martes, 31 de agosto de 2021
domingo, 15 de agosto de 2021
NO SIEMPRE LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO
Menudo año aciago que llevo desde el punto de vista ciclista. Estoy montando poquísimo. Así que “ando” poco. Más bien me arrastro. Me da pereza salir a entrenar (por llamarlo de alguna manera) y cuando lo hago, más bien me lo tomo como paseos de investigación y búsqueda de carreterillas escondidas y desconocidas, nada de largas cabalgadas. Además, ha dado la casualidad de que este año no he planeado ningún viaje ciclista, sino basados en otros de los medios de locomoción con los que también me gusta viajar. Hay semanas de verano en las que las únicas pedaladas que doy son las que van de casa a la playa (600-800 metros) y vuelta. Eso sí, al menos tengo que superar una cuesta de plato pequeño en el trayecto. Así que no es de extrañar que un día que acometí un recorrido típico de por aquí, de unos 100 km con tres puertos, llegara a casa baldado y me pasara toda la tarde tumbado en el jardín leyendo. En fin, un desastre.
A cambio, el Tour para nada me ha parecido un desastre, lo he disfrutado mucho. Al principio sí que pensé que pudiera resultar empobrecido a causa de tantas caídas y candidatos a la general fuera de juego, pero resulta que finalmente no fue así. Confieso que esperaba una reedición del mano a mano del año anterior entre los dos eslovenos, pero no ha podido ser a causa de las consecuencias de la caída de Roglic. Que éste hubiera plantado cara a Pogacar o no, nunca lo sabremos. Seguramente, el público general y los periodistas, que siempre se cargan de razones a toro pasado, aseguren que el segundo estaba intratable, y que el otro no hubiera tenido nada que hacer. No lo sé, es imposible saberlo, aunque a mí, me parece que la diferencia que ha demostrado Pogacar con respecto al resto de competidores este año, ha sido parecida a la que mostraron los dos eslovenos con respecto a los demás en la edición anterior. Da lo mismo, todo esto no son más que conjeturas sin sentido.
Lo que no son conjeturas es lo que ha pasado con el Jumbo a raíz de la retirada de Roglic. No ha sido nada personal, hubiera ocurrido ante la desaparición de cualquier otro líder. Lo que ha sucedido es que un gran equipo, que estaba estratégicamente programado para arropar, defender y trabajar para un líder con claras opciones de victoria en la general, se quedó sin él. ¿Y entonces qué? ¡pues fuego y fuego! Libertad de cátedra y a dar palos aquí y allá. Kuss se lanzó a por la parte del pastel que le correspondía y ganó su etapa de montaña. Lo hizo ascendiendo con soltura, con un estilazo de aparente facilidad que ya había mostrado hacía dos años en la Vuelta. Lástima que ello supusiera que Valverde no haya podido despedirse (supongo) del Tour con una victoria de etapa.
Luego está lo del chaval… Vingegaard. El tipo no solo acabó en incontestable segundo puesto, sino que incluso fue el único que demostró ser capaz de dejar de rueda a Pogacar en algún momento de la pugna de cabeza. Este caso es muy interesante porque muestra a las claras una cosa que todos sabemos, pero acostumbramos a olvidar: que haber, la mayoría de las veces, habría más potenciales candidatos de los que pensamos para la victoria final. Lo que pasa es que las férreas disciplinas de equipo evitan que afloren las posibilidades y los estados de forma reales. Esto no es nuevo, se ha dado a lo largo de casi toda la historia del ciclismo, especialmente a medida que la profesionalización de los equipos fue cobrando mayor consistencia. Pero no hay más que acordarse de Hinault y Lemond, aparte de algunos otros casos visibles. ¿Y qué hay de los invisibles? Incontables, sobre todo en el seno de “equipos-apisonadora” ganadores. Total, que gracias a la retirada de Roglic, tenemos un nuevo gallo en el corral.
Lo un corral con varios gallos, es algo raro de ver hoy en día. Casi cosa de “cuatro” ciclistas (algunos de ellos iberoamericanos) que tienen tendencia a pasarse la disciplina de equipo por la badana del culote. Los hay que, de hecho, después de haberse pasado la vida atacando a sus compañeros de equipo, ahora que no los disfrutan, demuestran haberse quedado en nada. En cualquier caso, para evitar que las indisciplinas resulten explícitas y, a la vez, fomentar la batalla y abrir la puerta a los “outsiders”, yo soy de esos nostálgicos que preferirían un ciclismo sin pinganillos. Y es que, aunque quizás esté equivocado, este deporte me gusta más vivirlo como individual.
Pero, por encima de todo, para mí (y para mi amigo Jesús, a quien saludo desde aquí) el hombre Tour del año, el rey de la carrera, ha sido otro, uno que ni siguiera se ha enfundado el maillot amarillo: Van Aert. ¡Qué espectáculo! Qué generosidad de esfuerzo, qué polivalencia y qué manera de entender el ciclismo como guerra sin cuartel, desarrollada batalla a batalla. Parece evidente que este purasangre de largas extremidades e imponente planta sobre la máquina había llegado justo de forma a la carrera. Quizás, gracias a ello, la ha ido cogiendo o depurando día a día. Y si la carrera hubiera durado más, no sé qué habría pasado. Empezó trabajando sin escaqueos para su equipo, pero luego, otro más, se topó con margen de maniobra, y se ocupó, básicamente de dos cometidos: uno, estar siempre ahí, delante, cuando las cosas se ponían tensas de verdad; y dos, ganar etapas. Pero no cualquier etapa, sino un prestigioso catálogo de etapones.
La colección empezó con el Mont Ventoux ¡nada menos! Y ascendido dos veces ¡por si fuera poco! La segunda de ellas por su ruta más dura y característica desde Bédoin. La conozco, la he sufrido, “larga pero dura”, agotadora. Quien no la haya ascendido pensará que aquel final alopécico de vegetación, pedregoso, blanquecino y descarnado, es lo peor. Se equivoca. Lo que allí sucede (salvo que sople el viento en contra), es que los ciclistas llegan ya masacrados, así que los ataques se hacen más evidentes y saltan las diferencias con mayor facilidad. Pero es a costa de los dos primeros tercios. Curiosamente los boscosos, los que nos hacen llegar hasta el Chalet Reynard. Y es que antes de llegar allí se acumula un importante kilometraje de porcentaje constantemente duro. Eso sí, arriba de todo, justo en la cúspide, en la base de la antena, hay una última rampa de morirse, la más pendiente de todo, lo que pasa que es muy corta y que, además, ya has llegado. Pues por aquel escenario se paseó Wout, con su maillot belga, ascendiendo a lo campeón, a ritmo, con un pedaleo fluido y constante, sin rachas, amagos o escorzos forzados para a galería. Daba gusto verlo. Subir y luego bajar, cosa que hace sin fisuras. Porque, como su acérrimo oponente (que ya no andaba por allí desde hacía días), este chaval, aparte de “andar” en bici, sabe “montar” en bici, parece que ha nacido con ella puesta ¿será genético o cultural? ¿quizás efecto de las Grandes Clásicas? ¿o del ciclo-cross? Creo que todo junto.
Wout Van Aert concentrado en su segunda ascensión al Mont Ventoux (Imagen: imago en euroesport.es) |
No contento con aquello, el día de la última CRI nuestro ciclista salió de toriles con una idea fija en la mente: fuego y fuego y a ver qué pasa. ¡Menudo torbellino! No perdió la compostura en ningún momento y, a más de 51 km/h de media (que se dice fácil), derrotó a todos los contrincantes. Sí ya sé que el maillot amarillo pareció tomarse las cosas con calma porque tenía margen, pero el resultado ahí está y además, vista la aparente tendencia de rendimiento de todos los corredores a lo largo de la última semana de carrera… la mayoría parecían ir decreciendo, mientras que Van Aert iba en aumento. Con el crono en la mano, que es lo que cuenta, ¡incontestable!.
Tal fue así que, al día siguiente… ¡sorpresa! ¿o no tanto?. No para mí, y me consta que tampoco para algunos otros. El Tour tocaba a su fin. París, Campos Elíseos. Etapa mitad fiesta, mitad espectáculo. Relajo durante la aproximación a la capital y alardes de velocidad en las vueltas al circuito urbano de las grandes avenidas y el Arco del Triunfo. ¿Favorito? Mark Cavendish, a punto de superar a Eddy Merckx en número de victorias de etapa en el Tour. Al británico, vestido de verde, le había estado acompañando toda una legión de pretorianos de su equipo, a una minutada de distancia por detrás, cada vez que una etapa presentaba un perfil con elevaciones. Ciclismo artificial, de ese de equipo sacrificado, poco o nada individual. No tengo nada contra Cavendish ni los demás esprínters, también es parte del espectáculo y, en ocasiones, vertiginosamente emocionante. Pero el último día los equipos ya iban cansados y diezmados, y los individuos también. Menos uno, parece ser. Cuando la meta se aproxima, Van Aert anda listo, no se despista y, como tiene fuerzas y mucho oficio, se coloca muy bien y maniobra con maestría desde unos dos kilómetros antes del sprint final. Y en la recta, a pocos centenares de metros, se lanza en pugna con los demás, los supera y (él sabrá cómo consigue alargar esa potencia más de lo habitual) de forma que ninguno logra adelantarlo. Me quito el sobrero: Mont Ventoux, CRI y sprit final.
¿Alguien ha dicho artificial? Sí, he sido yo. El día de la última CRI me estuve fijando en todas las bicicletas específicas para ese tipo de pruebas. Hace ya un tiempo que me había percatado de que llevan un manillar que durante bastante tiempo, cuando se inventó (allá en la época de los récords de la hora de Boardman), fue pronto prohibido por la UCI, tan caprichosa ella en sus normativas. El caso es que ahora mismo, insisto, desde hace tiempo, ha quedado implantado definitivamente. No me refiero al acople que solemos llamar de “triatlón”. Sino al manillar en sí mismo, ese que les sirve para agarrarse al arrancar y, si acaso, superar alguna rampa muy dura o trazar alguna curva especialmente difícil. Si nos fijamos bien en ellos, tienen dos características comunes a todos. Por un lado, son muy aerodinámicos (con diferentes perfiles). Y por el otro, están colocados muy bajos, más o menos a la altura del movimiento de las rodillas. En la época de la prohibición, el organismo federativo alegaba que ese manillar ejercía un efecto deflector que reducía el flujo de aire que chocaba contra el movimiento (más o menos circular, en función de las diferentes articulaciones) de las piernas. El movimiento del pedaleo constituye una especie de gran ventilador (bielas y piernas) que avanza contra el aire, a una media de unos 50 km/h, generando sus propias turbulencias al rotar a unas 100 rpm. Es, junto con las ruedas, pero con mucha más superficie frontal, el mayor freno aerodinámico del ciclista a altas velocidades. Como siempre hay incrédulos por aquí y por allá, voy a pediros, a aquellos que montáis en bicicleta, que recordéis lo que sucede cuando bajando una pendiente alcanzáis velocidades iguales o superiores a aquellas en las que sería eficaz seguir dando pedales. Lo que ocurre es que cuando dejas de darlos corres más, y si empiezas a pedalear de nuevo ralentizas el desplazamiento. Es fácil de experimentar en condiciones apropiadas. Total, que, vistos los modelos y disposiciones de los manillares actuales, creo que esa ventaja aerodinámica añadida está ahí, eso sí, para todos. Lo que me llama la atención es cómo se ha ido incorporando, poquito a poco, centímetro a centímetro, como a la chita callando. Bueno, en realidad no lo sé quizás haya sido mediante un cambio normativo repentino y yo no me haya enterado. Y es que, la verdad, no sigo demasiado la actualidad ciclista.
Pero, aunque mi actividad ciclista veraniega haya sido escasa, no quita para que haya seguido manteniendo algo de contacto con la atmósfera cultural que lo rodea. Tal ha sido el caso de un par de autores que ya podemos considerar clásicos en la literatura ciclista nacional. Con Marcos Pereda quedé un ventoso y frío día cantábrico para tomar un café. Uno de esos que yo denomino largos e inteligentes, en los que lo de menos es el café, pues lo relevante es disfrutar de una prolongada e interesante conversación, sin interrupciones, con alguien que, como él, merezca la pena. Hablamos de su trabajo como periodista, de ciclismo de actualidad, de ciclismo de otras épocas, de sus peripecias rodadas o inquisitivas por Andorra, y de sus próximos proyectos. Además, me presentó, y dedicó, un ejemplar de la segunda edición de su exitoso “Arriva Italia”. Le reconocí que ignoraba que hubieran publicado una segunda edición y me explicó que sí, que lo ha hecho Libros de Ruta, editorial a la que, por su tenacidad, todos los aficionados a la lectura y el ciclismo deberíamos estar agradecidos. En condiciones normales no tendría demasiado sentido hacer referencia de una 2ª edición, salvo para animar a aquellos que no hayan leído la primera a que lo hagan, porque el libro es bueno y se agotó. Lo que pasa es que la segunda trae nada menos que 80 páginas añadidas completamente nuevas. ¿Se trata de una especie de contrataque al último libro de Ander Izaguirre? Sin ninguna duda… ¡No!. Apenas hay un mes de diferencia entre la publicación de ambos, y ese lapso, en términos editoriales, resulta prácticamente inexistente. Se trata de una coincidencia. Una feliz coincidencia.
El libro de Marcos Pereda. El rosa está de moda en la literatura ciclista de este verano. (Imagen: ciclismoafondo.es). |
Las nuevas páginas, el contenido extra del libro son diferentes. O al menos así me lo han parecido. Abordan historias caprichosamente escogidas por el autor, también referidas al Giro, pero de épocas anteriores y posteriores a lo tratado en el cuerpo general del libro. Merece mucho la pena, por ejemplo, la condensada y amena contextualización histórica que Marcos aporta sobre la Italia de antes del primer Giro y su conexión con el peculiar proceso de fundación de la carrera. En cuanto al estilo narrativo de esta especie de “bonus track” es diferente al del libro original o primigenio. Aquí el autor se vuelve más canalla, malhablado… raquero, aunque sea de Torrelavega. Juega mucho con el lector, con los corredores, las figuras históricas e inserta ironía (y a veces mala leche) a paladas. Los nuevos capítulos, en general, se asemejan más al ritmo, estructura y estilo que el autor suele utilizar en sus crónicas periodístico-literarias en otros medios. En cierto modo, al leerlos, pareces estar escuchándoselos contar al narrador en cualquier bar, en plena tertulia desenfadada, lubricada con copas para todos.
Cartel de la actividad. Todo un honor acompañar al autor. |
Sobre el libro de Ander ya escribí unas pocas entradas atrás. A raíz de aquello, intercambiamos algunos correos y finalmente nos encontramos con ocasión de su presentación en Santander. Me pidieron que los acompañara a él y a su nuevo libro, y juntos mantuvimos una entretenida tertulia delante de una treintena de asistentes sentados, y muchos transeúntes o curiosos que pasaban por allí y se quedaban un rato a escuchar. Y es que, por esto de las restricciones, la librería Gil tuvo la feliz idea de montar el “salón” en la calle, en los soportales que conforman su fachada. El lugar es muy acogedor, la tarde acompañaba, soleada y templada, y la gente respondió. Conseguimos atrapar la atención del aforo hablando del Giro, sin apenas dedicar palabra ni a Bartali, ni a Coppi, ni a Magni. Y es que la historia del Giro y el fenómeno sociocultural del ciclismo en Italia dan mucho de sí. Si a Ander se le nota que le gusta escribir, tanto o más le sucede con lo que respecta a hablar. No escatima, tiene ritmo, soltura y mucho que contar. Me lo pasé muy bien con él. Además, fue una nueva oportunidad de encontrarnos y, al margen del acto en sí, poder volver a conversar en privado, entre otras cosas, de algunas de las aficiones comunes que compartimos.
La presentación en curso. (Imagen: Librería Gil). |
Con ambos libros he tenido una sensación muy similar con respecto a un detalle menor. Me ha dado la impresión de que, estilos e intenciones de autor aparte, quieran ellos o no, sea voluntario o inconsciente, trasmiten ciertas diferencias de tratamiento de sus contenidos cuando estos tienen que ver con hechos pasados, respecto a otros que los autores han podido ver directamente (en pantalla) porque han coincidido con ellos como público ciclista. Ante carreras o etapas que estos escritores han podido vivir en tiempo real, sus relatos se me hacen mucho más personales. Les percibo como mucho más liberados del peso de la historia, del consenso bibliográfico, de las fuentes. Sus interpretaciones se vuelven más propias, menos compartidas con la opinión generalizada y, por lo tanto, pueden acabar generando conclusiones o juicios de valor más alejados entre sí, y del propio sentir que cada lector podamos haber retenido de cada situación, por haberla vivido también de un modo “directo”. Con todo esto no quiero decir que el resultado sea mejor o peor. Simplemente es distinto, claramente diferente. Personalmente tengo mi preferencia al respecto, pero no viene al caso. Lo pertinente es preguntarme a mí mismo si, en mi modesta actividad narrativa, ocurre algo similar. Si mi tratamiento de los contenidos cambia mucho de cuando doy cuenta de hechos que no he vivido o conocido en tiempo real y por tanto están basados en fuentes, con respecto a otros de los que he sido o soy contemporáneo. Y cuando me lo cuestiono, tengo que reconocer que sí, que cambio el talante de mi narración. De modo inconsciente y no premeditado creo que la hago más personal, más particular y discutible, especialmente, esto último, por parte de otros testigos contemporáneos.
Ya queda bastante menos verano del que ha transcurrido. Los maizales de mis alrededores están muy altos y serán cosechados en breve. Sigo sin planes ciclistas a la vista, pero eso no quiere decir que no esté disfrutando las vacaciones. Ni mucho menos.