“Rodamos y rodamos y rodamos, con la agricultura a la
espalda y las montañas al frente, y entramos en una pequeña ciudad. Por una
puerta de la Edad Media con arco ojival. Abandonad toda esperanza, grito, y me
veo acribillado por las miradas asombradas de los habitantes de la ciudad,
cargados con las compras del sábado. No tan rápido, Bai Dan, es una zona
peatonal. Y nos bajamos del tándem. Café con terraza en la plaza mayor, muchas
mesas y sillas y sombrillas. Buen sitio para recobrar fuerzas”.
Ilija Trojanow (“El mundo es grande y la salvación acecha
por todas partes”)
La Challenge Retro 2013 va avanzando poco a poco, pedalada a
pedalada. Los paisajes y los personajes se van sucediendo, enriqueciendo la
experiencia y construyendo etapa tras etapa, evento tras evento, un patrimonio
inmaterial de vivencias enriquecedoras que con lo ya disfrutado hasta ahora
justifica de sobra el haberme embarcado en tan singular aventura.
España tiene la suerte de disfrutar de un territorio
interior muy peculiar que ocupa una buena parte de su espacio. Me refiero a la
Meseta, esa enorme extensión de paisajes y parajes elevados unos cuantos
cientos de metros sobre el nivel del mar y separados de él, en la mayoría de
los casos, por abruptas cordilleras. En la Meseta el clima es diferente: seco,
y frío o caluroso en función de la estación. Guarda una diversidad de paisajes
y ecosistemas insospechada. Y una riqueza histórica y cultural envidiable. Y
como no podía ser de otra manera, nuestro viaje itinerante y caprichoso, nos
llevó en esta ocasión a una de las provincias que la ocupan en su zona norte:
Soria.
Ya escribí sobre dicha provincia hace poco, por lo que hoy
me centraré en la crónica del viaje y participación en La Histórica 2013, una
experiencia estupenda. Puestos a aprovechar el desplazamiento, Myriam y yo
viajamos el viernes en el coche. Y para ambientarnos y centrarnos en el
“turismo interior” y aprovechando una bonita tarde, elegimos la ruta sin
autovías: la que atravesando los puertos del Escudo, Carrales y el Páramo de
Masa, alcanza Burgos, para después por la carretera de Salas de los infantes,
acercarnos hasta Abejar. Si alguien no conoce esta forma de comunicarse con
Cantabria, que no deje de probarlo, porque el paisaje es fascinante. En
especial los cañones burgaleses y el vertiginoso descenso verde hacia el
territorio cántabro. Además, en la actualidad presenta muy poco tráfico, lo que
hace el viaje tranquilo y placentero.
Tal y como teníamos previsto, el sábado lo dedicamos a
caminar por la montaña. Amaneció un día fresco pero soleado, ideal para
esfuerzos de altitud. Atravesamos el embalse de la Cuerda del Pozo, que estaba
a rebosar a causa de todas las nevadas invernales y de esta primavera tan
generosa en cuanto a precipitaciones, y poco a poco nos fuimos acercando al
aparcamiento inferior de la Laguna Negra. Desde allí caminamos hasta la famosa
laguna, y una vez más (hacía más de 20 años que no regresaba hasta allí) me
fascinó. Es un rincón natural realmente bello, rodeado de bosques de pinos, con
la laguna encajada bajo unos farallones de granito, por los que baja alguna que
otra cascada bien “nutrida”. El paraje está ligeramente acondicionado (pero con
gusto) con una pasarela de madera discreta que te permite bordear una parte del
lago. Aquello se asemeja a las imágenes idílicas que podemos todos evocar del
Canadá (ya sea por haber estado allí o por haberlo visto en fotografías,
películas o documentales). A esa hora no había mucha gente, por lo que pudimos
disfrutar de ello y empezar nuestro ascenso montañero sin tumultos. Por la
izquierda tomamos un sendero entre rocas, y un puente de madera nos dio acceso
a una canal bastante vertical que ascendía en zig-zag por entre dos paredes de
roca. Algunas manchas de nieve aún aferrada a la umbría, nos mantuvieron alerta
para no resbalar, pero poco a poco ganamos altura hasta alcanzar los bloques de
roca superiores, una especie de balcones naturales hacia la laguna. Desde allí
la vista es grandiosa, y se puede hacer uno mejor idea de lo que supone la
extensión forestal de esta comarca. A partir de allí continúe sólo. Con paso
ligero alcancé los pastos superiores, mucho más llanos o de pendiente ligera,
con un arbolado poco a poco menguante a causa de la altura y con cristalinos
arroyos llenándolo todo de agua y sonoro gorgoteo. Durante un buen rato caminaba
alternando el terreno firme con cada vez más amplias manchas de nieve. Todo el
falso llano estaba rodeado de por un cordal de cumbres suaves dibujando una
especie de arco por el oeste. Todas sus laderas estaban bastante cargadas de
nieve, incluso había restos de aludes en las más empinadas y una cornisa volada
en algunos tramos entre cumbres. A partir de determinado momento la marcha era
ya completamente sobre nieve, bastante blanda, pero aún así algo resbaladiza.
Ascendí hasta los 1993 metros de altura, hasta alcanzar un collado desde el que
se veía el boscoso valle de Revinuesa, y de frente el pico Urbión. Allí
encontré a los rezagados de un gran grupo de excursionistas que pretendían
coronar la cumbre. A lo lejos se veía a unos pocos cerca de la misma, el resto
aún a medio camino y bastantes dándose la vuelta por problemas de “falta de
adherencia”.
En ese
momento reconocí mi error: ¡teníamos que habernos traído las raquetas para la
nieve (y por si acaso unos crampones)! Pero ¿quién lo iba a pensar?
Probablemente hubiera podido coronar la cumbre de igual modo, pero yendo sólo y
con Myriam esperándome más abajo, tampoco era cuestión de empeñarse en ello.
Disfruté de la excursión e inicié el regreso hasta el punto de encuentro. Más
tarde descendimos juntos la canal hasta la laguna, donde ya había bastante
gente (mucha en realidad), así que poco a poco fuimos desandando la carretera y
nos trasladamos con el coche hacia las llanuras boscosas de los alrededores de
Vinuesa, para comernos el bocadillo tranquilamente. Vinuesa nos sirvió para
tomar el café de sobremesa y hacer tiempo hasta la hora de apertura del Museo
del Bosque. Se trata de un moderno edificio de arquitectura interesante en la
que la madera y el hierro oxidado predominan. De poca altura y planta con
algunos recovecos. Su contenido está dedicado completamente los pinares de la
zona: al paisaje, explotación, cultura derivada, fauna, etc. Todo ello
ilustrado con fotografías, algunos videos, materiales antiguos, etc.
Objetivamente hay que decir que no tiene gran cantidad de material, pero su
visita se hace interesante, agradable y nada cansada. Hay una especie de hall
que simula el propio bosque con un grupo de columnas de tronco de árbol, que le
dan un toque muy atractivo. Nos gustaron especialmente las referencias a las
fiestas populares de la zona: la Pinochada (en la que cofradías de mujeres y
hombres, casados y solteros bailan y se enfrentan azotándose con ramas de pinos
siguiendo un protocolo tradicional). Y sobre todo la Pingada del Mayo, durante
la cual el pueblo colabora para levantar un pino en el centro de la plaza,
utilizando para ello sogas y un armazón de troncos finos que van apuntalando
progresivamente. En otra estancia, al ver una máquina de serrar y toda la
información referida a las carretas de transporte con bueyes, no pude evitar
recordar a mi abuelo Toribio (a quien no llegué a conocer), dedicado
precisamente (o fundamentalmente entre otros negocios rurales) al serrado de
madera, fabricación de muebles y comercio maderero en general. Y no debía
dársele mal en la vieja Ferrería, pues pese a morir a los cincuenta años de
edad, con el patrimonio por él conseguido pudo mi abuela vivir otros cincuenta
años más y acabar de dar sendas carreras universitarias en Madrid a sus dos
hijos, todo ello a base de las rentas por él generadas.
El resto del día lo dedicamos a encontrarnos con nuestros
compañeros clásicos y amigos. En el hotel fueron apareciendo ciclistas. Algunos
desconocidos, otros, como Carles Soler y su mujer (organizador de La Pedals de
Clip) “reconocidos”. Por nuestra parte por fin habíamos conseguido “liar” a
gente de nuestro entorno: Marcos (compañero de fatigas deportivas ciclistas,
patinadoras o lo que haga falta) que traía la Corbetta de su padre; Rogelio (amigo
zaragozano conocido en anteriores proyectos de trabajo) con una Rehynol de los
años 40 prestada por un coleccionista de su ciudad; Rosa (gran amiga, siempre
con propuestas laborales inquietas y descabelladas) con su GAC “fashion-rosa”
(antigua pero a estrenar) y Javier, quién sustituía los palos de golf por una
Special que yo mismo había recuperado y restaurado a toda velocidad para que
llegara a tiempo aquí; y finalmente Domi y Fernando, que con gran entusiasmo se
apuntaron como acompañantes, y todo hay que decirlo, además de pasárselo
genial, nos han hecho un reportaje de fotos y de vídeo fabuloso. El resto del
día transcurrió con tareas de recogida de dorsales, unas cervezas, la consabida
cena en el hotel y una copa posterior (de la que me abstuve por acumulación de
falta de sueño).
A la mañana siguiente el sol volvía a lucir y la
temperatura era algo más elevada que la víspera. Todo apuntaba a que iba a ser
una excelente jornada ciclista. Mientras preparábamos las bicicletas la gente
iba apareciendo por los rincones. Puede saludar a José Joel (el cubano de
Alcorcón), con quién había intercambiado algún correo hace tiempo y que en la
Pedal tan sólo vi de refilón. En la zona de salida ya lucían radiantes los
coches antiguos, y podíamos empezar a admirar unos a otros nuestras bicicletas.
El grupo fue de nuevo nutrido, alcanzando también una cifra cercana a las 150
personas. Se sucedían las fotos y los agrupamientos informales, hasta que se
dio la salida. La ruta nos pareció muy bonita, con un trazado casi totalmente
ausente de tráfico y de carreteras rápidas, un equilibrio muy adecuado (esto sé
que es una opinión muy personal) entre tramos asfaltados, tramos de tierra y
hasta algunos metros de adoquines (pavés). En casos así siempre pienso lo complicado
que sería insertar tramos no asfaltados en nuestra tierra, ya que no existen
pistas que se mantengan en tan buen estado de rodadura, a causa de la lluvia,
tan habitual y tan rebelde a los pronósticos. Salvo un tramo con numerosos
boquetes que debían ser sorteados dando espacio al de delante, el resto de
pistas eran buenas para pedalear, anchas y daban un toque muy clásico al
trayecto. La ruta discurría toda ella alternando campos castellanos,
especialmente verdes este año, con kilómetros de pinares. Hubo algunos
desniveles llevaderos y curvas serpenteando entre la masa de árboles.
Foto: Domi Viñas.
Foto: Domi Viñas.
Otro detalle que realmente me gustó mucho fue que hubiera un
“carnet” o “libro” de ruta en el que sellar algunos controles de paso. Es algo
que le da un toque “pionero” y “randoneur” muy simpático. Se hicieron varias
paradas de reagrupamiento, y en algunos puntos estratégicos nos encontrábamos
con el dispositivo de acompañantes que nos esperaban con sus cámaras
dispuestas, su algarabía y sus ánimos entusiastas. Es difícil destacar detalles
del recorrido. Todo él resultó agradable. Quizás algunos tramos de bosque con
toboganes sucesivos, la llanura previa a Calatañazor (con un inglés de San
Sebastián a rueda con su Orbea de paisano y compartiendo bota de vino), el
tramo de tierra al borde del río… o desde luego, la rampa de ascenso de regreso
en la que los desarrollos más clásicos hicieron que una parte importante del
pelotón tuviera que echar pié a tierra.
El avituallamiento en Calatañazor fue muy festivo. El pueblo
es francamente bonito y acogedor. Allí degustamos los torreznos, tortilla,
cerveza, un chorizo que pese a mi abuso no ha vuelto a hacer acto de presencia
“evocadora” (lo cual es síntoma indudable de su calidad) y un contundente dulce
local que ríete tu de las barritas energéticas. De nuevo al conversación
afloraba aquí y allá, y las fotos y las risas. Había hambre, sin duda, o ganas
de comer, lo digo porque a más de uno se le pasó el control de sellado, aunque
no los torreznos…
Igual que podría recordar detalles del recorrido podría
enumerar personajes o bicicletas, pero entonces esto no acabaría nunca y se
convertiría en un catálogo (catálogo no exento de interés y simpatía). Sin
embargo no puedo evitar mencionar a dos participantes que me llamaron
poderosamente la atención: por una lado una “dama” que ataviada con botines
victorianos, medias de fantasía
decimonónica, bombachos (no, no es que la mirara debajo de las faldas, es que
el viento y la velocidad lo muestran todo…), vestido de pic-nic y pamela; y
montando una bicicleta deportiva “de mujer” de los 70-80, nos acompañó con
entereza, simpatía y gran remango a lo largo de toda la ruta. Por otro lado, un
joven ciclista que ni corto ni perezoso puso en funcionamiento la bicicleta de
su abuelo: una auténtico “hierro sin cambios” de hace unos 80 años, en perfecto
orden de marcha pero sin retoque estético ni “manicura” alguna y con una
horquilla de esas cuyas curvaturas de puntas eran similares a las de los
bigotes de quienes las conducían en su época.
Foto: Domi Viñas.
A lo largo de la ruta pudieron verse también bastantes
averías. Algunas con solución, otras no. La más temprana sucedió en el
kilómetro 3 aproximadamente, la víctima compensó el disgusto con cerveza y
parada tras parada le fuimos viendo cada vez menos triste, ignoro si esto se
debía al efecto de la “birra” o al vernos cara de cansados a los demás. Nuestro
compañero Rogelio tuvo que retirar preventivamente su antigua bicicleta
prestada porque la banda de rodadura de la cubierta trasera se fue
desprendiendo de la rueda, y la llanta (original de los años 40) empezaba a
correr serios riesgos; son cosas que pasan a veces también a día de hoy en la
Fórmula 1, es lo que tiene rodar tan rápido, o salir con neumáticos originales
de hace… ¡50 años!. Pero esto de las averías es parte del encanto, algo
inevitable al sacar clásicas a rodar por terrenos rudos. Lo único que hay que
hacer es preparar bien las bicicletas y portar recursos suficientes para
intentar resolver los avatares. Como Marcos apretando el pedalier a mano cada
poco o Javier y su “tratamiento” de manos a base de grasa consistente y
lubricante de cadena.
La jornada acabó en comida multitudinaria en un frontón
cubierto, con sorteo de regalos y una repentina lluvia torrencial en el exterior
(que sólo empezó cuando todos estábamos dentro protegidos). A partir de ahí,
despedidas y regresos. El nuestro fue muy tranquilo y sosegado, sin prisa,
deleitándonos en el recuerdo de otro fantástico fin de semana ciclista, de otro
viaje en el tiempo, casi con pena de abandonar la Meseta, sus campos, sus
paisajes, sus gentes y sus pueblos. Afortunadamente en el maletero del coche
venían botellas de Ribera del Duero (con vitola personalizada del evento
ciclista), endivias, mouse de foie, y algunos botes de hongos deshidratados.
Parte regalos de la organización, parte compras nuestras. Todo ello para que se
nos haga más breve la espera hasta poder volver por allí.
De mis amigos ¿qué más puedo decir? Que les agradezco que
nos hayan acompañado, que los considero unos valientes por haber sido los
únicos hasta ahora en dejarse convencer por esta “locura” del ciclismo clásico,
y que no han hecho más que corroborar lo que se están perdiendo tantos otros
que aún no se han decidido, o no han podido y para los que me consta que este
tipo de eventos resultaría algo francamente inolvidable. En cualquier caso
tengo el firme convencimiento de que quienes nos han acompañado en esta
ocasión, ya están comprometidos para la causa.
No quiero
cerrar este relato sin mencionar el verdadero “secreto ibérico”. No, no me
refiero al conocido plato de cerdo que sirven en numerosos restaurantes. No, de
lo que hablo es de un fenómeno paranormal que ocurre de forma cotidiana en
Abejar. Y más concretamente en el Hotel Puerta Pinares (donde por cierto
estuvimos muy a gusto). Allí encontramos a un atento empleado que así, como
quien no quiere la cosa y disimuladamente, pasea el don de la ubicuidad. Tan
pronto le tenías de recepcionista como te servía una caña en una barra, te decía
adiós desde el hotel o te le encontrabas dos curvas más allá animándote durante
el pedaleo con unos platillos… te dabas la vuelta en el avituallamiento y allí
estaba él degustando un torrezno como si tal cosa. Pero es que volvía a estar
en la recepción cuando te hacía falta. Quizás en Soria hay gente que sin hacer
alarde de ello es capaz de plegar el espacio como hacían los pilotos espaciales
de Dune en las novelas de Frank Herbert. Cualquier cosa en esta reserva de la
Humanidad, donde el tiempo es relativo.
Y para el que quiera entretenerse unos minutos, aquí va le película que rodó mi amigo Fernando. Esta centrada en nuestro grupo, pero se puede percibir bien el ambiente general.
La Histórica from INVESTEA.