Parece claro que agosto no es un buen mes para hacer
convocatorias. Tras amagos, declaraciones de intenciones, respuestas
condicionales y descuelgues de última hora, a la “Vaca” acudimos tan sólo dos
ciclistas. Esto me hace ratificarme en dos posturas: primera, que haber pasado
la cita de “La Montañesa” a septiembre seguramente haya sido un acierto; y
segunda, que la “Vaca” se va a quedar en agosto para el futuro, pues parece una
buena forma de asegurar que quien acuda a ella, llevará consigo motivación
suficiente como para ser capaz de superar el reto que su diseño de recorrido
suponga. Y esto último es algo importante, pues si alguna conclusión nos ha
dejado la primera edición es que ha sido una animalada. Increíble, fantástica,
plena, espectacular, preciosa, variada, recóndita… pero una animalada en lo que
al esfuerzo ciclista supuso. Ignoro cómo serán las sucesivas ediciones de esta
quedada tan particular, ya que los recorridos van a ir variando casi
completamente cada año. Pero hay algo que tuvo esta que resulta imposible de
asegurar en las siguientes: el tiempo que nos hizo a lo largo de toda la
jornada. Un fantástico día de sol, casi sin viento y sin calor. Uno de esos
días que de vez en cuando nos regala la cornisa cantábrica y que resultan
perfectos para la práctica deportiva. Sol brillante, visibilidad paisajística
de máxima nitidez, humedad relativa baja y temperaturas moderadas en pleno
agosto. Prácticamente imposible de conseguir en otros parajes ibéricos. Y por
si fuera poco, tales condiciones estaban tan previstas desde hacía bastantes
días que, unido a la circunstancia de que fuera domingo, hizo que la mayor
parte de la población (es un comentario, no un dato) pusiera en práctica un
plan playero, probablemente madurado desde hacía días. Esto dejaba las
carreteras a nuestra merced, casi desiertas durante la larga jornada. No sólo
en la mayor parte del trayecto, el cual estaba diseñado con protagonismo de
vías muy poco frecuentadas, sino incluso en los escasos tramos de calzadas con
algo más de tráfico habitual.
“La Vaca” si atendemos a lo que ha supuesto en la práctica
la primera edición, parece consolidarse como una actividad deportiva (en el
sentido deportivo clásico, no actual) “para echar el día” pedaleando y
disfrutando de la bicicleta, del recorrido y de la compañía. En esta ocasión
empezamos a las nueve de la mañana y acabamos a las siete de la tarde. Una
“excursión” así no es apta para prisas ni compatible con actitudes de estrés.
Durante este tiempo no todo fue pedaleo, hubo paradas, esperas breves, fotos,
tertulia con transeúntes, refrigerios y comida. Pero sobre todo mucho esfuerzo
ciclista. Los números lo dicen todo: 100 millas (162 km) de recorrido y más de
2700 metros de desnivel positivo acumulado, distribuido entre cuatro puertos y
otros cuatro “micropuertos” de menos de 2-3 km cada uno de ellos. Duro
(durísimo) uno: el que daba sentido al reto, la ascensión al monumento a la
Vaca Pasiega, con algunos tramos de rampas que superan el 20% de desnivel. Con
todos esos ingredientes, a toro pasado, si a cualquiera de los dos
participantes nos preguntan de forma sintética qué hicimos durante toda la
larga jornada, ambos al unísono, con vehemencia y ratificando el comentario con
una inequívoca expresión de refuerzo en nuestro semblante, seguramente
responderíamos que… ¡disfrutar a tope!.
El lugar de la cita no resultaba el más adecuado aquel día.
Las fiestas de Galizano y con ellas el comportamiento nocturno colectivo de la
gente, habían dejado el parque de la iglesia como un auténtico basurero, malos
olores y cristales rotos incluidos. Las masas muchas veces no se avergüenzan de
sí mismas porque al volver al lugar de sus andanzas, alguien ya ha pasado por
allí para limpiar sus indignas huellas (esto suele pasar en las macrofiestas
populares, los cotillones de Nochevieja, los aparcamientos de las estaciones de
esquí, algunos entornos naturales que se convierten en destinos de visita
populares y… cada vez en más lugares). Aún así, tratándose solo de dos
personas, la puesta en marcha fue inmediata y las carreteras, el pedaleo y
Cantabria se encargaron de sumergirnos de forma casi inmediata en nuestra
burbuja de desconexión. Desde el principio quedó claro que el ritmo sería
suave, tácticamente planteado para disfrutar y sobrevivir ante la dureza del
recorrido, y buscando satisfacer nuestras ganas de goce y no vocaciones
competitivas o de rivalidad (explícitas o camufladas). Haríamos el recorrido
juntos (respetando los personales ritmos de ascensión), manteniendo una buena
conversación (con sus saludables silencios eventuales) y colocando las suficientes
paradas por necesidad, placer o alimentación, allí donde y cuando hicieran
falta.
La carretera inicial estaba totalmente despejada a esas
horas, y además, enseguida llegamos al desvío hacia Orejo, a partir del cual la
circulación es aún menor y más lenta. Hacía fresco tan temprano pero pronto
entramos suficientemente en calor. Los kilómetros iban pasando sin enterarnos,
tan metidos como íbamos en nuestra conversación. Y así fuimos remontando el río
Miera desde Solares hasta Liérganes, pasando por la Cavada. Nos pilló un paso a
nivel bajo el arco de Carlos III y Roberto ya andaba para entonces feliz de ir
descubriendo, a ritmo de pedaleo, la belleza, la variedad y la frondosidad de
los valles Pasiegos. Llaneamos y serpenteamos valle arriba, poco a poco ganando
algo de altura a costa de breves y leves repechos. Dejamos Rubalcaba y Mirones
y acometimos las rampas de Linto con frescura y tranquilidad, sin “regalar”
esfuerzos de forma prematura, conscientes de “la que nos iba a caer encima” al
cabo de las horas. Yo iba anticipando consejos o peculiaridades de la ruta,
tanto desde un punto de vista técnico-ciclista como cultural, geográfico o
gastronómico… “mira esa es la cervecería artesana Dougall’s…”. Tras un suave
descenso, nos desviamos hacia Calseca, metimos plato pequeño y empezamos a
retorcernos acometiendo el tramo inicial de hormigón rayado del primer puerto.
Tras unos giros iniciales la “carretera” pasa a ser de asfalto, pero el desnivel
no cede y el avance se hace tremendamente lento durante bastante tiempo hasta
que se alcanza un primer desvío. La Dawes me aportaba desarrollo suficiente,
dejándome hasta dos coronas más grandes aún disponibles. Teniendo en cuenta que
es una bicicleta pesada, puede uno imaginarse que está claramente pensada para
afrontar viajes por puertos duros y además con el peso de las alforjas. Roberto
zig-zageaba con su preciosa Colnago, pero duro de mollera como es él, para
cuando se plantea objetivos personales (recuperarse de una dura operación,
sacarse unas oposiciones, restaurar algún vehículo o lograr algún reto
ciclista), allí seguía erre que erre hacia arriba. El puerto suavizaba un buen
rato. Pasaba de ser durísimo a duro o muy duro. Las cabañas, los recodos de
montaña, el ganado y otros detalles rurales, amenizaban el pedaleo y ayudaban a
que uno se centrara más en lo atractivo del trayecto que en el esfuerzo que
suponía recorrerlo. Tras algunas curvas amplias y un evidente cambio de ladera
alcanzamos una bifurcación, a partir de la cual, el asfaltado más negruzco de
la derecha (además de un cartel indicativo) delataba que nos metíamos en el
territorio del “Paso de la Vaca Pasiega”. Las pendientes se acentuaban. El
paisaje, de un verdor desbordante, junto con el afloramiento caprichoso de la
caliza kárstica, pasaba a ofrecer un panorama mucho más “montañero”. Se
sucedieron algunos tramos de “zetas” espaciadas y tras ellas alcanzamos un
collado que descubría una panorámica sublime hacia el norte. Santander y toda
la Bahía se reconocían con total nitidez, así como gran parte de la costa y de
las montañas o colinas inferiores hasta Santoña, identificada fácilmente por el
Monte Buciero y esa aguja rocosa tan singular que parece desprenderse del
mismo. La carretera dibujaba desde allí una especie de tobogán hasta alcanzar
el monumento de la Vaca Pasiega. Allí paramos, comimos alguna barrita y algunos
de los churros saludables que Roberto acostumbra a llevar consigo a cuestas en uno
de los múltiples compartimentos bandolera que siempre parecen ser apéndices de
su propia naturaleza… (no tantos como cuando el día que nos despedimos de él en
Bakewell). Además hicimos fotos y mantuvimos una agradable charla con un
jubilado motero que se mostró en todo momento entusiasmado con su nueva vida de
afincado en Cantabria procedente de Madrid. La verdad es que el paraje no era
para menos, las luminosas laderas del Porracolina parecían listas para ejercer
de escenario ideal para filmar alguna nueva secuela del Señor de los Anillos o
incluso de Avatar.
Durante la ascensión, seguido por Roberto.
Coloso coronado,Roberto pedalea hacia las espectaculares
pendientes de la cordillera
Panel informativo junto al monumento.
Los toboganes por las alturas continuaron algunos minutos y
sirvieron para maravillarnos con rincones encantadores, perspectivas múltiples,
encuadres naturales y demás. Todo ello antes de aferrarnos a nuestras manetas y
no soltarlas ya más a lo largo del vertiginoso descenso que nos tocaba salvar.
Rampas terribles, sucesiones de curvas cerradísimas, algunas de ellas de nuevo
de hormigón rayado. Sombríos pasos entre hayedos, cual túneles naturales. Y más
rampas, más curvas… Un descenso largo, estrecho y forzosamente lento, hasta
poco antes de Bustablado. El reto principal estaba superado. La causa original
y el objetivo primordial de toda esta aventura había sido conseguido. Aquella
mañana pensé que nada de ello iba a ser posible. Había dormido mal y me había
levantado con un gran dolor de espalda que se había iniciado el día anterior.
Me había tomado un “ibupro” para mitigarlo, pero cuando me subía y bajaba de la
bicicleta me molestaba mucho. Afortunadamente montado no sentía las molestias y
para entonces, todo lo demás había conseguido evadirme de cualquier recuerdo
del mismo. No sé si la medicación química estaba surtiendo efecto, pero desde
luego que la terapia ocupacional sí.
Volvimos a charlar de nuestras cosas a lo largo del paso por
Arredondo y del curso del río Asón hasta desviarnos para ascender Cruz Usaño
(no sé de cuántas formas diferentes he visto ya escrito ese nombre).
Disfrutábamos de una temperatura ideal: sol brillante sin viento y sin calor
excesivo. El adecuado para rodar de corto. Superamos el breve puerto sin
problemas. Más churros en el alto y descenso entretenido y “bucólico pastoril”
cruzando alguna que otra aldea hasta afrontar el ascenso a Fuente las Varas.
Este puerto (por su vertiente sur) es un trazado muy bonito desde un punto de
vista ciclista, pues ofrece una variada sucesión de rampas, horquillas, suaves
eses, etc. Y combina tramos de sombra con otros abiertos en los que poder
disfrutar del paisaje y comprobar el desnivel superado con los pueblos del valle
como referencia. Pero suele hacerse duro. Básicamente por dos razones: la
primera porque incluye sutiles cambios de porcentaje, que no son apreciables a
la vista pero si se dejan sentir sobre el esfuerzo de pedaleo; la segunda
porque si lo estás subiendo, es que vienes de haberte despachado ya, casi como
mínimo, el anterior y algún otro más duro aún (frecuentemente Alisas).
Personalmente creí que me iba a costar más, pero la dosificación aplicada
durante el día y la distribución de micro descansos y aportes de comida,
parecían estar funcionando correctamente, pues lo subí sin excesiva sensación
de esfuerzo y desde luego sin el sufrimiento de otras ocasiones. Arriba
balance, otro puerto más ¡y ya iban tres! Más churros (los últimos), agua y … a
recrearnos en el descenso por la perfectamente asfaltada y retorcidísima bajada
del Esquilo. Aquello sí que era una taxonomía de tipos de curvas diferentes, y
al igual que casi todos los kilómetros anteriores, sin encontrarnos con ni un
solo coche. Total que la sonrisa de ambos, pedaleando por los solitarios y
agradables tramos llanos de Llueva, era casi como la que hace décadas se
pintaban los hermanos Toneti cada tarde de actuación.
En Bádames paramos. Elegimos un “baruco” de esos que se
hacen compañía unos a otros en el cruce para incrementar el ambiente a la hora
de los blancos o el vermut, y nos bebimos un par de “cocacolas” cada uno
mientras dábamos cuenta de una generosa ración de rabas. Ni que decir tiene que
el resto del llaneo hasta Secadura, nos lo tomamos a ritmo de sobremesa, al
igual que las primeras pedaladas de ese duro puerto. No es muy largo, pero
siempre hace duro, porque tiene una pendiente considerable. En este caso además,
había que tener en cuenta que no finalizaría en su paso superior, sino que allí
giraríamos hacia la izquierda, para tomar una durísima pista asfaltada que en
mi familia cariñosamente apodamos “El Mortiloruco”. La subida desde Secadura
fue el único tramo en el que verdaderamente pasamos exceso de calor. Sudé tanto
como en los momentos duros de las etapas exigentes de los días de mayor
temperatura. Cada cual se acomodó (por decir algo) a su propio ritmo y nos
reunimos arriba de todo. Lo mejor de ese tramo es que una vez alcanzada la cota
superior, disfrutas de un cresteo que te ofrece la vista de sendos valles,
bastante profundos, a ambos lados, de forma que circulas por una estrecha y
serpenteante cinta de asfalto sintiéndote en las alturas. Resulta una
perspectiva tan poco frecuente, que no me canso de recrearme en ella, o en
otras similares, cuando me las encuentro. El cuarto y último puerto estaba
superado. A partir de aquí ya sólo era cuestión de aguantar kilometraje. Eso
fue fácil inicialmente porque tras circular por el mencionado cordal,
descendimos un poco para conectar con la parte alta de la carretera norte de
Fuente las Varas y descender el puerto hasta el desvío hacia Riaño. El trazado
desde allí, aunque actualmente bastante bacheado, siempre deja un buen sabor de
boca porque es muy entretenido entre sus rincones campestres, pequeños puentes,
zonas sombreadas y pendiente ligeramente favorable. En poco tiempo nos
plantamos en Hoznayo y paramos para “comer”: bebida refrescante y bocadillo
grande de buen pan con queso y/o chorizo. Y en mi caso ¡cómo no! Un cortado
para espabilarme en la sobremesa.
Roberto alcanzando el paso superior del "Mortiloruco"
Desde allí era cuestión de paciencia y amenizar la charla.
Había diseñado un bucle muy entretenido, poco transitado y bastante habitual en
mis entrenamientos cortos por los alrededores de Galizano. Por supuesto incluía
el trazado de río y árboles, limitado a los vehículos de motor, de la Fuente
del Francés. Pasamos por Villaverde de Pontones, ascendimos a Güemes desde
Omoño (preciosa carretera que nunca me canso de recorrer decenas de veces cada
año). Y desde allí continuamos serpenteando a la sobra, rodeados de vegetación
y verdor hasta Meruelo. Tocaba un corto tramo más transitado que solventamos
sin incidencias y acometimos la ascensión al Alvareo para poder alcanzar
Escalante. Roberto no conocía ninguno de aquellos tramos, que le fueron sorprendiendo
gratamente, lo cual ayudó a que se le hicieran más tolerables pese a la
acumulación progresiva de fatiga en las piernas, la cual tan sólo hacía acto de
presencia en las subidas más sostenidas. El regreso por el Portillo y la no
despreciable subida a Bareyo, nos dejaron de nuevo en Güemes, en su otra
carretera paralela y desde allí nos asomamos al mar, descendiendo felices hasta
Galizano, orgullosos de nuestro trabajo y rebosantes de imágenes y sensaciones
almacenados en nuestras mentes. Precisamente allí, nos permitimos una vuelta
relajante por Langre para completar la distancia que faltaba para que la
jornada alcanzara una milla. Con ello podía dar por finalizado el segundo reto
del día: no sólo haber conseguido ascender al Monumento a la Vaca, sino además
haber completado con éxito mi tercer recorrido “oficial” de cien millas de la
temporada 2014. “El Paso de la Vaca Pasiega I”, junto con l’Eroica Britannia y
el GP Canal de Castilla, suponían haber completado mi particular propuesta de
“Triple Corona” de clásicas para este año. El bucle final, de unos 50 km de
longitud, no sólo no se hizo pesado, sino que sorprendió agradablemente a
Roberto en casi todo momento. Y en lo que a mí respecta, la leve aprensión
previa sobre si aquello me podría generar cierto hastío o desmotivación, por el
hecho de obligarme a recorrer tramos tan frecuentes para mí, después de
habernos dado una paliza más que suficiente, despareció de inmediato, nada más
abandonar Hoznayo y me permitió disfrutar de forma novedosa al ejercer en
“cicerone” ciclista para mi compañero.
Roberto sobre su Colnago durante el bucle final.
Sonriente durante los últimos kilómetros del recorrido (foto Roberto).
Me siento feliz de haber hecho realidad una anhelo que el
año anterior dejé pasar. De haber marcado la primera muesca de lo que espero se
convierta, año tras año, en otra de esas tradiciones personales que tanto me
gustan cumplir y mantener. Ya pienso en el itinerario que plantearé para la
próxima “vaca”. Seguramente será pasiega de nuevo, aunque diferente casi al
100% en cuanto al recorrido y los puertos a ascender. Ignoro si la compañía se
verá aumentada (reducirse más es casi imposible), pero la filosofía volverá a
ser idéntica, pues la fórmula es perfecta para disfrutar de la bicicleta, de nuestra
geografía, del esfuerzo y de la compañía. Supongo que a Roberto le llevará
mucho tiempo ordenar mentalmente tantos cientos de curvas trazadas, tantos
estímulos percibidos, sensaciones experimentadas, etc. pero seguro que ya habrá
empezado a darle la “brasa” a todos sus conocidos con lo que fue este día. Para
los que estuvieron a punto de acudir y no lo hicieron, ahí os queda la deuda,
tenéis que probar a subir al monumento y ya me contaréis si lo conseguís o no y
con qué desarrollo. Si además queréis veros sorprendidos por una gratísima
experiencia ciclista, singular y única, descended desde allí hacia Bustablado,
pero elegid para ello un buen día de sol. Y si finalmente queréis experimentar
lo que supuso el “pack” completo de la “vaca”, descargaros el track de GPS (diponible en enlace track),
armaros de ganas y avituallamiento, y a por ello.
Foto de despedida en Galizano.
Perfil y datos del "Paso...": Enlace altimetrías.net
Realmente es una de rutas más bonitas, entretenidas y espectaculares que se puedan realizar. Yo la disfruté de primera mano. Gracias José por la ilusión con la que lo preparaste. Un abrazo
ResponderEliminarRoberto