"La máquina de Marly". Alfred Sisley
(Ny Carlsberg Glyptotek, Copenhagen, Dinamarca)
Las siglas GPCC me evocan
excelentes sensaciones de ciclismo clásico desde que en el año 2012 tomé parte
en ese fin de semana tan completo, variado y atractivo para los amantes del
ciclismo. Cada año configuro mi participación de un modo diferente, de forma
que ya he probado las tres ofertas de sus organizadores: el GPCC de
cicloturismo, la marcha retro y el tweed-ride (las dos últimas incluso ya en un
par de ocasiones). El acrónimo responde al nombre completo de Gran Premio Canal
de Castilla, una denominación sugerente, elegante y que rezuma solera. Sin
embargo, tras tres años de asistencia, me considero lo suficientemente
conocedor del evento como para poder asegurar que las mismas letras,
idénticamente ordenadas, pueden perfectamente responder a una lectura
alternativa y divergente que interprete: “Gran Plan de Cultura y Ciclismo”. De
hecho, mientras que la oferta puramente ciclista se mantiene estable en las
sucesivas ediciones de la cita, el programa cultural paralelo va variando año
tras año, permitiendo al asistente interesado en ello, disfrutar de un
enriquecimiento simultáneo verdaderamente interesante, que en mi modesta
opinión, revaloriza (cada año más) el fin de semana y me aporta una nueva razón
para plantearme acudir a una marcha ya conocida. Cada año, sus organizadores
tratan de incorporar nuevas opciones de turismo complementario para que los acompañantes,
o los propios participantes, puedan tener dónde escoger a la hora de optar por
actividades añadidas. Pero lo más importante y diferenciador es que, integrado
en el propio programa de actividades deportivas, y perfectamente ordenado, de
forma que pueda resultar compatible con las mismas, la organización propone un
programa cultural renovado cada nueva edición. Sé que para demasiada gente que
sólo piensa en bicicletas, marcas de material, kilometrajes o presiones de
inflado, tener a su disposición películas, documentales, conciertos, visitas o
exposiciones de ámbito cultural, puede no aportarles nada de nada. Pero ese no
es mi caso, para mí una buena oferta cultural da verdadero valor añadido a una
cita, la enriquece, y tras el regreso, me deja un retrogusto mucho más sabroso,
potente y pleno.
El GPCC consigue esto trabajando
varios frentes de forma directa. Uno es incluyendo siempre una conferencia
cultural relacionada con el propio Canal de Castilla, otra es intentando proponer
una exposición de temática ciclista histórica y otra más es escogiendo a un
personaje interesante al que homenajear. De todo ello iré, poco a poco, dando
cuenta en esta entrada. De ello, de mi vivencia personal durante la
participación como ciclista y de mi experiencia viajera, a la que este año
dediqué gran parte del fin de semana, sacrificando algo de ciclismo por un
cambio de hábito que no me defraudó en absoluto.
Todo ello empieza con la cena del
viernes en Medina de Rioseco, en un pequeño y algo retranqueado mesón, de cuyo
nombre no me da la gana de acordarme (porque se llena enseguida), donde en
pareja, disfrutamos de una deliciosa cena a base de raciones de gastronomía local,
regada toda ella con buen tinto básico de la casa. Momento localizado en un
patio que sin ser fresco, conseguía eficazmente hacer olvidar el calor. Tras la
cena vino el paseo por la calle principal de acogedores soportales, excelente
ambiente castellano de verano y numerosas terrazas. Allí nos encontramos con
una importante multitud de amigos, “cofrades” en su mayoría y, por lo que me
cuentan, con gran mérito en el éxito del evento, por el empeño colaborador que
mostraron en su organización durante los días previos. Disfrutamos de su
compañía mientras ellos cenaban y nosotros rematábamos la velada con alguna
bebida fría. Allí estaba toda la cuadrilla asturiana, media plantilla del Bicio
Racing Team, una pareja de amigos cántabros y la ilustre representación del Club
Ciclista Edoardo Bianchi. Buena charla nocturna garantizada.
El sábado nos propusimos un plan
turista o viajero, eludiendo en su mayor parte la mismísima localidad de Medina
de Rioseco (ya disfrutada en ocasiones previas), para centrarnos más en algunos
de sus sugerentes alrededores. ¡Pinceladas de Tierra de Campos! O campos
góticos que también los llaman. Tras evitar madrugar, por querer sentir que
verdaderamente estábamos de vacaciones, nos trasladamos algunos kilómetros en
coche hasta Becerril de Campos, donde quedamos con Isabel, esposa de mi
habitual compañero de andanzas ciclistas Javier. Él repetía participación en el
GPCC, así que nosotros tres, nos diseñamos un plan cultural alternativo. La
elección de Becerril venía marcada porque es allí donde veranean ellos y por
tanto, donde debíamos recoger a Isabel. Pero también por los incontables
parabienes que la pareja nos cuenta frecuentemente sobre la localidad. Tras el
encuentro y una brevísima presentación de respetos familiares, acometimos dos
importantes gestiones de compras. Primero un queso de oveja que conocíamos
hacía tiempo, y que elabora y vende, un familiar de Isabel de 84 años de edad.
Después una rápida cata de cerveza artesanal y la adquisición de algunas
botellas en la fábrica local Bresañ. Unas rubias y su clásica tostada
Maricantana. Una vez resueltos los recados premeditados, nos acercamos a
aplicar nuestra modesta evaluación sobre en qué se habían empleado los dineros
públicos (el 1% cultural) del presupuesto de construcción del AVE que pasa
(aunque no para) bien cerca de la localidad. Y lo hicimos visitando el centro
cultural San Pedro Cultural, una propuesta atrevida y realmente original. Se
trata de un centro construido sobre la base de un templo en estado de cierta
ruina, al que le faltaba todo el tejado. Para empezar, la propuesta
arquitectónica nos encantó a los tres. Respetando completamente el legado
superviviente de la Iglesia, lo nuevo, lo incorporado, arreglado, añadido o
resuelto, se ha solucionado con propuestas contemporáneas muy bien
incorporadas. Gusto y técnica, con mesura, acierto y sensibilidad estética.
¡Nuestras felicitaciones! Pero todo ello no queda ahí. De obras sabemos
bastante todos en este país, quizá incluso demasiado, lleno está este de ellas,
muchas de las cuales después se han quedado sin contenido de valor que las
justifique o sin dinamización social que las revalorice. Lo mejor de nuestra
visita estaba aún por llegar. Resulta que el inmueble se ha diseñado de forma
que acoja una temática expositiva relacionada con la divulgación de la
astronomía. Precisamente al llegar, coincidimos con el comienzo de una de las
actividades que en dicha línea se programan allí con bastante frecuencia. En el
soportal exterior unos técnicos montaban un telescopio portátil con el que nos
invitaron a observar el sol, el cual nos dejó ver algunas manchas, un atractivo
color anaranjado y algunas de sus protuberancias, que como pelusas caprichosas,
aparecían en parte de su borde.
Exterior de San Pedro Cultural en Becerril de Campos.
Isabel admirando el Sol.
Ya dentro del lugar, pudimos
recorrerlo con una visita libre. Si por fuera nos había ya convencido, por
dentro nos encantó. Sus diseñadores han convertido la cubierta en un mapa
estelar nocturno del cielo, tal y como este se observaría desde ese punto en
una noche clara. La combinación de muros pasados, con ese velo nocturno
artificial y una delicada iluminación acertadísima, convierten al atractivo
espacio diáfano en un lugar de lo más agradable y diferente. Entre los escasos
elementos allí dispuestos, había una especie de muestra de figuras sobre El Principito
a las que no hicimos mucho caso, y un magnífico péndulo de Foucault. También
algunos finos orificios, estratégicamente ubicados en un par de ventanas, cuya
función tenía mucho que ver con el comportamiento interactivo de nuestro
planeta y su astro. Uno de ellos, según nos explicaron, permite que un rayo del
sol poniente, ilumine un hueco original del ábside del antiguo templo, en uno
de los solsticios del año. El hueco, precisamente, muestra una discreta
policromía de estrellas de origen antiguo como revoco. El otro, sirve de
“canalización” de otro rayo solar que a diario, siempre que el día este
despejado, recorre una mediana que ha sido diseñada y estéticamente construida
sobre el suelo de la gran sala. Al mediodía solar el rayo hizo su aparición,
nos dio la hora y nos indició el día del calendario anual y su zodiaco
correspondiente. Lo vimos desplazarse lentamente de oriente a poniente y hasta
desaparecer momentáneamente cuando una nube filtró su luz. La visita quedó
completa con una conferencia divulgativa sobre astronomía, en la que se nos
mostró el cielo local a través de la proyección de una aplicación informática
de simulación. Y llegada la mitad de la jornada, salimos de Becerril, más que
satisfechos de entretenimientos y con ganas de comer.
El sorprendente interior de San Pedro Cultural.
El rayo de sol atravesando la mediana.
La comida fue un trámite
solventado en Medina de Rioseco, pues la localidad nos quedaba de camino hacia
nuestro destino. Con el coche, y el aire acondicionado trabajando, cruzamos
algunos kilómetros de llanura castellana, con largas rectas, apenas curvas,
castillos como horizonte y atravesando alguna que otra localidad añeja, con sus
ruinas y palomares, hasta iniciar la ascensión al cerro sobre el que está
ubicado el pueblo de Urueña. La localidad ha adquirido recientemente una rápida
fama, por motivos quizá algo artificiales, al haberse beneficiado de un plan de
acción subvencionado que ha tratado de convertirla en la Villa del Libro.
Nuestra opinión al respecto vendrá en seguida, pero antes queremos destacar que
el pueblo por sí mismo, libros y proyectos institucionales aparte, merece mucho
la pena. Es una atractiva localidad castellana, muy bien conservada y encerrada
toda ella dentro de una magnífica muralla, y asentada sobre el cerro, lo cual
le garantiza unas espectaculares vistas de la Meseta y sus infinitos horizontes
casi desde cualquier punto del gran muro, el cual es además accesible para
pasear. Pese al encanto del lugar, nuestra visita se vio algo mediatizada por
el calor y la hora. Julio despejado en Castilla y a la hora de la siesta. Así
que encontramos poco (o nada) de ambiente por las calles, y arrastrábamos escaso
ánimo para indagaciones y visitas por nuestra parte. Aún así disfrutamos de la
localidad y supimos valorarla. Ningún arrepentimiento al respecto. Lo que sin
embargo nos defraudó, fue el asunto librero. No entramos a sus museos por
cansancio, pero si recorrimos las calles y fisgoneamos en algunas de sus
librerías. Sin ponerles pegas, encontramos poca o nula especialización en las
mismas. Parecían librerías agradables, pero de las que cualquiera de nosotros podemos
encontrar casi prácticamente en cualquier ciudad o localidad medianamente
grande. Varias, pero no muchísimas. En cuanto a espacios complementarios, tan
sólo vimos un taller artesano de encuadernación. Aunque no llegamos a visitarlo
por dentro, tenía buena pinta y vimos a alguien trabajando allí. Hubiera estado
bien pasar un rato observando dentro, de haber estado menos fatigados. Pero
echamos de menos más enjundia, más locales, mayor variedad, diversidad,
especialización y gremios relacionados. El paraje (natural, urbanístico e
histórico) se lo merece, y si encima tenemos en cuenta que lo promocionan como
“Villa del libro”, no digamos.
Plenitud castellana desde la muralla de Urueña.
Tocaba regresar a Medina de
Rioseco e integrarnos en el mundo ciclista de nuestros amigos. A algunos los
encontramos finalizando el GPCC, acalorados, polvorientos y castigados por el
viento. Otros atendiendo sus carpas de libros o material a la venta, y alguno
(como a Carlos) ensimismado mirando su flamante Peugeot P10 impecable. La
verdad es que la bicicleta provoca cierta reacción de admiración al detalle.
Tras los saludos de rigor y después de recoger los dorsales para el día
siguiente, las mujeres reposaron en la hierba del parque a la sombra,
aprovechando la brisa y quizá cierto frescor húmedo desprendido por la
superficie de la Dársena del Canal. Entretanto yo me fui hacia el centro de
interpretación del Canal para disfrutar de una de las propuestas culturales a
las que antes he hecho alusión. El centro tiene una excelente sala de usos
múltiples construida con buen gusto mediante la recuperación de viejos espacios
de servicio del propio Canal. Allí tuvo lugar una singular ponencia sobre los
rostros olvidados del Canal de Castilla, a cargo de Virginia Asensio. La
disertación resultó amena e interesante. A mí me sirvió para ampliar la visión
que poco a poco, algunas visitas, recorridos y unas cuantas lecturas, me han
ido dando sobre el tema. Confieso cierta atracción y capricho por los canales,
me gusta verlos, saber de ellos y, muy especialmente, recorrerlos viajando, ya
sea por sus sirgas en bicicleta, como sobre todo, por su cauce en piragua o
viviendo en una barcaza. Envidio la explotación turística que de ellos se hace
en otros países europeos, y lamento el olvido que sufren en nuestro país (por
no hablar de la escasez de kilometraje existente). La charla nos facilitó
conocimientos sobre los presos utilizados para su construcción, el impacto de
su presencia en la ciudad, los diferentes oficios asociados, anécdotas sobre su
explotación, etc. Ya el año anterior hubo otra conferencia con el Canal como
tema, así pues, hasta ahora, los organizadores se esfuerzan por traer un
contenido novedoso, construyendo, poco a poco, la cultura específica del Canal
para los visitantes.
Casi de inmediato caminamos hacia
un bar de la calle principal, pues allí estaba programada la proyección de mi
documental Retrovisión. Y con esta son ya unas cuantas las realizadas ante
público. Yo me la sé ya casi de memoria, así que durante la misma me entretengo
más mirando las reacciones de la gente. El bar se llenó bastante, el público
pareció estar entretenido y al final recibí unas cuantas felicitaciones, por lo
cual me encuentro más que satisfecho, de que más gente aún haya podido
disfrutarla y, sobre todo, de haber puesto mi pequeño granito de arena (muy
pequeño) en la oferta y funcionamiento de esta edición del GPCC. Tras la
película tuvimos otra cena callejera y bastante nutrida de amistades, hasta que
nos retiramos a descansar. La alternativa cultural nos había satisfecho
completamente, fue todo un acierto optar por ella en esta ocasión.
En plena proyección de "Retrovisión"
Por cuestiones de logística el
domingo salí en bicicleta pronto desde nuestro alojamiento situado en
Valdenebro de los Valles. Como Myriam optaba por el Tweed-ride se quedaba allí
con el coche pues no tenía que madrugar. Yo me preparé, me vestí de ciclista
retro con los colores de Delmer Bikes y un culote de punto del Chianti y agarré
la Super Cil de los años sesenta que estrenaba acabado de su época con cinta de
manillar de tela y un sillín de cuero Ideal. Los 7 kilómetros que me separaban
de Rioseco fueron una auténtica delicia, rodando en solitario, por la mañana
aún fresquita y con una luz suave, de esas que junto con la de la tarde,
siempre suelen preferir y buscar los fotógrafos. El momento se me quedó grabado
y el enlace, se convirtió en uno de los instantes mágicos del fin de semana. En
Medina me tomé un somero desayuno en un bar, para después acercarme poco a poco
hasta la dársena. Por el camino me encontré con Ángel Giner y Adolfo, ya
pertrechados con sus colores y máquinas Bianchi, así como a Carles Soler, con
quien estuve charlando un rato. Más encuentros, saludos y conversaciones se
fueron sucediendo en los prolegómenos de la salida, pues el pelotón, a la
postre, lo formaba una enorme cantidad de conocidos.
Salimos pausadamente y los
primeros kilómetros, por carreteras tranquilas y encapsulados por los
motoristas de la guardia civil, fueron una excelente oportunidad para hacer
vida social sobre los pedales. Pegué la hebra con Alejandro, con Roberto y con
bastante más gente que resultaría tedioso enumerar aquí. El día era soleado y,
aunque caluroso, menos tórrido que los precedentes. La cosa se llevaba bastante
bien. Nos detuvieron un par de veces para reagruparnos, circunstancias que
sirvieron para reconfigurar las tertulias rodadas. Me sentí especialmente
satisfecho cuando acometimos un duro repecho de tierra para alcanzar una cota
en la que estaban situados unos molinos de viento, ya que conseguí superar la
dificultad con aquella bicicleta, cuyos platos y coronas apenas suponen
diferencias entre sí, ofreciendo un desarrollo mínimo de subida excesivamente
duro.
Adolfo ¡ejemplaridad pública ciclista! Toda una larga vida
sobre los pedales. Ilustre miembro del Club Edoardo Bianchi.
La parada central de la jornada
se hizo en los soportales del centro de Ampudia y el avituallamiento, como
siempre lo es allí, resultó generoso, tradicional y entretenido. Un poco de
clarete de Cigales animó aún más la mañana y estuvimos posando, conversando y
admirando bicicletas. Entre lo que por allí había circulando, me gustaron
varias máquinas. Aparte de la antigua BSA de Javier que es una joya destacada y
de la mencionada P10 de Carlos, encontré a una chica con un cuadro Peugeot
magnífico. El montaje de componentes era algo caótico y bastante contemporáneo,
pero el cuadro me encandiló. Hubo varias Razesa metalizadas, algunas Zeus y una
preciosa bicicleta azul celeste con aspecto de nueva firmada por Raphael
Geminiani. También vi una bici bastante antigua con único plato y un cambio
trasero a base de palanca vertical larga y tensor simple de cadena. Olvido
máquinas y personas, pero no es cuestión de inventariar aquí la participación.
El pelotón tenía el honor de compartir experiencia con algunos ciclistas
profesionales de la época del gran despegue internacional definitivo de nuestro
ciclismo (los años ochenta). Allí estaban Alfonso Gutiérrez, Guillermo Arenas,
Iñaki Gastón y Enrique Aja. Estos simpáticos caballeros parecen estarse
convirtiendo en unos asiduos del asunto retro. Me alegro por ello y espero que
su simpatía y carisma consiga que algunos otros se acaben animando a ello.
Sobre ellos quiero destacar algo que siempre me llama la atención, y que en
esta ocasión, una vez más, quedó manifiestamente subrayado. No pararon de posar
son sincera simpatía, paciente amabilidad y excelente talante, ante todos los
que quisimos hacernos fotos con ellos, así como de atender en la conversación a cualquiera que
con ellos la iniciara. Esta casta de ciclistas aguerridos y sacrificados,
además de darlo todo por las carreteras, aprendieron desde muy jóvenes que
aquello no era suficiente para sobrevivir profesionalmente, que además el
trabajo incorporaba otras labores, muchas de ellas relacionadas con el saber
estar y rendir atenciones hacia los medios de comunicación y el público
general, a la postre, motor económico indirecto de sus patrocinadores y
patronos. Aquella generación lo asumió como parte de su esencia y quienes de
ellos lo aprendieron bien, aún lo conservan, mostrando una incuestionable buena
educación en ese sentido, algo que alguna que otra estrella de la época (ya
casi la podríamos calificar como de fugaz, al ritmo que van los éxitos y
leyendas deportivas en los tiempos actuales) debería recordar, pues viviendo
aún de la inercia de los laureles meritoriamente conseguidos hace décadas,
parece no ser tan amable, tolerante y paciente como nuestros amigos y reconocidos
profesionales. Un buen ejemplo, muchas gracias caballeros, que ustedes lo son
de verdad.
Un magnífico cuadro Peugeot de cicloturismo clásico.
Obsérvese el detalle de la boquilla que sale del racor inferior:
se trata de un orificio para llave para bloquear la dirección
como antirrobo.
Dos amigos asturianos posan con nuestros admirados
y respetados ex-ciclistas.
La segunda parte de la ruta
incorporaba toda su esencia de tramos no asfaltados, los cuales presentan tres
tipos de firme diferentes, en una supuesta clasificación de características.
Primero se van sucediendo los de concentración parcelaria. De esos hay dos
tipologías diferenciadas. Algunos resultan muy pedregosos, en mi opinión quizá
un poco demasiado. Uno de ellos dispone de una polvorienta orilla muy cómoda y
ciclable a la que acabamos todos arrimados, pero los otros son francamente
rudos, no aportan mucho y para algunos participantes supone más un contratiempo
que un verdadero disfrute. Este año pinché en uno de ellos, probablemente un
llantazo. Y una segunda vez de forma idéntica, pocos minutos después,
seguramente por presión insuficiente tras el inflado con bomba de mano. Gracias
a Roberto, que me cedió una segunda cámara, acabé la ruta sin más percances. No
cuestiono estos tramos por mis pinchazos, dos veces en ya casi tres temporadas
hiperactivas de ciclismo retro es un balance fantástico del que no puedo
quejarme, simplemente hago un poco de eco de algunos comentarios que escuché en
algún que otro momento, aunque todo hay que decirlo, para otros muchos, la
aparición de tramos de este estilo, suponen un estímulo y hasta un espoleo para
el cambio de marcha y el pedaleo. Otros tramos de concentración (más largos y
numerosos) van tendiendo a acumular tierra o arena y formar algunos bancos que
exigen una conducción fina y delicada, corrigiendo los extraños de las ruedas.
Los tramos aún están aptos y no son nada abrasivos, pero me da la impresión de
que su transformación hacia esos bancos de polvo va acentuándose año tras año,
quizá por causa de la erosión, la circulación o el viento, y de seguir así, con
el tiempo podrán resultar muy difíciles. Su complicación puede evitarse de dos
formas, una dependiente de los caprichos atmosféricos y otra, voluntad de cada
cual. La primera es que si ha habido lluvias relativamente recientes, la tierra,
más húmeda, conserva cierto apelmazamiento y hace al firme mucho más apto para
circular sobre él. La otra consiste en utilizar cubiertas algo más gruesas y
con dibujo bastante marcado. El tiempo dirá cómo evoluciona el trazado de esta
marcha, tanto en cuanto a recorrido, como al estado de sus tramos más
exigentes.
Mi amigo Carlos Cobo, Iñaki Gastón y yo.
Tras mis pinchazos, y escoltado
por varios amigos como Edu, Carlos (Gijón), Carlos (Cobo), Carlos (Peugeot),
Javier y mi benefactor Roberto, continuamos dando cuenta de algunos kilómetros
de concentración, hasta que finalmente llegamos a las sirgas del Canal, las
cuales para mí resultan irrenunciables, porque además de ser entretenidas,
diferenciadoras y con sombra, marcan la esencia del evento, se erigen en su
característica principal, y casi-casi en su razón de ser. No me preguntéis
porqué pues no sabría explicarlo, pero algún magnetismo no detectado debe darse
por allí, pues el caso es que cada vez que he llegado a ese tramo, haya sido en
la modalidad de marcha que haya sido (cicloturista o retro), siempre acabamos
circulando por las sirgas a todo meter, rodando embalados y moviendo desarrollo
como si jugáramos a ciclistas del pavés atlántico. Esta vez fue más de lo
mismo, nos agarramos al manillar, perfilamos una fila india y pedaleamos como
posesos sorteando baches y algunas piedras más gordas que las demás. Ni
siquiera los cambios de ritmo obligados por la superación de puentes, o algunos
giros delicados, redujeron nuestro afán, de forma que acelerados alcanzamos la
dársena en la que ya nos esperaban las elegantísimas damas, galantemente
acompañadas por algún que otro distinguido caballero.
Precisamente sobre el asunto del
Tweed-ride, se me antoja hacer un apunte. Por coincidencias extrañas y
comportamientos colectivos más inexplicables aún, el caso es que la presente
edición la cita se vio muy reducida en cuanto a número de participantes. Al
parecer, aquello no tuvo un desenlace negativo, sino en cierto modo, puede que
hasta positivo, se echaron de menos algunos agradables participantes habituales,
aunque se vivió con alivio la ausencia de determinados personajes que, a modo de
“machos-alfa”, casi siempre intentan ejercer de protagonistas o líderes nada
naturales del grupo de época. Precisamente por ello, la concentración no fue
tan escandalosa y ruidosa como en las últimas ocasiones, en las que había
momentos en los que más que una amistosa reunión de apasionados por las
bicicletas y las prendas de otras épocas, aquello parecía una cacerolada
reivindicativa. Esta vez, la mayoría de los participantes eran parejas o
acompañantes de ciclistas retro, personas que en algunos casos se acercaba por
primera vez a este tipo de reuniones, gente que cumplió con discreción y buen
humor con su papel y que, según parece, quedó bastantemente satisfecha y
dispuesta a repetir. Hasta ahora solía darse cierto divorcio entre un grupo y
el otro, pero si el ciclismo retro crece, paralelamente puede hacerlo el de
época y nutrirse de allegados de participantes del primero, o incluso permitir
un esporádico trasvase de inscritos entre ambos. Es algo sobre lo que quizá
deban reflexionar, poco a poco y sin prisas, algunos organizadores. El “Efecto”
y éxito de “Anjou” reside en ello, y al final, las culturas francesa y española
no son tan diferentes como aparentemente pudieran parecer, especialmente en
cuestiones de ocio y de pasarlo bien. De producirse este cambio, la cultura
Tweed-ride nacional puede verse favorecida, generando cierto cambio de actitud,
ampliando, renovando y diversificando su grueso de practicantes, y erradicando
ciertas tendencias, poco solidarias, que parecen estar más pendientes del “postureo”
y de la rapiña gorrona que del disfrute social, la apertura popular y el goce
de un pedaleo paisajístico, pero pedaleo al fin y al cabo.
Tras las duchas de rigor, y ya
guardadas las bicicletas (por cierto, enormemente satisfecho del funcionamiento
de la Super Cil), vinieron los mutuos cambios de impresiones entre los
participantes de uno y otro “bando”. Primero tomando unas cañas y después
gozando de una comida integradora e idealmente organizada para fomentar la
confraternización. Y precisamente en ese momento tuvo lugar otra de estas
actividades programadas por la organización para complementar lo deportivo con
lo cultural, pues se procedió al homenaje de una personalidad vinculada al
ciclismo de hace años. Si el año pasado la elección recayó sobre mi admirada
Dori Ruano, en esta ocasión la organización del GPCC dio toda una lección de
reconocimiento y agradecimiento cívico, al seleccionar al periodista Ángel Mª
de Pablos como protagonista del homenaje. Autor de un interesantísimo libro de
ciclismo que en breve será re-editado por La Biciteca, de Pablos desarrolló un
estilo personal inimitable en la retransmisión televisiva de las Grandes
Vueltas. Fue un reportero con carisma, muy querido por la sociedad española y,
simultáneamente, tremendamente respetado y también querido por toda aquella
generación de ciclistas a los que ayudó a darse a conocer. A de Pablos nos lo
arrebataron con nocturnidad y alevosía. Ignoramos las razones, pero algún directivo
de la TVE de entonces actuó con cobardía y ocultismo. Al menos, los que
estuvimos en la comida de despedida del GPCC, pudimos disfrutar de un momento
entrañable y salpicado de anécdotas ciclistas de entonces, aportadas por el
homenajeado y varios de los personajes que lo arroparon en el acto, entre los
que por supuesto estuvieron los ex-ciclistas que anteriormente ya mencioné. Así
pues, además de un acto con cierto aire institucional, el momento nos aportó
información añeja, chascarrillos de la memoria de los protagonistas y en
definitiva, pinceladas añadidas de la cultura ciclista del pasado.
Quiero felicitar a todos los
organizadores del GPCC (con mi amigo Víctor a la cabeza), por todo lo
realizado, y muy especialmente por esa atención que siempre prestan al
componente cultural añadido a su evento. Me consta que es algo que pudiera
parecer accesorio para gran parte de los participantes, pero no para mí. Sin
ello, el evento no sería lo mismo, y en lo que a mí respecta perdería bastante
valor y no se diferenciaría tanto de otros muchos. Prefiero los planes de fin
de semana que las pruebas “de día” (en esto me pasa justo al revés que con los
hospitales). Y prefiero disfrutar de experiencias integrales que de actividades
monotemáticas, aunque participe en algunas de ellas de vez en cuando. Desde
aquí les deseo mucha suerte y continuidad para el futuro.