que nos acercaba mucho a Aguilar de Campoo (sede del evento).
Todo listo
para salir a última hora de la tarde.
Nada más llegar a Pesquera, cena rústica en el Mesón, y a la cama a descansar. Mientras casi toda la Península sufría una tremenda ola de calor, una niebla fresquita nos envolvía en el pueblo y nos permitía dormir con edredón ligero. Todo un lujo que también disfrutábamos aquellos días en casa, en la costa. El alojamiento previo, en esta ocasión, distaba mucho de la suntuosidad del de la víspera del triatlón. Sin embargo, que quieren que les diga, me encanta nuestra modesta casita, refugio familiar del que gozo enormemente cada vez que consigo hacer una escapada allí. La diversidad de estándares de placer al que podemos aferrarnos las personas es, afortunadamente, amplísima, y no siempre directamente dependiente de cuestiones económicas. A la mañana siguiente el sol brillaba desde primera hora, iluminando bosques y prados. Nos pusimos en marcha y decidimos desayunar en Aguilar, tarde y abundante, para así evitar tener que comer, pues la salida de la prueba estaba citada a las tres de la tarde. Tras el desayuno nos acercamos a un cine para asistir a la reunión técnica en la que se nos dio la información necesaria para el desarrollo de la prueba. Fue un acto eficiente y rápido, pese a lo pesados que se mostraron algunos de los participantes, en un alarde de sordera (sensorial o mental), falta de atención, caso omiso o afán de protagonismo. Desde allí nos fuimos a recoger el dorsal y el conjunto de elementos necesarios para la disputa: bolsa de box 1 (la prueba estaba configurada con dos áreas de transición diferentes), chip, gorro, etc. Por mi estrategia de carrera, personalmente no tenía que dejar nada en el box 2 ubicado en la plaza, así que con tiempo prudencial subimos en coche al pantano para dejar allí preparado el kayak y la pala, y regresar a disfrutar del resto de la mañana en el siempre agradable Aguilar. Es un pueblo que siempre me ha gustado y en el que he estado muchas veces. Me agrada su desordenado urbanismo central, sus plazas, el paso que el Pisuerga dibuja por su costado. Hay algún restaurante memorable y un antiguo convento en el que me encanta hospedarme si la localidad forma parte del itinerario de alguno de mis viajes nómadas. Los fines de semana la gente sale a la calle, llena sus bares y busca el sol, presente la mayor parte del año. En invierno para calentarse la piel, y en verano como fondo de iluminación del que disfrutar desde las abundantes sombras. Hay mucho románico que admirar dentro y fuera del casco urbano. Un lugar encantador al que regresamos tras nuestro breve paso por el embalse.
El resto de la soleada mañana lo
pasé con Myriam sentados tranquilamente en una terraza de la Plaza principal de
Aguilar, a la sobra de unos de sus elegantes y solariegos soportales. Al ser
aquello una especie de fin de semana “ferial” en el que la FETRI se despachaba
en pocas horas varias competiciones que le “sobran” y al que por tanto no
acuden muchas de las personas más vinculadas con el triatlón “más formal” o
tradicional, apenas vi caras conocidas. También es verdad que yo hoy en día me
encuentro absolutamente desconectado del mundillo, pero me consta que muchos de
mis conocidos de siempre siguen en activo, ya sea compitiendo, entrenando,
organizando o en otras variadas funciones. Pero se ve que aquello no entraba
dentro de su “espacio” de triatlón (valoración que comparto completamente). Aún
así tuve un par de encuentros destacados. Primero a Rudy Amorrortu, colega de
profesión y de mi misma edad, al que veo de vez en cuando y que desde hace años
practica asiduamente piragüismo, cuadriatlón, e incluso triatlón. Aquella
jornada nos encontraríamos en sucesivas ocasiones antes de la salida. El
segundo fue una auténtica sorpresa. Me topé con Alfonso, a quien hacía del
orden de veinte años que no veía, un antiguo compañero del colegio, del colegio
mayor y compañero de piso en mi época de estudiante en Madrid. Toda una
sorpresa y alegría. Allí estaba con su mujer, acompañando a su alto y espigado
hijo, que participaría en el “triatlón cross”. El chaval por lo visto es muy
bueno, y de hecho ha pasado dos años becado en la Residencia Blume. Su padre,
mi amigo Alfonso, debe de sentirse muy orgulloso, pues siempre fue un gran
apasionado del deporte en casi todas sus expresiones.
Ya pasado el medio día regresamos
a la zona del embalse, aparcamos el coche donde no molestara, tomamos un
pequeño bocado y empecé a preparar todo lo necesario: bicicleta, neopreno, etc.
Bajamos hacia la zona de salida y fui a instalar mis pertenencias al lugar
asignado de la zona de transición 1, pero al entrar en la misma me llevé un buen
susto porque me dijeron que mi BTT no era apta para competir por culpa de un
trasportín ligero (y romo) que tenía fijado a la tija. Lo peor es que no
llevaba llaves allen, así que nos pusimos a buscar unas enseguida. Uno de los
organizadores encargó que le trajeran unas, pero Myriam fue más rápida y me
trajo unas prestadas por un equipo. Extraje el complemento con mucha rapidez y
por fin pude instalarme en mi sitio. Se acercaba la hora de la salida, pero
aquello no tenía visos de ir a empezar pronto. Todas las balizas instaladas por
la mañana habían garreado y estaban posadas contra la lejana orilla opuesta del
embalse. Francamente lejos. Además no se veía ninguna embarcación a motor en el
agua. Los organizadores trataban de poner orden en la colocación de las
piraguas. Por culpa de algunas contradicciones entre lo explicado en la reunión
matinal y lo indicado por los responsables de área, los barcos yacían algo
desordenados y tuvimos que recolocarlos un poco. La prueba se había declarado
“sin neopreno”, pero poco antes me había enterado de que para los mayores de 50
años dicha norma no tiene efecto y podemos llevarlo siempre que lo deseemos,
así que yo me lo puse (y vi que todos los “privilegiados” hicieron lo mismo).
Hacía mucho calor. Aquello era Castilla, y la anunciada “ola” afectaba
parcialmente a la comarca, no era cuestión de pasar mucho tiempo allí parados
al sol, a las tres de la tarde y con el neopreno puesto, pero,
inexplicablemente, seguíamos sin balizas y todo se retrasaba mucho. Al final,
bastante tarde, una lancha neumática movió las señalizaciones del fondo para el
circuito de piragua, colocó una amarilla para la natación y enviaron a un
piragüista a mantenerse como referencia al lado de una diminuta boya naranja
del tamaño de un balón. Por mucha prepotente FETRI, responsable del evento, y
por mucho “Campeonato de España” que fuera aquello, las pruebas acuáticas
resultaron una verdadera chapuza. Ambos recorridos se desplazaban a causa del
viento, agrandándose a medida que transcurría la prueba, penalizando a los más
retrasados. La primera baliza de nado resultaba completamente invisible,
favoreciendo la desorientación. Y las instrucciones sobre el recorrido no
estaban claras, se fueron improvisando a voces cuando estábamos ya todos listos
para salir, con las gafas de nadar colocadas. Sinceramente lamentable.
Retratado
con el escenario acuático al fondo. La imagen da fe del preocupante estado que
presenta la reserva hídrica nacional a principios de este verano. (Foto:
Myriam).
Panorámica
de la salida. Piraguas en la orilla y participantes agrupados bajo el arco de
salida, listos para comenzar a nadar. (Imagen: Myriam).
Finalmente dieron la salida desde
el agua. No me coloqué bien y tuve que esquivar a algunos competidores. Además
no veía nada y tuve que fiarme del grupo, algo que no me gusta demasiado, y por
si aquello fuera poco, nadé mal, por el simple hecho de no hacerlo concentrado,
económico, fácil y sin pelearme contra el agua. Una lástima, de hecho, en menos
de la mitad de la distancia que en el triatlón de Mimizan, me cansé bastante
más y obtuve peor rendimiento relativo. Los 500 m anunciados debieron irse a
unos casi 700 a juzgar por los tiempos (el mío y los de los primeros). Dentro
del colectivo masculino de grupos de edad (todos los participantes varones
excepto los 10 calificados como Élite) salí del agua en el puesto 43 de 50 (“finishers”
de “grupos de edad”, porque participantes totales, incluidos los retirados,
hubo algunos pocos más),
algo acorde con las malas sensaciones que tuve durante el segmento.
Primeros
metros del segmento de la natación. Braceo intentando vislumbrar el destino (con
gorro rojo, situado justo debajo de que lleva gorro verde). (Imagen: Myriam).
En plena
transición 1: paso del nado al piragüismo. (Imagen: Myriam).
Finalizado el nado me quité el
neopreno, las gafas y el gorro, y me enfundé un peto que había que vestir
obligatoriamente durante el segmento de paleo. Mi kayak, que había quedado
relegado a una segunda fila de reposo, ya tenía campo libre de embarque porque
la mayor parte de los competidores iban por delante. Me monté con facilidad y
empecé a remar teniendo que sortear varias embarcaciones cuyos participantes no
acababan de gobernar con eficacia. Aquello me retrasó inicialmente pero
enseguida pude enfilar la primera baliza de “apertura”. Apenas adelanté a
algunos pocos al principio de este segmento. El resto del tiempo lo viví casi
sin cambios en mi posición. El primer tramo estaba complicado porque había
fuerte viento lateral con olas de cierta importancia. Agradecí la elección de
barco, porque pese a su mayor lentitud, me aseguraba estabilidad plena. Sin embargo,
tanto estrés originado por tanta brevedad de segmentos, hizo que no me llegara
a concentrar en remar con una técnica decente, aprovechando una buena rotación
de tronco. Error mío, lo sé, pero es que no entiendo las pruebas de resistencia
tan minimizadas. El segundo tramo del circuito (casi triangular) era el más
largo. En él las olas venían casi de popa, aunque aún con un poco de
lateralidad. Rebasé a alguno más y fui adelantado por dos. Me encontré alguna
embarcación volcada y no me veía recortar distancias con los que llevaba por
delante. La segunda baliza era un despropósito, habían dejado la boya flotando
junto a la orilla en el punto donde aquella había acabado tras su deriva, de
forma que había escasos dos o tres metros de anchura para pasar entre ella y
una roca puntiaguda saliente a ras de de superficie. Menos mal que por allí
íbamos separados, pero no sé qué habrían hecho aquellos que navegaban
agrupados. El tramo final también era largo aunque no tanto. El viento azotaba
con fuerza, ahora en una dirección entre proa y el costado de babor. El
desembarco se producía al otro lado de una pequeña península situada junto a la
zona de salida, cuando me acercaba vi que casi no había sitio donde dejar el
barco, pero un organizador me indicó un resquicio donde poder posarlo, y allí
se quedó. Me es imposible valorar el rendimiento parcial del segundo sector
porque los tiempos oficiales se han publicado aunando los tramos de kayak y
bicicleta. Tratando de hacer memoria de los adelantados y los que me rebasaron
creo que fue ligeramente mejor que la natación, pero tampoco demasiado bien, y,
desde luego, con la penosa sensación de saber que lo podía haber realizado
mucho mejor. Evidentemente sé de sobra, por mi experiencia de esta temporada,
que siempre pierdo tiempo contra aquellos participantes que son capaces de
remar en embarcaciones muy competitivas, sean estas K1 o Surf-Ski muy afilados,
pero cuando revelo mi insatisfacción lo hago en referencia mí propia capacidad
personal, la cual ya voy siendo capaz de distinguir.
Primeras
paladas a bordo del veterano Surf-Ski, esquivando algunos participantes.
(Imagen: Myriam).
Y llegó el momento de la
bicicleta. Desde el box podía escuchar lo ánimos de Myriam, y, sobre todo, los
gritos motivadores de mi amigo y compañero Carlos Cobo, que más tarde tomaría parte
en el “triatlón-cross”. El recorrido empezaba en un arenal en el que
prácticamente no se podía pedalear durante los primeros metros. Enseguida te
podías montar, aunque otros pocos metros adelante te topabas con otro banco de
arena, tras el cual, ya un lecho de piedras daba la tracción suficiente para
avanzar cuesta arriba hasta alcanzar un breve tramo de carretera.
Segunda
transición, momento en el que estoy a punto de montarme en la bicicleta.
(Imagen: Myriam).
Desde allí ya todo era rodado.
Primero un descenso pronunciado pero sencillo con lecho de grijo, con sucesivas
curvas cerradas hasta alcanzar una llanura bajo la presa. Tras ella, un duro
ascenso que se podía resolver pedaleando, aunque tirando de desarrollos
blandos. La cuesta iba aumentando la pendiente a medida que se aproximaba a su
final. Luego un tramo de pinar a través de un sendero sin dificultad, pero
incómodo por estar totalmente trazado de ladera. Pero al final se llegaba a una
pista de concentración parcelaria y empezaba lo que ocuparía la mayor parte del
recorrido: un escenario para rodar y rodar a base de toboganes de pistas
anchas. La mitad del mismo planteaba una evidente lucha contra el viento, había
espacio de sobre para adelantar y las bajadas eran rápidas y con margen de
seguridad, mientras que las subidas no precisaban tirar de plato pequeño. Me
pasaron muy pocos y adelanté a otros poquitos. A partir de un cambio de
dirección muy marcado pudimos disfrutar de viento de cola, y los últimos
kilómetros los pedaleé con el plato grande y coronas de las más pequeñas. Para
acabar entrábamos zigzagueando velozmente entre las calles de Aguilar. El
circuito de bicicleta, pese a ser de BTT, me gustó mucho, me pareció seguro y
apto para demostrar rendimiento de pedaleo y no mera habilidad trialera. Tengo
que decir que además estábamos completamente protegidos en los escasos cruces
existentes y con completa y adecuada señalización durante todo el recorrido.
Resumiendo, la parte de tierra del evento fue perfecta. Como ya he comentado,
los errores afectaron al agua. En cuanto a mi rendimiento parcial, no es fácil
de valorar por la circunstancia antes comentada, aunque creo que en esta
ocasión el ciclismo me fue algo mejor que en Mimizan. En la suma del piragüismo
y la bici alcancé el parcial 37º de los 50 indicados.
La última transición fue un
suspiro. Acertadamente había optado previamente por colocarle a la bicicleta
pedales con calapiés, para pedalear con las mismas zapatillas de la carrera a
pié, al ver que las distancias iban a ser tan reducidas. Así que llegué al box,
me quité el casco y las gafas, colgué la bicicleta y salí corriendo sin más.
Quizás empecé demasiado fuerte, o tal vez sería el calor reinante, pero el caso
es que los tres kilómetros se me hicieron más duros que los 10 de Mimizan, a
pesar de que los segundos presentaban algunas cuestas de bastante pendiente.
Aún así la peleé y conseguí remontar unas pocas posiciones y tan solo ceder una.
Aunque corrí por debajo de 5 minutos por kilómetro, no lo hice tan rápido como
en Francia. Mi parcial fue el 35º, algo mejor que en el resto de los segmentos,
pero tampoco mucho más allá. El circuito era inicialmente urbano, para
posteriormente dar vueltas y revueltas por un parque al borde del río.
Agradable pero muy caluroso. La verdad es que estaba deseando llegar a meta.
Cuando lo logré, el cronómetro del arco de llegada mostraba un tiempo de 1h 28’
20”.
Entrada en
meta. (Imagen: fotoyos.blogspot).
Mientras me avituallaba con
fruta, agua y coca-cola, me dio por pensar que no parecía coherente desear
distancias más largas si llegaba tan cansado tras un rendimiento que además me
había resultado poco satisfactorio. Creo que la explicación se me ocurrió
enseguida. Para empezar, cuanto más corta es la distancia más rápido corre el
grueso principal de los participantes. Y tú mismo lo intentas por contagio.
Pero eso es algo factible para la gente más joven. Los veteranos, por regla
general, fisiológica y de salud, nos
adaptamos a ritmos aeróbicos moderados que somos capaces de mantener por largo
tiempo, pero no entrenamos (ni deberíamos hacerlo) intensidades que nos
acerquen a una progresiva mayor implicación del metabolismo anaeróbico. Otra
cuestión interesante es que al sucederse tantas transiciones con bastante menor
tiempo de trabajo entre ellas, al menos a mí (en mi debut en esta modalidad),
me causa cierto estrés y me distrae de tomarme las cosas con relativa calma y
concentrarme en la ejecución. En cuanto a los resultados, se da un dato muy curioso,
finalicé el 38º de 50 hombres (sin los “élites”), lo cual me trae al pairo,
pero me parece más que suficiente teniendo en cuenta que la mayoría eran de
grupos de edad inferiores. Lo llamativo es que dentro de mi grupo de edad
(50-54), quedé el 7º de los siete que finalizamos. Esto vuelve a sugerir que el
multideporte es un territorio en el que la veteranía se desenvuelve muy bien
comparándola con el conjunto de edades restantes. El tiempo del ganador
absoluto (élite) fue de 1h 02’ 19”; el primero de “Grupos de edad” (de esos 50
referenciados) 1h 09’ 14”; y el 1º de mi grupo de edad 1h 17’ 45” (me ganó con
holgura en todo excepto en la carrera). El grueso de participantes me pareció
escaso, creo que debido al planteamiento del evento (BTT, distancias ultracortas,
etc.) y al hecho de que la inclusión del piragüismo reduce ostensiblemente el
ánimo, motivación y/o capacidades de la población “popular”. Probablemente por
ello, la vivencia fue un tanto solitaria. El contacto con otros deportistas fue
escaso, salvo la salida de la natación. Durante el piragüismo puede ver al
resto de competidores pero la mayoría bastante alejados unos de otros, y la
bicicleta fue mayor mente solitaria. Y durante la carrera a pié final apenas
establecí contacto visual con un puñado de deportistas. Ello, teniendo en
cuenta que se trataba de recorridos cortos, se debía a que no llegábamos a 100
el número total e participantes entre todas las categorías de ambos sexos
(incluidos los relevistas). Ante dicho panorama, el evento, al menos dentro de
mi nivel de rendimiento, se quedó, prácticamente en una lucha individual, un
reto personal. No lo señalo como una pega, ni muchísimo menos, pues es así como
me gusta tomarme estas cosas, pues además considero que no estoy en edad (ni
ganas, ni actitud) para competir contra los demás. Pero claro, como reto se me
quedó bastante corto. Aún así, la experiencia me gustó mucho, la disfruté y me
sirvió para ratificar mi idea de que prefiero el cuadriatlón al triatlón. Además
de parecerme un deporte mucho más completo. Y por cierto, pese a la fatiga
final, tengo que decir que con gusto me hubiera calzado los patines para
completar unos kilómetros más, tras la carrera.
En cualquier caso no soy de los
que se quedan rumiando resultados. Disfruto de las experiencias y lo que me
aportan. Prueba de ello es que recogidos todos los bártulos, ya en casa, tras
una tarde de competición, a la mañana siguiente me encontraba participando en un
campeonato de Maratón de piragüismo. 16 km con tres porteos. Asumido finalizar
en los últimos puestos de la clasificación. Pero con ganas de afrontar un
esfuerzo de cierta magnitud. Aunque eso es ya otra historia… Es muy posible que
mi paso por el multideporte (triatlón y cuadriatlón) haya llegado a su fin esta
temporada. Han sido un par de pruebas, una de cada modalidad, y a otra cosa.
Lamento que así sea en el caso del cuadriatlón, pero es que no encuentro más oportunidades
a la vista. De las dos únicas que hay, una me queda muy lejos, y la otra
coincide con un plan al que no quiero renunciar de ninguna manera (son 375 km
patinando contra otros 18 de “gimkana”). La cuestión radica, al menos en lo que
a mí respecta, en actuar. Practicar todas estas actividades que tanto me gustan,
y hacerlo en forma de viajes, retos o incluso, como en el caso de esta crónica,
competiciones. El acierto se fundamenta en no confundir las motivaciones, saber
quién es uno, dónde está y a qué se dedica (a qué juega cuando juega). Al
final, los eventos se convierten en oportunidades, en forma de escenarios, en
los que puedo dar rienda suelta a las actividades que me gustan. De forma
organizada y “protegida” por alguna entidad. No sé qué me deparará el futuro,
pero por el momento, y ya empiezan a ser varios años, la combinación del
quehacer documental y creador sobre el deporte (mis escritos) con su práctica
variada (la acción) me genera una gran satisfacción a la que no estoy dispuesto
a renunciar.
Buen ambiente momentos antes de la salida. (Imagen: Organización).
Un tramo del segmento ciclista con otro competidor detrás. (Imagen: Organización).
Ahí pensaba yo que había quedado
la cosa, pero muy poco tiempo después me encontré con el primer fin de semana
de vacaciones con toda la familia ocupada en diferentes planes individuales
(muchos de ellos deportivos). Y así, sin pensarlo apenas, decidí añadir una
cita más a mi escueta incursión multideportiva de la temporada. Me lancé en pos
del “Cuadriatlón de la Cerámica” en Talavera de la Reina. Al menos hubo tres
desencadenantes finales que me animaron a ello (aparte de la mencionada
circunstancia familiar): uno, que se trataba de distancia Sprint (más largo
pues que el de Aguilar) y con bicicleta de carretera; dos, que ofrecían
piraguas de alquiler, evitando así el tener que acometer un viaje largo con el
barco en el techo; y tres, que la reciente ola de calor había remitido y
anunciaban unas temperaturas más que llevaderas. Y sin pensarlo más, en una
modalidad de viaje ultracorto, salí un sábado a la hora de comer y regresé el
domingo al anochecer. Vaya por delante que aunque cada vez me motivan menos los
largos desplazamientos en coche, este viaje se me hizo llevadero y, además, me
despertó muchos recuerdos y emociones. La banda sonora escogida fue la acertada
para mi estado de ánimo y el paisaje encontrado: Americana Music, La Chiclana,
Antonio Molina, Katie Melua… Me decanté por un itinerario rápido a base de
autovía en un 70-80%, para convertirse en carretera nacional en el tramo final.
De esa forma evitaba Madrid, vías más concurridas en pleno fin de semana de “operación
salida”, más kilometraje, y algún que otro peaje.
Aunque mis reencuentros
emocionales fueron muchos, obviaré mencionar los más cercanos a mi hogar, y
empiezo por referirme al Canal de Castilla, presente durante una buena parte
del recorrido. Hacía ya más de un año que lo había navegado en kayak con mis amigos.
Al pasar por Medina del Campo, y ver la imagen de su castillo recortada en el
cielo despejado, me sonreí al recordar que en cierta ocasión pernocté allí por
motivos laborales. Pero fue al abandonar la autovía en Adanero, cuando me
introduje en esas típicas carreteras españolas de interior que, en ocasiones,
parecen introducirte de lleno en escenas de “road movies” de cine independiente
norteamericano. A medida que la ruta pasaba de un paisaje de meseta a otro de cordillera,
las curvas aumentaban en frecuencia, los pueblos se acodaban en el paisaje y
los recuerdos se me iban haciendo más y más nítidos. Recuerdos de sendos viajes
que hace años realicé a Gredos. Memorias de ciclismo de carretera, equitación
campestre, baños naturales y montañismo. La luz era la misma, la que yo
recordaba, la que parece calentar las rocas redondeadas y colorear los troncos
de los pinos de la sierra. El descenso del Puerto del Pico me pilló por
sorpresa y, de repente, me encontré trazando, al volante, las mismas curvas que
ya, bastantes años atrás, había negociado en bicicleta, descendiendo en
dirección sur, para regresar ascendiendo por el puerto de Serranillos. Desde
allí, el viaje continuó con la misma ausencia de tráfico de la que pude
disfrutar durante todo él, y ofreciéndome un variado catálogo de rincones,
pueblos, paisajes de monte, etc. prácticamente hasta Talavera de la Reina.
Castillo de
Mombeltrán con parte de la Sierra de Gredos al fondo.
Talavera lo tenía prácticamente
borrado de mi mente. Siempre la recordaba vinculada por cercanía al embalse de
Cazalegas, en el cual, durante mis dos últimos años de estudios en Madrid,
realicé sendos cursos de monitor de navegación a vela ligera y windsurf. Pero
durante aquello, jamás llegamos a pisar la ciudad. Pero al llegar, empecé a
recordar que en realidad, hacía algunos años menos, pasé una noche en la
ciudad, a causa de una invitación que me cursaron para dar una conferencia
sobre triatlón escolar. ¡Se me había olvidado completamente!.
Nada más llegar me instalé en el
modesto hotel elegido y descansé un poco, haciendo tiempo para que pasara el
calor. Después recorrí bastante ciudad paseando, introduciéndome en su casco
céntrico, que poco a poco iba ofreciendo cada vez más ambiente de velada
veraniega. Al cabo de un rato elegí un local muy agradable para cenar. Acerté
de pleno y pude disfrutar de la comida, y hasta de alguna compra gastronómica
extra para llevarme de regreso a casa. Al salir, las calles estaban aún más
llenas de gente. Había música al aire libre y personas de toda edad y condición
paseando bajo la agradable temperatura nocturna. Un clásico de todas las
poblaciones españolas de interior que siempre olvidamos los que habitamos en la
costa, y que a mí me encanta redescubrir cada vez que viajo hacia la Meseta en
época estival. Parece un empeño orgulloso de la población por esmerarse en
vivir unas vacaciones veraniegas, que, probablemente, la mayoría aún no están
disfrutando plenamente, pero gustan de “hacer como que sí”, hasta que una
libertad completa les permita escaparse eventualmente a la playa, la montaña,
el extranjero, etc. Al menos a mí, aquella noche, aun estando a solas, me
hicieron sentirme verdaderamente en vacaciones de verano. Por si fuera poco, ya
cerca del hotel, paseando por una alameda en la que hasta los urinarios
públicos recordaban un palacio nazarí de la Alhambra (algo impensable de hallar
en el norte peninsular), me topé con el final de un certamen de música de
bandas al aire libre. Me senté y disfruté de algunas piezas variadas entonadas
por la diversidad instrumental de 50 pares de pulmones soplando. Finalicé la
encantadora noche con un paseo junto al Tajo, muy cerca del escenario principal
de mi cita deportiva del día siguiente.
Al cuadriatlón llegué con tiempo
sobra. De todas formas había sitio más que suficiente para aparcar. Porque era
en una zona espaciosa y porque íbamos a ser muy pocos participantes. Preparé mi
equipo, saludé a unos pocos conocidos recientes y gestioné el asunto de mi
piragua de alquiler. Aunque me habían hablado de una “Struer”, me entregaron lo
que yo toda la vida he entendido que es una “combi”, algo más estable,
rechoncho y lento. Además, una de las palomillas de su reposapiés estaba
atorada y no pude regularla bien del todo, teniendo que remar con las piernas
demasiado estiradas. Pese a ello, el barco me hizo buen servicio, su timón
funcionó a la perfección y puestos a disfrutar de la carrera, cumplió de sobra
con su cometido.
Al recoger la bolsa de competidor,
la organización cometió algunos errores y hubo a varios a los que nos las
dieron confundidas y tuvimos que rehacer todo un poco cuando el inicio de la
competición ya se acercaba. En cierto modo aquello logró que la espera se
hiciera algo más corta, un lapso de tiempo que nunca me gusta demasiado y
siempre deseo que pase lo más rápidamente posible. El esquema de la prueba se
apoyaba en dos zonas de box separadas apenas 50 metros entre sí y alfombradas
para poderlas recorrer descalzos. Primero se hacía la natación con salida desde
el agua. Este sector finalizaba en un box de orilla, que había que ignorar
corriendo hasta el otro. Allí se cogía la bicicleta con salida y llegada en ese
segundo box. Otro trote corto y descalzo permitía regresar al box de ribera
para acometer el tercer sector (piragüismo), y al acabarlo, allí mismo se
calzaba uno las zapatillas para empezar a correr. Todo práctico, bien pensado,
fácil de preparar y muy cerquita del coche. Nada que ver con las experiencias
pasadas.
La mañana, pueden ustedes creerme,
se había presentado fresquita. Tanto, que hasta poco antes de la hora de
salida, no sobraba una prenda extra vestida sobre una camiseta. Unos minutos
antes nos reunieron para las explicaciones técnicas finales y, poco a poco, nos
preparamos para la salida, algunos afortunados como yo, disfrutando de ese
pequeño privilegio que consisten en poder utilizar el neopreno en cualquier
condición, por eso de la edad. Como la salida de la natación se daba desde el
agua, tuvimos que nadar un poco contra corriente hasta acercarnos a las boyas
que indicaban la línea de partida. Entre individuales y una posta de relevistas
seríamos unos 40 deportistas en total, por lo que la salida fue bastante
cómoda, al igual que casi todo el trayecto nadando. La orientación también se
vio facilitada al tener sendas referencias de orillas cercanas. No dispongo de
datos, pero creo que nadé bastante bien dentro de mí particular nivel. Tranquilo
y centrándome mucho en la técnica, y no en una pelea absurda contra el agua.
Aprovechando la corriente a favor, y acercándome mucho a la orilla durante el
regreso en contra. Salimos del agua por una escalera y la transición daba el
tiempo justo para quitarse la parte de arriba del traje.
Buen ambiente momentos antes de la salida. (Imagen: Organización).
Primeros
metros nadando. Me aprecio en la parte superior izquierda, con el codo doblado
y manga de neopreno. (Imagen: organización).
En plena
primera transición. Estoy en pié con el gorro número 26 y rodeado por otros
participantes. (Imagen: caesarobriga.com).
Finalizada la
transición troto en busca del segmento ciclista. (Imagen: lavozdetalavera.com).
La bicicleta era con rueda libre.
Durante un primer tramo rodé en solitario hasta que un veterano me pasó y
aproveché para ponerme a su rueda. Así estuve unos kilómetros y luego me pidió
tirar delante. Lo hice hasta que llegamos a un repecho de unos 2 km que
ascendimos marcando yo el ritmo hasta que él pasó adelante y se me hizo
demasiado duro de seguir. Era evidente que estaba más fuerte que yo. Lo malo no
era haber tenido que dejarlo marchar, sino que rodar en la segunda mitad de
puestos era hacerlo generalmente de forma individual, mientras nos cruzábamos
con los más rápidos, la mayoría de los cuales se agrupaban en conjuntos de dos
a cinco unidades. Tras el ascenso pedaleamos algunos kilómetros en llano, hasta
dar un giro de 180 grados y regresar por el mismo camino. Allí pude ver a los
escasos participantes que llevaba por detrás. Dos me alcanzaron y pude tomarlos
rueda durante algo más de un kilómetro antes de quedarme a solas de nuevo. Pronto
llegó el descenso y tras él el conocido regreso, que por cierto incluía (y eso
me hizo cierta ilusión “turística”) el paso por el histórico Puente de Hierro
(inaugurado en 1908). Su existencia contrasta con el moderno puente De
Castilla-La Mancha, una obra atirantada que se inauguró en 2011 y que se ha
convertido en un reconocido emblema de modernidad, tal como debió serlo de de
hierro un siglo antes. Por cierto que el moderno se veía claramente durante
gran parte del recorrido ciclista.
Un tramo del segmento ciclista con otro competidor detrás. (Imagen: Organización).
De la bicicleta me bajé descalzo
y enseguida pude embarcarme en el kayak. El circuito se repetía varias veces,
dando una ciaboga cerrada río arriba en una isla vegetal y navegando corriente
a favor hasta las tres boyas de la natación en una segunda ciaboga bastante
abierta. En medio, las dos boyas blancas de la línea de salida del nado hacían
las funciones de separar las calles. Un poco antes del paso por la isla el
calado mermaba hasta el punto de que se daban un par de paladas contra la arena
del fondo. Pese a lo lento del barco, creo que remé bastante bien, centrado en
el trabajo de tronco y en el empuje de brazos adelante. Me doblaron pocos
barcos rápidos, adelanté a todos los botes lentos, y creo que incluso recuperé
tiempo con respecto a algún que otro Surf-ski. Salí del agua con buenas sensaciones,
aunque con la pierna derecha algo dormida.
Durante
el segmento en piragua. (Imagen: organización).
Tras la transición de carrera
otro competidor algo más joven se me puso al lado y juntos corrimos una y media
de las dos vueltas de que constaba el recorrido. Hacía calor, pero nada exagerado,
algo bastante llevadero. La única pega que encontré fue la falta de costumbre,
ya que desde Aguilar había abandonado toda práctica de carrera, natación y
bicicleta, pues no pensaba volver a competir en multideporte a corto plazo y me
veía obligado a tener que patinar ante un viaje francamente exigente que
acometeré en breve. Mi contrincante jadeaba bastante, pero se esforzaba en
mantenerse conmigo, aunque en algunas ligeras ascensiones le costaba más. En el
último cuarto aceleró y decidí no seguirlo. No sé si hubiera podido o no, pero
la verdad es que no me apetecía nada y mi filosofía en este tipo de andanzas es
claramente personal y muy poco competitiva con respecto al resto. Imagino que
le alegré el día porque desde atrás le pude ver como volvía la cabeza para
asegurarse de que no le atacaba por sorpresa.
Al llegar a meta marqué un tiempo
de 1h 51’ 14”. A falta de conocer los tiempos parciales me hace pensar que
fueron relativamente rápidos dentro de mi arco de rendimiento. Con respecto a
los rivales supongo que nadé lo habitual en mí, perdí un poco en bicicleta,
avancé algo en piragua y me mantuve corriendo. Lo que pasa con tan escasa
participación es que, en realidad, uno apenas encuentra muestra suficiente de
competidores en cada gama de rendimiento. Quedé el 24 del total, pero eso dice
bien poco. El primero, Enrique Peces, es una excelente referencia, y empleó 1h
23’ 54”, sacando 10’ a sus más inmediatos seguidores. Entre estos hay varios
que participaron en Aguilar de Campoo y he podido comprobar en lo que me aventajaron
entonces y ahora. Uno de ellos me ha sacado menos tiempo para una prueba de
mayor duración, otro casi lo mismo y un tercero me ha sacado tres minutos más,
pero en cualquier caso parece una renta no proporcional con el aumento de
tiempo de prueba. Este ligero análisis me hace pensar que, en efecto, mis
sensaciones aciertan al sugerir que mi desempeño aquí fue mejor que el logrado
en Aguilar. En cualquier caso es algo que únicamente tiene un valor testimonial
de auto análisis, en esa “competición” que, si acaso, me pongo en exclusiva
conmigo mismo. Además, cada prueba de multideporte es un mundo que integra
factores diversos que las hacen difícilmente comprables entre sí.
Como éramos tan pocos, se dio la
circunstancia de que incluso tuve que subir al podio para recibir una medalla
correspondiente a mi categoría (veteranos 2). Esto de multiplicar las
categorías no me parece mal cuando son pruebas de participación masiva, pero en
casos como este, en el fondo, resulta bastante ridículo. De hecho subí al cajón
para recoger un premio por quedar segundo, de un total de dos participantes en
la categoría. Sí, sí… segundo y último a la vez. Y lo que es peor, el ganador
de veteranos 3 (más mayor aún), también me ganó. No me estoy quejando del
premio, simplemente quiero dejar claro que no me gusta presumir de logros que
pueden un esconder un mérito dudoso. Eso sí, la medalla la agradezco porque
tiene la originalidad de estar hecha de cerámica. ¡Auténtica cerámica de
Talavera! Y eso sí que me parece un bonito recuerdo con apego a la tradición y
a la artesanía local.
Foto de pódium
de “veteranos 2”, menos mal que quienes hacían las entregas posaron también,
que si no nos quedamos solos. (Imagen: caesarobriga.com).
Creo que con esto, definitivamente,
ahora sí, puedo dar por concluida mi “temporada” de multideporte. No ha estado
mal, la he disfrutado mucho. Y precisamente, este cuadriatlón castellano manchego
me ha aportado muy buenas sensaciones en el sentido de lo que es la verdadera
esencia del cuadriatlón. Me dio tiempo a sentir más cada segmento, a
desempeñarlo y a pensarlo. El orden de las disciplinas me da lo mismo, aunque
introducir la bicicleta entre las dos pruebas acuáticas me resulta mucho más
descansado, al proponer alternancia de grupos musculares y eludir la siempre
sacrificada transición ciclismo-carrera. Definitivamente me gusta más competir
en carretera que en BTT, aun siendo consciente de que quizás me perjudica de
cara al resultado. Pero ya he dejado claro que mi motivación en este tipo de
entretenimientos no son los resultados sino el proceso. Y sí, cómo no, volví a
echar de menos un sector añadido de patinaje al final.
El ambiente del cuadriatlón es
agradable. Es muy minoritario, y por tanto, se conocen casi todos. Hay
camaradería, y eso es algo que se agradece. Mi experiencia ha sido tan efímera
que no me ha dado tiempo de entablar verdadero contacto, aunque ya he dado con
algunos participantes a los que he vuelto a ver y con los que puedo establecer conversación
directamente. Eso me gusta y quién sabe, quizás el año que viene vuelva a hacer
alguna nueva incursión.
“Recuerdo de
Talavera”, mucho más bonito y original, esta medalla, que cualquier detallito
cerámico adquirido en una tienda de “suvenires” para turistas.