"La canoa azul" Winslow Homer
(Museum of Fine Arts, Boston)
Cuando hace algún tiempo me puse
a investigar sobre la vida de John Mac Gregor (Rob Roy) y su papel principal e
iniciador en el turismo aventurero piragüista, en plena búsqueda de información
me fui topando con algunas conexiones cercanas en el tiempo, que me fueron
llevando por un intrincado mundo de aventuras y proyectos deportivos singulares,
todos ellos con el kayak o la canoa como elemento común. Por lo que he podido
ir leyendo, el final del siglo XIX y los inicios del XX, debió de ser una época
de bastante dinamismo dentro del desarrollo de esta actividad deportiva, la
cual, antes que nada, pareció crecer en su vertiente más viajera (precisamente
la que a mí me atrae). En este capítulo pretendo presentar una muestra de lo
que denomino herederos (casi directos) de Rob Roy. Son hechos, vinculados a
personas y actividades concretas, que en algunos casos provienen directamente
de la influencia de las aventuras de Rob Roy, y en otros, aunque ligeramente
posteriores en el tiempo y alejados en la zona de influencia geográfica
anglosajona, se mantiene un espíritu común, cierta inocencia pionera y altas
dosis de valentía y decisión.
Baden Powell
Como la mayoría de gente sabe,
Robert Baden Powell fue el fundador del movimiento Boy Scout. Aquello, en su
día y su contexto, supuso toda una revolución de modernidad en la manera de
entender la dinamización del ocio infantil y juvenil. Tal es así que dicho
movimiento pervive con fuerza y carácter internacional (casi global podríamos
asegurar; adelantándose en este atributo a muchas otras tendencias de la
actualidad). Pese a las connotaciones que dichos movimientos puedan haber
mostrado (o sufrido) en algunos países concretos, en momentos históricos
precisos, al movimiento hay que otorgarle todo el mérito que se merece, y que
es mucho. Enorme en mi opinión, pues configuró toda una corriente de educación y
formación en un ocio activo, cooperativo y amante de la naturaleza, que
permitía a millones de jóvenes desarrollar su potencial y colmar sus apetencias
aventureras sin que tal posibilidad dependiera demasiado de su contexto
familiar. Confieso que durante algunos años de mi infancia, yo mismo tuve la
suerte de disfrutar de varios años de pertenencia a un grupo muy sano y activo
de Boy Scout, nacido al abrigo de mi colegio, y a día de hoy, en el recuerdo,
no tengo más que parabienes de aquella experiencia.
El movimiento Boy Scout, desde
sus inicios demostró una clara y firme vocación de práctica y utilización de
las actividades deportivas de aventura desarrolladas en el medio natural. La
montaña, la orientación, escaladas, etc. Formaron parte evidente de sus
contenidos. Y esto se hizo extensivo a otras muchas modalidades, como fue el
caso del piragüismo. De entre todos los hermanos del fundador, el mayor,
Warrington Baden Powell, fue un verdadero entusiasta de la práctica del kayak.
Tal es así que ostento el cargo de vice-comodoro del Royal Canoe Club que fundó
John Mac Gregor. Ambos eran buenos
amigos y amantes de la práctica de aquel piragüismo recién nacido. Warrington
alcanzó bastante fama dentro del mundo de la canoa por su pericia al navegar,
demostrada en numerosos encuentros, regatas y travesías. A causa de ello, su
hermano Robert, le encargó el desarrollo de todo el planteamiento de una
sección piragüista (y de navegación a vela ligera) en el seno de la
organización Boy Scout. La mencionada popularidad de este “palista” fue
claramente compartida con la de su embarcación más habitual: el Nautilus.
Aunque en cierto texto histórico he leído algún comentario referido a la
particular filosofía de viaje que Baden-Powell y otro compañero parecierón mostrar
en su viaje por el Báltico en las embarcaciones Nautius e Isis (tendente a
eludir algo su uso, siempre que hubiera medios de porteo a mano; dando una
importante función de icono a sus embarcaciones, más que como medio de disfrute
constante de las mismas), no está en mi mano juzgarlo o siquiera tenerlo en
cuenta, lo que es un hecho es que el mayor de los Baden Powell fue un ferviente
y permanente practicante, así como uno de los principales agentes difusores del
desarrollo de esta modalidad deportiva en su época.
Warrington Baden Powell ante su Nautilus (imagen de un foro).
Una réplica actual del modelo Nautilus (Jonathan & Chris Wren)
Robert Louis Stevenson
Que Stevenson escribió “La Isla
del Tesoro” lo sabe mucha gente, es cultura general. Que también fue el autor
de “La Flecha Negra” y “El extraño caso del doctor Jekyll y el Señor Hyde”,
también es ampliamente sabido. Algo menos conocido por el gran público es el
hecho de que este afamado autor fuera escocés o que empleara gran parte de su
vida en realizar sorprendentes e interesantes viajes y en escribir crónicas
sobre los mismos. Stevenson viajó por medio mundo. Por los mares del Sur, por
Europa, por los Estados Unidos. Viajó en barcos, caminando y hasta en un carro
tirado por una burra. Pero lo que realmente viene a cuento aquí, es que en
1878, publicó el que quizá fuera su primer libro de viaje: “An Inland Voyage” (“Navegar
tierra adentro”). Esta obra, aún antes de ser leída, presenta varios atributos
que la hacen interesante. Para empezar no sólo es el primer libro de viajes
escrito por el autor, sino también su primera publicación de cualquier tipo. En
segundo lugar, y aquí viene la clave de estar hablando de ello, narra las
peripecias del autor en un viaje real que realizó en canoa, en compañía de su
amigo Walter Simpson, por los canales de Bélgica y Francia.
La influencia ejercida por Mac
Gregor sobre Stevenson, proviene de la lectura del primero de los libros del
segundo. Paro además, la presencia de Warrington Baden Powell, con sus viajes,
sus promociones de la práctica del piragüismo y su fama, se hizo aún más
directa y facilitó que Stevenson se viera seducido por la idea de recorrer
diferentes territorios utilizando dicho medio de transporte. Apenas transcurre
media década entre la ruta báltica de Baden Powell y el viaje descrito por
Stevenson, aunque en medio también fue publicada alguna otra experiencia en
canoa llevada a cabo por terceros.
La experiencia fluvial de
Stevenson parece muy interesante al tratarse de una propuesta de viaje intensa
que busca evitar en lo posible la ayuda externa y los sectores de porteo
largos. Para ello se apoya en la utilización de los canales belgas y del norte
de Francia. La ruta se inicia en Amberes, toma rumbo sur hacia Bruselas y
Charleroi, para después navegar en dirección suroeste finalizando a unas 20
millas al norte de París. La idea resulta interesante aún a día de hoy, pues
los canales en aquella parte de Europa ofrecen garantías, seguridad y una red
amplísima de posibilidades de itinerarios. Por otro lado, la combinación de los
aspectos deportivos, moderadamente aventureros y de enriquecimiento social
durante el viaje, parecen una combinación de lo más rica a priori. Escribo esto
en plena adquisición del texto de Stevenson, y a punto de iniciar su lectura.
Así pues, no puedo adelantar nada sobre el desarrollo del viaje. Sin embargo,
creo que la recomendación de su lectura resulta innecesaria, pues estamos
refiriéndonos a un viaje en canoa, con el componente “retro” que le garantiza
el haberse llevado a cabo en la década de los setenta del siglo XIX, y por si
todo ello fuera poco, con la narrativa de un ilustrísimo autor de la literatura
universal.
Frontispicio de una temprana edición
del libro de Stevenson.
Nueva Zelanda
En 1889 George y James Park
cruzaron la isla sur de Nueva Zelanda con sendos kayaks de madera, desde la
costa oeste, remontando el río Taramaku, atravesando el Harper Pass y más tarde
descendiendo el río Hurunui y el lago Summer, hasta la costa este. A partir de
allí, George se dirigió hasta Christchurch navegando por el océano.
En el año 2008, un sobrino nieto
de aquellos aventureros, Steve Moffatt y su amigo Steve Gurney (especialista en
kayak), decidieron repetir aquel viaje de 13 días y 330 km acarreando y
navegando sendos kayaks. Especial mérito tuvo el primero de ellos, pues lo hizo
con los materiales y recursos de la época de sus antepasados. Incluidas las
ropas antiguas y una añeja vela como sistema de tienda para dormir y una
embarcación de madera que fue construida como réplica idéntica de las que en su
día utilizaron sus tíos. Entretanto, su acompañante disfrutó de las bondades
del neopreno, el Gore-tex, la comida deshidratada… y un kayak hinchable, ideal
para ser acarreado por la selva y la montaña. Ambas embarcaciones iban también
equipadas con velas para la navegación marítima, pero al igual que en todo lo
demás, cada una de ellas fiel a los modelos de sus respectivas épocas. El
planteamiento, además de replicar una experiencia histórica cercana de gran
valía, pretendía experimentar de primera mano las diferencias existentes entre
los 120 años transcurridos desde un intento al siguiente.
Parte de la remontada inicial la
hicieron a estilo “sirga”, con el equipaje colocado en los barcos, los cascos
flotando en el río y los protagonistas tirando de ellos mientras caminaban por
la orilla, portando un cabo suficientemente largo. Lo más penoso fue atravesar
el “paso”, acción que les llevó dos días: uno para trasladar el pesado kayak de
madera entre los dos, y otro para transportar el resto del material y el
inflable. Hasta el quinto día no llegaron realmente a navegar, porque la parte
alta del segundo río tenía poco caudal y muchas rocas. En aquella zona, la
amortiguadora y flexible embarcación moderna resultó también mucho más
ventajosa. Llegados al lago, ambos pudieron sacar partido al velamen y tomarse
un cierto respiro. De vuelta al cauce del río, encontraron varios rápidos previstos,
de los cuales algunos de ellos fueron bien negociados por el barco de madera, a
excepción (por prudencia) de los tres más fuertes, que los pasó con cuerda.
Entretanto, la embarcación inflable completó el recorrido entero a paladas. Cuando
ya remaban por la parte más tranquila del río, Moffatt se vio enganchado en un
árbol semi-sumergido. La situación se hizo peligrosa para él y su kayak, y
Gurney debió echarle una mano para ayudarle a salir de la trampa y, poco a poco,
recuperar la maltrecha piragua entre los dos. Los necesarios arreglos del casco
se hicieron al viejo estilo, parcheando con piezas de madera, toda una
demostración de competencia carpintera de ribera. El tramo marítimo se resolvió
navegando a vela con el mar algo movido. Como percance final se produjo un
vuelco del kayak de madera, al arribar a la playa con oleaje y el velamen
desplegado. El barco volcó y piragua, vela, mástil y remero formaron un
torbellino de materia que incluso provocó alguna herida sangrante en Moffatt.
Al parecer la lección sirvió de práctica para conseguir que el resto de
desembarcos playeros se superaran sin incidentes. El avistamiento de focas y la
compañía de los delfines amenizaron su final. Ambos acabaron exhaustos pero
encantados de la experiencia, y con un revalorizado sentimiento de admiración
hacia los pioneros del deporte piragüista de travesía. Tanto es así, que
posteriormente han investigado la realización pasada de numerosas travesías de
lo más complicadas en su tierra y se están dedicando a replicar muchas de
ellas.
Ambas historias me llamaron
poderosamente la atención, porque, además del interés que por sí solas tienen,
en lo que respecta a una práctica aventurera y nómada del piragüismo,
constituyen un raro ejemplo de vinculación entre dos actividades similares
separadas en el tiempo y en la historia, algo que precisamente este año,
algunos hemos empezado a experimentar con nuestras bicicletas. Por otro lado,
la segunda travesía se caracterizó por (en un 50%) utilizar material “retro”,
pero dentro de una modalidad completamente diferente a aquella en la que yo
acostumbro a hacerlo. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante un caso que
aglutina muchos de los atributos que tanto recreo, estudio y divulgo en mis
textos.
Ambos Steve paleando en sus kayaks (imagen Blog de
Steve Gurney).
Pasado y presente viajando juntos (imagen Blog de
Steve Gurney).
Asturias
Dionisio de la Huerta Casagrán,
barcelonés de ascendencia asturiana veraneaba en Infiesto. Y fue precisamente
dirigiéndose hacia la estación en Barcelona, iniciando su traslado veraniego,
cuando en los almacenes El Siglo, descubrió una piragua plegable. Corría el año
1929. Sin dudarlo, adquirió el artefacto y se lo llevó a Coya, con idea de
disfrutarlo durante el verano por los ríos salmoneros del norte. Al poco de
llegar a destino ya pudo divertirse con la embarcación en la presa del Molino.
Días después, con sus amigos Benigno Morán (médico) y el “guaje” Manés
Fernández (este último a bordo de una piragua de fabricación casera y dotada de
flotadores laterales), decidieron acometer una excursión por el río Piloña,
desde Infiesto hasta Coya. Unos 5 km en dos horas y media. La experiencia les “prestó”
tanto que decidieron darle continuidad con una nueva tentativa, en este caso
navegando hasta Arriondas en compañía de Alfonso Argüelles y de nuevo Manés
Fernández, mientras algunos amigos los seguían en autocar. Aquello fueron ya siete
horas de remadas y achiques, solventadas con bocadillos y culminadas porque se
les hizo de noche en Soto de Dueñas.
Al año siguiente la experiencia
se repitió por parte de los tres últimos protagonistas enumerados, descendiendo
el Sella desde Infiesto hasta… Ribadesella o Soto de Dueñas (según las
versiones de la historia consultadas). Aquella excursión constituiría a la
postre, el I Descenso del Sella. En 1931 el final ya quedaba situado en
Ribadesella y la salida en Soto de Dueñas, conformando un recorrido de 25 km
que completaron en cuatro horas y media. Finalmente, en 1932 quedó instaurado
el recorrido definitivo (el que se mantiene hasta la actualidad) entre los
puentes de Arriondas y Ribadesella, de 19 km de longitud. En aquella ocasión se
reunieron ya hasta trece palistas provenientes de diferentes puntos de
Asturias, celebrando la primera edición competitiva del mítico descenso. Tras
el parón provocado por la Guerra Civil, la competición se reanuda en 1944,
adquiere carácter internacional en 1951, y va creciendo en popularidad,
participación y organización año tras año, además de alcanzar el estatus de
Fiesta de Interés Turístico internacional.
Esta bonita historia de origen
local, me parece un inspirador ejemplo de cómo, algunas iniciativas personales,
o de nivel de reducido grupo de amigos, con el paso de los años, el acierto,
fidelidad y apego a su celebración, pueden llegar a transformarse en algo
grande. Cuando el evento (oficial o privado) cumple con el objetivo de
entretener y hacer disfrutar a sus protagonistas, tiene posibilidades de
prosperar, o cuando menos, mantenerse vivo en el tiempo, aunque sea sólo a una
escala “micro” y particular. En ocasiones, el boca a boca o la promoción
premeditada, consiguen incluso darle divulgación y generar un creciente éxito
de convocatoria y participación, como la historia del Descenso del Sella nos
demuestra. La cuestión es que en muchas ocasiones, las competiciones de mayor
encanto histórico y deportivo, suelen estar vinculadas a comienzos aventurados
e ideas brillantes, lanzados por individuos emprendedores (no me refiero a un
punto de vista económico sino de dinamismo humano). En su día expuse que John
Mac Gregor fundó el primer club de kayak conocido. Aquí explico el nacimiento
de la afamada prueba internacional del Sella. Y me gusta mostrar estas
anécdotas porque en el fondo, algunos de mis amigos, o yo mismo, cuando abordamos
aventuras “temáticas”, re-editamos quedadas, “replicamos” hazañas deportivas
ajenas del pasado, u organizan (ellos) eventos formales, estamos haciendo lo
mismo que aquellos admirados valientes de antaño, a los que tanto admiro y a
los que tanto debemos, nosotros y muchos más. Don Dionisio, en realidad, fue
una especie de Henri Desgrange del piragüismo, con otras motivaciones y otro
carácter, pero un efecto multiplicador comparable una vez conocido el desenlace
final.
Imagen de Casagran con sus amigos en alguna de aquellas
históricas excursiones fluviales.(imagen: blog de Acebedo).
El Nilo.
Los libros de portadas amarillas de
Editorial Juventud siempre ejercieron cierta fascinación sobre aquellos de
nosotros dados a soñar con grandes
expediciones, insólitos viajes y singladuras oceánicas. Aunque la gran mayoría
de los títulos que, a lo largo de varias décadas, ya fueran en tapa dura o
blanda, han ido proponiendo una interesante oferta en esta línea, se hayan
enmarcado en el ámbito de las travesías oceánicas a vela, rebuscando en su
catálogo, de vez en cuando aparecen algunos títulos que se salen, de forma sugerente,
de ese patrón. Así di hace ya bastantes años con un par de ejemplares que
motivaron una compra inmediata. Uno era “Operación Impala” (1963), en el que
tres motociclistas catalanes narraban su experiencia recorriendo el continente
africano desde El Cabo hasta Túnez (pasando por Nairobi y todo el este
continental) en unas Montesa Impala. Y el otro, “Por el Nilo en Kayak” (de John
Goddard), en el que se cuenta la experiencia viajera vivida por tres
piragüistas recorriendo prácticamente completo el mágico río africano. La
odisea se inicia en el año 1950, con unos kayaks de tipo expedición,
desmontables, que además de recordar ligeramente al mismísimo Rob Roy, utilizan
la “patente” o diseño habitual de los dos principales fabricantes actuales de
desmontables.
La aventura no tiene desperdicio:
rápidos, laberintos fluviales, sucesivo contacto con diversas tribus y naciones
indígenas, animales… En ella los hipopótamos cobran un especial protagonismo
por el enorme peligro que supone la navegación ante su proximidad. Sin duda
estamos ante una hazaña importante, más destacada aún si tenemos en cuenta la
fecha de su realización y los materiales disponibles entonces. Quizás la
vorágine de proyectos aventureros que se ha disparado en la sociedad actual durante
las últimas décadas, pueda hacernos pensar que estamos ante una “aventura más”,
pero no es así, las cosas hay que conocerlas y situarlas en su contexto
temporal y geográfico. En la actualidad, quien más y quien menos, ya son miles
de personas las que se embarcan en supuestas “grandes aventuras”. Pero los
seguros, la inmediatez de la administración diplomática, la tecnología, las
telecomunicaciones, los materiales y la “superpoblación” de aventureros, han
desvirtuado tanto este fenómeno que ya resulta casi imposible vivirlo en las
condiciones de siglos anteriores. De hecho, hoy en día, algunas grandes hazañas
(como por ejemplo ascender al Everest) se han convertido en planes medianamente
asequibles, previo pago a una entidad especializada que se encarga de su
organización y desarrollo. El tema da mucho juego para debates y discusiones,
en las personalmente procuro no entrar. La cuestión es que la historia de los
tres palistas en el Nilo, está fuera de toda la polémica generada por los
nuevos tiempos.
Cuando leí el texto hace años,
disfruté mucho con ello. Aunque es difícil, para un piragüista sencillo y
modesto, hacerse una idea de las dimensiones de todo aquello: geográficas, de
duración del viaje, de gravedad de los peligros, etc. El constante salto desde
anécdotas reseñables a detalles dignos de mención, es más que suficiente como
para hacerte una buena idea de lo que aquella vivencia pudo llegar a ser. Y al
menos en mi caso, espoleó la imaginación y las ganas de embarcarme en alguna
experiencia similar aunque de dimensiones domésticas y viables. Esta lectura
fue, sin duda, uno de los detonantes de mi actual afición al piragüismo
viajero.
Los tres protagonistas posando en sus kayaks
(imagen: libro de Goddard)
Una parada en la selva (imagen: libro de Goddard).
Peregrinación
No nos hace falta ir muy lejos
para dar con personas lo suficientemente aguerridas como para que se les
ocurran ideas descabelladas en las que nuestras queridas embarcaciones ligeras
se conviertan en eje clave del proyecto. En 1950, 16 palistas, a bordo de tres
K-4, salieron de Palma de Mallorca y se plantaron en Roma. Así, por la buenas.
La travesía tuvo algunas escalas en Mallorca, otra en Menorca y alunas más en
Cerdeña y Córcega, ya que el trazado realizado fue en línea casi directa,
atravesando el Mediterráneo sin el abrigo de la costa.
Se trataba de una peregrinación
en Año Santo, compartida por estudiantes del SEU, apoyados por un barco de
avituallamiento y en la que recorrieron 1070 km. Las embarcaciones se
construyeron en madera contrachapeada y forradas de lona exterior para mayor
impermeabilización. Su diseño fue responsabilidad de José Sans Gironella, quién veraneante
habitual de Laredo, se apoyó en gran medida para ello en los consejos aportados
por los carpinteros de ribera de la villa marinera cántabra. La fabricación se
realizó en unos talleres cedidos por el Ejército del Aire. Las piraguas iban
equipadas con una pistola de señales, dos cantimploras de agua, una brújula,
cuatro chalecos salvavidas, una linterna, cuatro bolsas impermeables, cartas
marinas, sacos estancos, silbatos y algunos cabos. Las tripulaciones contaban
con cuatro palistas de reserva para poder intercambiar eventualmente alguno de
los puestos de paleo.
Las noticias de esta aventura me
llegaron tras un par de saltos “internaúticos” que acabaron haciéndome
“amerizar” en un blog en el que un hijo de los protagonistas en la descomunal
remada, cuenta la historia reconstruida, tras una labor de investigación
retrospectiva. Todo ello amenizado por bastantes fotos y un par de videos procedentes
del NO-DO. La odisea tuvo un estilo organizativo muy propio de la época
franquista, pues desde sus inicios tuvo la fortuna de contar con la simpatía de
las fuerzas militares, lo cual les facilitó enormemente las cosas y les brindó
todo el apoyo logístico necesario, además de espiritual (que en aquel momento
venía necesariamente adherido a cualquier favor institucional). En todo momento
contaron con barco de apoyo: primero un pequeño yate, después un remolcador y
finalmente un buque de guerra, hasta que los propios italianos tomaron el
relevo en la cobertura. La escolta les brindaba alimentos, bebida, asistencia
médica, cierta protección contra viento, reposo para los relevos y hasta misa
diaria en el caso de barco grande. Aún así, la empresa no resultó fácil en
absoluto. Sufrieron fuertes vientos, oleajes, castigo del sol y todo tipo de
dolencias propias del esfuerzo continuado. Tal fue el sacrificio que hubo
momentos en que la acumulación de males y la fatiga provocaron que las piraguas
avanzaran sin su tripulación al completo. Pero nunca fueron remolcadas ni
obviaron tramo alguno del recorrido. La etapa más larga, entre el archipiélago
Balear y Cerdeña, supuso la sucesión ininterrumpida de la navegación en
periodos diurnos y nocturnos, en la que la luna llena facilitó ligeramente las
cosas.
La protección institucional del
proyecto tuvo otros y pros y algunas contras. La dependencia de mandos y medios
ajenos, provocó retrasos excesivos en algunas de las escalas, así como ciertas
concesiones a las agendas de determinadas personalidades. Eso, por ejemplo hizo
que tuvieran que remontar el Tíber contra la corriente de una crecida, estando
a punto de echar al traste el éxito de la hazaña a orillas de su final. Por
otro lado, los apoyos dispusieron de los materiales, traslados de los kayaks en
barco desde Valencia a Palma, vestuario para las recepciones oficiales y la
audiencia Papal, vuelo de regreso de las tripulaciones, etc.
Hay detalles de esta historia que
nos ayudan a darle el mérito que tiene y que es enorme. Si bien los
participantes activos en ella eran jóvenes con un estilo de vida deportivo para
la época (en una España algo tercermundista), no podemos considerarlos como
deportistas profesionales o con dedicación preferente al entrenamiento. De hecho,
alguno de ellos no sabía ni nadar. Una parte muy importante del colectivo de
tripulantes eran pucelanos, lo cual no es un demérito (ni mucho menos), pero si
el hecho de que los ensayos y pruebas previos se hubiesen llevado a cabo
únicamente en algunas prácticas de remada en aguas de la Casa de Campo… nos
podemos imaginar el cambio que supondría bregar contra corrientes,
marejadillas, tramontanas y demás, en pleno mar Mediterráneo. A mí desde luego
esta gesta me parece memorable, me ha sorprendido dar con ella y no he dudado
en otorgarle aquí este simbólico título de heredera de Rob Roy.
Los kayaks embarcados entre Valencia y Palma
de Mallorca (imagen: recopilada por Alejandro
Sans).
Inicio de la travesía en Palma de Mallorca
(imagen: recopilada por Alejandro Sans).
Exitosa llegada a Roma (imagen: recopilada por Alejandro
Sans).
Por no mencionar al perro…
Voy a cerrar el asunto con humor.
Con un guiño cómico y satírico. Dando cuenta de un viaje novelado que ignoro si
está basado en hechos reales o es simple fruto de la irónica imaginación de un literato.
Jerome K. Jerome, escribió en 1889 una novela titulada “Tres hombres en una
barca (por no mencionar al perro)”. Se trata de un relato de viaje, del género
de humor del absurdo, en el que partiendo de caracterizaciones autobiográficas
(de él mismo y de dos de sus amigos) y una experiencia anterior (de su propia luna
de miel en barco), el autor describe un caótico viaje en barca de de remos,
realizado por tres jóvenes amigos, ociosos y ridículos. El proceso se convierte
en un sinfín de peripecias disparatadas, aderezadas por una constante sucesión
de discusiones, puyazos y faenas que los tres implicados se infligen sin cesar.
El escenario es el curso del Támesis entre Kingston y Oxford, el periodo transcurre
durante varias jornadas estivales, y el guión cristaliza en un absoluto
disparate.
Ni siguiera el tipo de
embarcación o acción motriz propulsora pueden encuadrarse dentro del concepto
del piragüismo (kayak o canoa), sino del
remo de banco fijo en un bote. Pero aún así, la experiencia fluvial me parece cercana,
así como la ubicación temporal, que coincide aproximadamente con los meritorios
desempeños de Mac Gregor, Baden Powell, Stevenson y tantos otros prestigiosos
precursores del turismo acuático. Las hilarantes situaciones descritas, tengo
claro que surgen del ingenio del escritor y de una necesaria experiencia previa
en lo que supone desplazarse por un río a remo. De eso no me cabe la menor
duda. Sin haber pasado antes por ello, no creo que se tenga conocimiento de
causa suficiente como para crear determinadas escenas. No me atrevo a
recomendar la lectura de la obra, porque no es un humor apto para todos los
públicos, ni mucho menos. Su estilo cómico, es solo para incondicionales, es de
esos, tan-tan absurdos, que lo mismo hacen desternillarse a algunos lectores,
que quedarse pasmados con cara de sentirse burdamente estafados a otros. Yo
formo parte de los primeros. Lo bueno es que se trata de una muestra cómica de
la época, coetánea de las canoas Rob Roy y de la práctica viajera fluvial de
entonces.
Fotografía antigua de los verdaderos personajes que sirvieron
de inspiración para la novela (autor incluido). (Imagen:
publicada por K. Hentschel)
Ilustración sobre la obra (Paul Rainer).
La herencia ha quedado pues repartida, justa o injustamente, como tantas veces ocurre con los bienes materiales de muchas familias. La cuestión es que en este caso es inmaterial, y por lo tanto aprovechable para sucesivas épocas. En nuestra mano está el sacarle partido, cada uno en la medida de su interés y posibilidades. Por mi parte, hace ya tiempo que lo estoy haciendo.