miércoles, 30 de junio de 2021
martes, 15 de junio de 2021
APUNTES SOBRE SOCIOLOGÍA CICLISTA PRESENTE
Disfrutando con ese estilo tan personal y libre con el que alimento este blog, voy saltando de temáticas y asuntos de un modo cada vez más caprichoso. ¿Seguro? Sinceramente no lo sé, pues hace ya años que se hizo bastante saltarín. En realidad, ya empezó a dar muestras de ello desde el principio. El caso es que, pese a andar, últimamente, pasándomelo muy bien escribiendo, entre otras cosas, sobre motos, no abandono la temática ciclista, otra de mis aficiones. Y por eso, recientemente me he topado con noticias o informaciones diversas, procedentes de frentes bastante dispares, que representan aspectos variados del amplio mundo de la bicicleta.
Empiezo por varios asuntos interrelacionados entre sí, que están siendo comidilla de muchos foros, tertulias y conversaciones en los mentideros de casi todo tipo de usuarios de la bicicleta. Hace unos días me avisaron de que un programa de televisión (creo que Equipo de Investigación) iba a abordar el robo de bicicletas. Parece que este fenómeno de delincuencia está creciendo mucho, alcanzando cifras nunca vistas y mostrando una amplia variedad de categorías, objetivos y modus operandi. Hace ya tiempo que andaban por ahí ladrones centrados en robar bicicletas de alta gama, en plan individual. Reventando trasteros, llevándoselas al descuido o incluso emboscando a ciclistas solitarios. En muchos casos, tales acciones eran previamente planificadas, localizando bicicletas concretas, estudiando las costumbres de sus propietarios y diseñando la estrategia adecuada para robarlas. El caso de un amigo mío me dejó pasmado, cuando me explico que el procedimiento fue provocar un encuentro casual con otro cicloturista con el que entablar relación de ruta y charleta, los kilómetros y tiempo necesarios como para haber generado la confianza suficiente como para que se diera una situación fugaz de vigilancia amistosa de la bicicleta, que realmente fue aprovechada para perpetrar un robo con compinches implicados.
En el mencionado programa televisivo, describieron robos de importante carga cualitativa y cuantitativa, desvalijando tiendas grandes, repletas de bicicletas de alta gama, atesorando botines de varios cientos de miles de euros. En tales casos, los equipos de ladrones demostraban pericia y métodos muy profesionalizados. Conscientes de que sus objetivos eran francamente lucrativos. Y es que los robos de bicicletas de alta gama (o precio), nos guste o no, asumiendo cada cual su cuota de responsabilidad o complicidad (¿directa o indirecta?), se fundamenta en la demanda de segunda mano. La inocentemente ciega, o la de desvío consciente de la mirada. En cualquier caso, la de la búsqueda del chollo individual (comportamiento este muy hispano) y/o la de querer conseguir lo mejor y muy valioso, a un precio descaradamente por debajo de su valor de mercado. Algo que creo que se explicará posteriormente cuando mencionemos el consumismo ciclista. La epidemia de robos se sostiene por la existencia de un extendido y fácil mercado de segunda mano, el cual generan los consumidores (usuarios e incluso tiendas). Erradicarlo parece imposible ya que, aunque ahora esté muy de moda hacer política (y legislar) haciendo pagar a justos por pecadores, acabar o regular la compraventa de bicicletas usadas parece imposible e irracional (otra cosa sería meter mano a las ventas fraudulentas de las que evidentemente sean nuevas).
El programa también dio cuenta de otro tipo de robos que me llamó más la atención porque pensaba que ya sería algo residual. Me refiero al de bicicletas normales, algo básicas o de precio y valor bajos. Según los responsables del programa, también este tipo de bicis sufren un constante ataque por parte de ladrones, algo que, según parece, sucede especialmente en los entornos urbanos y, muy especialmente, en el de las grandes ciudades. Personalmente, hace tiempo que opino que las grandes ciudades (cuando más grandes peor) son uno de los sobredimensionados males de la organización humana del siglo XXI. Lo son en muchos aspectos. Tanto hablar de pobreza y desigualdad, y es en ellas donde ambas se ven más estimuladas y desarrolladas. Lo mismo para muchos otros temas relacionados con el bienestar y calidad de vida de las personas. Por no hablar de los efectos que producen sobre el deterioro del medio ambiente y las extrañas y aceleradas evoluciones que en ellas experimentan muchas especies, gracias a fenómenos como el denominado “islas de calor”. Sin embargo, nuestros modelos de organización las favorecen y estimulan cada vez más, premiando a sus habitantes con servicios de los que desproveen a los de entornos rurales o de poca población, así como ninguneando a la ciudadanía de poca densidad, gracias a su despreciable representatividad electoral en cuestión de grandes números (autonómica y nacional).
El caso es que, una muestra más de ese “desarrollo” social metropolitano hipertrófico es el del robo de bicicletas, que sumado al de los destrozos de mobiliario público y quema de contenedores en la cada vez más frecuente tendencia a manifestarse pública y violentamente por todo tipo de causas alentadas por las más dispares ideologías o asuntos más o menos particulares, y muchas otras cosas más, se convierten en otro conjunto de síntomas a añadir a la colección de males ya sugeridos que tienden a germinar con mayor facilidad cuanto más hipertrofiada es una urbe.
Lo malo del robo de bicicletas básicas o normales es que en muchos casos castigan a gente de niveles socioeconómicos bajos o medios. Usuarios de bicicletas que, por lo tanto, no contribuyen a contaminar en sus desplazamientos, ahorran gasto energético general, descongestionan el tráfico, etc. Mientras ellos hacen bien común, otros les convierten en víctimas de sus acciones. Y estos últimos qué ¿lo hacen por necesidad? Supongo que de todo habrá. Personalmente creo que en ningún caso está justificada su acción. Además, me inclino a pensar que en la mayoría de los casos no sea así. Me parece que andamos muy lejos del escenario mostrado por Vittorio de Sica en “El ladrón de bicicletas” (1948), todo un icono del neorrealismo italiano de posguerra. En aquel relato cinematográfico, la situación generalizada de pobreza y el relevante papel que una bicicleta podía tener para la supervivencia de una familia, eran elementos muy similares a lo que se podía vivir en España en fechas poco o nada alejadas a las del estreno de la película. Las bicicletas, entonces, eran un bien que podía servir de llave para la movilidad, el trabajo, la ayuda familiar, etc. Era muy necesaria para mucha gente. Y cuando eran sustraídas (tal y como ocurre en la película) tendían a explicitar un doble fenómeno de causa efecto: podían ser robadas (seguramente en algunos casos) por necesidad extrema; para acabar trasladando (casi siempre) la necesidad extrema a otros. Con todos mis respetos, creo que el panorama en el que están contextualizados los robos actuales tiene bastante poco que ver con el de aquellas posguerras (italiana y española) y difícilmente lo veo justificable. Por poner un ejemplo real, hace apenas dos meses, en Vitoria, una ciudad que lleva un par de décadas presumiendo de los más elevados estándares de calidad de vida urbana, a dos sobrinos míos les han robado sus bicicletas. Pongámonos en situación: familia numerosa de seis hermanos en la que todos, unos más y otros menos, emplean bicicletas para sus desplazamientos cotidianos. Las dos bicicletas en cuestión eran BTT básicas. Una de Decathlon (difícil de identificar) y otra más lucida pero desde luego nada cara. No creo que ninguna de las dos haya servido para sacar a nadie de la miseria. Más bien me inclino a pensar que el tema vaya por la búsqueda de un poco de dinero fácil a costa de terceros. Sociedad “solidaria”, seguro que habrá hasta quién lo explique y defienda políticamente.
Cartel publicitario de la famosa película. (Imagen: filmaffinity.com) |
Cuando ya tenía todo esto redactado, estuve con mi amigo Juan que andaba por ahí son su fantástica bicicleta eléctrica ligera de carretera. El que es dado a la compra de todo tipo de caprichos y artefactos, entre los que le he conocido varias motos, me asegura que esa bici es lo mejor que se ha comprado nunca. Le hace feliz casi de forma cotidiana. La bici es preciosa y tiene una pinta fantástica. Seguro que por eso se la robaron. Menos mal que tiene una alarma geolocalizada que le despertó la noche que la sustraían de su garaje. Salió corriendo, avisó a la policía y fue con ellos al lugar en el que se habían detenido los ladrones. Registro, recuperación y juicio rápido. Como no hubo violencia, ni determinado nivel de destrozos, no llegaron a ser condenados como ladrones sino como “hurticantes” (de hurto o urticaria social como ustedes prefieran). Pero al menos Juan sigue disfrutando de su bicicleta.
En el programa televisivo, bastante desordenado en su particular estilo y carente de una estructura de análisis coherente (quizá por moda periodística), en algún momento se dejaba caer como si el actual “embudo comercial de bicicletas” pudiera tener algo que ver con la proliferación de los robos. No lo afirmaban, pero insertaban este asunto ahí en medio, como sugiriendo a los espectadores que lo dedujéramos nosotros solos, sintiéndonos así inteligentes. Yo no lo debo ser porque no deduzco tal cosa y creo firmemente que no hay relación (clara o significativa) entre los robos y el “embudo comercial”. Y es que los robos ya estaban antes en cifras muy elevadas. En lo que sí estoy plenamente de acuerdo es en que el “embudo comercial” existe y parece ser una consecuencia pandémica multifactorial. Vamos a analizarlo un poquito.
Vaya por delante que lo de “embudo comercial ciclista” es una denominación personal que me he sacado de la manga. Básicamente, se refiere a que se han acabado las existencias de bicicletas (de muchos tipos y gamas de precios) en la mayoría de las tiendas, superficies comerciales, etc. Cuando los clientes se acercan a comprar una, les dan plazos de varios o muchos meses de entrega. Hace trimestres comenté esto con un amigo que sabe mucho de realidad empresarial y me explicó que se debía a que, en la actualidad, la mayoría de los fabricantes producen por cupos y cifras seguras (algo por debajo de potenciales expectativas muy positivas, para no pillarse los dedos y evitar quedarse con stocks que quedarían fuera de las tendencias de moda de la temporada siguiente). Le creí solo en parte. Ese fenómeno lo conozco del mundo del esquí y otras manufacturas deportivas, sin embargo, aquí, el cacho de pastel que estaban dejando marchar la totalidad de los fabricantes era demasiado grande para una filosofía empresarial como la actual en la que todo lo que no sea crecimiento de ventas y beneficios se interpreta como un fracaso. Y es que esa explicación se queda, efectivamente, muy corta. Los reporteros del programa visitaron Giant, el fabricante más grande del mundo. Allí les quedó claro que su descenso de producción se había dado por dos causas bien definidas. Una, paradas derivadas de los efectos directos de la pandemia sobre la producción. Algo que ha sucedido en muy diferentes puntos del mundo y, de modo evidente, en Asia. Dos, que no les llegan los suficientes componentes necesarios para alimentar su ritmo de producción habitual. Es algo que yo sospechaba. Desde hace años (ya décadas) se ha ido produciendo otro tipo de “embudo”. El de la progresiva reducción de marcas de fabricantes de componentes (especialmente grupos: frenos, cambios, pedalieres, etc.). La invasión tecnológica japonesa y su competitividad de precios fueron generando la paulatina desaparición de fabricantes europeos. Aquello, unido a las atractivas deslocalizaciones y el desmantelamiento industrial europeo, acabaron generando lo que, en cuestión de componentes, salvando escasas excepciones, es todo un monopolio. Y parece que el monopolio, ahora mismo, no da abasto. Actualmente hay infinidad de marcas de bicicletas. Sin embargo, aunque todas ellas muestren localizaciones empresariales de lo más variado, la mayoría fabrican en Asia y, casi todas, montan componentes japoneses. Aquí en “occidente”, que somos muy listos, nos dedicamos al diseño, la estética, el marketing, la distribución y todo tipo de funciones de oficina, cafetera de diseño, co-working y demás modernidades. ¡Sector servicios de toda la vida! Ahora rediseñados.
A la desaceleración productora hay que sumar otro efecto colateral pandémico. Pandémico de por sí por lo de los nuevos planteamientos de vida, transformación del ocio de proximidad, reflexión sobre la salud, etc. Y fruto del confinamiento de modo más concreto. Y es que cuando nos dejaron salir de casa, la gente saltó al ruedo exterior como si viniera de toriles: embistiendo, a todo correr y con ímpetu. En las grandes superficies especializadas hubo productos deportivos de aire libre que se agotaron y han tardado mucho en alcanzar un ritmo de reposición suficiente para atender la demanda. Y en este sentido, el caso de las bicicletas ha sido paradigmático. No sé cuántos de los miles o millones de nuevos usuarios de bicicletas habrán venido a ello para quedarse. Tengo mis dudas al respecto. Pero el caso es que aquí están y eso sí, puede que estén generando un efecto colateral beneficioso: que, ahora mismo, han incrementado notablemente la masa crítica real de usuarios ciclistas de las vías públicas. Y eso está acelerando en alguna medida la reacción normativa y gestora de bastantes ayuntamientos, comunidades autónomas e incluso gobierno central.
Pese a ello, no deja de resultarme algo cómica cierta paradoja que me parece que se está dando en todo este asunto del crecimiento de hábitos ciclistas. Por un lado, la bicicleta hace tiempo que es considerada como un icono incuestionable de sostenibilidad. Con o sin carga política añadida, con intentos de apropiación ideológica o sin ellos, a la bicicleta se le atribuyen propiedades ecológicas, ambientales, sociales, saludables, pacifistas, relacionales, de consumo responsable, etc. Muchos atributos directos o connotaciones asociadas. Sin embargo, todo lo expuesto hasta ahora, robos, compra de chollos de segunda mano, efervescencia del mercado de segunda mano, constante renovación anual de modelos y tendencias, agotamiento de existencias, etc. Lo que manifiesta de forma tajante e incuestionable es un consumismo exacerbado que se me antoja cualquier cosa, menos representativo de sostenibilidad. Tal consumismo ciclista incluye recambios, componentes, complementos, accesorios, vestimenta y ¡por supuesto! Bicicletas, y se ve espoleado por una abrumadora presión y bombardeo publicitarios. Esta insistencia inunda canales formales e informales. Es decir, no se queda únicamente en los anuncios propios de cualquier soporte, el patrocinio de campeones y eventos, la presencia en las revistas y, ahora, canales de comunicación de nueva generación, “influencers” y demás. ¡No! Además, ha conseguido algo que, más allá de salirle gratis a las empresas, resulta mucho más efectivo por pillar al consumidor con las defensas de influencia relajadas, me refiero a la función desinteresada y no lucrativa que, unos y otros, quien más quien menos, hacemos de las marcas y modelos. Ello potencia la creación de tendencias, y éstas son las que estimulan el deseo de renovar el material y, sobre todo, de no parecer anticuado. Es pura moda llevada al material deportivo. O lo que es lo mismo, obsolescencia no programada, sino estratégicamente planificada. Provocada actuando sobre las emociones de los consumidores. Aunque pueda sonar abstracto, el mercado de la bicicleta (y otros muchos) hace ya tiempo que replican las estrategias de la moda (la de la ropa), trabajando por temporadas anuales, es decir, cambiando radicalmente las estéticas cada año. Tratando que sea evidente qué modelos son nuevos y cuales ya no. Como ello resulta muy descarado, y no provoca el efecto buscado sobre una amplia mayoría de los consumidores ciclistas, hay otra forma de estimular la compra y cambio (o amplitud) de monturas. Es la creación forzada de tecnología o tendencia de diseño técnico. Me explico a través de ejemplos. Algunos no hace falta ni comentarlos: fat-bikes, BTT rígidas, fixies, etc. Otros me los discutirán más, pero, en el fondo, obedecen a lo mismo: el sucesivo cambio de diámetro de ruedas en las BTT, que como tampoco puede dar mucho de sí, busca otros medios de relevo, como el paso a plato único con “paellas dentadas atrás”. De lo que se trata es de proponer cambios tan visiblemente radicales que hagan fácilmente evidente quiénes los han asumido, estando en la onda, tendencia, modernidad, y quienes no. Llegado a esto, no hace falta ni comentar algo que la historia tecnológicamente evolutiva del ciclismo ha demostrado varias veces: que no todos los cambios son mejoras. Muchos sí, pero otros se quedan en modas pasajeras que finalmente no cuajan o se abandonan (pero cumplen con su función de estimulación consumista).
Y todos estos procesos implican todo menos sostenibilidad. Es algo que pasa con casi todo, aunque en el caso de los coches, lavadoras, calderas, etc. La disculpa de fabricantes y gobiernos es que hay que renovar muy a menudo porque lo nuevo es más eficiente de cara a los problemas ambientales, aunque nunca ponen sobre la mesa de discusión la huella ecológica y las implicaciones de fabricar y producir tanto y a las velocidades actuales. Pero es que, además, en el caso de las bicicletas, ni esa disculpa medioambiental se cumple, pues no hay emisiones de por medio. Según las teorías y cánones de la educación ambiental y la ecología contemporánea, hace tiempo que se acuñó la regla de las tres “erres”: reciclar, reutilizar y reducir. Y en el caso que nos ocupa tienen que ver con aprovechar componentes y materiales de las bicicletas para otros menesteres, incluso adaptándolas enteras para nuevas modalidades o rutinas de uso; volverlas a utilizar (que pasen a otros familiares o allegados), repararlas, etc.; y, desde luego, reducir la adquisición o acumulación de las mismas. Pero, museos o colecciones aparte, todo lo anterior va en contraposición de las modas, que son una especie de “chip” que la sociedad de consumo ha conseguido insertar en personalidad de una gran mayoría de ciclistas (y no ciclistas), con una capacidad de potencia estimuladora tan intensa como en otros campos del consumo como puede ser el de los “trapitos”. Consecuencia de lo anterior es la rápida devaluación del material en general y las bicicletas en particular. Lo cual nos lleva al asunto de los precios.
Salvo en el caso de las bicicletas más básicas, los precios actuales son elevadísimos. Objetivamente desmesurados. Lo son y es comprobable a través confrontación directa con la evolución de los precios de otros bienes deportivos como pueden ser los equipos de esquiar, las piraguas, las tablas y trajes de surf, etc. Y la gente traga. Gente que se lo puede permitir, y otra que no tanto, es capaz de pagar más de 2000 o 3000 € (y a partir de ahí mucho más), por una bicicleta, casi del tipo que sea: montaña, carretera, urbana, viajera, por supuesto eléctrica, etc. Me habré quedado atrás, obsoleto, pero qué quieren que les diga, me parece un disparate. No entiendo que por el precio de una bicicleta de carretera de buena calidad (ni siquiera del tope de gama) podemos encontrarnos varios modelos de motos bien acabadas de cilindrada media. No lo entiendo ni “al peso” (mecánico, tecnológico, material…), ni a las prestaciones dinámicas, ni a casi nada. Una de las pocas explicaciones que puedo encontrar es que gran parte de los consumidores, a la hora de adquirir su material deportivo, quieren conseguir lo mejor, aquello mismo que se supone que utilizan los campeones o los famosos. Eso nos hace encontrarnos con gente de excursión por las montañas de la Cordillera Cantábrica ataviados con la ropa técnica que utilizan los montañeros en el Himalaya o, cuando menos, en cuatromiles alpinos en invierno. Algo que, modas aparte, no hace daño a nadie. Por el contrario, otros (o incluso esos mismos) si a lo que acuden a las mismas montañas es a tomar parte en un evento de carreras de montaña, entonces irán en “taparrabos”, con medias compresoras y gafas de sol (como Kílian en sus videos). Disfrazados de corredores de montaña de élite. Y así pasa lo que pasa: 21 fallecidos por hipotermia en China. Y la culpa, por supuesto, del maestro armero, que del inconsciente nunca lo es (dentro de poco tampoco lo será de los practicantes de “balconing etílico”). Otro ejemplo son algunos esquiadores mediocres con tablas de slalom de competición bajando haciendo que carvean por pistas azules, o esquís con las anchuras recomendables para practicar heli-esquí por la nieve profunda en Canadá, utilizados para salirse de las pistas españolas con apenas 10 cm de nieve virgen nueva. Este tipo de cosas suceden en casi todos los deportes, es parte del juego.
"Este rechazo a lo sustancial frente a lo representacional alcanza a día de hoy a toda la sociedad, pues la mayor parte del consumo se sostiene en esa misma voluntad de distinguirse, de apropiarse de significados. La mayoría consume ciertos productos culturales, viajes, ropas, con la sola intención de parecer especial, y no por tanto por encontrar en dichas formas de consumo un placer privado". (Iñaki Domínguez: "Homo Relativus". Akal, 2021). Y lo mismo se puede afirmar de los objetos.
Este fenómeno, el de desear y adquirir el material de los campeones o profesionales, a veces juega malas pasadas porque genera dificultades de uso y dominio. Son muchos los casos en los que el deportista va mucho peor, se lesiona, no mejora o empeora su rendimiento por empeñarse en utilizar una gama alejada de lo que para él sería más idóneo. En piraguas de pista, es que puede que ni te sostengas en un K1 del máximo nivel. En surf, seguramente no cojas ni una ola. En el caso del ciclismo de carretera, esto es algo de lo que pronto se percataron los fabricantes, y muchos de ellos, al menos, han sacado modelos de las gamas más altas, con geometrías para usuarios no recreativos (aunque tienen mucho cuidado de no llamarlos así). Aun así, insisto en que, y esto es una opinión tan personal que no da pie a discusión o debate, pues no busca respaldo o acuerdo, creo que el tándem fabricantes-compradores está muy desfasado actualmente, aunque es algo, por otro lado, que me da completamente lo mismo, pues hace años que no compro bicicletas, ni creo que vaya a necesitarlo en décadas.
Un ejemplo muy simpático en esto de la seducción de la moda ciclista es el actual fenómeno gravel (con o sin backpacking incluido). Una bicicleta gravel es una bicicleta de ciclo-cross, se pongan como se pongan. La cuestión de la geometría, como en todas las demás modalidades, ya dependerá de ti y tus personales comodidades, intereses y posibilidades posturales. Y si la vas a emplear para viajar, pues mejor con roscas en las que poder anclar portabultos. Y el puñetero backpacking de las narices es cicloturismo de “alforjas”. Lo que pasa es que parece que hoy en día hay que ponerle nombres nuevos (habitualmente anglosajones) a las cosas para que la gente que no lo conocía o practicaba antes se anime a hacerlo ahora, como si fuera el último grito de tendencia. Así que al esquí de travesía lo pretenden llamar skimo (pobres inuits), y por eso el día que me encontré a un aspirante a “youtuber” de ciclismo en una tienda de bicis, al contarle dónde me iba a ir de viaje me preguntó si en plan gravel y de backpacking. El “youtuber” en cuestión ignora que eso ya lo habían hecho Annie Londonderry, Thomas Stevens, Veloccio y miles de personas, muchas de ellas, hace más de un siglo. Y, cuando menos, John Finley Scott anduvo hace décadas buscando que le construyeran una bicicleta idónea para viajar por carreteras no asfaltadas. Es más, recuerdo que a finales de los ochenta me embarqué en un viaje con alforjas para recorrerme el País de Gales y opté por una sólida bicicleta de corredor (con roscas) de acero, equipada con cubiertas de ciclo-cross. Me fue estupendamente y todavía es la bici que más sigo utilizando para todo tipo de eventos retro. Eso sí que es llevar las tres “erres” a su esencia.
Tengo varios amigos que siempre se han sentido fascinados por lo que uno de ellos, filósofo de profesión, denomina objetología deportiva. Siempre reconoce que él practica algunos deportes concretos para poder comprarse (y utilizar) los materiales correspondientes y que tanto le atraen. Otro, ha sido siempre especialista en empollarse todos los catálogos, especificaciones, oferta, supuestas propiedades, etc. De todo el material deportivo de las modalidades que practicaba (que eran muchas) o, incluso, le gustaría ponerse a practicar en breve (también siempre varias). Este último hace años que, por cuestiones laborales y familiares, apenas practica nada de nada, pero, sin embargo, sigue actualizando permanentemente su “base de datos” del material deportivo. Recientemente me ha dicho que se ha comprado una gravel. Le he preguntado que si la ha usado mucho, y me ha dicho que prácticamente nada, que tras un par de años con ella, no ha hecho ningún viaje y es posible que no haya pedaleado ni 400 km. Por ahora el precio del “peaje” por kilómetro la está saliendo carísimo, pero dice que la bicicleta es preciosa, evoca grandes aventuras y le ha ayudado a sentirse efímeramente realizado durante el proceso de búsqueda, selección y decisión del modelo a adquirir; el propio acto de compra; y ahora, muy de vez en cuando, al verla ahí, todavía nuevecita. Otra amiga acaba de comprarse otra gravel de gran calidad y muy buena pinta. Su caso es muy diferente. Esta mujer sí que practica siempre que puede. También varias modalidades deportivas. Hasta ahora, su ciclismo había sido exclusivamente de montaña. Nunca tuvo las ganas de acercarse al de carretera. Lo hace ahora, a medias, a través de esa gravel, encaminada a devorar rutas mixtas en las que las carreteras escogidas serán, seguro, olvidadas, recónditas, estrechas y muy poco transitadas.
Y ya que estamos con el ejemplo gravel, hace unos días andaba yo zapeando un poco en uno de los escasos ratos en que me siento frente al televisor, y me encontré con Peio Ruiz Cabestany a lomos de una de esas bicicletas viajando con “paquetes a cuestas”. Es decir, protagonizando un programa sobre un viaje cicloturista por la Ruta de la Plata. Me quedé viéndolo porque Peio siempre me cayó bien y me pareció un ciclista singular y muy moderno (de verdad, de fondo) para su época. El programa, aunque ahora hay decenas de ellos en formatos similares, resultaba ameno, pese a que pecaba en exceso de intenciones promocionales dirigidas al fomento del consumo turístico. Eché de menos algo de sensación, vivencia y realidad ciclista, lo cual lo hubiera hecho más creíble. Por otro lado, este tipo de espacios creo que han saturado en exceso la oferta televisiva y, en mi opinión, de nuevo personal e intransferible, tienen un efecto colateral que me espanta: el de la estimulación de multitudes. Me explico. Con esto de las redes sociales y los programas promocionales de viajes, todo el mundo accede a información de lugares de lo más singulares. Esto es algo que, en principio, sería bueno por todo eso del acceso a la información, la difusión y divulgación geográfico-cultural, la falsamente calificada como igualdad de oportunidades, etc. Sin embargo, también tiene su lado pernicioso. Para empezar, esa novedad del comportamiento de parte importante de la humanidad, que consiste en ir a los sitios, no para conocerlos realmente, interesarse por ellos, respetarlos, admirarlos o disfrutarlos, sino para coleccionarlos en formato selfie-publicación-instantánea. Una especie de fenómeno “yo también he estado ahí”. El “también” es importante porque denota más gente. Cuánta más mejor, porque resalta la popularidad del lugar. Por ejemplo “el banco más bonito del mundo”, título otorgado por no se sabe quién, a un típico banco costero con bonitas vistas (a pesar de que los hay a cientos en nuestra privilegiada geografía peninsular e insular). O “el rayo verde”, etc. Y claro, eso, lo que acaba generando, son hordas de visitantes exprés a la conquista de la imagen. Hordas que generan masificación, colas, en muchos casos necesidad de vallados, de “ordenación” normativa y un largo etcétera de efectos secundarios de los que, personalmente, desde hace ya bastante tiempo, he optado por huir.
Momento del rodaje del programa de televisión aludido. (Imagen: elcomercio.es). |
Todos los temas que han ido saliendo en esta entrada, que parte de una mera observación individual sobre algunos comportamientos sociales más o menos relacionados con las bicicletas, pueden enmarcarse en el gran tema del consumo. Lo de gran tema no es un antojo mío. En España tenemos, nada menos que, un Ministerio dedicado en exclusiva a este asunto: el Ministerio de Consumo, con “el hombre invisible” a su cargo. Esta broma inocente tiene que ver con que su ministro llegó al cargo un poco de rebote. Digamos que, como recompensa a una alianza electoral, subsidiaria de otra alianza posterior de gobierno. El caso es que, no sé si a causa de lo anterior, este ministro parece tener una consideración interna en el gobierno como de tercera fila. Lo digo porque este hombre (joven, de larga carrera política, aunque desconocida de otro tipo; con este formato hay, hace tiempo, muchos políticos en nuestro país) apenas sale en los medios televisivos institucionales (casi los únicos que yo sigo). Por otro lado, eso quizá sea bueno para él, pues antes de llegar a su cargo prometía toda una cruzada contra el mercado de los juegos de azar que asolan alarmantemente a la sociedad actual, y ya pueden ver ustedes el resultado de las gestiones llevadas a cabo durante su mandato… sin comentarios. En cualquier caso, mal no le va del todo, pues acaba de ser ratificado como Coordinador General de su Partido (eufemismos a parte: jefe). A ver cuánto tiempo logra perpetuarse, aunque en esto de los liderazgos de partido, la cosa está siempre difícil porque hay puñaladas en todos ellos. Para perpetuarse de modo más tranquilo y asegurado, son mucho mejores los sindicatos y las federaciones deportivas.
¿Por qué he sacado un tema político en este blog tan ajeno a la política? En primer lugar, porque me ha dado la gana, es mío y me apetecía. Y, en segundo lugar, en el fondo y más sinceramente, para entrar de lleno en el tema que cierra estos “apuntes”: el último libro de Ander Izaguirre, “Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey”. El texto, seguramente de forma inevitable, pese a ser puro ciclismo, rebosa de contextualización política en muchas de sus páginas. Así que sí, la política tiene una clara tendencia a inundarlo, creo que contaminarlo, todo. Hasta el ocio, el deporte y el consumo. Y eso es algo que, sospecho, parece ocurrir en un país tan vehemente como Italia. En España hay algunos conatos al respecto, pero pocos. De hecho, el deporte de alto rendimiento parece ser el único asunto sobre el que hay un verdadero pacto de estado entre todos los partidos. Una política única. Es algo inconsciente y no escrito. Simplemente, todos ellos se dejan llevar por una gestión deportiva de inercia, popularidad y ausencia de reflexión, que queda convertida en una constante sin variaciones, bajo la cual, cada nuevo presidente de gobierno, siempre que los equipos nacionales salen de expedición hacia los JJOO o los mundiales de más renombre, posa feliz con el grupo de deportistas, y enfundándose la camiseta nacional. Pueden ustedes buscar las fotos porque todos han pasado por ello. Tal es valor no escrito que nuestros políticos dan al nacionalismo deportivo que, recientemente, así, como quien no quiere la cosa, han decidido saltarse el turno de vacunación con los miembros del equipo olímpico para Tokyo. Debe ser que yo ando corto de entendederas, o quizá tengo cierta tendencia a las interpretaciones literales, pero me pregunto si eso ha sido debido a que se les ha considerado trabajadores esenciales. Esenciales de ahora, quiero decir. Porque muchos esenciales durante el confinamiento pleno, que se la jugaron atendiendo en los supermercados, ahora resulta que no lo son. ¡Claro! Haber hecho deporte o haber entrenado más duro.
Ander Izaguirre lo bordó con el “Tour del plomo”. Aquel libro resultó bastante precursor. No por ser el primero en castellano sobre el tema, sino por su fundamentación, su frescura y por haber llegado en un momento en el que el género ciclista despegaba, de verdad, en nuestro país. Antes había contados títulos, después decenas. En lo que a mi respecta, aprendí con él unas cuantas historias que desconocía. Y es que entonces estaba mucho menos leído en ciclismo que ahora. Pero este libro es diferente por varias razones. Para empezar, en esta ocasión Ander ha llegado segundo. Y no al sprint, sino con bastante diferencia por detrás. El escapado fue Marcos Pereda con su “Arriva Italia”, que dio en la diana con la temática, el tratamiento y la mencionada frescura. Así que, siempre bajo mi punto de vista, Ander ahora no podía ni debía repetir estrategia. Y no lo ha hecho, comparativamente (con él mismo y con el otro autor) ha elaborado un texto mucho más largo y completo. Son casi 500 páginas bien cargadas. Se ha tenido que tomar su tiempo porque la obra rebosa información y fundamentación. Entre sus bondades, está el haber conseguido que un volumen tan largo resulte muy ameno. Y a pesar de que hay historias y anécdotas en él insalvables, de esas que se repiten en todos y cada uno de los libros que tratan sobre el ciclismo italiano, y que ya conocen casi todos los aficionados al deporte del pedal, especialmente el clásico, hay mucho contenido de mayor profundidad y recorrido. Siempre digo que de vez en cuando uno encuentra textos que, salvo por intereses de profundización más académica, investigadora u obsesiva que le animen a ir más allá en algún tema concreto, le hacen el gran favor de poder dar por zanjado un asunto de interés, ahorrándole tener que leer muchos más o incluso hacerlo en otros idiomas. Es lo que consigue este con respecto al Giro y el ciclismo italiano. Lo cubre suficientemente. En mi opinión, más que sobradamente.
Volviendo al tema político. Tanto en su primera parte, como al tratar toda la época dorada de Bartali, Coppi y Magni, las páginas supuran política por todos sus poros. Política nacional e internacional. De unificación, de preguerras y posguerras, geopolítica, bélica, etc. No lo puede evitar, por cuestión de contextualización, y porque casi todo el libro se ubica en Italia a lo largo del siglo XX. Es algo que ya encontramos en el caso de Pereda. De todas formas, me inclino a pensar que sendos autores se han visto, en cierto modo, abocados a ello un poco a causa de las fuentes de las que han bebido. No lo puedo asegurar porque yo no lo he hecho, pero es de suponer, ya que hay ciertas explicaciones y relaciones causales que se repiten y no parecen hacerlo de forma casual. No es una crítica, al contrario, la base de fundamentación es para mi un asunto primordial para el rigor. Mis sospechas van más encaminadas hacia las fuentes originales. Es lo que comentaba antes, tengo la impresión de que, durante mucho tiempo, el periodismo italiano ha tendido a reforzar su elocuencia narrativa a base de integrar la política (y los ecos de sociedad) en la crónica deportiva. Todo vale para subrayar, reforzar y exaltar la épica, la noticia. ¡Prensa sensacionalista, rosa (nunca mejor dicho) y amarilla deportiva!. Y es que, en ese proceder, Italia me parece un paradigma. En el caso del ciclismo no es algo que encontremos de modo tan marcado (ni por asomo) con los ciclismos español, francés, británico, belga, etc. Y no es que Anquetil no haya dado juego para los ecos de sociedad… o el independentismo vasco o flamenco para la política, etc. Una cosa que hace muy bien Ander es narrar alternando el plano de la leyenda con el de la realidad o la crítica y advertencia. Aporta la mitología y la acompaña de la desmitificación. Algo que considero oportuno en asuntos que dependen tanto (demasiado) de la imaginación calenturienta y sin escrúpulos de veracidad de cronistas dispuestos a saltarse los hechos por el forro con tal de triunfar ellos. Y es que, de ese tipo de periodismo, uno, más o menos, puede librarse cuando lo sufre en tiempo real, cuando es coetáneo, porque quizás ha visto también las carreras descritas y porque, con algo de sentido crítico y autonomía de pensamiento, puede interpretar los hechos con cierto grado de individualismo e independencia. El problema es cuando tienes que “consumir” relatos del pasado. Es entonces cuando únicamente queda lo escrito anteriormente. La prensa y algunos libros, el resto, las voces críticas y los demás testigos ya no están. Basta pensar, cuántas veces, en entrevistas alternativas o posteriores (y en este libro aparece alguna), algún (o alguna) ciclista deja caer frases del tipo de “los periodistas dijeron que tal y cual, pero aquello no fue así, lo que pasó es que…”. Por lo tanto, el libro contiene muchísima leyenda, cantidades enormes de especulación y, como digo, afortunadamente, cordura en aportaciones del autor, avisando aquí y allá de lo que conviene poner en duda.
A lo largo del libro de Ander he “regresado” a bastantes escenarios en los que he estado realmente por motivos ciclistas. A la tumba y monumento a Bottecchia. A las plazas, carreteras y vertiginosas trincheras de todo el cambiante frente italo-austrohúngaro. A Trieste y Trento. Las polvorientas carreteras toscanas. A las durísimas y artísticas rampas del muro de Sormano. Al mítico enclave de Madonna del Ghisallo. ¡Tantos lugares y tantas referencias!. Incluso tengo amistad con un bravo ciclista italiano, algunos años mayor que yo, que es hijo de aquellas migraciones a las minas belgas a las que se hace referencia en algún capítulo. Que fueron importantes y crearon una conexión ciclista y social entre bélgica e Italia que poca gente conoce. Y es que el Giro es otra cosa. Ni más ni menos que las otras dos grandes vueltas por etapas. Ni mejor ni peor. Otra cosa, otra cultura, otra historia, que merecen la pena ser conocidas, entendidas y, en ocasiones… soportadas. Incluidas las trampas culturales o institucionales, que en el Tour y Vuelta también ha habido, o aquellos “Giros cuesta abajo” de la época de Saroni. O a los tiffossi, un fenómeno paradeportivo irracional que no ha perdido intensidad, ni parece haber ganado cordura en el siglo XXI, incluso en tiempos de pandemia.
Encabezando una grupetta durante l'Eroica de 2014 por las strade bianche del Chanti en la Toscana. Una experiencia memorable. |
Tal y como hiciera en “Plomo en los bolsillos”, Ander no se detiene en la época clásica italiana. Sigue adelante con los ases posteriores (Anquetil y Merckx), describe el ciclismo italiano de la época Moser y continua hasta rodar por el siglo actual. Y no lo hace con intención enciclopédica, como en cierto modo actuaron Fallon y Bell en “¡Viva la Vuelta!”. Que para eso ya está Wikipedia. No, él da rodeos. Se entretiene en caprichos personales, atiende a figuras fundamentales de la historia del Giro, que lo son, pese a no haber salido victoriosos de él (como los casos de Fuente y Lejarreta) y pasea por el Tour, las grandes clásicas u otros lugares cuando lo considera oportuno. Profundiza en muchos “actores” secundarios. El relato es más o menos cronológico. Lo es en términos generales, aunque se toma varias licencias de desorden o caos en determinados momentos. Quizás para buscar ritmo narrativo, para jugar con el lector o para desordenar algo el contexto. Hacerlo, en el fondo, más italiano, dándole cierto carácter caótico, tan propio de la historia general del Giro.
Aunque muchos lectores aficionados al ciclismo clásico puedan temer que libro vaya a flojear, y esprintar, en su parte final. No lo hace. Bueno, acelerar sí que acelera un poco, y es que resulta imposible, y ya he dicho que no es ese su cometido, dar cuenta de todos los Giros, o de todos sus ganadores. En esa parte moderna o contemporánea, Ander sigue escogiendo algunas figuras “elegidas”, para, a través de ellas, interpretar la evolución del Giro. Y para mí, el final está muy logrado. Me gusta tanto o más que cualquier otra “parte” del texto. En él, incluso plantea una especie de cierre de círculo. Según su hipótesis, la cual comparto, a través de los recientes diseños del evento, y gracias a su ubicación temporal temprana (post grandes clásicas y pre Tour), el Giro ha recuperado espectacularidad, incertidumbre y apertura de candidaturas a la victoria. Además de mucho descontrol competitivo, algo que se está convirtiendo en un enorme valor añadido en el mundo del deporte actual, tan hiper-programado e hiper-controlado como está desde hace años. Él piensa que de un tiempo a esta parte se ha producido un regreso a los orígenes o a las esencias del Giro. A la mítica, la nieve, el barro, los tramos sin asfalto… la épica, las batallas sin cuartel. Tiene además el detalle de reconocer el papel que l’Eroica y el ciclismo retro han tenido en esta reciente actualización. Sus organizadores lo han sabido ver. Y ha tenido que ocurrir en el país que mayor afición, veneración y pasión demuestra sentir por las glorias del pasado, por la “memoria histórica deportiva” sin concesiones, sin intereses partidistas y recuperadora del enorme patrimonio cultural y anecdótico que ha ido atesorando la carrera a lo largo de toda su historia.
Hilado con lo anterior, quiero aprovechar para exponer una crítica ante la actitud de nuestra TVE (pública). La cual, de nuevo ahora, y como ha ido haciendo a lo largo de variadas épocas, está empeñada en ningunear al Giro. En TVE están decididos a querer hacernos ver el deporte que a ellos les interesa (por los opacos motivos que sea). También se empeñan en querernos hacer pensar de determinadas maneras sobre todo tipo de temas, pero es otra cuestión. Y no quieren que veamos el Giro. Tenis sí, mucho tenis, cuanto más mejor, a todas horas e independientemente de la importancia real del torneo que coincida en cada momento, o de si quienes juegan son españoles o no. Y lo que es más sospechoso: bobsleigh, que lo programan todo el invierno (muchísimo más que el esquí alpino; pese a que el primero no lo practica ni "Blas" en nuestro país, y el segundo alcanza millones de usuarios). Ya sé que hay que pagar y comprar retransmisiones, me hago una idea de cómo va el negocio, pero, al contrario que cualquier otra cadena privada, RTVE es un servicio público que pagamos todos y que, por lo tanto, está al servicio del público. Me extrañaría mucho que en TVE no hubiera dinero para adquirir los derechos de retransmisión del Giro y en ETB sí. O que hubiera más demanda para ver tanto tenis (salvo determinados torneos), bobsleigh, etc. Que para disfrutar del Giro. Quizás todo esto tenga algo que ver con lo de los robos de bicicletas (en este caso sustracción de un gran evento deportivo), con la gestión del consumo (televisivo), un patológico (y celoso) nacionalismo deportivo o, simplemente, la falta de lectura. ¿Vaya usted a saber qué?.
El Tarangu enfundado de rosa, codo a codo con Merckx, en el Giro. Reconozco que Fuente mi ídolo de la infancia. (Imagen: capovelo.com). |
Alimentándome (en doble sentido) de ciclismo italiano clásico en el refugio de la cima del Monte Grappa. Ambientazo en las mesas, decoración interior y alrededores. |