Los aficionados y practicantes del ciclismo retro estamos de
enhorabuena. En septiembre de este año nace la primera marcha cicloturista
retro oficial en Cantabria: “La Retrovisor”. Estoy seguro de que va a tener
éxito pues me huelo que la cifra de excelentes bicicletas de antaño que deben
estar guardadas y conservadas con cariño en los garajes, trasteros, desvanes, cuartos
de almacenamiento y demás rincones de nuestra geografía norteña ha de ser
increíblemente elevada. Por aquí siempre hubo (y sigue habiendo) una destacada
afición a la bicicleta y al ciclismo deportivo. Y además, me consta, un
especial y nostálgico apego a los ídolos, hazañas, uniformes y máquinas de
antes. El evento se está organizando con mimo, conozco bien a su creador y sé
que lo hace con cariño y vocación. Y si en su primera edición aún encontramos
detalles mejorables (cosa que dudo), seguramente se deban más a la brevedad del
plazo de puesta en marcha que a errores de concepción, esfuerzo, capacidad
visionaria o conocimiento del asunto. De todas formas daría igual, lo importante
es que la primera vez salga adelante y siente las bases y la inercia necesaria
para que después, año tras año, vengan muchas más reediciones. Me han asegurado
en este sentido que la intención de “La Retrovisor” es la de quedarse con
nosotros para el futuro, convertirse en un referente del ciclismo clásico y
vintage en Cantabria, en España, y con el paso de los años, también fuera de
nuestras fronteras. De hecho sus organizadores se han estado interesando mucho
y bien por muy diferentes aspectos del asunto del ciclismo retro. Han
preguntado y consultado aquí y allá, y han participado en algunas otras citas
para vivirlo desde dentro. Y la vocación de futuro y continuidad de la
celebración se deja entrever en algunos detalles. Valga como ejemplo al que dedico
hoy estas líneas.
La organización tiene previsto incluir cada año un homenaje
otorgando un premio. No quieren dárselo a una sucesión más o menos brillante de
famosos vinculados al ciclismo, conocidos por todos o por muchos y la mayoría
de ellos ya homenajeados en numerosas ocasiones. Al contrario, pretenden huir
de estrellas mediáticas o muy populares y buscar y dar a conocer a héroes casi
anónimos, cuyo valor y bagaje, pese a haber podido pasar desapercibido a lo
largo de las décadas, haya supuesto un cimiento importante para el ciclismo de
todos nosotros. Todo ello además, observado desde la óptica que da el largo
paso de los años. Nada de apuestas de futuro (como en alguna ocasión ha hecho
cierto afamado premio nacional para conseguir un guiño hacia las nuevas
generaciones), sino como refuerzo a los hechos consumados, a los años de
trabajo, dedicación u otro tipo de valor demostrado a lo largo del tiempo. El
primer homenaje nos empezará a dar pistas sobre la filosofía del premio. Por el
momento, de lo que si podemos hablar es del nombre elegido a la hora de establecer
el que será desde su inicio el premio otorgado, nada más y nada menos que: “Premio Vicente Trueba”. La idea la celebro con total sinceridad y la aplaudo desde mi razonamiento
y quiero explicar porqué. Para empezar considero que cualquier recuerdo público,
rememoración, celebración u homenaje a la figura del legendario ciclista de
Torrelavega es poca, a la luz que nos dan el recuerdo, repaso o investigación
de sus hazañas deportivas. El paso de los años, la Guerra Civil, la postguerra,
los sucesivos “booms” deportivos españoles y muchos otros probables factores,
han hecho que el recuerdo de aquel grandioso ciclista se haya visto mermado y
en cierto modo arrinconado dentro del espacio de nuestra memoria ciclista y
deportiva. Así pues, que vea la luz un galardón que recuerde al personaje y lo
traiga a la mente al menos una vez más cada año, me parece justo y estupendo.
Si además tenemos en cuenta que el premio estará siempre ligado a un evento
cuya esencia principal es la de revivir y hacer disfrutar del ciclismo del
pasado, parece lógico pensar que la guinda del pastel de su homenaje principal
se proponga en forma de mito, leyenda y referencia del pasado lejano, de épocas
de cimentación de la historia del ciclismo. ¡Un referente histórico
irreprochable para dar significado a un premio con vocación de reconocer sucesivas
trayectorias de larga duración a favor del ciclismo! Todo ello enmarcado dentro
de un escenario de ciclismo histórico, retro, clásico o vintage.
"Vicentuco" (Foto: amigosdelciclismo)
"Pasando por el Tourmalet" (Foto: ARBES;
Emile es un fantástico coleccionista Tour y asiduo
ciclista retro en Francia).
ciclista retro en Francia).
Por lo tanto, considero que no está de más dedicar algunas
líneas a Vicente Trueba. Para mí no es algo fácil, pues mi desconocimiento de
su biografía es mucho mayor que lo poco que puedo saber de él. Sonarme me ha
sonado desde siempre, pues de él oí hablar desde niño a mis padres, abuelos y
demás personas de mi entorno, especialmente en circunstancias de conversación
relacionadas con el ciclismo. Pero mi intención aquí no es para nada
biográfica. Para eso están los expertos, los familiares del corredor, los forofos
del ciclismo de siempre y, por encima de todo, su único biógrafo editado: Ángel
Neila, cuya obra, de la que anoto referencia al final de la entrada, resulta un
auténtico tesoro de bibliografía ciclista. Más bien me deslizaré de puntillas
entre algunos aspectos del ciclista que me han llamado la atención, cuando tímidamente
me he acercado un poco a diversas fuentes de información, o cuando la
casualidad me ha entregado algunas anécdotas.
Vicente Trueba debió de ser un ciclista superdotado, una de
esas joyas que sólo aparecen muy de cuando en cuando en la historia del
deporte. Solo eso explica que fuera capaz de hacer lo que hizo y rendir como
rindió, sin realmente verse a sí mismo como un auténtico ciclista del todo, o
quizá expresándolo mejor, sin realmente considerarse así mismo como un ciclista
en exclusiva. Sin ir más lejos, algunos de sus hermanos pusieron más
motivación, dedicación y puede que empeño en tratar de desarrollar sus carreras
ciclistas como profesionales; pero la barita fortuna, los genes, el carácter y
todo lo demás que suele hacer falta para destacar, los atesoró Vicente (aunque
él mismo comentara que Fermín quizá hubiera sido aún mejor ciclista que él si
la historia no hubiera sido tan agresiva con Europa y nuestro país durante
aquellas épocas convulsas). Tal combinación de factores hizo, que junto a la
inercia que suele provocar que en ocasiones sigamos las estelas familiares
marcadas por nuestros hermanos mayores, Vicente se viera disputando carreras y
terminara en el Tour de Francia, escribiendo páginas únicas para la historia.
Todo esto explica, en cierto modo, que no estemos ante un palmarés apabullante.
Para empezar, en los años 20 y 30, el mundo del deporte no tenía ni de lejos el
desarrollo actual. La proliferación de eventos en los que forjar un amplio
currículum era infinitamente menor. Como ejemplo de ello baste recordar que la
primera Vuelta a España se celebró en 1935, momento para el cual nuestro
corredor ya había demostrado todo y más en el Tour de Francia, y que ésta
pronto se vio suspendida varios años seguidos a consecuencia de la guerra. Tanto
Bartali como Coppi experimentaron en sus propias vidas, los zarpazos que los
conflictos bélicos atestan a cualquier palmarés si se cruzan en tu camino. Pero
volviendo al recuerdo de Vicente Trueba resulta verdaderamente sorprendente que,
a la vista de su desempeño ciclista, podamos estar hablando, unos 80 años
después, de que estábamos ante un “hombre-tour”. Así lo sugiere el hecho de que
aunque su carrera deportiva entre los grandes durara escasamente unos seis años
(pues una solitaria, la guerra y algunas otras circunstancias la interrumpieron
más de una vez y los años anteriores apenas podrían ser considerados como
escarceos no profesionales), de ellos, en seis ocasiones tomara la salida en la
ronda francesa. En las primeras oportunidades lo hizo dentro de la categoría de
“turista-routier”, o lo que era lo mismo: participantes no profesionales, sin
equipo, sin apoyo y sin algunos derechos o privilegios que acompañaban a los
demás. Vamos, una auténtica demostración de lo que siempre denomino espíritu
deportivo original (sportman), de ese que caracterizaba a la época del
nacimiento del deporte moderno allá por los últimos años del siglo XIX y
principios del XX y que se me antoja demasiado ausente en nuestros días. Aquel
tipo de corredores debían ser autosuficientes y ellos mismos corrían con sus
gastos y asumían todas las labores de organización en sus participaciones. Pese
a ello, en su segunda participación, la del año 1032, Vicente se codeó con
todos los ases del momento y los puso en jaque en el terreno para el que él
estaba superdotado: la montaña. La exhibición debió de ser tal, en especial en
la etapa del Aubisque, de la que aún es fácil encontrar crónicas ilustrativas, que
inspiró a los organizadores para crear, a partir del año siguiente, el actual
Premio de la Montaña. Así pues, una vez más constatamos que además de ciclista,
Trueba fue (y gracias a “La Retrovisor” lo seguirá siendo) un precursor de
reconocimientos y méritos deportivos. Pero lo que principalmente hizo
irrepetible a Vicente Trueba fueron sus hazañas logradas en el Tour de 1933. Aquel
año debió de tomarse la preparación muy en serio porque el repaso que dio a
todo el resto del pelotón en la montaña, no se ha vuelto a repetir desde
entonces en la gran prueba gala. Por supuesto ganó el Gran Premio de la Montaña
(primer corredor de la historia en conseguirlo; difícilmente no hubiera sido
así habiendo coronado en primer lugar 9 de los puertos programados), batió el
record de ascensión del Galibier y atacó sin descanso, a la mayoría de sus
adversarios. Por si todo esto hubiera sido poco, aquel año se dio la
circunstancia de que en más de una ocasión, los organizadores de la carrera,
aferrándose a una remota cláusula de sus estatutos, ampliaron el margen del
porcentaje del tiempo de fuera de control, para evitar que los primeros clasificados
de la general hubieran quedado excluidos de la prueba por haber llegado tarde en ciertas etapas.
Tal situación se aplicó sobre los cinco corredores que al final, en París,
quedaron por delante de él en la clasificación general, mientras que no se hizo
en otras etapas con otros implicados. No son las actuales (transcurridos 81
años), épocas para andar reclamando nada, pero con el reglamento en la mano,
Vicente Trueba debió ser el ganador del Tour de Francia de 1933.
"Portada del diario AS de 1932 con el mítico paso de Trueba
por el Aubisque" (Foto: todocoleccion)
por el Aubisque" (Foto: todocoleccion)
"Vicente Trueba" (Foto: Bernard Paris)
Dos preciosas imágenes del ciclista escalando en el Tour de 1933.
(Fotos: cyclingart.blogspot)
Aquella decisión arbitraria se explica más si nos fijamos en la figura de Henri Desgrange (HD), en vez de dejarnos llevar por el tópico popular del chauvinismo francés, que si bien en ocasiones hemos tenido que lamentar, no siempre resulta racional tenerlo en cuenta, y menos en este caso en el que según parece Vicente Trueba había conseguido enamorar a la gran mayoría de la afición gala con sus espectaculares demostraciones ciclistas. El creador del Tour (HD) fue toda una personalidad, como corredor, periodista, empresario y fundador (y director) del Tour de Francia. Por si alguien no lo sabe, además, fue el primer poseedor del récord de la hora. En todos estos ámbitos mencionados se comportaba con genialidad, y, tal y como muchas veces ocurre con algunos genios, con despotismo, autoritarismo y carencia de piedad. Dicen sus biógrafos que la creación del Tour de Francia obedeció más a una estrategia para luchar contra Le Veló (un periódico rival) que por crear una carrera. De alguien tan ocupado y preocupado por sus intereses profesionales, comerciales y de poder, no nos debería sorprender nada que surgieran decisiones reglamentarias arbitrarias que sirvieran para salvar un todo aún a costa de perjudicar a un sencillo ciclista. Si alguien duda de la fama de carácter y maneras dictatoriales de Desgrange, que le pregunten a Lapize, ganador del Tour de 1910, cuando aquel mismo año, exhausto, nada más alcanzar el paso del Tourmalet, tiró su bicicleta al suelo y se acercó a los organizadores para llamarlos “¡asesinos!”. O mejor aún, a los míticos hermanos Pélissier, quienes en el Tour de 1924 abandonaron la carrera tras un largo itinerario de desavenencias con “El patrón” (HD), que en cierta medida quedaron inmortalizadas para la historia del ciclismo en el artículo periodístico escrito por Albert Londres: “Los forzados de la ruta”.
"En el Galibier precisamente" (Foto: Yves Fioux)
Pese a todo lo anterior a Desgrange le debemos mucho los aficionados del ciclismo, y él mismo bastante a Vicente Trueba, no sólo por servirle de musa para la creación del Gran Premio de la Montaña o animarle varias ediciones del Tour allá por los años 30, sino porque el de Sierrapando representaba la esencia de lo que HD consideraba que debería de ser el corredor ideal para su carrera: un luchador, infatigable, duro, de comportamiento espectacular, batallador, sufrido, autónomo, independiente y solitario en su batalla. La propia imagen de Trueba con su metro y medio largo de estatura (158 cm), sus 51 kg de peso en estado de forma y sus primeras participaciones como “routier” secundario, maridaban bien con esa concepción tan épica. El director de la prueba hablaba muy bien del corredor y aún trataba de conseguir persuadirlo de su participación cuando Trueba estaba ya mucho más convencido de su retirada que de dar pedales. Precisamente Desgrange, en una muestra de su parcela periodística o literaria (pocos conocen que de joven fue el autor de una novela de temática ciclista), fue quien acuñó el apodo por el que se le conocería para el resto de su vida: “La Pulga de Torrelavega” o también “La Pulga de la Montaña”, refiriéndose doblemente a su hábitat natural de ataque como corredor y la entonces frecuente forma de denominarse a nuestra región actual. Aunque dicho sobrenombre provenía más de su estilo compitiendo que de su figura, tal y como se deduce de algunas frases del propio puño y letra de Desgrange:
“De nuevo, como las pulgas, salta otra vez del pelotón que,
de un manotazo, lo aleja, pero vuelve a la carga una tercera, cuarta, quinta y
sexta vez, la pulga continúa saltando del pelotón”
"Los hermanos Manuel, Fermín y Vicente Trueba, con los colores de BH (1935)"
(Foto: Ángel Neila).
"En el Tourmalet" (Foto: cyclinghalloffame)
"Paso del Galibier en el Tour de 1933" (Foto: tercerequipo)
De la vida cotidiana y posterior al ciclismo, de Vicente
Trueba, no conozco casi nada. Tan sólo que, a juzgar por algunos leves datos,
debió ser lo que actualmente venimos llamando (y suspirando por su aparición
multitudinaria) un emprendedor. Trueba ganó dinero con el ciclismo, no una
exageración, pero si lo suficiente como para abrirse camino en el mundo
empresarial. Junto con su familia montó una diversidad de negocios relacionados
con la edificación, los materiales de construcción, la hostelería y un taller
de bicicletas. Los devastadores efectos del histórico incendio en el puerto de
Santander en el año 1941 (el cual supuso una verdadera catástrofe para la
ciudad, en los ya de por sí nefastos años de la postguerra), propiciaron que su
empresa participara activamente en la reconstrucción del centro de la ciudad.
Además de una manzana de edificios en una de las avenidas más comerciales de la
ciudad, allí nació la cafetería Trueba, que poco a poco se fue consagrando como
sede permanente de tertulias y “cafés” de los más notorios comerciantes de la
capital (siendo mi suegro activo testigo de dicho proceso). Con el paso de los
años, Vicente se trasladó a Madrid donde fundaría una nueva empresa de
construcción, que también le acabaría dando una buena rentabilidad. A quién si
tuve la suerte de conocer, aunque fugazmente, fue a su mujer Josefina Bedia,
pues estuvo presente, a sus 98 años de edad, en un acto que compartí con el
escritor Ander Izagirre cuando presentó en Santander su libro “Plomo en los
bolsillos”. Allí se presentó ella, aún orgullosa (y con razón) de las hazañas
de su esposo. En el resto de facetas de su vida, a medida que he ido
contactando con personas que saben bien de la misma, me he encontrado con
incontables muestras objetivas de que Vicente Trueba fue un corredor que
mantuvo durante toda su vida una buena relación de forma generalizada con la
mayoría de sus compañeros y contrincantes ciclistas. Además tuvo grandes amigos
a lo largo de toda su existencia y dio innumerables muestras de compromiso con
diferentes causas solidarias y deportivas. En definitiva su dimensión humana
transcendía con claridad lo puramente ciclista.
"Multitudinario recibimiento en la Plaza Monumental de Barcelona"
(Foto: mundodeportivo)
Entrando ya en las movedizas arenas de la leyenda urbana, no
me resigno a dejar sin contar un detalle de difícil comprobación. Pero es que
de ilusión también se vive y a mí me hace mucha el pensar que pudiera ser
cierto. Un amigo ciclista me comentó recientemente que su padre (mecánico y regente
de un taller de bicicletas hace muchos años desaparecido) en alguna ocasión le dijo
que el fabricante BH había diseñado uno de sus principales logotipos utilizando
o basándose en la figura de Vicente Trueba en plena ascensión. Sentido no le
falta a la idea ya que Trueba fue una figura muy popular, y durante algunos
años corrió en las filas del equipo del fabricante de Eibar. No es algo que
vaya a investigar, a las fotos me remito. Si no es Trueba el retratado en el
adhesivo, no le anda lejos, ni en época, aspecto o material. Y en lo que a
ilusión, imaginación y anclaje emocional se refiere, para mí sí que lo es. Y
aún diría más, la pegatina, al igual que aquellas fotos de la época, me parecen
la imagen ideal de lo que representaba ser un ciclista “turista-routier”, y en
cierto modo es lo que más me gusta ser cuando voy a pedales, un “randonneur”
independiente y autónomo, que con sus propios medios y sus recursos a cuestas,
recorre carreteras y montañas, disfrutando del recorrido y del esfuerzo.Si a esto añadimos que entre los borrosos recuerdos que conservo
de la bicicleta con la que aprendí a pedalear estaba ese logotipo… pues me
aferro con más gusto a esta hipotética anécdota.
"Comparando imágenes: Vicente Trueba y el logo de BH"
Vicente Trueba, corriendo para BH
(Foto: Ángel Neila)
Lo que no es leyenda, sino justa corrección de errores y
vocación de enmienda por parte del Tour de Francia, es que en 2005, la
organización de la más grande de las Grandes Vueltas, con motivo del centenario
del nacimiento de Vicente Trueba, tuviera el gesto de concederle la medalla de
oro de la carrera a título póstumo. Chapuzas a parte, el Tour del 33 quizá sí
que fue de Vicente Trueba.
La Retrovisor parte y finaliza en Valdecilla (Solares), muy
cerca de La Cavada, preciosa localidad cargada de historia, por la que también
transcurre el itinerario de la marcha. Y esta es otra interesante conexión con
el gran ciclista del que hoy tratamos, pues es en dicha localidad donde están
enterrados sus restos y donde se ha erigido un monumento que le hace homenaje.
Se trata de una figura contemporánea, ubicada junto a la carretera, precisamente
en el punto en el que ésta decide enfilar el rumbo hacia la ascensión al puerto
de Alisas. Junto a él hay una fuente, también instalada en su honor, la cual,
en incontables momentos de necesidad nos ha servido a cientos de ciclistas para
rellenar nuestras poncheras durante nuestros recorridos por la zona. Así pues
todo cuadra: la marcha retro, su ubicación y el nombre elegido para el
galardón. Lo dicho, el ciclismo cántabro está de enhorabuena, y no seré yo de
los que deje pasar la oportunidad de desempolvar algún “hierro” nostálgico y
ponerlo lo suficientemente a punto para participar, desde sus inicios, en lo
que seguramente se acabe convirtiendo en una cita clásica de nuestro ciclismo,
y en sumarme al homenaje rodado a un gran ciclista del pasado, que mostraba de
forma manifiesta y absoluta esa manera de correr que tanto echamos de menos en
demasiadas ocasiones: la de atacar con valentía y sin piedad en cuanto las
carreteras se empinan.
Monumento a Vicente Trueba en La Cavada.
Detalle de la placa conmemorativa.
Placa de la fuente que hay al lado, también en su honor.
Nota bibliográfica de gran interés:
ÁNGEL NEILA MAJADA: “Vicente Trueba Pérez. La Pulga de
Torrelavega”. Tantín. Santander, 2005.
Documentadísima bibliografía de la vida del corredor y de la realidad ciclista de su época. Un trabajo muy profesional que además está aderezado con un estilo narrativo muy entretenido, y acompañado de mucha documentación gráfica de la época.