"Mujer en barco con piragüista". PA Renoir
(The Bridgeman Art Library)
“En la vieja Europa llamábamos ‘buena educación’ al conjunto de
disciplinas que iniciaban a los jóvenes en un concepto aristocrático y
desinteresado de la vida: la epopeya griega, el latín, la historia del arte, la
lectura de los místicos alemanes, el aprendizaje del laúd, y todos esos saberes
que no producen ningún beneficio material a quien los cultiva, pero que animan
a los hombres a empresas maravillosas. Por eso la paideia griega cultivaba en
los muchachos la areté, la valentía, la nobleza y el buen gusto, antes de
iniciarlos en otras materias prácticas. Con las mismas enseñanzas los antiguos
alumnos de Cambridge o de Oxford crearon un imperio y demostraron ser más
eficaces en la paz y en la guerra que los políticos profesionales, educados en
un concepto utilitario de la vida. Creo que no se ha meditado bastante este
hecho que tiene enorme trascendencia histórica y que permitía a las clases más
refinadas enfrentarse a la vida con una iniciación caballeresca y valiente, más
esencial que muchas enseñanzas que imparte la escuela moderna”.
Mauricio Wiesenthal (“El
esnobismo de las golondrinas”).
Sirva esta cita de anticipo y
presentación preliminar de un personaje al que voy a dedicar unas cuantas
líneas: John Mac Gregor (1825-1892). Este caballero inglés, de orígenes
escoceses, es comúnmente considerado como el inventor (occidental) del
piragüismo viajero y turístico. Pero vayamos por partes. Antes de llegar al
meollo del asunto echemos un vistazo a algunos detalles de su biografía. Fue el
mayor de seis hermanos, en el seno de una familia acomodada cuyo padre fue un
militar que se movió por varios destinos. Siendo nuestro protagonista aún un
bebe (entonces único hijo), la familia, a bordo del buque Kent, sufrió un
azaroso naufragio del que milagrosamente salieron con vida (los primeros madre
e hijo), al ser rescatados por otro barco cercano. Quizás dicho preludio
marcara parte del carácter de Mac Gregor, quien ya se caracterizó durante su
juventud por embarcarse en aventuras habitualmente relacionadas con los
espacios naturales, la montaña y el mar. Estudio leyes en el Trinity College de
Cambridge, por lo que, pese a su gran afición por las ciencias y los
mecanismos, desarrollo su labor profesional como abogado especializado en
patentes (muy centrado en las de propulsiones náuticas entre otras). A lo largo
de su vida simultaneó denodados esfuerzos y dedicación a varios ejes bien
diferenciados: una labor filantrópica social, gran fervor religioso, su
profesión y los viajes. La primera tuvo como especial función el desarrollo de
programas formativos y la organización de proyectos para escuelas públicas
dedicadas a la reinserción social y educativa de niños y jóvenes en riesgo de
exclusión social y delincuencia. En este sentido sus ideas se convirtieron en
diferentes programas de inserción mixta (educativa y laboral) para los más
jóvenes. Como complemento, en un momento en el que la guerra de Crimea y otras
situaciones de política internacional se habían encargado de instaurar cierta
sensación de peligro en su país, se enroló en un grupo civil de formación militar
de reserva: la London Scottish Rifle Volunteers, en la que alcanzó el rango de
capitán. En lo religioso fundó sendos grupos de oración, uno de abogados y otro
de voluntarios de la reserva, pero además mantuvo una infatigable producción
escrita, se posicionó activamente en las discusiones religiosas contra papistas
y otros grupos, e incluso se dedicó a la predicación de calle. La escritura
formaba parte de su quehacer cotidiano, y como muestra de ello quedó mucha
correspondencia, numerosos artículos en revistas de diversa índole, sus
diarios, libros de patentes y, sobre todo, sus afamados libros de viajes. Cada
cierto tiempo se embarcaba en diferentes viajes de gran interés histórico,
cultural, etnográfico y casi explorador. Un primer largo viaje por oriente
próximo, sur de Europa y norte de África sirvió para consolidar esa afición,
aunque pasara gran parte del mismo sufriendo variados malestares de salud. Él
trataba de registrar todo aquello que le parecía importante en sus cuadernos,
llegando incluso a practicar con su flauta las diferentes melodías étnicas que
iba conociendo, para después transcribirlas en partituras. Un segundo viaje de
carácter mucho más deportivo le llevó a los Alpes, donde entre otras cosas
coronó el Mont Blanc, continuando después por el sur haciendo lo propio con el
Etna y el Vesubio. También realizó un largo viaje por España, que lo dejó
verdaderamente fascinado. Tuvo contacto personal con el mismísimo David
Livingstone (el afamado explorador) para quien sirvió como ilustrador en el
libro “Viajes e investigaciones en África del sur”. De su periplo por los
Estados Unidos y Canadá surgió otro libro. Su interés por los fenómenos de la
emigración le llevó a recorrer Europa, Rusia, Grecia, y a navegar por el Volga
hasta Nijni (viaje que le proporcionó cierta reconciliación “ecuménica” con
otras profesiones de fe contra las que tan beligerante se había mostrado
anteriormente). También le llamaban la atención las minas y la espeleología, a
las que dedicó cierto tiempo durante un viaje por Suecia y otros lugares. El
Danubio, islas griegas, Malta, Túnez, Argelia, etc. fueron algunos otros
destinos por los que viajó camino de una inmersión en la cultura árabe. Los
primeros viajes los realizó acompañado, aunque posteriormente alternaría
diferentes compañías con el viaje en solitario, modalidad de la cual fue gran
aficionado.
John Mac Gregor con el uniforme de
London Scottish Rifle Volunteers.
(Foto en E. Hodder).
(Foto en E. Hodder).
Su posición social le permitió
disfrutar también de situaciones placenteras como la fundación del Guiter Club
y unas lujosas y ociosas vacaciones a bordo del yate Beagle, propiedad de uno
de sus aristócratas amigos. En todo caso, su principal biógrafo de época: Edwin
Hodder, en 1884 lo describía como un gran deportista:
“Él era un hombre de tipo robusto, fuerte, musculoso, atlético, y lo
suficientemente sabio para saber que sin la práctica adecuada el secreto de su
fuerza se desvanecería. El primer día que surgía el hielo, podía aparecer con
sus patines y desplazarse a lo largo del mismo con tan sorprendente vigor que
los extrañados viandantes le preguntarían quién era, y generalmente obtendrían
la réplica, ‘¡John Mac Gregor, el hombre de las escuelas públicas y los
limpiabotas!’. Desde su juventud fue un experto nadador – en el gimnasio podía
defenderse contra cualquiera; comprendió ‘el noble arte de la autodefensa’, y
fue un boxeador formidable, y en el río podía propulsar un par de remos con
mayor habilidad y fuerza que cuando remó en el ‘ocho’ del Trinity”.
Retrato de John Mac Gregor.
(Imagen en E. Hodder)
(Imagen en E. Hodder)
En definitiva, sirva todo lo
anterior para presentar a un personaje de su tiempo, claramente proactivo,
multidisciplinar y caracterizado por involucrarse en sus proyectos personales
con gran afán. De todos esos proyectos, los que verdaderamente interesan aquí
son los que tuvieron que ver con el piragüismo como modalidad viajera, lo cual,
dicho sea de paso, es lo que confirió a su persona verdadera fama histórica e
internacional. En 1865 se empeñó en diseñar y hacerse construir su primera
piragua. Tanto a esa como a sus sucesivas embarcaciones las bautizó con el
nombre de “Rob Roy”, pseudónimo que él mismo asumía en ocasiones y que empleaba
como homenaje a quién consideraba su más honorable antepasado. La idea del
diseño de la embarcación se le había ocurrido en 1848 al observar con detalle una
canoa india ¿hinchable? que le mostrara Archibald Smith. Sin embargo, cuando
definitivamente se puso a ello, se basó más en las canoas que había conocido en
Norteamérica y en las de doble pala de Kamchatka. El primer modelo medía 4,57
metros de largo, 76 cm de ancho y pesaba 40,8 kg. Estaba construida en roble y
disponía de un pequeño mástil desmontable y algunas velas pequeñas. Tenía una
cubierta de cedro (algunas referencias nos hablan de un material flexible al
estilo de una lona o piel impermeable) con un orificio de 1,2 metros para el
piragüista. Nos encontramos pues ante la primera concepción “occidental –
civilizada” de un kayak, aunque claramente influenciada por los modelos
esquimales. He de reconocer que cuando busqué imágenes del modelo, su aspecto
me resultó muy familiar. No en relación con las piraguas a las que estoy
acostumbrado a ver en la realidad, sino con respecto a las imágenes de libros
de grandes aventuras en piragua realizadas durante el siglo XX, en las cuales,
gran parte de sus protagonistas utilizaban embarcaciones claramente inspiradas
en la Rob Roy. El componente de formas y medidas de tal diseño, así como la
construcción mixta rígida y flexible, se replica también en los modelos de los
dos fabricantes actuales más prestigiosos de kayaks desmontables de expedición
(Keppler y Nautiraid, especialmente en sus unidades iniciales). La construcción
y materiales son ya completamente diferentes, pero no su forma, aspecto del
casco y bañera, concepto, etc. Aunque él en todo momento definiera a su
embarcación como canoa, visto desde la perspectiva actual, se trataba
indiscutiblemente de una piragua o kayak, tanto por sus dimensiones y forma,
como por ser casi totalmente cerrada, tener orificio de único asiento y
manejarse con doble pala (novedad de la época en Europa). Incluso empleaba un
cubrebañeras ajustado al orificio de la cubierta.
Una Rob Roy original del propio Mac Gregor, expuesta en el
National Maritime Museum of Falmouth.
Perfil, planta y sección de una Rob Roy.
(Imagen: Adrien Nieisen)
(Imagen: Adrien Nieisen)
Ejemplar superviviente de una Rob Roy de la época.
(Imagen: intheboatshed .net)
(Imagen: intheboatshed .net)
Mac Gregor fue el referente total
del piragüismo turístico. Aunque sus viajes en general podrían catalogarse sin
reproches como recorridos de aventura, él mismo los consideraba como
turísticos. Aquellos primeros viajes fueron, tras muchas reflexiones previas,
los que le animaron a probar su canoa como un medio inigualable y perfecto para
recorrer el mundo con una filosofía turística propia de las personas más
avanzadas (en cuestiones culturales) del siglo XIX. Tanto en su país, como en
los territorios que fue visitando durante sus viajes, se le pudo considerar
como un raro personaje. Y aunque él mismo pensara que su modelo de desplazamiento
podría ser (y probablemente sería) progresivamente más y más utilizado por los
viajeros de vocación, el tiempo ha demostrado que no ha sido así. Pues a día de
hoy, las embarcaciones ligeras apenas se usan para hacer turismo. Son muy
frecuentes en determinados parajes, para actividades deportivo-turísticas “de
día”, pero es raro encontrar gente que las emplee como medio de desplazamiento
itinerante durante varias jornadas seguidas.
Su viaje en piragua más
interesante, desde mi punto de vista, es el que relata en su libro “A Thousand
Miles in the Rob Roy Canoe (On the Rivers and Lakes of Europe)”. Ya que su
siguiente relato se corresponde con una evolución de embarcación mucho más
grande que podemos situar a caballo entre canoa y velero (“The Voyage Alone in the Yawl Rob Roy”). La lectura del
volumen referido a su primer viaje resulta muy amena e ilustrativa de las
vicisitudes que sucedieron durante tan largo viaje. Resulta especialmente
envidiable la pasmosa facilidad con la que en aquella época, un transeúnte
podía hacer derecho de uso de navegación por las aguas interiores de todo el
continente, sin necesidad de encomendarse a autoridad alguna (los supuestos
avances en libertades, no son tantos como nos quieren hacer creer actualmente).
Por otro lado, los ríos entonces no presentaban la proliferación actual de
enormes presas que (al menos en nuestro país) condicionan muchísimo la
logística de su franqueo en embarcación ligera. Mac Gregor era una persona
pudiente, algo que se concluye fácilmente de su biografía, y su viaje estuvo organizado
de forma que iba comiendo y durmiendo utilizando los servicios de hospedaje y
manutención que iba encontrando por los ríos y lagos (posadas, casas
particulares, albergues, hoteles, etc.). Tuvo que recurrir a numerosos porteos,
unos de larga distancia y otros de escaso kilometraje. Los primeros los
solventó a base de vapores (barcos) y ¡trenes! (me da la risa floja pensar en
esta posibilidad en la actualidad), mientras que para los segundos contrataba
carros tirados por ganado local. Además algún pequeño porteo manual a solas o
con la ayuda del paisanaje local, entre el que por cierto, causaba enorme
revuelo cada vez que aparecía en las diferentes localidades por las que viajó.
En algunas, avisadas previamente por vecinos de lugares previamente visitados
por el viajero, se llegaron a formar verdaderas multitudes de recepción o
despedida.
Ilustración del propio autor-viajero, navegando a vela.
(Dibujo: J Mac Gregor)
(Dibujo: J Mac Gregor)
El
relato es muy aconsejable para quienes, como yo, tengan una concepción viajera,
turística y ociosa del piragüismo. Salvo las diferencias en cuestiones
administrativas y logísticas entre ambas épocas, el resto, la solución de los
problemas de navegación, la percepción propia del viaje fluvial y hasta las
numerosas reflexiones paisajísticas y sociales, resultan sorprendentemente
cercanas e imaginables en la actualidad. Se parecen mucho a las experiencias
que, en infinitamente menor escala, yo mismo haya podido vivir al viajar de
forma itinerante por algunos ríos. El autor cuenta todo el viaje, día a día,
sin abusar de extensión en los detalles. Lo hace con buena capacidad narrativa,
ya que, en un texto corto, ofrece un análisis humano de sus encuentros,
descripciones paisajísticas claras, y las anécdotas o circunstancias de
navegación, embarque, atraque y superación de dificultades más reseñables. Lo
suficiente para explicar bien y sin necesidad de aburridos enfoques técnicos,
el diverso repertorio de maniobras y formas de navegación que fue utilizando
(incluida a vela). Por si todo esto fuera poco, el relato se ve amenizado por
la inclusión de algunas escenas gráficas dibujadas por el propio autor, así
como por un constante tono de humor, fino y elegante, que surge en oleadas bien
dosificadas.
Ilustración de un porteo.
(Dibujo: J Mac Gregor)
(Dibujo: J Mac Gregor)
Las anécdotas de un viajero piragüista por la Europa del
Siglo XIX (Dibujo: J Mac Gregor).
Dentro
de las múltiples reflexiones que Mac Gregor incluye en su libro de viaje, se me
han hecho especialmente cercanas e interesantes algunas relativas a su
filosofía de viaje y su personal ética de turista. También otras que tratan de
explicar, justificar y argumentar la bondad de decantarse por un kayak como
medio de transporte. Gran parte del valor añadido que reconozco en su libro es
que todo ello pueda haber sido pensado y puesto en práctica, con total
naturalidad en pleno siglo XIX. La obra está ya libre de derechos de autor y
disponible legalmente (en inglés) en varios formatos digitales[1].
Portada del libro.
Su
viaje empiezó en el Támesis, el cual recorrió en cierta medida para después
tomar un tren hasta Dover y un posterior barco hasta Ostende. Ya en el
continente, tomó un tren hasta empezar a navegar en el Meuse, pasar por Holanda,
cursar parte del Rhin por Colonia, Coblenza, Frankfort, Friburgo, etc. para trasladarse
después al Danubio e incluir posteriormente un periplo por varios lagos suizos (Constanza,
Zeller See, Zurich, Lucerna…) antes de regresar al Rhin, después utilizar el Mosela,
Marne y Sena hasta alcanzar París antes de su regreso porteado (tren y barco) a
Inglaterra.
Su
primer viaje en canoa, así como la publicación del mencionado libro, procuraron
a Mac Gregor gran fama y popularidad, las cuales se tradujeron en una gran
proliferación de presencias suyas en diversos foros de divulgación. Sus
“correrías” se hicieron bien conocidas a ambos lados del Atlántico Norte, lo
que originó que su experiencia creara escuela y se convirtiese en un
catalizador de la afición deportiva y turística del piragüismo, tanto en Gran
Bretaña y norte de Europa, como en los Estados Unidos y Canadá, donde dicha
afición engarzaba fácilmente con las propias costumbres previas de los
pioneros. Dentro de esta corriente, labor o función de Mac Gregor, que
podríamos calificar como de promocional, hay que destacar un hecho importante.
Me refiero a la fundación del primer club de piragüismo (canotaje) del mundo en
1866, el Royal Canoe Club, ubicado a orillas del Támesis y dedicado
inicialmente a la promoción del canotaje y el “kayakismo”, en aguas tranquilas,
en sus versiones de ocio, turismo, velocidad y maratón. Posteriormente, tal y como ocurriría con gran parte de las
asociaciones deportivas de la época, su vocación se fue haciendo cada vez más
competitiva, llegando incluso a ostentar la representación olímpica del
piragüismo británico. La fundación de clubes de kayak fue un fenómeno bastante
extendido por las zonas de influencia antes mencionadas, y a ellos se debe el
desarrollo inicial del piragüismo en todas sus versiones e interpretaciones
“occidentales”. Existe numerosa documentación relativa a las actividades y
propuestas llevadas a cabo por algunos de estos clubes, y con la mirada actual
podemos calificarlas de envidiables, modernas, sugerentes y atractivas.
Organización de grandes travesías, concentraciones, campamentos específicos,
escuelas de formación, regatas, desarrollo de material de navegación basado en
el conocimiento compartido de los usuarios, etc. Y aún en el siglo XIX e
inicios del XX, he podido acceder a bastante material gráfico sobre la
implicación femenina en estas prácticas deportivas. Así pues, el piragüismo
formó también parte importante de ese maravilloso cóctel que elaboraron conjuntamente:
la época dorada del asociacionismo deportivo altruista, la pasión por las actividades
deportivas al aire libre y la irrupción del concepto de “sportman” dentro de la
sociedad.
Otra ilustración (Dibujo: J Mac Gregor).
John
Mac Gregor fue un claro ejemplo de “sportman”, con todo lo que ello implicaba,
que era muchísimo más de lo que es ahora. Fue además el padre del piragüismo
occidental y deportivo. Pero también fue un viajero excepcional, que parecía
hacer fácil lo que muchas veces se nos hace difícil o cuesta arriba a los
demás: organizarse un poco, planificar una ruta, ponerse en marcha y disfrutar
del viaje como proceso vital. ¡Y todo ello en canoa o kayak! ¡Bendita
ocurrencia!, gracias a ella, estamos ahora aquí, escribiendo o leyendo sobre
viajes en piragua y disfrutando de las paladas en mares, ríos, lagos o canales.
Para mi suponía una deuda atrasada el sumergirme un poco en la biografía y
textos de John “Rob Roy” Mac Gregor. Al hacerlo, he disfrutado de sus jornadas
plácidas en el Danubio, de su navegación a vela en los lagos suizos y del paso
por algunos rápidos del Rhin. También me han llegado los aromas de sus cenas y
pantagruélicos desayunos en los poblados de las riberas belgas, holandesas,
alemanas… y diversión al recrear las peculiares situaciones y encuentros
personales que el viajero narra en su relato. Por mi parte no puedo más que
sentirme enormemente agradecido a este personaje, y de paso, tratar, de forma
adaptada a mi contexto personal geográfico y temporal, de emular sus
experiencias o seguir, aunque sea modestamente, la estela dejada por sus “Rob
Roys”.
Creo que has creado la única entrada que en español hay sobre el personaje. Tan desconocido como él me parece que son por aquí la canoa a vela [canoe saling] o la canoa hawaiana que incluso en el modelo individual creo que solo ví una vez comercializado en España. Otras modalidades han proliferado mucho en poquísimos años, como el SUP,que evidentemente es más porteable y accesible que una canoa con batanga. Un saludo desde Barcelona
ResponderEliminarGracias por tu lectura. La utilización de diferentes tipos de velas en canoas o piraguas modernas si que se da actualmente y hay kits comercializados para ello, aunque son raros de ver. Lo del SUP es otra cosa, está teniendo muchísima repercusión. Está de moda, y creo que el hecho de que se lo vincule a la cultura del surf y de que sin embargo no necesite olas para su práctica tiene bastante que ver. Desde luego en mi región (Cantabria) ha crecido a gran velocidad. A mí no me va, porque no me convence su postura ni sus prestaciones para el tipo de intereses que tengo en el agua, pero me alegro de que se haya convertido en una modalidad más. Un abrazo.
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