"La estación del norte" (1918), Benjamín Palencia
(Museo de Albacete).
Estas aficiones personales que
integro en mi proyecto “nómada 2015” cada vez me producen una más intensa
sensación de estar viviendo en una hipotética novela de Julio Verne. Una
dedicada principalmente a velocipedistas de su época, y que gracias a sus
descabelladas propuestas y a sus singulares destinos, se pasan el día viviendo
a caballo entre la modernidad y un nostálgico clasicismo ciclista. Las
singladuras patinando quizás adquieren un aire más futurista. Con ese calzado
tan moderno, las protecciones, la ropa técnica, casco, gafas, etc. y sobre todo
la utilización de esas vías tan novedosas y aún extrañas al paisaje como
resultan ser los carriles-bici que frecuentamos. Por su parte, la piragua
ofrece el carácter de la exploración de nuevos parajes, un clásico en las
aventuras de Verne, y aunque en ocasiones sean los mismos ya conocidos, se
suceden desde otra óptica y se perciben como muy diferentes cuando se recorren
en el casco de una embarcación. Pero con la bicicleta se expande este juego. Se
goza igualmente de cierto matiz de exploración y descubrimiento paisajístico,
pero además, en nuestro caso “retro”, nos permite viajar por el tiempo. La
mayoría de las veces lo hacemos “trasladándonos” desde el presente hasta un
pasado de glorias ciclistas, cuadros de acero y maillots de punto. Pero el
pasado fin de semana la aventura se complicó, e inesperadamente entramos en una
cuarta dimensión que, plegando el tiempo (y no el espacio, como sugiere Frank
Herbert en su saga de Dune) nos mantuvo durante una larga jornada viviendo una
escena ciclista, en el pasado y en el futuro, simultáneamente. Parece evidente
que algo tan difícil de concebir, y que parece estar en contra de todas las
leyes de la física, va a resultar complejo de explicar. Es por ello que en esta
ocasión, la lectura vendrá marcada por apartados, pudiera perder un hilo
narrativo convencional y requerirá algunos apéndices intercalados.
La Cofradía Velocipédica
“[…] una gavilla de amigos que, cuando van en pelotón, se hacen llamar Cofradía Velocipédica […]”.
Así es como Alejandro, un miembro
de la aludida “asociación” define a este fenómeno social, modesto y
clandestino, del que ya he hecho mención en alguna que otra ocasión en mi
espacio de escritura. La Cofradía nació como “ecosistema” de interacción entre
varios aficionados al ciclismo retro, algunos de ellos ya muy experimentados en
la asistencia a los eventos actualmente existentes. Otros son aficionados,
también motivados hacia tan particular asunto de interés común, aunque menos
habituales a las citas colectivas. En cualquier caso, todos ellos gente de
bien, personas de mentalidad y conducta saludable, pero de orígenes de lo más
dispar. Tal es así, que en la mayoría de los casos nadie conocía a nadie
previamente, y la casualidad, moldeada a través de los hilos del ciclismo
retro, ha hecho que nos fuéramos juntando hasta crear este vínculo que
denominamos Cofradía. La ligazón no es material, ni física, más bien emocional
(mucho), relacional (bastante), virtual (recursos del futuro-presente) y sudada
(en las afortunadas ocasiones en las que la bicicleta entra en uso). La
Cofradía vive una activa dinámica cuya organización integra caos, iniciativa y
una absoluta falta de liderazgo. Pese a ello, recientemente hemos dado cuenta
de uno de los cometidos que a pocos días de su fundación, se erigió como
función ineludible del grupo: la celebración anual de una ruta ciclista
“Rememorativa”. Esto es, la recreación, en bicicleta retro, de una carrera,
prueba o aventura ciclista del pasado, que por descubrimiento o planteamiento
de alguno de los miembros, despierte el interés suficiente como para desear
replicarla en el presente.
La cita: “Salamanca – Madrid en
velocípedo”.
El mencionado Alejandro fue el
primero en arrancarse con una propuesta. Lo hizo en el otoño del año anterior,
cuando a sus manos llegó cierta documentación de prensa de finales del siglo
XIX, la cual generosamente compartió con los demás. La crónica resultó tan suculenta
y apetitosa que generó el germen de este cometido de la Cofradía, asumido por
unanimidad desde el primer instante. Y fue precisamente él el encargado de
poner en marcha la cita y organizar el asunto, aunque con la inestimable ayuda
de Manu. Estamos pues hablando de que el fin de semana pasado nos reunimos en
Salamanca para afrontar una ruta ciclista de unos 230 km, partiendo desde
Salamanca hacia Madrid, repitiendo (por segunda vez en la historia), el trazado
de una carrera, celebrada en 1895 (120 años antes), en similares fechas de
mayo. Y haciendo honor a nuestra vocación, a lomos de nuestras bicicletas
retro. Así pues, el presente y el pasado se darían la mano a través del
itinerario, la documentación antigua, los participantes actuales, las bicicletas
(cada una de su fecha) y el ilusionado espíritu atemporal de los protagonistas
de antaño y de ahora.
La encerrona.
Lo previsto, lo acordado, lo
supuesto ya está explicado. Pero cuando a las 7 de la mañana, varios ciclistas
retro aparecimos en la Plaza Mayor de Salamanca con nuestras bicicletas, cuando
la iluminación eléctrica, pugnando ya con el amanecer, daba al lugar un aspecto
magnífico, nos encontramos con una sorpresa inesperada. Al parecer un “pool” de
entidades contemporáneas, seguramente maravillado ante lo ingenioso y atractivo
del evento propuesto, había decidido… ¿cómo expresarlo?… como adoptarlo, y de
esta forma integrarse en el mismo. El espíritu deportivo (el original espíritu
deportivo) de los cofrades (además de un invitado retro singular que a ellos se
había unido) se hizo patente una vez más, demostrando generosidad al aceptar
las nuevas condiciones de realización de la hazaña y dando la bienvenida a toda
una “troupe” de protagonistas que, por decirlo de una forma rápida y directa,
no sólo no homenajeaban al pasado, sino que representaban el futuro. Así pues,
aquello se convirtió en una especie de “encuentro en la tercera fase”, con la
presencia, por un lado, de un grupo de “retro-grados” (personas que en esto del
ciclismo retro ostentamos ya cierto grado) compuesto por: un servidor,
Alejandro (principal artífice de tan singular experiencia), Javier (activo
participante de alcance internacional) e Iñaki Gastón (¡Sí!, ganador del Gran
Premio de la Montaña del Giro del 91, ex-compañero de Indurain, Perico, Kelly,
Rominger, etc.). Todos nosotros ataviados con maillots antiguos y/o
conmemorativos, bicicletas y equipamiento retro (homologado por los principales
reglamentos vigentes al respecto en las marchas europeas) y acarreando más de
cinco décadas de edad cada uno.
En frente, a nuestro lado, o
incluso detrás, según los casos y momentos, el “Bicio Racing Team”, una
lustrosa escuadra futurista, enfundada toda ella en uniforme corporativo,
equipada con modernidades tales como pedales automáticos, cuadros de carbono o
elaborados por las nuevas generaciones de artesanos, aparatos tecnológicos de
monitorización de las constantes vitales y otros parámetros ergométricos y de
posicionamiento global, etc. Formando parte de tan impresionante plantel: Hugo,
Manu, María y Carlos. Es decir: un fichaje internacional, un tránsfuga, una
engañosa joven de espectacular potencial ciclista y un “chával” de la cantera
ante una nueva oportunidad para foguearse. En definitiva, el futuro, de cuerpo
presente, todo él constituido por deportistas que aún gozarán de mucho tiempo
de entrenamiento hasta que lleguen a cumplir los 50 años.
Rodando en grupo: futuro y pasado; en primer plano Manu
e Iñaki Gastón.
Carlos (el canterano del futuro).
He de reconocer que aunque el
panorama asustaba, uno ya está de vuelta de muchas andanzas y no se entrega el
fracaso hasta que este se consolida. Y aquí fue un nuevo acierto el no
amilanarse, porque si en algo comulgaron en perfecta armonía ambos grupos fue
en respetar el talente que a todos nos caracteriza cuando participamos en
actividades como esta: la camaradería y una absoluta falta de competitividad.
Habíamos quedado para ir juntos, para disfrutar todos, para ayudarnos y para
disfrutar en grupo. Y lo sucedido demostró que ese espíritu, aunque poco
habitual en el ciclismo que se practica actualmente, fue posible en el pasado,
es posible en el presente y parece que lo podrá seguir siendo en el futuro, al
menos por nuestra parte. Y si no, que se lo pregunten a Iñaki, quien a lo largo
de todo el trayecto dio explícitas muestras de encontrarse feliz y gratamente
sorprendido de la nula beligerancia mostrada por todos los asistentes.
Entre las “novedades” provocadas
por la “adopción” experimentada, destacó la curiosa circunstancia de que todos
los participantes tuvimos que firmar un contrato oficial como “modelos”. Quién
nos lo iba a decir a algunos a nuestras edades. El motivo fue la presencia de
David ¡fotógrafo profesional! Que cubriría nuestra ruta, y que, todo hay que
añadirlo, nos brindó una cobertura y acompañamiento de lo más agradable amable
y servicial, junto con Naara. Un abrazo para los dos desde estas líneas.
Primera parte: Salamanca – Ávila.
Este tramo se hico muy pronto.
Con breves aproximaciones diferentes hasta la Plaza Mayor, recorrido conjunto “neutralizado”
por Salamanca hasta el “Puente Romano sobre el Tormes”, posado y salida oficial
por la carretera nacional hacia Ávila. Aparte de reformas de trazado y
circunvalaciones, estos 100 km iniciales coincidían con los de la carrera
original. Pudimos salir poco abrigados porque la temperatura era agradable
desde las primeras horas. Gozamos de viento de cola en algún punto, y lateral
en otros tramos. Fue un sector muy reconfortante y agradable porque pudimos
conversar mucho y rodar a medias decentes, y la carretera estaba enteramente a
nuestra disposición, no solamente por la temprana hora en un sábado de puente,
sino porque la calzada discurre paralela a una autovía. Paramos a mitad para
tomar un café y después afrontamos algunos toboganes y una sucesión de subidas
hasta llegar a Ávila, que nos recibió con calor, excelente vista panorámica y
mucha gente en sus calles (demasiada gente). Para mí fue un tramo estupendo, tanto
en lo relacional (pude ir hablando con mis viejos y nuevos amigos) como por las
sensaciones ciclistas experimentadas.
En Ávila.
Segunda parte: Ávila – El
Escorial.
En Ávila paramos para comer algo
tranquilamente, una vez cruzado el corazón de la ciudad. Fue un momento que
muchos aprovechamos para quedarnos vestidos de corto, pues el calor apretaba
mucho a esas alturas de la jornada. Desde allí, nuestro itinerario se
diferenciaba del original, pues parecía la única manera sensata de eludir
carreteras de altísima circulación, para superar la Sierra de Guadarrama y
otras vías de imposible utilización para acceder a Madrid. Pese a ello, para mí
fue la peor parte del viaje, porque sufrimos un tráfico muy amenazante,
desagradable y hasta agresivo, el cual se mantuvo así hasta que iniciamos el
ascenso al puerto de La Paradilla.
APÉNDICE 1: tráfico. Este mismo
fin de semana (puente de mayo) ha habido 13 muertos en las carreteras
españolas. Cuatro de ellos motoristas y dos ciclistas. El hombre civilizado no
lo es tanto y, en nuestro caso nacional, lo de las cifras de accidentados en
las carreteras es algo que parecemos asumir con naturalidad y automatismo y
que, para demasiada gente, no altera su natural (irracional, irresponsable y en
ocasiones criminal) forma de circular. He de admitir que la experiencia en
aquel tramo me sorprendió muy negativamente porque experimenté situaciones que
no vivo habitualmente por los lugares por los que suelo rodar en bicicleta:
carreteras perdidas, algunas carreteras cantábricas y carreteras europeas. Nos
pitaron y nos llamaron de todo. No todos por su puesto, pero si un porcentaje
de vehículos motorizados demasiado elevado. Daba igual ir en fila (versión
antigua del código de circulación), que en versión contemporánea (en paralelo),
lo que trascendía era que molestábamos, que no deberíamos estar allí, aunque
fuera un sábado en medio de un puente festivo y a medio día, circunstancias en
las que no hay demasiado tráfico, ni tampoco debería de haber prisas. Nos
adelantaron demasiado rápido y demasiado cerca en numerosas ocasiones, nos
pitaron mucho, nos increparon bastante… fue desagradable e incluso
atemorizador. Y en ello participaron también (y mucho), hasta las motos.
Resulta que soy motero, que he viajado varios cientos de miles de kilómetros
por Europa en motocicleta, y salvo que te dediques a dibujar temerarias
trazadas de línea exterior a interior (y viceversa) en cada curva, no sé porqué
les podían molestar tanto unos ciclistas a los moteros que por allí pasaron.
Demasiada gente mostró allí una total ausencia de educación, conocimiento del
código de circulación, respeto a la vida ajena y sobre todo: empatía. Quizá
esta última capacidad humana sea la que más escasea entre la gente cuando
circula. Una misma persona puede cambiar radical y repentinamente de actitud,
opinión y conducta vial cuando se sube o se baja de un coche y se convierte en
peatón, motero o ciclista. Pero la mayoría siempre opina que tiene razón en el
momento presente en el que está circulando, sea en la modalidad que sea. Tengo
pruebas de ello, tras muchos kilómetros de pedaleo amenazados e increpados por
los “smokers motorizados”, algunos de nosotros no fueron capaces de bajarse de
la bicicleta ni para caminar 100 metros con ella en la mano, cuando atravesamos
algunos concurridos espacios peatonales de Madrid. Cuanto más alterno el uso
del coche, la moto, la bici, los patines, los perros y los zapatos. Más me doy
cuenta de lo difícil que resulta ser empático y por ello más me esfuerzo en tratar
de conseguirlo. No sólo se trata de prevenir posibles daños a los demás (y por
ende a ti mismo cuando asumes otro rol), también se trata de no atemorizar a
los demás, y al igual que yo en ocasiones me siento amenazado por algún coche
cuando circulo en bicicleta, mi madre o mis sobrinos más pequeños lo sufren si
alguien (por mucho dominio que tenga) les pasa cerca pedaleando por las aceras.
El acceso al puerto surgía tras
un espectacular viaducto, elevadísimo sobre el curso de un río. Este trayecto
nos regaló algunas panorámicas muy bonitas, especialmente cuando cruzamos por
encima de valles algo profundos. Además, a causa de las lluvias, el campo
estaba excepcionalmente verde para estas latitudes. El puerto se hizo duro, el
calor apretaba y la acumulación de kilómetros se estaba dejando sentir. Una vez
superado, al otro lado, nos esperaba una placentera bajada con curvas bien
trazadas, buen pavimento y una espectacular vista del Escorial como
enmarcación. Nos emocionamos tanto que tres de nosotros nos pasamos de largo, y
ya agotados, tuvimos que remontar desde la salida del pueblo hasta el
monasterio, atravesando la estación de tren por debajo, en una especie de
“ciclo-cross urbano indoor” y remontando después un duro ascenso. En El
Escorial nos reagrupamos, continuamos con alguna pose para las fotos y
disfrutamos de una segunda comida (o merienda) que para mí resultaba vital a
esas alturas.
Alejandro e Iñaki, coronando La Paradilla.
APÉNDICE 2: aliño belga. Mis
experiencias belgas en esto del ciclismo me permiten afirmar que en nuestra
Rememorativa de este año se incluyeron tres muros, dos de los cuales no estaban
programados. El primero fue el acceso a Ávila a través de su muralla. Fue un
muro ni empinado, ni muy largo, pero con auténtico adoquinado y de enorme
belleza por su ubicación en pleno conjunto histórico. Lamentablemente el tráfico
y el lío de gente nos mermaron bastante su disfrute. El segundo de ellos, sólo
lo sufrimos Javier, Iñaki y yo cuando nos perdimos en El Escorial. Este fue
largo, bastante empinado y con otro adoquinado en peor estado. Mucho más
“auténtico” que el anterior, un muro con
verdadera categoría, en el que confieso que recurrí a los improperios verbales
para espolearme y conseguir superarlo. Finalmente el tercero lo acometimos ya
una vez terminada la etapa, cuando rodábamos hacia los coches para viajar de
regreso y tuvimos que ascender la empinada cuesta (asfaltada) que va desde la
residencia Blume inferior, hasta la fachada del CSD. Después de 225 km se hizo
notar. Me recordó las imágenes de Valverde en la última Lieja-Bastogne-Lieja.
Un descanso: enfundado en Teka, con Hugo y Carlos
(Foto: Naara).
Tercera parte: El Escorial – Madrid.
Al principio volvimos a sufrir de
ese tráfico desagradable, insolente e incívico, aunque la fatiga nos tenía ya
algo más narcotizados y ajenos al mismo. Rodamos a muy buena media gracias a la
re-vitalidad de un repentinamente recuperado Iñaki, que junto con una
incombustible y excepcional María, nos llevaron en volandas hasta Brunete y
algo más allá. Las inmediaciones de la capital me resultaron muy agradables
porque Alejandro había diseñado un trazado ideal, que utilizaba muchas calles de
urbanizaciones, reguladas como zonas 30 o 40, así que volvió la tranquilidad y
pudimos rodar mucho más sueltos. Todo el tercer tramo era con un casi
permanente componente de descenso, lo cual fue algo digno de agradecer porque
llevábamos encima muchos kilómetros, mucho cansancio y demasiadas horas de
bicicleta. Pero en mi opinión personal, lo mejor llegó al final, cuando
entramos en la Casa de Campo y recorrimos los últimos kilómetros de la aventura
entre sus árboles, sin coches, con excelente temperatura y sabedores de que ya
nada nos impediría consumar la hazaña. Rodando por aquel ambiente y acerándome
a la ciudad que me acogió como estudiante durante cinco inolvidables años, me
permití recrearme en estar batiendo mi particular récord personal de distancia:
225 km (entre pitos y flautas). Hasta entonces nunca había completado más de
180 km. Mi ciclismo suele ser un poco más desequilibrado hacia lo vertical que
hacia lo horizontal… A través de Madrid-Río (fenomenal peatonalización),
llegamos a Príncipe Pío y nos plantamos en nuestro destino, la Estación del
Norte, mismo lugar donde se había situado la línea de meta de la carrera
celebrada 120 años antes, por única vez (hasta ahora).
Regresos.
Desde la Estación del Norte
madrileña hasta nuestros coches rodamos por el Paseo de la Florida y la Avenida
de Valladolid hasta el Puente de los Franceses: precisamente el trayecto
inverso que constituyó la recta final de la carrera de 1895, y el tramo en el
que de haber “entrenadores” estos debían retirarse, dejando a los corredores
solos. Desde Madrid a Salamanca volvimos repartidos en coches. Las cenas y
noche del día de la prueba las disfrutamos algo dispersos en diferentes grupos
porque finalmente la jornada llevó mucho más tiempo del previsto. Al día
siguiente regresé a casa pero pasando por Toro, donde me pude despedir con más
calma de Javier, Manu, Alejandro y su agradable familia.
El personaje y su libro.
Alejandro Luís Iglesias es un
cofrade, un amigo, un ciclista (con todas las de la ley) y una auténtica caja
de sorpresas. Da gusto hablar con él porque siempre te llevas mucho más de lo
que eres capaz de aportar, y en definitiva, ese tipo de conversaciones resultan
las más enriquecedoras. Su cultura no parece tener límite. Su conversar es
pausado, sin prisas y con recreo en los detalles estéticos del asunto. En
cuestiones de ciclismo es más bien “afrancesado”, especialmente en lo que
respecta a su gusto por bicicletas de aquel país. Su sensibilidad musical,
bibliófila y humanista quedan patentes cuando se pasa tiempo con él, así que se
ha convertido en una compañía siempre deseable entre nosotros. En esta ocasión,
además de haber levantado la liebre sobre la carrera Salamanca-Madrid, haber
instaurado la tradición de la “Rememorativa” dentro de la Cofradía, y haberse
encargado de su organización, ha ido mucho más allá ya, y ha escrito un
delicioso libro sobre aquella carrera. Se trata de una obra de formato pequeño
y ligero, diseñado con gusto clásico y unas dimensiones adecuadas para que
pueda ser portado en un bolsillo de maillot. El libro sitúa los antecedentes de
la carrera, contextualiza la misma dentro de la historia del ciclismo español.
Describe los preparativos, su desenlace y algunas consecuencias de su
celebración. Todo ello de forma amena, didáctica y atractiva, estableciendo un
agradable y estiloso hilo conductor narrativo que nos lleva a través de
numerosos extractos de prensa de la época. Para los aficionados al ciclismo
retro y a la lectura es, desde luego, muy recomendable. Y más al tratarse de
una edición muy corta y numerada ejemplar a ejemplar. Ha sido publicado por la
editorial La Biciteca. Alejandro, mi más sincera enhorabuena y admiración por
el trabajo, me ha encantado su lectura.
Alejando Luis Iglesias: “Historia
de una carrera. Salamanca-Madrid en velocípedo (1895)”. La Biciteca. Salamanca,
2015.
La carrera.
Para saber más (todo) sobre la
carrera original, lo mejor es conseguir el libro y embarcarse en su lectura. A
eso, añadir que la misma, remodelada en versión de marcha no competitiva y
“clandestina”, ha tenido una segunda edición, que es de la que acabo de dar
cuenta aquí. Que prueba de ello es una mención expresa que de tal hecho se hace
al final del libro. Así pues, la que quizás haya sido la primera carrera
ciclista en línea (no de ida y vuelta) celebrada en España, acaba de tener una
segunda edición ¡120 años después! Lamentablemente, nuestro cofrade notario no
pudo estar allí para levantar acta del hecho. Tampoco nuestro compañero
registrador de la propiedad (en este caso más emocional o intelectual que inmobiliaria).
El caso es que el reto se celebró y se consumó. Así pues podemos afirmar que la
Salamanca-Madrid tuvo su edición pasada en 1895, tiene ya esta versión presente
desde 2015, y tan sólo algún viajero en el tiempo podría confirmarnos de si
también disfrutará de futuro.
Al comenzar la temporada actual me
propuse incluir en la misma, tal y como ya hice a lo largo de la temporada
anterior, una denominada “triple corona”. Es decir, tres citas ciclistas de 100
millas de longitud de recorrido o más. La Salamanca-Madrid ha sido la primera
de ellas (225 km o 140 millas). La he logrado tras una preparación que ha
flojeado mucho desde los primeros días de marzo, y con apenas 1100 km
acumulados en bicicleta desde enero pasado, algo que me tiene realmente
sorprendido. La segunda vendrá pronto con el recorrido largo de la Eroica
Hispania y ya en verano abordaré un nuevo trazado de la Vaca Pasiega II.
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