Como viene
siendo habitual desde hace tiempo, con una frecuencia de una jornada cada dos
años, el COE organizó en diciembre de 2019 una actividad de reciclaje o
formación permanente para el “exalumnado” de sus programas de Máster en Alto
Rendimiento Deportivo. La oportunidad suele ser tan buena, y presentar un
elenco de intervinientes de tanta calidad y prestigio, que es raro que falte a
tales citas. Para aquella más reciente, los responsables de la entidad habían
diseñado una sucesión de tres mesas redondas, compuestas por tres entrenadores
cada una de ellas. Todos ellos (mujeres y hombres) entrenadores del máximo
nivel, de diferentes modalidades deportivas, y todos ellos responsables
directos de algunos de los deportistas individuales o equipos más exitosos del
deporte en España. No es este el espacio idóneo para relatar lo que dio de sí
tan sugerente jornada. Únicamente diré que mereció la pena el viaje hasta
Madrid. De lo que aquí se trata es de otra cosa. Ni más ni menos que de jugar
un poco con varias conexiones, en este caso relacionadas con el piragüismo, que
se dieron en relación con aquel viaje. Algunas durante el mismo, mientras que
otras, provenientes del pasado, encontraron entonces cierta vinculación. Vamos
pues con el juego.
En torno a un
año antes (aproximadamente), Keko Calderón, buen amigo y buen maestro de la
palada de pista, me avisó de la venta de un kayak de mar de segunda mano. Más
por curiosear que por otra cosa, y sobre todo pensando en el potencial interés
de algún familiar o amigo, me acerqué al lugar donde vendían aquel kayak, para
verlo, incluso probarlo. Era un barco pequeño, pero precioso y muy bien acabado
y equipado. Me resultó raro encontrar un kayak de aspecto muy groelandés, pero
con una eslora de apenas cuatro metros y medio (4,6 m) y una estrecha manga
proporcionada a su longitud (50 cm). Todo él estaba terminado en color hueso,
lo que le confería una apariencia “Inuit” francamente atractiva. Únicamente una
parte central de la obra viva de su casco se había dejado sin pintar, mostrando
el material del que estaba hecho el kayak: carbono-kevlar. Entre las recogidas
dimensiones y el material de fabricación, la embarcación me resultó de lo más
ligera, para tratarse de un barco equipado con línea de vida, tambuchos con
tapas, etc. Lo acarreé hasta una rampa de acceso a una ría y salí a remar con
fuerte viento de costado. El kayak oscilaba mucho. Se me hacía muy nervioso,
aunque todo quedaba en inestabilidad primaria, pues las inclinaciones laterales
no pasaban de ciertos grados que me pudieran hacer volcar. Así pues, la
“secundaria” se me antojó más que suficiente como para considerar la
embarcación lo suficientemente estable como para navegar por el mar en
condiciones normales. Para colmo, a pesar de su reducida eslora, y del viento
reinante, el casco facilitaba sorprendentemente el mantener un buen rumbo en
línea recta. Así, pues, tras unos minutos de prueba, la observación general del
kayak y conocedor del comedido precio, decidí adquirirlo “por si acaso”.
Después
vinieron algunas salidas más largas y todo fue encontrando explicación. El
kayak me resulta muy cómodo de postura y asiento. Entro en él muy ajustado, y
es tan estrecho y bajo que me transmite una sensación de enorme contacto con el
agua, de respuesta inmediata. Lo de su inestabilidad primaria y estabilidad
secundaria proviene de la forma de su casco, muy tradicional, con dos bordas
casi verticales y sendos ángulos repentinos hacia un ángulo central de quilla.
En cuanto a su prestación direccional, se debe a que la “quilla” permanece muy
marcada casi hasta el final de la popa, creando una especie de aleta posterior.
Las primeras salidas me resultaron tan agradables que decidí quedarme el kayak
y actualmente lo tengo como “barco personal”.
Todo este
proceso me hizo indagar un poco sobre el fabricante del barco: Fun Run. Resultó
ser una pequeña empresa especializada en kayaks de mar, localizada en un pueblo
muy cercano a Aranda de Duero. ¡Kayak de mar en Castilla!. Repasé su catálogo
en Internet, y cuando más veía, más atractivo me resultaba, así que supe
esperar y, en cuanto tuve la ocasión, que fue aquel desplazamiento al COE, a
Madrid, me puse en contacto con ellos para ver si podía hacerles una visita.
Cerrada la
cita, a la ida me desvié en Aranda y me acerqué hasta el polígono industrial
(de dimensiones rurales) de Fresnillo de las Dueñas, en la margen izquierda del
Duero. El taller consta de dos modestos edificios, algo acoquinados ante un
despliegue de industria de apariencia algo química y agresiva alrededor.
Enseguida me recibió Javier, con aspecto de estar metido en faena, espolvoreado
de polvo blanco en sus ropas de trabajo, como si se tratara de una figurita de
un Belén de la cercana Navidad, pero en escala humana. Lo primero que hizo fue
enseñarme el taller, una planta alargada en la que había varios kayaks en
diferentes fases de proceso constructivo, bastantes moldes amontonados y
algunos barcos prácticamente acabados. La verdad es que eran preciosos,
atractivos… sugerentes. A medida que los íbamos viendo, me explicaba sus
propiedades, diferentes según el modelo del que se tratara.
Según afirma
su página web, Fun Run “Es una
microempresa dedicada al mundo del kayak de mar. Fun Run inicia su andadura a
principios de los ´90, un largo camino de aprendizaje en el campo de los
materiales compuestos y en el diseño, 20 años de experiencia ya nos avalan.
[...] No se puede hablar de Fun Run sin hablar de su fundador Javier de la
Puente, nacido en Aranda de Duero en el año 65. Fun Run es el fruto de la simbiosis de 2
pasiones, el mundo del kayak y el campo de los materiales compuestos, Javier
tiene algo más de 20 años de experiencia en ambos campos. Si bien el principal
esfuerzo se centra en el campo del kayak de mar, cuenta en su palmarés laboral
experiencias tan variadas como la fabricación de piezas en composite para el
mundo de la competición a motor, diseño y fabricación de esculturas urbanas
para campañas publicitarias, innumerables diseños en pieza industrial, sin
olvidar sus logros en el campo de las expediciones polares. Co-diseñador del
catamarán polar junto a R. Larramendi, el vehículo que ha cruzado los polos
movido por energía eólica, íntegramente fabricado en Fun Run, también el
pulkayak, un híbrido entre trineo y kayak especialmente diseñado para
expediciones en banquisa, es un trabajo de la empresa”.
(www.funrunkayak.com).
Y aquí salta
otra conexión. Además de las exploraciones polares, Ramón Larramendi explota un
albergue en Groenlandia, desde el que oferta cierta variedad de trekkings y
configuraciones de viajes, algunos de ellos, precisamente, con los kayaks como
protagonistas. El caso es que mi amigo y vecino Pablo Goicolea ha trabajado
para Ramón en más de una ocasión, inicialmente como guía de periplos itinerantes
y, posteriormente, todo un verano como guarda del albergue en Groenlandia.
Pablo es uno de mis habituales compañeros de fatigas ciclistas y sobre esquís
de travesía, aunque recientemente también sale a palear conmigo por aguas del
Cantábrico.
Una de las
claves del buen hacer de Fun Run es su apuesta por la tecnología, aplicada en
varias de sus vertientes: el apoyo al diseño y la simulación, al dominio de las
propiedades y aplicación de los materiales, y el acabado de las piezas. Pero es
que además, hablando con Javier, se percibe que detrás de todo ello hay mucha
reflexión y análisis sobre el comportamiento de navegación de los kayaks. Así
pues, charlando, resulta fácil decantarse (teóricamente) por un modelo u otro,
a la hora de decidir cuál de ellos resultaría más apropiado para el particular
uso que cada cual fuera a dar a su barco. Y a ello habría que añadir las
variadas opciones de configuración posibles: timón o no, orza abatible o no,
tipo de material de construcción… y en cuanto a la estética: colores a elegir.
Y lo que son
las cosas, allí me enteré que el mi “nuevo” kayak es un Spartan, lo que
significa que está diseñado para mujer de tamaño mediano o incluso ligero. Partiendo
de ese dato, dice mucho en favor del constructor que, pese a que lo navegue
pasándome del peso previsto, y con un centro de gravedad menos ventajoso que el
de las damas, el barco mantenga buenas propiedades de comportamiento. Así que
todo se andará, y habrá que buscar el momento idóneo para adquirir uno nuevo
más adecuado para mí (creo que ya sé cual me gustaría).
Otro detalle
que pude ver “in situ” fue su propuesta de kayak rígido desmontable en tres
piezas de rápido ensamblaje. Está muy bien pensado, y la apariencia del barco
montado resulta impecable. En cuanto al sistema de ajuste, parece simple,
sólido y sin necesidad de herramientas para montar o desmontar las tres grandes
piezas en que se divide el bote. Y lo mejor de todo: es aplicable a cualquiera
de los modelos elegidos por el cliente. Para pensárselo, desde luego que ya no
es problema de dimensiones de garaje o trastero.
Me hubiera
quedado allí mucho más tiempo, haciendo preguntas, indagando sobre la historia
del fabricante, entresijos del diseño y la fabricación, o sobre las andanzas
polares de sus proyectos singulares. Pero Madrid me esperaba y además, les
había pillado en plena faena y no quise molestar ni hacerles perder el tiempo.
Bastante agradecido estoy de haberlos podido visitar.
Disfrutando de mi kayak Fun-run por la Bahía de Santander.
Mi viaje
continuó, y al día siguiente por la mañana, en la sede del COE, tal y como
estaba previsto, surgieron algunas conexiones más, relacionadas con el
piragüismo. Empiezo a explicar aquellas que tienen que ver con las Aguas
Tranquilas. Mi primera “relación” con nuestro flamante y mediático medallista
olímpico Saúl Craviotto fue indirecta y poco afortunada. Resulta que en cierta
ocasión, pensando en posibles ponentes para conformar una actividad de
formación para técnicos deportivos, se me ocurrió sugerir un par de nombres de
deportistas bastante mediáticos en aquellas fechas. Un hombre (Craviotto) y una
mujer (de cuyo nombre no quiero acordarme). Mis funciones se limitaron a
sugerir los nombres y fue después la gente de la Consejería de Educación la que
intentó ponerse en contacto con ambas celebridades deportivas. Pero en ningún
caso logró establecer conversación de forma directa, sino por mediación de sus
respectivos agentes. Tal y como se ha puesto el deporte de élite hoy en día,
parece ser que no es posible “sobrevivir” en el medio sin la figura del agente,
quién, básicamente, se encarga de dos labores fundamentales: filtrar la
atención con los medios, los fans, las redes sociales, etc. para que los
deportistas puedan seguir entrenando y compitiendo sin perturbaciones que los
distraigan o hagan perder el tiempo; evitar que cometan errores o deslices que
deterioren su imagen pública; y, muy importante, seleccionar la presencia o
participación en eventos y citas que puedan resultar lucrativos, o fomentar el
desarrollo de acuerdos comerciales con patrocinadores. Esto último busca hacer
lo más rentable posible el periodo en el que un deportista logra mantener
cierta fama exitosa, algo que, por ley de vida, suele ser un periodo
relativamente corto, si lo comparamos con las etapas productivas de profesiones
más convencionales. Así que, nos guste o no, hacen bien en aprovecharlo. En
nuestro caso lo que ocurrió es que los representantes pidieron un montante de
dinero bastante exagerado (más elevado en el caso de ella que en el de él;
probablemente porque su agente debía de ser consciente que la casi obligada
necesidad de incluir mujeres deportistas en cualquier evento actual, favorece
el que puedan solicitar más). Desde luego mucho más de lo que sería razonable
gastar por parte de una entidad pública, dedicada a la educación (pública) por
asistir un par de horas a un acto de formación de alumnado en un centro
educativo (público). Máxime cuando en ambos casos se trataba de deportistas que
cobran becas reguladas por organismos públicos (o subvencionados públicamente).
No es que estuvieran obligados a tener que acudir, ni mucho menos, pero nos
hubiera sentado mucho mejor que hubiesen declinado el hacerlo por cuestiones de
agenda y preparación, que planteando unas tarifas tan elevadas. De todas
formas, lo que no quiero es que, de todo aquel asunto, permanezca alguna duda
sobre el talante de sendos deportistas, o la más mínima animadversión hacia
ellos, pues hay que recordar que, en ambos casos, con quien se trató el tema
fue con sus representantes. Por lo que es muy posible que los deportistas en
cuestión ni se llegaran a enterar de la propuesta.
Mi segunda
“proximidad” con Saúl Craviotto fue una vez que participé en el Descenso
Internacional del Sella. Yo estaba situado casi a cola del orden de salida, al
disputarlo (es un decir) en la categoría de K1 veteranos. El y su padre partían
desde la zona delantera así que no los vi en ningún momento. Pero al hijo sí
que lo escuché, pues fue el encargado de hacer el pregón previo a la salida.
Fue un pregón simbólico por su fugacidad. Lógico, teniendo en cuenta que nada
más pronunciar las palabras, el pobre hombre tenía que bajar del puente de
Arriondas, a toda pastilla, abrirse paso entre el gentío, para llegar a tiempo
a la zona de salida, donde le esperaba su padre para palear juntos en un K2.
Con Craviotto
padre coincidí en otra ocasión en el flamante estadio de piragüismo que acogió
las competiciones de dicha modalidad en los JJOO de Barcelona 92. Acudí allí con
mi club, hace relativamente poco tiempo, porque se nos había planteado una
atractiva doble posibilidad: por un lado poder competir en una auténtica pista
de velocidad; y por el otro probar a hacerlo en un K4. El viaje fue una paliza,
pero mereció la pena porque, por lo menos para un piragüista “pardillo” como
yo, permitió que accediera a un buen puñado de experiencias por lo general muy
alejadas de las posibilidades cotidianas. Aquel día todo fueron regatas de 200
metros en línea recta. La pista disponía de anchas calles y unos pontones de
salida fijos a los que había que acceder marcha atrás. No había viento ni
corriente, con lo cual las condiciones eran perfectas para desarrollar la
máxima velocidad… si es que tu técnica, dominio y cualidades físicas así lo
posibilitaban (lo que no es mi caso). Para empezar disputé una serie
eliminatoria en un K4 de veteranos que, en nuestro caso además, fue mixto. Keko
(exdiploma olímpico en sus años mozos) iba a proa, con Javi (piragüista curtido
y experimentado) a popa. En medio una ya bastante formada Aura de “dos”, y “yo”
de tres para completar la tripulación. El resultado pasó desapercibido, pues no
fue ni bueno ni malo. Pudo haber sido mejor, pero es que partimos con dos
inconvenientes importantes, uno previsto y otro imprevisto. El primero es que
no habíamos podido remar juntos antes de la prueba porque el barco era prestado
y no estuvo listo de reparaciones hasta la noche anterior al viaje. Lo
repentino sobrevino cuando remábamos en dirección a la zona de salida, y fue
que a Keko se le rompió uno de los dos anclajes de la barra de apoyo de los
pies, por lo que tuvo que remar como pudo toda la regata, mientras gobernaba un
timón muy poco obediente. Pese a todo ello, la regata me resultó muy divertida.
Todo un breve, pero tremendamente intenso, episodio de energía, frecuencia de
palada, salpicaduras y sensación de velocidad. Auténtica secreción de
adrenalina deportiva en un escenario olímpico. A media prueba a punto estuvimos
de salirnos de nuestra calle por estribor, pero lo salvamos y acabamos la
eliminatoria en alguna posición intermedia.
El K4 al completo, de regreso de la la serie de velocidad.
Aquel día hubo
del orden de sesenta regatas sin solución de continuidad, por eso de aprovechar
el viaje en mi club, también me habían apuntado a una eliminatoria de K1
veteranos. Lo malo fue que como el remolque había viajado cargado de barcos,
únicamente disponía de una piragua en la que apenas lograba mantenerme en
equilibrio en condiciones de máxima tranquilidad de agua, escaso desempeño de
velocidad por mi parte y, desde luego, ausencia de maniobras. Yo me temía lo
peor y pasó lo que tenía que ocurrir: remé tranquilo hacia la zona de
calentamiento pero, al intentar remar marcha atrás (ciar), y colocar la popa
del kayak contra el pantalán de salida, volqué hasta dos veces seguidas. Aunque
los árbitros se mostraron pacientes y pretendieron esperarme en una tercera
tentativa, me apiadé de mis contrincantes directos de serie y opté por señalar
mi retirada. La anécdota “conectada” de todo aquello es que en la calle de mi
derecha había un piragüista veterano de aspecto muy fibroso y trabajado, barco
afilado e impecable, y cara de gran concentración competitiva con altas dotes
de motivación… era el padre de Saúl Craviotto.
Pero el
bochorno se me pasó por la tarde pues volví a embarcarme con Aura para disputar
una tercera regata: final directa de K2 mixto veterano. Disfruté como un enano
porque paleamos muy rápido. Tanto que, aunque el nivel supongo que no era gran
cosa, acabamos pillando “chapa” y a punto estuvimos de quedar segundos. Lástima
que un par de veces estuvimos cerca de desequilibrarnos, y sendos apoyos
mermaron nuestra excelente progresión. En cualquier caso fue otro momento
genial, un magnífico colofón para aquel pasó por un escenario de historia
olímpica.
Con Aura en el K2, terminada nuestra final en el Canal Olímpico.
En el caso de
Madrid (ya llego a ello), la ocasión tampoco me sirvió para conocer a Saúl
Craviotto en persona, pero si para ahondar algo en su figura, y es que uno de
los técnicos invitados era Miguel García, entrenador de Saúl y del “K4”
olímpico español. Autoridad para hablar
del campeón no le falta pues están juntos desde que el medallista olímpico era
junior. Un asunto que resultó interesante fue cuando explicó que el boom
mediático extradeportivo de Craviotto (anuncios televisivos, su participación
en Master-cheff, etc.), estuvo claramente programado desde la perspectiva de la
planificación deportiva. Para ello se escogió un año post-olímpico. Algo que
para muchos deportistas que basan sus carreras deportivas con los JJOO como eje
de referencia prioritario, suele ser bastante habitual: el emplear dicho año
como periodo de transición, descanso relativo, innovación en la preparación,
etc. Eso sí, Miguel García nos aseguró que calcularon mal el impacto mediático
que aquello podría alcanzar. Al parecer se quedaron muy cortos. Entre otras
cosas se percataron de que las medallas olímpicas de un deporte modesto no
alcanzan ni de lejos las dimensiones de popularidad que genera un programa de
televisión de gran audiencia. En el lado positivo estuvo el retorno en forma de
interés por parte de potenciales patrocinadores. Quizás en algún deportista con
otro tipo de personalidad aquello hubiera podido desencadenar efectos negativos
de cara al rendimiento, pero según parece, Saúl Craviotto es bastante
“cuadriculado” (en un buen sentido) para los principales aspectos de su vida:
el deporte de competición, su familia y su trabajo. Por lo visto es muy
metódico y ordenado para sus rutinas, horarios y programas, por lo que aquellos
asuntos se los debió de tomar de un modo exclusivamente profesional y sin dejar
que interrumpieran sus principales objetivos vitales. En eso, la figura de un
representante eficaz aparece como prácticamente imprescindible en el deporte de
élite actualmente. Algo que corroboraron algunos otros entrenadores que pasaron
por allí aquel día. Con respecto a lo que pueda dar de sí el rendimiento de
Saúl en Tokyo 2020, el tiempo lo dirá. La clasificación de un K4 español en 500
metros ya está asegurada, así como la presencia de seis piragüistas varones en
aguas tranquilas (hasta ahora han sido siete quienes han generado esas seis
plazas). La evolución de resultados de Craviotto, acorde con la del piragüismo
nacional de “tranquilas”, nos mantiene habitualmente en vilo, pues salta con
facilidad del éxito a la frustración y viceversa, podría calificarse como de
ondulante. En cierto modo, gracias a los esporádicos “fracasos” (no es justo
valorarlos como tal), se generan los posteriores éxitos. Si no hubiera
derrotas, muchos deportistas (y Craviotto dicen que es un claro ejemplo de
ello) no se atreverían a afrontar cambios importantes en su preparación, por
miedo a introducir variaciones en un método que haya demostrado éxito, lo cual,
en una disputa tan abierta como son las pruebas de piragüismo de velocidad, en
las que todo se decide en cuestión de décimas de segundo, puede ser un error
que se pague caro, por puro estancamiento.
Finalizadas
las intervenciones de Miguel García, me llevé una buena impresión de su
persona. Tanto a nivel general, como en su faceta de técnico. También me ayudo
a humanizar mucho más la figura Saúl Craviotto, más allá de su rol de
deportista de élite y no digamos de “celebrity”. Me alegro por ello, con tantas
conexiones, no descarto que algún día pueda encontrarme con él, a través de
terceros, de modo casual e informal. Nunca se sabe. En cualquier caso: toda la
suerte del mundo para Tokyo.
Miguel García (a la izquierda) departiendo con los entrenadores de Carolina Marín y Javier Gómez-Noya. (Imagen: COE).
Saul Craviotto en acción. (Imagen: elplural.com).
Y a otra
piragüista a la que se la espera en los próximos JJOO con justificadas
expectativas es a Maialen Chourraut, nuestra brillante campeona en la modalidad
de slalom de aguas bravas. No me encuentro muy cómodo escribiendo sobre su persona
porque me consta que es muy reservada y muy celosa de su vida privada, de su
entorno personal cotidiano y familiar. Pero, por otro lado, no pretendo
adentrarme demasiado en todo ello. Lo que conozco se hizo medianamente público
con la intervención de su entrenador (y marido) Xabi Etxanz, en aquella misma
jornada técnica. De sus comentarios se desprendía que Maialen debe de ser una
persona excepcionalmente fuerte psicológicamente, algo que, según él, muchas
veces marca la diferencia entre el éxito final y el quedarse cerca. Parte de su
labor como entrenador consiste en “frenar” su exceso de celo, trabajo y empeño,
derivados de un doble componente de hiper-exigencia en el entrenamiento, y de
disfrute sobre el kayak en acción. En los momentos previos a la acción
competitiva, esta piragüista “no está para nadie”, y es mucho mejor que nadie
“no habitual” aparezca por allí. Mucho mejor si se respeta al máximo la
“normalidad” de lo conocido. Lo mejor, por lo visto, es dejarla sola con ella
misma. En contraste, antes de que el cronómetro se ponga en marcha, cuando
Maialen ya se encuentra subida al kayak, flotando cerca de la salida, ya se
siente en su elemento y todo parece fluir a su alrededor.
La kayakista
vive en la Seo d’Urgell donde puede entrenar a diario en el canal de aguas
bravas que se creó para los JJOO de Barcelona 92. Se trata de una modalidad muy
técnica en la que las repeticiones son innumerables, todas ellas con su
correspondiente feed-back referido a la ejecución, y lo más próximo
temporalmente a la misma. También incorporan mucho trabajo de visualización a
su entrenamiento, el cual, por determinación personal de la deportista, se
incrementa más aún como consecuencia de algún resultado peor de lo esperado o
alguna frustración. Una especie de crecerse ante la adversidad, tratando de
convertir en fortalezas lo que haya podido parecer un punto débil. Una
filosofía muy espartana que en tantos casos se ha conocido a lo largo de
historia del deporte.
Por el
momento, las dos principales facetas de la vida de esta fantástica piragüista
son su hija (Maialen Chourraut decidió ser madre en plenitud de su carrera
deportiva) y su entrenamiento al máximo nivel. Lo primero es cosa suya, y hasta
ahora los hechos han demostrado que no ha perjudicado a sus éxitos en lo segundo.
Y eso a pesar de haber pasado de dormir casi 12 horas diarias (incluyendo
siestas y reposos entre duras sesiones de entrenamiento) a, en ocasiones,
apenas 5 o 6, entre desvelos y atenciones maternas. En cuanto a lo segundo,
reconozco que envidio muy especialmente su pericia y su dominio. Desde niño
siempre me sentí atraído por el piragüismo de aguas bravas, aunque,
lamentablemente, no tuve ocasión de iniciarme en él. No es cosa de ponerme
ahora, cuando me sobran actividades que practicar y no estoy en la mejor edad
como para aprender lo más básico de una disciplina tan “bravía”. Pero siempre
he pensado que alguien con buen dominio de ese deporte, debe de disfrutar tanto
como yo lo hago cuando acometo un bonito y variado descenso de nieve virgen
lejos de las pistas. Ambas son acciones imposibles para quién no posea los
rudimentos técnicos necesarios, pero endiabladamente placenteras para aquellos
que sepan evolucionar por tales entornos con facilidad. En su caso, admiro la
integración de su dominio con lo atractiva que me resulta la modalidad… se lo
tiene que pasar en grande, jugando entre rebufos, olas y rocas. Cuánto me
alegro por ella.
Xavi Etxanz posa a la derecha de todo. Lo acompañan el entrenador de los karatecas españoles más laureados y una de las entrenadoras del equipo nacional de gimnasia rítmica. (Imagen: COE).
Maialen en su espumoso elemento. (Imagen: Getty, para Mundo Deportivo).
El resto de
aquel fin de semana no tuvo desperdicio, aunque creo que no trajo consigo
ninguna conexión más relacionada con el piragüismo. No hubiera sido normal,
bastantes hubo ya, especialmente si tenemos en cuenta que se trató de un fin de
semana de tierra adentro, marcado por motivos formativos y culturales. Para no
haber tenido planteamiento de acción deportiva alguna, no estuvo nada mal.