"En el café-concierto", Edouard Manet
(Walters Art Museum)
Hoy cumplo una deuda contraída
hace unos meses cuando dediqué un texto a cervezas relacionadas con el
ciclismo. Entonces, creo recordar que me comprometí a dedicar un capítulo a las
cervezas artesanas elaboradas actualmente en mi región. Y eso me dispongo a
hacer ahora. Advierto de antemano que, en principio, no existe ninguna relación
especial entre la cerveza de Cantabria y las modalidades deportivas que nutren
mi escritura, pero nunca se sabe… quien me lea habitualmente ya me conocerá y
sabrá, a estas alturas, que en ocasiones puedo encontrar conexiones
insospechadas entre los asuntos de los que hablo.
Cantabria, en cuestión cervecera,
no es más que otra muestra de la actual, afortunada y bienvenida, tendencia
nacional en lo que respecta a la elaboración de cervezas de carácter artesano y
de tirada corta. Tendencia sustentada en una vocación emprendedora, casi lúdica
y modesta, de numerosos aficionados a tan popular brebaje. Son muchas las
personas que se han puesto a ello por todo el territorio nacional, y lo mejor
de todo es que, en la mayoría de los casos, están consiguiendo agradables
resultados. Ignoro si estas aventuras estarán siendo rentables o no desde un
punto de vista económico, pero si dan lo suficiente para crear algunos empleos,
saciar ilusiones productoras y satisfacer sedientos paladares, a mi me parece
un movimiento social al que cuidar y corresponder con nuestro consumo.
Antigua fábrica de cerveza Cruz Blanca en la calle San
Fernando de Santander.
Actualmente, en nuestra capital
parece haber varias espumosas erupciones difíciles de localizar y de seguirles
la pista. No sé si obedecen más a actuaciones semi-clandestinas y
experimentales, o a procesos de aprendizaje, que a verdaderas iniciativas
productivas. El caso es que navegando por la red, que no por la bahía
santanderina en mi kayak, he dado con referencias de las siguientes, aunque aún
no he tenido la oportunidad de probar ninguna de ellas:
- “Hopland” (sospecho que se trata de una propuesta ¡casera-casera!): ofrece variedades como “A Naughty Ale”, “YeIPA” o “Black Hope Derribado”. ¿Su localización?: “Who knows?”, pero tienen sitio en Internet (http://hoplandbeer.blogspot.com.es/).
- “Sotileza” (Marca que se declara de Santander, aunque su ubicación productora y comercial parece ser itinerante, por el mundo y sin sede fija aún): “El ángel”, “Czerwone ale”, “La Inés”, “Bengala”, “1783 Brown Ale” y “1783 Pale ale”. Tiene pinta de ser una producción tan personal que se instala donde lo hace su responsable.
- “Santa” (otra aparente micro-iniciativa, localizada en el centro de Santander). Su dirección no podría ser más castiza: la calle Río de la Pila, durante décadas uno de los centros neurálgicos del ocio nocturno de la ciudad, una empinada cuesta plagada de bares y garitos de todo tipo. En este caso parece ser que presentan una única versión denominada “Santa”.
Pero vamos a abandonar la ciudad
porque la verdadera irrupción comercial de la cerveza en Cantabria, tal y como
ha ocurrido históricamente con el ciclismo deportivo, se produce en la
provincia y no en su capital. Va a ser complicado esto de ligar la cerveza con
la bicicleta (o con mis otras modalidades), pero no hay nada que la escritura
no permita y lo intentaré a través de un “método comarcal…”
En esta edición de 2015, la
Vuelta ciclista a España tendrá un final de etapa en el collado de la Fuente
del Chivo, en la estación de esquí de Alto Campoo. El puerto es exigente y se
endurece especialmente en su culminación, alcanzando casi los 2000 metros de
altitud (depende dónde coloquen la línea de llegada, podrá estar en torno a los
1996 metros). Lo he subido un par de veces y es un puerto que me gusta y al que
me une una especial ligazón emocional por haberme criado esquiando por aquellas
laderas y montañas. Reinosa es la capital del valle de Campoo, nacimiento del
río Ebro y escenario de correrías ciclistas de algunos ex-corredores
profesionales cántabros, como por ejemplo los “esprinters” Alfonso Gutiérrez,
cuyos padres nacieron muy poquitos kilómetros al norte de allí, o Fran Ventoso,
que al menos en su época de juvenil vivía cerca de la carretera que va desde la
capital campurriana hacia el mencionado Chivo. Haber ha habido más, desde luego,
y quiero recordar especialmente a la olímpica Belén Cuevas, simpática y
pundonorosa muchacha a quién tuve el gusto de conocer hace muchos años. Da la
casualidad de que el espacio más plano del valle, disfruta de un bucle de
carril-bici que esporádicamente utilizo como alternativa de entrenamiento de
patinaje, cuando ya estoy muy aburrido de repetir en los que están cerca de
casa. Dándole un par de vueltas, me salen unos 50 km, que no está nada mal.
Collado de la Fuente del Chivo en invierno. A la derecha de
la foto se aprecia el final de la carretera nevada, que llega
hasta una estrecha pista que sigue ascendiendo hacia el
pico Tres Mares.
Santoña es una villa marinera de
singular personalidad y ubicada en un enclave muy especial entre las marismas
de la desembocadura del río Asón, el agreste peñón del monte Buciero y el largo
y estrecho puntal de arena de Laredo. Tal es así que Santoña parece casi una
isla, rodeada como está de agua por casi todos sus costados, y teniendo que
acceder a ella, en cualquier caso. Por alguna de las dos vías que, durante
algunos kilómetros, surcan la marisma mostrando acuíferos a ambos lados de la
calzada. Santoña tiene una playa de ría y otra abierta al salvaje mar
Cantábrico, un monte muy interesante, vestigios bélicos napoleónicos, muchas
empresas conserveras y gran movimiento pesquero. El paso por la villa es
relativamente frecuente en algunas rutas de entrenamiento ciclista que realizo
cada año, pero lo que no he conseguido nunca hacer, por culpa de un veto
medioambiental, impuesto por la administración, que protege es espacio natural
de las marismas, es recorrerlas con mi kayak, algo que me encantaría poder
disfrutar con acampada incluida. Desconozco si la prohibición es o no acertada
o justa, aunque recuerdo que inicialmente resultó polémica al limitar la
navegación de ocio sin motor (básicamente piragüista) pero permitiendo la
explotación parcial motorizada (marisqueo). Pero hablo de recuerdos borrosos e
imprecisos así que no quiero criticar el asunto porque asumo mi total
desconocimiento actual sobre el mismo.
Vista aérea de Santoña. Al norte la playa de Berria, al sur el
puntal de Laredo. La villa rodeada de marismas.
Por Pontejos si que paleo alguna
vez con el kayak, aunque está lejos de Pedreña y acercarse hasta allí requiere
un largo rato de remada a través de los “páramos” del sur de la Bahía de
Santander, el paisaje habitual cambia, puedo navegar rozando un par de islotes
y bordear la finca del antiguo sanatorio decadente de Pedrosa. Todo ese rumbo
de navegación se hace casi a los pies de Peña Cabarga, esa violenta y agresiva
ascensión que suelo tantear una vez al año como alarde agonístico personal. Ese
escenario de espectaculares finales de etapa, habitualmente vinculantes para la
Clasificación general final (como en aquella dramática lucha entre Juanjo Cobo
y Froome en la Vuelta de 2011). Pontejos está debajo de “la Peña”, cerquita de
Heras, haciendo esquina frente a El Astillero y a Santander. Precisamente en la
parte más cercana a Heras (y por lo tanto a Peña Cabarga), tiene una recta
llena de naves industriales en las que se ubica la sede y almacén de Cervezas
La Grúa. Se trata de una cerveza artesana comercializada y fácilmente
disponible en bastantes bares de mi zona de residencia: los pueblos costeros
del arco sur de la Bahía de Santander. Es una cerveza rica y con personalidad.
No sé si será cosa del destino, pero el caso es que el local de la empresa
cervecera está pegado a otro, ahora vacío, en el que durante algún tiempo hubo
una especia de rastro de artículos viejos, y allí, precisamente, es donde
adquirí hace un par de años aproximadamente, mi bicicleta Eibarresa, una Super
Cil de los años 60.
Fachada de la nave de cervezas La Grúa en Pontejos.
Ampuero, Ramales y toda la
comarca del río Asón han estado siempre muy ligados a la historia del ciclismo
de Cantabria. La saga de la familia Ateca (de Udalla) es un buen ejemplo de ello. Mercedes Ateca fue la
primera campeona de España de ciclismo de carretera en el año 1979 y repitió
triunfo en los años 80 y 81. Pertenecía a la Peña Santiesteban, pero al residir
posteriormente en Francia, corrió también para Peugeot, participando en
numerosas competiciones por Centroeuropa. Su hermano Fernando, ha sido a lo
largo de toda su vida gestor del ciclismo, presidente de la Federación Cántabra
muchos años (creo que incluso de la Española por breve tiempo), organizador de
carreras, etc. Su sobrino Fernando Olavarría fue campeón de España Cadete e
incluso llegó a militar en el equipo de aficionados del Banesto, cuando este
era una de las mejores escuadras del ciclismo profesional mundial. Vamos, que
entre todo esto, bastante más no comentado, y la cantidad de puertos de montaña
(los Tornos, la Sía, los collados del Asón, etc.) que rodean el precioso
paraje, el espíritu ciclista de la comarca resulta indiscutible. El piragüismo
no le anda a la zaga, pues por allí se celebra (y ya va por su 61ª edición) el
descenso internacional del Asón, la prueba más importante de nuestra región y
un distinguido referente de la disciplina en nuestro país.
Y porqué menciono la comarca del
Asón en esta ocasión, pues porque de Ampuero es la cerveza “Cierva”, que se
elabora en varias modalidades: “Coriandre Saison”, “American Blonde Ale” y “Juniper
Abbey”. Puedo decir que las he probado las tres porque están comercializadas y
se puede acceder a ellas de forma relativamente fácil por la región.
Mercedes Ateca (tricampeona de España
de ciclismo en carretera)
Sin quitar mérito a otras comarcas o áreas regionales. Torrelavega y sus alrededores podrían ser considerado como la “capital” del ciclismo cántabro, y creo no exagerar al ir un poco más lejos y añadir que tal “capital” podría estar incluida como una de las referencias geográficas singulares del ciclismo internacional. Méritos no le faltan, pues ha sido cuna de numerosos ciclistas y grandes campeones a lo largo de casi toda la historia del ciclismo. De Vicente Trueba ya escribí bastante hace tiempo. Lo de Óscar Freire no necesita ni justificación. Ciclistas de calidad los ha habido a montones por allí (José Iván Gutiérrez, los hermanos Díaz-Zabala, el mismo Alfonso Gutiérrez, etc.). El equipo de la ONCE, una de las escuadras más fuertes del mundo a lo largo de muchos años, tuvo allí su sede. Entre otras cosas porque la capital del Besaya era la tierruca de su director Manolo Sainz. El ciclismo allí se ha vivido siempre con pasión, competitividad y gran afición (en cantidad y calidad). Tuvo velódromo y actualmente tiene otro en forma de pista de entrenamiento muy concurrida. Por la zona han pasado y siguen pasando infinidad de carreras y se tiene acceso casi a cualquier tipo de orografía. Algunas de sus escuelas de ciclismo son de las más longevas y vitales de las que existen o han existido en Cantabria, y año tras año continúan forjando corredores. De hecho, me parece que Torrelavega se merecería disfrutar de un buen mueso de ciclismo. Pero no de una chapuza (que la hay) o de un garito con miras limitadas, sino de una buena y atractiva sede que incluyendo mucho contenido documental, gráfico, material, dinamizador… atrajera turismo nacional y extranjero, al que además de ofrecerle buena visita, se le pudiera agasajar con servicios complementarios de recorridos ciclistas guiados, aparcamiento accesible, actos culturales relevantes y una buena agenda de actividades relacionadas. Estoy seguro que la mayor parte de los protagonistas de la historia del ciclismo local estarían dispuestos a colaborar desinteresadamente en el proyecto, entre otras cosas porque la cuenca baja del Besaya necesita de actuaciones activadoras, generadoras de empleo, de visitas y de enriquecimiento social y económico. Ahí queda la idea, el “capital ciclista” existe.
Pues con la revolución cervecera
artesana pasa algo parecido en la comarca de Torrelavega. Al menos yo ya me he
topado con tres productores por la zona:
- “Portus Blendium”[1] es una cervecera artesanal que se ubica en Hinojedo, cerca de Suances. A día de hoy presenta cinco versiones: “Cántabra Pale Ale”, “Imperial Stout”, “Brezo”, “Rubia” y “Blenda”.
- En Reocín encontramos “Colegiata”[2],
con sus “Reserva” y “Gold”, accesibles comercialmente y a través de la venta
por Internet. La casualidad ha querido, en uno de sus sorprendentes antojos,
que mientras escribía estas líneas, una asociación de hostelería de mi
municipio presentara en sociedad una cerveza rubia que quieren promocionar como
cerveza local. Se llama “Santa Marina”, tomando el nombre de una Isla situada
al borde de nuestras playas y acantilados, destino de nados y remadas, recodo
de entretenidas inmersiones, despensa de buenos peces que pescar y generador de
una de las olas más aclamadas del Cantábrico. La promocionan como “la cerveza
de Ribamontán al mar”, otorgándola atributos de “surfera”. La probaré, está
claro, pero de ahí a que acepte sus connotaciones comerciales va un abismo. Lo
de “surfera” lo considero una estrategia de mercadotecnia oportunista, que no
pretende otra cosa más que tratar de, precisamente, subirse a la ola del éxito
comercial que todo lo relacionado con ese deporte está teniendo por todas
partes y en especial en mi comarca. Y lo de la cerveza de Ribamontán al Mar, no
es más que un acuerdo comercial, porque insisto, la cerveza en sí está
elaborada (y supongo que embotellada, etc.) en Colegiata. Así pues estamos ante
un curioso fenómeno de “deslocalización localizada”, lo cual, me parece
excelente como estrategia de establecimiento de sinergias locales próximas,
pero preferiría que la frase promocional recitase: “Cerveza
depara Ribamontán al Mar”. Simplemente porque es mucho más cierto y menos engañoso. - Y por último tenemos “La Cervezuca”[3] (Torrelavega), de la que primero tuve noticia y de la que he probado en varias ocasiones dos de sus cuatro modalidades: “La Rubia” y “La Señorita Pale”, las cuales me han gustado mucho, cada una con su propio estilo, ambas de aspecto turbio y con posos. Más recientemente lanzaron las otras dos (que aún no he tenido ocasión de degustar): “La Señora Brown” y “El Doctor Porter”.
Pero toda esta efervescencia
cervecera artesanal de dimensión modesta o como ahora lo denominan:
micro-empresarial, no ha surgido por mera casualidad o como consecuencia de una
moda (que la hay, a nivel nacional). ¡No!, definitivamente en Cantabria hubo también
un agente originario, que además, por su natural talante colaborador, ha
ejercido de maestro, ejemplo, consejero y animador para el resto de
emprendedores de la bebida ámbar, o al menos, para todos aquellos que se
acercaron para pedir consejo o informarse del asunto. El protagonista en
cuestión no es de origen cántabro, sino procedente de Inglaterra y con parcial
ascendencia escocesa. Ambas, tierras en las que la cerveza es casi una religión,
o incluso para algunos, una forma de vida, y desde luego un pasatiempo cultural
y social. Ignoró qué trajo al aludido personaje a nuestra tierra, pero el caso
es que se afincó en Liérganes, junto a una carretera que resulta familiar para
todo aficionado ciclista que se precie, porque es paso obligado en el ascenso a
los puertos de Lunada, El Caracol o incluso al monumento a la Vaca Pasiega. La
fábrica actualmente está pasado dicho pueblo, casi llegando a Rubalcaba. Así
que he rodado por delante de su fachada decenas de veces en bicicleta. Subiendo
o bajando de los puertos.
Una fábica rodeada de montañas.
Su emblema de fachada distorsionado.
Dougall’s[4]
empezó elaborando cerveza en Cantabria en el año 2006, con un estilo “británico”,
fuerte, contundente e “invernal”. Quizás no el más popular entre los gustos a
los que aquí estábamos acostumbrados. Con el tiempo, además de mantenerse a su
línea de producción, ha ido ampliando su oferta con mayor diversidad de acabados.
He podido disfrutar de tres o cuatro de ellas y me atrevo a afirmar que estamos
ante bebidas de gran calidad y personalidad. En la actualidad orecen las
siguientes variedades: “Leyenda”, “942”, “Tres Mares”, “Raquera”, “942 IPA” y
“Haití”; aunque en algunos otros momentos he sabido de otras versiones, quizás
temporales, como: “DUB (edición limitada)”, “Kajun”, “Don Diego” (una colaboración)
o “Invierno”. La fábrica se puede visitar con cita previa. Merece la pena,
porque aunque la instalación se recorre en muy poco tiempo, la charla con
Andrew resulta incompatible con las prisas, pues tiene mucho que contar y
adereza la tertulia con constantes erupciones de auténtico humor inglés, con el
que critica elegantemente a la producción industrial, al desarrollismo, la
hipocresía política y las trabas administrativas. Con él se pasa un rato
agradable, en el que la ironía y el buen talante generan una atmósfera cercana
y cómica, la cual marida perfectamente con la degustación de sus amargas
bebidas, en las que el lúpulo parece ser ingrediente esencial. Para Dougall lo
primero es elaborar las cervezas que a ellos les gustan, y una vez conseguido, “vender
toda la que les sobre”. Una perspectiva comercial aparentemente disparatada,
pero la cual, tras varios años de esfuerzo, parece que empieza a ser rentable.
Hace poco estuvimos de visita por allí, y acababan de recibir una nueva máquina
con la que además, darán el salto hacia el envasado en lata, el cual, pese a lo
que gran parte del consumidor piensa… resulta más adecuado y preservador de las
propiedades originales para las cervezas artesanales.
Andrew explicándonos sus teorías cerveceras.
Parte de la gama de cervezas Dougall's
No hay cosa que me guste más al
terminar una larga jornada de ciclismo, una buena patinada con calor o una
estimulante excursión en kayak, que poder sentarme con amigos o en familia
disfrutando de una (o más) cervezas frías, comentando la actividad, quizás aún
recreándonos con el paisaje, ya sea a la hora del aperitivo, antes de una buena
comida, o al atardecer si la jornada ha sido larga y nos ha llevado la mayor
parte del día. Me gustan casi todas, desde las negras (fuertes o dulzonas), a
las rubias refrescantes, pasando por todas las tostadas llenas de aromas y
matices. Me satisface enormemente ser actualmente testigo de toda una tendencia
de iniciativas productoras en formato artesanal y de pequeño negocio. Espero
que todas ellas resulten viables y sostenibles, para que puedan mantenerse como
modo de vida para quien en ellas estén implicados. No creo que lleguen a
hacerse ricos, ni falta que nos hace a las personas, de lo que se trata es de
poder vivir bien, con dignidad y felicidad, y si es posible hacerlo trabajando
en algo que nos guste o apasione, mejor que mejor. Y si además, como ocurre con
estas cervezas, lo producido ayuda a alegrarle algunos momentos de la vida a
los demás, sus autores deberían sentirse muy orgullosos. Mi más sincera
enhorabuena y muchos ánimos para continuar con la labor.