"Verano - 1904", Joaquín Sorolla (Museo Nacional de Bellas
Artes de La Habana).
Hoy voy a escribir sobre un tema
escabroso. No debería de serlo, pero lo es. Nadie, en según qué foros de
tertulia o cháchara, admitirá que es un asunto delicado, pero en el fondo sí
que lo es para mucha gente. Me refiero a los niños, los hijos y su
compatibilidad con estas aficiones de las que doy cuenta cada semana. Fíjense
ustedes si el asunto trae cola que no descarto que por culpa del título o la
declaración de intenciones temáticas de las primeras líneas, haya habido ya
lectores que hayan decidido no continuar con el texto, porque sin duda existen
bastantes adultos a los que la presencia infantil, les incomoda tanto, que
consideran un pecado portal, un intolerable desatino, su mera presencia o
acercamiento a sus sagrados momentos de expansión deportiva “para mayores”
(esto en el caso del ciclismo de carretera es de lo más común). No seré yo
quien les demonice por ello, quizás en cierta medida no les falte razón, todo
ello depende de muchos factores, del civismo familiar, del respeto a los demás
y de la concepción, infinitamente diversa, que cada cual tenemos de nuestras
propias vidas. Lo que está claro es que los niños no son adultos, por mucho que
haya algunas personas que se empeñen en tratarlos como tal. Pero tampoco son
objetos, mascotas o aditamentos que hayan de tenerse en cuenta cuando están
presentes… ¿exagero? Quizás. El asunto se complica porque lo que para algunos
son niños (molestos, limitantes, alborotadores… o no), para algún otro (u otra)
son sus hijos ¡nada menos!, el centro del universo. Y tal y como sentenciaba un
venerable adulto al que a lo largo de mi vida tuve una gran admiración: “las
ventosidades y los hijos tienen una cosa en común, que los únicos que se
aguantan bien son los creados por uno mismo”. Groserías o crudeza de símil
aparte, el sentido de la frase se hace de lo más comprensible. Sobre ello saben
mucho los maestros y profesores, entrenadores deportivos, turistas de playa,
etc. Y tiene mucho que ver con la educación familiar y con cómo se entiende e
interpreta esta en cada hogar.
No voy a ahondar más en el asunto
desde un punto de vista tan general. Intentaré centrarlo un poco más antes de
acometer lo que realmente me propongo, que es ofrecer algunos consejos
prácticos para la conciliación familiar a la hora de practicar las tres
disciplinas que me ocupan esta temporada. Quizás algún padre (o madre) de
familia me agradezca la intención, tome prestada alguna idea, e incluso se
anime a ponerla en práctica, a mí no me quedó más remedio a lo largo de varios
años.
Antes una cuestión de
diagnóstico. Entre las diferentes maneras y concepciones que los padres tenemos
de incorporar a nuestros hijos a nuestro mundo de ocio “de adultos”, existe
todo un espectro de comportamientos, que se pueden ubicar en muy diferentes
puntos de una especie de escala bipolar, situada entre dos extremos muy
radicales. Uno de ellos se caracteriza por alejar y mantener completamente
ajenos a los hijos de cualquier actividad de ocio y disfrute personal acometida
por sus progenitores. Se trata de un estilo de educación familiar que incluso
llegó a estar de moda, siglos atrás, entre los exponentes arquetípicos de
ciertas clases sociales elevadas, y que se materializaba a través de una
permanente cohorte de cuidadoras, “nanny”, institutrices, mentores, internados
tempranos, etc. Sin tan costosa parafernalia, el extremo sigue estando vigente
actualmente y hay gente que no hace jamás coincidir a sus hijos consigo en
ninguna actividad social o deportiva, fundamentalmente para que no le molesten,
para no tener que estar pendiente de ellos o para que no le estropeen el ritmo
o el plan. En el otro polo estarían aquellos a los que podría adjudicárseles
una adaptación de un eslogan publicitario de telefonía móvil de hace pocos años,
“nunca sin mis amigos hijos”. Se caracterizan por llevarlos a todas
partes: a una reunión de trabajo delicada, a una cena en la que todos salvo
ellos son adultos y las conversaciones podrían ser incluso muy poco
“educativas” según para qué edades, a un plan deportivo muy duro y sufrido, etc.
Del primer caso se desprende cierta sensación de egoísmo, desnaturalización
emocional y quizás, quién sabe, hasta falta de vocación paterna. Como
consecuencia de ello, una actitud de criminalización hacia cualquier otro
adulto que se persone donde sea acompañado de menores, ya que su mera presencia
parece producirles algún tipo de alergia. Los afiliados al polo opuesto se
caracterizan por no saber distinguir, ni tener medida a la hora de seleccionar
a qué tipo de actividades y acontecimientos llevar a sus hijos y a cuáles no.
Para finalmente aparecer con ellos en todos, transformando y desvirtuando
algunos de ellos, por la necesidad de alterar el contenido, ritmo, filosofía,
lenguaje… de los mismos. El primer bando se nutre de gente que odia a los
niños, que no les soporta y que asume que sólo toma parte en actividades para
adultos. El opuesto considera que no debería existir en la actual civilización
nada de nada que no pudiera ser compartido con menores. Entre ambos extremos
cada cual se ubica donde puede o donde considera oportuno, e incluso nuestra
posición relativa puede variar según la naturaleza del hecho social que estemos
considerando. Personalmente hay actividades a las que ni se me pasa por la
cabeza llevar niños, otras a las que los llevaría según en qué condiciones y
otras muchas de las que les he hecho partícipes. Equilibrio seguramente no lo
haya, no hay una norma clara que establezca el ideal. Cada situación es
cambiante y lo que haría falta es mucho sentido común e inteligencia social o
emocional. Soy padre de familia numerosa, y aunque mis hijos están ya bastante
creciditos, he prescindido de ellos en muchas de mis actividades de ocio y a la
vez he intentado iniciarles y hacerles disfrutar de innumerables actividades
deportivas, viajes y celebraciones sociales. Seguro que me he equivocado más de
una vez, pero en cualquier caso, siempre he intentado valorar de antemano los
pros y las contras, desde mi punto de vista, desde el de mis hijos y desde el
de los demás asistentes.
Dicho esto, entremos en materia.
Lo que pretendo es reflexionar en voz alta sobre la posibilidad de practicar
ciclismo, patinaje y piragüismo con niños, tanto en su versión de jornada
deportiva, como incluso de viaje itinerante. Y de antemano he de afirmar
rotundamente que en los tres casos es posible, pues existen posibilidades de
material que lo facilitan. Lo que hay que hacer es dosificar bien las
dificultades, riesgos y exigencias de cada plan, adaptándolos a nuestros
recursos personales, así como a la edad y capacidades de los niños. El objetivo
no es generar un ocio para nosotros mismos (que también), si no para ellos, por
lo que la motivación inicial y su mantenimiento son muy importantes. No debería
intentarse por interés personal sino por generosidad hacia ellos, pero en
cualquier caso, si la cosa funciona, se acaba convirtiendo en una inversión de
futuro, pues con el paso de las décadas, no es descartable que acaben siendo
los hijos los que organicen y propongan a sus padres, planazos deportivos del
mismo tipo. La adolescencia tardía y la primera juventud son unas fases en las
que los hijos tienden a volar libres y dejar de practicar con sus progenitores
estos y otros tipos de actividades, pero si la iniciación infantil fue
gratificante y causó suficiente impacto emocional, ésta acostumbra a regresar
con la madurez y hace que los nuevos adultos tiendan a recuperar muchas de las
actividades que vivieron con placer durante su infancia. Deportes “familiares”
como es esquí, la montaña, etc. basan su permanencia, crecimiento y
sostenibilidad de masa practicante en ello. Así pues, comencemos por un orden
que me viene siendo habitual.
Ciclismo
La práctica de “montar en
bicicleta” es compatible con los hijos desde casi cualquier edad. Gracias al
fantástico invento del carrito para niños, los bebés pueden ser transportados sobre
ruedas desde edades muy tempranas. El carrito permite además incluir los
complementos imprescindibles como pañales, ropajes, termos con alimentos
calientes, etc. Nuestro carrito era fantástico para ello, pues además de tener
de un pequeño hueco-maletero, era biplaza y tenía la opción de
ventanas-mosquitera para cuando hacía mucho calor o ventanas impermeables si
llovía o hacía frío. Todo ello en un artefacto ligero, plegable y con un
sistema de fijación a cualquier bicicleta que permitía una magnífica conducción,
y trazar curvas inclinando la bicicleta de forma independiente a bastante
velocidad en los descensos. Cuando lo adquirimos, en el año 1998 en el
extranjero, en España era casi imposible hacerse con uno, pero desde entonces
todo se ha facilitado enormemente, y ahora tan sólo se trata de elegir bien el
modelo. Con un carrito se pueden acometer jornadas de bicicleta largas o viajes
de varios días. Los niños disfrutan y cuando se cansan se duermen en marcha.
Lógicamente hay que realizar paradas para que puedan bajarse, disfrutar de los
lugares y mover su cuerpo, pero el ritmo del grupo es muy fácil de organizar.
En cuanto a los trayectos elegidos, personalmente he subido algunos puertos,
disponiendo para ello de tres platos y paciencia. Esto es como el chiste del
yunque en el desierto, aunque te parezca que “andas poco” y que vas muy lento,
si lo practicas mucho, cuando salgas a solas con tus amigos de las bicis
carbonatadas, les vas a dar un buen susto cuesta arriba. El factor limitante
(aunque es una cuestión muy personal) es que nosotros solamente diseñábamos
trayectos por carriles-bici, pistas forestales o carreteras rurales de
circulación casi anecdótica y firme irregular, para no poner en peligro vidas
tan inocentes. Aún así, las posibilidades son enormes y se puede viajar
muchísimo.
Disposición familiar en un viaje en bicicleta. El carrito
resultó un elemento fundamental durante años.
Pedaleando en familia.
Las sillitas para niños en la
bici son una opción poco recomendable para viajes o jornadas deportivas, porque
en ellas los niños se cansan antes, porque van muy restringidos de movimientos.
Si llevan algún peluche, este se cae cuando se duermen. Las oscilaciones de la
bicicleta hacen que no podamos llevar a los más pequeños hasta que sean capaces
de fijar su cuello con estabilidad suficiente. Aún superada esa fase, si el
infante se duerme, se le cae la cabeza hacia delante o hacia los lados. Por otra
parte, hay un momento muy peligroso que es cuando alguien deja la bicicleta
posada, con el niño colocado, y se va a hacer un recadito, una necesidad rápida
o a ayudar al de al lado. En tales situaciones la estabilidad de la bicicleta
se ve muy comprometida, y ésta se puede caer de repente con el menor
incorporado. Las sillas son una buena solución para paseos muy cortos,
complementar a los carritos si la familia es muy numerosa o, sobre todo,
transporte urbano cotidiano en tramos cortos (guardería, parque, compras,
etc.).
La sillita fue nuestro recurso inicial.
El carrito se convierte en un
escalón inicial que da paso a la bicicleta del niño. La didáctica de la
bicicleta ha dado algunos tumbos a lo largo de la historia, pero el proceso de
progresión ahora está más claro que nunca: erradicación total de los “ruedines”.
Ahora los niños pueden aprender a montar en bicicleta prontísimo, además no
tardan nada y encima no es necesario que sus padres de deslomen empujándoles.
Cualquier niño que vaya en carrito o en sillita, en seguida va a pedir bicicleta propia. Y en
esto no hay que equivocarse, hay que darle una draisiana del Siglo XXI, es
decir una de esas bicicletas de ruedas finas pero sin pedales, de esas que
suelen ser de madera, con asiento regulable en altura y posibilidad de una
posterior incorporación (o no) de pedales. Con una bici de estas
características el niño es autónomo y comienza por caminar montado en el
artefacto, pronto pasará a correr con ella, y los periodos con las piernas en
el aire se van a ir prolongando progresivamente, generando el aprendizaje del
equilibrio necesario. En poco tiempo se pone a bajar cuestas y a aprovechar la
inercia en el llano. Frenará con los pies en el suelo y en las curvas aprenderá
a inclinarse según la necesidad con naturalidad. Finalmente, al ver a otros
niños pedaleando, acabará pidiendo unos pedales y en cuestión de minutos, él (o
ella), montará en bicicleta sin problemas y sin ayuda de nadie.
Con ello habremos llegado a un
momento delicado para nuestras excursiones. Cuando el niño ya sabe montar en su
propia bicicleta, pero aún es demasiado pequeño para acometer distancias de una
mínima envergadura. No es para tanto, serán apenas un par de años en los que el
consejo es sacarlo mucho a pedalear, cada cual en nuestra bici, para que se
vaya acostumbrando y ganando “distancia”. Si la propuesta de itinerario es
razonable, atractiva y llevadera, nos sorprenderá muy pronto el kilometraje que
podrán llegar a cubrir desde edades bastante pequeñas. Desde ahí ya solo es
cuestión de ir dotándoles de las bicicletas de talla y funcionalidad adecuadas
para su edad y estatura. Rotaciones familiares, “trocatlones” y demás,
facilitan mucho este proceso. Así podrán acometer viajes cada vez más largos,
excursiones más aventuradas de bicicleta de montaña, etc. Personalmente ya pasé
por esa fase y los mayores ya participan conmigo en alguna que otra retro, o
salimos a rodar en BTT o a disfrutar de algún fin de semana viajero (“de
mayores”) de vez en cuando.
Primeros recorridos de la menor en su bicicleta.
Conquistando los bosques y montañas.
Viaje cicloturista familiar a su paso por una trinchera ferroviaria.
Antes de cambiar de modalidad, me
gustaría añadir una cuestión de verdadera importancia para los que dentro del
amor por la bicicleta, sentimos predilección por su versión retro. Algunos nos
lamentamos de no atesorar alguna bicicleta heredada de nuestro padre u otros
antepasados. Por lo menos, yo dispongo de mi primera bicicleta de corredor, y
alguna otra a la que voy “haciendo mía” compartiendo con ella gestas deportivas
o asistencia a eventos singulares. No sé qué será de ellas cuando me toque
desparecer de este escenario terrenal, pero al menos mis hijos disfrutarán de
la oportunidad de quedarse o deshacerse de ellas. Me sienta bien saber que al
menos tendrán la opción de elegir, y sospecho que alguno de ellos va a decidir
quedarse con alguna (al menos la primera de todas), la cual, con el paso de
tiempo, poco a poco, sigue adquiriendo cada vez más valor histórico y
sentimental.
Patinaje
El patinaje también es compatible
con los niños casi a cualquier edad. De hecho recuerdo haber salido a entrenar
hace muchos años con alguno de mis hijos de bebé a cuestas. Por favor, no
piensen ustedes en una mochila deportiva, tal opción debería estar prohibida
por la ley, porque por mucho que uno pueda ser un virtuoso de los patines,
hasta los campeones del mundo se caen, y las consecuencias para el niño serían
imprevisibles. No, la solución es bien sencilla, se trata de conseguir un
carrito de transporte de tipo “todo-terreno”. Sí, son una especie de triángulos
de lona con ruedas hinchables y chasis tubular, bastante alargados y con un asa
posterior con freno de bicicleta incluido. Esos que inicialmente diseñados para
correr, acabaron poniéndose de moda en las ciudades, casi a la vez que los
vehículos “4x4” entre los padres de los niños. Modas aparte, el invento da
muchísimo juego, no solamente para correr o pasear por pistas forestales, si no
sobre todo para patinar. El carrito es muy estable, permite deslizarse muy bien
tras él, apenas reduce la marcha, tiene capacidad de frenada suficiente como
para detener al patinador y al propio “vehículo” y se conduce estupendamente.
Tal es así que puede generar un riesgo que debería tenerse en cuenta, y es que
facilita tanto el patinaje, que puede hacerlo asequible incluso a personas que
no lo dominen mucho sin carro, y generen en ellos un exceso de falsa seguridad,
por sentirse más estables agarrados y por disponer de un freno tan sencillo.
Cuidado con ello, pues podrían ponerse en riesgo ambas personas: niño y
patinador. Un buen detalle es una correa que llevan muchos de estos carritos,
de forma que si te caes lo hagas de forma independiente, soltando
inmediatamente el carro y aún así, se evite que este salga circulando cuesta
abajo o hacia algún lugar por el que caerse o chocar. Una bandeja inferior o un
espacio portabultos en el respaldo, nos permitirán igualmente llevar el termo,
los potitos o la imprescindible manta de protección por si baja la temperatura.
Es bueno que disponga de visera protectora para el sol (si llueve, el consejo
es no salir, pero en ese caso los patines son el primer factor limitante y no
el niño).
Mega-mix por Las Landas: combinando bicicletas con patines.
El carrito de la derecha es el modelo referido para patinar.
Madre e hija por el Sena peatonalizado.
La familia sobre ruedas (pequeñas).
Lo mismo, niño que ve patinar,
niño al que probablemente se le antoje patinar. La recomendación es dotarle de
patines cuanto antes, protecciones y, sobre todo, muchas oportunidades cercanas
y habituales en las que poder ponerse a probar, y si es con más niños con
patines alrededor mucho mejor, porque así no desfallecerá. ¿Enseñarle nosotros?
creo que no, pues se hacen dependientes y temerosos, es mejor que aprendan por
experimentación e imitación. Durante este periodo no hay viajes posibles,
aunque si ratos familiares patinando. Los primeros años hay que facilitarles
simultáneamente dos cosas: patines de su talla y situaciones de diversión con
patines. Para lo primero, además de los sistemas de rotación de material
empleados con las bicicletas, el mercado nos ofrece algunos modelos
interesantes de patines en línea que son de talla variable y sirven para varios
años, además algunos son patines de bastante buen rendimiento y calidad. En
cuanto a la diversión, variedad de recorridos, reunión con más niños, pequeñas
excursiones, habilidades y obstáculos, hockey adaptado (“floorball”), son
algunas de las posibilidades que podemos ofrecer, hasta que su capacidad nos
permita, con el tiempo, alargar los recorridos y atrevernos a realizar algún
viaje. Lo normal, si optamos por esta modalidad, es que a poca constancia de
oportunidades que les ofrezcamos, enseguida los hijos superarán a los padres en
habilidad y rendimiento, al ser esta una modalidad poco habitual en nuestro
país.
Piragüismo.
Pues tampoco aquí vamos a tener dificultades,
no si evitamos ser temerarios claro. La regla número uno es que estaremos en el
agua, y conviene saber algo del universo acuático si vamos a desenvolvernos por
él. Quiero decir que habrá que evitar riesgos por corrientes, olas, cambios
repentinos del entorno o dificultades de embarque o desembarco. Aclarado esto,
y una vez elegido en qué escenarios podemos practicar el piragüismo infantil y
en cuáles no, la incorporación de niños a la actividad va a depender sobre todo
de los recursos materiales. En concreto del tipo de embarcación para cada
momento de edad. No debería ser necesario advertir que el uso de chaleco
salvavidas será imprescindible, así como, en su momento, intentar hacerse con
palas de tamaños infantiles, más cortas y más ligeras, pero insisto, los
detalles definitivos se centrarán en el tipo de barco.
Si se quiere pasear o desplazarse
navegando a remo en aguas tranquilas, llevando con nosotros algún niño muy
pequeño, tendremos que optar por una canoa, que además de ser muy estable,
pueda permitirnos acomodarlo bien y poder transportar los diferentes enseres
necesarios. Pero además, es imprescindible llevar tripulación, es decir, al
menos ser dos adultos en la embarcación, porque puede surgir cualquier
necesidad de atender al niño (o niños), y entre tanto, la embarcación jamás
debería quedarse sin gobierno, sea cual sea el paraje en el que estemos. La
transición, a medida que avanza la edad de los niños es mucho más sencilla en
este caso, porque la criatura puede ponerse a remar cuando quiera aprender, y
da igual que se canse pronto o tarde porque el adulto siempre podrá seguir
paleando él solo. De esta forma podemos calcular las distancias de viaje o
recorrido teniendo en cuenta nuestra capacidad individual para la canoa o
piragua concreta, aún cargando con otros. El cambio de embarcación puede que no
nos interese nunca, pero si somos de los que preferimos un kayak, podremos
optar por uno doble, estable y navegable, más adelante, cuando el menor ya sepa
nadar con soltura y tenga talla suficiente como para que ya “sobre” en la canoa
y deje sitio para los demás. El paso hacia un kayak doble nos lo podemos
incluso saltar si preferimos que disfrute de su propio kayak individual, al
final todo ello va a depender del material disponible (propio o alquilado), de
la edad y pericia del menor o incluso de la organización familiar (cuantos
seamos y como nos repartamos). Para facilitar todo esto es bueno que los
chiquillos sepan remar, pero eso es algo bastante sencillo que se va cogiendo
de forma natural con una práctica eventual. Si siempre optamos por entornos
seguros y embarcaciones con estabilidad razonable, tal combinación no nos
ofrecerá dificultades.
Preparado para su primer paseo en canoa.
Aventura otoñal: explorando entre los juncos.
Distribución familiar en piraguas dobles y sencilla.
Madre e hija en las Hoces del Duratón.
Navegando en solitario
En canoa viajan todo tipo de invitados: parada para baño
con Macallan.
En mi familia se da la
circunstancia de que a cada uno de mis hijos le ha dado por aficionarse a la
práctica de un deporte prioritario diferente. El baloncesto, la navegación a
vela, la equitación o el atletismo, son practicados de forma independiente y
autónoma, y me alegro por ello. Sin embargo, hay aficiones compartidas que nos
unen y reúnen a todos, y el esquí es el principal referente. Pero además,
cualquiera de ellos dispone de bicicleta y se anima de vez en cuando a
compartir recorridos con los demás. Todos ellos saben patinar, e incluso
algunos me han acompañando a algún evento sobre ruedas. Y de igual manera,
remar en piragua es algo que aprendieron a hacer desde muy niños, nada
exigente, lo suficiente como para poder disfrutar y dominar embarcaciones propias
o ajenas, yendo de viaje o de excursión, en familia o con sus amigos. Por lo
tanto podemos gozar practicando juntos de vez en cuando, aunque somos lo
suficientemente independientes como para saber disfrutar (y respetarnos los
unos a los otros), cuando decidimos apuntarnos a alguna actividad sin los
demás. No se trata de dar lecciones a nadie ¡faltaría más! Únicamente cuento mi
particular experiencia, mi modo de ver las cosas, el cual no se aleja demasiado
del aprendido de mis padres. Me hizo feliz entonces, al igual que lo hace
actualmente. Cada cual que se organice como desee o crea conveniente, pero una
cosa he querido dejar clara: que no sea por falta de posibilidades el que
dejemos a los niños sin una saludable y placentera iniciación deportiva no necesariamente
competitiva.
Una de
las bondades de practicar deporte saludable, de paseo o de viaje, es que
facilita cierto mantenimiento de la forma física, aún a pesar de ir cumpliendo
años. No sé si seré capaz de mantener un estado de forma medianamente aceptable
durante muchos años, pero en tal caso, si el futuro se me presenta con nietos,
quizá me toque desempolvar el carrito de la bicicleta o sacar la pala infantil
para salir a pasear o acometer algún viaje temático con ellos. No es algo a lo
que aspire o con lo que sueñe, la cuestión no depende de mí ni me incumbe. Si ha
de ser será, y en tal caso, eso sí, procuraré estar preparado, por si la
descendencia lo pide y lo desea. Eso le ocurrió precisamente a mi padre, quien
aún entrado en los 80 años de edad, seguía siendo un acompañante deseado por
sus nietos para las jornadas de esquí familiares.