Tras una temporada escribiendo
mucho sobre bicicletas, reflexiones e historia, algún amigo me comentaba que ya
no publicaba tantos reportajes sobre viajes. Reconozco que así ha sido la mayor
parte de la temporada, pero todo acaba llegando, y después de una buena
carrerilla de impulso, tomada gracias a mis dos escapadas ciclistas a tierras
aragonesas, al final llegó un nuevo viaje al extranjero que, mucho tiempo
después, volvía a ofrecerme la posibilidad de disfrutar del patinaje.
Parece ser (no lo puedo asegurar
porque francamente no lo recuerdo) que di con la propuesta holandesa del Skate
Fresh, por medio de un email que me debió llegar gracias a la cesión que de su
lista de contactos hicieron los organizadores de Finline a sus amigos de los
Países Bajos. Si realmente fue así, me alegro enormemente de ello, porque de
otro modo creo que me hubiera perdido esta experiencia, la cual, sin ningún
tipo de duda, ha resultado sensacional.
Para la participación en este
viaje de cuatro etapas sobre patines me trasladé completamente sólo, en avión,
desde Bilbao. Nadie pudo organizarse para acompañarme y aunque no tengo ningún
problema en abordar este tipo de situaciones en solitario, eché de menos a un
buen amigo que otras veces me acompaña a patinar, y que me consta que en esta
ocasión hubiera disfrutado muchísimo.
Antes de empezar a relatar mi
experiencia quiero introducir una cuña ciclista que me vino a la mente nada más
pasar unas pocas horas en Holanda y que se mantuvo presente, de forma latente,
a lo largo de mi estancia allí. Creo que no volvía a visitar Holanda desde
hacía 26 años y pese a que la recuperación general de la bicicleta ha sido
excepcional en la mayor parte de los países europeos (España incluida), fue
regresar allí, y corroborar que su arraigo social es especial en aquellas
tierras Todo el mundo las utiliza con frecuencia y para casi todo,
independientemente de su edad, género o condición. Pueden verse en todas su
versiones: infantiles, de paseo, cotidianas, deportivas, viajeras… Y muchas de
ellas incorporando todo tipo de artilugios o complementos de servicio: maletas
de diversos tipos, acoples para el carrito de la compra, remolques, etc. Nada
más aterrizar, desde los ventanales de la terminal del aeropuerto, pude ver
varias bicicletas de uso público fabricadas en madera y con cadena de
transmisión de material sintético. También en otras ocasiones me crucé con
personas que rodaban sobre algunas bicicletas de singular diseño, que me eran
conocidas a través de libros, revistas o páginas sobre diseño ciclista
innovador y que nunca me he encontrado por España. Con todo esto, lo que trato
de expresar es que la integración del uso y la cultura de la bicicleta allí, de
nuevo, tal como ya lo hizo en los años 80, me ha vuelto a impactar, y me hace
recapacitar sobre la utilización que en mis escritos vengo haciendo desde hace
tiempo del concepto de “Cultura Ciclista”. Me gusta referirme a la Cultura
Ciclista, al hablar de la historia de la bicicleta, su divulgación, su
literatura, su expresión artística, etc. Pero al parar la mirada por el
panorama cotidiano holandés, uno se da cuenta que la bicicleta forma parte
integrante de su cultura de una forma mucho más profunda, así pues creo que el
concepto cambia de carácter y debería ser expresado de una forma distintiva,
que ahora mismo se me antoja que podría ser “Cultura de la Bicicleta”, algo
mucho menos narrativo e histórico, pero mucho más práctico amplio y vinculado
al uso de la bicicleta por parte de la población. No sé si me olvidaré de ello
pero me propongo mantener tal distinción en adelante, ya sea escribiendo,
charlando o debatiendo sobre los asuntos de las dos ruedas no motorizadas (o
sí, eléctricamente…).
Pero dejo de lado las bicicletas
porque este texto trata sobre patinaje, otra de las grandes pasiones deportivas
tradicionales holandesas, que si bien han destacado mucho más, a lo largo de su
historia, en su variante sobre el hielo, también encuentran considerable eco en
la práctica sobre ruedas dispuestas en línea. Mi presencia allí era para
participar en un viaje de varias etapas con objetivo turístico y de reunión
internacional. Nada de competición. Se trataba de una cita que venía
celebrándose años atrás con la denominación de Skate Fresh, pero que después
sufrió un parón de varios años para ser rescatada (refreshed) de nuevo este
año. Nada más llegar, me topé, inesperadamente, con dos personas conocidas:
Alan y Vincianne, con quienes había coincidido un par de años antes en Finline
(Finlandia). Tal coincidencia, sumada a otras que ya me han venido ocurriendo
en ocasiones similares, me hace pensar que, en realidad, el mundillo del
patinaje de larga distancia (popular o viajero) es un entorno relativamente
pequeño, en el que a poco que te muevas, pronto empiezas a conocer a bastantes
personas con las que vuelves a coincidir en el futuro. Continuando con esta
pre-evaluación sociológica puedo añadir que, al igual que en ocasiones
similares, el grupo se caracterizaba por tener una edad media elevada, con poca
gente realmente joven, y con una proporción de mujeres y hombres bastante
equilibrada y difícil de encontrar en otras de las modalidades deportivas que
suelo escoger. Había una presencia mayoritaria de alemanes, bastantes holandeses
y belgas, algunos franceses y rusos, dos noruegos, dos ingleses, un suizo y yo.
Los grupos siempre tendiendo a comportarse de forma algo más gregaria, aunque
con suficientes “agentes libres” como para crear comunidad fácilmente. La
organización había optado por un formato de viaje en el que el campamento base
se mantenía fijo para facilitar la intendencia, y cada etapa era un recorrido
diferente en formato de bucle circular con salida y llegada diaria al mismo
punto: nuestro centro de operaciones, que era un camping y albergue en Noorden,
ubicado al suroeste de Amsterdam, en una zona bastante habitual para la
práctica de actividades al aire libre (de hecho compartimos estancia, aunque
completamente separados, con un grupo que cada día realizaba sus rutas en
kayaks).
Vista `parcial del conjunto de
edificios que constituían el albergue de Noorden.
Aspecto del barrio y canal en el que empezábamos
nuestras excursiones diariamente.
Etapa 1 (82 km)
La dinámica diaria de desayuno y
puesta en marcha era holgada, porque cada día, tras el mismo o la cena, a cada
grupo que le tocara, le tenía que dar tiempo de sobra para fregar la vajilla
utilizada por todos. Tal turno se estructuraba con idéntica distribución de
personas que se habían formado los grupos de patinaje desde el principio. A mí
me asignaron al grupo B (supuestamente el segundo más rápido, aunque tal
atributo no fuera exacto y además integraba más cierta resistencia a mantener
intervalos más largos patinando algo ligeros que a alcanzar velocidades
elevadas durante los mismos). Inicié la primera etapa dudando si tendría que
cambiarme a algún grupo menos ambicioso a lo largo de ese mismo día, pero el
caso es que me acoplé sin problemas a su ritmo y dinámica, de forma que
permanecí en él durante todo el viaje. El primer día hacía una mañana aún fresca
cuando partimos, pero prometiendo calor en un día muy despejado. La ruta sería
un amplio bucle hacia el oeste (algo noroeste incluso) que pasaría cerca de
Leiden e incluso La Haya, aunque en realidad centrándose en un lago interior
prácticamente desecado, todo el área productivo de tulipanes y el parque
nacional de las flores de primavera, que apenas se abre a los transeúntes unas
semanas al año por esas fechas. Desde el inicio patinamos junto a algunos
canales. Superamos varios diques, que en aquel territorio representan, junto
con los pasos elevados o inferiores de los cruces de vías de comunicación, las
únicas variaciones de relieve existentes mires a donde mires del horizonte
circundante, pues todo el territorio es tan perfectamente plano como una mesa
de billar. Durante muchos kilómetros estuvimos patinando 4 metros por debajo
del nivel del mar. Nuestra guía (Antge) es una mujer entusiasta que habla un
buen, fluido y rico castellano, aunque lógicamente nuestro idioma colectivo
franco fuera el inglés. Desde el inicio decidí situarme a cola del grupo,
posición de la que no me movía salvo si algún otro compañero rompía por detrás
la continuidad del “tren”, en cuyo caso lo adelantaba para no dejar de perder
las ventajas del rebufo. Disfrutamos de la vista de casitas separadas de
nosotros por canales y dotadas cada una de ellas de su puente privado de acceso
al jardín. Todo ello muy peculiar y diferente a lo que estoy acostumbrado a
ver. También granjas pequeñas cuidadas con esmero, con los animales disfrutando
del sol. Cuando llegamos al área de los tulipanes, el espectáculo resultó impactante
por ser la época ideal para verlos en pleno esplendor de floración. Tulipanes
¡y lilas! que se encuentran linealmente ordenados en inmensas franjas de
colores vivos saturando la superficie mediante rectángulos de flores tupidos y
trazados como con tiralíneas.
A medida que avanzaba el día ya
era evidente que en los Países Bajos íbamos a gozar, por lo general, de
excelentes pavimentos y vías para patinar, con un asfalto suave y rápido, y por
lo general, en carriles o carreteras auxiliares protegidos del tráfico
motorizado general. Tan sólo al cruzar cascos urbanos nos las tendríamos que
ver con aceras de baldosas o calles de ladrillos, pero sin verdaderas
dificultades técnicas.
Las comidas de medio día corrían
por cuenta de cada cual y para celebrarlas se elegía algún restaurante (siempre
muy agradable y asequible) que hubiera por el camino. El primero previsto para
todos los grupos resultó estar cerrado, por lo que nosotros nos dirigimos a
otro situado en la plaza de un mercado local cuando estaba en plena actividad.
Comimos bien en una terraza pero ajenos a los planes de otros grupos, tónica
que se repetiría a lo largo de todo el viaje y que me pareció perfecta para ir
cohesionando el grupo paulatinamente y evitar reuniones demasiado tumultuosas o
reagrupamientos temporales que volvieran a provocar una tendencia al gregarismo
de origen (para eso ya estaban las veladas y los desayunos).
La segunda parte de la etapa
regresaba por el mencionado parque nacional y el espectáculo de las flores fue
aún más impresionante que por la mañana. Al tratarse de temporada alta de
visitas y de día festivo en Holanda, compartimos viales con cientos de
visitantes que se desplazaban en bicicletas, ya fuera por su cuenta, en familia
o en pelotones turísticos guiados. En realidad, pese a las advertencias previas
recibidas, no me resultó agobiante, ni me dio sensación de peligro, es más,
tenemos que reconocer que los pocos “comportamientos inesperados realizados por
los visitantes” que se produjeron, la mayoría de ellos fueron causados por
algunos de nuestros patinadores. La verdad es que el civismo que muestra de
forma permanente toda aquella gente sobre la bicicleta y los coches me resulta
impensable de ser reproducido en mí país, donde la forma inconsciente más
habitual no es la de la empatía circulante, sino justo la opuesta: la de
intentar aprovecharse de las dudas o calma de los demás. Hay sistemas de
cruces, cedas, conexiones y desvíos allí, que aquí constituirían un verdadero
peligro. En ese sentido nos queda mucho que madurar. Durante el regreso hicimos
una parada corta para tomarnos un helado, ritual que ya se repetiría cada día
en nuestro grupo. El resto de la etapa resultó algo más duro por tener que
rematarlo patinando en contra del viento, que en Holanda no te da muchas
opciones de eludirlo. Contemplamos puentes, veleros, piraguas, barcazas, etc.
en una constante integración de vías terrestres y acuáticas que acercan y
cruzan de forma poco habitual elementos normalmente separados en otros
territorios. El último tramo se me hizo duro y algo más rápido de la cuenta,
pero lo aguanté. Al llegar, nos sentamos al sol, la wi-fi casi vuelve loco a mi
móvil (era mi cumpleaños) y disfrutamos de una cerveza en la calle mientras
veíamos llegar a los sucesivos grupos. La ducha me resultó especialmente
agradable y reparadora, antes de volver al sol y al descanso, haciendo tiempo
hasta la hora de la cena, la cual resultó sabrosa, aunque un poco pobre en lo
social por encontrarme con los grupos demasiado hechos.
Decoración (al más puro estilo
tradicional holandés), de los patines de nuestro amigo Peter el primer día.
Tulipanes silvestres en una cuneta.
Espectacular aspecto de los cultivos
de tulipanes en plena floración primaveral.
Etapa 2 (74 km).
¡Mucho más calor! En realidad
mucho calor, y mejor asfalto inclusive, fueron las tónicas predominantes en la
segunda jornada, la cual tuvo momentos inolvidables con cintas de asfalto de
gran anchura, curvas, tramos arbolados y canales o ríos durante todo el día. El
bucle se dirigía hacia el este y después norte en dirección Amsterdam, para
regresar por varias riberas de forma aproximadamente paralela pero más al
oeste. Superamos varios puentes de diversos tipos, algunos esperando a que
fueran izados y arriados tras el paso de embarcaciones de recreo. También
tomamos un transbordador de cable. Por la mañana patinamos por una atractiva
zona residencial plagada de casas de gente pudiente de Amsterdam,
estratégicamente colocadas junto al río y con tamaños, estilo y aspecto
envidiables. Mi grupo, por cuestiones de adelanto de horario, eludió la visita
a un casco antiguo poco practicable en patines y siguió adelante para comer
algo, más avanzado el recorrido. No fue mala decisión pues volvimos a almorzar
a nuestro aire y en otro sitio muy agradable y de nuevo al aire libre.
El grupo había perdido a una
pareja alemana. Ella lo abandonó durante la jornada anterior al verse algo
sobrepasada al cabo de varios kilómetros, y él debió decidir unírsele por
acompañarla para los días sucesivos. Yo seguía generalmente cerrando el “tren”
pues Philip solía patinar retrasado y separado de nosotros a cierta distancia,
prefiriendo sentirse más libre de movimientos. La conversación fue más animada
todo el día y también más grupal e integradora. Con el paso de las horas Philip
empezó a sufrir algo de alergia, y su pareja Vincianne una lesión recurrente en
un tendón de Aquiles, que finalmente la hizo tener que retirarse al coche.
Aprovechando el regreso por un tramo de lo más apetecible para disfrutar del
patinaje, Blanka y su pareja, calzados ambos con sus flamantes patines de tres
ruedas de 125 mm de diámetro, se tomaron un tiempo de recreo acelerando por
delante. Philip se sintió atraído por la propuesta y desde atrás aceleró con
intensidad para irlos dando caza poco a poco. La cosa tuvo mal final porque
algunas eses más adelante, nos encontramos al belga tirado sobre la hierba que
separaba el asfalto del canal y a sus dos compañeros de tramo preocupados a su
lado. Por lo visto al ir Blanka delante y no ver ellos un corte lateral del
pavimento en el interior de la curva, cayeron al suelo, sin consecuencias para
el segundo pero si, y doloridas, para el tercero. A causa de la caída, Antke (nuestra
guía) se quedó acompañando al herido en un regreso pausado, mientras que los
cinco supervivientes del grupo continuamos por delante hasta llegar al destino,
para disfrutar de nuevo del proceso habitual de descalzarnos, liberarnos de las
protecciones, ducharnos sin tumultos y esperar con una cerveza al sol la
llegada del resto de los grupos. En la cena me divertí mucho al juntarnos unos
cuantos “desarraigados”. Como en el chiste: “estaban un noruego, un suizo, dos
ingleses y un español…”. El tiempo posterior a la cena fue especialmente
agradable, ya que hacía tan buena temperatura que toda la gente salió a la
calle, y se montaron bastantes tertulias aquí y allá y pude entablar
conversación con bastante gente que había optado por abrir sus grupos e
intercambiar relaciones más allá de sus conocidos habituales. De hecho,
acabamos jugando tres partidas de Mölkky en la hierba, en la que mi equipo (y
yo particularmente) quemamos una traca de la que solamente salimos honrosos
ganando la última partida. Aquello fue un buen guiño de hermanamiento con el
ritual anual del juego de Mölkky en el Finline.
A toro pasado, puedo decir que si
bien cada día tuvo sus momentos más apasionantes y sus detalles específicos de
recorrido, creo que fue precisamente la segunda etapa la que más me gustó de
todas, aunque no es fácil establecer preferencias entre ellas porque cada una
tuvo peculiaridades distintivas y encantos propios. Pero la combinación de
paisaje con calidad de recorrido de esta segunda me parecieron inmejorables.
Detalle del mercado de productos
locales.
Frecuente trajín de interacción entre
barcos, bicicletas, patines, vehículos y peatones.
Philip, Antje y Vincianne cruzan ahora
el mismo puente.
El grupo gozando de una vía de excelente
calidad. Fondo con barco y molino.
Autorretrato con esclusa.
Tres amigos alemanes y miembros
permanentes de mi grupo, patinan sobre un puente peatonal.
Etapa 3 (65 km)
Los organizadores acertaron
previendo que a estas alturas una porción importante de los participantes pudieran
acusar el cansancio acumulado y habían, por ello, planificado un recorrido
ligeramente más corto. En esta ocasión el bucle recorrería el este (algo
asurado) de la comarca. Empezamos por el campo, entendiendo por ello tierras de
pasto sin edificaciones, de esas en las que las parcelas se dividen por
canalizaciones de agua, y las vallas de acceso son “verjas” de rejilla en el
suelo. Planicies de prados y humedales para el pasto de las vacas lecheras. El
grupo se había metamorfoseado bastante, habiendo sido abandonado por la pareja
belga y engrosado por un trío de alemanas de cierta edad (no las llamo mayores,
sino que las equiparo conmigo), que estaban demostrado, a lo largo de todo el
viaje, ser bastante “cañeras” (rápidas, competentes y resistentes). Con la
nueva configuración el grupo rodó sensiblemente más rápido y por periodos más
largos de patinaje, realizando menos paradas. El clima seguía siendo
completamente veraniego, alcanzando de nuevo los 26 grados. El firme quizá bajó
un poco en calidad general, aunque conservando unos estándares holandeses
irreprochables, desde luego mejores que lo que suelo encontrar yo por casa.
Recorrimos una zona de casas bonitas hasta alcanzar un pueblo precioso y muy
coqueto, constituido por un conjunto de casas de ladrillo rojo cara vista, de
estilo antiguo, construido en siglos pasados como núcleo anejo a un llamativo
palacio. En el pueblo tomamos el café de rigor e inmediatamente después nos
acercamos hasta el complejo palaciego al que accedimos a través de un foso.
Después vinieron algunos tramos largos y rectos hasta que, en las inmediaciones
de Utrecht, pudimos disfrutar de un rico catálogo de arquitectura
contemporánea, constituido por una variadísima sucesión de casas y edificios
modernos e innovadores de verdad. Con una buena muestra de diseño innovador y
valiente, y no esas típicas propuestas casi uniformes de casas cúbicas blancas
y acristaladas que últimamente constituyen, de modo monótono, las propuestas
residenciales en España. Allí había diversidad de formas y materiales, y en
algunos casos, originales maneras de integrar lo acuático. De repente accedimos
a un parque muy extenso, equipado con una magnífica cinta de asfalto suave y
ancho que, a lo largo de un generoso recorrido, variado y trazado con algunas
curvas, hace las veces de magnífico espacio de entrenamiento ciclista y de
patinaje. Durante algunos kilómetros, el trazado permite acceder a una playa
interior y cruza varios postes de control de cronometraje en los que gracias a
unos sensores de chips, los usuarios pueden conocer sus tiempos de paso
parciales o totales. Junto a la pista encontramos un museo de restos romanos,
el cual se ubicaba en un singular edificio que constituía una original
propuesta de representación de un campamento militar romano, pero bajo la
óptica de una arquitectura rabiosamente contemporánea. Desde luego algo
interesante, atractivo y rompedor, y para nada postizo.
La elección improvisada de un
lugar para comer volvió a ser acertada (en una nueva terraza). La tarde resultó
dura por la digestión, el ritmo aumentado y el calor reinante. Pero fuimos
constantes y sin fisuras en el grupo, hasta que llegamos a un cruce discreto y
con unas pequeñas granjas rurales, en el que paramos a darnos un baño en el
canal. El agua estaba tolerablemente fría y fue una maravilla poder nadar un
poco. El último tramo, desde allí hasta el albergue, se hizo muy rápido. Y una
vez allí, personalmente me dediqué a solucionar con mi móvil el asunto de la
facturación on-line y la obtención de un archivo con mi tarjeta de embarque.
Una vez conseguido me pude relajar y disfrutar de una magnífica velada de
tarde-noche, con cena de barbacoa, en la que todos lo pasamos fenomenal. La
comida era de lo más variada y sabrosa y la sociabilidad del colectivo al completo
se disparó aún más que en días anteriores. La única pega de la jornada fue que
durante el patinaje, a nivel lingüístico Alan y yo sufrimos cierto “rodillo”
alemán, ya que al ser “2 contra 7” en la composición del grupo, éste tendía
derivar la mayor parte de las veces, hacia la conversación en dicho idioma,
dejándonos a nosotros, algo desubicados. Nada importante, especialmente para
dos viajeros deportivos acostumbrados a apuntarnos en viajes internacionales
colectivos, sin necesidad de acudir acompañados.
Vista principal del palacio.
Autorretrato en la zona de las
caballerizas.
Recreación moderna de un fuerte
romano.
Transbordador manual a manivela.
Granja en el camino.
Etapa 4 (43 km)
La última etapa se caracterizó,
un día más, por mucho calor y algo más de viento que en días precedentes. El
itinerario se trasladó hacia el oeste, en busca de la que fuera, siglos atrás,
la frontera del imperio romano. Al encuentro de nuevos canales y del curso del
antiguo río Rhin. Comenzamos recorriendo largos tramos de campos irrigados por
zanjas cubiertas de agua, preferentemente con viento lateral. EL bucle encaró
varias direcciones y nos ofreció típicas estampas de molinos de viento con
función de estaciones de bombeo de agua. La parada del café se realizó en una
terraza junto al río, con vistas a un puente levadizo con constante tráfico de
embarcaciones de recreo. Blanka y su acompañante nos invitaron queriendo
desagraviarnos por adelantado de tenerse que marchar precipitadamente una vez
regresáramos al albergue. No era necesario, pero aceptamos el detalle. El
idioma alemán se hizo ese día aún más omnipresente, a pesar de que el regreso
de Philip al grupo incrementaba la presencia no germana. Pero yo ya andaba con
el “chip” del disfrute personal de los lugares, los momentos y el propio
patinaje, así que no es algo que me afectase demasiado.
Durante el regreso sufrimos
varios tramos contra el viento, lo cual es algo que me favorece por ir atrás, y
por reducir la velocidad del grupo. Eso recorta la diferencia de rendimiento de
mis ruedas (90 mm de diámetro) frente a la generalidad de más de 100 y los 125
de la pareja germana, que conscientes de su potencial estuvieron tirando
generosamente del grupo durante mucho rato todos los días. Antes de llegar, nos
tomamos el último helado del viaje en un puesto itinerante italiano. Más tarde llegó
la ducha, el empaquetamiento del equipaje, una rápida comida, limpieza
colectiva y muchas despedidas durante la larga espera que aún nos quedó por
delante a los que nos íbamos vía aeropuerto. Fue ciertamente triste ver como
todo el mundo se iba marchando en sus coches (la mayoría eran ciudadanos
centro-europeos que vivían en países relativamente cercanos). En cualquier caso,
las despedidas fueron emotivas y hay que recalcar que los organizadores se
quedaron esperando con nosotros, muy pendientes de que todo fuera bien.
Puntualmente llegó el taxi furgoneta que nos habían concertado y que nos llevó
hasta el aeropuerto.
Precioso molino con dos detalles
añadidos: un barco tradicional de doble orza lateral es remolcado y lleva el
palo abatido para franquear puentes; dos caballos de raza autóctona esperan.
El grupo patina junto a un canal lleno
de barcos de recreo.
Foto de grupo por el camino.
Quiero destacar una vez más que
la organización fue estupenda y la atención prestada por todo el colectivo que
estaba detrás de esta experiencia irreprochable, cariñosa, cercana y muy
amable. Con gente así da gusto apuntarse a aventuras como esta. Este trato ya
lo vine percibiendo con anterioridad con sus precisos correos preparativos y
con la cuidadosa gestión de nuestra llegada, que incluyó que nos fueran a
buscar al aeropuerto. En ningún momento, ni antes, ni durante, ni después del
viaje tuve la mínima sensación de preocupación porque quedara algún cabo suelto
o pudiera encontrarme con ninguna dificultad. Respecto a los asistentes, es
grato encontrarse de vez en cuando con esta comunidad internacional de
patinadores viajeros. La componemos personas que, si bien nos puedan gustar
también, a unos más y otros menos, las pruebas de larga de distancia de
carácter deportivo, lo que está claro es que perseguimos experiencias viajeras
de varios días. Por eso coincidimos muchos ex-participantes de algunas
ediciones del Finline, y por ello también, la gran mayoría era gente que viene
repitiendo su asistencia al Skate-Fresh desde hace años y que se apunta a
iniciativas similares, las cuales casi todos olfateamos a distancia, buscando
donde saciar nuestros ímpetus patinadores. Precisamente este encuentro (porque
tanto como un viaje, es una especie de encuentro y concentración de
aficionados) me ha servido para establecer nuevos lazos y captar chivatazos o
referencias atractivas que, probablemente, en el futuro, puedan ampliar mis
horizontes en esta modalidad.
Foto del grupo (a falta de Philip)
finalizada la última etapa del viaje.
Ha sido estupendo volver a
viajar. Y hacerlo deportivamente, utilizando la propulsión propia como medio de
desplazamiento. Retomar una dinámica cotidiana de puesta en marcha y conquista
lenta, pacífica y detallista del paisaje. Aunque no haya sido un plan que pueda
considerarse verdaderamente largo en el tiempo, si ha estado cargado de
vivencias, de estímulos y de acumulación de sensaciones diferentes y
estimulantes. Tras mucho estudio de gabinete para alimentar mis páginas, la
primavera ha hecho regresar con fuerza mis viajes. Ha merecido la pena tanta
espera, pues de nuevo, en el camino, siempre acabo dándome cuenta que el viaje,
como proceso deportivo, me fascina. En este caso los ingredientes sugerían algo
bueno, algo muy especial: ¡patinar por Holanda! Tierra (y aguas) de patinadores
amantes de la velocidad y la resistencia sobre el hielo, referencia de la
movilidad sostenible y de su red viaria alternativa, y llanura, permanente
llanura perfecta.