“Según viejos cronistas el primitivo camino de peregrinación
a Santiago de Compostela desde Europa fue el que discurría ceñido a la costa
cantábrica. Los libros de regla de los antiguos monasterios de Santoña,
Santillana y Santo Toribio, recogen noticias sobre el paso y atención a los
peregrinos por estas tierras desde el siglo X, hace más de mil años. […]
La originaria y dura ruta norteña, alejada del riesgo de los
peligrosos asaltos de los musulmanes de la Meseta, quedó un tanto marginada
cuando éstos fueron empujados hacia el Sur por el avance de la Reconquista,
pero, sobre todo, cuando los reyes privilegiaron a cluniacenses y templarios
para que estructuraran el gran camino interior. Tal circunstancia coincidió con
el enorme auge experimentado por las peregrinaciones desde el siglo XII”.
José Luis Casado Soto
(en “Cantabria y el Camino de Santiago”)
Desde hace muchos años llevo siempre el pelo muy corto. Qué
remedio, no tengo mucho, así que pienso que es mejor llevarlo muy cortito
directamente. Además es cómodo, especialmente para llevar una vida con bastante
actividad deportiva y con muchos momentos de uso de casco. Por eso tengo una
máquina eléctrica en casa y aquí me lo cortan, al “dos” o al “tres”, la mayor
parte de las veces. Sin embargo, en una de cada tres ocasiones, me decanto por
ir a la ciudad, a mi peluquería de toda la vida y me lo cortan allí. Es un acto
de relaciones públicas y de apoyo (pequeño) al empleo de servicios de toda la
vida. A ese que se basa en el trabajo de las personas y que además es de cadena
muy corta: cercano. La peluquería se llama “Modesto”, como su dueño. Cuando yo
era muy pequeño estaba en otro local situado unos 120 metros más arriba. Allí
nos llevaba mi padre (realmente era lo que llamábamos antes barberías; esas
sólo para hombres, con un gran espejo y sillones tradicionales que se parecen a
los de los Cadillac de los años 50). Por aquel entonces trabajaba el dueño
(mayor que mi padre, que actualmente anda por los ochenta y pico), que falleció
hace muchos años, dos empleados más y un joven que era su hijo (Modesto).
Íbamos tres; mi padre, mi hermano mayor y yo. A mí me gustaba el ambiente, ver
los ceremoniosos afeitados previos a brocha, los diferentes cortes de pelo,
escuchar las conversaciones de los adultos y ojear las revistas del rincón de
espera. Después nos iba tocando el turno y nunca olvidaré ese cuchicheo tan
característico del ritmo profesional aplicado a las tijeras cada vez que estas
se tomaban un descanso entre los cortes de mi pelo. En la actualidad el local es
más pequeño, pero el rincón de espera sigue ahí con revistas, el espejo y los
sillones, y los profesionales ataviados con esos ¿guardapolvos? de la misma
longitud que una americana, confiriéndolos un aire de oficio experto. Ahora
atienden Modesto y su hijo (algo más joven que yo) que representa la tercera
generación. Antes iba de vez en cuando con mi hijo y le encantaba la
“ceremonia”, pero ahora está en fase de pelo más largo y claro no coincide con
su estilo. El caso es que en cuanto llego allí, me toque en suerte quien me
toque, durante todo el proceso mantengo con ellos siempre una dinámica tertulia
deportiva. No de esas basadas en los resultados deportivos ajenos, sino en la
práctica propia (suya y mía) de actividades al aire libre, viajes deportivos y,
sobre todo, ¡ciclismo!. Hablamos de nuestros últimos planes ciclistas, rutas,
puertos, eventos, bicicletas, etc. Ellos me preguntan por la Challenge u otras
cosas y me cuentan sus ascensiones o la participación en alguna cicloturista. Es
una parte diminuta de mi vida pero que sigue ahí, y vuelve cada 3, 4 o 6 meses,
tal y como siempre fue desde que tengo recuerdos. Espero que siga así para
siempre y que al igual que este negocio, otros tantos, profesionales,
naturales, artesanos, locales, cercanos… se mantengan, o incluso, aprovechando
estos tiempos de cambios, vuelvan a proliferar. Hacen la vida más humana y
agradable, y aunque quizá estén reñidos con el desarrollo macroeconómico, en mi
opinión mejoran la calidad de vida individual y colectiva locales.
Todos los veranos, ya sea sólo o acompañado me paso unos
días en nuestra vieja casita de pueblo de media montaña. Es diminuta, vieja
pero muy acogedora. Me encanta ir allí a leer, relajarme, sumergirme en un
entorno rural de interior y utilizarla como base de operaciones para el esquí,
las marchas o ascensiones de montaña, la BTT o el ciclismo de carretera. La
estancia veraniega coincide con la semana de fiestas del pueblo. Y al poco de
llegar siempre me encuentro en el mesón con mi tío Lolo, que nació y vivió allí
hasta que de joven se fue a trabajar a Bilbao. Él regresa varias semanas todos
los veranos y disfruta a tope del ritmo tranquilo de su pueblo. En esta
ocasión, primero con un café y sin solución de continuidad con un brandy,
aproveche para preguntarle directamente sobre un hecho del que había sido
protagonista y que con el paso de los años había acabado convirtiéndose en una
leyenda familiar. La verdad es que su relato coincidía casi totalmente con el
desgastado rumor, y aquí lo resumo. Hace más de 50 años (antes de 1963, pues en
el momento de los hechos él no se había casado aún y este año ha celebrado sus
bodas de oro), salió de Bilbao en bicicleta de corredor (máquina comprada de
segunda mano a un Amorrortu familiar directo del de el Athletic) después de
trabajar, un 18 de julio. Dice que hacía tal calor que se arrimaba lo más
posible a la cuneta porque el alquitrán de la carretera se derretía, se pegaba
a las ruedas e irradiaba más calor aún. Recorrió la entonces tortuosa,
rompepiernas y larga carretera nacional y llegó hasta su destino en Torrelavega.
Pero lo hizo tan justo y con tal pájara, que pese a ser un deportista
polifacético consumado, acabó harto de bicicleta, se la regaló directamente a
mi primo José Ignacio, y se volvió en tren. Mi tío no ha sido ningún blando,
jugó mucho a los bolos y demás deportes rurales de joven, después al frontón y
al tenis. Toda la vida hizo mucho deporte hasta que sus caderas le pasaron
factura. A día de hoy tiene 80 años, y tres días a la semana nada sus 2,5 km,
sin prisa pero sin paradas. El transatlántico, me dice que le llaman… porque no
para de hacer millas, sin estruendo de motores, pero con inercia. Este verano
me llevé la bici de carretera para mantenerme en forma de cara a l’Eroica. Un
día salí con mi cuñado para dar la vuelta al Pantano del Ebro y al día
siguiente con mis dos hermanos a coronar los prácticamente 2000 metros de la
Fuente del Chivo, y parte del ascenso al Golobar ya en Palencia. Menos mal,
porque durante esos días se celebra en el pueblo una Feria Internacional del
queso, y entre compras, degustaciones y talleres… Este año tocó uno de maridaje
entre quesos de muy diferentes “fortalezas” y texturas, con tres cervezas
artesanas de Liérganes, un disfrute.
Entretanto,
la mayor parte del verano lo paso en casa, a 500 metros de la playa. No me hago
a la idea de lo que sería para mí un veraneo playero tropical o Mediterráneo.
Llevo muy mal el calor excesivo. Soy de los pocos que prefiere pagar un peaje
de lluvia frecuente o periódico a cambio de gozar de temperaturas suaves,
aunque no pretendo convencer a nadie de ello. La playa me gusta mucho, así como
bañarme en el mar. Pero más para ratos breves, momentos singulares y hasta
mágicos, y siempre sin tumultos y sin tener que moverme en coche para llegar.
Es más, prefiero ir pedaleando con las chanclas o paseando por la mies, que
incluso coger la moto y tener que ponerme el casco para trayectos tan cortos (a
veces voy a otra un poco más alejada). El caso es que a lo largo de los días de
verano, primavera e incluso otoño, mi pueblo, la panadería y las inmediaciones
de mi casa, son paso más que habitual de los peregrinos que recorren el Camino
de Santiago del Norte. Son cada año más. Actualmente muchos. Pueden verse todos
los días. La mayoría son extranjeros, y a muchos hay que explicarles la ruta,
ya que vienen prevenidos por el cura de Güemes (que regenta el albergue
parroquial), de que en vez de seguir la guía oficial que les marca una larga
recta de carretera general con bastante tráfico y aburrida, tomen el sendero
que recorre las playas y los hermosos acantilados de nuestra costa. En muchas
ocasiones me he detenido al ir o volver de comprar el pan, para resolverles las
dudas ya sea en castellano o en inglés, y lo hago encantado, entre otras cosas
porque participas en cierta medida del Camino, y porque siempre he agradecido
que me hayan ayudado a mí en ocasiones similares. En bicicleta viajan bastantes
menos, pero también una cantidad apreciable. La mayoría en bicicletas de montaña,
sin tacos y bien cargadas, aunque también pueden verse algunas específicas de
cicloturismo. Españoles y extranjeros, en pequeños grupos, parejas o
solitarios, aunque, ninguno de ellos suele preguntar, ya que desafortunadamente
suelen optar por el carril-bici que discurre a un lado de la mencionada
carretera. En una ocasión conocí a uno de los responsables de la edición de la
guía del Camino por Cantabria. No puedo estar más en desacuerdo con ellos, ya
que se aferran (al menos aquella amable persona) al trazado que han editado y
que transcurre por demasiadas carreteras anchas y rápidas, argumentado que es
el más fiel al original. En mi opinión original no había. Algo he leído sobre
los viajes en la época medieval, y era más una sucesión flexible de puntos de
paso (fuentes, puentes, pueblos, monasterios…), cambiante en función de los
intereses del viajero, sus posibilidades, ritmo, riesgos, etc. En nuestro caso,
precisamente el trazado de la carretera fijada, es bastante moderno, y ni
siquiera pasa por los referentes religiosos más históricos del ayuntamiento.
Así pues, rebelde, aunque probablemente poco práctico y nada difundido, hace
años que tracé un track de GPS para aquellos peregrinos que si por casualidad
dieran con él, y llevan bicicleta de montaña y poca prisa, puedan disfrutar de
la belleza del Camino a su paso por mi comarca. Está disponible en un par de servidores
de rutas.
Tramo 1: Albergue de Güemes - Embarcadero de Somo
Tramo 2:Embarcadero de Somo - Albergue del Astillero
Javier Manrique es un promotor de la bicicleta a su aire. De
joven corrió bastante, yo no lo conocía por lo que no puedo hablar de su
calidad competitiva, pero desde luego planta tenía. Sé que la espalda le ha
jugado malas pasadas. Él fue, sin lugar a dudas el catalizador de la BTT en
Cantabria. El que primero apostó por ella como producto comercial en aquella
tienda desaparecida (Ciclolinea), en la que pese a no ser céntrica, nos
acabábamos reuniendo o encontrado los primeros aficionados pioneros de tales
máquinas. Pronto organizó excursiones y rutas, y siempre estaba dispuesto a
facilitar las relaciones entre los practicantes. Hace muchos años que traspasó
la tienda, la cual a la postre desapareció y acabó transformándose en una tienda típica de las que abundan ahora (bicicletas muy caras, consumismo de modernidad y dedicación casi exclusiva al ciclismo de competición o a la emulación que del mismo hacen globeros y ciclistas profesionales frustrados). Más de una (o dos) décadas después,
Javier ha vuelto al mercado (le deben ir los retos porque lo ha hecho en plena
crisis) y ha buscado un local más descentralizado aún, apostando por una
estética californiana y productos diversos que incluyen un guiño a lo retro.
Hablo de él porque de vez en cuando me sigue en el blog o charlamos.
Recientemente me llamó y nos regaló unos maillots de su actual tienda (Bicius).
No es que quiera hacer publicidad (no la hago, y si lo hiciera daría igual ya
que esta es una publicación personal y la utilizo como me viene en gana), lo que
pasa es que es que al elegir los maillots nos encontramos una sorpresa
agradable que demuestra (una vez más el gusto y la sensibilidad ciclista de
Javier). Eran maillots de tejido y confección moderna, pero con diseño de
colores claramente vintage. Había dos posibilidades obvias: una réplica
evidente y muy bonita del mítico maillot del equipo Molteni que tan famoso hizo
Eddy Merckx; y otra del Bianchi italiano, de los pocos equipos, junto con el
Kas, que se atrevió a tratar de hacerle frente. En ambas prendas con las leyendas originales sustituidas das por "Bicius", pero en cualquier caso sendos homenajes. Finalmente nos
decantamos por el “Bianchi”, azul celeste muy claro con una ancha banda blanca
en el pecho, recordando a Coppi, Gimondi, Baronchelli y tantos otros ciclistas
que a lomos de las bicicletas verdes claritas dieron juego a los aficionados
con sus escarceos. Bianchi fabrica bicicletas desde hace 125, y durante gran
parte de ese tiempo se ha vinculado muy directamente con el ciclismo de
competición en carretera, siendo siempre fiel a sus colores de carreras. No en
vano, estas bicicletas tienen muchos seguidores entre los aficionados a las
bicicletas clásicas por toda Europa, incluso hay un club seguidor en Zaragoza. Yo las he encontrado en varios de los eventos retros a los que he asistido y también en algunas de las exposiciones de las que he ido dando cuenta. La familia de mi amigo Pablo tenía una, pero lo que tántas veces pasa: cuando ha ido a preguntar por ella, años después, para tratar de recuperarla para un uso retro, la bici ya había sido desechada y desaparecida.
Día tras día el verano avanza y con él las anécdotas y las curiosidades. No soy un obseso de la bicicleta. Me doy mis recorridos en la moto o en la piragua, y ya estoy pensando en retomar otra modalidad deportiva para el próximo "curso". Sin embargo es curioso como en esta vida, la casualidad conecta facetas de la vida o situaciones cotidianas que aunque aparentemente no tengan que ver unas con otras, siempre hay resquicios o resortes que una vez explorados o accionados, nos permiten jugar a relacionarlos entre sí, utilizando para ello algún tema o marco común. Si ese marco tiene además suficientes connotaciones culturales y un poquito de historia a cuestas (caso de la bicicleta) todo resulta más sencillo.