A veces me da
por pensar que quizás mis ideas y opiniones están envejeciendo. Que con el paso
del tiempo la sociedad evoluciona, mientras yo permanezco aferrado a un
nostálgico pasado. No es una sensación demasiado preocupante, aunque sí
ocasionalmente recurrente. Mi afición a la recuperación de objetos, historias o
películas deportivas del pasado, se me presenta como un posible síntoma de
ello. Así como mi visión crítica con una enorme sucesión de “nuevas” tendencias
profesionales, que abundan en varios de los ámbitos laborales en los que sigo
desempeñando mi trabajo. En cualquier caso, me salva el enfrentarme a ellos,
haciendo puesta en común con algunos de sus adalides (habitualmente más jóvenes
que yo) y ratificar, gracias a una evidente falta de fundamentación científica,
experimental, etc. que, en la mayoría de los casos, no son más que rápidos
“remakes” oportunistas o modas pasajeras sin sustancia, pero con mucha vocación
de lograr éxito o rendimiento económico rápido.
Pero por si
acaso algo de ese poder estar quedándome atrás fuera real, procuro tomar
algunas medidas para evitarlo. En lo profesional a base de formación
permanente, contacto constante con la juventud, curiosidad, búsqueda, lectura e
indagación sobre aquellas novedades que me parecen interesantes, y mucho
diálogo con colegas más jóvenes. Con respecto a lo deportivo, manteniéndome
activo en múltiples modalidades, y atento a la actualidad practicada (no de
cotilleo) del deporte en general. Y en cuanto a lo cultural, uno de mis
mecanismos de actualización consiste en mantenerme fiel a la misma emisora de
radio que escucho desde hace ya casi 30 años: Radio 3. En su programación hay
espacios excelentes, aceptables, pasables y alguna mediocridad. Yo siempre los
escucho cuando me desplazo al volante, que es casi a diario y en una amplia
variedad de franjas horarias. Y prácticamente permanezco atento a todos ellos
excepto a dos que no mencionaré: uno porque se centra en un género musical que
me cansa mucho, y el otro porque no soporto a su presentador. En ambos casos,
hago el único cambio de emisora que ejecuto en cualquier ocasión: me paso a
Radio Clásica, hasta la hora en que acaba el espacio concreto del que huyo. Entre
las razones de permanecer fiel a Radio 3, está el que casi no hablan de
política. Hace décadas que estoy aburrido de tertulianos, periodistas que
opinan y sesgan noticias para sus “amos”, predicadores de toda calaña,
políticos profesionales, etc. La verdad es que incluso en Radio 3, aunque sea
de modo agazapado, la política también está presente, pero en dosis
infinitamente más moderadas. Y eso que desde el último y reciente cambio de
gobierno, se nota claramente como algunos de los locutores (generalmente no
pertenecientes a la “vieja escuela musical”) han empezado a tender (aunque
levemente) hacia cierto adoctrinamiento personal fácilmente identificable en su
procedencia, quizás motivando por cierto intento de peloteo con el poder
temporal, por eso de asegurar el puesto de trabajo. Realmente no lo sé, pero lo
noto, y repito, son ya casi 30 años fiel a la emisora.
Otro problema
diferente, algo que ocurre en cualquier medio de comunicación, pero que me
cabrea mucho más cuando se da en los de titularidad pública, es el de la
selección de contenidos, o mejor dicho, la selección de artistas, autores u
obras a promocionar, mostrar al público, etc. En esto, Radio 3 presume de
independencia, lo malo es que esa supuesta independencia a menudo se transforma
en puro amiguismo, y, mes tras mes, resulta muy fácil comprobar como hay cierto
empeño por sacar a la luz el trabajo de unas personas y ningunear el de otras.
Y lo malo es que dicho empeño, en ocasiones, se esfuerza en promocionar
producciones de nefasta calidad y falso interés artístico o creativo. A cambio,
en muchas otras ocasiones, surgen descubrimientos insospechados, que hacen que
todo lo demás merezca la pena aguantarlo. Un buen síntoma que me hace
permanecer fiel a Radio 3 es que mis tres hijos renieguen de esta querencia
mía, y que lo hagan recomendándome otras opciones menos rompedoras y más
comerciales. Siendo así, uno de los objetivos, el de mantenerme actualizado, se
cumple, así que hago caso omiso a tales sugerencias.
Lo del
amiguismo es un mal permanente de nuestra sociedad. Afortunadamente, ya mucho
más reducido (salvo casos de corrupción o casi) en el ámbito del empleo público
de escalafón no político, o en aquellos sectores laborales privados en los que
las cuentas, los gastos y las inversiones hay que ajustarlas con eficacia para
mantenerse vivo y rentable. Pero al contrario, en las artes, el
entretenimiento, la cultura y, bastantes veces el deporte, el amiguismo campea
libremente, protegido por la subjetividad de sus esencias, así como por algunos
otros atributos entre los que encontramos el concepto de lo independiente. Lo
independiente cobra especial relevancia en la música y en las letras. Se trata
de un manido atributo que pretende dar prestigio y marcar distancias con
respecto a lo “mainstream”, lo masivamente popular, lo chabacano, etc. Lo mejor
del asunto es que se trata de un valor auto-concedido, y que busca, claramente,
la pertenencia a una casta privilegiada en algunos aspectos. Una casta que, más
o menos aglutinada, se siente con el derecho de ejercer como juez y parte para
decidir qué, del resto, puede ser o no considerado como independiente. ¡Se me
olvidaba! También pasa con el cine… Y claro en todo este “orden intangible de
las cosas”, el amiguismo encuentra un caldo de cultivo ideal.
Pero no todo
van a ser quejas o críticas al sistema “indie” y a Radio 3, que tan buenos
ratos me ha dado. Ya que ha sido, precisamente un descubrimiento suyo, el que ha
motivado el tema de esta entrada. Aquí lo que planteo es un contraste (o no
tanto) entre dos actuaciones audiovisuales breves, ambientadas en el ciclismo
de competición. La primera es musical y la segunda humorística. Entre ambas hay
décadas y muchas aparentes diferencias, aunque en el fondo, varios asuntos
coincidentes, camuflados, esperando al que el público más reflexivo los
desenmascare. La canción expone tragedia deportiva, el “sketch” comedia,
juntos: tragicomedia. Vamos a ello.
En la misma
semana que el telediario de “la uno” nos informaba de la incautación de unas
800 dosis de EPO en Andalucía, destinadas a satisfacer a unos 250 deportistas a
través de Internet (imagino que por esa vía serían todos ellos “amateurs”), en
Radio 3 descubría este impactante tema musical.
Musicalmente
te puede gustar o no (a mí sí, y mucho, será porque soy muy ecléctico). Pero lo
que me parece indiscutible es su originalidad, su capacidad expresiva y su
“acierto comunicativo”. En las texturas de la voz, el dramatismo, el ritmo, la
sencilla (pero no menos espectacular puesta en escena), etc. El cantante de
Parquesvr afronta un drama ciclista mediático, recalcando previamente el drama
diario que han de protagonizar la mayoría de los ciclistas de equipo que no
están calificados como líderes: los gregarios. Es una mera introducción
dramática. Más tarde llega la “caña”, con batería y guitarras. Llega el caso,
el gran caso. El affaire Armstrong. Pocas palabras, pero claras. Y un
estribillo casi infantil, que resume lo que puede pasar por muchas de las cabezas
de aquellos a los que les da por pedalear: “quiero saber a qué sabe, quiero
sentir el sabor, mientras siga pedaleando, el mundo gira alrededor”. Probar.
Conocer sus verdaderos efectos. Quizás, esa misma semana, un mínimo de 250
ciclistas anónimos (probablemente ni profesionales) también sintieron el deseo
de probar “el sabor”.
Luego llegan
las inocentes (o no tanto) rimas infantiles: “ya lo ves, Jalabert; que rule,
Alex Zulle; ¿dónde va Virenque? Donde va la gente; dame la mano, Abraham Olano”.
Ya lo ves (esto es lo que hay), que rule… (distribución), donde va la gente (la
mayoría), etc. Poco después el tema se detiene, el pedaleo se para. Y el
cantante se encara con el público, con el “pelotón”, el otro pelotón, el
inmenso pelotón que justifica la existencia del pelotón profesional. Y le canta
las cuarenta, le restriega parte de su hipocresía, y le manifiesta, sin
tapujos, su idolatría. Con Ave Fénix incluida… ¡Temazo! Gracias Parquesvr,
gracias Ángel Carmona por descubrírmelo.
Al videoclip,
yo que soy docente, le podría sacar mucho partido aquí, iniciando una especie
de “comentario de texto”. Pero no lo haré, que cada cual lo disfrute como
quiera y desee. Además, al día siguiente de descubrirlo ya lo empleé en una
clase de sociología para técnicos deportivos. ¡Fliparon! Pero creo que más por
constatar que yo pudiera escuchar cosas así, que por la temática en cuestión,
que es tan vieja como el propio ciclismo. Así que aparco aquí el drama.
Antes de pasar
a la comedia, las circunstancias me ofrecieron una especie de cámara de descompresión
emocional, también enmarcada dentro del ciclismo. Una conferencia impartida por
el escritor Marcos Pereda y titulada algo así como “Golfos, existencialistas y
mujeres con pantalones. Literatura y ciclismo”. Ni drama ni comedia, pero
rozando ambas constantemente y aderezado, todo ello, de sarcasmo, análisis
histórico y político, fundamentación y rigor, anecdotario, crítica, autocrítica
y muchas cosas más. Estuvo muy bien, aprendí algunas cosas nuevas y no me
aburrí con las ya conocidas, pues fueron presentadas con enfoques diferentes. A
Marcos lo conozco (ya lo he mencionado algunas veces en este blog) desde hace
algunos años. Me he leído sus (hasta ahora y espero que por poco tiempo) tres
libros de temática ciclista, y me gustan mucho. También alguno de sus
reportajes de prensa. Sin embargo, nunca había asistido a una conferencia suya.
Sí a varias presentaciones de sus libros, pero no a una charla enfocada hacia
un tema ajeno a los mismos. Y ahora que lo he hecho, puedo recomendarlo con
placer. No es que sus presentaciones no me gusten, lo que pasa es que,
normalmente, cuando las lleva a cabo, ya me he leído su libro. Además, las
plantea como un rato informal, en el que la dinámica resulta más o menos
interesante en función de la respuesta del público, y de la presencia o
ausencia de pesados entre los asistentes, preguntas interesantes, etc. En esta
ocasión todo era diferente, Marcos abordaba un asunto premeditado, nuevo,
construido a base de muchos y muy diferentes “materiales” ajenos y presentado
de un modo bien estructurado, aunque lo hiciera con su habitual estilo
informal. Pasé un rato muy enriquecedor, y le felicité, sinceramente, por ello.
Sonreí con sus palabras en varias ocasiones, y hasta disimulé alguna carcajada.
Pero no lo considero comedia. La comedia viene ahora.
Soy fan de
Faemino y Cansado. Este dúo humorístico lleva décadas trabajando el asunto y se
mantiene bordándolo. No sólo ellos con sus sucesivas actuaciones y la creación
de sus nuevos espectáculos, sino con lo que no sé si tiene más o menos mérito
aún, que la mayoría de sus antiguos sketches sigan siendo graciosos, y se
mantengan vigentes a pesar del paso de los años o las décadas.
Como “google”
no es tan artificialmente inteligente como parece (o quizás es que yo soy un
vejestorio inadaptado a su lógica de funcionamiento), me ha resultado imposible
encontrar explicación alguna sobre el origen del nombre artístico de cada uno
de los miembros de la pareja. Al menos una explicación dada por ellos. No es
algo que me importe demasiado, pero me hubiera servido para corroborar si tienen
que ver con las evidentes connotaciones ciclistas que sugieren. Faemino fue la
denominación temporal del grupo deportivo Faema. Una de las grandes escuadras
ciclistas de la historia, dirigida por Learco Guerra, Driessens o Bernardo Ruiz;
liderada por estrellas como Rik van Looy, Charly Gaul, Piet van Est, etc. e
incluso muchos corredores españoles como Bahamontes, Julio Jiménez, Miguel
Poblet, etc. Posteriormente , más como Faemino, se haría aún más popular y
triunfador con la presencia de Eddy Merckx en sus filas, en una de las fases
más exitosas de la carrera deportiva del belga.
Cartel publicitario del equipo Faemino, encabezado por Eddy Merckx.
Ciclistas
cansados lo somos todos alguna vez. En realidad muchas veces, y ¡muy cansados!
Verdaderamente agotados e incluso exhaustos, si nos coge alguna pájara. Así que
la combinación tiene sentido, especialmente porque habiendo un Faemino en liza,
lo normal es que cualquier otro resulte Cansado. Pero ya digo que todo esto no
es más que un juego inventado por mí, que quizá no tenga nada que ver con el
origen de los apodos. De todas formas da lo mismo, lo que importa ahora es la
comedia.
Una de tantas fotografías de un ciclista agotado. En este caso, por cercanía, un Faema: Charly Gaul. (Imagen procedente del As).
Y es que Faemino y Cansado, hace ya muchos años (como se deduce de la baja calidad de la imagen), realizaron un hilarante e inolvidable sketch de televisión centrado en la Vuelta Ciclista a España.
Otros temas
colaterales menores también se suceden en algunos momentos. Perlas cómicas que
se basan en fenómenos sociológicos propios de la subcultura ciclista: el “periquismo”
o el empleo de algún apellido vasco… para hacer humor son buenos ejemplos de
ellos. El primero de ellos inspiró al mencionado Pereda para su segundo libro
ciclista. Mientras que el segundo fue utilizado recientemente, igualmente en
formato de comedia, en el cine. Otra prueba de la supervivencia temporal del
sketch.
En un momento
dado, los artistas se centran en desplegar un repaso geográfico-gastronómico
peninsular. Tirando de tópicos, juegan con los platos típicos, los puntos
cardinales y algunas localizaciones concretas o regionales. Aunque pueda parecerlo,
tal ejercicio no está en absoluto fuera de lugar, y sirve para recordarnos el
potente efecto aglutinador y de cohesión nacional que generó el Tour en Francia
desde sus inicios, y que aún sigue logrando. Un evento que allí se percibe tanto
o más como un fenómeno social, geográfico, cultural y nacional, que como un
acontecimiento deportivo. Tal efecto, aunque en menor medida, también llega a producirse
en España e Italia, con la Vuelta y el Giro.
Tragedia,
intriga, aventura, mitología, comedia y algunos otros géneros o estilos
narrativos (escritos, filmados o ejecutados) han sido aportados por el ciclismo,
y parece que lo seguirán siendo. A veces producidos por el trascurrir de la
competición. Otras, tal y como Pereda nos demostró en su conferencia, por la
calenturienta, exagerada o tergiversada creatividad de los cronistas
(literarios y audiovisuales). Pero no hay que desdeñar tampoco el importante
papel y protagonismo que el público incorpora en todo ello. A través de su
consumo, del efecto multiplicador de su quehacer difusor, de su respuesta coral
y de su pasión. Sin el público-pelotón la tragicomedia ciclista no existiría. Perdería
todo el sentido.